«El agua es una máquina del tiempo» de Aline Motta

Por: Karina Bidaseca

Este texto, escrito por Karina Bidaseca, fue leído en la presentación del libro El agua es una máquina del tiempo (2024) de Aline Motta, traducido al español y publicado por editorial Mandacaru. Su lectura pone en diálogo la obra de Motta con intelectuales afrofeministas como bell hooks o Audre Lorde para reflexionar sobre los cruces entre memoria, racismo y ancestralidad dentro de una «poética del mar».


I. Levitar

“Violencia como principio

racismo como base

genocidio como meta.”

Aline Motta, 2024:114

Las imágenes del film El agua es una máquina del tiempo de la artista Aline Motta, nos estremecen hasta lo más profundo de nuestro ser. Letras y artes visuales en estado de disolución, vehículos de memoria, promueven una plasticidad de lenguajes artísticos; la liberación de una misma.

La mirada que la artista multifacética nacida en Niteroi en 1974 lanza sobre Rio de Janeiro, la elegante y sofisticada ciudad del colono y de la realeza, se muestra teñida ahora de sangre. La batalla de Guanabara, las masacres de las poblaciones negras e indígenas se concatenan con la muerte de Ambrosina por tuberculosis ensuciando la piel de sus edificios. En su recorrido habitan las huellas de las luchas que tuvieron que librar esclavizadxs y amerindixs para resistir al embate colonial.

Ambrosina es su tatarabuela, y parte de ese linaje matriarcal de la familia en la que Aline proyecta la ancestralidad en su deseo de ritualizar la muerta simbólica. 

Su obra me trae resonancias de la gran escritora afroamericana bell hooks, cuando en Trycicle. (1992) escribe:

“Si realmente me pidieran que me definiera, no comenzaría con la raza;

Yo no empezaría con la negrura;

No comenzaría con el género;

Yo no empezaría con el feminismo.

Comenzaría por despojarme de lo que fundamentalmente informa

mi vida, que es que soy una buscadora en el camino.

Pienso en el feminismo y pienso en las luchas antirracistas como

parte de él. Pero donde me paro espiritualmente es, firmemente, en

un camino sobre el amor” (bell hooks).

Su mirada habita la escritura fanoniana: “Las máscaras blancas caen cuando la pulsión de muerte asola en el encuentro con la mirada humillante del blanco que cebrea el cuerpo racializado: las miradas blancas, las únicas verdaderas, me disecan”, escribió el autor en “Piel negra, mascaras blancas” (1994: 115).

Absorta, narra la historicidad de un cuerpo que se transmuta en otro cuerpo dejando el rastro de la ancestralidad.

   “La hija que se vuelve ancestral de la madre

memoria y vehículo

el agua es una máquina del tiempo” (Aline Motta, 2024: 237).

Toda una “literatura de rastros”, al decir del poeta martiniqués Édouard Glissant.

La inmersión por aire y agua son dos planos que estructuran el relato desgarrador del tiempo. En el video, por momentos, el dron que circunda la zona urbana de Rio de Janeiro se detiene, aproxima y aleja como un cuerpo que levita a merced de las energías cósmicas. Les caminantes se vuelven volátiles. Los autos invierten el sentido de la marcha. Se dislocan los sentidos. El tiempo adquiere otra densidad. El tiempo es un afuera del tiempo.

En ese intersticio de fugas, emerge el recuerdo del dolor, de la frustración y la impotencia; pero también de la risa y la ternura radical. Activando la fuerza de la poesía visual que resuena, quebrada por las respiraciones pausadas. Y las voces, y las vísceras, y las lágrimas, el agua es el medium. Lo es en gran parte en las obras de Aline.

II. En el fondo del océano

Su experiencia viva de deterioro y mutilación, la lleva a la afrofeminista Audre Lorde a recorrer las heridas del propio cuerpo, a atacar su representación para mudar radicalmente de piel.

«El racismo y la homofobia son condiciones reales en todas nuestras vidas en este lugar y en este tiempo. Les pido a todas las que están aquí que busquen en ese lugar del conocimiento en sí mismas y que toquen el terror y el odio de cualquier diferencia que vive ahí. Ven que cara lleva. Es entonces que tanto lo personal como lo político puede empezar a iluminar todas nuestras opciones» (Lorde, 1988: 93).

Escuchamos la voz de la protagonista: “Discutir racismo en mi familia era como entrar en esa parte del mar en que no se hace pie. (…) En la orilla no necesitábamos atravesar las olas”, recita Aline Motta (2024: 49). Y, dos páginas por delante, nos confiesa: “Me da rabia haber aceptado el dinero” (2024: 51).

“Las heridas no deben ser una fuente de vergüenza ya que son necesarias para el crecimiento y despertar espiritual” (p. 246) Para sanar, nos dice hooks, uno debe aceptar la propia herida. La piel, la herida colonial del racismo cotidiano y las cicatrices coloniales, la memoria encarnada en el cuerpo, ocupan un lugar central en tu camino artístico. ¿Cómo la artista logró atravesar esas heridas para sanar espiritualmente en una sociedad como la brasilera cuyo mito fundacional es la democracia racial?

Su voz grita que el racismo ha sido una constante, aunque paradójicamente, un lugar al cual se impedía llegar. Como el cuarto oscuro de las casas familiares, como el oleaje más turbulento del océano, la tranquilidad se hallaba en el silencio de la orilla, en la negación como mecanismo de supervivencia.

El historiador poscolonial camerunés Achille Mbembé dedicó sus libros a pensar la clínica del sujeto escindido. El trauma colonial es el peso del cual debemos liberarnos, concluye. Los flujos políticos de (des)pliegues afectivos permiten liberarnos de la maquinaria colonial que introyectó el opresor y que llevamos dentro.

Ante tanto desamparo, la escritura de bell hooks nos ofrece la radicalidad del amor como propuesta política. En su conmovedor libro Todo sobre el amor (2021) nos habla de cómo curarnos del dolor de un mundo que lidia con la herida colonial. Para la autora “la cultura contemporánea está impregnada de un peligroso nihilismo, que atraviesa las fronteras de raza, clase, género y nacionalidad. A todos nos afecta tarde o temprano” (p. 104).

«La dimensión radical del amor y la comprensión son cualidades más complejas de lo que parecen. El amor así entendido es mucho más “útil” y más difícil que pensar en la idea de bueno o malo, correcto o incorrecto, o decidir de qué lado se está»,  escribió bell hooks en Tricycle (1992).

III. El agua es memoria

Dejó un rastro de leche y sangre…

Ambrosina Cafezeiro Gomes.

En “Memorias de la plantación”, Grada Kilomba habló de la radical subversión epistémica de objeto en sujeto: “Soy yo quien describe mi propia historia, y no quien es descrita. Escribir, por tanto, emerge como un acto político. (…) como un acto de tornar-se, en cuanto escribo, me torno la narradora y escritora de mi propia realidad.” (2019: 28). ¿Cómo ha sido la experiencia encarnada con la escritura para Aline Motta?

Escrevivência que surge desde las letras de la gran escritora Conceição Evaristo,

“Escrevivência, em sua concepção inicial, se realiza como um ato de escrita das mulheres negras, como uma ação que pretende borrar, desfazer uma imagem do passado, em que o corpo-voz de mulheres negras escravizadas tinha sua potência de emissão também sob o controle dos escravocratas, homens, mulheres e até crianças. […]. E se a voz de nossas ancestrais tinha rumos e funções demarcadas pela casa-grande, a nossa escrita não. Por isso, afirmo: “a nossa escrevivência não é para adormecer os da casa-grande, e sim acordálos de seus sonos injustos” (Evaristo, 2020, p. 30).

En la trilogía Pontes sobre abismos [Puentes sobre abismos], Se o mar tivesse varandas [Si el mar tuviese balcones] y (Outros) Fundamentos [(Otros) Fundamentos] Aline Motta logra evocar lo que podría haber sucedido si el océano “Atlántico Negro” como lo llama Paul Gilroy, hubiese sido un espacio de comunicación y de memorias compartidas, y no el vientre de la barca esclavista que interpreta Glissant (2017). “¿Qué continúa, qué vive en el presente de estos desplazamientos que comenzaron hace siglos?”, se pregunta Motta (2022: 220) “Busco a través del agua una comunicación entre lenguas y culturas emparentadas”, continúa.

Las poéticas del mar emergen con fuerza en escritores como en la aseveración: “The unity is sub-marine”, de Edward Kamau Brathwaite. Me recuerda a Glissant cuando narra la escena del abismo entre los grilletes oxidados de la esclavitud, el moho y las profundidades del océano para recuperar las historias en común de los continents y volver a Mamá Africa. Qué puede decirnos “La máquina del agua” sobre la memoria afrodiaspórica?

El agua es memoria viva que habilita el proceso de pensar y comunicar los fragmentos reunidos. El agua activa la mirada liberadora que las devuelve a su linaje, a su memoria ancestral, al mundo. Desde la “zona de no ser” de experimentación racial fanoniana hacia una superficie de liberación a través de la potencia erótica y política del amor y la exigencia del derecho a la opacidad.

Lo opaco como un derecho frente a lo transparente como una imposición de Europa; en su trilogía, Aline Motta utiliza los espejos que reproducen rostros y paisajes, desplazan imágenes en el espacio, produciendo un espejismo de continuidad histórica. Tanto en su arte como en su producción crítica, desafía al espejismo para encontrar su propia historia en el fondo del océano, entendiendo éste como un nuevo modo de comunicación, como una nueva “poética del mar”. Una comunidad submarina.


El agua es una máquina del tiempo

Aline Motta

Editorial Mandacaru, Buenos Aires

2024


Bibliografía

Bidaseca, Karina (2022). “Espejismos en el mar. Huellas fanonianas y glissantianas en las letras y las artes visuales de Grada Kilomba y Aline Motta”. En: De Oto, A. y Bidaseca, K. Frantz Fanon y Édouard Glissant. Once ensayos desde el sur. Mendoza: Qellqasqa/Clacso. Disponible: https://biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/171370/1/Frantz-Fanon-Edouard-Glissant.pdf

Evaristo, Conceição (2020). «A Escrevivência e seus subtextos». En: Duarte, C. L; Nunes, I. R. (org.). Escrevivência: a escrita de nós. Reflexões sobre a obra de Conceição Evaristo. Ilustrações Goya Lopes. Rio de Janeiro: Mina Comunicação e Arte, p. 26-47.

Fanon, Frantz (2017). Piel negra, mascaras blancas. Madrid: Akal.

hooks, bell (1992).  Agent of Change: An Interview with bell hooks. Interview with bell hooks by Helen Tworkov. https://tricycle.org/magazine/bell-hooks-buddhism/

Kilomba, Grada (2008). Memórias da plantação: episódios de racismo cotidiano. Cabogó.

Lorde, Audre (1984). “Usos de lo erótico: lo erótico como poder”. En: Sister Outsider. Essays and  Speeches. US. Ten Speed Press.

Motta, Aline (2024). El agua es una máquina del tiempo. Buenos Aires: Ed. Mandacarú.


Transitar la vida con el tránsito por el arte. Entrevista a Ana Gallardo

Por: Silvana Aiudi

En esta entrevista exclusiva para Revista Transas, Silvana Aiudi conversa con la artista argentina Ana Gallardo. Repasa los orígenes de su carrera, los desafíos como mujer artista y sus intervenciones artísticas fundamentales en torno a la intimidad, la vejez y la escritura.


El arte de Ana Gallardo atraviesa la intimidad, la violencia de género, la vejez, la muerte, la soledad, la exclusión. La particularidad de sus obras tiene que ver con la construcción de sus piezas y acciones desde lo personal, que se expande, a través del vínculo afectivo, a lo social y político. Antiacadémica, como ella misma se define, piensa el arte como resistencia y transformación. Victoria Noorthoorn, en el libro Ana Gallardo. Un lugar para vivir cuando seamos viejos (Museo de arte Moderno, 2015) dice: “Su denuncia a veces es tácita; a veces, explícita: su arte llama la atención sobre procesos de transformación personales que acontecen en el filo de la vulnerabilidad”.

Las obras de Gallardo generaron un gran interés y participaron de exposiciones internacionales como 7°Bienal del Mercosur (2009), 29°Bienal Internacional de Arte de San Pablo (2010)y la 56°Bienal de Venecia (2015), entre otras. Actualmente, sus piezas se encuentran en la exposición “Lo que la noche le cuenta al día” (Buenos Aires, Fundación Proa) y “Ana Gallardo. Tembló acá un delirio” (España, Museo Centro de Artes Dos de Mayo). 

-¿Cómo comenzó tu vínculo con el arte? ¿Qué importancia tuvo tu mamá?

Justamente, acabo de hacer un trabajo muy grande, que es una de las piezas que está en Madrid, que tiene que ver con mi madre, con la herencia de las mujeres. Buscando esas mujeres que no pudieron hacer lo que querían hacer. Mi mamá se murió, entonces, yo finalmente construí eso que mi mamá hubiera querido ser. Tengo claro ahora que ese era su deseo y lo estoy haciendo yo, estoy cumpliendo ese deseo.

En realidad, yo no tengo una formación académica. Tuve una vida de adolescencia e infancia con orfandad: colegios de monjas, pupila mucho tiempo, iba con una tía, después, con la otra tía. Desde que se murió mi mamá, fue una etapa de mucha soledad y violencia. Mi papá nos abandonó y quedó una casa vacía, con una mujer sin herramientas para ser madre. Lo único que pudo hacer es morirse. En todo ese proceso, más el proceso de las idas y venidas, fui una muy mala alumna. En la adolescencia, en algún momento determinado, vuelvo a vivir con mi papá. Él después se casa con la que fue su mujer, yo me peleo con ella y, entonces, me voy de mi casa. Teniendo que trabajar, ya no me daba para hacer las dos cosas: estudiar y trabajar. Ahí me quedan cosas truncadas: no tenía capacidad o, mejor dicho, no podía pensar qué quería o cómo. Era una adolescente sola y, después, una adolescente en la dictadura. De golpe el mundo no lo conocés, no tenés idea, no podés pensar qué sos.

Cuando volvimos a la democracia, yo pude sentir qué quería ser. Después de un momento de salud muy frágil, entendí que quería pintar, y que, en realidad, la pintura era lo único que yo conocía. Mi papá era escritor, tenía una presencia muy fuerte y era muy dominante con lo que está bien y con lo que está mal. Con la academia y todo aquello que tiene que ver con el patriarcado que odio en la educación del arte, bueno, eso era mi viejo. Entonces, la pintura, las artes visuales era lo único que tenía a mano. Así, empecé a estudiar en talleres de artistas como Miguel Dávila y arranqué pintando. Mucho tiempo después, entendí que eso era una manera de construir un vínculo con mi mamá. Ahora lo tengo clarísimo. Ese es el inicio. Yo heredo eso.

-¿Cómo te sentís ahora?

Es un privilegio. Nunca podría haber hecho otra cosa. No puedo pensar qué habría pasado si hubiera terminado el secundario.

-Es muy importante el trabajo en tu vida. De hecho, en tu obra CV Laboral enumerás tus trabajos. Empezaste a los 14 años, ¿no?

Sí, empecé a trabajar a los 14 años con una amiga.  En ese momento todavía no era necesario mantenerme, pero trabajamos con una amiga. Su papá organizaba ferias: ferias de mueble y decoración, había una feria para niños, etcétera. Como yo no parecía de la edad que tenía, sino mucho más grande (y lo era) andaba sola. Mi papá no se ocupaba de mí. Después, a los 16 años, ya fue una obligación trabajar porque me tenía que mantener. No había plata en la casa, entonces, tenía que trabajar para mantener la luz y el gas o lo que me correspondía. Y a esa edad, y en esa época, lo que menos hacés es estudiar y trabajar.

-¿Alguna vez pensaste en dejar de trabajar?

No, no. Necesito trabajar: me hace falta. Además, en una economía en negro, nunca tuve jubilación. Por suerte gané el Premio Salón Nacional, que es una jubilación, pero ahora, por la situación actual, es lo mismo que la nada y no sé qué pasará.

-¿Tuvieron esos primeros trabajos influencia en el arte? ¿Pudiste trabajar y tener un proceso creativo a la vez?

No, nada, nada. Fueron una pérdida de tiempo: desorientación, maltrato y violencia laboral. De hecho, yo tengo una hija y nunca quise que trabajara de nada excepto de lo que ella necesitara hacer con respecto a su profesión. Yo salía con el diario en mano a buscar trabajo. Es muy duro. A esa edad no tenía herramientas. Incluso una vez hice un curso de secretariado, esos de los que tenías que aprender a tipear. Yo soy una de las pocas que tipea con todo el teclado, con todos los dedos.

-En tu obra CV Laboral mencionás que trabajaste como secretaria.

A eso iba. Todos los trabajos para mí eran de recepcionista o secretaria. No fui secretaria porque no terminé ese curso, que era de una academia, la Academia Pitman, porque no lo soportaba. Eso me llevó a tener una vida indigente, prácticamente. Pero, en ese momento, ese sueldito me alcanzaba para alquilar sola, cosa que ahora no se puede hacer.

-¿Cómo empieza tu vínculo profesional con el arte en lo que refiere al trabajo?

Empieza en el ’85. Yo tenía un amigo correntino. Nos habíamos conocido en el taller de pintura de Miguel Dávila y él entró a trabajar en una galería, una galería muy contemporánea. Después de la dictadura, a fines de los ’80, empieza a aparecer nuevamente, en la calle Florida, todo un movimiento del arte que había estado invisible. Y esta galería abre, tenía un espacio en lo que fue el Centro Cultural España, en aquel momento fue la librería del consulado, y atrás estaba esta galería. Y yo empecé a trabajar ahí. Y era una galería que tenía mucha gente, muchos artistas. Obviamente, todos hombres y del mundo contemporáneo del arte: Alberto Heredia, Pablo Suárez, Enio Iommi, Paparella, empezaban a llegar los pintores de la transvanguardia y… alguna que otra artista mujer. Mandábamos mil sobres todos los meses por correo. Yo mecanografiaba las etiquetas, después las pegaba una por una en cada sobre e iba al correo. Ese era mi oficio: mi trabajo ahí. Un amigo era el secretario de la galería y yo era la secretaria de él. Con el tiempo, él se fue, me quedé en su lugar y fui creciendo. Ese fue mi primer trabajo en el mundo del arte. Después estuve en el Grupo de la X, que nos armó Enio Iommi, y ya entendía qué quería. Yo veía a estos hombres, que terminaron siendo mis amigos, Suárez, Kuitca, toda esa generación que renovó el pensamiento artístico a mediados y fines de los ’80. Esa fue mi escuela: yo entendí y aprendí todo lo que tenía que ver con el mercado del arte, que no me sirvió para mí.

-¿Por qué no te sirvió?

Porque nunca pude aplicar las reglas que imponía el mundo del arte para ser una artista que vendía su obra. Yo no vendo mi trabajo o vendo poco o tengo algunas piezas puntuales que se vendieron a museos. No vivo de la venta de mi obra. No supe hacer un trabajo para vender. No hice lo que había que hacer: hay que tener mucha cintura para hacer lo que exige el mercado.

-¿Te costó encontrar, en el mundo del arte, un lugar por ser mujer?

En aquel momento no me daba cuenta. Cuando formamos el Grupo de la X, éramos muchas artistas mujeres. En aquel momento, éramos jóvenes y queríamos cambiar el mundo del arte (igual lo sigo creyendo y también creo que es posible porque acá estoy). A mediados de los 90’, regresé de México. Las mujeres no estábamos dentro de la hegemonía del arte para ese entonces. Mejor dicho, los 90’ tenían una línea de pensamiento y yo no estaba ahí: estaba intentado ser una artista feminista, hablando de temas de mujeres. No de la invisibilidad en el mundo del arte, sino de la invisibilidad de lo cotidiano. Lo cotidiano era lo que nos sumergía en algo complejo. Ellas eran las que peleaban las batallas más grandes con los hijos. Eran mujeres de artistas que no cumplían su deber como padres. Y si estaban solas, tenían que dar una batalla tremenda con el trabajo. Todo esto invisibiliza a las mujeres artistas. Eso lo empecé a entender a mi edad adulta, cuando buscaba referentes mujeres y no había o habían desaparecido. Todo el tiempo nos referíamos a los hombres artistas que, además, tenían una práctica influyente, en donde no entraban nuestras prácticas como mujeres. Yo quería hablar en primera persona, biográficamente, emocionalmente, cursimente. Es decir, todo lo que ahora para mí es un statement antes no se miraba en mi trabajo: me dejaban de lado, no me convocaban, no ganaba premios, no circulaba el trabajo.

-Gran parte de tu trabajo es íntimo. ¿Cómo fue visto eso?

Empecé a trabajar así en el 2003. En ese momento, yo no trabajaba así. En los 90’ trabajaba sobre el aborto, métodos anticonceptivos, la violencia sobre nuestros cuerpos.

-¿Por qué no pensabas tu trabajo desde lo personal?

No me daba cuenta. Me di cuenta tarde. Trabajaba temas políticos. Entendía que la política era eso. Hablar de lo que a mí me interesaba, que era la violencia de género, pero la ponía en un tema: lo doméstico, lo doméstico y el aborto… pero no era mi historia. A partir del 2000, empecé a pensar otras cosas. Entonces, un día detecté que había algo que estaba impuesto: el no poder hablar desde mi propia historia era algo que venía del sistema machirulo. Decir: “a nadie le importa tu problema personal, importa el problema mundial”. No sé, hablar del aborto en China… No puedo hablar del aborto en China porque, si bien es importante, está lejísimo de mí. Entendí que la única consistencia que podía tener mi trabajo era desde mí, desde mi propia historia.

-¿Cuál es la pieza que marcó ese momento?

Para mí, es una pieza que se llamó Patrimonio. La hice en la Galería Sendrós y fue una pieza que tenía mucho humor, también. Junté todos mis muebles, toda mi casa que tenía un recuerdo amoroso e hice una instalación. Estaba encintada y hablaba del amor: del amor romántico, de la violencia en el amor romántico, la cosa de la locura, el estar permanentemente sosteniendo aquello que ya no es, que se nos escapa. Tenía una letra de una canción de Paquita la del Barrio: ella va cantando por qué no vende sus muebles y es eso lo que compone su memoria romántica. Entrabas a la sala, estaba el audio, que se podía escuchar en un auricular, pero era yo cantando esa canción de Paquita. Toda la sala estaba entre eso y la cantidad de dibujos que había hecho: toda esa cosa de la repetición, la obsesión, de creer que sos su amor, de la locura, de no poder soltar. Y ahí comencé a trabajar lo privado. Mi historia personal y, después, fui acomodándome a otras historias. Además, ahí comprendí que era vieja para el mundo del arte.

-¿Cuántos años tenías?

Tenía 45 años y me había convertido en una mujer menopáusica. Ahora se habla del tema, pero hace 20 años no veías viejas, no las veías. A la única que veías vieja era a Mirtha Legrand en la televisión.

-O muy viejas o haciendo de abuelas, ¿no? Y hay una sociedad marcándote para qué sos vieja.

Con la menopausia, no podés ser madre. Para mí esa es la base. Ya no sos madre: no le das hijos al capitalismo, al patriarcado, hijos útiles al sistema, entonces, no servís para nada. Arranca ahí y después todo lo demás. Ya no tenés el olor de la fertilidad. Entonces, no te huelen porque ya nos sos útil al sistema: no le vas a dar más hijos. Ahora lo hablamos, conversamos y aparecen un montón de temas. Nos hemos reinventado.  En aquel entonces, trabajaba en la Galería de Alberto Sendrós, que era la galería joven más importante de la escena y era un semillero. Yo trabajaba con él como secretaria, asistente y, además, era artista de la galería. Cuando empecé a transitar ese momento, yo era grande: todos tenían 25, a lo sumo 30, y yo tenía 45. Entonces, yo ya estaba fuera del sistema: era un objeto raro ahí. Y ahí viví en carne propia lo que sucedía: era ferozmente violento. Venía un curador o curadora a ver las obras de los jóvenes. Así, empecé a ver lo que pasaba y ahí comencé a trabajar el tema de la vejez. Ahí empecé a armar Un lugar para vivir cuando seamos viejos y que ahora es Escuela de envejecer.

-Me gusta el tema de construir la pieza por medio de la escucha de los demás y el vínculo afectivo. La idea de construir un lugar para vivir cuando se envejece, haciendo lo que cada uno desea hacer y no pudo por el trabajo o el motivo que fuera, me parece hermoso y, también, utópico.

Es utópico. Solo sucede en la pieza. No tiene un formato social y es muy difícil sacarlo de la obra. Cuando empezamos con Un lugar para vivir cuando seamos viejos, yo estaba trabajando un poco con los patrimonios de las personas cercanas. Después, hice una pieza que se llamó Tía Rosita, que fue una conversación con una tía que siempre la había escuchado maltratar a su marido, muy inconforme con la vida y hablaba de otro hombre, que era el amor de su vida. Entonces, un día le fui a preguntar. Yo no sabía cómo abordar la conversación de la vejez: ¿cómo se le pregunta a una señora de setenta y pico de años qué significa ser vieja? La perspectiva de futuro, la cercanía de la muerte, la soledad. Veo que a la gente le cuesta hablar de “viej…”, no terminan la palabra, no quieren “insultar”. Y yo les digo: “vieja, vieja, yo soy vieja”. Y me contestan: “Estás re bien, estás re bien para tu edad”. Soy vieja, no es que estoy vieja. Esa vejez es la instalada por un sistema. Obvio que no estoy vieja, estoy más joven que cuando tenía 30 o 45. Nadie te quiere “ofender”.

-¿Y qué pasó con la pieza Tía Rosita?

La grababa, quería que me contara sobre el amor. Ella se la pasaba hablando del amor, de la calentura, era fogosa, no había perdido su deseo erótico a esa edad. En toda esa etapa, iba a charlar con ella. Así, hice una pieza que era un audio en donde ella cuenta su migración a Argentina. Ella abandonó a aquel novio y llegó a Argentina. El padre no quería que ella estuviera con “ese chico” y, entonces, la hace migrar violentamente a un convento. Toda esa pequeña pieza habla de las migraciones, del formato de estas mujeres, de cómo se iban a buscar marido a otro lado, de lo que no podían hacer. Ella, finalmente, trabajó mucho e hizo mucho dinero, pero no sé si logró ser lo que quería ser. Es la historia de muchas mujeres y de mucha gente, también. Simplemente, es que las mujeres nos preguntábamos menos cosas que las que nos preguntamos ahora. A partir de ese momento, arranqué a buscar a mujeres grandes y a conectarme con ellas.

-Y ahí empezaste el proyecto Un lugar para vivir cuando seamos viejos. ¿Cómo fue el proceso?

Con un amigo, nos empezamos a juntar para pensar la vejez. Yo ya la venía pensando: había hecho una pieza El pedimento. La vejez atravesaba el formato de obra. Pero en algún momento, me pongo a pensar con mi amigo, con mi hermano: qué vamos a hacer nosotros cuando seamos viejos y no tengamos más herramientas para vivir solos, dónde queremos vivir. Y empezamos a pensar en Un lugar para vivir cuando seamos viejos, en una estructura que nunca fue como estructura, pero que tenía un montón de preguntas como la eutanasia, el derecho a morir, la salud, dónde querés vivir, si se puede vivir en comunidad, la economía dentro de eso. Cuando apareció la economía, pusimos el foco en el trabajo. Apareció el trabajo y todo lo que estaba trabajando estos años. Ahí puse todo: el deseo, el cuerpo, las revanchas, con qué te encontrás cuando tenés que seguir trabajando, pero ya no es lo que habías hecho toda tu vida. ¿Ahora qué podrías hacer? Esto tiene que ver conmigo: yo no puedo dejar de trabajar, no puedo comprarme un terreno, alquilo, sigo alquilando, necesito trabajar todos los días de mi vida, nunca me voy a poder comprar nada, ni una tierrita para hacer mi huerta.

Lo que propone Escuela de envejecer, y que tendría que haber, pero no logro armarlo, son trabajos para los adultos mayores. Algunos museos lo están haciendo, el Moderno, por ejemplo. Un lugar donde les viejes puedan dar clases de lo que han aprendido en la vida adulta, no de jóvenes. Si una mujer trabajó toda su vida de empleada doméstica, de secretaria o en su casa, todo lo que hizo fue en un borde violento (vos no podés, vos no sos, vos no sabés), mujeres que no podían estudiar porque cuidaban a los hermanos, a las madres, a los padres, ahora los nietos, mujeres tuvieron un lugar de eternas cuidadoras, ese lugar es un clavo. Nos han educado para eso. Yo iba a una escuela donde me enseñaban a bordar y coser, lo más práctico era eso: bordar y coser. Pero cuando llegás a otra edad, cuando no tenés que hacer eso mismo para lo que te educaron, me encuentro con que las mujeres están activas. Yo busco mujeres activas: voy a bailar, me encanta leer, quisiera hacer karaoke. En eso, van encontrando una actividad secundaria que les da placer. Y se encuentran con algo que las empodera frente a la familia: hoy no puedo cuidarte porque me tengo que ir a bailar. Y el marido se queja. Pero la mujer le responde: “Me voy a bailar y eso no se toca”. Para mí esa señora tendría que dar clase de baile. Cada vez que puedo, a esa mujer, Irma, con la que he trabajado, le digo: “vení a dar clases de baile, no importa si bailás bien o mal”. Además, bailar bien o bailar mal es algo que se nos ha impedido hacer porque se marca que esto es así o asá. Y en el mundo del arte es violentísimo.

-¿En qué sentido?

Si hablábamos de menstruación en los 90’, éramos artistas berretas o no éramos cool porque no se decía o no se hacían las cosas como se debían hacer. Entonces, todo el tiempo quedábamos fuera. Ahora, digo: mirá esta señora que canta divino, ¿quién te dijo a vos que no podías cantar? ¿Que no tenías voz? ¿Y a esta edad quién tiene el derecho de decir que no puedo cantar como se me da la gana? Y además de que la voz de estas mujeres tiene la profundidad de una vida de mierda en un mundo de mierda. Tiene la voz ronca de la vida pura. Mi fantasía, y lo que dice Escuela de envejecer, es que estas mujeres son maestras de eso.

Estuve en León y me encontré con una mujer, que tiene 79 años. Ella atiende un negocio, que lo tiene hace 20 años porque se quedó viuda. Una mujer cultísima que viene de Chiapas, pero hace 20 años que vive en Guanajuato, un estado de derecha, y su marido fue maestro de una escuela muy importante. Ella, cultísima, pero nunca fue ni maestra. En ese negocio, que tiene unas ropitas colgadas, todo lo que hay son libros y fotos con toda la historia de los derechos mexicanos. A esa mujer la voy a invitar a hacer una pieza: a ella le encanta el tema de las adelitas, las mujeres revolucionarias mexicanas… Entonces, hagamos una historia o una lectura de las adelitas y contemos a la gente quiénes fueron. Es eso simplemente: que haga lo que le gusta hacer y se le paga. Después es muy difícil darle continuidad: no tengo herramientas, no tengo el dinero, no puedo construir esa escuela, que requiere de un ejercicio que yo no lo sé hacer.

-¿Cómo te vinculás con estas mujeres? ¿Cómo es el proceso previo a la pieza?

Lo que hago es buscar. Casi siempre lo hago en el marco de una exposición. Yo estoy haciendo obra: ese es mi proceso. Entonces, busco mujeres y las voy escuchando de acuerdo con lo que me interesa para mi obra: mujeres que estén dando batalla. También, me presentaron a una mujer que es como la jefa del barrio, como si fuera una manzanera, pero acá tienen un lugar más grande: se ocupan del barrio. Cuando llego y hablo con ellas, me doy cuenta de que ya están trabajando con les viejes del barrio. Hay capas, en lo social y lo afectivo. Ya la gente lo hace. Yo hago arte dentro del mundo del arte, al que no le interesa acceder a esos estados o situaciones.

-¿Cómo se vinculan estas piezas de la vejez con tu propia vida?

Hablo de la vejez de ellas y, también, hablo de mi vejez. Soy yo la que está envejeciendo. Si yo no estuviera envejeciendo de esta manera, creo que estaría muy mal. No me es fácil envejecer, para nada, pero me ha sido mucho más fácil desde que tengo este proyecto. Meterme con el problema, me ayudó, también, a disparar mi trabajo hacia otro lugar. Y era necesario porque el trabajo está circulando en el mundo, mucho. Era necesario: nadie lo hacía, me tocó. No hablo solamente de las viejas que envejecen. Hablo de mi vejez.

-¿Qué miedos tenés ante la vejez?

Tengo todos los miedos. Mi cuerpo. Hay algo físico, sobre todo. Los dolores, el tiempo, la muerte, la enfermedad. Todo el tiempo estoy pensando en esas cosas. Este trabajo me ha puesto en un lugar de trabajo y visibilidad, que nunca había tenido y siempre había deseado. Entonces, es contradictorio porque estoy muy joven, a mil manos, nunca trabajé en mi obra como estoy trabajando ahora, jamás, con la lucidez y valentía que tengo ahora y que antes no tenía, que me ayuda todos los días a posicionarme ante mí misma: bueno, envejecés y de una manera copada.

-Esa forma de vivir la vejez y pensarla, ¿puede ser entendida como resistencia?

A mi lo de la resistencia me gusta pensarlo como la resistencia en la clandestinidad. Una resistencia que planifica las posibles salidas del problema. Siempre he pensado Escuela de envejecer como un espacio de resistencia clandestina en ese sentido: yo estoy pensando esto acá, no me ves, pero el día que me veas, ya no vas a poder parar esto porque el mundo va a haber cambiado.

-¿Y qué pasa en el mundo del arte en relación con esto y las mujeres?

Algo de esto está pasando: ahora las viejas estamos de moda. En Argentina, en la Galería W, hay todas mujeres artistas grandes y todas mis amigas están con muestras: Mónica Mayer, Elba Bairon, Cristina Schiavi. Todas estas artistas mujeres estuvieron ganando premios, muy grosas, muy importantes en la escena, en el mundo, Adriana Bustos, Marcela Astorga. Por primera vez, desde que conozco la historia del arte, la escena está captada por mujeres grandes. Más allá de que ahora casi todas en el arte son mujeres, para mí tampoco es el método, pero igual había que atravesar por este momento. Lo importante es que hay una escena de artistas de más de 60 años. Los referentes ya no son los hombres: son ellas. En algún momento habrá que equilibrar, pero noto que nosotras explotamos y se debe a un trabajo que venimos haciendo hace muchos años, y que este es el momento de cosecha. Habrá que ver cómo sigue hacia futuro. En algún momento nos tenía que tocar. Ahora se dice que lo que tiene que importar es la calidad de obra. Cuando eran todos hombres, no siempre había calidad de obra. Era así el sistema y estaba preparado para legitimar esas ideas y no otras. Siempre pongo el ejemplo de Picasso: te educaron para que no puedas amar más que a Picasso, que no es mucho mejor que otros. Tu gusto y tu educación formal está embebida de que él es el inventor del arte contemporáneo. Estamos educadas para eso. Y todavía tiene vigencia. Me da igual qué se pensó, qué pensó tal académico, tal intelectual. La realidad es ahora. Yo estoy trabajando esto ahora desde mi lugar.

Casi toda mi obra está escrita. Los epígrafes en las muestras los escribo yo: hay una pared que está tallada con un texto. Hay un video, ahora en la muestra de España, que es un video de un texto que escribí, la pieza de Guatemala son textos en conjunto con una mujer guatemalteca, hay un video donde leo las cartas de mi madre y son textos. Yo escribí todos los textos de sala como una narración casi novelesca. Ahora sacamos un libro sobre Escuela de envejecer y tiene texto también. Todo lo relacionado con la escritura tiene que ver con mi padre. Mi hermano escribe. Se ve que era algo que teníamos muy vedado por ese autoritarismo patriarcal. Y cuando mi papá se muere, para mí, fue mucho más claro permitirme utilizar la escritura. En La hiedra hay unos dibujos en carbón y todos los epígrafes están hechos por mí. Esa pieza es sobre la vejez. Quedó el amor porque yo no me animaba a preguntarle a estas señoras qué implicaba ser vieja. Entonces, les pregunté sobre el amor y se armó esa exposición alrededor de eso, pero que se me escapó. El centro de esa obra tiene que ver con estas viejas: una canta, la otra escribe, la otra pinta. Ahí arranca, claramente, todo lo que es para mí Un lugar para vivir cuando seamos viejos. El amor no es una preocupación en mi trabajo. Simplemente, es que yo tengo en claro que construyo en los encuentros afectivos. Si no sucede eso, si no pasa ese vínculo, no hay obra. Sin vínculo de confianza, de cariño, no hay obra. No significa que dure en el tiempo. Es obra. Y con la escritura me pasa que a veces creo que soy más escritora que artista visual. La escritura, en mi caso, y en este último tiempo, está tomando ese formato. El dibujo con palabras, la apropiación de testimonios de mujeres violadas, dibujos en carbón que tienen textos fuertes, pero que yo edito, que yo dibujo, que yo escribo. Hay una apropiación de algo que después muta a un diseño, a mi diseño. No pongo todo el texto. Es un fragmento de un testimonio enorme y yo decido qué pongo.

-¿Qué poder tiene la escritura para vos?

No sé si tiene poder, pero yo siento que no me alcanza la metáfora, el artilugio. No me sirve. Soy panfletaria y obvia: me interesa la obviedad. Siento que la palabra es como si yo todo el tiempo hiciera un pie de página. La escritura refuerza aquello que quiero decir y no sé cómo decirlo porque no me interesa la obra ocurrente. Necesito la realidad. Soy cursi. Yo tengo una escritura cursi, lo que el mundo considera cursi. Ese tipo de poética que no le gusta a la intelectualidad y a mí me encanta. Y, además, la utilizo como una herramienta de batalla. Si el sistema del arte dice que esto no está bien, yo voy y lo voy a hacer y te lo voy a mostrar igual, porque creo que es una forma de transformar aquello que es opresión. Si alguien está diciendo “esto así no va”, está oprimiendo a un montón de gente que está haciendo eso así. Entre esas, yo. Con la escritura, si no entendés lo que te estoy diciendo, ya sos idiota: “me violaron 3200 veces”. No hay metáfora. La metáfora es el carbón, el papel, el dibujo… pero “me violaron 3200 veces”, no.  No hay otra forma de decirlo. Y no quiero, tampoco me interesa. Quiero que se entienda la realidad: me apabulla, me toma.

-¿Cómo se relaciona el arte y la vida?

Puedo transitar la vida, y hasta por ahí nomás, con el tránsito por el arte. Si yo no tuviera el arte, estaría internada, deprimida, porque me supera todo. Me turba mucho. Entonces, el arte es como una cinta transportadora. Me permite transitar el mundo desde un lugar más cómodo.

-¿Y arte y lo político?

 Me considero una artista política. Soy partidista, pero mi obra no lo es, como, por ejemplo, la de Daniel Santoro. Soy una artista política, comprometida de mil maneras con el trabajo político y social. Estoy agrupada a los argenmex, pero no es el arte lo que me está llevando a eso. Mi práctica está embebida de los problemas sociales, que son una suma de decisiones políticas que ha habido en la sociedad: la educación, por ejemplo. Las mujeres solamente pueden bordar y cocinar. Eso es una decisión política. Marcar eso sigue siendo un trabajo político y dentro del arte igual. Si como artista decido que voy a tocar estos temas que el arte dice “de esta manera no” y discrimina, ahí voy a estar. Voy a estar con mi arte y me van a tener que mirar igual.