El uniconio negro, de Audre Lorde
Imagen de portada: tapa de El unicornio negro (Editorial Torremozas)
Audre Lorde es una escritora medular del feminismo afroamericano que se autodefinió como “negra, lesbiana, madre, guerrera, poeta». Reconocida en el ambiente hispánico principalmente por sus ensayos, Revista Transas presenta una selección de poemas de El unicornio negro, el primero de sus poemarios que se publica en castellano, traducido por Jimena Jiménez Real, ex directora y colaboradora actual de nuestra revista.
Audre Lorde (Harlem, Nueva York, 18 de febrero de 1934 – Saint Croix, 17 de noviembre de 1992) es una de las escritoras medulares del feminismo afroamericano. Aunque se definía esencialmente como poeta, es conocida sobre todo por sus ensayos, que la convirtieron en una voz excepcionalmente lúcida del feminismo contemporáneo. Hoy podemos leer en español sus obras en prosa más destacadas: The Cancer Diaries (Los diarios del cáncer. Hipólita Edi-ciones, Argentina, 2008), Zami: A New Spelling of My Name (Zami: una nueva forma de escribir mi nombre. Editorial Horas y horas, España, 2009) y Sister Outsider. Essays and Speeches (La hermana, la extranjera: artículos y conferencias. Editorial Horas y horas, 2003). Hasta ahora, sin embargo, ninguna de sus obras poéticas se había traducido al castellano. Es por esto que la publicación de El unicornio negro, traducido de manera magistral por Jimena Jiménez Real, es un acontecimiento de suma importancia para los lectores de habla hispana.
Revista Transas fue testigo privilegiado del encuentro entre la poeta y la traductora. En agosto de 2016, siendo Jimena directora de la revista, publicó siete poemas de The collected poems of Audre Lorde (1997, Nueva York: W. W. Norton & Company). Tiempo después, en el marco de la discusión legislativa en Argentina sobre la legalización del aborto y estando ella ya en España, tradujo un pasaje de la autobiografía de Lorde referido al tema. Esperamos que la edición bilingüe de El unicornio negro (Editorial Torremozas) sea solo el primero de los frutos de esa fructífera relación.
Sobre la elección de este poemario entre los once que legó Lorde, escribe Jimena en la introducción:
Elegir uno solo de los once poemarios publicados por Audre Lorde no es tarea fácil, pero hemos considerado que The Black Unicorn (1978) es, quizá, el más potente de todos ellos. Concebidos tras una larga sequía creativa y con el fantasma del cáncer de mama acechando en el horizonte —recordemos que Audre escribió la primera de las entradas de sus Diarios del cáncer el 26 de enero de 1979—, los poemas que integran este libro ayudaron a la autora a recuperar su fortaleza en un momento de transición vital, e incluyen algunas de sus creaciones poéticas más reconocidas como Poder, Letanía para la super-vivencia, La hermana la extranjera y Harriet.
Y más adelante:
Lorde integra las experiencias vitales reflejadas en su obra, y la propia literatura afroamericana, en la tradición literaria africana y en su concepción de la vida como una exploración sentida e intuida, y al hacerlo huye de la literatura excesivamente victimista que atribuye a la mayoría de los escritores afroamericanos varones de su generación:
«Los escritores Negros tienden a clamar enardecidos para convencer a sus lectores de que también ellos tienen sentimientos, mientras que las escritoras Negras tienden a dramatizar el dolor, el amor. No parecen necesitar intelectualizar su capacidad de sentir; se centran en describir el propio sentimiento (…). No debemos celebrar la victimización, porque hay otras formas de ser Negro/a» (en My Words Will Be There)
(…)
El unicornio negro está en entera consonancia con esta perspectiva: en él, la poeta no pone sus herramientas al servicio de una documentación precisa de la mitología africana, el racismo en Estados Unidos, el feminismo ni los varios movimientos por los derechos de los afroamericanos, sino que se limita a entrelazar, contra cualquier definición unilateral, racista o heteropatriarcal de lo que es ser negra, mujer, lesbiana y poeta, sus propias emociones y percepciones de los acontecimientos del día a día con los saberes e historias de esa madre Negra de todas nosotras que viene de África.
El unicornio negro
El unicornio negro es egoísta.
El unicornio negro es impaciente.
Al unicornio negro lo confundieron
con una sombra
o símbolo
y lo llevaron
por un frío país
donde la niebla pintó burlas
de mi furia.
No es en su regazo donde yace el cuerno
sino hincado en su hueco de luna
creciendo.
El unicornio negro no encuentra sosiego
el unicornio negro es implacable
el unicornio negro no es
libre.
Habla una mujer
Por la luna marcada y por el sol tocada
aunque mi magia no está escrita
cuando el mar dé media vuelta
dejará tras de sí mi forma.
No busco ningún favor
intocada por la sangre
implacable como la maldición del amor
permanente como mis errores
o mi orgullo
no mezclo
amor con pena
ni odio con desprecio
y si me conocieras
mira en las entrañas de Urano
donde bate el incansable océano.
No habito
mi nacimiento ni mis divinidades
soy intemporal y a medio hacer
y busco aún
a mis hermanas
brujas en Dahomey
que me llevan en sus telas enroscadas
como hacía nuestra madre
en duelo.
He sido mujer
largo tiempo
cuídate de mi sonrisa
traiciono con magia antigua
y la furia nueva del mediodía
con todos tus amplios futuros
prometidos
yo soy
mujer
y no blanca.
Recorrer nuestras fronteras
El primer día radiante ha zanjado
lo peor del invierno.
Despertamos de la guerra
para caminar por el terreno
que rodea nuestra casa
atónitas de que el sol pueda brillar tan fuerte
después de tanto dolor
Con cautela inspeccionamos la parcela compartida.
Una parte del jardín del año pasado resiste
helechos
una tenaz vaina de ocra se aferra a la parra
parodia de fruta gélida e hinchada
bajo los pies
una tablilla podrida
se convierte en marga.
Tomo tu mano junto al montón de compost
contenta de estar viva y aún
contigo
hablamos de asuntos corrientes
con alivio
mientras miramos hacia arriba
como temiendo
que no haya apretados brotes
en nuestro viejo manzano
que tanto dañó la tormenta el pasado invierno
sabiendo
que no compensa acariciar símbolos
cuando la sustancia
yace al alcance de la mano
a la espera de ser tomada
tu mano
se desprende de la corteza del manzano
como fuego casual
por mi espalda
mis hombros son hojas muertas
que esperan revivir
ardiendo.
El sol es acuosamente cálido
nuestras voces
son demasiado altas para este jardín pequeño
demasiado tentativas para mujeres
tan enamoradas
los tablones están sueltos
nuestros pasos mantienen este lugar
unido
como lugar nuestro
las decisiones compartidas completan
lo posible
no sé cuándo
volveremos a reír
pero la próxima semana
labraremos otra parcela
para la siembra de esta primavera.
Afuera
En el centro de una ciudad cruel y espectral
todo lo natural resulta extraño.
Crecí en una auténtica confusión
entre pasto, hierbajos y flores
y nada era «de color»
salvo la ropa en la que no debía usar lejía
y nadie me llamó negra
hasta cumplir los trece.
Nadie linchó a mamá
pero lo que ella no fue
había blanqueado todo en su cara
menos furias muy privadas
y eso hizo que los otros niños
me llamaran mocosa amarilla en la escuela.
Y cuántas veces me he llamado negra
en la confusión de mis huesos
negra
como médula que implica carne
y cuántas veces me has cortado
vertiendo en las calles
mi propia sangre
¿quién crees que soy
que temes convertirte
o qué ves en mi cara
que no hayas rechazado aún
en tu propio espejo
qué rostro ves en mis ojos
que un día tú
llegarás
a conocer como propio?
A quién maldeciré por haber crecido
creyendo en la cara de mi madre
o por haber vivido con miedo a la recia oscuridad
que lleva la forma de mi padre
ambos me han marcado
con su amor ciego y terrible
y ahora estoy ávida de mi propio nombre.
En los barrancos de sus graves silencios
madre clara y padre pardo
busco ahora mi propia forma
pues nunca se refirieron a mí
sino como suya
y las partes que me hacen tropezar y caer
las percibo aún como prueba
de que yo soy bella
dos veces
bendecida por las imágenes
de quienes fueron
y de quienes pensé una vez que eran
de aquello hacia
y por donde avanzo
y de lo que necesito
dejar atrás
sobre todo
bendecida por mis yos
que han venido a juntar
los añicos de nuestros rostros.
Poema del bicentenario n.º 21 000 000
Bien sé
que las fronteras de mi nación están
en mí
pero al ver viejas películas
de la liberación final de París
donde el motor de los tanques retruena por tierras
que vuelven a ser suyas
y los ancianos franceses lloran
con el sombrero sobre el corazón
al cantar el victorioso himno nacional
Mis ojos se llenan de lágrimas turbias
sin tierra donde caer.
Sobre la religión
Los domingos
después de misa
aprendí a amar
al son del góspel
enardecida al pasar junto a los cubos de basura
del verano de mi armagedón infantil.
Mujeres negras lustrosas
especiadas como calabazas oscilantes
ataviadas con mantos blancos
de manga larga
seda contra ladrillo
y su ritmo bamboleante
que chasca como cerbatanas
en las horas de agosto
mientras los tamborines repiqueteados
compás del golpeteo de manos
se elevaba por los conductos de aire
dulce y oportuno.
Oigo la música filtrada
por una ola de calor
del eclesiástico reproche de mi madre.
Una muchacha flaquita y de pelo ensortijado
correteaba recolectando
ante mi envidiosa mirada
monedas envueltas en periódico
y en esquinas de sábanas viejas
que incluso mi madre
de mala gana
arrojaba.
La hermana la extranjera
Nacimos en un tiempo pobre
sin tocar nunca
el hambre de la otra
sin compartir nunca
nuestros mendrugos
por miedo a
que el pan se hiciera enemigo.
Hoy criamos a nuestras hijas
en el respeto por sí mismas
y por las otras.
Hoy has hecho a la soledad
sagrada y útil
y ya no la necesitas
hoy
tu luz brilla muy fuertemente
pero quiero
que sepas
que tu oscuridad es también
rica
y trasciende el miedo.
La doncella ramera
Pero mi vida no es portátil
dijo la doncella ramera
necesito luz fija
para hacer que mis bobas orquídeas
se conviertan
en premios
y la máquina que uso
para hacer mi pan
abulta demasiado para desplazarla
sin problema y además
necesita
una corriente de gran intensidad.
Pero la vieja doncella que habita tu ombligo
es el deseo de la doncella ramera
y tus orquídeas cantan sin olor
en la luz fija como sirenas.
Siempre puede una salir
corriendo
dijo la doncella ramera
pero mi vida no es portátil
y con todo empezó a bailar
coqueta al ritmo
de un violín gitano–
hendido por mi arco una y otra vez
con una bocanada de denso dolor
AHORA BIEN
Esa es una obra que no puedo dejar atrás
susurró.