Sobre la rebeldía, el encanto y los desafíos de huir, una lectura de «O céu de Suely» (2006) de Karim Aïnouz

Por: Lucía Belmes

Esta lectura sobre el segundo film del cineasta, guionista y artista brasileño, Karim Aïnouz, se detiene en la potencia que trae la protagonista del film desde sus acciones que cuestionan la cultura patriarcal en un pueblo pequeño del Nordeste de Brasil. El cielo abierto de Suely se revela en la decisión de aventurarse a un futuro incierto, partir para encontrar un lugar posible desde dónde empezar.


O céu de Suely (2006) es el segundo largometraje de Karim Aïnouz, director de Madame Satã (2002), Viajo porque preciso, volto porque te amo (2010), y A vida invisível de Eurídice Gusmão (2019), entre otros. Este film en primera persona se centra en el personaje de Hermila, una mujer de 21 años, que vuelve a Iguatu, su pueblo natal en el nordeste brasileño. Viaja desde São Paulo junto a su hijo, con la expectativa de que el padre del bebé los encuentre unos días después. Ese viaje de regreso en un principio aparece como la posibilidad de un nuevo comienzo, de asentarse con la familia que Hermila está formando, pero esa ilusión se desarma después de varios días de espera. Desde su llegada, la protagonista va cada noche a la terminal del pueblo y observa inquieta los micros que arriban desde São Paulo. Llama a su novio sin recibir respuestas, va a la casa de la madre del joven quien le dice que al fin y al cabo es solo un chico de 20 años, ¿qué podría esperar? La certeza de que el padre del niño no va a llegar cambia la perspectiva de Hermila, y la trama se va montando de a poco en el deseo de volver a salir de ese lugar.

Se hospeda junto a su tía y su abuela en una casa pequeña; son estas dos mujeres quienes cuidan a su hijo desde la llegada. Hay una escena inicial en la que, después de bañarlo, la abuela le dice a Hermila que el bebé tiene hambre y se sorprende de que ella no le dé de mamar, “mi leche se secó”, responde. En la escena siguiente, vemos a la protagonista acostada en la vereda, fumando y mirando el cielo nocturno, mientras de fondo se escuchan los llantos de su hijo. Cuando la tía se acerca y le pregunta si todas las noches llora así para dormirse, ella sonríe, responde que sí y que a veces le dan ganas de dejarlo por ahí y salir corriendo. Aparece un primer indicio en esos diálogos de lo que se irá revelando como un desvío respecto de lo que se espera, de las prioridades que, se infiere, debería tener esa madre joven. La película va mostrando cómo Hermila se distancia de ciertos mandatos ligados a la maternidad y, a través de acciones singulares, va dando lugar a su propia rebeldía. Ser madre de ese hijo pequeño es una de las aristas sobre las que se va configurando este personaje, ligadas también a la representación de su sexualidad y las formas que encuentra para ganarse la vida. Hermila se nos revela como una mujer deseante. La película trabaja sobre estos aspectos de la protagonista que desafían la moral del pueblo.

El hijo aparece en escena casi siempre cuidado por su tía y su abuela, que lo reciben amorosamente. A Hermila se la muestra en salidas con su amiga, reencontrándose con un viejo amor, averiguando costos de pasajes a los destinos más lejanos. En lugar de aceptar ese ámbito desolado del pueblo como el único horizonte posible, vuelve a proponerse una huida. En primer plano están su deseo, sus búsquedas y sus ganas de salir de la quietud y la precariedad. Asistimos a una mirada sensible y compleja que representa a esta mujer joven atravesada por inquietudes que son cuestionadas por los habitantes del pueblo. Si bien Hermila no manifiesta conflictos de manera explícita respecto de la crianza de su hijo, sí se desarrolla una tensión entre la posibilidad de recuperar cierta autonomía, a partir de la desilusión inicial que implica ese regreso a Iguatu, y el cuidado del niño. Y es en esa tensión que los personajes de la tía María y la abuela Zezita se revelan imprescindibles; son estas mujeres las que brindan el sostén necesario para que la protagonista pueda forjar sus propias posibilidades de futuro. La película la muestra como un personaje desafiante que con creatividad va ideando nuevas opciones para sí misma. Poco a poco va tejiendo sus estrategias para salir de lugares que la oprimen. Hermila, obstinada en la intensidad del deseo y la búsqueda de una vida distinta, construye el personaje de Suely.

Fotograma O céu de Suely

En un principio comienza a vender rifas para ganar algo de dinero, pero no le va tan bien, la situación es precaria, con muy pocas opciones de trabajo. Entonces, se le ocurre cambiar el premio de la rifa, y propone “una noche romántica en el paraíso” con Suely. Se propone recaudar la cantidad de plata necesaria para poder empezar de nuevo, “voy a rifarme y volverme rica, comprar una casa para mí y para mi hijo”, le dice a su tía. Empieza a vender más números, pero también empieza a ser hostigada por vecinos y vecinas que la amenazan con denunciarla a la policía, acusándola de inmoral, de seducir a los hombres y de prostituirse. En una de las escenas, el antiguo novio con el que se encuentra la persigue diciéndole que va a comprar todos los números de la rifa para que nadie más gane ese premio. Ante todas estas reacciones conservadoras, la protagonista se nos revela con una personalidad ingeniosa y determinante, intentando conseguir lo que necesita de las maneras que ella misma crea, en oposición a los habitantes del pueblo que la juzgan desde valores rígidos y machistas. En una escena, su abuela la enfrenta: le dice que ahora, por lo que ella decidió hacer, todos los vecinos la miran diferente. La denigra, la golpea y la echa de la casa. El problema que se pone en juego en esa discusión no es tanto que Hermila encuentre en la rifa la posibilidad de ganar plata en lo inmediato, sino que lo que ella hace con su cuerpo implica que todos en el pueblo la juzguen y empiecen a mirarlas diferente. La protagonista, en ese intercambio con su abuela, responde firme, entre lágrimas, mantiene su voluntad. Sabe lo que quiere alcanzar, y que no tiene tantas elecciones para hacer.

La investigadora y crítica Regina Dalcastagné, en su libro Representación y resistencia en la literatura brasileña contemporánea, se detiene en el film de Aïnouz en un apartado sobre mujeres migrantes. En su análisis propone que, entre los personajes de Hermilia o Macabéa de A hora da estrela, de Clarice Lispector, que se representan como “jóvenes migrantes, mujeres pobres que se mudan solas, sin padre o marido”[1], es posible encontrar un rasgo de rebeldía común. Entre estas mujeres que parten de la región nordestina hacia las grandes ciudades hay una apuesta por la autonomía y por una huida de la vida en el pueblo. Una salida hacia el anonimato de la ciudad. Dalcastagné señala las cuestiones a las que estas mujeres se enfrentan: “sus trayectorias son barridas por diferentes discursos, misóginos, racistas, antinordestinos, todos ellos inmersos en los prejuicios de clase”[2], y concluye en que parece haber una misión didáctica en las ficciones que ponen en juego el sufrimiento que padecen estas mujeres en la metrópolis, en la medida en que si es tan grande la desventura será porque definitivamente ese lugar no es para ellas. La rebeldía de Hermila trae otras aristas en esta serie de representaciones que puede englobar el personaje de mujer nordestina migrante.

Apenas Hermila llega al pueblo, su tía le pregunta cómo es la vida en São Paulo, y ella responde que es buena pero muy cara; sin embargo, la experiencia de regresar a Iguatu no resulta accesible ni liviana. Por el contrario, los días allí conforman rápidamente un clima opresivo, en tanto que no puede actuar sin que la juzguen, y ese hostigamiento la lleva a idear una nueva salida. Se pone en movimiento con ímpetu y creatividad, desafiando la moral conservadora de sus vecinos. Es interesante el modo en que se construye el personaje atendiendo a todas estas tensiones, y cómo en escenas de diálogos concisos, en los que no abundan las reflexiones sino que más bien se la muestra actuando, decidiendo o buscando qué hacer, se revelan los mandatos a los cuales la protagonista se tiene que enfrentar. Retomando el señalamiento de Dalcastagné, en la mirada sobre las mujeres migrantes, se articulan discursos de clase y de género y, en este sentido, la película logra construir un personaje que va configurando genuinamente su forma de rebelarse. No es algo dado desde el principio: Hermila va avanzando a tientas, probando distintas formas, pero con la certeza de que ella tiene que construir sus propias opciones de vida. El anonimato de la ciudad parece un territorio más fértil para eso.

Fotograma O céu de Suely

La protagonista del film de Aïnouz es una mujer persistente en su deseo, vuelve a empezar una y otra vez, y no renuncia a pesar de los maltratos y la soledad. Estos rasgos dialogan con fragilidades, con escenas de duda y angustias, como aquella, hacia el final, en la cual Hermila tiene que concretar el encuentro sexual que ofreció en la venta de las rifas. En ese tramo ella se nos revela vulnerable, a diferencia de otros momentos, y es allí donde encuentra sostén, como en las primeras escenas, en la pequeña trama familiar que conforman su tía y su abuela. Una potencia singular de la película se aloja en esa sensibilidad de la mirada que va acompañando a Hermila en sus intentos, en sus exploraciones, y que se detiene con una atención especial en la red de afectos que le permite abrirse camino.


[1] Dalcastagné, Regina: Representación y resistencia en la literatura brasileña contemporánea. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Editorial Biblos, 2015: p. 166.

[2] Ídem.

EL UMBRAL DE LOS SUEÑOS: Edward James en Xilitla

Por: Jorge Capetillo Ponce


Imagen: Edward James en Xilitla.  coleccion/archivo de Dona Otilia Munoz

En este texto Jorge Capetillo-Ponce, Profesor de Sociología en la Universidad de Massachusetts Boston, ofrece un análisis critico de los componentes biográficos, ideológicos y artísticos que llevaron al poeta inglés-norteamericano Edward James a crear la insólita obra arquitectónica conocida como Las Pozas en la selva del noreste de México. Junto con Watts Tower en Los Ángeles y el Castillo Cheval en Francia, Las Pozas es uno de los pocos ejemplares de arquitectura surrealista contemporánea a nivel mundial.  Su análisis incluye la complicada relación entre James y Salvador Dalí, así como la influencia de otros intelectuales y artistas como Aldous Huxley, Leonora Carrington, André Breton, Rene Magritte y muchos otros en su proceso de creación. 


Este caparazón

Mi casa crece como habitaciones de Nautilus

después de que la tormenta abre un aposento mayor.

De mi cama en mi infancia más intensa

donde acurrucado, cabeza contra pecho, sentí la gracia

de la inicial necesidad de crecer. Mi casa tiene alas

y a veces, en la oscuridad de la noche, canta.

Las sombras de hojas de palma en la piedra

han crecido más largas con dedos vespertinos de jade

y ahora mi casa, bañada por tormentas de dolor,

lavada por fuera –de modo que el sol poniente

hace brillar su alto, oscuro techo de palabras y perlas.

Casa profunda, tu corazón quiere en el crepúsculo enrollarse.

Viene el diluvio. La tormenta, aún persiguiéndome,

está sedienta de mi luz. Golpea para tragarse

la llama de mi identidad. Esta casa

está toda apaciguada esperando por ese mar

del que soy hijo; ni con trueno cesas,

pero las altas ventanas, ahogadas, rompen y beben paz.

Edward James

Poema escrito sobre la pared de su cabaña en Las Pozas.

1.- Tres historias

Existen varios sinónimos de umbral: paso, portal, entrada, limen, tope, acceso, porche, límite, comienzo. Todos ellos ilustran la experiencia de entrar a Las Pozas, sitio donde uno experimenta visiones poéticas o quizá alucinaciones delirantes de cemento que se mezclan con la exuberancia natural del paraje. El lugar evoca ciudades olvidadas o nunca descubiertas, quizá antiguas o quizá futuristas. Es un extraño tipo de arquitectura caótica con momentos de armonía que tiene poco en común con otros tipos de arquitectura, no sólo por ser inútil sino, más aún, por ser indescifrable.

El conjunto incluye una colección de esculturas en forma de flores, serpientes, hongos y manos gigantes, templos que recuerdan a Chichén Itzá, Delfos o quizá algún sitio mesopotámico, hindú, egipcio o gótico, así como aposentos inacabados que le dan una atmósfera posapocalíptica. Hay escaleras que van al cielo, puentes que no conectan y otras formas escultóricas difíciles de definir.

Las Pozas existe gracias a la febril imaginación de Edward James (Edward Frank Willis James, Greywalls, Escocia, 1907-San Remo, Italia, 1984) conjugada con el trabajo en equipo y el talento de Plutarco Gastélum, Marina Llamazares, José Aguilar, Carmelo Muñoz, así como muchos carpinteros, albañiles, herreros, artesanos, jardineros y peones de la región.

Ese páramo de la Huasteca Potosina, llamado La Conchita, es de una belleza romántica única por sus caídas de agua que forman albercas o pozas naturales y enmarcan la extraña ciudad de James. Ahí habita una gran diversidad de flora y fauna, en un clima húmedo con bruma y lluvias constantes que producen susurros de cascadas y visiones acuáticas con aroma de café. Es un lugar que se experimenta con todo el cuerpo y el escenario perfecto para las intenciones de James de instalar una obra insólitadonde la fantasía sustituyera a la realidad cotidiana, una atmósfera surrealista donde pudiera esconderse a soñar.

A pocos kilómetros se encuentra el pintoresco pueblo de Xilitla, que en lengua náhuatl significa lugar de caracoles o de camarones o de langostinos o de chile. En este pueblo, una exuberante vegetación —buganvilias, palmas reales, bambúes y otros árboles llenos de enredaderas— cae sobre sus colinas, sus calles circulares, sus casas tradicionales y un antiguo convento agustino del siglo xvi, el edificio colonial más antiguo de San Luis Potosí. En la calle Ocampo 105 está la casona conocida como El Castillo, donde vivieron por muchos años la familia Gastélum y el propio James.

Además de su belleza arquitectónica y natural, Xilitla, declarado Pueblo Mágico en el 2011, posee una deliciosa gastronomía criolla: las enchiladas huastecas, el zacahuil, el atole de piña y el dulce de chayote mezclan lo español con ingredientes de las antiguas culturas náhuatl, otomí y teenek. Esta mezcla se aprecia también en la música y los bailes huastecos, en sus hermosos violines y guitarras, máscaras, vasijas y jícaras laqueadas. El visitante no se puede ir sin probar el café y el piloncillo, ni sin pedirle a los músicos locales que canten El Querreque.

Excéntrico, poeta, bohemio, multilingüe, inmensamente rico, retraído y solitario, viajero incansable, con un carisma que le permitía trabar amistades fácilmente tanto dentro como fuera de los movimientos artísticos e intelectuales de vanguardia, Edward James no dejó una ventana abierta a la curiosidad por donde no asomara la cabeza. Su nombre está ligado al de hombres y mujeres famosos pues, como veremos, era coleccionista tanto de amigos como de flores, pinturas y sueños. Por todo esto, era inevitable que varias historias y leyendas sobrevivieran a su larga estancia en México.

Una historia poco conocida es cómo llegó y se estableció en el país. A partir de 1934, después de un escandaloso divorcio, James se dedica a viajar por Europa comprando arte, organizando tertulias para su creciente grupo de amigos, promoviendo la carrera de sus artistas favoritos y financiando eventos culturales, a veces con Salvador Dalí. Pero en 1939, tras una desavenencia con Dalí, y ante los nubarrones de guerra en Europa, decide quedarse en América.

En 1940, Mabel Dodge lo invita a pasar una temporada en su casa de Taos, Nuevo México, con un grupo dedicado a la meditación y la vida alternativa. Allí se reencuentra con el escritor místico y viajero inglés Aldous Huxley, y poco después viaja con él a Los Ángeles.

A instancias de Huxley (quien creía que la gente con recursos económicos debía invertirlos en crear nuevas formas de vida) James establece en 1964 la Edward James Foundation para salvaguardar su colección de arte y promover la música, las artesanías y las bellas artes europeas. Destinó a ese fin la propiedad donde pasó su infancia, conocida como West Dean, en West Sussex, Reino Unido. Gradualmente, se volvería una colonia de artistas. En 1971, James fundó allí el West Dean College, institución académica dedicada a esas tareas, así como a la capacitación en oficios, artes visuales y aplicadas. Actualmente se llama West Dean College of Arts and Conservation, sigue en expansión y goza de gran prestigio en el ámbito internacional.

Huxley introdujo a James en el movimiento hinduista vedānta, y le presenta al líder espiritual indio Jiddu Krishnamurti. De ahí la fascinación de James por el misticismo y por Asia, en especial por el arte de la India, a donde viaja frecuentemente. Esta influencia es patente en diversas formas, ambientes y estructuras de Las Pozas.

En Los Ángeles, James profundiza su conocimiento del psicoanálisis, así como del budismo y el hinduismo, y se relaciona con amigos de Huxley como los intelectuales místicos Gerald Heard y Christopher Isherwood. También se reencuentra con su querida prima la pintora Bridget Tichenor —quien años después se establecería en Pátzcuaro—. Ella, Huxley y seguramente otras personas, le aconsejan que viaje a México, inspirados por la célebre frase de Breton: “México tiende a ser el lugar surrealista por excelencia”.

Finalmente, James arriba a México en 1944. Poco después, en un viaje a Acapulco, conoce a Leonora Carrington, pintora surrealista y amante de Max Ernst; con ella establece una relación muy cercana y de admiración mutua, que produciría una extensa correspondencia y duraría el resto de sus vidas. Ambos nacieron en cunas de oro, tuvieron crisis mentales y escaparon de Inglaterra. Carrington le cuenta sobre la cultura, lugares y personas que ella ha conocido en México, despertando aún más su curiosidad. Más tarde, cuando James ya vivía en Xilitla, ella lo visita y pinta el mural La hija del minotauro en El Castillo. Actualmente, hay un Museo Carrington en el pueblo.


Quizá la historia más famosa (o más bien leyenda) es la que cuenta cómo James se enamora de Xilitla. En un viaje a Cuernavaca para visitar a Huxley y al psicoanalista alemán Erich Fromm, James llega por azar a la oficina de telégrafos, donde conoce a Plutarco Gastélum. Además de telegrafista, Gastélum era boxeador, fotógrafo y ambicionaba ser actor de Hollywood, quizá porque era guapo y era de Álamo, el mismo pueblo de Sonora donde nació María Félix. Con su dinero y carisma, James convence a Gastélum de convertirse en su guía y secretario particular.

Según la leyenda, en 1947, en uno de tantos viajes, paran en Ciudad Valles. El jardinero del hotel les dice que en Xilitla se dan orquídeas silvestres, flores que James adoraba, por lo que hacia allá se dirige. Poco después de llegar a Xilitla, acompañado de Gastélum, del soldado retirado Ronald McKenzie y de Carl Walker —otro secretario de James­—, decide ir a bañarse a un río aledaño. Mientras se bañaban en el río, aparecieron de la nada nubes de mariposas monarca y se posaron sobre sus cuerpos.

James lo tomó como un acontecimiento mágico, oracular, un momento surrealista natural, como México. Este sería el lugar donde establecería su Jardín del Edén, su Arca de Noé, dos de sus mitos favoritos. Compró ahí poco más de 40 hectáreas de tierra de una plantación cafetalera, que eran propiedad de la familia del coronel revolucionario José Castillo, y las puso a nombre de Gastélum, quien, además de guía, amigo íntimo, tesorero y administrador, se volvió su prestanombres. Desde entonces, unieron destinos y viajaron juntos por todo México, Europa y Estados Unidos, pero fue en Xilitla donde James se sintió, por fin, en familia.

La tercera historia, que aún es recordada en la región Huasteca por su rareza y sus terribles consecuencias, es la gran helada de 1962. James, como buen Lord inglés, amaba la horticultura, en particular el cuidado de las orquídeas. Y a eso se dedicó desde que compró Las Pozas: a crear un jardín de orquídeas, bromelias y otras flores y plantas de la zona, o que traía a México de sus continuos viajes por el mundo. También criaba animales de la región como venados, ocelotes, lagartos, monos, tortugas, armadillos, osos hormigueros y loros, y otros traídos del extranjero como tucanes, guacamayas, flamencos y boas constrictoras.

Todavía hoy los viejos de la zona recuerdan la crudeza de la helada del 62 y cuentan que la nieve se precipitó como “cenizas cayendo del cielo”. La nevada duró por lo menos tres días, y acabó con casi todas las siembras de los alrededores, incluyendo la colección de flores de James, de cerca de 20,000 ejemplares, la mayor parte, orquídeas. Murieron también muchos de sus animales. De la noche a la mañana, el Jardín Arca de James se había esfumado en la selva. 

La reacción de James al desastre marca el verdadero inicio de Las Pozas, pues hasta ese año sólo había ahí un par de cabañas sencillas para James y Gastélum, algunas estructuras construidas por Carmelo Muñoz, un lugar para guardar utensilios agrícolas y jaulas para animales. Quizá como memento mori, James decidió recrear sus amadas orquídeas en cemento, para evitar que estuvieran expuestas a semejante destino. A las orquídeas le siguieron otras flores, plantas y animales, y luego construcciones o experimentos más complejos y a veces misteriosos que James esparció —con su estilo ecléctico y su afición por la arqueología— en la propiedad, inspirándose en la tradición romántica de los jardines ingleses.

Desde ese entonces comenzó a dibujar, a veces en servilletas de papel cuando le entraba la inspiración, sus fantasías, alucinaciones y caprichos provenientes del flujo de imágenes que llegaban a su subconsciente. El proceso recuerda el método de escritura automática formulado por André Breton: transmitir las ideas tal cual surgían en la mente, a través de textos o de imágenes, permitiendo así al inconsciente componer obras artísticas directamente, liberado de la censura del mundo exterior.

Aquellos esbozos fueron traducidos al lenguaje del cemento por una creciente tropa de trabajadores bajo las órdenes de Gastélum. La construcción se extendió hasta la muerte de James, en 1984. Nunca se acabó porque esa no era la intención. James siempre creyó, como Valery, que un poema no se acaba, se deja.  

2.- La conexión surrealista

Armagedón y ángeles

Lo vi aterrizar

Cerró los ojos

Y abrió las manos

Se quedó tendido

En un intento de plan

De salvarnos a todos.

Y mientras el azufre caía,

Graciosamente al suelo

Con toda la violencia del infierno,

Abrió sus ojos,

Y me di cuenta:

Nos han defraudado

Edward James

Influido por las teorías de Sigmund Freud acerca del inconsciente, los sueños y el impulso sexual, y la teoría de la alienación económica de Karl Marx —y su llamado a la revolución—, André Breton, pontífice del surrealismo, publica en 1924 su primer Manifiesto, en el que define el nuevo movimiento vanguardista:

Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por           escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado        del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación    estética o moral.

Ese mismo año, James tiene 17 años, estudia la preparatoria en Eton y escribe poesía. Dos años después entra a Oxford a estudiar literatura, y es ahí donde emerge su verdadero carácter artístico y su carisma. Le fascina el llamado de Breton —a quien conocería tiempo después— a desestabilizar la división entre sueño y realidad, y comienza a seguir la estela surrealista marcada por el Manifiesto.

De ser tímido y retraído en su niñez y temprana adolescencia, ahora es más amiguero, viaja, se emborracha, lee y escribe, como otros estudiantes ingleses y extranjeros de esa aristocrática ciudad universitaria. Ahí conoce a los escritores Evelyn Waugh y Harold Acton, al poeta John Betjeman, a quien le financia la publicación de sus poemas, y a Randolph Churchill, hijo de Winston y compañero de parrandas. Por esos años funda James Press, una editorial para publicar sus poemas —a veces bajo seudónimos como el de Edward Selsey— y escritos de sus amigos.

James había nacido en Greywalls, la casa veraniega de su familia en Escocia, y creció en West Dean, una enorme mansión de estilo neogótico con cerca de 300 cuartos, rodeado de nanas, mayordomos, choferes, jardineros, cuatro hermanas mayores y una madre distante. James era hijo o nieto bastardo del rey Edward VII quien fue su padrino de bautismo y le dio su primer nombre —en sus memorias, James jura que era su nieto, pero las malas lenguas aseguraban que era su hijo—. Pero el dinero venía de su padre, William, miembro de la acaudalada familia Phelps Dodge, que poseía minas, comerciaba con madera y construía ferrocarriles en Estados Unidos.

Tenía menos de cinco años cuando su padre fallece de cáncer; esta muerte prematura lo lleva a idealizarlo. Poco después, a la edad de diez años, muere su querido tío Arthur, aplastado por un elefante durante un safari en África. Como único varón de la familia, heredó de ambos hermanos una buena parte de las numerosas propiedades y el dinero que inicialmente había amasado su abuelo paterno, Daniel James. Así, al llegar a Oxford, Edward ya era dueño de una enorme fortuna.

En Oxford James fue miembro de la llamada generación Brideshead, un grupo estudiantil de vanguardia en el que compartió con sus compañeros discusiones, lecturas y noticias sobre el dadaísmo, el surrealismo, el psicoanálisis, el marxismo y otros movimientos artísticos y políticos de la época. Pero él siempre dijo que era surrealista, no por haberse vinculado con el movimiento, sino de nacimiento, resultado de su carácter fantasioso, su soledad y las restricciones sociales que le impusieron durante su niñez y adolescencia.

Su educación fue delegada primero a nanas que no lo dejaban salir a jugar porque su madre decía que no era “una buena costumbre”; luego, a internados privados como Lockers Park, Eton y Le Rosey, en donde sus compañeros se burlaban de sus modales afeminados, y donde lo que realmente aprendió fue a aborrecer la rígida y asfixiante sociedad edwardiana que lo rodeaba, y a rebelarse en su contra. El surrealismo le sugirió ideas y formas para lograrlo. 

Primero para escapar de la soledad, frialdad y rigidez hogareña, y luego para olvidarse de los horrores en los internados, James se aislaba a fantasear, a soñar, lo que Breton recetaba para estimular la creación, superar el aburrimiento y atacar el arte convencional. En varias ocasiones, James contó que, durante su niñez, al ser obligado por su madre a quedarse por horas en cama, pasaba el tiempo inventando mundos donde las sábanas se convertían en ciudades voladoras y las almohadas en cúpulas donde meterse a soñar.

Tenía un sueño-fantasía recurrente sobre una ciudad mágica, amurallada al estilo medieval europeo, atiborrada de paisajes naturales, en donde se refugiaba para escapar de la realidad. Allí no había censura ni hipocresía, y se sentía a sus anchas, como Robinson Crusoe en su isla. Un lugar que, como dijo alguna vez, no puede ser localizado en ningún mapa y en ningún siglo. Se obsesionó tanto con ese sueño que le puso nombre a la ciudad amurallada: Seclusia, una especie de Shangri-La o Xanadú. Sin duda, una fantasía que muchos años después lo inspiró para construir Las Pozas.

En 1928 James ve por primera vez a la bella actriz y bailarina vienesa Tilly Losch en un musical en el que ella asumía poses de escultura gótica que le fascinaron. James se enamora perdidamente de Tilly y se casan en Nueva York en 1931. El matrimonio duró aproximadamente tres años y puede definirse con una palabra: desastre. Tilly, ocho años mayor que James, entendió que era un matrimonio de apariencias, pero él quería algo mucho más carnal. Tilly no regresa con él a Inglaterra después de la boda para ser la señora de West Dean, como Edward quería, sino que se queda en Estados Unidos para grabar The Band Wagon, con Fred Astaire. Tilly tuvo varios amantes durante el matrimonio, incluyendo a Randolph Churchill, y eventualmente dejó a James.

Para recuperarla, James se convierte en empresario teatral y financia una serie de costosos ballets dirigidos por George Balanchine para el lucimiento de su amada; entre ellos, Los siete pecados mortales, del escritor Bertold Brecht y el músico Kurt Weill, a quienes James había convencido de colaborar nuevamente. De nada sirvió, y en 1934 inició el divorcio. Ella levantó cargos por homosexualidad y él por infidelidad, lo que creó un escándalo en círculos elitistas ingleses, pues manchar el nombre de una dama, aunque hubiera evidencias, no era el comportamiento que se esperaba de un caballero inglés.

James era bisexual. Muchos años después, ya establecido en México, escribió un texto, nunca publicado, en el que afirma que los homosexuales son “gente decente” forzada a esconder sus incontrolables impulsos sexuales que los hace romper la ley. Nunca volvió a casarse, ni tuvo hijos, y el dolor del divorcio, aunado al rechazo de la alta sociedad inglesa, lo llevaron a viajar en los años siguientes por Europa continental, sobre todo a Francia e Italia.

Pero en una visita a West Dean en la primavera de 1935 le ocurrió un episodio que siempre recordó. Estaba sentado solo, cenando en el comedor, cuando una esfera de luz se formó sobre su cabeza y empezó a girar, cada vez más rápido, al ritmo de la sinfonía Eroica, de Beethoven. En el interior de la esfera vio plantas, flores, árboles y animales de toda índole divididos en familias y especies, como en el Arca de Noé, un asomo a la maravilla de la creación. La alucinación terminó con James colapsado en el suelo. Lo encontraron en un estado semiconsciente. Pudo ser una migraña pero James siempre lo consideró una iluminación, una visión surrealista entre sueño, pesadilla y fantasía, libre del control racional de la mente.

En un viaje a Francia poco después del divorcio, James conoce a la vizcondesa de Noailles, bisnieta del Marqués de Sade —personaje admirado por los surrealistas— y ella le habla de Salvador Dalí y su obra. Entonces viaja a España a conocerlo. Dalí fue, indudablemente, la influencia artística más importante en esa etapa de su vida. Rápidamente se volvieron amigos íntimos y cómplices, llamándose uno al otro con los cariñosos apodos de mon cher y petitou; esto causaba celos a Gala, la esposa de Dalí, pero James los aplacaba con lujosos vestidos y perfumes de Elsa Schiaparelli y Coco Chanel.

James fue mecenas de Dalí por varios años, comprándole cientos de obras durante la segunda mitad de los años treinta. Es una etapa artística que Dalí bautizó como “crítico-paranoica”; es cuando proclama que el flujo de ideas e imágenes provenientes del subconsciente puede utilizarse como herramienta o como juego para adquirir un conocimiento único, capaz de transformar el caos en creatividad, como se podía apreciar en sus pinturas. A este método de jugar con contradicciones internas también le llamó “delirio controlado”, y estaba convencido de que constituía un camino secreto hacia el mundo desconocido de la paranoia, donde se aloja el verdadero arte. A James le fascinó este método que tornaba enigmático lo cotidiano y lo implementaría al crear las visiones y, sobre todo, la atmósfera que reina en Las Pozas.

Las Pozas. Coleccion/archivo de Dona Otilia Munoz

Esa intensa colaboración duró alrededor de cinco años y tuvo resultados insólitos. Juntos remodelaron Monkton House, un pabellón de caza localizado en West Dean, lo cual incluyó el diseño de artefactos íconos del surrealismo, como el teléfono langosta, el sofá-labios de Mae West, la lámpara de copas de champaña y la silla con respaldo en forma de manos. Pintaron la casa de color púrpura, y las tuberías del drenaje imitaban la forma de bambú. El plan inicial, que finalmente se abandonó, era que el interior recordara las tripas de un perro enfermo y el latido de su corazón. Es aun hoy la construcción surrealista tridimensional más importante de Inglaterra, e indudablemente, una de las grandes capillas al movimiento.

Junto a la experiencia en diseño, decoración y coreografía adquirida en Monkton House, James pudo observar directamente el poder del performance para desestabilizar la realidad y cultivar lo absurdo, algo en lo que Dalí era inigualable. En la Exhibición Surrealista de 1936 en Londres, Dalí dictó la conferencia “Fantasmas paranoicos auténticos” portando una escafandra de buzo, una daga de joyas en la cintura, un taco de billar en una mano y dos perros borzoi en la otra. Explicó que tal vestimenta era necesaria para “zambullirse en lo más profundo del subconsciente humano”. Inició su conferencia, con James traduciendo del francés al inglés, pero comenzó a asfixiarse. Al parecer, James lo salvó al zafarlo de la escafandra, usando el taco de billar. El público aplaudió enloquecido.

El 19 de julio de 1938, James y Dalí visitan a Freud —exilado del nazismo en Londres— a instancias del escritor austriaco Stefan Zweig, a quien le había impresionado El jardinero que vio a Dios, la recientemente publicada novela de James. No sabemos con certeza todo lo que se discutió, pero en una carta James menciona que habló largamente con Freud mientras Dalí dibujaba bocetos de la cabeza del viejo. Dalí le dijo a Freud que James era “más loco que surrealista” y que debería psicoanalizarlo. En una carta a Zweig, Freud le comentó que estos dos surrealistas eran intrigantes y diferentes a otros (a los que tachaba de charlatanes). Nunca entendió por qué lo habían coronado santo patrón del surrealismo, aunque era obvio que fue por su interés en el subconsciente, lo onírico y lo erótico. Freud admiró la destreza artística de Dalí, a quien se refirió como “fanático”; respecto a James, estuvo de acuerdo con Dalí: había que psicoanalizarlo.

En la última colaboración James-Dalí, el pabellón “El sueño de Venus” para la Feria Mundial de 1939, dedicada al Mundo del Mañana en Nueva York, se puede observar la originalidad con la que ambos unen una enorme diversidad de componentes artísticos y performativos para lograr una atmósfera carnavalesca surrealista nunca antes vista. La entrada era a través de dos piernas de mujer con medias de seda. En el interior uno se topaba, entre muchas otras cosas, con una inmensa reproducción de la Venus de Boticelli, una taquilla en forma de pez globo y un tanque en donde unas sirenas nadaban por entre varias imágenes surrealistas. El pabellón causó un gran escándalo y los promotores forzaron a las sirenas a usar bikini. Ofendido, Dalí partió de Nueva York con Gala, pero sin avisarle a James, quien tuvo que pagar la enorme cuenta. Así empezó un distanciamiento que gradualmente acabó con la amistad.  

James también colaboró con otro gran pintor surrealista, René Magritte, quien llevó a cabo varios diseños de interiores patrocinados por James, vivió por una corta temporada en la casa de este en Wimpole Street, en Londres, y pintó dos magníficos retratos de James basándose en una serie de fotografías de Man Ray. Qué quería transmitir Magritte sobre la personalidad de James es un enigma, pero en ambos retratos su cara está oculta. Not to Be Reproduced muestra a James desde la espalda, mirándose en un espejo que a su vez lo refleja desde la espalda. En The Pleasure Principle aparece de frente, vestido con saco y corbata, pero es imposible verle la cara debido a que la cubre una enigmática esfera de luz radiante —como aquella visión en el comedor de West Dean—.

James nunca terminó sus estudios en Oxford. Tuvo un único trabajo formal en 1930, como diplomático en la embajada británica en Roma, donde vivió con un lujo mayor que el del embajador: Rolls Royce, chofer y palazzo sobre el río Tiber. Pero fue despedido a los pocos meses por haberse confundido al traducir ciertos códigos secretos. Sin embargo, escribía constantemente y, a través de la James Press publicó varios volúmenes de poesía, con títulos como The Bones of My Hand; The Venetian Glass Omnibus; So Far So Glad; Rich Man, Poor Man, Begger, Wop; Twenty Sonnets for Maria, y The Next Volume. También publicó un libro de memorias con el mismo título de un cuadro de Dalí: Swans Reflecting Elephants: My Early Years

En Francia financió por varios años la célebre revista surrealista Minotaure, en la que publicó algunos poemas; entre ellos, la serie Trois Secheresses, con ilustraciones de Dalí, y musicalizados por Francis Poulenc. James también promovió la carrera de los jóvenes músicos Darius Milhaud y Henri Sauguet; a este último le solicitó, cuando ya vivía en Xilitla, la composición de una Misa Solemnis, tras la muerte de un amado cocodrilo de nombre Tetlepanquetzal.  

Durante sus interminables viajes, James conoce a Igor Stravinsky, Federico García Lorca y Luis Buñuel, con quien se encontraría nuevamente en América, y a quien le ofreció un bombardero checoslovaco para apoyar al bando republicano en la guerra civil española. En 1937 su novela autobiográfica, El jardinero que vio a Dios, se publica en Inglaterra y es mejor recibida que sus poemas. Trata sobre un jardinero de nombre Joseph Frankenstein Smith, empleado de un Lord surrealista que había posado para la portada de Minotaure y vivía en un castillo gótico en Leicestershire lleno de artefactos parecidos a los de Monkton House.

El fiasco de Nueva York, el fin de la amistad con Dalí y las noticias de guerra provenientes de Europa convencen a James de quedarse en Estados Unidos. En ese entonces aún tenía una gran fortuna, aunque algo menguada por el despilfarro. Era miembro y mecenas de la familia surrealista europea; era empresario, coreógrafo, diseñador y poeta; conocía a fondo métodos de creación vanguardista como el crítico-paranoico de Dalí, la escritura automática de Breton y algo de psicoanálisis freudiano. Estos son los anteojos conceptuales con los que, en los años siguientes, vería a Estados Unidos y, sobre todo, a México.

Naturalmente, con su fortuna formó una colección de arte surrealista inigualable en el mundo, incluyendo obras de Picasso, Fini, Man Ray, Brancusi, De Chirico, Giacometti, Klee, Moore, Matta, Miró, Noguchi, Ernst y Tanguy, entre muchos otros. Desde luego, Dalí, Magritte y su gran amigo el pintor neorromántico ruso Pavel Tchelitchew, no podían faltar en la lista.

3.- El gringo loco de Xilitla

Poema escrito en un pilar blanco en el bosque

Ahora a través del bosque brota un vendaval

Para llevar la errante y pálida

Niebla de media mañana. Esta especia blanda

Roba, desde las profundas gargantas de las montañas,

Trayendo verdes orgías a las

Hojas que no están ciegas ni dormidas, que en la oscuridad pueden ver

Y dibujar así la savia fragante en lo alto

Así hasta la rama más envejecida puede sentir

El vigor del árbol todo viril de la primavera

Con la risa, la lluvia riendo y el viento ebrio.

Ellos entonces, como nubes a través de la vela cenit,

Nubes blancas que pelan sus pétalos prístinos;

O, como altos barcos de granizo con mástiles plateados,

Estos caracoles de vidrio translúcido se tambalean

Bajo el peso congelado del cristal, pronto destrozado

Por la influencia magnética de la luna.

Mientras, muy abajo, más allá del dolor húmedo azul,

rueda todavía el viento ebrio y la lluvia suave.

Donde las aguas del río se enroscan, caen y brillan,

Los lirios blancos suspiran junto a la serpenteante corriente.

Edward James

Ya había algunas estructuras en Las Pozas antes de la helada de 1962, pero es después de ese episodio que la construcción empieza a tomar forma. A veces llegan más de cien trabajadores a tornar en insólitas formas la materia prima que llegaba en camiones: grava, arena, cemento Portland y varilla para levantar muros y colar columnas y esculturas. Había que abrir caminos,  construir puentes y reforzar parte de las albercas naturales de Las Pozas para luego instalar templos griegos y romanos a la orilla.

Parte de lo que movió a James fue, como se dijo, una especie de berrinche contra la naturaleza que le había arrebatado sus flores y una buena parte de su zoológico. Pero también hay que recordar que era un filántropo. La construcción de Las Pozas les dio trabajo permanente y bien remunerado a miembros de más de sesenta familias de Xilitla, por muchos años.

James era dadivoso y hasta espléndido. Se convirtió en benefactor del pueblo y muchos lugareños lo saludaban cuando salía cada mañana de su casa vestido de jorongo, huaraches y bastón a inspeccionar la construcción de Las Pozas, la cual financió vendiendo parte de su colección de arte. Otros lo apodaron, a sus espaldas, “El gringo loco”, al parecerles tan extrañas su personalidad y su obra. Esta ambigüedad en cuanto a James se aprecia en algunos murales del pueblo en donde, aparte de casas, calles, flores y árboles, aparece la inconfundible imagen de un viejo con pelo y barbas blancas que es diferente, que no pertenece. 

En 1952, Gastélum y James compraron en Xilitla una casa de tipo colonial de una planta, con patio y pórtico, también propiedad de la familia del coronel Castillo. Gastélum la convirtió gradualmente en una villa de cuatro niveles con piscina y de estilo arquitectónico ecléctico —algo modernista con toques góticos, de Art Nouveau y del estilo Regency inglés que tanto le gustaba a James—. En la azotea hay un mirador y espacios para alojar aves y otros animales. Fue conocida como El Castillo y actualmente es un hotel boutique. 

Gastélum y James ya vivían en El Castillo en 1956 cuando el primero se casó con Marina Llamazares, una mujer de ascendencia española originaria del pueblo. Con su carácter práctico, su memoria enciclopédica y sus lazos familiares en Xilitla, Marina se volvió la señora de El Castillo, dotando de un ambiente de estabilidad familiar y de cotidianidad a la extraña obra. Cuando se le detectó mal de Parkinson a Gastélum en 1972, Marina tomó el puesto de administradora y secretaria de James; se ganó el afecto de los trabajadores, quienes acudían a ella por ayuda en circunstancias difíciles.

Marina se tornó muy cercana a James, quien, fanático de la pulcritud, sólo le permitía a ella que le sirviera la comida, aunque dejaba a los perros comer de su plato. Con los años James se volvió más caprichoso, demandante y difícil de satisfacer, y Marina tuvo que utilizar sus dotes de intermediaria y su fama de generosa para mantener relaciones cordiales en la familia y con la gente del pueblo. James viajó a Xilitla a despedirse de ella pocos días antes de su muerte en 1983, y luego ya nunca regresó a México.

James pagó la fastuosa boda en El Castillo, con misa en el viejo convento agustino, a la que asistió una gran parte del pueblo, consolidando así su posición como benefactor, y la de Gastélum como su representante y administrador. Marina y Gastélum tuvieron tres hijas, Leonor, Inés y Gabriela, y un hijo, Plutarco, apodado Kako. James fue padrino de bautizo de todos, excepto de la más pequeña, Gabriela, por estar en el extranjero. Desde chicos lo llamaron “tío Eduardo”. Era parte de la familia.

Siempre era motivo de fiesta en El Castillo cuando James regresaba de algún viaje con maletas y baúles llenos de costosos regalos. El tío James les organizaba a sus sobrinos fiestas de cumpleaños, les escribía cuando viajaba, los llevó a Europa, incluyendo estancias en West Dean y Monkton House, y pagó por su educación en Irlanda. Lo mismo sucedió con el tratamiento contra el Parkinson de Gastélum desde 1972 y el de Marina cuando le dio cáncer, a principios de los años ochenta.

En Xilitla no vivían sus amigos famosos ni podía asistir a eventos artísticos, ni entrar a grupos místicos o de vida alternativa, como en el pasado. James comienza a tener una vida más sedentaria y tranquila, y a dibujar, a veces simples esbozos de lo que veía en sus viajes, o bien inspirado en los métodos creativos surrealistas.

En el dibujo las cosas empezaban a tomar forma para James, era el modo de hacer que aflorara su subconsciente. Muchas de sus ideas se antojaban imposibles de crear, hasta que las dibujaba. Durante sus viajes, tomaba ideas de grandes ejemplos de arquitectura para después integrarlos, a su manera, en Las Pozas. Trabajaba en varias estructuras simultáneamente, agregando nuevos elementos cuando llegaban a su mente. La incorporación de varios estilos y símbolos con referencias modernistas, clásicas y arcaicas, sin límites claros entre afuera y adentro, y sin un centro real, recuerdan más al método de improvisación artística llamado bricolaje que a un proceso arquitectónico sistematizado.

Como Gastélum era popular entre los jóvenes de Xilitla por su afición al boxeo y la natación, y como Marina era de allí, fue fácil para James conocer a lugareños como Carmelo Muñoz y su esposa Otilia, a principios de los años cincuenta. Carmelo era conocido como constructor de casas y del mercado municipal y James lo contrató para realizar algunas estructuras iniciales en Las Pozas, como el cinematógrafo, unas torres enormes de hormigón con escalera alrededor, entre otras.

Construcción de Las Pozas. Coleccion/archivo de Dona Otilia Munoz

Dado que James tenía que salir del país cada seis meses debido a restricciones de la ley migratoria mexicana, durante sus ausencias, que a menudo eran de meses, se comunicaba con Gastélum y Carmelo por medio de cartas y postales enviadas desde Europa, Asia, el Caribe o Sudamérica, con imágenes de lo que había visto o dibujos con breves comentarios y medidas. También mandaba cheques y giros telegráficos para no detener la obra, que a veces no llegaban a tiempo.

Años después James conoce a José Aguilar, un carpintero originario, como Carmelo, de Pinal de Amoles, en la alta sierra de Querétaro. La colaboración entre ambos constituye la pieza clave para entender el proceso de creación del rompecabezas artístico Las Pozas. Aguilar entendía a James a su manera, y en su pequeño taller en Las Pozas se crearon los moldes para vaciar en cemento y hacer realidad los trazos, fotografías y bocetos. Aguilar contaba que James lo importunaba a diario con ideas y explicaciones y que no se le podía interrumpir cuando estaba dibujando.

Carmelo Muñoz Camacho (1927-1990),  constructor de Las Pozas.  Coleccion/archivo de Dona Otilia Munoz

Aguilar diseñaba formas en madera para cada componente y las integraba a las estructuras. De esa colaboración salieron columnas con capiteles a veces clásicos, a veces con detalles moriscos o hindúes, arcos griegos o romanos, curvas de todo tipo, plantas, animales y hasta partes del cuerpo humano. Los trabajos curvilíneos en moldes de madera de Aguilar son esculturas y obras de arte por derecho propio. Aún existe en Xilitla una bodega llena de sus moldes, y en algún momento se pensó en construir un museo para alojarlos.

Se ha dicho que el diseño de Las Pozas trae a la mente ciertos dibujos de Escher o de Piranesi, la arquitectura de Gaudí, las pinturas surrealistas de Remedios Varo y de Leonora Carrington, o la ciudad esmeralda de Oz. Pero como experimento arquitectónico surrealista se puede comparar particularmente, por ser más o menos contemporáneo, con el Palacio Ideal de Cheval, en Francia, y con las Watts Towers, en Los Ángeles; esta última obra fascinó a James e influyó en la conceptualización de Las Pozas. Ambos proyectos fueron resultado del arduo trabajo de dos personajes solitarios, el cartero francés Ferdinand Cheval y el maestro constructor italiano Simon Rodia, respectivamente.

En contraste, y a pesar de que James declaró que la obra era “pura megalomanía”, la creación de Las Pozas debe entenderse como un proceso altamente colaborativo. El íntimo conocimiento de la mente y la personalidad de James por parte de Gastélum, aunado al talento administrativo y el apoyo familiar de él y su esposa Marina, así como la experiencia en construcción de Muñoz y las habilidades interpretativas de Aguilar se unieron para crear métodos innovadores de construcción, para descifrar y traducir a la realidad esa amalgama de imágenes jamesianas. Por otro lado, no hay duda de que la gran mayoría de los trabajadores nunca tuvieron la más mínima idea de qué se trataba el proyecto.

Así fue tomando forma esa constelación de esculturas y pabellones orgánicos de concreto reforzado esparcidos en 8 ó 9 hectáreas. Se calcula que hay cerca de 40 esculturas, pabellones, puentes, fuentes, miradores, terrazas, arcos, etcétera, que se construyeron y nombraron a través de tres décadas de trabajo. Pero existen otras más pequeñas y aisladas, difíciles de detectar y nombrar debido a que la densidad de la maleza las esconde.

Es imposible colocar esta enorme diversidad de estructuras dentro de categorías arquitectónicas rígidas. Es que el gusto por lo fantástico y bizarro de James tuvo como resultado una conjugación de caos y armonía que debe apreciarse como está, con esas relaciones insólitas que él y su equipo crearon entre formas, estilos, épocas y culturas tan diferentes.

Algunas estructuras tenían un objetivo más o menos claro, como el Anillo de la reina, que se antoja entrada al jardín, además de recuerdo de su amor por Tilly; o el Camino de los siete pecados capitales, que da la idea de avenida principal, aunque desaparece súbitamente. En la Cabaña de Don Eduardo, James escribía y se hospedaba junto con sus mascotas y animales. En la Casa de los pericos se encontraba el taller de carpintería de Aguilar. Otros fueron dedicados a animales: la Casa de los venados, la Casa de los flamingos y la Casa del ocelote. El Cinematógrafo se construyó para proyectar conciertos y musicales, pero nunca se usó. La Casa de tres pisos que podían ser cinco fue planeada por James para alojar a su gran amigo Desmond Guinness, heredero de la cervecería irlandesa homónima, pero él nunca regresó a Xilitla.

El objetivo de las demás estructuras —es decir, de la mayor parte— es más difícil de discernir. Fueron nombradas por el mismo James, por los Gastélum, por los trabajadores y por amigos visitantes. Los nombres sin duda contribuyen a realzar el carácter surrealista de Las Pozas: el Puente de flor de Lis, Las manos del gigante, la Puerta de San Pedro y San Pablo, el Recinto en forma de ballena, la Escalera al cielo, la Tina en forma de ojo, la Bóveda de los murciélagos, la Poza del coronel, el Palacio de bambú o Biblioteca, la Columna de Stegosaurus y el Sarcófago de Don Eduardo, en donde a veces James se acostaba, en espera de inspiración.

También es cierto que había algo de barón colonial en el carácter de James. Aunque Breton y el resto de los surrealistas se declararon anticolonialistas desde los mismos orígenes del movimiento, la mente colonial y el surrealismo comparten una fascinación romántica por ese noble hombre “primitivo” del que hablaba Rousseau, así como una búsqueda continua de lugares y sociedades diferentes y exóticas. Al tiempo que reconocía a la gente de Xilitla con trabajo bien remunerado, la construcción de una clínica y la remodelación del viejo convento, los ignoraba completamente cuando hablaba con sus animales y flores, o cuando caminaba o se acostaba desnudo dentro de su propiedad, para estimular su inspiración.

Era narcisista, obseso de la pulcritud, con una personalidad dominante, aborrecía que le dijeran que no. A veces era irascible, tacaño y hasta grosero. Regateaba continuamente, hasta con Carrington, al comprarle sus obras; ella lo llamó en alguna ocasión un hombre mezquino que gozaba con hacerse el pobre. A veces no le daba crédito a gente que le había dado ideas para el jardín escultórico. Es el caso de las Manos del gigante pues, asegura Pedro Friedeberg en sus memorias, vienen de un dibujo que él realizó durante una comida con James en el restaurante Napoleón de la Ciudad de México. En una ocasión, se dice, despidió a un trabajador por haber tenido la audacia de interrumpirlo cuando hablaba con una flor.  

Al crecer la obra, aumentó el número de trabajadores a los que había que pagar. Por descuido, y a veces por irresponsabilidad, James no mandaba a tiempo el dinero para pagar la raya y el trabajo tenía que interrumpirse. Los jornaleros buscaban temporalmente otros trabajos y la familia Gastélum tenía continuamente problemas financieros. Esto, aunado a los despidos súbitos, causó resentimiento entre los trabajadores y conflictos en juzgados locales.

Hasta que un día, unos trabajadores molestos por el trato despótico del inglés planearon darle una lección. Calcularon cuándo pasaría James por un tramo de Las Pozas y dejaron caer un tronco, como si de pronto este hubiera cedido por el peso y la humedad de la selva. El tronco rodó y le pasó por encima a James, lastimándole la espalda y las piernas. El resultado fue que hizo construir un palanquín para ser transportado. Hay un par de fotografías de James sobre el palanquín con sus guacamayas, mientras cuatro trabajadores lo van cargando; es una imagen que tiene mucho de colonial, pero también algo de cómico. 

James sobre el palanquín. Coleccion/archivo de Dona Otilia Munoz

Aunque Xilitla concentraba su atención, James a veces viajaba a la Ciudad de México, en donde formó parte de un grupo de surrealistas mexicanos y extranjeros allí radicados. Además de Carrington y su esposo Gabriel Weisz, James se relacionó con Remedios Varo, Salvador Elizondo, Pedro Friedeberg, Agustín Lazo y los esposos José y Kati Horna. Posteriormente entró en contacto con artistas de la nueva generación como Germán Cueto, Helen Escobedo, Mathias Goeritz, Manuel Felguérez, Alan Glass y Vicente Rojo.

Por lo regular se hospedaba en el hotel Francis de la avenida Reforma, pues ahí le permitían traer a sus animales. Recibía el mismo trato en el hotel Majestic del Zócalo. En una estancia en el Francis, algunos huéspedes se quejaron de que había ratones, pero el gerente les explicó que los había traído James para alimentar a sus dos boas, de nombres Pancho y Oshkant. Otra excentricidad: lavaba sus billetes en el hotel, pues aborrecía el dinero sucio.

Durante 1962, James financió la revista surrealista S.NOB, de la cual se publicaron siete números. En ella participaron Salvador Elizondo, Elena Poniatowska, Antonio Souza y Alejandro Jodorowsky, entre otros. En el último número, dedicado a las drogas, James publicó el artículo “Cuando cumplí cincuenta años”, un relato sobre un mal viaje con hongos en el hotel Francis. James había experimentado con los “hongos mágicos” y otras drogas en años anteriores a instancias de Huxley, quien las consideraba una fuente de inspiración artística. Pero en esa ocasión, James tuvo terribles alucinaciones y pánico. Estaba tan alterado que el gerente del hotel le habló a su abogado en la capital; cuando este llegó, James estaba en la cama delirando, y su loro gritaba desde el baño.

James cambió su testamento varias veces, pero nunca hizo planes para la preservación de Las Pozas. Pensó que serían devoradas por la fértil vegetación del lugar, lo cual no era problema para él, pues pensaba que las creaciones deben transformarse en ruinas para volver a ser descubiertas. El poema nunca se acaba, se deja.

A su muerte en San Remo, Italia, el 2 de diciembre de 1984, tras haber sufrido un derrame cerebral en París unos días antes, la propiedad pasó a la familia Gastélum. Su cuerpo fue trasladado a Inglaterra y enterrado en el arboretum en West Dean bajo una enorme piedra con la inscripción: Edward James/Poet/1907-1984. Al morir, dejó alrededor de 200 baúles, portafolios, cajas y sobres con correspondencia, poemas, dibujos, fotografías, artefactos y novelas inconclusas.

En el verano del 2007, Las Pozas fue adquirida por la Fundación Pedro y Elena Hernández con el objetivo de restaurar y preservar las esculturas y construcciones y, al mismo tiempo, proteger el ecosistema. Actualmente recibe a más de 100 mil visitantes al año, es patrimonio cultural de San Luis Potosí, fue declarado Monumento Artístico de la Nación en 2012 y está en la lista de espera para ser reconocido como patrimonio mundial por la UNESCO.

4.- Una visita al Metropolitan

Último soneto

He visto tanta belleza como un hombre rara vez ha visto

por lo tanto, estaré agradecido de morir en esta pequeña habitación

rodeado por bosques, la gran penumbra verde

de los árboles, mi única lobreguez –y el sonido, el sonido del verdor.

Aquí en medio de la calidez de la lluvia, de lo que podría haber sido,

se resuelve en la terneza de una valiosa sentencia que dice:

“Hiciste lo mejor, descansa –y después de ti, el florecimiento

de lo que has amado y plantado todavía susurrará lo que quieres decir”.

Y los fantasmas de las aves que yo amé, me asistirán cada uno como amigo;

como ellos deberé haber volado más allá del reino de las palabras.

Tú, a través de los árboles, se les oirá, tiempo después del final   

llamándome más allá del río. Por los gritos de las aves

Yo continúo, mientras –defendido por el cortejo de sus alas–

mi alma entre silencios aún canta.

Edward James

Poco después de que reabrieran los museos cerrados por la pandemia fui al Metropolitan Museum of Art de Nueva York para ver la exhibición Surrealism Beyond Borders, una magnífica muestra de surrealismo en varios partes del mundo —pues fue, y sigue siendo, un movimiento mundial—. En la sección dedicada a México había obra de un gran número de artistas, algunos ya citados como Varo, Friedeberg, Carrington y Rojo, y otros como Frida Kahlo, Carlos Mérida y María Izquierdo. Pero por ningún lugar vi imágenes de Las Pozas o una mención a Edward James. La única obra suya en la exhibición era una fotografía del teléfono langosta, pero adjudicada sólo a Dalí.

Compré el catálogo para asegurarme. En la página 94 hay una referencia a James, relativa a una pieza de Horna y Carrington que fue llevada a West Dean. En una nota al final se menciona su casa de Xilitla y el jardín de Las Pozas, sólo para señalar que ahí se encuentran obras de Horna, Carrington y Friedberg. No hay ninguna fotografía de Las Pozas, ni rastro de su poesía, su labor filantrópica o su larga pertenencia a los grupos surrealistas de México y de otros países. Su nombre no aparece en el Índex, al final del catálogo. 

La marginalización de James y su obra no es nueva. Salvo escasas menciones secundarias en la literatura sobre el surrealismo, que lo pintan sobre todo como millonario excéntrico y amigo de Dalí o, en el mejor de los casos, como gran coleccionista de arte y mecenas de los verdaderos creadores del movimiento, su actividad creativa —poesía, prosa, diseño y coreografía— y filantrópica y, sobre todo, la excepcional obra en Las Pozas, fueron ignoradas por muchos años.

Aunque no cultivó un interés por la fama, James declaró varias veces que deseaba ser recordado como poeta y artista, no como el mecenas amigo de Dalí y coleccionista de arte, pero eso fue exactamente lo que ocurrió. Pensaba que un verdadero patrono de las artes no lo hace por egocentrismo, sino que su propósito es ayudar a jóvenes artistas en tiempos en que lo necesitan. Pero otros lo consideraron un capricho de niño rico, como si fuera imposible para un aristócrata llegar a ser poeta y artista.

Como poeta fue relegado a un segundo plano. Quizá por su fama de millonario que se autopublicaba en James Press, poca gente leyó su extensa y original obra. Dalí nunca lo consideró artista, sino un amigo multimillonario, coleccionista de su arte y financiador de sus locuras. Fue una amistad asimétrica, de opuestos, entre el talento exhibicionista incomparable de un Dalí sediento de fama y el distanciamiento que cultivó James, quizá por su cuna, educación y fortuna. A uno lo llevó a ser uno de los más grandes y polémicos artistas del siglo xx, al otro lo llevó a Xilitla.

Las Pozas, México. Coleccion/archivo de Dona Otilia Munoz

En 1975, la BBC grabó en Xilitla un documental sobre la vida y obra de James. Más tarde se publicaron algunas semblanzas, biografías, ensayos fotográficos y se realizaron nuevos documentales. En los últimos diez años se ha renovado el esfuerzo por redescubrir el verdadero legado y genio de ese rebelde poeta, mecenas y creador de sueños tridimensionales que fue James. En el 2007 se organizó una exhibición en San Luis Potosí por los 100 años de su nacimiento. En el 2015, un ambicioso programa de exhibiciones sobre las relaciones México/Reino Unido incluyó fotografías de Las Pozas y conferencias acerca de su obra y de su perfil como filántropo. Cinco años después se le incluyó en una retrospectiva sobre el modernismo en Sussex.

Es probable que este descubrimiento continúe y coloque a James en su merecido lugar como padre del surrealismo inglés, creador de artefactos icónicos del movimiento, visionario de enigmáticas e inolvidables atmósferas, pabellones y performances,patrocinador y coleccionista de tantos artistas, que facilitó el surgimiento de un clima propicio para el florecimiento de la vanguardia surrealista, creador de una fundación y una escuela de arte que siguen operando exitosamente, así como de fuentes de empleo para cientos de trabajadores en México, y, desde luego, autor de la conceptualización de Las Pozas. Allí encontró la manera de verter su talento y experiencia en una inigualable obra artística que ha sido visitada por cientos de miles de turistas. James es un vestigio que hay que redescubrir, un tesoro extraño escondido por muchos años, como Las Pozas.  

Como otros surrealistas, James trató de individualizar —en vez de universalizar— el arte a través de experiencias personales, sean sueños, pesadillas o impulsos eróticos, en contra de lo que él consideraba deshumanización y ansiedad producida por la modernización. En Xilitla culminó su larga búsqueda de un espacio para existir en libertad, fuera de los convencionalismos sociales que tanto odiaba.


Cronología

1907. Nace Edward Frank Willis James el 16 de agosto en Greywalls, Escocia y dos meses más tarde es llevado a la mansión familiar en West Dean, donde pasa su infancia. 

1912. Fallece de cáncer su padre, William James.  

1924. Asiste a la preparatoria en Eton, empieza a escribir poemas. Su adolescencia es caracterizada por un rechazo a las estrictas normas de la aristocracia inglesa.

1926. Ingresa a la Universidad de Oxford. Publica su primer libro de versos. Descubre el surrealismo.

1928. Abandona Oxford sin terminar sus estudios. Conoce y se enamora de Tilly Losch. 

1929. Fallece Evelyn Forbes, su madre.

1930. Es funcionario del servicio exterior inglés en Roma. Funda la editorial James Press. 

1931. Se casa con Tilly Losch en Nueva York. 

1934. Se divorcia de Losch. Escribe su novela El jardinero que vio a Dios. Financia la revista surrealista Minotaure, donde publica algunos de sus poemas. Se convierte en mecenas de pintores surrealistas como Dalí, Magritte, Fini y Tchelitchew.

1936. Asiste con Dalí y Magritte a la exhibición surrealista en Londres. 

1938. Conoce a Sigmund Freud. 

1939. Junto con Dalí diseña y construye el pabellón El sueño de venus en la Feria Mundial en Nueva York dedicada al Mundo del mañana. Decide quedarse en Estados Unidos.

1940. Viaja a Taos, Nuevo México y se reencuentra con Aldous Huxley. 

1942. Viaja a Los Ángeles y visita a su prima, la pintora Bridget Tichenor. Compra una casa en Hollywood y otra en Malibú.

1944. Viaja a México y conoce a Leonora Carrington en Acapulco.  

1945. En un viaje a Cuernavaca se encuentra a Plutarco Gastélum en la oficina de telégrafos de la ciudad y lo convence a ser su guía.  

1947. Llega por primera vez a Xilitla y al poco tiempo compra Las Pozas. 

1956. Plutarco Gastélum se casa con Marina Llamazares y tienen cuatro hijos: Leonora, Plutarco, Inés y Gabriela. Viven, junto con James, en El Castillo de la calle Ocampo. Por esos años James conoce a Carmelo Muñoz, quien sería por mucho tiempo su maestro de obras y amigo.

1962. Su colección de orquídeas es devastada por una severa helada y mueren muchos de los animales que James había criado en Las Pozas. Comienza la construcción del Jardín Escultórico. Poco antes de la helada James financia la revista de vanguardia S.NOB y publica en ella “Cuando cumplí cincuenta años”.

1964. Establece la Edward James Foundation. 

1971. Funda el West Dean College. 

1972. Gastélum es aquejado por el mal de Parkinson 

1983. Marina Llamazares enferma y muere de cáncer. James la visita y se despide días antes de su muerte.

1984. Muere Edward James en San Remo, Italia, y es enterrado en el arboretum de West Dean. 

1991. Muere Plutarco Gastélum en Xilitla.  

2007. Las Pozas es adquirida por la Fundación Pedro y Elena Hernández con el objetivo de preservar la obra y proteger el ecosistema. El Jardín Escultórico Las Pozas recibe a más de 100,000 visitantes al año.

2011. Xilitla es nombrado Pueblo Mágico.


Bibliografía, webgrafía y videos

Adame, H. 2007. Edward James, Xilitla y el surrealismo. México: Gobierno del Estado de San Luis Potosí. 

Andrade, L. 1997. Arquitectura vegetal. La casa deshabitada y el fantasma del deseo. México: CONACULTA/Artes de México. 

Andrade, L. 1996. Para la desorientación general. Trece ensayos sobre México y el surrealismo. México: Editorial Aldus. 

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