Subversiva corporalidad: la maternidad como adversidad

Aborto Venezuela

Por:  Andrea Zambrano

Imagen: Megan Diddie

Maritza Jiménez y Jacqueline Goldberg son dos poetas venezolanas que despliegan en sus obras una sensible y compleja mirada acerca de nociones que abordan la maternidad como  imposición rechazada y el aborto asumido desde una afirmación categórica por la libertad. Andrea Zambrano nos ofrece una lectura de la obra de ambas autoras y la problematización que efectúan del ser femenino en su individualidad.


Es verdad
no te quise
y eso

lo advertiste
por eso esquivaste
mi helada entraña

“Conjuro”, Rosa Elena Pérez Mendoza[i]

 

Invisibilidad del deseo materno. Contra-discurso de la voluntad reproductiva. Maternidad enunciada desde la negación. La poesía escrita por mujeres en la Venezuela de fines del siglo XX, es la de una identidad femenina en la que convergen tanto el dolor de género como la subordinación del lenguaje. La aparición de cuerpos resistentes a la subyugación biológica, parece tejerse, a mediados de los años ochenta, en una especie de red discursiva en la poética femenina venezolana.

Una notoria multiplicidad de voces signó a la poesía contemporánea de este país, en un período en el que se daría cabida a nuevas formas de creación cultural en el continente. La década de los ochenta estuvo marcada por el advenimiento de un contexto propicio para la experimentación y renovación del lenguaje artístico, en el que lograrían filtrarse un conjunto de historias no registradas hasta el momento en el acervo literario del país: las voces femeninas.

Los poemas de Maritza Jiménez (Caracas, 1956) y Jacqueline Goldberg (Maracaibo, 1966), son relatos de mujeres con autoafirmación de deseos y transgresiones sociales. Mujeres que trazan narrativas y poéticas de la femineidad que, con sus propios cuerpos como protagonistas, ahondan en zonas ocultas de la experiencia femenina: el rechazo a la vida doméstica y la resistencia a la maternidad obligatoria. Mujeres gestantes con posturas ajenas al sentimiento materno, y con la afirmación de la procreación como destino fatal, son los tópicos que se presentan como eje central en los relatos presentados a continuación: “Hago la muerte” (1987) y “Máscaras de familia” (1988).

 

Sangre, libertad, culpa

Maritza Jiménez, escritora y poeta caraqueña nacida en 1956, es periodista por la Universidad Central de Venezuela y Magister en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar. De sus poemarios destaca “Hago la muerte” (1987), relato que se constituye como una severa confesión sobre su propio desgarramiento, junto a la dicotomía goce/sufrimiento que de allí se desprende. Jiménez ahonda en las heridas que devienen de realidades íntimas de la corporeidad femenina, recurriendo a recursos retóricos para tematizar sobre lo prohibido, lo inmoral, lo oculto: el aborto.

 

1
Náusea matinal
¿qué vida acuática de mí
-qué flor- viene a morder mi garganta?

(…)

3
como sangre salió
y en mi cuerpo dormía
al despertar
yo bailaba                                                                                                                                                                                         y bailaba
mi nueva libertad
lloro
y
confieso

 

Se presenta, como punto de partida, la transición de la fecundación (“náusea matinal”) al desalojo del feto (“como sangre salió”). Para quien narra, el aborto es presentado como hecho de feliz desprendimiento, como sensación de independencia y confesión de libertad. La referencia al no nacide aparece como una presencia incompleta (“líquido aún”), acompañada inmediatamente del empoderamiento del “YO” en mayúscula de la mujer que relata, y que se define a sí misma en la circunstancia de la procreación frustrada:

4
líquido aún
entre blancas paredes                                                                                                                                                                                     el grito                                                                 

YO                                                                                                                                                                                       abierta                                                                                                                                                                                               en posición de vida            

 

Con el desalojo del vientre cesan las náuseas. El cuerpo femenino regresa a su singularidad corpórea. No existen hijes, el seno se “seca”:

 

5
amor
cesó la náusea                                                                                                                                                                 

se detuvo mi vientre                                                                                                                                                        

ni el filo de una caricia
podrá protegerme              

 

6
se seca mi seno
ya no alimenta esta sangre
muero dos veces                                                                                                                                                                                          crepito sin sombra

7
llena de ortigas y abismos
voy como erizo
hasta la roca más profunda
a reventar                                                                                                                                                                         

lamiendo mi miedo            

 

Pero hacer la muerte es también vivirla (“muero dos veces”). Negar el destino biológico de la femineidad conduce a la mujer a vivir una individualidad “llena de ortigas y abismos”, una individualidad vivida desde el dolor, la soledad, la clandestinidad.

 

8
de mí
ni siquiera el barro                                                                                                                           

mi hijo es una oquedad

un vértigo

alguna Muerte
que en mi lengua enciende rastrojos

(…)

Al no nacide se le describe como una “oquedad”. Un ente sin rostro que se sirve de la sangre del cuerpo gestante, sangre que se muestra invasiva, constante, perdurable. Y, a la vez, una MADRE (también en mayúsculas) perdida, a quien no le crecen hijes en el cuerpo, pero tampoco en los ojos. Una madre que ya “no juega a la vida”:

 

11
Por siete días la sangre
el surco que se abre
y pasas

(…)

17
perdida al fondo                                                                                                                                                                                              la palabra MADRE  

devora cunas            devora llantos                                                                                                                                               sobre amnióticos vitales

en mi vientre como un puño
retando al vacío

(…)

ya no me crecen
niños en los ojos

ya no jugamos a la vida

26
que vengan buitres y gusanos

daré alimento

daré ceniza mensual

daré silencio

(…)

 

Así mismo, el poema de Jiménez deja entrever, a medida que va desarrollando la secuencia corporal, antípodas sensaciones respecto a la individualidad manifestada en versos preliminares. Las ideas de vacío, soledad, ausencia y ¿acaso culpa?, son presentadas en el relato desde un espacio turbulento, el de la muerte:

 

28
debiste ser la inundación
colorear las horas y el sentido
dibujar con tu furia tu pequeño pie
seguir golpeando desde adentro
entonces la muerte
con su traje falso de enfermera
(…)
retiraría espantada

 

No obstante, la muerte es recibida de manera “dócil”, en donde el cuerpo “árido” y “tendido” se constituye como un ente pasivo mediante el cual el feto fluye y se anula:


29

sus dedos
arrasan la lluvia  

escarban raíces en mi cuerpo

árida me tiendo
dócil la recibo

30
Asomada a los espejos
tu madre poda en sus cabellos –como metáforas-
el peso de uno, dos
– ¿cuántos hijos?-
que encorvan su espalda  

tu padre es túnel
su nombre es Muerte         

tu madre frente a la máquina
desnuda palabras para olvidar.[ii]

 

La experiencia de la maternidad inconclusa se convierte en testimonio, en escritura, en catarsis. En el relato nada se ha olvidado, aunque existe un esfuerzo por descartar los recuerdos. El peso del hije viene a representar, aún en su no existencia, la carga moral para el cuerpo femenino que rechaza, física y emocionalmente, su rol biológico.

 

Soledad, vacío, aversión

La escritora venezolana Jacqueline Goldberg es licenciada en Letras por la Universidad del Zulia y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Central de Venezuela. De su escritura, destaca la narrativa, la poesía, la literatura infantil, el ensayo, el periodismo y el género testimonial. En “Máscaras de familia” (1988), Goldberg diserta sobre la ausencia del deseo materno, en un discurso dirigido al hije por nacer.

 

ALGUIEN
deberá perpetuar mi necedad
ser el vástago      

entre ninguno
serás elegido       

no habrá preguntas           

sólo tú
vuelto náusea

 

En la espera del hije “vuelto náusea”, se evidencia una experiencia atormentada, una sensación de vacío ante una vida que todavía no ha sido. Frente a esa posibilidad, la proyección y/o imaginación del futuro materno no pasa por estados de plenitud o felicidad, por el contrario, queda relegado a un sentimiento de rotura y soledad:
ANTE LA PACIENCIA DE AJENOS
heredarás mi soledad        

te otorgaré
un destino sin pudor          

en la escuela
aprenderás a conquistar mapas
a multiplicar esperas          

pero sobre todo
aprenderás a rendirte

(…)

 

Ideas de sometimiento, pérdida de libertad y afección del cuerpo: todas consecuencias inevitables del hecho mismo de engendrar vida:

 

VENDRÁS
a clavarme
tu sangre mía      

a someterme

 

Con cruda y sincera contundencia, expone su lucha por “desterrar” al hije no nacide, a fin de preservar “un vientre sin rajaduras”, un cuerpo no intervenido por la presencia de un ente no deseado:

 

SI ALGUNA VEZ
por insomne
emprendes ruta hacia el delirio
recuerda que luché por desterrarte
por hacerme un vientre sin rajaduras

 

TE NOMBRO
por domesticar
un tiempo que nos alivie                                                                                                                

ÉSTA ES MI CERTEZA
mi fuga 

delirio
que amansa los cuerpos

tu sangre empozada

la infatigable hora
de volver
a las máscaras de familia

(…)

JAMÁS HABRÁ DESTINO   
tan predecible
como el de tu madre

horas desoladas
pozos encendidos
aves huyendo

(…)

 

El futuro de la madre está marcado por la desolación y la necesidad de huir. El hije por nacer es desesperanza y tristeza. Cuando intenta nombrarle, no encuentra más que “sombra” y “muerte”:

 

QUERRÉ PERDERME
cuando gimas en mi carne               

querré llamarte
sombra
muerte

hijo al fin

(…)

 

Pero hay, también, un vaivén de sensaciones: la escritora deja entrever la necesidad de alivianar el doméstico porvenir. Se percibe una necesidad de proyectarse en el rol de dulce madre que, impulsada por las ausencias del hogar, espera ser perdonada en el futuro:


SERÁ INÚTIL MI EMPEÑO
habrá noches afiladas
por la ausencia   
golpes amargos
sobre las arrugas de la cama           

hablaré de mentiras
países masacrados por la dulzura   

hablaré y hablaré               

hasta pedir perdón            

aunque no me creas

 

Sin embargo, las sensaciones de desgano, aversión y hostilidad se vuelven cada vez más tajantes a medida que se desarrolla el relato. El poema es quiebre y ruptura. Todo lo que envuelve la noción de maternidad (“milagro de los cuerpos juntándose en sudor”), es traído a las letras desde el rechazo. El hije se concibe como el “aborrecible” producto de sus “prisas de amante”:

 

NO ME INTERESA
el milagro de los cuerpos juntándose en sudor            

nada importa

apenas duermo
sobrevivo             

por ti
por el lamentable orgullo
que somos

 

ME AVERGUENZA
que nuestro grito
pueda ser el más hondo

que en él aparezca
tu justo aborrecerme

(…)

NO INSINÚO DERROTAS

no te culpo de amargar
mis prisas de amante

(…)

La soledad, el cansancio y la ausencia del goce como destinos forzosos de la procreación. Transformación corporal. Vida que acaba. Lectura como esperanza:

 

tu madre
será mujer muy sola
de ésas que leen
para no morir      

andará por la casa
aprendiendo que su cuerpo             

no resistirá más goces
que sus senos deberán hincharse
a la hora del descanso      

que acabó la vida[iii]

 

La voz que se enuncia como madre se apropia del relato para ir en contra de ese estado, y para mostrar a la poesía como medio de cuestionamiento hacia el protocolo de la maternidad. La vivencia relatada se presenta cargada de sufrimiento y soledad, en donde la pérdida del espíritu, el goce y la plenitud se constituyen como destino inevitable. En Goldberg, la poética de la maternidad es desarrollada desde lo adverso.


Maternidad como condena

La ausencia de hijes es pues el tópico central de estos relatos. Ausencia como deseo pero a la vez como carga. Ausencias como decisión, pero que pesan ante la idea de una descendencia coartada. Si bien en ambos relatos son constantes los sentimientos de reproches, quejas y desvelos frente al hecho de ser madre, también se evidencian las cargas sociales y morales con las que tiene que lidiar el contra-discurso de lo materno. Ambas escritoras forjan una articulación psíquico-corporal de lo femenino, en donde las ideas de destrucción del hije no nacide, se constituyen como primordial deseo ante las sensaciones de quietud, condena y muerte en las que se traduce la maternidad impuesta.

Goce, vientre, sangre, seno. Maritza Jiménez y Jacqueline Goldberg añaden corporalidad a sus relatos. Corporalidad subversiva al destino reproductivo. Corporalidad sublevada a la voluntad materna. Corporalidad nauseabunda, sangrante, dócil, retadora, deseante, lacerante, libre, ambivalente. Corporalidad insurrecta ante las promesas del embarazo. Bien lo dijo Adrienne Rich: nos acorralaron a la naturalidad de nuestros cuerpos y nos redujeron a fábricas de vida. La poesía supo plasmar aquello que hoy ya es ley en las calles: la maternidad será deseada o no será.

 

[i] PÉREZ, Rosa Elena. Conjuro. Caracas, Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2016. Disponible en: http://www.elperroylarana.gob.ve/conjuro/

[ii] MIRANDA, Julio. Antología histórica de la poesía venezolana del siglo XX (1907-1996). San Juan de Puerto Rico, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2001. Disponible en: https://goo.gl/bxU7VC

[iii] GOLDBERG, Jacqueline. Verbos depredadores. Poesía reunida 2006/1986. Caracas, Editorial Equinoccio, 2007. Disponible en: https://goo.gl/SbeUvt