Red eléctrica, apagones y hongos. Artes de la observación para un imaginario de la crisis

 

Por: Martín de Mauro Rucovsky

En este ensayo, Martín de Mauro Rucovsky indaga, desde el cono-sur, la relación entre infraestructuras, cuerpo y subjetividades a partir de una lectura simultánea entre Materia Vibrante de Jane Bennet, Los hongos del fin del mundo de Ann Tsing y el ensayo Voyager de la dramaturga chilena Nona Fernández.


Habitamos entornos electrificados, estamos rodeados de líneas de cableado que cruzan las calles, vivimos inmersos en un enredo de conductos sin orden aparente. En todas partes enchufes, interruptores de luz, máquinas de acoplamiento y asociación. Esa experiencia pedestre que forma parte de nuestro horizonte cotidiano, permanece incorporada en forma de hábitos regulares a tal punto que su producción está separada del registro de lo familiar. La energía eléctrica se revela como un recurso cuyo consumo está disociado de sus edificios materiales y entendimiento técnico, de las fuerzas organizativas y su presencia en nuestros imaginarios sociales y culturales. ¿En qué momento tener luz eléctrica fue algo disponible, de modo continuo y accesible? ¿Cómo llegamos ahí, a ese punto de incorporación de lo eléctrico que subyace en las capas epidérmicas del campo social, de las infraestructuras, pero también de los cuerpos y subjetividades?

Una constatación como punto de partida: habitamos entornos electrificados pero nuestra experiencia compartida indica la interrupción e interferencia del sistema de iluminación, la falla y el acontecimiento, los apagones recurrentes, cortocircuitos de los transformadores, las experiencias de desamparo, instantes de vivir sin resguardo y hasta la vivencia palpable del colapso.

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Domingo 16 de junio de 2019, se produce un apagón en Argentina que afecta a gran parte del territorio expandiéndose también hacia Uruguay y Paraguay. Mientras transcurría el día del padre, rozamos la catástrofe.

Ese domingo se produjo un corte en el suministro eléctrico que dejó sin energía a más de cincuenta millones de personas. Genera un efecto desterritorializante en lxs usuarixs y consumidorxs del sistema eléctrico y las rutinas se ven reducidas al borde del aislamiento y la desorganización del ecosistema urbano. Los cortes de luz son la confirmación episódica de la estructuración normativa de la red eléctrica, pero en un sentido inverso, ya que son las fallas, anomalías y discontinuidades las que confirman el funcionamiento más regular y estandarizado del mismo. En este punto, los apagones exhiben una promesa trunca de abundancia y de persistencia infinita de la energía ligada al imaginario antropogénico que en su declinación latinoamericana se configura sobre la base de la fragilidad, la inestabilidad y las crisis del entramado eléctrico. Estos son nuestros problemas acumulados, la catástrofe ecológica y climática que refiere, a su vez, a la distribución jerárquica y desigual de los recursos energéticos disponibles.

Justo ahí pone el foco Jane Bennett, en su libro Materia Vibrante. Un episodio de cortocircuito generalizado, un apagón que afectó a más de cincuenta millones de personas en EUA en 2003. El corte del suministro se revela locus privilegiado de análisis. Prestar atención a la energía, pero en el instante de interrupción, allí cuando advertimos la importancia de la electricidad en nuestras vidas. La autora rescata ese episodio en la historia reciente para ensayar un método, para prestar atención a la energía en su capacidad de agenciamiento técnico y de infraestructura material. Un método que es una táctica de percepción, una “atención sensorial, lingüística, imaginativa a la vitalidad material”. Una táctica puesta al servicio de la materia como principio activo para afirmar tautológicamente la existencia de la energía eléctrica y traerla a la superficie sensible. En esta línea, agrega Gabriela Milone, una táctica para cultivar las artes de la observación y de la escucha a la común materialidad entre lo humano y lo no-humano tanto en su especificidad como en su inespecificidad.

El apagón se convierte en un nudo condensador para la pensadora norteamericana porque le permite traer al análisis un ensamblaje híbrido de componentes humanos y no humanos. Eso es la red eléctrica y el sistema de interconexión de energía: un agrupamiento de electrones, bombillas, cables y postes, campos electromagnéticos, cortocircuitos y descargas que son “fuerza tanto como entidad, energía tanto como materia, intensidad tanto como extensión”.

Imagen: Ana Laura Cantera. 

Electrones o un flujo de iones que avanzan a través de un conductor, la electricidad está siempre en movimiento, yendo hacia alguna dirección, aunque el lugar de llegada no es enteramente previsible. La velocidad de las trayectorias involucradas exhibe un desvío que hace que algo nuevo aparezca o una direccionalidad imprevista, tal como ocurre con los apagones, que en ocasiones elige su ruta sobre la marcha, dibuja flujos circulares en respuesta a la interacción con otros cuerpos con los que se encuentra. La efectividad de esa agencia no está localizada necesariamente en un cuerpo o en un colectivo producido por esfuerzos humanos puesto que todos los seres equivalen en este mundo de inmanencia ontológica.

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Hay que volver a una de las preguntas que se guardan aparte, sin respuesta, en la insistencia de los enunciados conceptuales de Jane Bennett.  La electricidad es un ensamblaje agencial compuesto de elementos híbridos, pero ¿de quién sería la agencia material si la efectividad del acople no-humano depende necesariamente de la observación de Jane Bennett, digamos, de una táctica de percepción humana? Aún cuando la electricidad es una hibridación por acoplamiento con capacidades agenciales -imprevisibilidad, direccionalidad aleatoria y presencia no estática- que exceden los significados, los designios o los propósitos humanos, en los términos materialistas que Bennett anuncia ¿A qué le presta atención el materialismo vital de la autora y que se mantiene opacado simultáneamente? La energía no deja de ser una escenografía narrativa sobre un fondo de ajenidad. Es decir, al final de cuentas, es un actante agencial que irrumpe exteriormente en el transcurso de las vidas humanas.

De un modo un tanto más oblicuo, durante la lectura de Materia Vibrante se me cruza el ensayo de la dramaturga chilena Nona Fernandez, titulado Voyager (2020) y la lectura misma produce un cortocircuito. En pocas palabras, la madre de la autora se desmaya, los episodios de lapsus se vuelven recurrentes, tiene lugar un síncope y la pérdida de memoria parcial. Ante cada episodio y cuando vuelve en sí, extravío de recuerdos. Algo de ese ensayo insiste en una sugerencia sencilla: ¿Por qué el dibujo de un rayo eléctrico se parece a las ramificaciones de un tejido neuronal? Ese es el punto de partida, como enhebrar historias y conectar por acoples, que se pone en evidencia con el desmayo de la madre y un diagnóstico médico en dirección a los circuitos neuronales. Desde allí la analogía del cerebro con sistemas más vastos y complejos, como el firmamento, las constelaciones, el cosmos y el universo: “el mecanismo neuronal es un acto presente que reverbera eléctricamente con la forma de una constelación” escribe Nona.  

Las Voyager son una dupla de sondas exploratorias lanzadas al cosmos por la Nasa en agosto y septiembre de 1977 respectivamente. Ambas contienen un disco fonográfico de cobre bañado en oro cuyo contenido, sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura en la Tierra, pretende ser una combinación de cápsula del tiempo y mensaje interestelar destinado a cualquier civilización. En este sentido, las sondas condensan una promesa de un tiempo caduco porque poseen una energía limitada -su futuro es, inexorablemente, la chatarra espacial- pero sobre todo porque se proyectaron sobre un imaginario de la extinción planetaria, su lanzamiento estuvo atado a la posibilidad del contacto extraterrestre, pero con una civilización ya extinta (humanidad). Una posibilidad ciertamente cargada de una potencia negativa, esto es, el contacto con los registros y el disco-memoria de una civilización fenecida. Los discos también contienen una grabación de una hora de duración con las ondas cerebrales, datos del cerebro y del corazón de Ann Druyan; la información codificada de la activista, productora y escritora estadounidense se convirtieron en sonidos para la interpretación posterior de algún tipo de vida extraterrestre.

Las sondas Voyager son el motivo para armar una serie, poniendo el cuerpo en conexión le permiten a la dramaturga chilena unir la pérdida de recuerdos de su madre con la posibilidad de testimoniar el pasado. Energía corporal humana en contigüidad con la energía lumínica de las estrellas según un tiempo flotante. La serie que exhibe Nona Fernández se conecta con la constelación de los caídos, todo un trabajo político de posmemoria, formada por veintiséis estrellas renombradas con cada uno de los nombres de los chilenxs ejecutadxs por la Caravana de la Muerte en tiempos de la dictadura pinochetista.

Los episodios por síncope de la madre apuntan a una red neuronal que procede por destellos eléctricos, flujos de polarización y sinapsis química. Los desmayos y las sondas espaciales, el cerebro de la madre y las ondas cerebrales de Ann Druyan -contenidas en el disco de oro que viaja con las Voyager-, los códigos de ese sistema se basan en los cuerpos, en la capacidad del sistema cuerpo-energía para recibir, conectar, distribuir y cortar información. La energía recorre los cuerpos y los atraviesa. La energía no es, como presume Jane Bennett, un fondo exterior (exosomático) sino un modo de imbricación.  Como la madre y sus episodios de epilepsia, esas pausas espacio-temporales en el sistema eléctrico neuronal.  El sujeto es una vida corporal cargada de sinapsis constantes (a nivel cerebral) y movimientos circulatorios de sangre (a nivel cardiovascular) que no cesan de empalmar una máquina-órgano a una máquina-energía, una carga química en su cuerpo, unas cuantas neuronas y otras tantas células.

Consideremos una inversión de roles, acaso una superposición de lecturas, Jane Bennett leyendo Voyager de Nona Fernandez. El ensayo de la chilena es, pues, un mecanismo narrativo de intersección. La actividad eléctrica puede pensarse como un punto de cruce en donde confluyen una mirada externalista y un registro que parte de la energía corporal: necesitamos de otrxs para sostenernos fisiológicamente, animales humanos y no humanos, vegetales, bacterias y microbios, para sintetizar componentes alimentarios o utilizarlos como fuentes de energía. Los dos planos no cesan de interferirse: la electricidad es un telón de fondo, pero también relaciones fisiológicas, nutricionales, energéticas y de retroalimentación química, ambos planos no cesan de actuar el uno sobre el otro, y de introducir, uno en el otro, bien una corriente de flexibilidad, bien un punto de rigidez.

Contemplemos ahora otro desvío posible. Leo Los hongos del fin del mundo de Ann Tsing en simultáneo con Materia Vibrante de Bennett.  Una descarga por lecturas disonantes. La escritura de Tsing registra lo infraordinario y reflexiona sobre un tipo de hongo de setas aromáticas, el tricholoma matsutake que se extiende en entornos ecológicos devastados, asociado a los bosques de pinos cuyas parcelas no planificadas son apropiadas por los flujos territorializantes del capital. Los hongos proceden por expansión subterránea, creando redes rizomáticas, mallas densas y sistemas radiculares compartidos (micelios). Así como las cargas electromagnéticas de una nube se separan formando un río de truenos en bifurcación. Los fungi son organismos -ni vegetales ni animales- que se extienden formando redes y madejas, ligando raíces y suelos minerales. Su funcionamiento presenta la reconversión de energía y de estados de la materia, son descomponedores primarios de la materia muerta de plantas y de animales, un vaivén entre el mundo de los vivos y de los muertos. 

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Así como la electricidad es para Bennett un ensamblaje agencial, ¿de qué está hecha la red eléctrica y el sistema de interconexión de energía? ¿Cuáles son sus componentes y qué elementos forman parte del catálogo materialista animista en el pensamiento de la autora? Mayormente, estos son objetos, cosas, actantes y modos de manufactura técnica e industrial, elementos híbridos naturo-artificiales. Tal es la contradicción performativa que se vuelve un problema de táctica metodológica, apunta Gabriela Milone.  ¿De quién sería la agencia material si la efectividad del ensamblaje eléctrico depende necesariamente de una táctica de percepción no-humana? La cuestión es entonces cómo romper con esa inercia y evadir, por lo mismo, la matriz antropocéntrica que se presume de modo subterráneo.

Un disyuntor que prende y apaga la luz. Para Tsing las redes micelares junto con los recolectores forman acoplamientos, conjuntos polifónicos de asociación abierta y de confluencia entre ritmos y escalas temporales en las formas de vida que se agrupan. Aquí se forma otra lectura posible, una corriente transitoria de voltaje en frecuencia de intensidad. Estamos rodeados de numerosos proyectos de creación de mundos -todos los seres forjan mundos- apunta Tsing, medios de subsistencia preindustriales como la recolección de hongos matsutake, pero para poder considerarlos debemos reorientar nuestra atención.

Imagen: «El sueño de Endimión II» (2016) de Daniel Lezama. 

Hace un tiempo, Verónica Gerber Bicecci deslizó una observación: ¿Por qué el dibujo que proyecta un rayo eléctrico se parece a las raíces de las plantas? Habitamos entornos electrificados, estamos rodeados de cables, objetos y artefactos técnicos, pero también de vegetales y plantas, insectos, mosquitos y animales en compañía. ¿Y si nuestro tiempo, escribe Tsing, constituye el momento idóneo para reorientar la atención y percibir la indeterminación, los encuentros imprevisibles y la precariedad (ambiental)? De la agencia material a los ensamblajes híbridos, desde esta línea de errancia, la energía lumínica producida por “fenómenos naturales” como la aurora boreal, la bioluminiscencia de insectos, luciérnagas, peces, algas marinas (noctilucas) y medusas o los organismos que producen color en la luz emitida como bacterias (Vibrio harveyi y Vibrio fischeri) y los hongos (del orden Agaricales Basidiomycota), se tornan fenómenos no escalables, acoplamientos vegetales-animales radicalmente no humanos pero cargados de misticismo, magia y de una extrañeza digna de admiración. Una pregunta que se repite en diferido: ¿Qué es aquello a lo que prestamos atención, pero no logramos percibir? ¿Qué es aquello que indefectiblemente nos pasa inadvertido?


Bibliografía

Bennett, Jane (2022) Materia vibrante. Una ecología política de las cosas. Buenos Aires: Caja Negra.

Milone, Gabriela (2023) “¿Una pizca de antropomorfismo no(s) basta(rá)?”. En 452ºF  #29 (2023) pp. 75-90. Link: https://revistes.ub.edu/index.php/452f/article/view/42014

Fernández, Nona (2019) Voyager. Santiago: Random House.

Imágenes: Ana Laura Cantera y Daniel Lezama.

Tsing, Anna Lowenhaupt (2023) Los hongos del fin del mundo.  sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Buenos Aires: Caja Negra.

 

José Martí desde la toma universitaria

Por: Juan Recchia Paez

Escena de las clases públicas en el contexto de la lucha por el financiamiento de las universidades nacionales y del sistema científico de Argentina: lecturas coyunturales de “Nuestra América” de José Martí.

Imágenes: @camilo_cienfotos


Tras la aprobación en Diputados del veto del gobierno de Javier Milei al presupuesto universitario y en el marco de la profundización de las medidas de lucha que, desde principio de año tiene como protagonistas a toda la comunidad universitaria (docentes, no docentes, estudiantes y familias), explotaron, en todo el país, medidas de paros, tomas de facultades y marchas federales. En este marco, el pasado martes 15 de octubre se dictaron clases públicas sobre la avenida circunvalación en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata.

Con la cátedra de Literatura Latinoamericana I venimos estudiando las poéticas modernistas de José Martí, Rubén Darío y Delmira Agustini. En particular, estamos leyendo las primeras crónicas del exilio estadounidense de Martí en Nueva York entre los años 1881 y 1892 desde un enfoque que busca reponer la noción de “religación” acuñada por Susana Zanetti (1994). La propuesta de la cátedra es leer la integridad del proyecto modernista en el cruce entre estéticas y políticas que posibilitó aquello que Angel Rama (1983) llamó la segunda independencia de América Latina.

Mientras nos acomodábamos en ronda en medio de la avenida, con la ayuda de la adscripta, Juana, comenzamos nuestra clase releyendo esas primeras impresiones que registra la crónica martiana: “un archivo de los peligros de la nueva experiencia urbana” (Ramos 1989): donde el joven cronista se fascina y asombra frente al nuevo parque de diversiones de la metrópoli yanqui. Tal como apunta el cubano: “En los faustos humanos, nada iguala a la prosperidad maravillosa de los Estados Unidos del Norte.” Esta cita que abre la clase no obtiene una mirada amable por los y las estudiantes militantes que vienen de pasar la noche en la facultad y cursan con la bolsa de dormir debajo de sus pies, pero nos sirve de excusa para llamar la atención sobre el punto que queremos tratar a propósito del célebre texto que es “Nuestra América”.

 

Por ello, inmediatamente, reponemos las condiciones de posibilidad de la “prosa urgente” (Weinberg 1993) del discurso dictado por Martí en la Primera Conferencia Panamericana de Washington de 1889. En esta antesala de lo que es hoy la OEA, se buscó renombrar a la región como panamericana y también allí se germinaron principios de la gran lucha antiimperialista que caracterizó al siglo XX. En un contexto realmente adverso, contexto en el cual Cuba continuaba siendo colonia española, y el intervencionismo yanqui, avalado por la doctrina Monroe, avanzaba como un “gigante de siete leguas”; Martí alertaba a viva voz, la necesidad de retomar las luchas independentistas, contra “el tigre de afuera” y “el tigre de adentro”. Así lo leímos en la clase:

“Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominio en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, caudas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”

Nos detenemos sobre este llamado de atención, en esa tensión constitutiva de la prosa martiana que sostiene por un lado el ritmo vertiginoso del acecho, del peligro y de la amenaza que implica para los pueblos de América Latina el poderío de la incipiente sociedad de consumo (en épocas en que Mc Donalds no existía ni como un almacén) frente al proyecto espiritual y culturalista de un “nosotros” quienes, como una rebelde mariposa libre, vivimos “en la persecución infatigable de un ideal de amor o gloria”. Tensión que aparecerá en la prosa de Nuestra América no necesariamente como respuesta al avance incesante de la todavía joven “ansia de posesión de una fortuna” vacía de espíritu, sino como proyecto necesario de creación y disputa de afiliación y alianza latina. Con la vista en ello, Juana aprovecha para leer la siguiente cita de Ramos (1989):

“El valor y el signo político de cada reflexión sobre lo latinoamericano no radica tanto en su capacidad referencial, en su capacidad de “contener” la “verdadera” identidad latinoamericana, sino en la posición que cada postulación del ser ocupa en el campo social o, para ser más exactos, intelectual, donde la “definición” se enuncia. En ese sentido, América Latina existe como un campo de lucha donde diversas postulaciones y discursos latinoamericanistas históricamente han pugnado por imponer y neutralizar sus representaciones de la experiencia latinoamericana; lucha de retóricas y discursos –a veces seguidas de luchas armadas– que se disputan la hegemonía sobre el sentido de “nuestra” identidad.”

Luego, para comentar esta cita apuntamos la pregunta incómoda acerca de qué nos define como latinoamericanos y por qué se supone, en el sentido común, que el ser latinoamericano es la sumatoria de la triple herencia indígena, afro y europea, o el color local de toda una serie de adscripciones marginales: pobres, campesinos, indígenas, afrodescendientes… La ruptura con la referencialidad que señala Ramos, vuelve a aparecer cuando, maliciosamente, hablamos del uso de los pullovers norteños que vemos entre los y las estudiantes y nos volvemos a preguntar: ¿Cómo podemos desarticular la lectura panfletaria de este famoso ensayo propia de cierto progresismo a lo largo del siglo XX y XXI? ¿Cómo desentenciar la prosa política de los discursos identitarios latinoamericanos?

Juana había preparado una serie de apuntes a propósito de los recursos estéticos que rescata David Lagmanovich (1987) sobre el “nosotros” del texto. Nos detenemos a observar y leer  una serie de imágenes muy bellas sobre toda la flora y la fauna que aparece en el ensayo para repensar el grosor nada metafórico que tiene la simbología martiana. Los árboles, que se han de poner de pie, por ejemplo, se alejan demasiado del árbol saussuriano en tanto imagen del signo lingüístico y cobran corporalidad en una imagen que nos permite extrapolar un comentario sobre discusiones contemporáneas a propósito del avance desmesurado del extractivismo y de los desmontes en nuestros territorios.

La pregunta por el “nosotros” nos lleva también a reconstituir el movimiento dinámico de las textualidades modernistas en sus circuitos de publicación por las capitales del continente y el uso del español como lengua (bastarda) de la hermandad latina. Si han viajado alguna vez al exterior, podemos corroborar como, por más mínima que parezca, esa hermandad se comprueba cuando entre latinos nos consultamos dudas y compartimos algún mate o café. Por ello, nos preguntamos también, si en este contexto de tomas universitarias y de clases públicas, no estaríamos ocupando el lugar de ser los y las lectoras ideales en la mirada martiana. ¿Cómo la lucha actual está construyendo nuevas alianzas en las que no abandonamos nuestras disputas históricas pero que nos llevan, por ejemplo, a marchar junto con los grandes dinosaurios de la institución académica y hasta compartimos videos de Mirtha Legrand apoyando a la Universidad Pública?

Ya está avanzando la mañana y el sol empieza a subir y a pegar fuerte en la calle, una alumna me ofrece un poco de protector solar para ponerme en la cara. Llegamos al célebre pasaje sobre las dos Grecias que aparece en Martí. Juana pregunta ¿qué significa Grecia y cual sería “nuestra Grecia” según el texto? Los y las estudiantes que, por lo general vienen de cursar más de dos o tres años de lenguas clásicas en su formación curricular, se quedan como atónitos entre la obviedad y el desconocimiento. Aparece ahí un nudo interesante con el cual seguimos hablando sobre el escaso estudio de las lenguas indígenas en nuestras instituciones y del por qué no podríamos estudiar, por ejemplo, al guaraní como lingua franca de nuestras civilizaciones.

Las críticas martianas al positivismo cientificista, nos vienen como anillo al dedo para unir estos últimos dos tópicos. Sobre todo cuando Martí ataca el famoso lema sarmientino: “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. Desde la coyuntura que nos convoca, señalamos, las diferenciaciones entre el “hombre real” y el “letrado artificial” sobre la cual se determina el “arte del buen gobierno” según el intelectual cubano. Nos detenemos en apuntar una serie de limitaciones martianas, donde a las claras el privilegio del “buen gobernante” estaría vedado para los sectores marginales de nuestra sociedad (mujeres, indígenas, afrodecendientes). Y apenas mencionamos cierta referencia a los discursos y políticas del presidente actual, ya que toda la jornada de lucha es contra estas políticas, pero sí reponemos la lectura que aporta Graciela Montaldo (1994) y que nos sirve como propuesta de relectura de nuestra praxis social en términos estrictamente artísticos o literarios:

“Lo latinoamericano entonces no parece ser para los modernistas (ni en sus actitudes ni en sus textos) un conjunto de rasgos a definir sino un espacio de construcción para una tradición estética, de una identidad individual, de una figuración sobre el pasado y los orígenes; fundamentalmente una posibilidad de desprenderse de las formas culturales de sus antecesores y la posibilidad también de sentar las bases de una nueva formación cultural. América Latina aparece como gran espacio de circulación cultural global, casi por primera vez. Aparece menos como pasado que como futuro.”

Mientras Juana repone la pregunta por los tiempos verbales del ensayo, yo me dedico a sacar unas fotos y veo el esfuerzo de cada estudiante sentado en la ronda, con el sol de frente, el viento que vuela los papeles, las caras que hacen fuerza por escuchar las palabras de la profesora entre tantos camiones y autos que tocan bocina en apoyo a la medida. Veo, también, a las estudiantes alemanas  subiendo fotos de la manifestación en Instagram y compartiendo contenidos con sus colegas extranjeros. Además de los y las estudiantes que militan en las más de 12 agrupaciones estudiantiles de la Facultad, se han conformado grupos espontáneos y comisiones de estudiantes que, tal vez, por primera vez están pasando día y noche en la protesta. Por suerte están bien equipados, algunos sacan agua mineral, otros toman mate, aquél se abre una Coca cola para refrescarse. Bromeo acerca de que, contra mi prejuicio, a la clase de hoy no faltó nadie.

Me pregunto si no estaremos presenciando una nueva figuración de la lucha en América Latina. No lo pienso en contenidos revolucionarios, creo, sino más bien en formas dinámicas de disputa, en alianzas concretas y en construcciones comunitarias. Mientras tanto la escucho a Juana que señala el carácter proyectivo que tiene el presente de la escritura martiana, cuyo principal objetivo es el de romper con la copia, con la mímesis de los principios y de las identificaciones “a la europea”. Me siento limitado para entender las reverberaciones ideológicas de la nueva generación, pero hay algo allí de lo colectivo que se activó en este año de marchas federales, multitudinarios encuentros y manifestaciones masivas que pone en jaque nuestra cotidianidad capitalista.

Si bien no sabemos bien qué forma tomará todo esto, evidentemente hay aquí una creación imparable, la de la potencia joven, tal vez eso que Martí gustaba tanto de llamar “espíritu” que, una y otra vez, desde la reforma universitaria hasta el presente, sigue articulando de manera heterogénea  no una esperanza en abstracto sino la energía inagotable de las fuerzas del aula:

“Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la lenvantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.”

Cerramos la clase, me dirijo a Juana que está muy cansada y me confiesa que vino a dar la clase sin dormir y que ya mismo va a aprovechar a ir a darse una ducha antes de la marcha de antorchas interclaustros programada para la tarde (la marcha universitaria platente que fue, según dicen, la más grande de la historia). Mientras junto los apuntes y las fotocopias, una alumna viene y me dice: “Profe, le acabo de mandar una foto al mail donde se lo ve leyendo a Martí con los grafittis y las banderas de la toma.”


Bibliografía

Imágenes: @camilo_cienfotos

Lagmanovich, David, “Lectura de un ensayo: ‘Nuestra América’ de José Martí”, en Iván Schulman (ed.), Nuevos asedios al modernismo, Madrid, Taurus, 1987.

Montaldo, Graciela, La sensibilidad amenazada. Fin de siglo y Modernismo, Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1994.

Martí, José, Escenas Norteamericanas y otros textos, seleccionado por Ariela Schnirmajer, Buenos Aires: Corregidor, 2012.

Rama, Ángel, «La modernización latinoamericana. 1870-1910», en Hispamérica, a. XII, n. 36, 1983, pp. 3-61.

Ramos, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina, México, FCE, 1989.

Weinberg, Liliana, “Nuestra América en tres tiempos” en José Martí a cien años de Nuestra América, México, UNAM, 1993.

Zanetti, Susana, “Modernidad y religación: una perspectiva continental (1880-1916)”, en Ana Pizarro (Org.), América Latina: Palabra, Literatura e Cultura. Volume 2: Emancipaçao do Discurso, Sao Paulo, Memorial da América Latina, Unicamp, 1994, pp. 489-534.

 

 

 

 

 

 

 

 

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EL CRÁNEO DE KLOCOSK: ONELLI Y LOS TEHUELCHES

Por: John Bell

Este texto, escrito por el australiano John Bell, explora la relación entre el etnógrafo Clemente Onelli y los miembros de la comunidad Tehuelche. Para ello, analiza detenidamente el libro Trepando los Andes, estudiando tanto el accionar como el lenguaje del explorador italiano, con la idea de discutir las problemáticas del proceso científico llevado a cabo por el mismo. A través de este texto, John nos invita a reflexionar acerca del intervencionismo en la cultura y el espacio de las comunidades nativas y sus consecuencias.


“Llegué a Sheuen-Aiken, donde mis compañeros indígenas se habían instalado en una toldería de tehuelches, mis antiguos amigos. La indiada estaba triste porque acababa de morir el centenario Klocosk, cuyos cabellos blancos y rudos y sus cigomas lucientes y grises de color de sílex y las pupilas semiabiertas y con la fijeza del fakir indiano, había consignado en una placa fotográfica el año anterior: cuando vi que empezaba los preparativos para abrir la sepultura fui a acampar lejos a fin de dejarles la completa libertad que ellos requieren para esa ceremonia; pero fijé bien en la mente el arbusto característico y la forma de la barranca a cuya pie lo iban a sepultar, para fines ulteriores. Al año siguiente los indígenas habían abandonado Sheuen-Aiken y pude así desenterrar el cráneo que ha enriquecido mi colección antropológica.” (104-5; 2004)

 

Es difícil imaginar una expresión más elocuente de la mirada científica sobre el pueblo tehuelche a principios del siglo XX: la intimidad condescendiente, la pretensión de dominar sus costumbres y la dependencia simultánea de la depredación. Este extracto pertenece a la crónica de viaje Trepando los Andes de Clemente Onelli. En la edición original del libro, la anécdota está acompañada por dos fotos: una es el retrato de “Klocosk en vida” y la otra es de su cráneo.

Onelli, quien fue compañero del Perito Moreno, primero en el Museo de La Plata y después en la Comisión de Límites, llevó a cabo la labor de director del Jardín Zoológico de Buenos Aires tras ser nombrado por Roca en 1904, siendo este el mismo año en el cual se editó Trepando los Andes. Dedicó su vida a la clasificación de fósiles, territorios, animales y, de paso, pueblos. La etnografía fue una disciplina más que le interesó, como buen científico de la época, un hobby atrapante que podía permitirse al margen de sus otros estudios.

Fines ulteriores

En el extracto de Trepando los Andes citado arriba, Onelli considera a los tehuelches como sus «compañeros» y «antiguos amigos». Los llama compañeros porque viaja siempre escoltado por hombres que conocen los caminos del sur, y amigos porque vuelve a los mismos poblados una y otra vez.

 

 

Extracto de la edición original de Trepando los Andes (1904).

 

La comunidad está llorando la muerte de uno de sus ancianos, el «centenario» Klocosk. Onelli llegó a conocerlo personalmente, lo cual se evidencia en el retrato fotográfico que le tomó en una de sus visitas anteriores y en el recuerdo de su aspecto físico, que cuenta con una abundancia de detalles que expresa cierto cariño hacia el anciano. Conociendo los usos de la comunidad a la hora de enterrar a sus muertos, se aleja para respetar su intimidad. Sin embargo, es un respeto más fingido que real: una estratagema. Onelli se fija bien en el sitio del entierro para volver en otro momento y exhumar a Klocosk, respetando los ritos funerarios de los tehuelches solamente para después profanarlos. Convierte así a ese anciano de «cigomas lucientes» en una pieza de “colección antropológica”. Parece una obviedad que un amigo dispuesto a robar la tumba de tu pariente no es realmente un amigo, pero él no ve ninguna contradicción en su comportamiento. Su trabajo como antropólogo facilita el del coleccionista; su colección complementa su trabajo de campo. Toma apuntes y huesos.

Onelli se siente a gusto entre los tehuelches, producto de su capacidad de hablar su idioma y de la observación detenida de su modo de vivir. Aun así, su actitud frente al entierro de Klocosk refleja la brecha conceptual y ética que lo separa de sus anfitriones. Hay un desencuentro fuerte entre la comprensión tehuelche del evento como un entierro solemne y la mirada del científico italiano que lo ve como una oportunidad para ampliar su colección de restos humanos. Su astucia en ese momento es poco favorecedora precisamente porque parece entender la gravedad del acontecimiento para los tehuelches. Por eso se retira mientras realizan la ceremonia.

En realidad, aunque comprende el significado del entierro para ellos, no lo respeta; su posterior violación de la tumba es una expresión de desprecio hacia su cosmovisión. Es su intimidad con esa cosmovisión lo que le permite violarla. En un pasaje anterior del libro, reconoce que ellos debieron modificar sus costumbres a causa de las depredaciones de los blancos: “la profanación de esos sepulcros antiguos por los exploradores los ha obligado a enterrar a sus muertos en lugares menos visibles” (71; 2004).

Sus intervenciones cambian las prácticas del pueblo que Onelli estudia, pero esto tampoco le impide seguir robando tumbas. Aquí se nota su mirada de europeo finisecular; para él, las formas tehuelches son interesantes, pero no le exigen respeto. Puede hacerse amigo de ellos sin jamás considerarlos sus iguales. La antropología va codo a codo con la agrimensura pues ambos forman parte del proyecto argentino que entregó los territorios tehuelches a los estacioneros blancos. Ni siquiera sus restos tendrían un descanso tranquilo en esas tierras.

Por amor a la etnología

Un capítulo anterior de Trepando los Andes permite examinar en más profundidad su método como antropólogo. Onelli llega “a las tolderías del cacique tehuelche Quilchamal”, situadas a orillas del río Guenguel, en lo que hoy es la provincia de Chubut. Necesita arrendar caballos para la próxima etapa de su viaje y contratar a un guía que lo acompañe. Realiza estas negociaciones en cada poblado con que se cruza, mientras el guía que lo acompañaba hasta ese punto vuelve a su comunidad con sus animales. Los hombres de Quilchamal han salido de caza por unos días y él se ve obligado a esperar su retorno. Las mujeres permanecen en el poblado y el italiano aprovecha su estadía para hacer un registro de sus costumbres.

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Imagen: Comisión de límites entre Argentina y Chile. El perito Francisco Moreno, Clemente Onelli, sir Thomas Holdich, y otros miembros de la Comisión recorriendo la región comprendida entre el lago Lácar y el fiordo Última Esperanza, 1901. AGN_DDF/ Caja 2626, inv: 51856.

De entrada, su trabajo de campo se mezcla con el voyeurismo y una peculiar fantasía orientalista. A solas con las mujeres, se siente “un gran kan de la estepa asiática… rodeado por un harén con más de cincuenta odaliscas” (63; 2004) y aprovecha para espiarlas mientras se bañan en el río “por amor a la etnología, desde el fondo de mi carpa, con los anteojos de viaje” (66; 2004). Esa frase “por amor a la etnología” es a la vez una aclaración de sus intenciones y un chiste que invita al lector a compartir su fantasía. En la oración siguiente, hace mención de “los ancianos que espiaban las abluciones de la casta Susana en el baño bíblico”, vinculando la etnografía de manera explícita con la violación de la intimidad.

A continuación, deja un registro bastante minucioso de las costumbres de las mujeres tehuelches. Estructurando el texto con una descripción del amanecer y los cambios de la luz a medida que el día avanza; cada tarea tiene lugar a una hora determinada. De ese modo, pretende describir un día típico: presenta las costumbres tehuelches como vivencias que, a su vez, son elementos de una rutina. Así, las mujeres se bañan mientras “las estrellas luchan aún por desaparecer”; a las diez de la mañana es “la hora en que el indígena empieza a comer”. Es llamativo su uso del presente en este pasaje — a diferencia del resto del libro, que Onelli narra en pasado —; es el presente eterno de las costumbres, de las cosas que se hacen todos los días.

Dentro de este esquema caben registros detallados del interior de un toldo tehuelche — su disposición, los objetos que contiene, los materiales de los que está hecho — y del aseo y la apariencia de las mujeres. Después, cataloga los remedios tehuelches para varias enfermedades. En las partes referentes a los cuidados de las mujeres, Onelli recurre de manera insistente a un vocabulario francés: péplum, boudoir, toilette, maquillage, embonpoint. Este cruce de la elegancia francesa con las prácticas de las mujeres tehuelches tiene un matiz burlón, pero es al mismo tiempo la expresión de una fantasía relacionada con la del kan y el harén. Escribe así: “En los toldos, el ojo profano del hombre puede observar libremente lo que en la ciudad son los misterios sagrados del boudoir de una mundana” (68; 2004), invocando otra vez la imagen de una violación: el etnógrafo es un intruso que goza de su incursión en espacios que no le corresponden.

Un diccionario limitado

Onelli interpreta los fenómenos que observa para dar un registro de su significado para los tehuelches: lo que Clifford Geertz llamaría descripción densa. Sin embargo, si no logra entender algo, el italiano supone que el fenómeno en cuestión carece de sentido para los tehuelches también; que se sigue dando irreflexivamente por simple costumbre. Así, escribe de una inmersión ritual que los hombres realizan tres veces por año, que “han perdido” su significación: “recuerdan solamente que su baño de octubre facilita la incubación de los huevos de avestruz” (67; 2004). No se le ocurre la posibilidad de que los hombres prefieran no abrirle los secretos de dicho ritual, o que tenga un significado en el marco de su cultura que no se explica en palabras. Carece de la flexibilidad que le permitiría reconocer su propia ignorancia y prefiere caracterizarla como propia de los tehuelches.

Imagen: Autorretrato de Clemente Onelli en Santa Cruz. Del libro Tehuelches: Danza con fotos, de Osvaldo L. Mondelo.

El italiano es capaz de reconocer los desafíos que presentan sus distintas culturas a la hora de entenderse con los tehuelches. Receta «un colirio de sulfato» a una niña en su calidad de “médico de la toldería” y busca una manera de decirle a la madre que debería aplicarle el remedio tres veces por día. Como hizo en su registro de la rutina de las mujeres, aprovecha el movimiento del sol para fijar los horarios de los tratamientos. Sin embargo, la mujer no entiende el sol de la misma manera, como una especie de reloj celestial, y le pregunta a Onelli: “¿Y si el día está nublado?”. Este desencuentro saca del científico una confesión poco común de los límites de su conocimiento: “No supe contestar, tanto más cuanto mi diccionario tehuelche era muy reducido” (70; 2004). Más allá de la dificultad para traducir conceptos tan distintos del tiempo, ese tipo de malentendido era casi inevitable debido a su dominio sólo parcial de la lengua. La probabilidad de malinterpretar ciertas cosas debería condicionar la contundencia de sus declaraciones sobre los tehuelches; Onelli debería estar consciente de las limitaciones de su perspectiva.

Sin embargo, Onelli insiste en que los tehuelches ignoran la razón de sus acciones: tienen un “cerebro apático y privado de ideas”, y según él, “es trabajo inútil pedir a los tehuelches noticias de costumbres antiguas y de tradiciones heredadas por sus antepasados” (75; 2004). La primera frase es una expresión directamente racista que caracteriza a los tehuelches como seres sin capacidad de pensar; la segunda confunde la transmisión de cultura entre generaciones con una prohibición entre los tehuelches de nombrar a sus muertos.

Según Onelli, porque “muerto uno de ellos ya no se lo nombra”, la generación actual no aprende nada de la anterior, mientras que la estabilidad de las costumbres tehuelches indica todo lo contrario. El etnógrafo aficionado quiere violar el tabú sobre los muertos y no puede; en lugar de reconocerlo, dice de los tehuelches que “no saben, no conocen nada”. Su motivo no es la simple descripción, sino responder una inquietud; quiere saber si “a la muerte de antiguos indios se sacrificaban víctimas humanas propiciatorias”. Otra vez surge el profanador de tumbas: el italiano tiene esta duda porque ha encontrado los “huesos carbonizados de pequeñas criaturas” en los “numerosos cairns prehistóricos que he registrado”. Su investigación avanza sin ningún reparo en herir las sensibilidades tehuelches. Sin embargo, sus prohibiciones son más difíciles de violar que los restos de sus antepasados.

Tomar parte activa y directa

En el curso del mismo capítulo mencionado en la sección anterior, Onelli narra otra experiencia, también entre las mujeres tehuelches: hace unos años tuvo “la suerte de tomar parte activa y directa” en un entierro. Fue testigo de un asesinato en su campamento: “un cristiano” puso fin a su pelea con un hombre tehuelche pegándole dos tiros. El asesino se fue del “teatro del crimen”, pero él permaneció en el lugar acompañado por el muerto y su caballo, “el único viviente velando el cadáver”. A la mañana siguiente, tres mujeres llegaron al sitio para enterrar a su pariente. Este evento le pareció una gran oportunidad: “era la primera vez que un cristiano asistía a un entierro con el ceremonial tehuelche” (72; 2004).

No se limitó a observar: viendo que “el trabajo iba despacio”, les ofreció cavar la fosa con su pala y pico. Fue una atención de su parte – vio que las herramientas que manejaban las mujeres les dificultaban la tarea – y al mismo tiempo una demostración de su superioridad puesto que “el cristiano trabajaba más pronto y mejor”. Colaboró también en la preparación del cadáver: “entre todos doblamos el cuerpo en la posición hierática exigida por la costumbre”; y ayudó a llevarlo hasta su tumba. Esta última tarea la realizó mal: “nuevo en el oficio, con las manos doloridas por el uso de la pala, dejó caer el ángulo que él llevaba” (73; 2004) y el cuerpo se desprendió de su mortaja al suelo. Las mujeres sospecharon una falta de respeto y Onelli les ofreció alcohol para calmar la tensión provocada por su torpeza. El entierro se realizó sin más contratiempos y las mujeres “se fueron lentamente cantando su nenia dolorosa”.

Imagen: Mujeres Tehuelches con sus hijos en Paso Ibañez. 1893. Del libro: Tehuelches: Danza con fotos, de Osvaldo L. Mondelo.

Los hechos que narra Onelli tuvieron lugar en un contexto creado por él: su campamento. Su manera de contar el asesinato deja numerosas preguntas sin respuesta: ¿Conocía al «cristiano» y al hombre tehuelche? ¿Cómo fue que los dos se encontraron en su campamento? ¿El hombre tehuelche era uno de los guías que lo acompañaban en sus viajes por la Patagonia? ¿Realmente no entendió el italiano  el motivo de la disputa?

Onelli suministró el escenario de la violencia; por algo los dos hombres se encontraron en su campamento. Su decisión de no intervenir ni durante la pelea ni después – dejó que “el cristiano” galopara “a sus quehaceres” – afectó el curso de los acontecimientos. Sin embargo, Onelli no reflexiona sobre su presencia, sobre su implicación como actor en el incidente. Para él, ser testigo es una actividad neutra: el asesinato no lo interpeló. Narrativamente, sirve como prólogo de la parte del relato que realmente le interesa: el entierro del hombre que yació muerto en su campamento.

El entierro, como el asesinato, se realizó en un espacio creado por Onelli. El trabajo del etnógrafo normalmente implica su inserción en un contexto social que le es ajeno: ser aceptado por la comunidad le permite llevar a cabo su trabajo de campo, modelo que sigue en la primera sección del capítulo, en su descripción de las costumbres de las mujeres. Sin embargo, no participó en el entierro gracias a su presencia en una comunidad: “la tribu acampaba a pocas leguas” y las mujeres se vieron obligadas a trasladarse a su campamento para sepultar a su pariente. Uno puede suponer que por eso el italiano se sintió con la libertad de involucrarse en el ceremonial: él fue, de un modo, el anfitrión.

A diferencia de su comportamiento durante la pelea, esta vez no dudó en participar. En su descripción del entierro, se identifica como actor en los acontecimientos. Reconoce, además, que su participación cambió la forma del ritual – una persona ajena cavó la fosa usando herramientas distintas a las que tenían las mujeres tehuelches – y generó un momento de fuerte incomodidad, debido a su torpe inexperiencia en esa situación. Cabe preguntarse si el italiano realmente “asistió a un entierro con el ceremonial tehuelche”, como pretende; sin dudas, la forma del entierro habría sido distinta si no fuera por su intervención. Onelli, en cambio, ve su participación como una extensión de su trabajo de campo: no solamente observó la sepultura, sino que también tomó parte en ella. Compró el derecho de participar con “un buen trago de caña y un paquete de tabaco”, como si fuera la entrada a un recital muy codiciado. Aquella transacción representó un cambio menos llamativo que el de su participación física, pero igual de profundo: transformó el marco conceptual del entierro. En lugar del cumplimiento solemne de un deber hacia un pariente, la oferta de Onelli lo convirtió en un fenómeno interesante al cual un curioso ajeno quiso asistir. El italiano le puso un precio; le dio un público. Además, por momentos, su insistencia lo transformó en el protagonista de la ceremonia. Hay un humor innegable en su modo de narrar su participación: el “cristiano”, convencido de su propia superioridad, de que “trabajaba más pronto y mejor”, resultó ser un pobre sepulturero. Onelli se burla de su propia arrogancia. Sin embargo, aunque la implicación de cualquier etnógrafo influye sobre los fenómenos que estudia, su apuro al presenciar el entierro – sus ganas de hacerlo “mejor” que las mujeres tehuelches – fue de otro orden. Su prepotencia cristiana superó su integridad como investigador.

Violaciones

Trepando los Andes es un documento valioso no solo por su registro de la cultura tehuelche a principios del siglo XX, sino también como expresión de la mirada científica hacia los pueblos originarios argentinos de aquella época. La franqueza de Onelli a la hora de exponer su punto de vista es valiosa también: su propia superioridad le pareció tan evidente que se expresó sobre el tema sin reservas. Robar el cráneo de Klocosk no le dio vergüenza; al contrario, le pareció una prueba de su propio ingenio.

Una y otra vez, en Trepando los Andes, su trabajo como etnógrafo toma la forma de una violación – violaciones literales (su profanación de tumbas), imaginadas (su conversión de la intimidad de las mujeres en una fantasía sexual) y frustradas (sus intentos fallidos de romper el tabú sobre nombrar a los muertos) – o de una torpe intervención (su participación en el entierro). Reconoce la amenaza existencial que los blancos representaron para los tehuelches: “se han visto desalojadas y casi aniquiladas por el invasor blanco y los temibles auxiliares que lo acompañan” (65; 2004). Esta aniquilación, Onelli la contempla con tranquilidad, como un inevitable proceso histórico, como si su trabajo como agrimensor no tuviera nada que ver con ello. En realidad, colaboró activamente en el desalojo, y su registro etnográfico de las costumbres tehuelches refleja su violencia.

 

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Moda y archivo en la Historia Transcuir de Colombia

En una nueva entrega del dossier «Arte y moda en América Latina», Revista Transas presenta un archivo fotográfico curado por Manu Mojito, fotógrafx y artista visual que coordina la Historia Transcuir de Colombia. En esta galería de fotos de los años 70 se conjugan festivamente moda, memoria y travestismo.


La Historia Transcuir de Colombia es un proyecto de investigación y preservación de la memoria trans, cuir, no binaria colombiana. El archivo de la memoria trans de Colombia1 nace de la necesidad de mostrar a las diversidades más allá de lo que se mostraba en la prensa amarilla. 

Las fotos evocan a referentes de la vida colombiana trans en espacios de resistencia, como los reinados, los certámenes de belleza y los festivales de folklore colombiano que se hacían en las quintas de la clase alta para escapar de la represión y persecución policial, y para celebrar las vidas trans.

Las imágenes presentadas en esta galería de fotos pertenecen a los años 70 y exhiben a tres exponentes del transformismo colombiano, cuyas historias de lucha y orgullo forman parte de la memoria trans nacional. Se trata de Georgette, Kaperuzza e Itala María, a quienes veremos maquilladas, adornadas y luciendo trajes brillantes que reflejan la importancia de la moda y de la construcción de la apariencia.


Georgette, famosa transformista de los años 70, en la portada de la revista Vea a finales de esa década. Devota de la moda, cosía su ropa, confeccionaba los disfraces y experimentaba hábilmente con el maquillaje. En efecto, Georgette era maquilladora de profesión y transformista por vocación. En entrevista con revista Vea afirmaba:

«Afortunadamente, el mundo da muchas vueltas. Lo que yo hago es un arte como cualquier otro. Mi trabajo es sano, artístico y está bien hecho. Quiero que sepan que existen seres como yo. No creo que ser así sea tan terrible como dicen que es. No me siento ni mejor ni peor que nadie, soy solamente un testimonio; diferente, sí, pero no antinatural. Al contrario, creo que la naturaleza se ha mostrado complaciente conmigo y me ha dado la belleza para realizarme con maestría y talento. Se nace travesti como se nace poeta. Después de todo, el espejo me dice que soy una criatura encantadora, hasta rara, sí, pero encantadora».

Frente a las persecuciones sufridas por la policía, las palabras de Georgette revelan la lucha por la visibilización y la reinvidicación de sus derechos:

«Es necesario que se reconozca nuestra minoría. Insistir sobre los derechos de reunión, de publicidad, de discusión como parte de la lucha por los derechos civiles y, en fin, por la igualdad social. No somos ciudadanos de segunda clase, somos iguales a todo el mundo (…) Ha llegado la hora de salir de las tinieblas en las que la sociedad nos ha puesto. Recuerdo que no hace mucho, cada vez que venía la policía nos teníamos que encaramar al tejado del establecimiento. No se imagina lo incómodo de la encaramada en tacones puntilla, muertas de frío con la peluca en la mano, teníamos que esperar horas hasta que las autoridades se marchaban. No más presentarnos en lugares sórdidos con miedo a la policía y al escándalo. Es época ya de dejar de vivir pensando en el qué dirán, ¡los tiempos cambian!»

 

Aquí encontramos a figuras famosas de la Historia Trans. De derecha a izquierda, en esta fotografía perteneciente al archivo de Kaperuzza, vemos a Lupe de la Vega, Kaperuzza, Karlota Samper, Regina y Ricardo Lino en una de las competencias de belleza de 1974. Por supuesto, estos concursos no eran los reinados oficiales de Miss Mundo, sino espacios de sociabilidad y celebración informales y clandestinos, ocultos de las fuerzas policiales. Las competencias y fiestas fueron espacios intervenidos por personas con experiencias de vida trans que se convirtieron, sin dudas, en lugares de subversión del orden.

Kaperuzza es una de las figuras que ha aportado en el terreno del maquillaje, el estilo y la vida nocturna, y abierto lugares desde la moda, el espectáculo y la televisión, impulsando a otras identidades a construirse libremente. Protagonista indiscutida del mundo del transformismo y la cultura de la interpretación y la fonomímica, las imágenes y memorias denotan el saber y el placer de la experimentación con los colores, brillos y maquillajes para sobresalir y conseguir la corona celebrada. La fiesta se configura como lugar de resistencia y un espacio seguro para las vidas trans.

«Para ser travesti, para la época tenías que tener dos cosas: primero, tener talento, tener el por qué serás travesti, y tener dinero, porque no había acceso de nada hasta los 80, de conseguir una peluca buena, unas pestañas, unos zapatos. A mí me tocó todo importado, las pelucas de Revlon, las pelucas que estaban en París y en Nueva York. (…) La moda la descubrí por mi mamá, con ella aprendí a conocer los materiales que estaban en esta época, y la textura y la alta moda, y la belleza de las mujeres».

Foto del archivo de Itala María, de quien se decía que era la más bella en los años 70. Experta peluquera, trabajó en los carnavales y fiestas colombianas, y llamaba la atención por su belleza y habilidad para trajearse y peinarse a la moda.

«Estuve en varios reinados y en todos los que participé gané. Se alquilaban lugares para los eventos donde todas nos congregábamos; teníamos la juventud y la belleza. Pero los primeros reinados fueron terribles, llegaba la policía y dañaba el reinado. Han apresado a varias, yo me libré porque pasé por mujer».

 

«Vestida con elegantísimo traje rosado intenso, peinado alto y maquillaje discreto, complementado además con verdadero porte de reina de belleza, zapatos plateados y grandes aretes ídem, se da cuenta del furor que causa entre sus ‘fans’ y empieza a desplegar estrategia de besos, guiñadas de ojo y corto saludo de mano a quienes luchan por alcanzarla desde el borde del escenario» («En barranquilla la noche estuvo LOCA, LOCA, LOCA» Revista Vea, 1977).

Bailarinxs en noche de shows a inicios de los años 80, en nota de la revista Vea. El extracto afirma «Dentro de los aberrados sexuales existen tipos intermedios que se pueden considerar en una «tierra de nadie», no se definen ni como mujeres ni como hombres. Son los transvestistas».

Ubicados en una «tierra de nadie», las protagonistas de estas fotografías reivindican y celebran ese territorio lateral y seguro que supieron construirse. Una vez avanzada la década de los 80s, las imágenes del archivo trans permiten ver una mayor apertura y visibilización para los reinados y fiestas que estaban en la clandestinidad.

Para recorrer los archivos y escuchar más historias en boca de sus protagonistas, lxs invitamos a escuchar el podcast de la Historia Transcuir de Colombia y las redes del archivo (@colombiatranscuir).

 
  1. El archivo ha formado de la exposición «Las metamorfosis» de Madalena Schwartz en el Museo Malba, curada por Gonzalo Aguilar y Samuel Titan Jr. (2021). ↩︎