Parentescos raros y familias impensadas: una lectura sobre los afectos y las maternidades en La hija única de Guadalupe Nettel

Por: Lucía Belmes

La hija única nos propone acercarnos a la realidad vivida por miles de mujeres en la actualidad desde una perspectiva distinta a la ya expuesta por Guadalupe Nettel en sus tres anteriores novelas y en sus diversas publicaciones.  Lucía Belmes nos invita a recorrer esta exquisita obra, en la cual se pone en cuestión tanto la idea de maternidad (y paternidades), como el significado de la palabra familia, y la importancia de las redes de contención que les brindan el sostén necesario para cohabitar un mundo presente hostil, heteronormado y en profunda transformación.


La última novela de Guadalupe Nettel, La hija única, entrelaza la historia de tres mujeres desde la perspectiva de Laura —la narradora—, quien cuenta las experiencias de su amiga Alina y su vecina Doris en torno a la maternidad. Estas historias se intercalan en la narración, dando cuenta de la singularidad y diferencia desde las cuales se conciben y despliegan las relaciones familiares.

En el entramado que configuran las vidas de estas mujeres se va tensionando la idea de familia. Esta forma unívoca se desdibuja dando lugar a otras posibilidades de unión, parentescos que no tienen como fundamento el lazo biológico. Si bien en obras anteriores de la autora la cuestión de la maternidad aparece tematizada, como en cuentos de El matrimonio de los peces rojos y la novela en clave autobiográfica, El cuerpo en que nací, es en La hija única donde  la maternidad aparece como un centro a partir del cual se pueden interrogar y desandar muchas otras cuestiones. Como si desatar ese gran nudo de los mandatos respecto de la maternidad como destino obligatorio (o reflexionar sobre cómo es que se lleva a cabo la crianza cuando es elegida y esperada), permitiera desatar muchos otros que están asfixiando los vínculos que sostenemos. En los dos cuentos de El matrimonio de los peces rojos, en los cuales la protagonista es una mujer embarazada, se desarrolla un fuerte vínculo entre el cuerpo gestante y los cuerpos animales (de una gata y de una pareja de peces). Esto vuelve a surgir en la novela, no como esa relación espejada, pero sí como una referencia posible que se encuentra entre las relaciones y los gestos animales: en el momento en que Laura se entera de la noticia sobre el embarazo de su amiga Alina, empieza a notar la presencia de palomas anidando en su balcón. Después de unos fallidos intentos por echarlas, termina aceptándolas y cohabitando con ellas, con esa nueva familia que se está gestando ahí. En un momento, avanzada ya la narración, descubre, extrañada, la forma de empollar que tienen esos pájaros. Encuentra uno de los dos huevos arrojados al suelo, y el pajarito que nace en el nido es muy diferente de las progenitoras. Comprende que tal vez estas aves ofician como madres sustitutas y crían, así, a un pichón ajeno. Como la protagonista misma, incluso como la niñera Marlene, que cuida a Inés queriéndola como si fuese su propia hija.

Faisán dorado y rosas de algodón con mariposas siglo XI Emperador Song Huizong

Este paralelismo entre las formas que va tomando la maternidad en la novela y lo que sucede con las palomas en el balcón, revela una búsqueda, una preocupación por atender a otras referencias posibles sobre lo que puede ser la gestación, la crianza, la vida en familia o en comunidad. No como el retorno a algo puro o intuitivo, «animal», sino como el entendimiento de las presiones y los mandatos que se ejercen sobre el acto de maternar, y cómo este puede tomar otros caminos, enriqueciéndose en diferentes formas del afecto. 

El gran conflicto de la novela es el diagnóstico que recibe Alina en su octavo mes de embarazo: su hija va a morir al nacer. Con esa sentencia trágica trabaja la narración. Sin embargo, el tono con el que se aproxima a los acontecimientos contrasta con lo que se está narrando, o resulta al menos disruptivo. Hay una mirada tierna, empática y asombrada que nos cuenta y nos participa de esa vida que se narra. El contrapunto es la historia de Doris, la vecina que vive en el departamento de al lado, y cuyas peleas con su hijo invaden la cotidianidad de Laura. Nicolás, el hijo pequeño, encarna por momentos las agresiones que ejerció su padre. La protagonista empieza a cuidar de este niño y de su madre, ayudando a sanar, de alguna forma, las heridas causadas por la violencia machista.

La novela interviene en un presente en el que están funcionando, fundamentalmente desde los movimientos feministas, importantes críticas a la maternidad impuesta, a los mandatos y a las formas en las cuales se dan las crianzas. Dialoga con este presente de manera explícita pero no deja de ser sutil en el abanico de interrogantes y de opciones que despliega. Al reunir experiencias tan diversas, las preguntas, los malestares y las opciones que surgen no dan lugar a una respuesta o a un simple reemplazo de la estructura familiar heterosexual por otra cosa. La narración funciona, más bien, cuestionando y abriendo espacios. Dando lugar. Ante este escenario contemporáneo, lo que sostiene la vida en común es la red afectiva que podamos montar desde estos parentescos raros, inesperados, que exceden el nexo biológico como fundamento de la familia: «Se puso a llorar sobre mi pecho, llenando mi camiseta de mocos como ya había hecho una vez. Nos dormimos así, muy cerca el uno del otro, en esa cama donde jamás había imaginado que dormiría algún niño» (Nettel, 2020: p 213). Lo familiar parece fundarse más bien en el afecto y la necesidad de sobrevivir y habitar juntxs este presente. 

El punto de partida de la narración es un cuestionamiento firme a la maternidad como destino obligatorio. Cuando Alina, su íntima amiga, decide tener un hijo, la narradora lo vive como una especie de traición, un cambio de bando. Pero a medida que va acompañando ese embarazo, da lugar a una desnaturalización de muchos aspectos de la crianza. Se cuestiona, por ejemplo, la imposición del género binario desde el nacimiento: 

Todos descubrirían esa mañana el sexo de sus hijos. Saldrían de aquel consultorio con una respuesta pero también con una misión: comprarle a su progenie ropa azul o rosa, llenar su cuarto de objetos muy bien elegidos -un camión de bomberos, una casa de muñecas- y machacarles, durante toda la infancia, que deberían comportarse de cierta manera: no abrir demasiado las piernas, no llorar aunque los humillaran. (Nettel, 2020: p 38)

Estas inquietudes van ganando espacio y quebrando prejuicios, formas preestablecidas, a medida que avanza la novela. La mirada con la que Laura se asoma a los hechos que tienen lugar en las vidas de las mujeres con las que comparte, tiene una potencia narrativa muy especial. Desde su perspectiva vemos cómo se van construyendo parentescos y vínculos que abren lugar a otras formas de vida, en tensión con la norma heterosexual. 

En «Sentimientos queer», Sara Ahmed trabaja sobre la existencia de las familias queer como una imagen que interrumpe y evidencia el fracaso del ideal de familia heterosexual. Invierte la lógica entre éxito y fracaso, en la medida en que la existencia de familias diversas da cuenta de que lo que fracasa no son los vínculos homoafectivos, en su existencia desviada de la norma, sino la imposición del ideal heterosexual como única posibilidad de sostenimiento y reproducción de la vida. Hay otras formas posibles. Ahmed plantea, en esta línea, que una política queer necesita quedar abierta a diferentes maneras de vivir lo queer, para mantener la posibilidad de que las diferencias no se conviertan en fracaso.La novela puede leerse en diálogo con estas ideas sobre los sentimientos y la diversidad en las constituciones familiares, en tanto que la trama construye la posibilidad de que todas esas vidas imperfectas, heridas ya sea por la violencia patriarcal o por la obstinación del diagnóstico de la medicina occidental, en el caso de Inés, se desplieguen en toda su diferencia, volviéndose formas de vida legítimas. Desde la propuesta teórica de Ahmed, lo queer puede trabajar sobre el guion heteronormativo que moldea la vida, afectarlo. Algo de esto resuena en la lectura de la novela de Nettel: vidas raras, imperfectas, que dialogan y modifican el guion normalizador y regulador que distingue vidas legítimas y vidas que no lo son. La diferencia en La hija única alcanza a no ser una forma del fracaso, precisamente, sino que se vuelve potencia, una posibilidad abierta de sostener la vida en esas diferencias constitutivas, en esa dislocación respecto de la norma. 

Es significativo el lugar que toma lo inesperado en la narración, lo que se presenta y modifica el curso de las cosas. Esos espacios que abren los acontecimientos impensados son intersticios por donde se cuela el deseo, la intensidad del cuerpo, lo vital. Sin ese espacio, la vida es demasiado asfixiante. Hay una apuesta en la novela por afectos que dan lugar a formas de vida singulares, diversas, y legítimas de ser vividas. Además, en esa búsqueda, amplía la noción de lo familiar, acercándolo a lo que podemos leer como redes, lazos afectivos que pueden tomar cualquier forma y encontrarnos de los modos más imprevistos. 


Referencias bibliográficas

Ahmed, S. (2015). “Sentimientos queer” en La política cultural de las emociones. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2015.

Nettel, G. (2011). El cuerpo en que nací. Barcelona: Anagrama, 2011.

———————- (2013). El matrimonio de los peces rojos. Madrid: Páginas de espuma, 2013.

———————- (2020). La hija única. Barcelona: Anagrama, 2020.

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