El trabajo performático con la ancestralidad afro, la memoria y las temporalidades. Entrevista a Aline Motta
Por: Lucia Belmes y Rocío Filippini
Aline Motta nació en Niterói (RJ), en 1974. Vive y trabaja en São Paulo. Es artista multidisciplinaria, en sus trabajos mezcla fotografía, video, instalación, performance, arte sonoro, collage, material impreso y materiales textiles. Su investigación busca crear nuevos significados en torno a corporalidades, linajes y existencias diversas. En esta entrevista, Lucía Belmes y Rocío Filippini conversan con la artista a partir de la reciente edición en español de su libro El agua es una máquina de tiempo, traducido por Gonzalo Aguilar y publicado en Mandacarú Editorial, sobre el trabajo performático con la ancestralidad afro, la memoria y las temporalidades que surge de la propuesta artística de Aline y de este libro en particular.
Lucía: En El agua es una máquina de tiempo está presente la idea de que la hija es una ancestra de la madre. La investigación, el trabajo artístico de la hija permite revelar fragmentos y conexiones del linaje familiar, ¿qué supone esta intervención artística en términos de una concepción particular del tiempo? -Pensando en que la ancestralidad tensiona una concepción del tiempo lineal y nos permite advertir una dimensión circular, desde la presencia del pasado en el presente-.
Aline: Cuando entré en contacto con las filosofías centro-africanas, difundidas en Brasil a través del pensamiento de Leda Maria Martins, Makota Valdina, Tiganá Santana, entre otros, pude comprender la idea del tiempo espiralado, que ya aplicaba en mis trabajos, pero no sabía cómo nombrar esa operación de barajar tiempos y cambiar roles dentro de un linaje familiar. Es la conexión ardiente entre nietos y abuelos, entre madurez y contacto con los ancestros, estas líneas que forman la encrucijada de la vida con sus desafíos y tensiones.
El agua mediaría entre el tiempo cronológico y el tiempo de la memoria, lo que yo recuerdo y también lo que recuerda mi abuela. Un tiempo que se transforma en líquido amniótico que puede generar una nueva manera de contar viejas historias o imaginar otro desenlace para las experiencias traumáticas. El agua coloca ese vehículo (o barco) en movimiento, que llamé máquina de tiempo, que atraviesa las generaciones y cruza varios planos entre sí, yendo en dirección tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Yo estaba interesada en una reescritura de lo vivido y de lo que se entiende como destino, en cuáles serían las posibilidades de intervenir en las dos puntas de la existencia. El tiempo, al espiralarse, te permite retornar a una experiencia pasada, pero con la acumulación de experiencias presentes. El espiral es este círculo expansivo, en el que pude utilizar las herramientas de la literatura y las artes visuales para realizar estas alquimias del lenguaje. El libro está atado como un paquete espiritual, porque narrar también es medicina.
Imagen: Aline Motta
Rocío: En la figuración de esta temporalidad no lineal, no cronológica, ¿de qué forma interviene la “ancestralidad literaria” en la construcción de una nueva narrativa negra brasileña? Puede leerse una genealogía literaria que se retoma con la cita de “Padre contra madre” ¿cómo se replica el trabajo con el linaje propio en el vínculo con lo literario y sus reescrituras?
Aline: Cuando comencé a investigar sobre mi familia, algunos detalles fueron realmente sorprendentes. Uno de ellos fue la coincidencia de que una tatarabuela había muerto en un domicilio emblemático en el centro de Río de Janeiro, que se menciona en uno de los cuentos más impresionantes de Machado de Assis, “Padre contra madre”. Era inevitable hacer esos vínculos con los domicilios, los acontecimientos históricos relativos a aquel territorio específico como la “Revuelta de la Armada” y el marco literario y cultural de finales del siglo XIX en Río de Janeiro. El propio Machado de Assis caminaba mucho con sus personajes por las calles de Río, hay varias citas de trayectos enteros en las que se puede recorrer las narrativas a pie, mismo con todas las demoliciones y transformaciones urbanísticas de la ciudad. Algunos de estos trayectos los realicé con vuelos con drones, que acabé incorporando a la adaptación cinematográfica de mi libro.
También, esa reescritura incorpora un conjunto de canciones, tanto las del siglo XIX de una compositora como Chiquinha Gonzaga, como canciones religiosas y tradicionales que escuché en mi infancia. También hay reescrituras de noticias periodísticas de distintas épocas, diarios, actas de defunción, partidas de matrimonio, collages de una libreta escolar y sobres con negativos de fotografías… O sea, es un trabajo textual que reúne una enorme diversidad de fuentes y registros, sean estos esencialmente literarios, como lo de Machado, o más corrientes, como la escritura periodística. Fue la manera que encontré para recordar muchas de estas experiencias a partir de una enorme cantidad de fragmentos. Incorporé este texto a elementos que aún hoy están muy vivos en la memoria de la ciudad.
Veo con gran alegría el surgimiento cada vez mayor de autores negros que se publican en Brasil y quizás algo que pueda unirnos es abordar estos orígenes, la excavación sistemática de elementos que configuran un pasado en el que somos protagonistas y agentes que no se ajustan al destino que querían legarnos.
Lucía: Desde tu trabajo, se plantea una relación entre linaje y lenguaje: ¿cuál sería la potencia de la performance para figurar o restituir linajes posibles?
Aline: Creo que no es casual que mi libro termine con una receta de llantén de una tía-bisabuela que cura una serie de enfermedades. Una persona identificó también la posibilidad de uso de esa misma hierba con finalidades abortivas. Siento que las palabras del libro sirven para una infinidad de sentidos y modos de uso, dependiendo de la lectura de cada uno, que, inclusive, puede ser hecha de un modo aleatorio, sin seguir el orden lineal de las páginas, abriendo más posibilidades de entendimiento de lo que fue leído/absorbido. Son linajes que se restituyen, pero también pueden deshacerse, se disuelven en el inconsciente, de vuelta al todo indiscernible.
Imagen: Aline Motta
Lucía: En distintas intervenciones, mencionás la idea del ‘archivo emocional’, ¿cuál es la materia de este archivo y cómo dialoga con el instante/ presente de la performance?
Aline: Volviendo a la profesora Leda Maria Martins, ella dice que “en una de las lenguas bantú del Congo, el kikongo, el mismo verbo, tanga, designa los actos de escribir y danzar, de cuya raíz se deriva, además, el sustantivo ntangu, una de las designaciones del tiempo, una correlación plurisignificativa. Aquí, en una coreografía de retornos, danzar e inscribir en el tiempo y como tiempo las temporalidades curvilíneas. La performance ritual es, por lo tanto, simultáneamente, un rasguño, una huella, un retro, un tiempo recurrente y un acto de inscripción, una afrografía.” Es notable como la palabra “tango”, que también es sinónimo de “sol” en kikongo, sea una danza que, en una serie de giros, performa el camino de rotación del sol. Quiero traer la palabra tango como un ejemplo de que un archivo emocional puede estar contenido en una única palabra que evoca toda una cultura y un modo de ver la vida. Las etimologías son síntesis de una serie de archivos, y muchas veces son percibidas (y preformadas) sin el conocimiento de esos orígenes ancestrales que las mantienen vivas hasta el día de hoy.
Bailar es performar ese archivo, escribir y leer mi libro en vivo también son formas de performar ese archivo y recibir, al calor del momento, el impacto de la incorporación de esas palabras en la reacción del público. Una de las presentaciones más lindas se dio en marzo de 2024 en Buenos Aires. Sentí que el público realmente parecía escuchar con todo el cuerpo las palabras que yo decía y, antes incluso de terminar, recibí tal vez uno de los aplausos más sentidos de toda mi vida. Quizás hay esas conexiones con el público, con una ciudad, a veces sumergidas, que salen a la superficie en momentos como ese.