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Esbozos sobre el disfraz. Entrevista a Camilo Retana

Imagen: Andrea Bravo

Por: Victoria Solis

En una nueva entrega del dossier “Arte y moda en América Latina”, Victoria Solis dialoga con el investigador costarricense Camilo Retana (Doctor en Filosofía por la UNLP) acerca de su libro Enseres: esbozos para una teoría del disfraz (2020). En la entrevista reflexiona acerca de las posibilidades culturales del disfraz y su potencia frente a las normas vestimentarias de la vida cotidiana.


Camilo Retana es Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Trabaja como profesor catedrático e investigador en la Escuela de Filosofía y en el Doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura de la Universidad de Costa Rica. Ha publicado varios libros, entre ellos Pornografía: la tiranía de la mirada (2008), Las artimañas de la moda (2015) y El cuerpo abierto (2018), texto con el cual obtuvo el Premio UNA-Palabra otorgado por la Universidad Nacional.

De su autoría, la EUCR publicó el ensayo que comentaremos en esta entrevista, titulado Enseres: esbozos para una teoría del disfraz (2020), así como la compilación Locos por las series (2020), que editó junto a María Lourdes Cortés. 

¿Cuál fue el punto de partida de tu libro? ¿Cómo empezó tu interés por el disfraz?

El punto de partida del libro colinda con el punto de llegada de la tesis doctoral que desarrollé en Argentina. Cuando terminé de hacer esa tesis, que luego se publicó como libro (Las artimañas de la moda), quedé con la impresión de que mi perspectiva podía ser un tanto unilateral, en tanto analizaba la moda y sus efectos disciplinarios como si no hubiese ninguna posibilidad de insurrección o de desatención de las normas vestimentarias. Entonces, aunque ese tópico lo abordé al final del texto, me quedé con ganas de ampliar un poco ese asunto y tratar de pensar qué posibilidades performativas ofrece la vestimenta para combatir las normas con las cuales el vestido codifica al cuerpo. Ese era mi interés inicial y me pareció que el disfraz era un dominio especialmente rico para llevar a cabo esa reflexión.

Por un lado, porque el disfraz se juega dentro de un régimen de sentido que es distinto al de la moda; se trata de ropa que usamos en contextos muy particulares, fuera de la vida cotidiana, en eventos festivos, rituales, etcétera. Y, por otro lado, porque se trata de un campo que está ligado al humor, al juego, al levantamiento de las prohibiciones. Entonces me parecía que era un espacio rico para para tratar de llevar esa pregunta y ponerla a funcionar. Y creo que, en efecto, ya haciendo un poco más de trabajo de campo y estudio de algunos disfraces particulares, me doy cuenta de que esa intuición tenía sentido. En efecto, los disfraces permiten al cuerpo un tipo de régimen de movimiento, un tipo de articulación entre sujeto y prenda que es muy distinto al de la moda y que permite ver otras aristas del fenómeno del vestido.

En ese sentido, en el libro referís a una pulsión utópica y a una potencia encarnada en el disfraz.

Sí, eso me parece que es de lo más rico que tiene el disfraz: es un cuerpo que está aquí y ahora, pero que está colmado de futuro al mismo tiempo. Un cuerpo que está deslocalizado; está en el presente, pero en otro tiempo, no solo con respecto al futuro, sino también con respecto al pasado. Así, es un cuerpo que está dislocado en su temporalidad. Y ahí hay un juego muy interesante, porque si la moda codifica el cuerpo, lo codifica instalándolo en unas coordenadas espacio temporales y fijándole un sentido al cuerpo. El disfraz, al generar esa dislocación, permite al cuerpo instalarse en contextos y tiempos que no son los que le “correspondería”.

Algunos disfraces que aparecen en el ensayo tienen muchísimo recorrido, como el carnavalesco, pero, en otros casos, imagino que encontraste menos acercamientos bibliográficos. ¿Cómo llevaste a cabo esta investigación? ¿Qué sentidos, quizás más cristalizados, tuviste que ir derribando?

Lo cierto es que, si la moda no deja de ser un campo académicamente marginal, el disfraz lo es aún más porque la moda tiene una cierta dignidad epistemológica por la tradición sociológica que la frecuentó. Mientras que el disfraz, como está ligado al tema de la suplantación del engaño y de lo falso, no ha tenido la misma suerte. Por supuesto que no soy el primero en escribir sobre esto; hay artículos, textos ficcionales y algunas series de televisión o películas que abordan el asunto y que lo piensan, pero la mayoría, efectivamente, gira en torno al disfraz del carnaval. Otro campo donde hay un poquito más de literatura es el del disfraz escenográfico, como lo llamo en el libro, que está ligado al vestuario teatral.

Pero esto que señalás es, efectivamente, un escollo por eludir en el contexto de un libro como este, porque no hay tanta bibliografía o no hay instalada una discusión, sino que había una serie de sobreentendidos acerca del disfraz: “el disfraz engaña, el disfraz oculta” y a mí me interesaba más bien esta otra faceta propositiva del disfraz. No leer el disfraz como un dispositivo que oculta cosas, sino como un dispositivo que, en ese ocultamiento, produce una verdad alternativa en torno al cuerpo.

Resulta interesante que hayas encarado el estudio del disfraz desde los “esbozos”, con un tono bien diferente a Las artimañas de la moda. ¿Cómo fue el proceso de escritura de estos ensayos?

Creo que cuando se encara un texto, una cuestión que no se debería dejar de lado es cuál es el tono apropiado para el tópico en torno al cual gira ese texto. A veces hay una tendencia en el contexto académico a “planchar” un poco el estilo y a escribir de manera uniforme, no importa cuál sea el tópico. Y a mí me parecía que, dado que el disfraz tiene este componente lúdico, no totalizante y no sistemático, lo más apropiado era aproximarse a este tema a partir de una escritura fragmentaria, evocativa y no tan conclusiva. Como has visto, también establece un diálogo distinto con la bibliografía; yo me planteé desde el principio escribir un libro que no tuviera citas directas, entonces el diálogo con la literatura especializada es más subterráneo.

El fragmento se prestaba para eso, porque podía ir tomando referencias y metabolizándolas sin tener que generar un sistema alrededor de todos estos fragmentos, o sin tener que hacer un uso coherente de fuentes que de por sí no están de acuerdo entre sí. Esto me permitía ir metabolizando conforme avanzaba en diferentes campos.

Imagino que esto permite escapar de las posiciones extremas que simplifican el asunto y, en ese sentido, un punto destacable es el vínculo entre vestimenta y disfraz que aparece caracterizado como “lábil”.

Exacto, porque esa frontera no está decidida desde la prenda misma, sino que son los usos sociales los que decretan si una prenda es un disfraz o es un artículo de moda. Porque una de las cosas que migran de mi tesis al libro es la idea de que toda práctica vestimentaria es una práctica contextual. Ninguna prenda por sí misma evoca un conjunto de significados determinados, sino que esos significados están siempre en tensionamiento con las prácticas sociales y con las grillas de inteligibilidad corporal que rigen la interacción humana. Es en ese sentido que considero que es lábil la frontera.

Entonces, ¿qué hace que un disfraz sea tal para un cuerpo y no lo sea para otro? Es el nivel de arreglo que esa prenda tiene con la norma vestimentaria que rige. Y eso es lo que abre precisamente la posibilidad de un uso político del disfraz, en el sentido de que justamente el disfraz político es aquel que irrumpe en un escenario que está codificado para descodificarlo y plantear una significación que excede lo que estaba previsto. Pienso en el ejemplo de Argentina que yo menciono, el caso de las Madres de la Plaza de Mayo y el uso de los pañuelos. Pero hay tantos otros ejemplos de la historia donde el disfraz genera esa dislocación de la que hablábamos y establece una fractura en el dispositivo que liga el cuerpo con la subjetividad que le estaba asignada.

Imagen: Andrea Bravo

Profundizando en algunos capítulos, el libro comienza con el disfraz ritual y la reflexión acerca de los símbolos y prótesis a los que el cuerpo puede acceder. ¿Qué lazos habilita este disfraz?

Me parece que es muy precisa la palabra “lazos” porque, en efecto, es algo muy propio de este tipo de disfraz. Es un disfraz que habilita a un tipo de lazo o vínculo para el cual los cuerpos no están habilitados en la vida cotidiana; dentro de un tejido comunitario, esta prenda irrumpe como una especie de elemento posibilitador de otros agenciamientos, de otras lógicas vinculares. Y, por lo tanto, este disfraz tiene un talante político, porque aparece como un elemento articulador de la comunidad, como un elemento actualizador del lazo social. Entonces, creo que se trata del uso histórico del disfraz más preponderante y quizás más universal, si es que cabe plantearlo así, en el sentido de que toda sociedad prácticamente tiene sus rituales. Y en ellos, el disfraz aparece como un elemento de la cultura material que orquesta esas interacciones.

Allí mencionás el Baile de los Diablitos, ¿verdad?

Sí, ese ritual es algo increíble. Se trata de una de las formas rituales más apasionantes de esta región. En realidad, hay rituales similares en Centroamérica, incluso en México. El año pasado presenté este libro en Chiapas y me contaban que tienen una ceremonia similar. Tiene un encanto particular, no solo por los disfraces que son súper sofisticados y coloridos, sino porque ese levantamiento que hablábamos antes de las normas sociales tiene un talante lúdico muy particular. Por ejemplo, en el Baile de los Diablitos es típico el abordaje físico del otro; hay una cosa de tocar al otro, de fustigarlo, de molestarlo. Y todo eso se hace por intermediación del disfraz, porque hay tipos de elementos que se utilizan, como una vejiga de cerdo, que trabajan de una cierta manera para molestar a la gente y abordarla. De manera tal que no puedes participar de la fiesta únicamente como un espectador, sino que el performance del propio ritual desdibuja esa dicotomía entre espectador y espectado. Así, se trata de un ejemplo regional que puede ser muy interesante, no solo por ese colorido, sino también porque refleja de manera muy clara cómo varían los códigos de socialización durante la fiesta y cómo el disfraz tiene un rol en esto.

En el libro se subraya ese aspecto lúdico, especialmente en el capítulo dedicado al disfraz festivo. ¿Cómo opera la comicidad en el disfraz? ¿Y en relación con la moda?

Me parece que ese elemento de la comicidad es uno de los que pone una frontera entre la moda y el vestido, en el sentido de que la moda, cuando apela a lo extravagante, siempre lo hace en una clave más bien de lo absurdo o de la superposición de elementos que no deberían estar superpuestos. Pero en el disfraz hay una apelación casi al ridículo. El cuerpo puede fácilmente, o con cierta facilidad, someterse a una forma del ridículo, del escarnio, de la burla y del humor en relación con uno mismo que la moda no permite. Porque la moda se rige más bien por el criterio de la extravagancia. Acá más bien se trata de una extravagancia que bordea con lo irónico y lo ridículo. 

Es otro tipo de humor y creo que eso también es muy liberador del disfraz, porque la moda establece una serie de rigores y fija o sutura al cuerpo unos sentidos muy establecidos y unas identidades aparentemente muy compactas, esencializadas y homogéneas. En el disfraz uno es el otro de sí mismo y ya ese asunto tiene algo de lúdico, algo de infantil, y entonces apela a un tipo de humor en el que uno no se ríe del otro, sino que se ríe de sí mismo. Es un humor que no es violento, porque es una puesta en escena de un humor autoinflingido.

Otro de los capítulos está dedicado al disfraz sexual. Me gustaría preguntarte qué vínculos se trazan entre disfraz, sexualidad y deseo.

Ese vínculo es, sin dudas, central; no me había detenido a pensar que de la mano de esa pulsión ligada a la fantasía hay posibilidades eróticas interesantes. Lo erótico, ya de por sí, aparece ligado al dominio de la fantasía; es interesante inspeccionar cómo la prenda puede posibilitar regímenes de deseo y posibilidades exploratorias que el cuerpo que no está disfrazado no puede acceder. Creo que a veces hay una descalificación muy rápida de lo que se juega en los disfraces, en el sentido de reducirlo un poco a un uso fetichizado de la prenda. Pero a mí me parece fundamental destacar cómo, incluso en una relación íntima entre los cuerpos –en una relación que no pertenece al dominio de lo público como en el caso del disfraz sexual– también el cuerpo se ve introducido en un régimen de significación distinto, y cómo eso puede potenciar no solo los cuerpos, sino lo que ellos pueden llegar a desear para sí y en el otro. Porque si hablábamos de que el disfraz supone una dislocación del sí mismo, en el contexto erótico lo que puede ser interesante del disfraz es la dislocación del sí mismo y del otro, y cómo en ese juego de espejos y de desfaces puede aparecer un deseo otro también.

Eso me parece sugerente, y ese era uno de los tópicos donde tal vez no había mucho escrito, o lo que había era más en esa clave de descalificación, del disfraz como una forma de fetiche, que suele tener mala prensa. Para mí era importante retar ese acto de reflexión intelectual de decir “no hay nada que pensar”, porque en realidad sí lo hay, porque si no, no recurrirían también tantas sociedades y tantas épocas al disfraz con un elemento erótico.

Y ahora que lo hablamos también pienso que es interesante porque es un erotismo distinto al de la moda, que está muy reglado en ese juego del ocultamiento-desocultamiento. Mientras que acá lo que hay es un régimen de deseo más ligado a la sorpresa y el juego con el otro.

Imagen: Andrea Bravo

Totalmente. En ese sentido, pienso que es interesante estudiar cómo la moda absorbe también ciertos fenómenos que encontramos en el terreno del disfraz. Por ejemplo, en el último tiempo, comenzaron a verse a diario prendas de la vida cotidiana con arneses, ligas o cadenas.  

Exacto, podemos ver cómo se complejiza la relación inicial entre moda y disfraz. Sin dudas, hay absorciones y reabsorciones entre uno y el otro; y las prendas y los individuos vamos circulando de un lado para el otro. Creo que ahí la moda hace algo muy característico, que es re-metabolizar ese significado y convertirlo en elemento de consumo. Lo interesante es que esos juegos no tienen final, sino que esos funcionamientos son permanentes y permite seguir estudiándolos, sobre todo para nosotros y nosotras en esta época en la que el asunto no pasa más por construir un sistema de la moda. Ahora se trata de poder deconstruir prácticas disciplinarias específicas. Ahí todos estos juegos que estamos mencionando son más notorios y no hay por qué petrificar esas dialécticas, sino que uno las puede pensar e integrar en el análisis.

Yendo a los capítulos finales, aparecen en el ensayo el disfraz escénico y el delictivo. Vos destacás diversos movimientos, desde el desdoblamiento y la explosión hasta la desidentificación ¿Qué efectos identitarios y políticos pudiste registrar?

Es cierto que aparecen diversos movimientos y, en ese sentido, hay talantes políticos distintos en el uso del disfraz. Aparece un primer plano en el que se trata de rechazar los mecanismos de etiquetado social, algo que se juega, por ejemplo, en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Pero también hay apropiaciones del disfraz con un uso deliberado del ocultamiento o de una fusión con el nosotros, con la masa política. Allí encontramos también un asunto de mofa, de cómo la vida política regula los cuerpos; aparece una desatención allí de algunas de esas codificaciones.

Creo que lo propio de este disfraz es que tiene muy marcado el interés por la apropiación, por intermediación de la ropa, del espacio y dominio público. Ahí el disfraz aparece también como un elemento que posibilita un tejido colectivo, parecido con lo del ritual, que de alguna manera el poder político quiere disolver. En el disfraz político me parece que casi siempre hay en juego un nosotros y que entonces ahí la prenda aparece como elemento identificador, como elemento que me hermana, que me enlaza con los otros y las otras. O bien, como elemento desidentificador, pero como movimiento colectivo de rechazo de la norma de lo que se supone que ese nosotros es. Entonces, de alguna manera, en lo político aparece este juego de proponer una discusión a propósito de la forma en la que están codificados los cuerpos, pero en este caso de lo que se trata es de una decodificación que tiene el talante colectivo.

Saliendo un poco del texto, me gustaría preguntarte acerca del campo académico de Costa Rica en relación con la moda y cómo se ha desarrollado allí.  

De algún modo se trata de un campo de estudios incipiente. Si es así en el campo latinoamericano, en Costa Rica eso es todavía más claro. Sin embargo, hay estudios interesantes, como los de Ángela Hurtado, que investigó la historia de la moda en Costa Rica. O estudios que tocan el tema de manera un poco más lateral, como el de Rebeca Woodbridge, que analizó el uso de la ropa como elemento mediador del poder psiquiátrico adentro del hospital.

Estoy seguro de que será un campo de estudios que irá creciendo, en la medida en que la ropa constituye un fenómeno omnipresente y un elemento mediador de las relaciones sociales.

Excelente. Para terminar quisiera que me cuentes cómo ves los estudios sobre la moda en la actualidad. ¿Qué discusiones o perspectivas están apareciendo o qué interrogantes estarían faltando?

Un interrogante que me parece especialmente rico, y que creo que está pendiente, es analizar qué pasó con la mascarilla en la pandemia. Ahora acabo de terminar de leer el último libro de Preciado, Dysphoria mundo, y tiene un par de ideas sueltas sobre el tema. Yo escribí un textito corto cuando apenas terminó la pandemia que le puse “Filosofía de la mascarilla” y hay escritos relacionados a las discusiones sobre salud. Pero creo que esa sería una pregunta que estaría lejos de estar agotada, porque lo que a mí me parece muy interesante es cómo un elemento de la cultura material, una prenda tan pequeña, logró condensar cuestiones estéticas y médicas de manera tan semióticamente intensa. Ya existe algo de ese orden, al considerar que la ropa puede ser al mismo tiempo productora de salud, como las modas leisure, y al mismo tiempo estetizar el cuerpo. Hay fenómenos en los cuales la moda se combina con elementos biomédicos, pero me parece que la mascarilla condensa un núcleo de sentido que estaría buenísimo que alguien pudiera entrar y discutirlo más a fondo.  

Creo que también hay discusiones relevantes que tienen que ver con la relación entre lo colonial y la moda, sobre todo desde este lado del mundo. Y también son fundamentales los análisis en torno a las condiciones laborales de la gente que produce las prendas Prêt-à-porter, que son discusiones que enlazan con el tema de las divisiones de clase, de la injusticia social, etcétera.

Me parece que actualmente tienen, además, un gran valor los estudios más empíricos y etnográficos en torno a la moda, con miradas más situadas sobre fenómenos, modas o prácticas vestimentarias específicas que tienen mucho para aportar, no solo dentro de los estudios sobre la moda, sino al campo de la discusión cultural.

Imagen: Andrea Bravo

Enseres: esbozos para una teoría del disfraz

Camilo Retana

 Editorial de la Universidad de Costa Rica

San José, 2020

139 páginas