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«ERA UN RELATO LLENO DE BACHES, DE MISTERIO». ENTREVISTA A TOMÁS DE LEONE, DIRECTOR DE UN SUEÑO HERMOSO

Por: Karina Boiola

Imagen: fotograma de Un sueño hermoso

Un sueño hermoso es la segunda película del director argentino Tomás De Leone. El documental reconstruye la historia de Alejandra Podestá, la fugaz estrella del film de María Luisa Bemberg De eso no se habla (1993). La película de Bemberg presenta la historia de una joven con enanismo que vive, mimada y sobreprotegida por su madre, en un pequeño pueblo de la década del treinta y que, finalmente, se enamora de un extranjero, interpretado por el famosísimo Marcelo Mastroianni.

El documental de De Leone –estrenado el jueves pasado en Cine.ar TV en el marco del “Programa de Estrenos Nacionales durante la Emergencia Sanitaria” del INCAA– aborda, con gran sensibilidad, los baches que surgen de esa historia e intenta reconstruir quién era Alejandra y qué pasó con ella después de su efímero paso por la actuación. Un sueño hermoso puede verse por streaming en la plataforma Cine.ar Play.


Si bien en Un sueño hermoso se hace hincapié en la trayectoria y la importancia de María Luisa Bemberg como directora, ¿cómo llegaste a la idea de hacer un documental sobre el protagónico de Alejandra Podestá en De eso no se habla (1993)?

Estaba investigando para otro documental y apareció una mención a Alejandra. Era un relato lleno de baches, de misterio. Se comentaba que había actuado en una película, que había nacido con enanismo y que su final había sido violento. Eso era todo. Debo admitir que esos baches en el relato me atrajeron, intuí que podía haber algo más, algo que sin duda me atraía, al menos.

¿Cómo fue el trabajo con los materiales de archivo y los testimonios que presenta el documental y con los recursos que utilizaste (voz en off, recreaciones ficcionales) para contar esa historia?

El trabajo con los materiales de archivo, video, gráfica y entrevistas fue muy arduo. Porque la investigación fue muy extensa y además porque no todos los materiales aparecieron al mismo tiempo. Algunos vinieron de lugares impensados, otros nunca se habían visto antes. Amalgamar todo ese material demandó bastante trabajo, en parte técnico, pero sobre todo para pensar en qué modo estos materiales debían funcionar unos con otros. En ese sentido hubo muchas horas de probar el modo en que funcionaban juntos y qué tipo de sentidos se abrían.

Por otro lado, la decisión de hacer recreaciones responde a que no teníamos a Alejandra. Y para mí era fundamental instalar su cuerpo en la pantalla, de algún modo, verla. Lo que sí me parece relevante es pensar que esas recreaciones no están para ilustrar, sino para construir climas, emociones. Yo siento que eso más íntimo, más elusivo de Alejandra, no me alcanzaba el documental, ahí necesitaba intervenir con otro dispositivo.

En el documental se menciona que, durante la filmación, Alejandra vivía en un “espejo existencial constante” y que los límites entre la ficción y la realidad (o entre su propia historia de vida y la del personaje que interpretaba) se le volvían difusos. ¿Cómo abordaste estas tensiones en la película?

El descubrir que estas tensiones existieron entre la vida íntima de Alejandra y la película que protagonizó fue lo que me llevó a realizar Un sueño hermoso. Fue justamente esa vinculación entre los dos mundos, el ficcional y el más íntimo, lo que me hizo dar cuenta de la cantidad de tensiones por el que estaba atravesado el mundo imaginario de Alejandra. Ahí terminé de entender –al menos una faceta– que me interesó mucho: su mundo deseante, algunas de sus pulsiones, su necesidad de sentirse contenida y valorada (como todos en realidad, pero en ella se dio de un modo muy específico).

Tu película anterior, El aprendiz (2016), era una ficción. ¿Qué posibilidades te abrió el género documental para reconstruir la historia de Alejandra?

El documental tiene más cartas en la baraja me parece o, al menos, el modo en que yo lo concibo. En ese género puede entrar de todo si entendés cómo hacerlo funcionar. El mundo de la representación de lo real está lleno de ficción.

Contar la historia de Alejandra en De eso no se habla permite entablar un diálogo inevitable con el presente. No solo a partir de la vigencia de la visión de María Luisa Bemberg sobre el feminismo y del femicidio aún irresuelto de Alejandra, sino también en relación con la visibilidad/invisibilidad de las corporalidades diferentes. ¿Qué pensás al respecto?

No soy un teórico del feminismo. Sí entiendo que a veces el Estado y la sociedad adoptan formas tiránicas y, sin dudas, contra esas formas estoy. Creo que Alejandra las sufrió en carne viva y, lo que es aún peor, las terminó adoptando para pensarse a sí misma. De algún modo no pudo pensarse de un modo distinto al de su infancia. De ahí su frase, para mí encantadora, sobre el final, cuando dice:

“Yo quería que Maria Luisa escriba la segunda parte de mi personaje”.

Alejandra estaba necesitando que alguien le  “escribiera”  la vida del después, ya que ella sola no podía.

¿Cómo fue estrenar la película durante la cuarentena?

Nosotros hacemos las películas primero por una inquietud propia y luego para que se vean. Mostrarla en sala es un sabor difícil de igualar, pero lo esencial es comunicar. Que la vean los demás, que surja el intercambio.

 

Ficha técnica: [Documental] Duración: 74 minutos. Dirección y guión: Tomás De Leone. Dirección de fotografía: Diego Poleri. Música: Ariel Polenta. Sonido: Juan Manuel Molteni. Montaje: Iair Attias, Tomás De Leone. Arte: Catalina Oliva, Fausto Torelli Tulissi. Productor/a: Mónica Amarilla, Tomás De Leone. Productor ejecutivo: Mónica Amarilla. Vestuario: Natalia González. Colorista: Ignacio Suárez Rubio. FX: Ignacio Suárez Rubio. Productora: DL Cine, Inimaginaria.

«Araya» de Margot Benacerraf: el documental como obra de arte

 

Por: Leonardo Mora

Foto: Araya

Araya es un filme clásico de 1959 dirigido por Margot Benacerraf, realizadora venezolana, el cual se desajusta de los esquemas más predecibles del documental para inscribirse en una línea de honda impronta poética. Leonardo Mora efectúa una aproximación al filme para revalorar su actualidad y pertinencia.  

 

“…Sobre Araya el sol, el calor, el sopor, el silencio…”

 

Araya (1959) es un bello filme dirigido por la directora venezolana Margot Benacerraf. Si bien se encuentra un tanto olvidado en nuestros días, representa una joya en la historia del cine latinoamericano y mundial por sus múltiples aciertos, entre ellos el difícil cometido de llevar la desgastada armazón formal del documental a un nivel de belleza conceptual digno del mejor cine poético. Este trabajo, que obtuvo en el año de su aparición el Premio Internacional de la Crítica en Cannes, nos lleva a una gran travesía por el noreste venezolano, a la histórica zona de Araya, situada en la península del mismo nombre, perteneciente al estado de Sucre, que representó un enclave estratégico para la explotación de sal por parte de los colonizadores españoles en el siglo XVII. A la altura del año 1605, Holanda y España libraron sucesivas pugnas para hacerse de la estratégica zona, hasta que la corona española decretó en 1622 construir la Real Fortaleza Santiago de Arroyo de Araya o castillo de Araya, culminado en 1630. Finalmente en 1648 se firmó la paz entre ambas naciones. Desde 1960 las ruinas del castillo fueron declaradas monumento histórico nacional.

Araya nos proporciona un hermoso recorrido de imágenes desde una concepción casi épica en la que una naturaleza agreste de mar, playas extensas y sal, se sincretiza con los despojos del castillo mencionado, y se transforma por el duro trabajo de las y los pobladores de la zona en labores de extracción salina y pesca y en la intimidad cansada de sus hogares. La directora hila su trasegar de manera elegante y diseñada, con una cámara que sabe moverse y situarse perfectamente, como un testigo inteligente, para darnos cuenta de la vida en Araya a través de las dinámicas de sus protagonistas y acercarse humanamente a su difícil y austero contexto: los diálogos y las interpelaciones se anulan para dar paso a la primacía de los avatares físicos de las mujeres y los hombres concentrados en sus labores esencialmente manuales y su manera de insertarse en el proceso más primitivo del mercado; es decir, la extracción de materia prima en un ámbito estrictamente natural, sólo intervenido por algunos vehículos de carga pesada, los barcos para su transporte y los artefactos purificadores de la sal.

Si bien el filme es intervenido por una dramática voz en off, su carácter acierta en la medida en que se solidariza con los protagonistas, acentúa su proeza de cuerpos forjados por el sol y maltratados por el trabajo, aporta a la magnificación y a la crítica de la vida en Araya y su larga tradición histórica, y a su vez ofrece al espectador valiosas líneas de sentido e interpretación del encuentro entre la naturaleza y la condición humana; inclusive nos informa también con especial interés de vidas específicas de algunas y algunos trabajadores y sus familias, para quienes el día y la noche están destinados centralmente a ganar el sustento de forma muy dura, en un trágico medio de honda desolación, silencio y esterilidad.

Como señalábamos, Araya proporciona una mirada que manifiesta la realidad de forma poética, aunque el mismo filme, al final, manifieste con modestia que se interesa esencialmente por el primer aspecto; pero categorizarlo como un simple documental sería desconocer su concepción artística (muy evidente en la fotografía y en la dirección), en su innegable inclinación por ofrecer una alta estética, y por acercarse sutil y sensiblemente a las y los habitantes de la zona. Este último aspecto también representa otra ventaja del filme, en la medida en que supera todo afán de fácil denuncia, de proselitismo o de superficialidad informativa, y en contraposición expone bajo una óptica más profunda la difícil situación de una población sin mayores opciones distintas a la reproducción por generaciones del mismo modelo de vida y de sobrevivencia. Ni siquiera los infantes están exentos de hacer parte de las dinámicas del lacerante trabajo, en donde las cargas, los pesos, las cantidades, deben siempre contar con las cifras estipuladas y requeridas, para mantener en atroz y perfecto equilibrio el nivel productivo del trabajo.

Por breves  instantes, la directora desplaza la mirada desde las zonas de pesca y extracción junto al mar hacia los pequeños poblados a varios kilómetros de distancia, en medio de tierras áridas y secas, en donde toda sobrevivencia se debe fundamentalmente al alimento que proporciona el mar. Vemos también el abandono y la pobreza de las calles destapadas y hogares humildes los cuales carecen de todo recurso básico. Pero a pesar de ello, nada se muestra con falta de tacto o impregnado de amarillismo: la consigna de abordaje fotográfico continúa siendo una mirada camuflada discretamente pero que se dirige con hondura hacia las personas y sus austeras dinámicas de vida y costumbres, una suerte de etnografía respetuosa y personal para que los significados sean proporcionados por la misma imagen, y a menudo alineado por las sonoridades del entorno, tanto voces y conversaciones lejanas o cantos tradicionales, como por la música incidental compuesta para la película.

Sobre la figura de Margot Benacerraf, caraqueña de origen sefardí, cabe señalar que es la única cineasta de Venezuela que figura en los representativos textos Dictionaire des Cineastes y Dictionaire des Films del historiador cinematográfico Georges Sadoul. Además fue fundadora de la Cinemateca Nacional de Venezuela, en 1966, y ejerció como su directora por tres años consecutivos. También fue parte de la Junta Directiva del Ateneo de Caracas, y en 1991, con el apoyo de Gabriel García Márquez, creó Fundavisual Latina, fundación encargada de promover las artes audiovisuales latinoamericanas en Venezuela. Tanto Araya, como el filme anterior de esta directora, Reverón (1952), figuran en la lista de los mejores documentales del mundo en el Diccionaire du Cinéma escrito por otro importante historiador de cine: Jean Mitry.

Araya es definitivamente una gran muestra de talento para tener en cuenta en los tiempos actuales, en los cuales es absolutamente necesario replantear las formas tradicionales del arte cinematográfico, esencialmente el documental, y de esta manera abrir caminos hacia nuevos y más interesantes niveles de expresión. Esto rige mucho más para el caso latinoamericano, tan necesitado de una nueva filmografía capaz de cargarse con el contenido histórico de su tiempo y combinarlo con calidad estética. El exceso de consumos foráneos muchas veces nos impide apreciar lo mejor del cine de nuestras latitudes, cine que en películas como Araya logra un acercamiento sincero e inteligente a nuestra idiosincrasia y nuestras trágicas circunstancias sociales y culturales.