La “comedia embustera” del desgobierno actual. Entrevista a José Miguel Wisnik
Por: João Cezar de Castro Rocha
Traducción: Juan Recchia Paez
Imagen: Sete de Setembro. Brava gente. Copacabana, 2022. @lolaferreira, para o @uolnoticias
En esta entrevista realizada para el libro Tudo por um triz: civilização ou barbárie (Kotter 2022), José Miguel Wisnik expone una crítica mordaz a las causas y consecuencias de la irresponsabilidad político institucional del desgobierno brasileño actual. El músico, escritor y crítico literario señala cómo la escalada y la legitimidad de la violencia provocó una jaguncização del ciudadano común nunca antes vista en la historia del país. Y, en este contexto, se pregunta por las oscuras correspondencias entre las obras literarias de João Guimarães Rosa, la poesía de Carlos Drummond de Andrade, la explotación minera sistemática y depredadora y los recientes asesinatos de Bruno Pereira y Dom Phillipisen el Amazonas brasileño.
El extractivismo salvaje fue objeto de estudio en tu libro Maquinación del mundo: Drummond y la minería. En el gobierno de Bolsonaro, esa práctica se convirtió en una verdadera política pública y devastó al país en su conjunto. ¿Cómo resistir tal arquitectura de la destrucción?
La devastación ambiental es un proceso de gran escala que se aceleró en el siglo XX en todo el mundo, socavó selvas, ríos, montañas, la atmósfera, numerosas especies vivas, la vida humana y su alcance holístico. Es una carrera por producir bienes, impulsada por los dispositivos de prospección, explotación y extracción que han convertido al mundo entero en un gran acopio y en una planta de construcción volcada y afectada por estas operaciones, como si el planeta pudiera utilizarse de manera indiscriminada y luego desecharse.
En Brasil, la extracción de minerales tiene, históricamente, un carácter emblemático. El rico tesoro de bienes materiales e inmateriales de Minas Gerais fue ocupado y devastado, durante décadas, por una minería voraz y depredadora en la base. Esta ocupación depredadora se ha dado tradicionalmente con la instalación de dispositivos de extracción que, garantizados por expedientes de manipulación, sirvieron siempre para disolver, desactivar y disuadir resistencias, reivindicaciones de seguridad, garantías necesarias y la discusión de contrapartes. Desde hace más de 60 años, el poeta Carlos Drummond de Andrade denunció, hasta el hartazgo, el carácter deletéreo de esta intervención y la “comedia embustera” que la acompañaba, siempre que se pretendía cuestionarla. Es esta larga historia de prácticas sistemáticas de oportunismo, impulsada por la optimización de las ganancias y por una mezcla explosiva de ceguera con mala fe, lo que desembocó en las catástrofes de Mariana y Brumadinho. Un crimen socioambiental cuyos procedimientos reparatorios y punitivos, a lo largo de los años, sufren los mismos efectos retardadores de una tragedia embustera (más que de la comedia) a los que se refería el poeta.
Este escenario, correspondiente a una economía de saqueo e históricamente establecido según la lógica empresarial capitalista, se profundiza y agudiza en el desgobierno actual. En primer plano, se pregona y promueve la flexibilización de las licencias ambientales, junto con la franca descalificación del tema ecológico y la paralización de los órganos de fiscalización.
Se trata de una adopción ostensible, ya sin el impedimento de la ley, de prácticas nefastas que ya existen extraoficialmente, y que se naturalizan no passar da boiadai, según la conocida expresión del ex ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles. Más que eso, el presidente de la desrepública insta a la acción directa y sin mediaciones, a la explotación de la selva, al ataque a los territorios indígenas, por parte de todos los usureros dispuestos a saquear para beneficio propio, sin otro proyecto que no sea el destructivo: madereros, mineros y pescadores ilegales, con sus métodos violentos. En suma, promueve, bajo un espíritu mafioso, la convergencia de la gran máquina capitalista con las más crudas modalidades del interés privado.
La extrema derecha ha ganado elecciones en todo el mundo mediante una implacable guerra cultural. ¿Cómo puede reaccionar el campo progresista ante este movimiento que, cuando llega al poder, declara la guerra contra su propia cultura?
Limitando el tema, por falta de espacio, al foco brasileño, es importante aclarar que el presidente de la desrepública implosiona programática y sistemáticamente el principio de responsabilidad, lo que torna esa embestida en una operación paralela a su ataque a las culturas científicas, jurídicas y artísticas. Las dos cosas están relacionadas: el establecimiento del imperio de la irresponsabilidad promueve y, al mismo tiempo, exige la guerra contra la cultura. Porque la vida cultural presupone límites y supone expansión, reconocimiento del otro y apertura frente al otro. Ser responsable, a su vez, significa literalmente responder por lo que se hace y por lo que se dice, soportando la carga de confrontar pruebas y contrapruebas y de sustentar los actos con hechos.
Durante todo su desgobierno, el presidente asaltó la vida pública brasileña disparando declaraciones insostenibles que se disipan en el aire y son sustituidas por la próxima manifestación oportunista. Estas van desde negar el alcance letal del Covid hasta imputar fraude al sistema electoral electrónico; desde la panacea de la cloroquina hasta la descalificación de las evidencias sobre la deforestación en el Amazonas. Sobre el padre del presidente de la OAB (Orden de los Abogados defensores del Brasil) dijo que no fue asesinado por el régimen militar, sino en el contexto de otra circunstancia que él deja abierta como una insinuación, sin ofrecer ningún dato aclaratorio o comprobatorio (“Si querés, te puedo decir cómo murió”, dice, sin decir nada aunque se lo habían pedido). Vocaliza calumnias contra la periodista Patricia Campos Mello, embadurnándose de chistes sexistas y negándose, como siempre, a responsabilizarse de lo que dijo (es muy importante señalar que, en este caso, fue condenado judicialmente).
Es una pérdida de tiempo reaccionar con sorpresa y espanto ante cada una de estas atrocidades. Además de alimentar seguidores, quieren distraer y correr el eje del debate público. Lo más importante en este punto es ir al grano: el presidente de la desrepública instaura un estado de irresponsabilidad personal e institucional que apunta a su espuria y total inimputabilidad autocrática. La PGR (Procuraduria General de la República), cuya función como organismo del Estado sería precisamente la de exigirle cuentas, ha cumplido su función de velar por el esquema de la irresponsabilidad. Lo que hace que sus acciones abusivas se escurran por el desagüe de los indiferenciados, como sucede con la neutralización del trabajo de la CPI (Comisión de Investigación Parlamentaria del Senado) del Covid.
Nos acercamos al meollo de la cuestión: el principio de responsabilidad, como condición para el funcionamiento de la vida pública, prevé que todo esté sujeto, cuando sea necesario, a la correspondiente valoración posterior, al tamiz de un después. El compromiso con un después es una instancia fundamental de los ámbitos científicos y jurídicos, capaces de someter los hechos y versiones a la investigación, al examen y la recopilación y cotejo de datos y pruebas. No es casualidad que el universo de desinformación irresponsable, con el que el presidente se complace, anule la ciencia y atente contra el orden jurídico, arrinconándolos. Ni siquiera hablemos de arte. Él pretende vivir en un estado de instantaneidad virulenta y sin un después.
El hecho nuevo es que ahora estamos a cuatro años después de su elección. No es posible ocultar, con la misma caradurez, el peso de las acciones y sus consecuencias. La carga del desgobierno va acompañada de un desgaste retórico. Por eso mismo, tiene que aferrarse a la última ficción de su facción: el ataque a la votación electrónica. Y como, en la lógica de las fake news, los tiros falsos no son meros tiros de fogueo, sino que van acompañados de tiros reales, se anuncia el desenlace diseñado para aquellos que no parecen ver otra salida. Es el momento en que sectores de la adormecida sociedad civil dan muestras de haber llegado a un límite y esbozan signos de repudio al imperio del desgobierno irresponsable y criminal. Es crucial dar límites al irresponsable que pretende no tenerlos, con la movilización de todas las fuerzas que perciban, como mínimo, el daño generalizado que provoca la disfunción entrópica del desgobierno.
A tiempo: la guerra contra la cultura debe ser vista como una afirmación, al revés, del inequívoco poder político de la cultura, del arte, de la ciencia y de su papel crucial para enfrentar la escalada de la extrema derecha. Al respecto, traigo aquí un caso para reflexionar. Un hombre blanco, que trabaja como jardinero, me envía un video de Brasil Paraleloii que contiene una interpretación conservadora de Brasil. No se trata de fake news, en este caso, sino de la construcción de una visión de la historia brasileña determinada por la perspectiva del Partido Conservador. La monarquía es vista como unificadora, alguien que trabaja por la cohesión del país y promueve la abolición pacífica, que habría tenido el poder de resolver la división social brasileña. El obrero parece convencido, por lo que vio allí, de que el clamor por los derechos de los negros y que la necesidad de una nueva abolición no es más que una perturbación del orden nacional motivado por el olvido de la historia del conservadurismo. El video tiene impacto y poder persuasivo. ¿No le hace falta al campo progresista, pregunto yo, una acción correspondiente en las redes sociales, en un lenguaje directo, amplio y comprensivo, sobre las líneas de interpretación de Brasil, que muestre, por ejemplo, cómo los esclavizados y sus descendientes fueron históricamente abandonados sin ningún proyecto inclusivo y arrojados a su propia suerte en los bordes incinerados de la vida-muerte brasileña?
¿Cómo analiza la importancia de las elecciones de octubre de 2022 para el futuro de Brasil?
Todo el futuro y el pasado de Brasil se juegan y se enfrentan en las elecciones de octubre de 2022. Lo que vivimos hoy es una demostración casi increíble de que el pasado esclavista, sus métodos de exclusión, sus formas de crueldad, en lo que tienen de profundas y estructurales, están ahí y listas para recurrir a la violencia inherente a ellas. Esta estructuración sádica goza, además, de la afrenta al valor universal de los derechos humanos, contra los que siempre ha prevalecido.
También es flagrante el retorno actual de estructuras conocidas y reconociblemente “arcaicas”, como es el caso del caciquismo patriarcal y su brazo armado, el jagunçagemiii. Es sabido que en Brasil el mundo de la propiedad rural no pasaba por el arbitraje de la ley, sino que funcionaba tradicionalmente según una cruel “costumbre”, la regla de alianza y de venganza llevada a cabo por bandas armadas comprometidas con sus patrones. Lo que hizo y hace de la violencia armada, lejos de ser un monopolio del Estado y de la regulación por un ordenamiento jurídico, un componente íntimo e inalienable de un orden impregnado de desorden.
Si la esclavitud, el caciquismo y el jagunçagem parecían mínimamente superados en la historia de la sociedad brasileña, he aquí, que exponen la perversa actualización de sus fundamentos en una escala total en la que el desgobierno federal erosiona el estado de derecho, asume incuestionablemente el tono miliciano y convoca a las pandillas a armarse, en una propuesta extrema de jaguncização del ciudadano común, más allá de la jaguncização virtual de las redes sociales. El sertão se convierte en un mundo urbano; el mundo urbano, el de los expedientes flexibles y notariales contrarios a la ley, se convierte en sertãoiv. Sin dejar cabos sueltos, el congreso nacional gobernado por el centrãov presta a este atentado un simulacro de normalidad.
Por eso, las elecciones de 2022 confrontan forzadamente el futuro de Brasil con su pasado, en un ajuste de cuentas que solo será terrible si prevalece la ley sin ley del jagunçagem bolsonarizado. Esta debe ser debidamente enmarcada como una aberración fraudulenta, como una anomalía que, aunque esté enraizada en una historia social antiquísima, nunca dio un paso efectivo más allá de sus deformidades originales, las cuales estamos desafiados a atravesar y superar en este momento. Queda por ver con qué fuerzas.
Todo eso le da una extraña actualidad a esta colosal obra literaria que es Grande sertão: veredas, en la que todo Brasil es mirado a través del lente literario de la realidad jagunça. En cierto momento del libro, en el episodio del juicio de Zé Bebelo, el mundo sin ley del sertão vive un esbozo de fundación de su propio ordenamiento jurídico, que respeta al enemigo capturado, discute el sentido de la justicia en asamblea, niega una justicia sumaria y da voz a todos los participantes. El regente de este gesto político y civilizatorio es el jefe Joca Ramiro, que será asesinado, sin embargo, por esa misma causa, por obra de Hermógenes (que posee la voluptuosidad de violencia) y Ricardão (que actúa según la eficiencia calculadora de los intereses terratenientes).
Considerando con libertad el simbolismo de la ficción, más allá de toda literalidad, no me parece impropio ni exagerado decir que el desgobierno actual instala, en el corazón del poder, una correspondencia con el sistema de alianzas entre Hermógenes y Ricardão. Y que, entre los muchos asesinatos que hemos presenciado, todos ellos conmovedores y repugnantes, inflados por el aliento necropolítico que emana de la desrepública, podemos ver el doble asesinato de Bruno Pereira y Dom Phillipis como un correlato, en otros términos, del asesinato de Joca Ramiro, arraigado en nuestra vida presente. No porque ellos se identifiquen con la figura de un jefe jagunço terrateniente y mesiánico, sino porque representan la figura del profesional casi anónimo que busca, en condiciones adversas, ejercer las bases de otro modelo de relaciones en defensa de las poblaciones amenazadas, de la sabiduría de la selva, del trabajo y de la gracia de la vida (contra aquellos saqueadores ilegales de los que hablábamos al principio).
Si son derrotados en las elecciones, las fuerzas oscuras tienen derecho al jus esperneandi, al llanto y al crujir de dientes, pero no a la intervención golpista y a los espasmos armados. La sociedad brasileña tiene que decir a qué vino y no dejarse caer en ese abismo, poniendo a prueba la audaz frase del pensador portugués Agostinho da Silva: “El futuro de Brasil es tan grande que no hay abismo donde quepa”.
i En abril del 2020, esta expresión fue utilizada por el ex Ministro de Medio Ambiente para referir a una actualización de las normas de control ministerial cuyo propósito fomentaba la flexibilización de los entes estatales para el avance del agronegocio. (Nota del traductor)
ii Empresa brasileña fundada en 2016, en Porto Alegre, que produce documentales históricamente revisionistas y conservadores sobre política, historia y actualidad. (Nota del traductor)
iii El término “jagunço” fue acuñado, en primer lugar, por el libro Os Sertoes (1902) de Euclides da Cunha para referir peyorativamente al séquito armado de Antonio Conselheiro que combatió contra la Primera República en la guerra de Canudos (1897, Bahía). Posteriormente, el término se utilizó también para referir a las facciones armadas que trabajan, en esquemas mafiosos y privados, en su mayoría para los intereses de los terratenientes y políticos de las zona rurales e interior del país. (Nota del traductor)
iv El concepto sertão además de referir a una zona geográfica del nordeste brasileño, posee una carga cultural muy importante en la definición nacional del Brasil. La metáfora del “sertão que se transforma” tiene una larga tradición dentro de la literatura y cultura brasileña. En ella descansa buena parte de la configuración de un imaginario regional donde el espacio de la seca, de lo pasado, de la barbarie, de lo atávico se transfigura y suele expandirse en horizontes nunca antes previstos, como el caso urbano que señala el autor. (Nota del traductor)
v La palabra refiere al ala política conservadora que sostiene las mayorías en las cámaras parlamentares en Brasilia. (Nota del traductor)
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