Un objeto que aprieta el lenguaje. Reseña sobre «El martillo» (2021) de Adelaide Ivanova

Por: Lina Gabriela Cortés

Imagen: Joaquin Sorolla «trata de blancas».

Adelaide Ivánova es periodista, artista y activista brasileña. Ha trabajado con diferentes materiales artísticos como la fotografía, la poesía, la performance, la traducción y la publicación. En 2018 ganó el premio Río de Literatura[1] en la categoría de poesía por su libro O martelo, que llega a Argentina en 2021 gracias a la editorial Mandacaru y a la traducción de Diana Kingler.


El martillo fue publicado por primera vez en Lisboa en el 2016 por la línea editorial de la librería Douda correria, después fue publicado en 2017 en Río de Janeiro por Edições Garupa y en 2019 el centro de traducción de poesía lanzó una selección de poemas traducidos al inglés. El libro ha sido traducido al alemán y al griego y en su edición más reciente, bilingüe, al español.

La edición de Mandacaru contiene 32 poemas sobre la violencia y el deseo en los cuerpos femeninos y en los cuerpos feminizados históricamente. Está dividido en dos partes: la primera refiere a la violencia institucional, policial, burocrática; la segunda, se aboca a la violencia en la vida diaria, una violencia solapada que está implícita en la construcción de las relaciones sexoafectivas y en la construcción del deseo, que implica reflexiones y conexiones entre los espacios íntimos y los espacios públicos de denuncia.

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En este libro, la voz poética se reúsa a callar, a guardar silencio sobre la violencia que soportan los cuerpos subalternos dentro del patriarcado y, al mismo tiempo, es una voz que reflexiona sobre las lógicas menos palpables, más silenciosas que también operan dentro de la historia que nos contamos a nosotrxs mismxs sobre nuestras relaciones con otrxs y las instituciones que las avalan.

El martillo es también el ritmo del texto, un libro para ser leído en voz alta porque cada poema ensordece y rompe los límites de la denuncia, hace suya la violencia, la rabia, le da lugar a las voces que sufren el desastre impuesto sobre sus cuerpos. Nos interpela como lectorxs a experimentar el miedo, el abuso, la injusticia, el deseo y la ironía sarcástica que se asoma y acompaña el texto. 

En el libro habitan dos voces poéticas. Por un lado, la voz poética que denuncia y nombra. Por ejemplo, en el poema “Para Laura” donde se refiere a los cuerpos que han sido violentados, expuestos como espantapájaros, irreconocibles como el caso de Matthew Sheppard y Laura de Vermont, asesinados brutalmente; o el caso de poemas como “El sobre”, “La sentencia”, “El juez” donde las marcas de las violencias estructurales y la revictimización sobre sus protagonistas sostienen la historia de la violencia institucional que encubre las leyes patriarcales. Una suerte de poemas/registros/archivos que se convierten en llaves para abrir las puertas de la institucionalidad corrupta, hermética e indiferente.  Estos poemas que conforman la primera voz poética tejen una animalidad singular que da cuenta de una serie de metamorfosis de los funcionarios públicos, metamorfosis de las víctimas como consecuencia del lenguaje impuesto sobre ellas, como en el poema “La mula”, donde “la mula-lavinia/ también tuvo su lengua/ arrancada de lucrecia/ mula y dormida/ no arrancaron/ nada pero el chantaje/ también es una mordaza/ y mula-talia también/ dormía cuando fue/ violada”.

Pensar las metamorfosis que habitan en el texto nos lleva de vuelta al título “El martillo” que aparece en las dos partes del libro y que es la configuración de una ambivalencia que habita todo el texto. Cuestionar las subjetividades establecidas, los procedimientos que interrogan al cuerpo de manera violenta, los diversos lugares de enunciación para explorar y exponer el repudio, pero también para explorar nuestras preguntas más allá del espacio de denuncia, más cerca de nuestras relaciones, de nuestros deseos, de nuestras versiones y construcciones solidarias del mundo.

Desborda la descripción que nos produce angustia, miedo al ver un vestido ensangrentado, un cuerpo flotando en el agua, colchones donde camina el ruido. El ritmo que persiste a lo largo de todo el libro está profundamente ligado a la cantidad de imágenes que atraviesan el texto, una tras otra dan cuenta del vínculo de Ivánova con las artes fotográficas y la performance que se refleja en su práctica poética.

Por otro lado, en el libro hay una voz poética que establece una especie de diálogo imaginario con Humboldt, un personaje intermitente con quien mantiene una relación sexoafectiva, y quien representa un cuerpo masculino con toda la carga histórica, simbólica y política. Humboldt se convierte en una figura-puente por medio de la cual es posible nombrar el deseo, celebrar el cuerpo, pero también nombrar las instituciones que validan los vínculos sociales de las relaciones afectivas, como lo son el matrimonio o el divorcio. Humboldt, “el marido”, es un recurso poético y un vínculo afectivo, que establece una dinámica entre la vida íntima y la vida pública, un vínculo con la ironía sarcástica que rodea el universo del libro, tal como aparece en un fragmento del último poema de la primera parte, “El martillo”: “Humboldt nunca puede llegar/de sorpresa corre el riesgo/ de ser martillado y así/ morir o vivir” (63).

Esta ironía también es plasmada en la elección del nombre: Humboldt (la única palabra del libro en mayúscula) irremediablemente nos remite al naturalista y explorador Alexander von Humoldt, sobre el que recae esa ambivalencia entre su sensibilidad para plasmar y transmitir conocimiento y el protagonismo que tuvo dentro de un proyecto colonizador que destruyó y masacró poblaciones enteras para financiar proyectos como el suyo.

Sumado a esto, nombrar los lugares geográficos donde se sitúan las imágenes del libro demuestra la importancia de establecer vínculos entre países, ciudades que se conectan por medio de la violencia estructural y que hacen parte de dos imaginarias distintos, el sur y el norte global: San Pablo, Alemania, Francia, Irak. Diálogos que revelan los puentes de conexión entre las historias mutiladas como los cuerpos en ambas realidades del mundo. 

Finamente, en la poesía de Ivánova hay una huella que es también relectura propia de varias poetas mujeres como Anne Sexton, Anna Swir, Érica Zíngano y otros poetas varones como Pessoa, Celan o Yeats. Al igual que con las ciudades, las imágenes y el tono, Adelaide dialoga con tradiciones poéticas de distintos idiomas y de distintas huellas.  

Este libro llega al español, específicamente a Argentina, en medio de un año de pandemia que ha acelerado la crisis económica, política y social de la región latinoamericana y que ha incrementado los casos de feminicidios y los ataques contras las mujeres y la comunidad LGBTIQ, consecuencia de las violencias, desigualdades y jerarquías estructurales.

“El martillo” exige e impone un ritmo, invade, desubica y desorienta, pero indaga en nuestras historias, en las historias que desconocemos, en los cuerpos que nunca vimos y nacen en este poema que siempre es más fuerte que una denuncia, que una sentencia. Como dice en la último estrofa del libro, “el martillo/ es un objeto buenísimo/ que sirve para dormir bien/ o clavar clavos”.


«El martillo» (Adelaide Ivánova)
Mandacaru, 2021
126 (páginas)


[1] El premio Río de Literatura es el premio más importante en lengua portuguesa para libros publicados.

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