Red eléctrica, apagones y hongos. Artes de la observación para un imaginario de la crisis

"El sueño de Endimión II (2016) de Daniel Lezama.

 

Por: Martín de Mauro Rucovsky

En este ensayo, Martín de Mauro Rucovsky indaga, desde el cono-sur, la relación entre infraestructuras, cuerpo y subjetividades a partir de una lectura simultánea entre Materia Vibrante de Jane Bennet, Los hongos del fin del mundo de Ann Tsing y el ensayo Voyager de la dramaturga chilena Nona Fernández.


Habitamos entornos electrificados, estamos rodeados de líneas de cableado que cruzan las calles, vivimos inmersos en un enredo de conductos sin orden aparente. En todas partes enchufes, interruptores de luz, máquinas de acoplamiento y asociación. Esa experiencia pedestre que forma parte de nuestro horizonte cotidiano, permanece incorporada en forma de hábitos regulares a tal punto que su producción está separada del registro de lo familiar. La energía eléctrica se revela como un recurso cuyo consumo está disociado de sus edificios materiales y entendimiento técnico, de las fuerzas organizativas y su presencia en nuestros imaginarios sociales y culturales. ¿En qué momento tener luz eléctrica fue algo disponible, de modo continuo y accesible? ¿Cómo llegamos ahí, a ese punto de incorporación de lo eléctrico que subyace en las capas epidérmicas del campo social, de las infraestructuras, pero también de los cuerpos y subjetividades?

Una constatación como punto de partida: habitamos entornos electrificados pero nuestra experiencia compartida indica la interrupción e interferencia del sistema de iluminación, la falla y el acontecimiento, los apagones recurrentes, cortocircuitos de los transformadores, las experiencias de desamparo, instantes de vivir sin resguardo y hasta la vivencia palpable del colapso.

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Domingo 16 de junio de 2019, se produce un apagón en Argentina que afecta a gran parte del territorio expandiéndose también hacia Uruguay y Paraguay. Mientras transcurría el día del padre, rozamos la catástrofe.

Ese domingo se produjo un corte en el suministro eléctrico que dejó sin energía a más de cincuenta millones de personas. Genera un efecto desterritorializante en lxs usuarixs y consumidorxs del sistema eléctrico y las rutinas se ven reducidas al borde del aislamiento y la desorganización del ecosistema urbano. Los cortes de luz son la confirmación episódica de la estructuración normativa de la red eléctrica, pero en un sentido inverso, ya que son las fallas, anomalías y discontinuidades las que confirman el funcionamiento más regular y estandarizado del mismo. En este punto, los apagones exhiben una promesa trunca de abundancia y de persistencia infinita de la energía ligada al imaginario antropogénico que en su declinación latinoamericana se configura sobre la base de la fragilidad, la inestabilidad y las crisis del entramado eléctrico. Estos son nuestros problemas acumulados, la catástrofe ecológica y climática que refiere, a su vez, a la distribución jerárquica y desigual de los recursos energéticos disponibles.

Justo ahí pone el foco Jane Bennett, en su libro Materia Vibrante. Un episodio de cortocircuito generalizado, un apagón que afectó a más de cincuenta millones de personas en EUA en 2003. El corte del suministro se revela locus privilegiado de análisis. Prestar atención a la energía, pero en el instante de interrupción, allí cuando advertimos la importancia de la electricidad en nuestras vidas. La autora rescata ese episodio en la historia reciente para ensayar un método, para prestar atención a la energía en su capacidad de agenciamiento técnico y de infraestructura material. Un método que es una táctica de percepción, una “atención sensorial, lingüística, imaginativa a la vitalidad material”. Una táctica puesta al servicio de la materia como principio activo para afirmar tautológicamente la existencia de la energía eléctrica y traerla a la superficie sensible. En esta línea, agrega Gabriela Milone, una táctica para cultivar las artes de la observación y de la escucha a la común materialidad entre lo humano y lo no-humano tanto en su especificidad como en su inespecificidad.

El apagón se convierte en un nudo condensador para la pensadora norteamericana porque le permite traer al análisis un ensamblaje híbrido de componentes humanos y no humanos. Eso es la red eléctrica y el sistema de interconexión de energía: un agrupamiento de electrones, bombillas, cables y postes, campos electromagnéticos, cortocircuitos y descargas que son “fuerza tanto como entidad, energía tanto como materia, intensidad tanto como extensión”.

Imagen: Ana Laura Cantera. 

Electrones o un flujo de iones que avanzan a través de un conductor, la electricidad está siempre en movimiento, yendo hacia alguna dirección, aunque el lugar de llegada no es enteramente previsible. La velocidad de las trayectorias involucradas exhibe un desvío que hace que algo nuevo aparezca o una direccionalidad imprevista, tal como ocurre con los apagones, que en ocasiones elige su ruta sobre la marcha, dibuja flujos circulares en respuesta a la interacción con otros cuerpos con los que se encuentra. La efectividad de esa agencia no está localizada necesariamente en un cuerpo o en un colectivo producido por esfuerzos humanos puesto que todos los seres equivalen en este mundo de inmanencia ontológica.

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Hay que volver a una de las preguntas que se guardan aparte, sin respuesta, en la insistencia de los enunciados conceptuales de Jane Bennett.  La electricidad es un ensamblaje agencial compuesto de elementos híbridos, pero ¿de quién sería la agencia material si la efectividad del acople no-humano depende necesariamente de la observación de Jane Bennett, digamos, de una táctica de percepción humana? Aún cuando la electricidad es una hibridación por acoplamiento con capacidades agenciales -imprevisibilidad, direccionalidad aleatoria y presencia no estática- que exceden los significados, los designios o los propósitos humanos, en los términos materialistas que Bennett anuncia ¿A qué le presta atención el materialismo vital de la autora y que se mantiene opacado simultáneamente? La energía no deja de ser una escenografía narrativa sobre un fondo de ajenidad. Es decir, al final de cuentas, es un actante agencial que irrumpe exteriormente en el transcurso de las vidas humanas.

De un modo un tanto más oblicuo, durante la lectura de Materia Vibrante se me cruza el ensayo de la dramaturga chilena Nona Fernandez, titulado Voyager (2020) y la lectura misma produce un cortocircuito. En pocas palabras, la madre de la autora se desmaya, los episodios de lapsus se vuelven recurrentes, tiene lugar un síncope y la pérdida de memoria parcial. Ante cada episodio y cuando vuelve en sí, extravío de recuerdos. Algo de ese ensayo insiste en una sugerencia sencilla: ¿Por qué el dibujo de un rayo eléctrico se parece a las ramificaciones de un tejido neuronal? Ese es el punto de partida, como enhebrar historias y conectar por acoples, que se pone en evidencia con el desmayo de la madre y un diagnóstico médico en dirección a los circuitos neuronales. Desde allí la analogía del cerebro con sistemas más vastos y complejos, como el firmamento, las constelaciones, el cosmos y el universo: “el mecanismo neuronal es un acto presente que reverbera eléctricamente con la forma de una constelación” escribe Nona.  

Las Voyager son una dupla de sondas exploratorias lanzadas al cosmos por la Nasa en agosto y septiembre de 1977 respectivamente. Ambas contienen un disco fonográfico de cobre bañado en oro cuyo contenido, sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura en la Tierra, pretende ser una combinación de cápsula del tiempo y mensaje interestelar destinado a cualquier civilización. En este sentido, las sondas condensan una promesa de un tiempo caduco porque poseen una energía limitada -su futuro es, inexorablemente, la chatarra espacial- pero sobre todo porque se proyectaron sobre un imaginario de la extinción planetaria, su lanzamiento estuvo atado a la posibilidad del contacto extraterrestre, pero con una civilización ya extinta (humanidad). Una posibilidad ciertamente cargada de una potencia negativa, esto es, el contacto con los registros y el disco-memoria de una civilización fenecida. Los discos también contienen una grabación de una hora de duración con las ondas cerebrales, datos del cerebro y del corazón de Ann Druyan; la información codificada de la activista, productora y escritora estadounidense se convirtieron en sonidos para la interpretación posterior de algún tipo de vida extraterrestre.

Las sondas Voyager son el motivo para armar una serie, poniendo el cuerpo en conexión le permiten a la dramaturga chilena unir la pérdida de recuerdos de su madre con la posibilidad de testimoniar el pasado. Energía corporal humana en contigüidad con la energía lumínica de las estrellas según un tiempo flotante. La serie que exhibe Nona Fernández se conecta con la constelación de los caídos, todo un trabajo político de posmemoria, formada por veintiséis estrellas renombradas con cada uno de los nombres de los chilenxs ejecutadxs por la Caravana de la Muerte en tiempos de la dictadura pinochetista.

Los episodios por síncope de la madre apuntan a una red neuronal que procede por destellos eléctricos, flujos de polarización y sinapsis química. Los desmayos y las sondas espaciales, el cerebro de la madre y las ondas cerebrales de Ann Druyan -contenidas en el disco de oro que viaja con las Voyager-, los códigos de ese sistema se basan en los cuerpos, en la capacidad del sistema cuerpo-energía para recibir, conectar, distribuir y cortar información. La energía recorre los cuerpos y los atraviesa. La energía no es, como presume Jane Bennett, un fondo exterior (exosomático) sino un modo de imbricación.  Como la madre y sus episodios de epilepsia, esas pausas espacio-temporales en el sistema eléctrico neuronal.  El sujeto es una vida corporal cargada de sinapsis constantes (a nivel cerebral) y movimientos circulatorios de sangre (a nivel cardiovascular) que no cesan de empalmar una máquina-órgano a una máquina-energía, una carga química en su cuerpo, unas cuantas neuronas y otras tantas células.

Consideremos una inversión de roles, acaso una superposición de lecturas, Jane Bennett leyendo Voyager de Nona Fernandez. El ensayo de la chilena es, pues, un mecanismo narrativo de intersección. La actividad eléctrica puede pensarse como un punto de cruce en donde confluyen una mirada externalista y un registro que parte de la energía corporal: necesitamos de otrxs para sostenernos fisiológicamente, animales humanos y no humanos, vegetales, bacterias y microbios, para sintetizar componentes alimentarios o utilizarlos como fuentes de energía. Los dos planos no cesan de interferirse: la electricidad es un telón de fondo, pero también relaciones fisiológicas, nutricionales, energéticas y de retroalimentación química, ambos planos no cesan de actuar el uno sobre el otro, y de introducir, uno en el otro, bien una corriente de flexibilidad, bien un punto de rigidez.

Contemplemos ahora otro desvío posible. Leo Los hongos del fin del mundo de Ann Tsing en simultáneo con Materia Vibrante de Bennett.  Una descarga por lecturas disonantes. La escritura de Tsing registra lo infraordinario y reflexiona sobre un tipo de hongo de setas aromáticas, el tricholoma matsutake que se extiende en entornos ecológicos devastados, asociado a los bosques de pinos cuyas parcelas no planificadas son apropiadas por los flujos territorializantes del capital. Los hongos proceden por expansión subterránea, creando redes rizomáticas, mallas densas y sistemas radiculares compartidos (micelios). Así como las cargas electromagnéticas de una nube se separan formando un río de truenos en bifurcación. Los fungi son organismos -ni vegetales ni animales- que se extienden formando redes y madejas, ligando raíces y suelos minerales. Su funcionamiento presenta la reconversión de energía y de estados de la materia, son descomponedores primarios de la materia muerta de plantas y de animales, un vaivén entre el mundo de los vivos y de los muertos. 

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Así como la electricidad es para Bennett un ensamblaje agencial, ¿de qué está hecha la red eléctrica y el sistema de interconexión de energía? ¿Cuáles son sus componentes y qué elementos forman parte del catálogo materialista animista en el pensamiento de la autora? Mayormente, estos son objetos, cosas, actantes y modos de manufactura técnica e industrial, elementos híbridos naturo-artificiales. Tal es la contradicción performativa que se vuelve un problema de táctica metodológica, apunta Gabriela Milone.  ¿De quién sería la agencia material si la efectividad del ensamblaje eléctrico depende necesariamente de una táctica de percepción no-humana? La cuestión es entonces cómo romper con esa inercia y evadir, por lo mismo, la matriz antropocéntrica que se presume de modo subterráneo.

Un disyuntor que prende y apaga la luz. Para Tsing las redes micelares junto con los recolectores forman acoplamientos, conjuntos polifónicos de asociación abierta y de confluencia entre ritmos y escalas temporales en las formas de vida que se agrupan. Aquí se forma otra lectura posible, una corriente transitoria de voltaje en frecuencia de intensidad. Estamos rodeados de numerosos proyectos de creación de mundos -todos los seres forjan mundos- apunta Tsing, medios de subsistencia preindustriales como la recolección de hongos matsutake, pero para poder considerarlos debemos reorientar nuestra atención.

Imagen: «El sueño de Endimión II» (2016) de Daniel Lezama. 

Hace un tiempo, Verónica Gerber Bicecci deslizó una observación: ¿Por qué el dibujo que proyecta un rayo eléctrico se parece a las raíces de las plantas? Habitamos entornos electrificados, estamos rodeados de cables, objetos y artefactos técnicos, pero también de vegetales y plantas, insectos, mosquitos y animales en compañía. ¿Y si nuestro tiempo, escribe Tsing, constituye el momento idóneo para reorientar la atención y percibir la indeterminación, los encuentros imprevisibles y la precariedad (ambiental)? De la agencia material a los ensamblajes híbridos, desde esta línea de errancia, la energía lumínica producida por “fenómenos naturales” como la aurora boreal, la bioluminiscencia de insectos, luciérnagas, peces, algas marinas (noctilucas) y medusas o los organismos que producen color en la luz emitida como bacterias (Vibrio harveyi y Vibrio fischeri) y los hongos (del orden Agaricales Basidiomycota), se tornan fenómenos no escalables, acoplamientos vegetales-animales radicalmente no humanos pero cargados de misticismo, magia y de una extrañeza digna de admiración. Una pregunta que se repite en diferido: ¿Qué es aquello a lo que prestamos atención, pero no logramos percibir? ¿Qué es aquello que indefectiblemente nos pasa inadvertido?


Bibliografía

Bennett, Jane (2022) Materia vibrante. Una ecología política de las cosas. Buenos Aires: Caja Negra.

Milone, Gabriela (2023) “¿Una pizca de antropomorfismo no(s) basta(rá)?”. En 452ºF  #29 (2023) pp. 75-90. Link: https://revistes.ub.edu/index.php/452f/article/view/42014

Fernández, Nona (2019) Voyager. Santiago: Random House.

Imágenes: Ana Laura Cantera y Daniel Lezama.

Tsing, Anna Lowenhaupt (2023) Los hongos del fin del mundo.  sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Buenos Aires: Caja Negra.