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De basureros e inodoros: lenguaje literario de la clandestinidad

Por: Andrea Zambrano

Desechos. Residuos. Sangre. Muerte. Sustantivos que, contradictoriamente, sirvieron para nombrar lo que por años se mantuvo innombrable, ilegal, invisible. Una literatura que encuentra en un lenguaje codificado la posibilidad de visibilizar, aún desde la clandestinidad, una realidad punzante. Hoy, a pesar de su conquista como derecho adquirido, la discusión por el acceso al aborto legal, seguro y gratuito en Argentina vuelve a instalarse.


Las escritoras Claudia Piñeiro y Dahiana Belfiori se propusieron construir un lenguaje ficcional como mecanismo para narrar, a través del relato como formato literario, experiencias de abortos secretos, ocultos, riesgosos y clandestinos, por medio del uso de objetos caseros o medicamentos de acceso reducido. En sus textos, “Basura para las gallinas” (Piñeiro, 2010) y “Por el inodoro” (narración que es parte de una serie de relatos más amplia titulada “Código Rosa”, Belfiori, 2015), Piñeiro y Belfiori narran una realidad que para el momento todavía estaba prohibida por la ley. Y esta prohibición encuentra en la ficción un refugio esencial para convertirla en experiencias posibles, visibles y nombrables. Un formato literario que les permitió a ambas hacerse de la función política de otorgar un lugar de enunciación a aquellos sujetos colectivos invisibilizados por la ley.

Imagen: Megan Diddie

En la narración que construye Piñeiro se nos presenta al personaje inicial justo en el momento en el que se dispone a atar una bolsa de plástico negro que llenó demasiado y que le cuesta cerrar. Un par de golpes cortos y secos la ayudan a comprimir el contenido para finalmente poder atarla con dos nudos. En el proceso se permite recordar que en su casa de infancia no había bolsas de plástico donde tirar los residuos y desperdicios:

Su abuela metía en un balde todos los restos que podían servir para abonar la tierra o para alimentar las gallinas (…) Al balde iban las cáscaras de papas, los centros de las manzanas, la lechuga podrida, los tomates pasados de maduros, las cáscaras de huevo, la yerba lavada, las tripas de los pollos, su corazón, la grasa.

Nuestra protagonista, narrada en tercera persona, sale del edificio dispuesta a dejar el bulto en el árbol donde suele parar el camión de basura. Lleva la bolsa cargada y abrazada contra su pecho cuando:

(…) se da cuenta de que la aguja de tejer perforó el plástico y saca su punta hacia ella, como si la señalara.

Mientras espera la llegada del camión siente una brisa fría que le corta la cara, implacable como el recuerdo de la aguja que también, hace años con su hermana, había usado su abuela.

Por eso sabe cómo hacer: clavar la aguja, esperar, los gritos, los dolores de vientre, la sangre, y después juntar lo que salió en el balde y tirarlo a las gallinas. Ella aprendió viendo a su abuela (…) Sólo que esta vez resultará mejor, porque ella ahora sabe qué tiene que hacer si su hija grita de dolor y no deja de largar sangre, sabe dónde llevarla, a ella no se le va a morir (…)

Belfiori, por su parte, nos presenta un relato con múltiples voces: por un lado, la protagonista viviendo la experiencia clandestina, y, por otro, la de quien, a la vez que contiene su testimonio, lo complementa con sus intervenciones escritas. Así, a través de este discurso ficcional, se hace presente la voz narradora (socorrista, escritora y mujer que ha abortado) hilvanada junto a la voz autoral para otorgar a la escritura un sentido sensible y militante, y para construir una cadena sentir-pensar-argumentar en torno al aborto y a la discusión de su legalización.[i]

El relato inicia con la voz de Laura, la protagonista del procedimiento clandestino, cuestionándose a ella misma por haber atravesado dos veces la misma situación. Deja entrever en sus palabras los conflictos que enfrenta con su núcleo familiar y sus vínculos cercanos: su madre, su padre, su hermana, su novio. Vive el proceso acompañada, pero no por sus afectos (siempre ausentes), sino por el grupo de contención al que pertenece la voz narradora:

No soy madre. Aborté. Aunque me sentí sola, también me sentí acompañada. Otras como yo estaban abortando quizás al mismo tiempo. Y ustedes existían al otro lado del teléfono.

La voz que narra, por su parte, se presenta intersectando las palabras de Laura:

(…) Todo se va por el inodoro. Aparece en la memoria de mi cuerpo un poema que escribí hace años:

/confirmación
una lágrima entre las piernas, roja
parece caer, como todo lo que gira
parece
yo la veo como si fuera de otra
incapaz de asumir la forma de la sangre

la vida y la muerte resbalando
hacia el inodoro.


Vuelve la sangre. Sale del cuerpo confirmando que no seremos madres (…) Rueda y niega lo que se espera de nosotras, se va por el inodoro. ¿Será que en la sangre que se pierde hay una prueba evidente -material, concreta, definida- de que elegimos la propia vida?

En el primer texto, Claudia Piñeiro opta por un lenguaje que permanentemente bordea lo indecible y que brinda al lector la posibilidad de leer una experiencia contundente mediante una escritura codificada que se apropia de objetos como recursos narrativos (la bolsa de plástico, la aguja de tejer), en un contexto en donde visibilizar el aborto en sus propios términos era todavía una hazaña. En el segundo texto, Dahiana Belfiori sí se permite nombrar lo que para el momento seguía transgrediendo los límites de la ley, pero visibilizado como realidad tangible en un contexto de lucha y reclamo constante en el ámbito de lo público. Hay también en el relato de Belfiori una escritura apropiada de ciertos objetos y recursos claves para contar la experiencia del aborto (las pastillas, el inodoro), no desde la codificación de las palabras sino más bien desde el testimonio directo como discurso narrativo.

Imagen: Megan Diddie

Un punto en común que comparten ambos textos es la propuesta de sus autoras de establecer un mapa de espacios y objetos útiles para la concreción del aborto como experiencia vivida desde la clandestinidad: basura, baños, baldes. Objetos y espacios a través de los cuales se expulsan y desprenden líquidos, restos, sangre. Una materialidad descartable que corre, que rueda, que resbala, que sale del cuerpo confirmando una decisión que niega lo que se espera de nosotras.

Una experiencia atravesada en compañía de madres, hermanas y abuelas por un lado, o de socorristas, auxiliares y cuidadoras por otro. Algunas desde la asistencia juzgante, otras, desde la presencia silenciosa. El recorrido temporal y escriturario que va desde “Basura para las gallinas” hasta “Código Rosa” refleja una transformación no solo en las formas de proceder respecto a la práctica del aborto (de las agujas de tejer a las pastillas de misoprostol), sino también en las maneras de ejercer y habilitar los espacios de acompañamiento (de procedimientos inseguros de intervención casera, a presencias que guían e informan sin ocupar la escena).

Saberes y conocimientos ancestrales que son, en definitiva, transmitidos por y hacia mujeres en esa dimensión de prácticas secretas, ocultas y encubiertas que suelen circular en la clandestinidad. Experiencias y conocimientos heredados y traspasados de generación en generación de redes femeninas, que encuentran en la expresión escrita la posibilidad de crear lenguajes y símbolos propios, tal y como en su “Hipótesis sobre una escritura diferente”[ii] (1981) había afirmado la escritora argentina Marta Traba. Son justamente estos elementos ancestrales atados a una realidad literal material (ilegal y clandestina), los que le han servido a la literatura femenina para reclamar la necesidad de auto percibirse y reconocerse como literatura diferente, a partir de la creación y circulación de claves escriturarias propias de un sujeto colectivo que busca hablar en lugar de ser hablado.[iii]

Así, tanto la protagonista del relato de Piñeiro que se siente señalada por la aguja de tejer que acaba de usar en el aborto de su hija, como la socorrista del relato de Belfiori que mientras acompaña un aborto rememora el suyo propio resbalando por el inodoro, logran ser visibilidadas y nombradas desde la ficción que las narra.

Con motivo del 8M, proponemos este análisis y sus lecturas como modos de circulación, trinchera, lucha y en defensa permanente de un derecho conquistado. De la misma manera en que exigía Marta Traba que a la literatura femenina -por diferente- se la aprenda a leer correctamente, hoy exigimos no volver al lenguaje de la invisibilidad y a la indecibilidad. A la clandestinidad corporal, cultural y literaria no volvemos más.




[i] Código Rosa y la ficción como refugio de lo prohibido. Recuperado en: https://revistatransas.unsam.edu.ar/codigo-rosa-y-la-ficcion-como-refugio-de-lo-prohibido/

[ii]  Traba, Marta. Hipótesis sobre una escritura diferente. 1981. Recuperado en: http://porlamatria.blogspot.com/2008/08/hiptesis-sobre-una-escritura-diferente.html

[iii] Ídem.