Experiencia y ensayo
Por: Denilson Lopes
En este escrito, el profesor e investigador brasileño Denilson Lopes (UFRJ) dispara un cuestionamiento a partir de la pregunta sobre cómo el crítico puede hablar. Así, reflexiona en torno a la experiencia, la pulsión autobiográfica y el ensayo en el campo cultural brasileño.
Para responder a pregunta, ¿quién puede hablar?, me gustaría hacer otra pregunta: ¿Cómo el crítico puede hablar? En general, hablamos más de formas autoficcionales en el arte, pero estas también tienen una larga historia en la crítica brasileña. Para valorizar esta tradición, creo que el término experiencia puede ser un punto de partida importante.
La “Experiencia” de Joan Scott (1998) me ayudó a pensar cómo la experiencia del investigador es importante, pero no es un espacio de autenticidad, suficiente para legitimar la teoría, la crítica, el conocimiento. La experiencia puede ser politizada, pero también ser espectacularizada y evitar ciertas reducciones, como las realizadas por el lugar de habla, que, en el mejor de los casos, tan solo repite la importancia del papel constitutivo de la clase, el género y la raza en la subjetividad, mejor discutido, por ejemplo, en Identidad cultural en la posmodernidad (2001) de Stuart Hall, y peor discutido, de un modo mucho más común, en el desastroso uso que se realiza en el activismo de las redes sociales de subcelebridades e influencers.
Aunque sea inmediata en la percepción, la experiencia es portadora de una historia, de una verdad, no de la verdad, que siempre está mediada por discursos sociales (Scott, 1998). Desde la perspectiva de los estudios culturales y de los estudios de género, la experiencia no sólo se inserta en un terreno sociohistórico, sino que también se constituye como la encarnación, la narrativización de las identidades, y transita a través de ellas. La identidad debe considerarse no sólo como una cuestión lógica, formal y filosófica, sino sobre todo histórica, social y política. La experiencia, nos recuerda Joan Scott, no es el origen de la explicación, la evidencia autorizada, sino aquello que se pretende explicar, sobre lo que se produce el conocimiento (Scott, 1998), lo que nos indica que es importante reflexionar sobre quién habla.
¿Puede el crítico hablar? Para sugerir un camino a seguir, me gustaría hablar de otro aspecto de la crítica que intento practicar. Haré un modesto elogio del ensayo. Un espacio para la aventura y el riesgo. Ni teoría ni arte. Arte y teoría. El arte como teoría. Las imágenes son tan o más importantes que los conceptos. En una sociedad marcada por la espectacularización del sujeto, la experiencia del ensayista no debe reducirse a un mero gesto de narcisismo. Es una oportunidad para aprehender la cultura y la historia en la materialidad de la vida cotidiana, los afectos y las sensaciones. Sin barreras disciplinarias, el ensayista va donde le llevan sus preguntas, que también son su deseo. El ensayista escribe sobre lo que no sabe o lo que descubre mientras escribe.
Desde hace mucho tiempo, en las universidades brasileñas está en marcha un proceso general de profesionalización e institucionalización, que equivale a un creciente dispositivo de evaluación. En el mejor de los casos, este proceso pretende fomentar la investigación como práctica habitual y un uso más democrático del dinero público. Sin embargo, hay ciertos saberes que se encuentran un tanto al margen de un paradigma de conocimiento que proviene de sectores más conservadores de las llamadas ciencias duras, rápidamente asimilado por sectores de las ciencias sociales, a favor de metodologías exclusivamente cuantitativas y en el que la experiencia del investigador es, en el mejor de los casos, un estorbo. No es algo que deba debatirse, que merezca atención. Desde luego, no hay una posibilidad de conocimiento. En medio de un tiempo excesivo que se dedica a informes y solicitudes de recursos, la experiencia de la escritura como conocimiento vivido parece interesar poco. Se necesitan métodos y metodologías, normas, fórmulas y eslóganes en el frágil mercado intelectual brasileño. En este camino hegemónico, la escritura es sobre todo un medio de proporcionar información para que se pueda producir más y más rápidamente. Por lo tanto, es en este contexto, favorable a una cierta mediocridad y competencia de los comentaristas y divulgadores universitarios, en el que debe entenderse la provocación del ensayista, un aficionado en el país de los que quieren ser cada vez más profesionales.
Sin duda, la crítica literaria y las ciencias sociales en Brasil han estado profundamente marcadas por el ensayismo. Tal vez mucho más que los intentos de trabajos más sistemáticos, fueron los ensayistas los que crearon discípulos y tuvieron mayor impacto en el pensamiento nacional, con lectores que iban más allá de su campo de especialidad, como Gilberto Freyre, Sérgio Buarque de Holanda, Antonio Candido, entre otros. Con perdón de los colegas filósofos brasileños, es el ensayo el que ha generado nuestro pensamiento más fecundo y fructífero, en el que la posición del sujeto frente al mundo y los enfrentamientos de su tiempo se mezclan indisolublemente con el objeto de estudio y reflexión. Por ensayo no me refiero sólo a una forma en la que el sujeto tiene más libertad en relación con su objeto, retomando la lección de Montaigne, que coloca su experiencia como articuladora de ideas. Se trata de una posición teórica que intentará ser sofocada por los diversos deseos de cientificidad estrecha de las universidades brasileñas, como si éste fuera el terreno más seguro y capaz para hablar y comprender el Brasil.
Hablo de una ligereza que no abdica de la reflexión, y que tiene una larga historia. No pretendo aquí hacer un mapa de una genealogía de la crítica creativa que incluye el ensayo pero que va más allá. Entre la escritura-crítica de Roland Barthes y la lectura de ensueño de Gaston Bachelard, de los fragmentos de los presocráticos a los románticos, pasando por Nietzsche y el Libro de los pasajes de Walter Benjamin. Del uso de la narrativa en la historia, recuperada por la Escuela de los Annales, a la autoetnografía y otras experiencias de la antropología posmoderna. Desde la crítica que articula lo privado y lo público, la investigación y el activismo, en el contexto de los estudios culturales, poscoloniales, étnicos y de género, hasta el Nuevo Periodismo, la prensa marginal, los blogs de internet, los posts, los canales y las charlas performativas. El campo es vasto. Y de hecho existe una tradición tan rica y larga, e incluso más antigua, que la del uso distanciado o instrumental de la escritura.
Tampoco pretendo mapear la crítica brasileña, pero sí resaltar un tipo de producción en Brasil que tensiona los límites del ensayo clásico, forma elegante de seducir al lector, en el que muchas veces se muestra una apariencia de simplicidad y se esconde un pensar sofisticado.
En esta apertura de posibilidades, entre la crítica literaria y la historia de la cultura, se podrían ver esfuerzos por producir ese ensayismo que se entrega a momentos narrativos, sin perder el hilo analítico y que utiliza metáforas espaciales como la ciudad y el viaje, posibilitando un texto más fluido, con una mirada a la deriva. Por citar obras en el horizonte de una crítica universitaria, menciono Trem Fantasma de Francisco Foot Hardman, O Brasil não é longe Daqui de Flora Süssekind y Orfeu Extático da Metropole de Nicolau Sevcenko. También podríamos remontarnos a una generación anterior, a autores con referencias teóricas tan diferentes como Silviano Santiago y Davi Arrigucci, que escribieron ensayos. En el caso de Silviano Santiago, el diálogo entre su ficción y sus ensayos aún no ha sido analizado de manera más articulada, no sólo porque sus libros como Stella Manhattan contienen ensayos, sino también porque su ficción responde a cuestiones que están presentes en su propia obra crítica, como en sus novelas Em Liberdade y Viagem ao México. El interés de Arrigucci por la memoria, la experiencia y la vida cotidiana se refleja también en su libro más lírico, Humildad, pasión y muerte, un ajuste de cuentas con Manuel Bandeira, que lo convierte quizá en el mejor estilista entre los herederos de Antonio Candido. Para mantenernos dentro de la misma generación, podríamos mencionar la mezcla de manifiesto y ensayo de Jomard Muniz de Brito, reeditado en Atentados Poéticos. Para saltar de generación, recordaría los microensayos de Evando Nascimento en Retrato Desnatural. En el campo de los estudios de cine, área en la que he estado trabajando más en los últimos años, no logro identificar tanto esta apertura.
Hablo también de otra constelación que radicaliza una narrativa, ya no tan marcada por las innovaciones de la historia cultural, sino por la lectura de Borges y Calvino, por la fascinación por los juegos de espejos, los laberintos, que sin perder la levedad del texto pueden incluirse en esta cartografía de una crítica creativa. Me refiero aquí a Todas as Cidades, a Cidade, de Renato Cordeiro Gomes, O Século de Borges, de Eneida Maria de Souza, y en el camino de la ficción a libros como Vôo Transverso, de Maria Esther Maciel, que termina con una entrevista ficticia a un especialista en Borges, y Entre O Cristal e a Chama, de Flávio Carneiro, que nos sitúa en la inseparabilidad entre lectura y escritura al hacer nacer al escritor a partir del lector. La escritura se traduce en materialidad, a partir del ejercicio cotidiano de la lectura, a partir del cuerpo del escritor. La lectura es una actitud ante el mundo. Quizá la sombra de Borges sea excesiva al final, cuando el personaje sin nombre del Lector intenta sin resultado salir de los laberintos textuales, evocando la dimensión solitaria, trágica y moderna de la escritura y la lectura. Sin embargo, existe una frágil brecha, una posibilidad que puede realizarse más allá de este libro, de la fascinación del texto a la experiencia del lector, de la crítica a la narrativa. Sin olvidar que tanto Maria Esther Maciel como Flávio Carneiro tienen sus propias obras de ficción.
Tal vez, además de Borges y Calvino, haya que recordar la recepción de la crítica postestructural en Brasil, especialmente la obra de Barthes, como lo hace Leyla Perrone Moysés, sobre todo en Texto, Crítica y Escritura; o Roberto Corrêa dos Santos en Modos de Saber, Modos de Adoecer; y Eneida Maria de Souza en Crítica Cult e Paloma Vidal em Não escrever [com Roland Barthes] quizá sea la clave para pasar de la narrativa en la crítica a la cuestión de la autobiografía. Hace tiempo que este tema se convirtió en tema y cliché, con una enorme cantidad de trabajos sobre la memoria, desde los modernistas hasta los autores jóvenes, pasando por el interés por las crónicas, los recuerdos de la guerra de guerrillas y el interés por la obra de Pedro Nava. Aquí habría que recordar Corpos Escritos de Wander Melo Miranda donde se detiene en el juego de espejos entre Em Liberdade de Silviano Santiago y Memórias do Cárcere de Graciliano Ramos; o a Os Perigosos. Autobiografía y SIDA, de Marcelo Secron Bessa, y también a una de las últimas obras de Eneida Maria de Souza, Janelas indiscretas – ensaios de crítica biográfica,- que ejemplifican los impasses y los límites del género. La autobiografía no puede pensarse como una simple confesión, sino como una estrategia textual y performativa que, incluso en la crítica, busca un juego afectivo entre lector y texto. Como en las canciones de amor y en los programas de confesiones públicas de personas anónimas, el afecto es una forma de acercamiento, no diría sólo de identificación ingenua, sino de juegos de seducción en los que el hecho de que toda autobiografía sea una construcción, una interpretación de uno mismo, no impide que los lectores, especializados o no, tengamos una actitud entre el chismoso de vidas ajenas y el compañero emocionado de ruta.
Llegamos entonces a nuestro propósito. ¿Cuál sería la respuesta de nuestra crítica a esta pulsión autobiográfica en tiempos en los que el sexo rey hace tiempo que se convirtió en un espectáculo para millones de personas, en los que la autobiografía de cualquier amante de una celebridad se cree con derecho a contar su historia, en los que Internet está poblado de chats y diarios públicos? ¿Sería posible una nueva poética de la expresión sin ilusiones románticas? Como Robbe-Grillet saludando al último Barthes como el futuro de la prosa, ¿son estos textos ambiguos, entre narraciones testimoniales y autoficciones, algo más que narcisismo? Termino mencionando a Ana Cristina César. Sangre de poeta, de Ítalo Moriconi, como una estimulante mezcla de hablar del otro y hablar de uno mismo, hablar de una generación.
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Bibliografía
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