José Martí desde la toma universitaria
Por: Juan Recchia Paez
Escena de las clases públicas en el contexto de la lucha por el financiamiento de las universidades nacionales y del sistema científico de Argentina: lecturas coyunturales de “Nuestra América” de José Martí.
Imágenes: @camilo_cienfotos
Tras la aprobación en Diputados del veto del gobierno de Javier Milei al presupuesto universitario y en el marco de la profundización de las medidas de lucha que, desde principio de año tiene como protagonistas a toda la comunidad universitaria (docentes, no docentes, estudiantes y familias), explotaron, en todo el país, medidas de paros, tomas de facultades y marchas federales. En este marco, el pasado martes 15 de octubre se dictaron clases públicas sobre la avenida circunvalación en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata.
Con la cátedra de Literatura Latinoamericana I venimos estudiando las poéticas modernistas de José Martí, Rubén Darío y Delmira Agustini. En particular, estamos leyendo las primeras crónicas del exilio estadounidense de Martí en Nueva York entre los años 1881 y 1892 desde un enfoque que busca reponer la noción de “religación” acuñada por Susana Zanetti (1994). La propuesta de la cátedra es leer la integridad del proyecto modernista en el cruce entre estéticas y políticas que posibilitó aquello que Angel Rama (1983) llamó la segunda independencia de América Latina.
Mientras nos acomodábamos en ronda en medio de la avenida, con la ayuda de la adscripta, Juana, comenzamos nuestra clase releyendo esas primeras impresiones que registra la crónica martiana: “un archivo de los peligros de la nueva experiencia urbana” (Ramos 1989): donde el joven cronista se fascina y asombra frente al nuevo parque de diversiones de la metrópoli yanqui. Tal como apunta el cubano: “En los faustos humanos, nada iguala a la prosperidad maravillosa de los Estados Unidos del Norte.” Esta cita que abre la clase no obtiene una mirada amable por los y las estudiantes militantes que vienen de pasar la noche en la facultad y cursan con la bolsa de dormir debajo de sus pies, pero nos sirve de excusa para llamar la atención sobre el punto que queremos tratar a propósito del célebre texto que es “Nuestra América”.
Por ello, inmediatamente, reponemos las condiciones de posibilidad de la “prosa urgente” (Weinberg 1993) del discurso dictado por Martí en la Primera Conferencia Panamericana de Washington de 1889. En esta antesala de lo que es hoy la OEA, se buscó renombrar a la región como panamericana y también allí se germinaron principios de la gran lucha antiimperialista que caracterizó al siglo XX. En un contexto realmente adverso, contexto en el cual Cuba continuaba siendo colonia española, y el intervencionismo yanqui, avalado por la doctrina Monroe, avanzaba como un “gigante de siete leguas”; Martí alertaba a viva voz, la necesidad de retomar las luchas independentistas, contra “el tigre de afuera” y “el tigre de adentro”. Así lo leímos en la clase:
“Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominio en América, hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, caudas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”
Nos detenemos sobre este llamado de atención, en esa tensión constitutiva de la prosa martiana que sostiene por un lado el ritmo vertiginoso del acecho, del peligro y de la amenaza que implica para los pueblos de América Latina el poderío de la incipiente sociedad de consumo (en épocas en que Mc Donalds no existía ni como un almacén) frente al proyecto espiritual y culturalista de un “nosotros” quienes, como una rebelde mariposa libre, vivimos “en la persecución infatigable de un ideal de amor o gloria”. Tensión que aparecerá en la prosa de Nuestra América no necesariamente como respuesta al avance incesante de la todavía joven “ansia de posesión de una fortuna” vacía de espíritu, sino como proyecto necesario de creación y disputa de afiliación y alianza latina. Con la vista en ello, Juana aprovecha para leer la siguiente cita de Ramos (1989):
“El valor y el signo político de cada reflexión sobre lo latinoamericano no radica tanto en su capacidad referencial, en su capacidad de “contener” la “verdadera” identidad latinoamericana, sino en la posición que cada postulación del ser ocupa en el campo social o, para ser más exactos, intelectual, donde la “definición” se enuncia. En ese sentido, América Latina existe como un campo de lucha donde diversas postulaciones y discursos latinoamericanistas históricamente han pugnado por imponer y neutralizar sus representaciones de la experiencia latinoamericana; lucha de retóricas y discursos –a veces seguidas de luchas armadas– que se disputan la hegemonía sobre el sentido de “nuestra” identidad.”
Luego, para comentar esta cita apuntamos la pregunta incómoda acerca de qué nos define como latinoamericanos y por qué se supone, en el sentido común, que el ser latinoamericano es la sumatoria de la triple herencia indígena, afro y europea, o el color local de toda una serie de adscripciones marginales: pobres, campesinos, indígenas, afrodescendientes… La ruptura con la referencialidad que señala Ramos, vuelve a aparecer cuando, maliciosamente, hablamos del uso de los pullovers norteños que vemos entre los y las estudiantes y nos volvemos a preguntar: ¿Cómo podemos desarticular la lectura panfletaria de este famoso ensayo propia de cierto progresismo a lo largo del siglo XX y XXI? ¿Cómo desentenciar la prosa política de los discursos identitarios latinoamericanos?
Juana había preparado una serie de apuntes a propósito de los recursos estéticos que rescata David Lagmanovich (1987) sobre el “nosotros” del texto. Nos detenemos a observar y leer una serie de imágenes muy bellas sobre toda la flora y la fauna que aparece en el ensayo para repensar el grosor nada metafórico que tiene la simbología martiana. Los árboles, que se han de poner de pie, por ejemplo, se alejan demasiado del árbol saussuriano en tanto imagen del signo lingüístico y cobran corporalidad en una imagen que nos permite extrapolar un comentario sobre discusiones contemporáneas a propósito del avance desmesurado del extractivismo y de los desmontes en nuestros territorios.
La pregunta por el “nosotros” nos lleva también a reconstituir el movimiento dinámico de las textualidades modernistas en sus circuitos de publicación por las capitales del continente y el uso del español como lengua (bastarda) de la hermandad latina. Si han viajado alguna vez al exterior, podemos corroborar como, por más mínima que parezca, esa hermandad se comprueba cuando entre latinos nos consultamos dudas y compartimos algún mate o café. Por ello, nos preguntamos también, si en este contexto de tomas universitarias y de clases públicas, no estaríamos ocupando el lugar de ser los y las lectoras ideales en la mirada martiana. ¿Cómo la lucha actual está construyendo nuevas alianzas en las que no abandonamos nuestras disputas históricas pero que nos llevan, por ejemplo, a marchar junto con los grandes dinosaurios de la institución académica y hasta compartimos videos de Mirtha Legrand apoyando a la Universidad Pública?
Ya está avanzando la mañana y el sol empieza a subir y a pegar fuerte en la calle, una alumna me ofrece un poco de protector solar para ponerme en la cara. Llegamos al célebre pasaje sobre las dos Grecias que aparece en Martí. Juana pregunta ¿qué significa Grecia y cual sería “nuestra Grecia” según el texto? Los y las estudiantes que, por lo general vienen de cursar más de dos o tres años de lenguas clásicas en su formación curricular, se quedan como atónitos entre la obviedad y el desconocimiento. Aparece ahí un nudo interesante con el cual seguimos hablando sobre el escaso estudio de las lenguas indígenas en nuestras instituciones y del por qué no podríamos estudiar, por ejemplo, al guaraní como lingua franca de nuestras civilizaciones.
Las críticas martianas al positivismo cientificista, nos vienen como anillo al dedo para unir estos últimos dos tópicos. Sobre todo cuando Martí ataca el famoso lema sarmientino: “No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. Desde la coyuntura que nos convoca, señalamos, las diferenciaciones entre el “hombre real” y el “letrado artificial” sobre la cual se determina el “arte del buen gobierno” según el intelectual cubano. Nos detenemos en apuntar una serie de limitaciones martianas, donde a las claras el privilegio del “buen gobernante” estaría vedado para los sectores marginales de nuestra sociedad (mujeres, indígenas, afrodecendientes). Y apenas mencionamos cierta referencia a los discursos y políticas del presidente actual, ya que toda la jornada de lucha es contra estas políticas, pero sí reponemos la lectura que aporta Graciela Montaldo (1994) y que nos sirve como propuesta de relectura de nuestra praxis social en términos estrictamente artísticos o literarios:
“Lo latinoamericano entonces no parece ser para los modernistas (ni en sus actitudes ni en sus textos) un conjunto de rasgos a definir sino un espacio de construcción para una tradición estética, de una identidad individual, de una figuración sobre el pasado y los orígenes; fundamentalmente una posibilidad de desprenderse de las formas culturales de sus antecesores y la posibilidad también de sentar las bases de una nueva formación cultural. América Latina aparece como gran espacio de circulación cultural global, casi por primera vez. Aparece menos como pasado que como futuro.”
Mientras Juana repone la pregunta por los tiempos verbales del ensayo, yo me dedico a sacar unas fotos y veo el esfuerzo de cada estudiante sentado en la ronda, con el sol de frente, el viento que vuela los papeles, las caras que hacen fuerza por escuchar las palabras de la profesora entre tantos camiones y autos que tocan bocina en apoyo a la medida. Veo, también, a las estudiantes alemanas subiendo fotos de la manifestación en Instagram y compartiendo contenidos con sus colegas extranjeros. Además de los y las estudiantes que militan en las más de 12 agrupaciones estudiantiles de la Facultad, se han conformado grupos espontáneos y comisiones de estudiantes que, tal vez, por primera vez están pasando día y noche en la protesta. Por suerte están bien equipados, algunos sacan agua mineral, otros toman mate, aquél se abre una Coca cola para refrescarse. Bromeo acerca de que, contra mi prejuicio, a la clase de hoy no faltó nadie.
Me pregunto si no estaremos presenciando una nueva figuración de la lucha en América Latina. No lo pienso en contenidos revolucionarios, creo, sino más bien en formas dinámicas de disputa, en alianzas concretas y en construcciones comunitarias. Mientras tanto la escucho a Juana que señala el carácter proyectivo que tiene el presente de la escritura martiana, cuyo principal objetivo es el de romper con la copia, con la mímesis de los principios y de las identificaciones “a la europea”. Me siento limitado para entender las reverberaciones ideológicas de la nueva generación, pero hay algo allí de lo colectivo que se activó en este año de marchas federales, multitudinarios encuentros y manifestaciones masivas que pone en jaque nuestra cotidianidad capitalista.
Si bien no sabemos bien qué forma tomará todo esto, evidentemente hay aquí una creación imparable, la de la potencia joven, tal vez eso que Martí gustaba tanto de llamar “espíritu” que, una y otra vez, desde la reforma universitaria hasta el presente, sigue articulando de manera heterogénea no una esperanza en abstracto sino la energía inagotable de las fuerzas del aula:
“Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la lenvantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación.”
Cerramos la clase, me dirijo a Juana que está muy cansada y me confiesa que vino a dar la clase sin dormir y que ya mismo va a aprovechar a ir a darse una ducha antes de la marcha de antorchas interclaustros programada para la tarde (la marcha universitaria platente que fue, según dicen, la más grande de la historia). Mientras junto los apuntes y las fotocopias, una alumna viene y me dice: “Profe, le acabo de mandar una foto al mail donde se lo ve leyendo a Martí con los grafittis y las banderas de la toma.”
Bibliografía
Imágenes: @camilo_cienfotos
Lagmanovich, David, “Lectura de un ensayo: ‘Nuestra América’ de José Martí”, en Iván Schulman (ed.), Nuevos asedios al modernismo, Madrid, Taurus, 1987.
Montaldo, Graciela, La sensibilidad amenazada. Fin de siglo y Modernismo, Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 1994.
Martí, José, Escenas Norteamericanas y otros textos, seleccionado por Ariela Schnirmajer, Buenos Aires: Corregidor, 2012.
Rama, Ángel, «La modernización latinoamericana. 1870-1910», en Hispamérica, a. XII, n. 36, 1983, pp. 3-61.
Ramos, Julio, Desencuentros de la modernidad en América Latina, México, FCE, 1989.
Weinberg, Liliana, “Nuestra América en tres tiempos” en José Martí a cien años de Nuestra América, México, UNAM, 1993.
Zanetti, Susana, “Modernidad y religación: una perspectiva continental (1880-1916)”, en Ana Pizarro (Org.), América Latina: Palabra, Literatura e Cultura. Volume 2: Emancipaçao do Discurso, Sao Paulo, Memorial da América Latina, Unicamp, 1994, pp. 489-534.
Escena de las clases públicas en el contexto de la lucha por el financiamiento de las universidades nacionales y del sistema científico de Argentina: lecturas coyunturales de “Nuestra América” de José Martí.