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“En medio de la ruina y los discursos”: Guimarães Rosa, su oscura voz de silbos cautelosos, en dos golpes

Por: Byron Vélez Escallón

Imagen: OtroCuento Cine

 

En 1948, Joao Guimarães Rosa se encontraba en Bogotá cuando estalló lo que más adelante se llamó el “bogotazo”: una serie de protestas fuertemente reprimidas tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.  Su relato póstumo Páramo, que narra esos momentos sobre los que, al menos públicamente, Rosa había callado, motivan esta serie de reflexiones de Byron Vélez Escallón en torno a los recientes eventos de Brasil. 


 

15 de noviembre de 1967

 “De repente, murió: que es cuando un hombre llega entero, listo, de sus propias profundidades. Se pasó para el lado claro. Uno muere para probar que vivió. Pero ¿qué es el pormenor de ausencia? Las personas no mueren, quedan encantadas…”

a

–Eran casi las últimas palabras.

El sol aún duraba sobre Copacabana.

En la mesa, junto al discurso casi listo, unas notas: “12.IV.1948-22hs.55′. Tiros. Apagamos la luz”. Buscó un cigarrillo en el cajón, cabizbajo, con leve dolor en el pecho. Bloqueados en una casa del aristocrático Chapinero (87, N°8-64), cinco brasileños encerrados y sin siquiera un revólver. No se olvidaba de Bogotá, cuando la multitud, mil miliares, explotó como una alucinación por las calles, con el terrible estruendo de una boyada brava. Se saqueaba, se incendiaba, se mataba. Tres días sin policía, sin rastros de seguridad, el mismo gobierno arrinconado en el palacio.

Mientras escribía su discurso dedicado a la memoria del jefe, casi a punto de terminar, Rosa pensó en esos pocos días y también en los muchos que los precedieron, del 42 al 44: soroche, frío, soledad. Sagarana también salió de esos días viejos, reescrito. Cartas de la época: “A bagagem a ser desembarcada em Buenaventura: duas malas e uma máquina portátil de escrever, marcadas J.G.R”.

Ni un revólver. Cuando en el 48 el diablo se instaló en las calles y como un remolino la multitud anónima fabricó su catástrofe, él y otros delegados de la IX Conferencia trataron de refugiarse, en torno del Ministro, debatiendo temas paliativos: filosofía, paleontología, literatura. El jefe, luego, habría de intervenir para que encima de las ruinas humeantes continuasen los discursos. Era un hombre incansable, que confiaba en la continuidad entre el logos, el verbo & el estado.

Era el Ministro Neves da Fontoura, que unos días antes había hablado del espíritu de Bolívar y que, avisado del asesinato mientras almorzaban con Antônio Callado y Joel Silveira, había dicho.

-No fue nada, nada. Es que mataron al tal Gaitán. – y había querido continuar almorzando.

Los periodistas salieron corriendo para ver qué pasaba, de dónde salían esos estampidos de la calle, mientras liberales y conservadores se insultaban en el restaurante.

– No es nada, está todo normal. –decía.

Pero no estaba, aunque había que fingir. Gajes del oficio diplomático. No estaba, nada estaba bien, o lo normal no era el bien. Lo había percibido desde su primera época en la ciudad soturna: los hombres de ruana y los de gabardina, el doblar penetrante de las campanas, la horrible sensación de asfixia. Un día, en el 43, una mujer le hizo ver el mundo de odio en el que estaba. Y él lo había escrito después, sin atreverse a publicarlo. Sacó el texto del cajón del escritorio, pasado a máquina, con otro cigarrillo:

Ella viajaba, un banco adelante del mío, en uno de esos grandes tranvías de aquí, que son bellos y confortables, de un rojo sin tizne, y con cobertura plateada. De repente, ella se ofendió con cualquier observación del conductor. Era una criatura opacada, megeresca, una india de ojos hondos. Entonces comenzó a bramar maldiciones e invectivas. Clamaba vociferoz, vilezas e imprecaciones, y fórmulas execratorias, jamás pararía. Aquella mujer estará bramando eternamente. Me duelo.

Cordovez Moure, los toros, Goya, los muertos vivientes, mujeres cargando durante días cadáveres de niños por las calles. Tejada, el Salto de los suicidas, Boecklin y los eucaliptos, los curas, una niña emparedada. El frío. El regreso de la muerte cuando el llanto y el marasmo del soroche lo inundaban. Eso, y más, había escrito.

Nada estaba bien, nunca estuvo. “Maldito oficio”, pensaba, mientras hojeaba esas páginas dactilografiadas, aún incompletas, mil veces enmendadas, de hermosa –y extraña– literatura que sobre la ciudad había escrito. Allí había podido mostrarlo todo, en esas hojas sueltas había buscado el tiempo perdido. (José Gorostiza lo espiaba desde la biblioteca).

Pero esa era otra historia. Después de reprimida la revuelta, cuando regresó a la calle y vio todos los tranvías quemados, llenos de tizne, los vidrios esparcidos, los escombros, se encontró con un Antônio Callado transfigurado por el espanto:

-Pero, ¿no vio lo que pasó en Bogotá? Parecía la historia de Augusto Matraga de tanto que mataron gente. Todo en medio de la calle, sin fin, como un remolino.

-Callado, lo que tengo que escribir ya está todo aquí –se señalaba la cabeza.– No necesito ver más nada.

-Rosa, yo le garantizo que se quedaría impresionado. Fue un espectáculo terrible. –y extendía la mano hacia las ruinas–. ¿Qué fue lo que estuvo haciendo todos estos días?

-Releí a Proust.

Luego recuperó documentos en el Capitolio devastado y los llevó al Gimnasio Moderno para que se sumasen a las palabras pro forma: integración panamericana, seguridad continental, asistencia económica, lucha anticomunista. Silveira  había dicho que él era un tipo que sólo se interesaba por literatura, un burócrata. La sonrisa de Marshall, la propia voz ahogada por la densa humareda negra. Y el mundo, maquinal.

Dolor en el pecho, otro cigarrillo. “Relendo seu proustezinho enquanto o povo tocava fogo na cidade”, iban a decir después, qué infierno. Entonces había que revisar una vez más ese texto guardado, dejar los discursos, tratar de luchar con el hombre del espejo que, nada diplomático, le regresaba una mirada de escarnio cuando podía, una mirada repulsiva, de cadáver. Sí, son de miedo los espejos, nos muestran que flotamos sobre el mundo como fantasmas, que vivimos siempre del lado oscuro, aunque no queramos saberlo.

En esas páginas inútiles que le quemaban las manos había otra cosa, lo veía. En ellas palpitaba la experiencia del extranjero lejos de su tierra, allá donde el toque del otro puede salvar o perder sin remedio. La vida, nada más, nada de paliativos. Una travesía por eso que sólo está bien cuando se sabe que es una catástrofe sin fin a la que es imposible dar la espalda. Aquí y allá. Dolor en el pecho. Humo.

No faltaba mucho, lo constató. Cuando pasase para el lado claro, al fin encantado, esos papeles continuarían ahí. Desde las profundidades surgirían para casi probar que había vivido, para mostrarle al cadáver del espejo que él no era, que no podía ser solamente este que ahora guardaba un mazo de hojas en una gaveta mientras, acezante, alcanzaba otro cigarrillo.

Herido de muerte en la flor de su silencio, encendiendo una lámpara entre volutas azules, el Ministro Guimarães Rosa retomó el trabajo.

Sub Rosa, agosto de 2016 (sobre el golpe anterior y sobre el que viene después)

 La expresión latina “sub rosa” significa “bajo la rosa” y se usa universalmente para denotar confidencialidad, rigurosa precaución, moderación o reserva.

En su “Discurso de posesión” (proferido el 16 de noviembre de 1967, tres días antes de su muerte), dedicado a la memoria del Ministro João Neves da Fontoura, ante la Academia Brasileña de Letras, el célebre escritor y diplomático João Guimarães Rosa usaría esta expresión –sub rosa– para referirse al sigilo inherente a su profesión, poco antes de recordar su propia experiencia del “bogotazo” de abril de 1948: “la multitud explotó como una alucinación por las calles, con el terrible estruendo de una boyada brava. Se saqueaba, se incendiaba, se mataba”.[i]

Efectivamente, Rosa era miembro de la delegación brasileña en la IX Conferencia Panamericana, suntuoso evento en cuyo marco estalló la insurrección. Poco después, cuando encontró a Antônio Callado y Joel Silveira, Rosa se negó a darles sus declaraciones sobre la catástrofe de esos días, optando apenas por evasivas: “no necesitaba ver nada de eso, estuve releyendo a Proust”[ii], decía, “los colombianos son muy maleducados”[iii].

Eso le costó a Rosa cierta fama de esnob, de indolente, de burócrata. Anotaciones personales, acerca de sus obligaciones como diplomático, explican parcialmente sus reservas: “combatir la expresividad, […] guardar silencio […], no debemos expresar nunca nuestras impresiones”.[iv]

 Después de la ruina, del humo y los discursos, herido en su silencio, Rosa tendría, sin embargo, algo que decir.

“Páramo”[v], relato póstumo e inacabado, trae todo lo que su autor no pudo declarar. Solo que sub rosa: las acciones transcurren antes del desastre y, pese a las muchas referencias precisas a la ciudad, narradas por alguien con los rasgos inconfundibles del escritor, nunca se mencionan sus nombres.

Transido por un profundo malestar, el protagonista recorre las calles asfixiado. Fantasmas lo atormentan, el espejo le devuelve el rostro de un cadáver, se suma al luto de personas de ruana y sombrero que custodian un ataúd infantil rumbo al Cementerio Central. Testimonia los rugidos de odio de una india maltratada por el conductor de “uno de esos grandes tranvías de aquí, que son bellos y confortables, de un rojo sin tizne”.

Sub rosa, el tizne que aún no llega es un indicio de la inminencia del desastre. Y el silencio que se impone por la fuerza impugna a quien lo acata por necesidad o discreción.

Ese malestar alcanza en “Páramo” su más impresionante evidencia, precisamente, gracias al artificio de omisión de los nombres, pues eran los anónimos quienes el 9 de abril se levantaban contra el asesinato de Gaitán, el candidato presidencial que reivindicaba su reconocimiento como ciudadanos y que había sido marginado de la IX Conferencia Panamericana (organizada por Laureano Gómez, contendor de Gaitán en el proceso electoral a la Presidencia de la República).

Tal vez el artificio de situar las acciones de la narrativa antes del desastre, en el momento de su inminencia, sea el procedimiento usado por el escritor y diplomático Guimarães Rosa tanto para redimirse como para reivindicar la memoria de los sin nombre antes de que el universal impusiese sobre ellos una homogeneización aplastante.

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El Bogotazo, por Manuel H.

En ese momento se trataba de Colombia y de la IX Conferencia. Luego, en 2014, de Brasil y del Mundial de Fútbol. Hoy, 2016, Rio de Janeiro y los Juegos Olímpicos. Como entonces, billonarias inversiones estatales y estruendosas celebraciones de un nacional homogéneo que silencia los conflictos del pasado y del presente en nombre del espectáculo global[vi]. Con el ruido, la furia: doctrinas de disminución del aparato estatal, ruptura proyectada de tratados económicos regionales en pro de los globales, privatizaciones, incremento absurdo en los precios de productos básicos, precariedad en los servicios públicos, apartheid, desalojos, brutales represiones, criminalización de las protestas bajo difusas amenazas de terrorismo, y un largo etcétera, dan cuenta de la desproporción entre proyectos concebidos para el beneficio de muy pocos y las necesidades esenciales de vastas naciones.

Y dos golpes, claro, ahogados por la algarabía, por el humo y los discursos. Primero como tragedia, después como farsa o como pastiche.

Poco se inquiere sobre los motivos que llevan a la FIFA y al Comité Olímpico Internacional a usar países como Sudáfrica, Grecia o Brasil para celebrar eventos que durante mucho tiempo se centralizaron en países “desarrollados”. Con la ventaja de cierta distancia temporal, otros ensayan explicaciones para que la Bogotá de 1948 fuese la sede de la Conferencia Panamericana. A muchos les sobran sensibilidad e inteligencia para comprenderlo, pero callan. Otros hablan, pero poco se los escucha, en el torbellino de verdades cada vez más proliferantes y, por eso, crecientemente reafirmadas con cinismo.

Sería bueno que ese silencio no se impusiese como evasión voluntaria de los males de nuestra historia, o como la afirmación dogmática y ruidosa de la necesidad de esos males en vista de “leyes universales”, propias de una democracia que no quiere más callar su nombre o la pureza de su carácter de mercancía. Pero no es así.

Desde un punto de vista contemporáneo, lo universal tampoco debería comprenderse como el lugar de consagración del valor de productos culturales originados desde un singular plural. Lo mundial de la mundialización, como diría Jean Luc-Nancy[vii], también puede tender a proliferar la diferencia, a evidenciar la singularidad diferida de las lenguas hasta el límite de ilimitar los mundos dentro del mundo. O a “originar un verdadero estado de excepción”, como diría Walter Benjamin[viii]. Leer, en ese sentido, puede ser la operación o el activismo por una mundialización efectiva, principalmente hoy, que vemos los escombros de una representatividad democrática que exhibe su semblante de racionalidad absoluta con la afirmación simultánea de que ese semblante no es más que un semblante, un significante sin fondo o sin razón[ix].

Con la obsolescencia programada de los llamados “populismos” latinoamericanos, y con el diagnóstico de la necesidad de su exterminio en nombre de la incorruptible sacralidad del Capital[x], hoy el páramo es la pampa y el sertão: todos están desiertos, como en plena Guerra Fría.

Sin embargo, ese vaciamiento no es simplemente el fin del juego o de los juegos, no solamente exhibe la arbitrariedad de los signos, sino que nos permite ver de nuevo que la imaginación pública es un producto y que, como tal, se puede fabricar. Que la misma realidad es un efecto de esa creación. La diferencia puede estar en la participación en esa producción o en la mera incorporación de los sujetos entre los elementos de fondo de la imagen[xi]. Tal vez en esa potencialidad de la ficción estén resguardadas, y también encriptadas, la esperanza y la memoria. Sub rosa, o a la vistay Rosa lo sabía- el malestar siempre vuelve.

Desterro, 27 de enero de 2014- 28 agosto de 2016.

Notas:

[i]               http://www.academia.org.br/academicos/joao-guimaraes-rosa/discurso-de-posse

[ii]              CALLADO, Antônio. 3 Antonios e 1 Jobim. Depoimentos de Antônio Callado, António Cândido e Tom Jobim. Rio de Janeiro: Relume Dumará, 1995, p. 81- 82. Cf. Cadernos de Literatura Brasileira. João Guimarães Rosa. Instituto Moreira Salles. São Paulo, n. 20-21, dez. 2006, p. 24-25.

[iii]             SILVEIRA, Joel. “Guimarães Rosa nos pergunta: ‘Como vão os sobreviventes?’”. Revista Continente, Recife, Edição 63, 2006. Disponible en el link: http://www.revistacontinente.com.br/index.php/component/content/article/2140.html. Acesso em: 08-10/2012.

[iv]             Esas anotaciones se encuentran en el Fondo Aracy de Carvalho Guimarães Rosa  del Instituto de Estudos Brasileiros de la Universidad de São Paulo, con el código catalográfico ACGR-2108.

[v]              ROSA, João Guimarães.”Páramo”. In: ______. Estas estórias. José Olympio: Rio de Janeiro, 1976, p.177-198. Existe una traducción castellana: “Páramo”. Traducción de Byron Vélez Escallón. Revista Número, N° 69, Bogotá, Junio, julio, agosto de 2011, p. 20–33.

[vi]             https://www.nexojornal.com.br/colunistas/2016/O-som-do-sil%C3%AAncio-uma-nota-sobre-a-abertura-dos-Jogos-Ol%C3%ADmpicos-de-2016

[vii]            NANCY, Jean-Luc. La creación del mundo o la mundialización. Traducción de Pablo Perera. Barcelona: Paidós, 2003.

[viii]           BENJAMIN, Walter. “Sobre o conceito de história”. Magia e técnica, arte e política: ensaios sobre literatura e história da cultura. Tradução de Sergio Paulo Rouanet. São Paulo: Editora Brasiliense, 1993, p. 222-232.

[ix]             https://revistatransas.unsam.edu.ar/2016/08/25/brasil-y-la-comunidad-inmune/

[x]              http://www1.folha.uol.com.br/opiniao/2016/08/1805156-cegueira-e-linchamento.shtml

[xi]             http://filosofiaemvideo.com.br/conferencia-prof-dr-georges-didi-huberman-cinema-e-poesia-godard-face-a-pasolini/