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La narración como bandera. Reseña de Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie

Por: Ángela Martín Laiton y Martina Altalef

El próximo viernes 7 de mayo, el Núcleo de Estudios sobre África y sus Literaturas de la Maestría en Literaturas de América Latina del Centro de Estudios Latinoamericanos de UNSAM alojará un conversatorio sobre la novela Medio sol amarillo, de Chimamanda Ngozi Adichie. Esta narradora, intelectual y activista nigeriana ha volcado su escritura hacia la mediación entre la diversa cultura nigeriana y su formación en universidades occidentales. Además, es reconocida por destacar la importancia de leer a África a partir de sus propias narrativas, de sus autores y oralidades. También, ha resaltado a través de sus publicaciones y en su quehacer como activista la importancia del feminismo y su perspectiva como mujer africana. La novela publicada en 2006, construida a partir de documentos bibliográficos y narraciones orales, principalmente de la familia de Adiche y pertenecientes al pueblo Igbo, narra el proceso de la guerra de Biafra desde la mirada de distintos personajes. Ángela Martín Laiton y Martina Altalef leen el singular entramado de usos de las lenguas que construye esta novela.


Aunque Chimamanda Ngozi Adichie no había nacido cuando estalló la guerra de Biafra, toda su familia Igbo la vivió en Nguza. A través de la investigación bibliográfica detallada sobre los tres años que duró la guerra (1967-1970) y haciendo uso de las narraciones que se conocían al interior de su familia, escribió Medio Sol Amarillo; un entramado de historias que problematizan paralelamente la guerra y las relaciones humanas, mientras entrelaza la fuerte presencia del colonialismo, las distintas resistencias que surgen y la pugna por la cultura, la lengua y la tradición.

Medio sol amarillo se publicó por primera vez en Londres, en 2006, con el título Half of a Yellow Sun. De inmediato fue celebrada por la crítica, los sistemas de premiación y el público lector y al año siguiente se tradujo al español. Se trata de un entramado de narrativas y personajes que se cruzan, encuentran y desencuentran en las dinámicas de sociabilidad y política de los años signados por la guerra entre Biafra y el estado de Nigeria. La novela construye memorias sobre esa guerra a través de la caracterización de varios personajes diversos entre sí y así discute el relato europeo que ordena el conflicto como “lucha tribal” o simple disputa territorial entre etnias locales, miradas recurrentes de occidente sobre los diferentes conflictos africanos. La construcción de sus figuras tiene como eje vital los enredados usos de las distintas lenguas habladas en el territorio y se despliega a lo largo de la década de los sesenta en la actual Nigeria.

Chimamanda Ngozi Adichie, además de reconocidísima por magistrales discursos proclamados en múltiples ámbitos, es autora de novelas aclamadas por la crítica y por diversos públicos lectores en amplias regiones del planeta. Nació en el seno de una familia Igbo en 1977 en Énugwú, ciudad ubicada al sudeste de Nigeria que a fines de los años sesenta se consolidó como la capital de la República de Biafra. Su niñez transcurrió en Nsukka, donde desarrolló sus primeros estudios escolares. A los 19 años recibió una beca y se mudó a Estados Unidos, país en el que cursó estudios de grado y posgrado en varias universidades.

La autora afirma que la guerra es parte de su historia, aunque tuvo lugar años antes de su nacimiento. En la nota que da cierre al libro, asegura que algunos personajes y experiencias de la narración toman como base a miembros y vivencias de su familia, mientras que  otros son puramente ficcionales. En ese breve apartado final, también da cuenta de la exhaustiva investigación histórica sobre Biafra que permitió la escritura de esta novela, en la que destaca fuentes periodísticas y fotográficas así como narraciones orales, sobre todo las de su madre, tías y abuelas.

La temporalidad es el gran eje organizador del libro, dividido en cuatro partes que agrupan un total de 37 capítulos. Esas partes, a su vez, replican dos veces la década en que se produjo la guerra, pero segmentada en dos mitades: principios de los sesenta, finales de los sesenta, principios de los sesenta, finales de los sesenta. Frente a este proceso escritural, Adichie afirma que quiso construir un libro en el que se desarrollara una historia de amor y de guerra, que también fuera fuente de memoria histórica sobre lo ocurrido en esos años. En una entrevista titulada “The Story Behind the Book”, comenta:

I wrote this novel because I wanted to write about love and war, because I grew up in the shadow of Biafra, because I lost both grandfathers in the Nigeria-Biafra war, because I wanted to engage with my history in order to make sense of my present, many of the issues that led to the war remain unresolved in Nigeria today, because my father has tears in his eyes when he speaks of losing his father, because my mother still cannot speak at length about losing her father in a refugee camp, because the brutal bequests of colonialism make me angry, because the thought of the egos and indifference of men leading to the unnecessary deaths of men and women and children enrages me, because I don’t ever want to forget. I have always known that I would write a novel about Biafra.

Tanto la autoría como la novela se caracterizan por un peculiar equilibrio: las identidades se construyen sin ocultar ni enaltecer los vínculos con occidente. Eso, no obstante, no se manifiesta como ausencia de juicio crítico. Los personajes se forman a través de una mirada amable que abraza la complejidad de cada identidad al tiempo que la pone en perspectiva. La historia provoca choques entre personajes de la ciudad y el campo, negrxs y blancxs, nacionales y extranjerxs, ricxs y pobres, letradxs y no-letradxs. Así, son los personajes y sus propias experiencias quienes van entretejiendo los conflictos que la guerra revela, la desigualdad, la pobreza, el colonialismo, y las religiones. La guerra tiene unas afectaciones distintas para Olanna y Odenigbo como pareja intelectual pro-africanista de aquellos días, para Olanna y Kainene como hermanas de una familia acomodada, y particularmente para Ugwu, un niño venido de la ruralidad que evidencia la sociedad racializada, desigual y empobrecida de Nigeria.

Un aspecto muy relevante a tener en cuenta sobre la guerra de Biafra y la importancia de narrarla a través de la literatura nigeriana es que ésta es conocida como una de las pioneras en el continente africano en la que los pueblos nativos intentan cambiar las fronteras dictadas por los colonialistas occidentales. Por tanto, la construcción que hace Adichie para diferenciar los personajes y las formas de vida entre el norte y el sur de Nigeria son muy sugerentes sobre la racialización de la pobreza y la extracción de recursos naturales en los lugares con personas más empobrecidas. No es coincidencia que varios países muy poderosos de occidente hayan intervenido diplomática y armamentísticamente en esta guerra, conscientes de los recursos petrolíferos de Nigeria.

Medio sol amarillo está dedicada a los dos abuelos de la autora, que murieron en campos de refugiados durante la guerra, y a las dos abuelas, que sobrevivieron. La novela no falsea una suerte de no-occidentalización para construir esa ancestralidad con la que busca darse inicio. Desde esa apelación primera, crea memorias sobre un tiempo histórico que la autora no vivió. En esa dedicatoria, leemos también una frase en igbo: “ka fa nodu na ndokwa”, sin traducción. Toda la narración, escrita originalmente en inglés, seguirá esa impronta. Las intervenciones de términos en lenguas nativas del territorio nigeriano son permanentes, tanto en los parlamentos de los personajes como en la voz narradora.

La nota que cierra la novela, en la que Adichie dedica su escritura a familiares, amigxs y colegas y sienta el canon literario con que conecta su trabajo, finaliza con una bella convocatoria que fusiona literatura y política: “May we always remember” (“Que siempre tengamos memoria”). Así, la construcción de una memoria y una ancestralidad está presente de principio a fin en la obra.

Esa memoria se construye sobre todo de lenguas y discursos. Cuando se aproxima la guerra, cuando empiezan a acechar los golpes de estado, la incertidumbre y la violencia política, leemos una lucha discursiva por la creación de la realidad: hay personajes que se niegan a creer en la guerra incluso cuando ya se está produciendo, mientras que otros personajes la vaticinan constantemente. Esta lucha discursiva y las primeras masacres tienen lugar en simultáneo. Frente a ello, Adichie destaca la importancia de la memoria colectiva y el diálogo frente a conflictos que quieren cerrarse con el silencio, como el de Biafra, señalando su vigencia en la Nigeria actual:

The war is still talked about, still a potent political issue. But I find that it is mostly talked about in uninformed and unimaginative ways. People repeat the same things they have been told without having a full grasp of the complex nature of the war or they hold militant positions lacking in nuance. It also remains, to my surprise, very ethnically divisive: the (brave enough) Igbo talk about it and the non-Igbo think the Igbo should get over it. There is a new movement called MASSOB, the movement for the actualization of the sovereign state of Biafra, which in the past few years has captured the imagination of many Igbo people. MASSOB is controversial; it is reported to engage in violence and its leaders are routinely arrested and harassed by the government. Still, despite their inchoate objectives, MASSOB’s grassroots support continues to grow. I think this is because they give a voice to many issues that have been officially swept aside by the country but which continue to resonate for many Igbo people.

La construcción identitaria de cada personaje –desde lxs protagonistas hasta aquellxs que iluminan breves pasajes del texto– se produce en la lengua plasmada en cada parlamento. La propia narración y lxs otrxs personajes se mantienen siempre atentxs a cuán bien “domina” esa lengua cada personaje. Esa tensión tiene como gran base al inglés entrelazado con el igbo, el yoruba y el hausa.

En las primeras páginas de la novela conocemos a Ugwu, un niño que desde los trece años trabaja como sirviente en la casa del profesor Odenigbo en Nsukka, ciudad universitaria donde la autora pasó la niñez. Ugwu aprende inglés al tiempo que trabaja en esa casa. La relación entre ambos personajes es compleja y, en ocasiones, las ideas socialistas del profesor pretenden difuminar la jerarquía entre ambos. Sin embargo, la lengua de Ugwu no la olvida jamás. Se refiere al hombre que le da trabajo como “sah”. Esta escritura fonética de la fórmula de tratamiento “sir” del inglés es especialmente significativa. Por un lado remite sin cesar a la posición de subalternización de Ugwu por ser un niño, por provenir de zonas rurales, por trabajar como sirviente. Por el otro, evidencia cómo la escritura de Chimamanda resalta la materialidad de la lengua como manifestación de las identidades y relaciones sociales. Los vocativos “sah” y “mah” (madam) caracterizan la lengua de este niño y condensan esas relaciones marcadas por la etnicidad, el género, la clase, la escolarización, la edad.

Antes de la guerra, Odenigbo organiza reuniones con intelectuales en su casa en las que se discute el panorama político del país y de África en general. Mientras debaten sus ideas, casi siempre vinculadas al pensamiento de izquierdas, Ugwu les sirve bebidas y comidas. Participa de esas discusiones como testigo –invisibilizado por quienes conversan– y se nutre de ellas para aprender. Es bastante llamativo que sea este personaje quien se devele más adelante en la novela como narrador de la historia, lo letrado sigue siendo el horizonte cultural para los países colonizados por occidente.

Por su parte, Olanna, pareja de Odenigbo, es un personaje de clase acomodada del norte de Nigeria, formada en occidente, que busca a través de su familia en el sur una construcción constante de su “africanidad”. Adichie, a través de este personaje, construye una mujer autónoma, letrada y con una postura política evidente, pero que debe mediar entre esa clase alta que ve en las cultura nativas retraso y subdesarrollo, y su relación con sus tíos en el sur, que constantemente la hacen sentir como una outsider de estos pueblos, en aspectos de las formas tradicionales de vida y sobre todo, la lengua. Recordemos que en uno de los apartados, mientras Olanna está incómoda por el humo que sale de la cocina de leña de su tía y los huevos de cucaracha sobre la mesa, desea saber yoruba y hausa en vez del latín y el francés que ha aprendido en la universidad.

El componente étnico de las identidades de los personajes se hace especialmente relevante cuando el conflicto bélico comienza a estallar. Los personajes deben administrar los modos de performar sus cuerpos, sus lenguas y sus orígenes para sobrevivir en ciertos espacios fronterizos y a la hora de buscar resguardos. Así, por ejemplo, Olanna se refugia en un pañuelo que cubre su cabello y parte de su rostro cuando le urge volver a su casa en Nsukka, tras ver masacradas a su tía y a su prima embarazada. El comandante Madu, por su parte, narra a su amiga Kainene cómo los soldados nigerianos revisaban los pies de quienes pudieran ser hombres Igbo vistiendo uniformes militares para salvarse en busca de callos y heridas provocados por el uso constante de botas. Las vestimentas y las marcas en los cuerpos también señalan identidades y deben gestionarse en tiempos de conflicto.

Una escena de singular crueldad en ese sentido es la que atormenta a Richard: al volver de una corta estadía en su Londres natal, conversa con un joven en igbo en el aeropuerto de Kano, ciudad que destaca como importante centro comercial del pueblo hausa. El muchacho, llamado Nnaemeka, era de un pueblo cercano al de Kainene, pareja de Richard. Instantes más tarde, un soldado apunta contra Nnaemeka y lo desafía a pronunciar “Allahu Akbar”. El chico no puede hacerlo sin delatar su origen a través de su acento y el soldado lo asesina. La guerra se arma en la lengua, con la lengua, contra la lengua.

La misma consciencia respecto de la materialidad del lenguaje y sus relaciones con la colonia puede leerse en la línea que traza la narración respecto de los libros. Los libros presentan valores ambivalentes al interior de la novela. Odenigbo, un personaje retratado como un académico universitario, con una casa inundada de libros, quien a través de su quehacer intelectual busca resaltar los saberes africanos (Esta mezcla entre la cultura letrada y la cultura oral es muy común en los académicos que estudian África o América). Es muy interesante cómo es retratada la relación entre Odenigbo y Ugwu, porque, aunque el primero es un intelectual defensor de los saberes africanos, sigue viendo jerárquicamente a un niño cuyos saberes son rurales y nativos. De hecho, lo invita a la lectura y el conocimiento a través de las formas tradicionales de occidente. La construcción del académico-intelectual africano media entre la exaltación de algunos saberes de los pueblos nativos y la imposición de la cultura letrada que dejó el colonialismo.

Algo análogo ocurre con Olanna, otro personaje lector, que encarna las fricciones entre sus orígenes y su crecimiento occidentalizado. Su prima embarazada admira los conocimientos y saberes que la caracterizan y desea que su hija (que no llega a nacer pues la joven es masacrada poco tiempo después) se parezca intelectualmente a Olanna. Sin embargo, ella descree de ciertas tradiciones rurales y por eso de inmediato la ridiculizan como alguien que ha leído “too much Book” (“demasiado Libro”). La contradicción colonial es permanente y hace ruido en todos los vínculos narrados en Medio sol amarillo.

Entre los personajes protagónicos de esta novela, Richard es un hombre británico, blanco y joven que permanentemente choca con encrucijadas características de quien profundiza el conocimiento de su propia blanquitud. Rodeado por mujeres y hombres africanxs negrxs de distintas etnias, religiones y clases sociales, con distintos niveles de escolarización, distintas vinculaciones con Europa y distintas perspectivas ideológicas, vive en Nigeria y explora el arte Igbo Ukwu. Se propone escribir un libro que planea titular El mundo guardó silencio cuando morimos. Sus páginas narran experiencias que otros personajes le relataron y fragmentos de la historia de Nigeria y se filtran entre las páginas de Medio sol amarillo. Allí se cuenta una genealogía de Nigeria:

“… en la Conferencia de Berlín de 1884 en la que los europeos dividieron África, se aseguró de que Gran Bretaña arrebatara a Francia los dos protectorados junto al río Níger: el norte y el sur.

Los británicos prefirieron el norte. Allí el calor era seco y agradable. Los hausa-fulanis tenían la piel más clara y por eso se consideraban superiores a los negroides del sur. Además eran musulmanes, lo que equivalía a ser civilizados hasta donde les permitía su condición de indígenas, y seguían una organización feudal, lo que los hacía ideales para el gobierno indirecto. Ecuánimes emires recaudaban impuestos en nombre de los británicos y éstos los recompensaban manteniendo alejados a los misioneros cristianos.

Por el contrario, el sur, con su clima húmedo, estaba lleno de mosquitos, animistas y tribus dispares. Los yorubas constituían el grupo mayoritario en el sudoeste. En el sudeste, los igbos vivían en pequeñas comunidades republicanas. No eran nada sumisos y sí preocupantemente ambiciosos. Como carecían del sentido común necesario para tener reyes, los británicos crearon la figura del gobernador, porque la dominación indirecta suponía menos gasto para la Corona. Permitieron la entrada a los misioneros para someter a los paganos, y así el modelo educativo y la religión cristiana que impusieron prosperó. En 1914, el gobernador general unió el norte y el sur, y su esposa eligió un nombre. Acababa de nacer Nigeria.”

Richard se encuentra en una permanente búsqueda identitaria. Gracias a esa búsqueda, la narración replica una construcción histórica que ancla esta novela a su contexto. Además, este hombre inglés se compromete con la lengua igbo, busca perfeccionarla, procura una fluidez nativa. Quiere afianzar su identidad a ese mundo africano a través de sus estudios y también mediante su vínculo con Kainene, hermana melliza de Olanna. Este hombre blanco no solo se encarga de estudiar las culturas locales, sino que también acompaña y milita la creación de Biafra porque piensa que podría encontrar en ella una pertenencia que no halla en Inglaterra y que no puede hallar en Nigeria.

Así, es posible pensar que esta narración se arma como bandera de una nación, o mejor de la memoria de una nación. Medio sol amarillo, el título de la obra, hace referencia al símbolo ubicado en el centro de la bandera de la República de Biafra. Esa bandera retoma una cromática extendida entre las naciones en proceso de descolonización durante la segunda mitad del siglo XX en África: rojo, por la sangre derramada, negro, en señal de duelo por las vidas perdidas y verde en representación de un futuro próspero para las naciones en lucha por la independencia. En el caso de Biafra, las tres franjas horizontales tomadas de la bandera panafricana dan marco a la mitad de una circunferencia dorada acompañada por pequeños picos que simbolizan el sol naciente y sus rayos. En la bandera, este medio sol amarillo indica un futuro glorioso para la nación. La novela, al tomar este símbolo central como título e irradiar historias sobre el dolor, el amor y las luchas de múltiples personajes, se arma como escritura de una memoria vital sobre la lucha de los pueblos nativos de África por la independencia, el rescate y la pervivencia de sus propias lenguas y tradiciones, el derecho a la memoria sobre la violencia y las consecuencias del colonialismo en la vida de lxs nigerianxs.