Oslo y el deseo: un realismo disfuncional

Por: Nahuel Paz

La segunda novela de Martín Caamaño ofrece una narrativa de la disfuncionalidad, de las aspiraciones y deseos que conducen inevitablemente a la frustración.


Oslo, de Martín Caamaño, es una novela que se posiciona en una zona que la literatura argentina suele tener definida hasta que se renueva la discusión: el tono realista que se filtra en las subjetividades de los personajes. Tenemos a Oso, que abre una cuenta en Facebook y busca a un viejo amor, Ana; también está Manuela, hija de Ana, ese viejo amor de Oso. Y alrededor de estos tres personajes se presenta un salto al vacío en búsquedas infructuosas que nacen cercenadas.

En este sentido, me permito pensar el realismo de la obra como una categoría que lleva al vacío. Leyendo con agudeza a Georg Lukács, Martin Kohan (2005) entiende al realismo en tanto “justeza promedial” que se resuelve en lo típico y cuyo horizonte siempre es social:

El realismo de Lukács no se sostiene entonces en una confianza llana en el poder de la palabra para designar la cosa, ni en el de la literatura para designar el mundo, sino en un sistema de representación convenientemente delimitado, que excede en todo sentido la eficacia lineal de la sola referencialidad. (Martín Kohan, 2005: 7)

La novela de Caamaño podría funcionar dentro de estos parámetros, como define Kohan los de la Literatura Argentina contemporánea:

Sus personajes son prototípicos, socialmente reconocibles; las referencias (…) no quieren ser sino signos de una indicación social genérica; se elige la tipicidad y no la sobresaliencia (una esquina cualquiera…) El mundo captado se articula como conjunto en un proceso social integral (…). (Martín Kohan: 2005: 13)

En las subjetividades de los personajes encontramos un realismo que se mete en las decisiones que toman, decisiones que parecen impulsivas y luego calculadas, o fruto de un cálculo lateral que no tiene la lógica que deberíamos esperar. Por caso, Oso con su cuenta de Facebook, red social con la que se entusiasma para luego dar paso a cierta abulia. O Ana, que todos los jueves cena en el mismo club, en una rutina que la muestra, justamente, como alguien rutinario, una imagen que sin embargo será deslavada capítulo a capítulo.

Y detrás de todo este juego hay un narrador que va dejando esquirlas de historias con un desapego casi objetivo, para que las/os lectores reconstruyan una cadena de momentos que en su ilación se vuelven desesperantes. Este narrador es clave para intervenir en los sentidos de las representaciones como sistema.

Fabián Casas dice que Caamaño “diseca las pasiones como si fueran un mapa mental”. Yo prefiero dejarle la operatoria a su narrador, que se instala sobre la dispersión, que expone vericuetos al tiempo que los esconde. Es él quien abre, sin denunciar, las mascaradas de los personajes, para concentrarse en las disfuncionalidades familiares que hacen de Oslo una proyección de lo deseado e imposible, de los equívocos repetidos, de las marcas y genealogías. Como si los personajes se difuminaran un poco (aunque no sea solo ni exactamente eso) mientras avanzan.

En Olso las familias no se descomponen, se disgregan por una fuerza que simula la pereza. Las familias de estos personajes se comportan como si no quisieran estar en los lugares que habitan o que se les imponen, como si la suerte se hubiera escindido en alguna parte y Oslo pasara a ser en un lugar deseado otro.

Fotograma de «Vértigo» de Alfred Hitchcock

Sara Ahmed, en La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría (2016), reflexiona sobre la familia como un lugar que presiona en función de una felicidad incuestionable, la familia erigida como garante de una felicidad que es “medible”. De tal modo, si alguien tiene una familia (si forma una familia) debe ser feliz. Se puede asumir que este trabajo de Martin Caamaño ocupa las concepciones que plantea Ahmed: en su novela las familias presionan y obligan a puntos de fuga, como si se vislumbrara esa felicidad que tener una familia debería garantizar, para luego verla escapar por otros sitios.

En el centro de la historia habita una confusión que da comienzo a la disfuncionalidad, en el sentido que le otorgamos cuando algo se desarregla estructuralmente. Por ejemplo, Oso puede ser un escamoteo de Oslo, capital de Noruega y paraíso abstracto de la aspiración desarrollada en general y de Manuela, personaje principal de la obra, en particular.

Las nociones de paraíso y de aspiración se van expandiendo, porque los personajes están todo el tiempo aspirando a otra cosa, a algo que no ocurre, que no se da, que no se puede. La felicidad está en otra parte, en Oslo, Brasil o Mar Del Plata, pero nunca ahí, en el presente y en el lugar que cada uno ocupa. En ese centro aspiracional ocurre el desarreglo, en ese centro disfuncional está Manuela, que es quien quiere y desea irse a Oslo. No sabe bien por qué, pero ella desea estar ahí, mientras en su realidad debe cuidar a su “padre”:

Llega al living y encuentra a su padre en la silla: un bulto que alguien se dejó olvidado. Siempre le pareció un extraño su padre” y en esas relaciones surge el rencor, “El accidente en vez de sembrar la ternura y la compasión aumentó la distancia” (con Manuela). Con las gemelas no. Las gemelas lo quieren. Le festejan todo, hasta cuando las reta. Lo quieren tanto que se fueron a estudiar a capital. (Oslo: 17)

En Oslo los personajes tienen la torpeza de no saber cómo estructurar la disfuncionalidad o de hacer como que no saben. Por ejemplo, cuando Oso entra en la habitación del hijo de su mujer:

Empieza a hablar de forma torpe (…) repitiendo una y otra vez, como una verdad irrefutable, eso de que primero tiene que hacer el duelo, hacer de tripas corazón y hacer el duelo. Cada vez que termina la frase, emberenjenado, le pregunta al hijo de su mujer si entiende (…) Empieza a contarle la historia. Y mientras la cuenta, mientras se escucha a sí mismo contar, le parece que todo lo que relata forma parte de otra vida, una vida ajena, que ya no le pertenece, que ni siquiera está muy seguro de haber vivido. (Oslo: 21)

La historia que cuenta atropelladamente ya no es la suya, sino algo que se escapa. Y así se hace palpable en Manuela que, a su vez, desea a un hombre e irse a vivir a Oslo, pero termina con otro hombre y en Brasil. Este juego se ve en la propia Manuela que intenta discernir la precariedad de su situación en Brasil, entonces comienza a escribir sobre Laura Alvim, una filántropa brasileña que donó su casa para hacer un centro cultural. Le encuentra un parecido con Hedy Lamarr, inventora austríaca que fue también actriz y diva del Hollywood en la década de 1930. Manuela piensa en transfiguraciones y artificialidades:

Pero toda esa desesperación que en el retrato de la diva de Hollywood (Hedy Lamarr) aparece impostada, en el de Laura se transfigura en un desenfado totalmente natural (…) Es como si una fotografía fuese el reverso de la otra. La naturalidad de Laura Alvim contrasta con la evidente artificialidad de Hedy Lamarr, marcando una diferenciación posible entre la representación y la vida. (Oslo: 100)

Montaje: Laura Alvim/Hedy Lamarr

De todo este conjunto surge el planteo sobre realismo y vacuidad mencionado al principio de la reseña: en estas representaciones llevadas hasta el vacío la novela nos presenta una forma de leer momentos, historias y una disconformidad que acumula desasosiegos. Por eso Oslo, Oso, Manuela, Ana, se siguen desarreglando a lo largo de la narración. En Oslo todo será desarreglado hasta que no queden ni vacíos, ni representaciones, ni aire para respirar. 

Martín Caamaño. Foto de Manuel Iniesta 

Oslo

Martín Caamaño

Mansalva

2021

127 páginas


Kohan, Martín (2005). “Significación actual del realismo críptico”. Boletín/12 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, diciembre.