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«Por ser del Sur». Los viajes por Latinoamérica de Lucía Vargas Caparroz

Texto: Lucía Vargas Caparroz*
Imagen: fotografía, Aylin Rodriguez Vinasco; edición, Leonardo Mora


Por ser del Sur es el segundo libro de Lucía Vargas Caparroz, escritora argentina radicada en Colombia. Se presentó, el primero de mayo de este año, en la Feria del Libro de Bogotá, por la editorial Pensamientos Imperfectos. El libro recopila sus diarios de viaje por Latinoamérica –desde 2015 a 2017– y las crónicas que la autora publicó, durante 2018, en El Espectador (uno de los periódicos más antiguos de Colombia). El libro toma su título de la última crónica, inédita hasta ahora, en la cual la autora habla de su retorno al hogar en la Patagonia. Las ilustraciones fueron hechas por Paula Cano, basadas en las fotos de los viajes de Lucía.

A continuación, presentamos tres fragmentos, que son representativos de los tres momentos del libro: un fragmento del diario de viaje por Latinoamérica, otro del diario de retorno a Buenos Aires durante seis meses de 2017 y, por último, una crónica sobre el páramo, en Roncesvalles (Tolima, Colombia), publicada en El Espectador e incluida en la antología Bogotá Cuenta. Una ciudad que se escribe (IDARTES, Colombia).

 

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30 de enero de 2016, La Paz, Bolivia.

 

El mini bus que nos llevaba venía lleno de gente, así que me senté cerca de la única ventana que había, justo al lado de una mamá con su bebé, que no debía tener más de seis meses. Al principio me miraba algo desconfiado, con sus ojos rasgados hacia los lados y su boca llena de migas de galleta. Pero algo que aprendí en ese viaje es que la sonrisa es un lenguaje universal, para todas las culturas y todas las edades. Entonces desenfundé una de las más sinceras para él. Me respondió muy coqueto mostrándome sus cuatro dientes blancos, iguales a pequeños arroces saliéndole de las encías. La alianza se afianzó cuando estiró su mano y me ofreció el último resto de galleta amorfa, llena de baba. La madre se dio cuenta y me miró sonriente. Por cortesía, acerqué la cara a su manito y mientras se la sostenía, le hice un ñam ñam ñam simulando aceptar el regalo. Él sonrió feliz y escondió la cabeza en el pecho de su mamá. El juego había empezado. Miró mis pulseras, la manga de mi abrigo que colgaba, todo era un juguete y cada cosa que tocaba tenía un sonido diferente, que yo hacía para escucharlo reír. Estuvimos así un buen rato, hasta que decidió agarrar mi dedo índice y recostarse a descansar en el pecho de su mamá.
A estas alturas, ya pasados dos meses y medio de estar lejos de casa y de los afectos, toda muestra de cariño sincera y espontánea era más que un regalo, era una bendición. Durante los días anteriores venía sintiendo esa especie de nostalgia por el contacto humano que no había sentido antes y creo que se enfatizó en una ciudad en la que se nota una timidez general por el acercarse al otro. A pocos metros de llegar a la parada, escuché la voz de mi guía:
“En la esquina que viene bajamos, por favor”.

Solté mi dedo de entre las manos de mi nuevo amigo, que no reaccionó ante nuestra separación.

Fue algo tan rápido: conocernos, jugar, querernos, soltarnos.

 

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12 de septiembre de 2017, CABA, Argentina.

 

Vivo en Once. He vuelto a mi casa en horas «no adecuadas» para una mujer sola. Creo que, en cuestiones de seguridad, cualquier barrio es una lotería. Tenemos la chance de salir enteros de todas o nos puede tocar vivir alguna de cerca. Ayer me tocó vivirla.
Eran las 12:30 de la noche y el 24 en el que me había subido sobre Av. Corrientes, casi esquina Scalabrini, venía bastante lleno. No tanto como para traer gente parada, pero con todos los asientos ocupados. En el asiento del frente, el prioritario, junto a la puerta de entrada del bondi, venía un tipo joven. Yo estaba sentada dos asientos más atrás, conversando con un chico colombiano que acababa de conocer en la parada. El tipo se movía intranquilo, oscilando entre quedarse sentado y acercarse al chofer. Como no le daban bola, decidió pararse en medio del colectivo, diciendo en voz alta: «Me escuchan, por favor, es un segundo. Hay tres autos que me vienen siguiendo desde Villa del Parque. Me quieren secuestrar. Necesito que alguien se baje conmigo, si es en grupo mejor». Nadie respondía. El tipo le buscaba la mirada a unas mujeres que iban sentadas a su lado, pero todas lo esquivaban. Yo había tocado el timbre en la parada de mi casa, el colectivo comenzó a frenar justo cuando él terminaba de hablar. Me tenía que bajar, pero pensé que nadie haría nada. Nadie diría nada. El tipo no podía más de los nervios. Tenía las venas de los brazos hinchadas, casi no podía articular las palabras, los ojos húmedos y abiertos en estado de alerta. Por fin, le dije: «En la esquina hay guardia policial las veinticuatro horas, bajate acá». Se lo dije sin pensar, sin calcular las consecuencias. Se acercó a mí, se bajó conmigo, corrimos por la avenida hasta la esquina y vimos al policía parado, de brazos cruzados, afuera del kiosco Open 24. Me acerqué pero el tipo me frenó: «Necesito que me dejes llamar a mi casa desde tu celular, no confío en nadie, ni siquiera en ellos. Esto es un secuestro express, los únicos que pueden pinchar teléfonos son ellos». Le expliqué que no tenía posibilidad de llamar desde mi celular, que no tenía número argentino, que había venido de Colombia hacía poco, que mi teléfono solo funcionaba para WhatsApp y solo si tenía wifi. El tipo no entendía, me escuchaba, pero no me entendía. Miraba para todos lados, se metía las manos en los bolsillos y las volvía a sacar, se le caían las llaves de su casa, las levantaba enseguida. Se lo expliqué lento, despacio, mirándolo a los ojos y tratando de que me mirara. Cuando por fin me entendió, dijo: «Ok, vamos a ese bar de la esquina. No me dejes solo, por favor». Caminamos hasta el bar, que ya estaba cerrando, le hice señas al de la caja para hacer una llamada y su respuesta fue un “no”, con la cabeza y los ojos cerrados. Casi como un «perdoname, me duele en el alma, pero no puedo ayudarte», pero que no llegó a ser eso ni por lejos. «Ahí hay un kiosco, vení conmigo». El tipo me señaló un cartel luminoso en medio de la cuadra. Caminamos hasta allá, el kiosquero tardó en entender qué era lo que estaba pasando. Cuando estás nervioso no podés pensar, no te podés explicar, el miedo te aturde: –¿Qué necesitás, pibe? No entiendo. Esperá que llamo a la policía. –No, usted no me está entendiendo, padre. Le vengo diciendo hace quince minutos que quiero llamar a mi mujer o a mi mamá. Mi familia tiene plata, es dueña de una fábrica de bordados.

Justo cuando quise salir del kiosco y volver a la puerta de mi casa, se estacionó una camioneta al lado de la puerta del kiosco. De allí salieron dos tipos a «limpiar» un cartel publicitario que estaba a unos metros de nosotros. Tuve miedo, no supe qué hacer. Caminé hacia el mostrador del kiosco y me agaché, me saqué la bufanda y la guardé en la mochila. Miré a mí alrededor: el kiosquero tenía un bate de beisbol junto a la caja. Al rato apareció y me dijo: «No podés quedarte acá». Salí y le dije que no sabía qué hacer. El tipo me vio, me dijo que necesitaba llamar por teléfono, que necesitaba estar con más gente porque estos tipos lo tenían rodeado. Yo no supe si era cierto o si era su paranoia, pero recuerdo haber mirado a nuestro alrededor y haber visto una ambulancia esperando en la esquina y una camioneta Eco Sport en la otra, exactamente como lo había denunciado en el colectivo. El kiosquero se disculpó y lo despachó: «Disculpá flaco, acá no te puedo ayudar. Tomá diez pesos y corré a la estación de servicio para llamar por teléfono». La estación de servicio estaba a unas cuadras, había gente viniendo del Abasto, al parecer era horario de salida del cine. Los tipos de la supuesta limpieza se habían vuelto a subir a la camioneta, pero no arrancaban. El tipo me pidió que lo acompañara, pero le dije que no podía hacer más, que quería volver a casa, que tenía miedo de que me levantaran de rebote. Lo acompañé hasta la esquina, le dije que fuera corriendo, que iba a quedarme mirándolo hasta que llegara. Le dije que no tuviera miedo, que era cerca. No me salió decirle otra cosa. – ¿Cómo te llamás?– me preguntó.  –Lucía. –Yo me llamo Lucas… Ese es mi nombre completo, acordátelo, por favor, por si me pasa algo –Esta bien, Lucas. –Gracias Lucía, de toda esa gente en el colectivo, fuiste la única que me escuchó y me ayudó. Gracias.

Me miró un rato largo hasta que se dio vuelta y corrió a la estación. Lo miré perderse detrás de unos autos que estaban estacionados cerca. El kiosquero miraba también: «Andá a tu casa nena, yo lo sigo. Ahora llamo a la policía y les aviso que está ahí. Pobre, está paranoico, debe ser de guita, por eso”.

Caminé hasta mi casa con el peso de mil preguntas encima, que volvieron eterna una cuadra: ¿Cuántas personas corren con miedo por las avenidas más iluminadas de Buenos Aires, diciendo «no llames a la policía”? ¿Cuántos kiosqueros no les creen? ¿Cuántos de nosotros les creeríamos o pensaríamos que «está paranoico»? ¿Desde cuándo ser distinto («tener guita» o “ser militante”, por ejemplo) te hace blanco de esos que se creen dueños de la libertad? ¿Cuántos cajeros en los bares nos cierran los ojos y nos niegan con la cabeza, aún cuando estamos parados frente a ellos con las manos juntas pidiendo por favor? ¿Cuántas personas nos escuchan pero no, dan vuelta la cabeza y miran por la ventanilla? ¿Cuántas veces vamos a tener que escuchar el nombre completo de un extraño, seguido de la frase «acordátelo, por si me pasa algo»? ¿A cuántos ya les pasó algo? ¿Por qué algunos viven con ese miedo que los hace correr con las venas hinchadas, con los ojos desorbitados?
Volví a casa, entré, me acosté en mi cama. Reconocí el espacio mientras lo recorría con la mirada: mi escritorio, mis libros. Toqué la frazada, sentí el calor. Cerré los ojos e inevitablemente todo me llevó a la pregunta que nos hacemos todos hace días: ¿Dónde? ¿Dónde está Santiago Maldonado?

 

 

 

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El tiempo se mide en centímetros

Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.

En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.

Del poema Fin y Principios, de Wislawa Szymborska

 

Voy a conocer un páramo por primera vez. Somos tres los visitantes, Sebastián, Rafael y yo, la extranjera. Don Arbey maneja la camioneta. “El sol está como para un milagro”, dice Sebastián, mientras mira el paisaje del páramo Yerbabuena, despejado de neblina. Tiene razón. De las tres semanas que llevamos en Roncesvalles, no podría recordar un cielo tan limpio. Sentándote afuera de cualquier casa, entre las cuatro y las cinco de la tarde, casi podrías calcular el tiempo que se demora la niebla en caer. Te somete la visión de las cosas, los ojos se comprimen y el horizonte se amontona en lo poco que podés ver. A 2700 metros sobre el nivel del mar, se siente la cercanía al cielo.

“Se hizo pequeño el mundo”, dirá don Arbey durante una de aquellas tardes de tinto en la tienda. Y sí, el mundo en Roncesvalles es pequeño. Al mediodía, cuando aún todo es nítido, se pueden ver las diez cuadras que arman la vía más importante. El municipio se ensancha apenas un par de calles más que le corren paralelas a la principal. Después hay casas sueltas, que se van acoplando a la geografía que lo construye. Este es un lugar absolutamente nuevo para mí.

“Aquí hasta las piedras son diferentes”, dirá nuestro chofer al bajarnos de la camioneta, mirando el suelo del páramo. No me doy cuenta y, de pura emoción, empiezo a levantar la voz. Enseguida me advierten: “Hable pacito. Aquí no se puede gritar porque llueve”. El equilibrio del ecosistema en el páramo es tan sensible como esas cosas que se quiebran aún antes de dejarlas caer. Aprieto la boca, comprimo los labios igual que una nena chiquita a la que le piden silencio. Ellos sonríen y siguen hablando bajo. Dicen que, si tenemos suerte, podríamos llegar a ver al oso de anteojos. Aún con la boca cerrada siento que se me cae la mandíbula, que se me hinchan los ojos en el grito que no puedo soltar.

–¿En serio?– pregunto al fin. –Claro, aunque están en extinción. Este es su hábitat.

Subimos lento, con cuidado. El suelo es una gran esponja que suelta agua en cada pisada, tiene encima todo un mundo de algas y plantas que retoñan discretas, desperdigadas como pequeñas hormigas verde fosforescente. Me da pena pasar, me siento más intrusa que nunca. El ruido del agua de pequeñas vertientes secretas acompaña el silencio con el que avanzamos.

Me voy desprendiendo del abrigo, quiero sentirlo todo. El sol de acá es picante, tiene ese sabor al mezclarse con el aire fresco. Ahora alcanzo a ver el monte desbordado de frailejones. Lo picante choca con la suavidad del primer tacto con las hojas. Sonrío, parecen las orejas de un burro. Tienen la misma pasividad, al menos. Lo suave lo dan esos casi invisibles pelitos blancos, que matizan el color verde claro que hay por debajo. Sebastián me explica que crecen un centímetro por año. Muchos de ellos son tan altos como yo. Pienso en los treinta años que necesité para crecer un metro ochenta y en los ciento ochenta años que les llevó crecer a varios de ellos. Sigo el recorrido del tronco con las manos y la rugosidad llega, inmediata. Lo opaco de las hojas viejas cae por debajo de las nuevas que se alzan en la cúspide. Tienen la dignidad de lo que se sabe memorable, de lo que cimienta.

Roncesvalles fue un municipio muy afectado por la violencia, la cual se percibe en la vida de la gente, todavía. Como cuando alguien recuerda a un amigo y dice: “Se lo llevó la guerra”, con la misma naturalidad de quien habla de un pariente que se mudó a la capital. Son muchos los amigos, son muchos los parientes que no están. Son la rugosidad del tronco, lo curtido por los años.

Seguimos subiendo y nos hacemos sobre una piedra, saco un par de fotos panorámicas. No podría calcular cuántos frailejones veo. Así, desde arriba, con este sol milagroso, todos parecen brillar de verde, como esperanzas nuevas. La concentración en reverbero.

Hay una nube de tormenta palpando la cercanía, viene desde el sur. Si llega, solo es agua. Menos mal que solo es agua. Lluvia que caerá sobre ellos solamente para hacerlos crecer un centímetro más el próximo año, la próxima generación.

Nos subimos a la camioneta para irnos, sin haber visto al oso de anteojos. Pero hoy conocí un páramo por primera vez. Hoy vi frailejones y los vi encumbrarse frente a mí. El milagro está cumplido.

—-

Crónica publicada el 10 de julio de 2018 en El Espectador (Bogotá Colombia) y en la antología Bogotá Cuenta. Una ciudad que se escribe, presentada en FilBo 2019, por IDARTES.

 

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*Cynthia Lucía Vargas Caparroz (Buenos Aires, 1987) es Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, Argentina. En 2015 comenzó su viaje por Latinoamérica y, tras llegar a Colombia en 2016, publicó su primer libro titulado Todo el tiempo nuevo (Tyrannus Melancholicus Taller, Bogotá, Colombia). Desde julio de 2018 ha publicado las crónicas de sus viajes por Colombia en El Espectador, recopiladas en su segundo libro titulado Por ser del Sur (Pensamientos Imperfectos Editorial, Bogotá, Colombia). Ha publicado en diversos medios físicos y digitales, en Argentina y Colombia.

Actualmente, vive en Bogotá y trabaja como gestora cultural, promotora de lectura y tallerista a nivel nacional e internacional.

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Uma câmera na mão e um maracá na outra [POR]

Por: Paulo Maya

Galería de imágenes: Edgar Corrêa Kanaykõ

O antropólogo Paulo Maya comenta uma seleção de imagens, ou «foto-manifestos», de Edgar Corrêa Kanaykõ, fotógrafo do povo indígena Xakriabá do Norte de Minas Gerais (Brasil), que fazem parte do «território de luta» armado na Esplanada de os Ministérios de Brasília na edição de 14 de abril do Acampamento Terra Libre.


Em abril de 2017, a Articulação dos Povos Indígenas do Brasil (Apib) mobilizou em Brasília mais de 4000 manifestantes e cerca de 200 povos e organizações indígenas de diferentes partes do país para a realização da 14º edição do Acampamento Terra Livre. O ATL, cuja bandeira é “unificar as lutas e fortalecer o Brasil Indígena”, possui um histórico de combate em defesa dos territórios indígenas contra o modelo agroextrativista vigente, baseado em commodities agrícolas e minerais, que ameaça a soberania dos povos indígenas no Brasil. O esforço em viabilizar um modelo desenvolvimentista com investimentos polêmicos em obras de infraestrutura —sobretudo nas áreas de transporte e geração de energia— apoiado na demoníaca aliança do setor econômico e político ao governo que afrontam os direitos constitucionais e outros já conquistados, manipulando instrumentos político-administrativos (PECs, Portarias, Decretos, entre outros), têm sido apontados como os principais recursos utilizados para impedir o reconhecimento e a demarcação de terras indígenas, reabrir e rever procedimentos de demarcação já finalizados, bem como invadir e explorar terras demarcadas.

A seleção de imagens apresentada nessa edição da “Revista Transas” de Edgar Corrêa Kanaykõ (nascido em 1990), fotógrafo do povo indígena Xakriabá do Norte de Minas Gerais (Brasil), enquadra esse “território de luta” armado na Esplanada dos Ministérios em Brasília, capital política do Brasil. Edgar Kanaykõ faz parte de uma nova geração de indígenas, que diferente daquela de seus pais, se graduou na universidade e adquiriu uma familiaridade singular com as novas mídias, em especial o vídeo e a fotografia, utilizando as redes sociais como plataforma de divulgação. Essa geração se destaca pela articulação desses dispositivos com a luta política pelos direitos indígenas e estratégias de criação e valorização da cultura. Edgar chama seu trabalho de “Etnofografia” (termo utilizado em sua página do Facebook bem como nas publicações de seu perfil no Instagram). As imagens, fixas e em movimento, são utilizadas por ele como novas ferrramentas que podem ser mobilizadas tanto na luta política quanto na constituição de um outro olhar sobre as culturas indígenas[i].

Graduado no curso de licenciatura “Formação Intercultural para Educadores Indígenas” da Faculdade de Educação da Universidade Federal de Minas Gerais (UFMG) e mestrando em Antropologia e Arqueologia na mesma universidade, Edgar se movimenta com grande maestria entre o território de cerrado de seu povo Xakriabá no norte de Minas Gerais e o território majoritariamente “branco” das universidades brasileiras. Como boa parte dos indígenas gostam de dizer, tem um pé na aldeia e outro no mundo. Tive a sorte de ser seu professor durante a graduação, além de co-orientar sua monografia de final de curso. Edgar tão logo chegou na universidade se mostrou um estudante curioso, sempre atento, questionando e realizando anotações e desenhos sobre as aulas, além de demonstrar um grande interesse pelos conhecimentos científicos e, sobretudo, pelos conhecimentos tradicionais. Já em sua monografia sobre histórias e modos de caçar de seu povo, defendida em 2013, apresentou um primeiro ensaio audiovisual. Também me recordo, vivamente, de Edgar fotografando as passeatas que fizemos em diferentes ocasiões na UFMG e fora dela, na cidade de Belo Horizonte, em favor de políticas educacionais e territoriais para os povos indígenas, tendo desde então se dedicado ao desenvolvimento de uma estética própria, sendo hoje um dos principais fotógrafos indígenas no país[ii].

Selecionadas por ele mesmo, as quinze fotografias, coloridas e em preto e branco, estão dispostas na ordem dos atos da manifestação da tarde do dia 25 de abril de 2017, quando a primeira marcha do Acampamento Terra Livre da semana foi reprimida pela polícia com gás lacrimogênio, spray de pimenta e balas de borracha. O protesto desse dia foi marcado pela tentativa dos manifestantes de depositarem cerca de 200 caixões pretos marcados com uma cruz branca no famoso espelho d’água do Congresso Nacional. Os caixões representavam centenas de lideranças indígenas assassinadas por conflitos de terra. Segundo o Conselho Indigenista Missionário (Cimi), somente em 2015, 55 lideranças indígenas foram assassinadas no país. Sônia Guajajara, membra da coordenação da Articulação do Povos Indígenas no Brasil (Apib) e vice-candidata a presidente da República nas eleições de 2018 pelo PSOL (Partido Político), esclarece sobre os caixões: “São nossos parentes assassinados pelas políticas retrógadas de parlamentares que não respeitam a Constituição Federal”[iii].

Edgar utilizou uma câmera Nikon D3200 e duas lentes, uma de 18-55mm e outra de 50mm, para fotografar todo o 14o ATL entre os dias 24 e 28 de abril de 2017. A série apresentada aqui refere-se portanto a uma pequena edição de uma grande quantidade de fotografias. Outra característica dessa seleção é que ela se refere a um único evento ocorrido no encontro, a saber, a marcha com os caixões pretos na Esplanada dos Ministérios até o espelho d’água no Congresso. Trata-se, portanto, do registro de um acontecimento, “a marcha dos caixões”, dentro de um outro acontecimento, o ATL 2017.

Indagado se havia realizado algum tratamento nesse conjunto de fotografias, Edgar afirmou ter realizado alguns “ajustes” (exposição, contraste, luz, sombra…), mas “tratamento”, segundo ele, seria algo mais elaborado. Isso denota um forte desejo de reter o frescor da captura das imagens sob o calor de um acontecimento no qual o fotógrafo está implicado de corpo e alma. As fotos aqui reunidas não são fotos tiradas por um fotógrafo sobre um evento que ele vai “cobrir” ou registrar, mas realizadas por um fotógrafo que atua como um manifestante, sendo portanto suas fotos uma forma autêntica de manifestação. Foto-manifesto, ou para utilizarmos uma noção didihubermaniana, foto-aparição, em oposição à foto-simulacro.

Um homem guarani-kaiwoá com uma câmera na mão e um maracá[iv] na outra; uma mulher xakriabá fumando tabaco em um caximbo com o rosto coberto de fumaça em continuidade com as raras nuvens do céu de brigadeiro de Brasília; a presença imponente de Raoni Metukire encarnando uma legião de lideranças indígenas no mundo; crianças que se escondem ou fitam diretamente a câmera do fotógrafo revelando ao mesmo tempo um temor e uma coragem diante do que estar por vir; mulheres e homens que carregam ou flecham caixões pretos em clamor por justiça social; corpos que sentem mas não temem o poder das armas utilizadas pelo inimigo e cantam e dançam em defesa da bandeira mais importante de todas: DEMARCAÇÃO JÁ! A força dessas imagens advém desse compromisso que se encarna em diferentes povos e corpos capturados de forma magistral por Edgar. A foto de uma indígena xakriabá tampando a boca com um pano e com o olhar fitando horizonte que encerra a série é sem dúvida uma das imagens mais potentes do ensaio. Como não se emocionar ao saber que a jovem Nety Xakriabá participava de um grande protesto como aquele do ATL pela primeira vez e que, jamais havia imaginado, como teria contado na viagem de volta para a Terra Indígena Xakriabá, que tudo aquilo poderia acontecer quando seus parentes, em diferentes ocasiões, viajavam para Brasília e outros lugares em busca de direitos e justiça.

Em entrevista intitulada, “Aparências ou Aparições” para a Revista de Fotografia Zum, Georges Didi-Huberman fala sobre seu método curatorial utilizado na exposição “Levantes”, inaugurada em Paris em 2016 e que passou, em versão modificada e reduzida, pelo Brasil. A exposição propõe por meio de “montagens de imagens” evocar a força política de resistência dos gestos humanos em diferentes levantes, revoltas, manifestações, revoluções e insurgências; em suma, movimentos populares. Indagado sobre o aspecto problemático da espetacularização de manifestações, sobretudo nos tempos da “redes sociais”, Didi-Huberman afirma ser preciso diferenciar entre “aparição” e “aparência” e assim continua: “É preciso que tudo na política se torne visível a todo mundo. De agora em diante, a questão, evidentemente, é saber como produzir aparições e não aparências. Desculpe-me: não tenho a receita. Observo, porém, que em uma mesma manifestação popular pode haver aparências e aparições. Posso me decepcionar com o trabalho das aparências. Mas nada é mais precioso que um evento de aparição”[v]. As fotografias de Edgar Kanaykõ revelam ao seu modo um grande “trabalho de aparição” da luta e resistência política dos povos indígenas no Brasil.

 

[i] Confira a página de Edgar no Facebook: @kanayko.etnofotografia ou seu perfil no Instagram: @edgarkanayko e Twitter @edga_kanaykon, além de seu canal Etnovisão no Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCqlN3LCUUc_6_pVm_kAb4ZQ

[ii] Confira o trabalho de indígenas que tem se destacado nas redes sociais e projetos culturais utilizando a fotografia como suporte narrativo: Tukumã Kuikuro, Kamikia Kisedje, Ray Benjamin [Baniwa], Vherá Poty [Guarani Mbya], Alberto Alvares [Guarani] e Patrícia Ferreira [Guarani Mbya]. Sobre o trabalho de Patrícia Ferreira, vale dar uma olhada no incrível projeto “Jeguatá: caderno de imagem” https://www.jeguata.com/

[iii] Protesto pacífico de povos indígenas atacado pela polícia no Congresso https://mobilizacaonacionalindigena.wordpress.com/2017/04/25/protesto-pacifico-de-povos-indigenas-e-atacado-pela-policia-na-frente-do-congresso/%20(acesso%20em%2017%20de%20agosto%20de%202018 (acesso em 17 de agosto de 2018)

[iv] Maracá é um tipo de chocalho indígena utilizado amplamente e por diferentes povos indígenas, tanto em rituais tradicionais quanto em manifestações políticas.

[v] https://revistazum.com.br/entrevistas/entrevista-didi-huberman/ (acesso em 17 de agosto de 2018). Cf. Didi-Huberman, Gerges. Levantes. São Paulo: Ed. Sesc SP, 2017.

 

No contexto geral:

«Em abril de 2017, em Brasília, povos de todas as regiões do país e das mais diversas etnias reuniram milhares de lideranças, jovens e mulheres indígenas fazendo o maior Acampamento Terra Livre da história para exigir seus direitos que vêm sendo vilipendiados sistematicamente» (sinopse do filme ATL2017).

 

El trabajo bajo tierra y las posibilidades del cine. Reseña de «Viejo Calavera», de Kiro Russo

Por: Juan Recchia Páez

Fotos: Viejo calavera , de Kiro Russo (fotogramas)

En esta edición baficera, Juan Recchia Páez reseña para Transas la película Viejo Calavera, ópera prima del director paceño Kiro Russo. La película, que venía de ganar el premio mayor del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, obtuvo en Bafici el Premio Especial del Jurado.


Los mineros de Bolivia todos trabajan

con su coca y su cigarro en los profundos socavones. 

(Wayno popular compuesto por Alberto Arteaga)

 

 

Viejo Calavera es el primer largometraje del director paceño Kiro Russo quien forma parte del grupo Socavón Cine, una Comunidad Audiovisual Boliviana cuyo objetivo ellos mismos delinean como: “Contemplar nuestros contextos, nuestros lugares, la gente, sus historias. En el cine y en la vida.”[1]  La acción por medio de la cual Socavón Cine pretende “contemplar” escenarios de la realidad boliviana propone una nueva forma de presentar, en la pantalla grande, el mundo andino. El objetivo de introducir la cámara fílmica en espacios marginales o alejados de los centros urbanos posibilita, en la película, un tratamiento muy particular del problema de la minería a partir de una conjunción entre lo moderno y lo tradicional. No se trata de un problema nuevo, sino que, más bien, tiene antecedentes en la historia del cine boliviano[2] (que muchas veces es visto como un arte muy vinculado con problemáticas sociales) y dicha temática se inscribe en la historia de la colonización andina que tiene como hito el caso de la explotación minera en Potosí.

Sin embargo, la mirada de la película lejos está de realizar una lectura de la realidad nacional en términos románticos, idealizados o meramente reivindicativos de lo local por sobre las imposiciones transnacionales. La acción de la contemplación por parte de este grupo de realizadores audiovisuales rompe con la noción de regionalismos y presenta situaciones particulares en las que costará aplicar los conceptos fosilizados de lecturas binarias con las que comúnmente se lee el trabajo minero en términos excluyentes de explotados y explotadores.

La tradición andina “más pura” está representada, en la película, por la figura de la tía abuela y por la muerte del padre de Elder, Juan, que da comienzo a la historia. En un paralelo de oposiciones entre los sonidos de la discoteca urbana “La diosa” donde Elder Mamani (nuestro personaje principal) se presenta borracho y ladrón; el escenario de la puna es un paisaje oscuro en el que reverberan los silencios con los que la tía busca “a su hijito”. La voz de la tía representa la vieja tradición oral del lamento que ya no es escuchada (ella no tiene interlocutores) y se repite, una y otra vez, entre los cerros para resaltar una ausencia: “Juan se ha ido”. La muerte de Juan puede leerse como un salto generacional que desencadena las acciones principales y sobre todo, es la causa por la cual el abuelo Francisco obliga a Elder a volver a vivir al campo y a trabajar en la mina de Huanuni donde se gesta la tradición familiar.

La historia de la Empresa Minera Huanuni de extensa trayectoria “a la vanguardia del movimiento minero boliviano” (como relata su propia historia[3]) está marcada por luchas y disputas entre intereses públicos y privados desde su nacionalización con la Revolución Nacional en 1952 hasta junio de 2006 cuando, por disposición gubernamental, vuelve a formar parte de la  Corporación Minera de Bolivia. Viejo calavera no hace énfasis en este proceso histórico sino que se limita a abrir la ficción resaltando que se trata de un “viejo” espacio impregnado (de comienzo a fin) por la constancia de la lucha ante la muerte. Descender a la oscuridad de la mina, se presenta, en primer lugar, como un acto diario del trabajador minero que con sudor y coca lo lleva adelante. La repetición se torna esencia del trabajo bajo tierra: máquinas, tornos, agujereadoras, carros llenos de material, grasa, agua, barro, vapores. El grupo de trabajadores mineros conforma una comunidad en tanto, como grupo social, exponen la dificultosa y ardua tarea de la minería subterránea.
Sin embargo, los trabajadores en la película no sólo son mineros sino también son actores, no hay personajes representados por actores o actrices foráneas.[4] La cámara los capta, muchas veces, tomándoles testimonios en primera persona y ellos hablan como si estuvieran mirándonos a los espectadores. Planos totalmente oscuros con círculos de luz en el centro por donde caminan los trabajadores. Un túnel que se puebla con lucecitas, pequeños fuegos brillan en el piso húmedo y sus rostros se exponen como retratos del claro oscuro (tintes de una estética barroca que tiene mucho desarrollo histórico y toda una tradición latinoamericana desde el siglo XVI en adelante).  La cámara del cine digital con alto nivel tecnológico para captar imágenes con tan poca luz, es el dispositivo que permite retomar una estética del relato bajo tierra que tiene sus antecedentes en los fotoreportajes de la recolocación minera producto de la crisis del sector hacia 1985. La fotografía de Mateo Caballero “Minero” se puede leer como un antecedente donde “el interior-mina se convierte en un espacio hecho a la medida del retrato, con un solo punto de luz pintando de frente la escena, y por detrás el socavón, dando un extraño sentido de profundidad a la fotografía.” [5] Como vemos en la imagen siguiente, a diferencia de la fotografía de Mateo Caballero, la luz en las tomas de Kiro Russo proviene de la cámara filmadora y, por ende, el minero ya no se encuentra sólo en el socavón con su pequeña linterna, está acompañado por la lente cinematográfica.

Viejo calavera 2

La mirada de la película reactualiza estos antecedentes y no presenta al grupo de mineros como una comunidad dominada o al servicio de intereses foráneos (y es aquí donde la condición colonial comienza a reescribirse): en sus recreos y momentos de ocio, son registradas también varias de sus opiniones y los conflictos internos que los atraviesan. Los mineros llevan adelante sus trabajos por propia voluntad y a sabiendas de que este consiste en “dejar los pulmones por el beneficio de nuestra familia, de nuestro país.” Son ellos quienes disponen del trabajo y construyen sus propias reglas, y por eso cuestionarán reiteradas veces la decisión de Francisco de meter a Elder Mamani, su nieto, a trabajar en la mina. La comunidad minera impone las reglas éticas y necesarias para la vida social bajo tierra y decidirán, en su conjunto, un petitorio a las autoridades para que, avanzados los conflictos, se despida a Elder Mamani, quien no presenta “habilidades en materia de minería”. La escena de lectura del pedido de transferencia de Elder hacia otro sector se puede pensar en paralelo a la forma del requerimiento (texto escrito creado en el contexto de las Leyes de Burgos que funcionaba en la conquista como procedimiento formal para exigir el sometimiento a los reyes españoles y a sus enviados). La letra escrita, la ley, es el medio de exclusión y marginalidad a partir de la cual se reposiciona a los sujetos y se constituye el disciplinamiento social.

El film desplaza este interrogante, en la actualidad, hacia un personaje marginal no sólo en el espacio urbano donde reinan la ostentación y la música de bailanta entre discotecas y nocturnidad; Elder Mamani es excluido también por la comunidad minera. La película sitúa en el centro la figura del marginal o “lumpen” y todos los escenarios (excluyendo los breves momentos que Elder pasa con su tía) se encuentran regidos por la ley del trabajo. Quien no trabaja, es propicio a las borracheras, llega hasta a empañar la lente cada vez que discute y habla de manera inentendible. Es un “calavera”, un sujeto que no responde al respeto social necesario para la convivencia adecuada en sociedad o en comunidad. El problema del devenir modernos se presenta como una máxima en la voz de uno de los mineros (“Cambiar para vivir”) y coloca en el centro esta dificultad personal que puede leerse en términos históricos como uno de los traumas más importantes de sociedades tradiciones andinas y su adaptación (o no) al contexto capitalista mundial.

El accidente en la mina es el acontecimiento que pareciera dar un giro resolutivo al argumento de la historia y a la tensión entre Elder y la comunidad. Después de su caída, Elder habla a sus compañeros y expone una decisión propia: “No me interesa la mina”. Estas escenas presentan un quiebre de manera tal que hacen que la película continúe con una primera escena a plena luz del día. En la piscina se recrea un espacio lúdico en el que los compañeros de trabajo entablan otras relaciones entre sí: juegan a la lucha de sumo, hacen carreras de nados, cuentas anécdotas y varios chistes. Cuando parece reescribirse el vínculo entre Elder y los mineros, la borrachera de la noche vuelve a introducir la malasaña del calavera, que con un cuchillo en mano los ataca mientras ellos cantan a viva voz la canción popular de reivindicación revolucionaria: “Los mineros volveremos”, compuesta por Cesar Junaro y Luis Rico.

¿Se trata, efectivamente, de un marginal incorregible? ¿Elder es un traidor de su comunidad o será que, al contrario de lo que canta el wayno citado al comienzo, no todos los mineros de Bolivia trabajan? Como una reescritura de estas músicas regionales, la mirada de la película parece decirnos que no siempre el destino del Minero es morir en el socavón; sino más bien, el destino de un minero puede ser, también, vivir a través del Socavón.

 

[1] Se pueden seguir las realizaciones de este grupo por su página web: http://socavoncine.com/language/es/

[2] «El Coraje del Pueblo» (1971) de Jorge Sanjinés y el grupo Ukamau es el film ineludible donde el tono político se hace más radical y se abandonan los métodos del film de ficción propias del cine comercial de los países industrializados. Esta película, la primera en color que filmó Sanjinés, relata los hechos de la masacre de San Juan, registrada en junio de 1967 a cuya consecuencia murieron docenas de trabajadores mineros. El testimonio directo de los propios protagonistas y sobrevivientes del acontecimiento, substituye al guión imaginario previo.

[3] http://www.emhuanuni.gob.bo/index.php/institucional/iniciando

[4] “Para armar el elenco se organizó un casting del cual participaron unas 300 personas, de las cuales la mayoría eran trabajadores de la mina y habitantes del pueblo. Russo afirma que era importante que los participantes no se convirtieran en actores sino que fuesen ellos mismos y que en la película dejaran plasmada su idiosincrasia. Donde se ve claramente esto es en el lenguaje, lo mineros hablan de la forma en que lo hacen en su cotidianidad.” (Entrevista a Kiro Russo en http://talentsba.ucine.edu.ar/2017/04/25/talentsba-cronica-de-la-exhibicion-y-charla-sobre-viejo-calavera-de-kiro-russo-por-karina-korn/ )

[5]Fragmento del artículo “Instantáneas del olvido. De la mirada icónica a la lectura fotográfica en Bolivia” de Oswaldo Calatayud Criales y Juan Carlos Usnayo disponible en http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2077-33232014000200002

Churata después del temblor (1920-1930). Cristales de la utopía andina

 

Por: Javier Madotta

Imagen: Martín Chambi

Gamaliel Churata fue un escritor de origen peruano y es considerado el exponente más alto de la fusión del vanguardismo y el indigenismo en América Latina. Su figura y obra recientemente  han despertado un nuevo interés en la crítica literaria. Junto al Inca Garcilaso, Ricardo Palma, César Vallejo, Ciro Alegría y José María Arguedas está considerado como uno de los grandes forjadores de la peruanidad. Javier Madotta nos aproxima en un riguroso e interesante texto a la obra de Churata, su contexto histórico y su manera de pensar y asumir la utopía andina como proyecto emancipador de las cosmogonías indígenas en contrapunto con las dinámicas modernas del mundo occidental.


A pesar de los trabajos recientes sobre su figura y obra, todavía es preciso realizar una introducción breve para hablar de este intelectual puneño llamado Arturo Peralta Miranda (1897-1969), quien firmara sus notas periodísticas iniciales como Juan Cajal y El hombre de la calle. Cerca de 1920, adoptó al fin el seudónimo de Gamaliel Churata, en el que sincretiza un nombre bíblico con uno aymara, en un gesto que define todo su desarrollo intelectual posterior. En el período 1926-1930, Gamaliel Churata dirigió el Boletín Titikaka, la importante revista que compartió la escena de vanguardia con la más conocida Amauta. Perseguido por el gobierno de Sánchez Cerro por su militancia socialista, en 1932 se exilia en Bolivia, trabaja en diario La Semana Gráfica y la revista La Gaceta de Bolivia. En 1957, en La Paz, publicó su único libro, El Pez de oro, de cuya complejidad intentaremos dar cuenta a partir de un capítulo que fue añadido en forma tardía, Morir de América, luego de una sugerencia que le hiciera el escritor Fernando Díez de Medina. Pensamos que es posible leer dicho texto en la tradición de la utopía andina, con la posibilidad de actualizarla y reelaborar nuevas perspectivas y prácticas.

Nación y utopía en el Perú de efervescencia (1920-1930)

En la etapa conocida como el Oncenio de Leguía en Perú (1919-1930) se producen tensiones tanto políticas como culturales, económicas, en torno a la cuestión de la identidad nacional y sus consecuencias prácticas sobre el dominio del territorio. A partir de distintas tradiciones se reelaboran las historias nacionales. Mariátegui y Churata pensarán en forma paralela y parecida que además de modernizar la infraestructura, había que incluir al indio en el relato nacional. Por eso reflexionan sobre el modo en el que la literatura expresa o no esa peruanidad.

Dentro de la retórica modernista que reaccionaba contra el positivismo de fin de siglo XIX, intelectuales como Mariátegui, Valcárcel o Churata hablaron en aquella época de un espíritu revolucionario que animaba los cambios. Son discursos que cuestionan la política del poder centralizado en Lima, redefinen la idea en crisis de nación peruana, e incluyen al indígena como el elemento social más relevante al momento de decidir política o elaborar teoría.

Uno de los motivos que debe considerarse problemático en la formación de la  conciencia nacional de Perú es que ésta no ancló naturalmente sus símbolos patrios en el proceso emancipatorio que declaró la Independencia en 1821, a diferencia de lo ocurrido en otros países del continente americano. Churata (1957) es radical en este punto: “La única insurgencia libertaria con valor histórico fue, la que propugnara Tupak Amaru […] Simón Bolívar es tan español como Gonzalo Pizarro […] Es que la Independencia Americana es fenómeno tan español y pizarresco como la Conquista” (págs. 31-32). En efecto, en Perú uno de los mitos de origen más potentes para la construcción de identidad nacional se elaboró sobre la utopía andina. Esta categoría de análisis histórico, desarrollada teóricamente por Flores Galindo y Burga (2005), consiste para éste en “una auténtica conciencia histórica que busca construir la nación moderna, como se ha hecho en casi todos los países del mundo, con puentes imaginarios que unan los fabulosos y míticos pasados con las duras realidades del presente” (pág.12). Se trata de un dispositivo de afirmación del pasado, que se actualiza en la realidad vigente,  y que se activa para construir con esos materiales la posibilidad de un futuro con mejores condiciones.

La utopía sirve para pensar alternativas a un sistema en el que indígena está reducido en la marginalidad. Para la lucidez inoxidable de Flores Galindo (1994), la vigencia aparece desde que la derrota deviene injusticia social, en el despliegue arrasador del capitalismo:

La utopía andina fue una respuesta al problema de identidad planteado en los Andes después de la derrota de Cajamarca y el cataclismo de la invasión europea. Los mitos no funcionaron […] La población “mestiza” en el siglo XVI era mínima, en el siglo XVIII representaba el 20%, para 1940 podemos suponer que era un 50%, el proceso de concentración urbana y modernización acentúa esta tendencia denominada “proceso de cholificación”. Para el capitalismo neoliberal esa será su zona de desarrollo de pobres. Para ellos, la utopía representa la posibilidad de excluirse de la segura marginalidad a la que el sistema los condena. No funcionó el modelo de una economía de exportación de materias primas. Sin negar las carreteras, los antibióticos y los tractores, se trata de repensar un modelo de desarrollo para el Perú. (pág.342)

Es posible ver entonces que el mito de origen de esa revolución no ocurrida en Perú se agrupó y fue confirmando en cierto modo la tradición reivindicatoria del Inca, del anhelo de su regreso. Solo por mencionar algunos nudos en el telar de la historia colonial, destacamos el de los incas nobles de Wilka-pampa (Vilcabamba) y el reino en la selva del Gran Paititi que sitian Cuzco en 1536, la muerte de Túpac Amaru en 1571, el baile incomprendido del takyonqoy con Juan Chocne en 1570; el mestizo Juan Santos Atahualpa y su rebelión de 1742, los sueños de Gabriel Aguilar en 1805, un insólito precursor de la Independencia, hasta encontrar la presencia amenazante de Rumi Maqui en Puno en 1915, donde mito y realidad se fusionan. Es preciso notar que ese trenzado complejo se nutre al menos de dos hilos fundamentales: la vertiente con componentes “cultos”[i] del Inkarrí (el regreso del Inca fusionado con la noción cristiana de resurrección de los cuerpos), y la vertiente popular del Taky Onqoy (el restablecimiento de la temporalidad andina a través del pachakuti, la “conmoción de la tierra” (Flores Galindo, págs. 31-44). Lo que se muestra en esa serie es la elasticidad de la tradición, cuestión que resulta esencial para entender el escenario rebelde [ii] que emergerá a la vida pública, se hará visible y participará del proyecto nacional peruano durante el Oncenio[iii]. Esta recurrencia de intentos por retomar el poder fundándose en el imaginario de un pasado mítico se hilvana a lo largo de cuatro siglos en distintas regiones del Perú, sin conseguir cambiar las relaciones instituidas desde la presencia hispánica en los Andes.

Pensamos que es posible afirmar que la obra capital de este intelectual revolucionario (según su autodefinición) puede ser leída como una estancia más en la tradición de la utopía andina. Sus textos exponen la complejidad de las identidades nacionales,  a la vez que con argumentos originales y vigorosos propone un camino pedagógico en el que el hombre se realiza cuando consigue re-conocerse y ex-presarse.

Morir de América. Estética de un sueño

Morir de América es el capítulo o libro más largo en El pez de oro. Como hemos afirmado antes, se trata de un texto insertado para completar el sentido de la obra. Dichas líneas comienzan con la cita de los versos más conocidos de Teresa de Ávila: “Y tan alta vida espero/Que muero porque no muero”. Por un lado, debemos anotar que se trata de una mística católica, y además, española. En su modo de trabajar la tradición, y en el mismo sentido en que subvierte la lengua (hispánica), toma esa paradoja como espejo de una de sus ideas centrales, a propósito del ahayu watan, es decir, que “los muertos no mueren”. De ese modo queda imbricado lo hispánico en lo andino. Es un procedimiento característico en El pez de oro, que algunos críticos han considerado en línea con la “categoría” tinkuy del mundo andino, que expresa “unión de contrarios” (Huamán, 1994, pág. 64), convivencia de la dualidad de un modo integrador, así como sucede con los ojos o las manos. En efecto, Churata encuentra en el tinkuy una apoyatura para pensar la totalidad mestiza sin excluir a lo español, sino que más bien lo subsume. Es así que lo mestizo revierte su valoración negativa, y en la aceptación de lo hispánico (irreversible) sus ideas encuentran una expansión y proyección mucho más dinámicas.

En cuanto a la estética, él entiende que para construir una obra de arte americana (léase también auténtica) se debe inseminar al idioma español con las lenguas autóctonas. Su trabajo es filológico y artístico a la vez, el léxico se nutre de presencias keshwa y aymara, a veces también operando a través de neologismos y voces que subvierten lo hispánico con formas nativas. Es lo que denominó Runa-Hakhe[iv].

Morir de América inicia con la escena de un crepúsculo en el que está a punto de llover. El ritmo del texto acompaña a la descripción hasta que se instala el tema de la lluvia, cuyo misterio, a su vez, impregna tensión a la secuencia

Una gota. Otra después. Y van cuatro, cinco, seis. Cuántas ya…No muchas; todavía se las puede contar.

Antes que bermellón y oropeles se ahoguen y revienten chaksus[v] de la nube;  si ya una gota, dos, cincuenta, luego, presagian lluvia; se asperjen y humedezcan picos y muñones; fragor de aletazos y pitíos se arremolinen rumbo a los nidales; las topkinas[vi] del viento aturdan flámeos en la sombra, ésta, cauta, muda, alargue ventosas de humo, manche la pampa asolada; por la cuesta, cojitranca, se arrastre la noche aymara sobre keshwas[vii] piernas; sin heraldos y Laykhas[viii] que profeticen el milagro estallan oropel y bermellones y se vuelcan cataratas de oro.

¡Ñapharahamunki!…[ix]

Atruenan los mugidos del viento; hay en la espuma atoros bermellón; la Ururi[x] suelta chaskosas viboritas de fuego; escoriaciones del llachu[xi]lentejuelean revoltijos de ojo en ala de la ola; acollaran pompas de jabón las esmeraldas del totoral…Y, ya, en un chukchu[xii] de caireles, fuga cabrilleante hemorragia de sutuwailas[xiii].

¡Ñapharahamunki!… (Churata, 1957, pág. 415)

Por un lado, se destaca el protagonismo de la naturaleza con el agua, que se fija en el carácter genésico de la lluvia, en el lago, en el cielo contenido en el lago, en las lágrimas, en el rocío; es el símbolo universal del origen la vida humana. Pero también aparecen las imágenes relacionadas con el sol, y por extensión, del fuego. De hecho, aquí hay una serie sensorial donde el rojo y amarillo españoles están presentes: “bermellón”, “oropeles”, “flámeos”, “oro”, “fuego”, “hemorragia”. Es la posibilidad del tinkuy la que las contiene. Luego, la noche del indio avanza sobre los colores dominando el cuadro. La sombra y lo nocturno, junto al fuego, remiten indirectamente al asalto de las revueltas indígenas desde los cerros. La lluvia es la inminencia, ese futuro que está casi ocurriendo. Se logra de esta manera una alusión tangencial a la temática revolucionaria.

Así como se mezclan español y americano, se nivelan lo sacro y lo profano. La escena a continuación responde a la idea de retablo, fenómeno de sincretismo cultural que vincula lo católico, lo criollo y lo andino a través de costumbres populares[xiv]

Hala de su lobezno (¡jala, jala, hala la ala, mamitay!) la madre campesina; métese en la chuklla; enciende las bostas del fogón; dispone la olla para el yantar. Y, hasta tanto la mamala se le rinde, y se la entrega, el llokhallo[xv] acomete a zarpazos con la mama, que la obesa de la mama cuelga, hobachona —otro celaje ventrudo—, y el Ungido, ardiendo en el arrebol que la khoncha[xvi] le escupe a la cara, del ñuñu[xvii] se prende, y ñuñuña hasta atorarse…

Elake[xviii]: la virgen navidad del ayllu. (1957, pág. 417)

Estas pinceladas costumbristas introducen la relación entre imaginarios de vida y de muerte. El narrador va hilvanando el relato en forma de caos controlado, y de manera tangencial, anticipa o prepara lo que vendrá. Contrae y expande los temas, se hunde por momentos en ellos y de súbito salta hacia otros, así como en todo el libro. En este tramo que compara los sonidos de la naturaleza con las características del habla, se continúa la reflexión sobre el lenguaje mistizo. Razona que también el idioma español es producto de una mezcla con el latín. De pronto interrumpe esa reflexión con un pregón callejero: “¡Siwilla alasita, mamay! ¡Thika alasita mamitay![xix] (pág.420). El narrador alterna entre una voz académica replegada en la reflexión filológica, y otra que refiere al laykha, el brujo andino que convoca a los actores del retablo mítico: el pez de oro (Khori Challwa), el puma de oro (Khori Puma), la sirena (Khesti imilla), y un monstruo lacustre (el Wawaku).

A la vez, el mismo narrador avanza sobre el camino en el que vimos aparecer ya el ayllu, la chujlla, el mercado, y seguirá esa crónica de cámara en mano con otra historia del “morir de américa”, en la que cuenta el asesinato de una muchachita embarazada por un cura. Allí expone los tópicos propios de la denuncia social que caracteriza su etapa temprana, con cuentos como El gamonal. Solo que en este caso no ocurre un levantamiento, sino que irrumpe con las Memorias del doctor Jose María Cristal, un

Hombre chuñu, de modales thuntas[xx], harinosos, genuflexos; […] con miedo de que no le fuesen a oler a su mama oculta en la suela del su wisku[xxi], caminaba como el tiutiku[xxii] en la espuma del totoral. Y, así y todo, sin recato, fue lo que quiso: prefecto del departamento, diputado, juez de primera instancia, y, al último, hasta finar, y con vitalicias prebendas, vocal de la corte superior de justicia (pág. 426)

Es chuñu (indio) que aparenta misti: Jose María Khespe, que se enmascara para realizar la vida de ascenso social de la cultura dominante. El Cristal del apellido asumido es el que debe poder reflejar la lectura de sus memorias para que el texto sea eficaz, porque si hacia la sociedad aparenta ser criollo, en su escritura se manifiesta en verdad indio: “Nayaha, Khespe! ¡Naya Khespe! ¡Khespe Nayaha!…” [Soy Khespe] (pág. 432). Es la propuesta churatiana del autoconocimiento, y por otro lado, la crítica de la simulación.

A continuación inicia un fragmento que se titula Khirkhilas, en el que un pescador se come hasta el esqueleto de un pescado, por ser la parte más nutritiva. Es una metáfora proléptica de la batalla final, en la que el Khori Challwa derrota al Wawaku y luego lo devora[xxiii]. La deglución y fagocitación actúan en paralelo con la idea de re-conocimiento expresada en el leit motiv del libro “¡América, adentro, más adentro; hasta la célula!…”

Llegamos así al segmento que más nos interesa, titulado Khori Wasi (templo de oro), que se sitúa en un palacio imaginario en las profundidades del Lago Titikaka. El narrador borra las mediaciones, de modo que sin solución de continuidad inicia el relato mítico principal. Allí,  el Khori Puma asesora a su hijo el Khori Challwa, próximo a reinar. La prosa abandona todo rasgo poético para asumir un estilo ensayístico, tal cual un manual de gobernanza como El príncipe de Maquiavelo. Aquí se realizan las definiciones políticas más relevantes, dentro del relato enmarcado. En el “Palacio de oro”, en el interior del lago Titikaka, se reúne la asamblea llamada “ulaka imperial”, que es el órgano de deliberación administrativo del ayllu, y distintos personajes van emitiendo opiniones sobre diferentes temas: educación, organización territorial, ética del gobernante, una ley de educación. Es evidente la influencia en este pasaje de la experiencia con la escuela indigenal de Warisata, florecida en los años 1931-1940 en Bolivia, con la conducción de Elizardo Pérez y Avelino Siñani, donde se proponía un modelo educativo productivo, comunitario y de reciprocidad, horizontal en su jerarquía, y fundado en instituciones incaicas como la ulaka  y la marka. Esto a su vez opera a favor de un modo propio y original, viejo por su fuente pero nuevo por su proyección dentro de las instituciones modernas del Estado; en cierta forma, es la forma en la que Churata entiende el concepto de nación vertido en una práctica social.

En cuanto a la dimensión simbólica, el puma es el imperio Inca, y el pez es el futuro, la utopía en la que se continúa la tradición matriarcal, a través de una generación que despertará de su letargo para desterrar al Wawaku, que en este caso representa, a grandes rasgos, el gobierno colonial.

En la arqueología que propone Churata, el imaginario esencial de la patria no está en la Independencia, y tampoco el los Incas, sino más bien en la cultura tiwanacota, que  es antecedente del mundo andino, el sustrato común de lo kheswa y lo aymara

Entre los Inkas y el Imperio Tiwanakota hay abismo que no se alcanza a otear, como si de unos y el otro se hubiesen seccionado los sistemas arteriales. Sé yo que la explicación es muy simple, si bien su simplicidad carece de otro documento que ella. La cultura llamada tiwanakota fue cultura vulvar, perteneciente a las iniciales manifestaciones de sociabilidad y política de los grupos humanos, o cierra período más oscuro aún. El Puma, tótem lunar; el Kuntur, del Sol. Tiwanaku, ciertamente, el punto crítico en que los kunturis violentan el predominio de los pumas y, sin duda, acaban con él, si cuando sobrevienen los Hijos del Sol, y sean ellos Inkas o Lupihakhes, Tiwanakuhase sumido en la tiniebla del caos histórico […] No se desprecie esta verdad histórica: los Inkas [no] crearon sistema alguno; restablecieron el que heredaron. El colectivismo agrario, el socialismo de estado, el maternalismo de la gens, el selenismo sabeísta, son morfologías femeninas, vulvares, maternales (1957, págs. 460-461)

Entonces, el socialismo del Ande tiene su antecendente en el Tiwanaku. En cuanto al dolerse del pueblo, lo compara con el sentimiento maternal. Su fórmula es que “la varona gobernaba”. Valoriza una sociedad que enmarca en el paksitarkísmo, que define con  una entrada especial en su glosario: “Literalmente, gobierno lunar. Cuando la sociología sea menos racionalista, y sí más genética, se entenderá la Paksitarkía aymara (Paksi, luna) como régimen presolar, esto es, vulvar, prevaronil” (pág. 550). Realiza también consideraciones antropológicas relacionadas al impulso castrador de la sociedad patriarcal, porque ésta regula la natalidad a través de la monogamia. Churata remonta su ideal a la etapa anterior del imperialismo inca, a una zona intuida como matriarcal, especialmente por la impronta de los cultos a la pachamama, a mama-cocha (“madre mar”) y mama-quilla (“madre luna”), por mencionar algunos. En este aspecto, la retórica machista tan característica de los indigenismos (entre otros tantos discursos políticos, claro está) queda al menos matizada por estas intuiciones que apuntan a revalorizar a la mujer.

En resumen, podemos decir que el argumento de Morir de América  es el mito de origen de una nueva patria (que presidirá el Khori Challwa[xxiv]), en la que el Incarrí se asemeja a la figura del Khori Puma, que va a salvar a aquél de las garras del Wawaku (un poder maléfico que encarna tanto al gobierno colonial como al criollo de la república). Se logra mostrar así un escenario de victoria donde ha reinado, en la práctica política, la derrota.

En efecto, la utopía andina es leída y reelaborada de un modo original. No es un fantasma de Atahuallpa ni Rumi Maqui quien asoma como referencia del pasado que se derrama sobre el presente. Se trata de un despertar de la consciencia de sí mismo, de la historia propia, y en tanto el individuo es en comunidad, experiencia comunitaria de re-conocimiento, una arqueología espiritual.

Y llegamos entonces al núcleo del asunto, que es el vínculo de la utopía andina con una poética de la revolución. Es un pasaje en el que pareciera criticarse el progresismo del APRA, figurado en la Ulaka, que le propone al Khori Challwa que una minoría de vanguardia gobierne al país. El príncipe interviene por primera vez en la asamblea:

Me infundían en la patria; que no hay revolución posible en los pueblos ni en los individuos si ella no importa regreso a las raíces. No, ciertamente, para inmovilizar el ritmo de la marcha; sí para adoptar su tronchado ritmo evolutivo. Revolución no es revolusionar [sic]. Al contrario, es redescubrimiento de la célula; es religar: religión: unir al individuo con su espacio. Lo que la Ulaka parece dispuesta hacer es todo lo contrario: negar la patria para que progrese la patria (1957, pág. 472)

Aquí “patria” es sinónimo de “pueblo”. Hace alusión a la forma de gobierno que le parece más adecuada, según el modelo imperial incaico: “El Titikaka se forma por confederación de markas[xxv]libres […] Libres dentro de la unidad: tal el Imperio” (pág. 475). Así escribía, en línea con artículos periodísticos de la época en los que políticamente Churata expresaba su deseo de que Perú se organizara bajo una federación socialista. El texto continúa con argumentos de tipo teológico, legislativo, lingüístico, en función de aclarar su plataforma de gobierno. Se dirige también a médicos y estudiantes, abarcando así dos motivos típicos en los reclamos indigenistas de los años de rebelión (1920-1930): salud y educación. Y antes de que se realice la batalla que ya hemos mencionado, la guerra contra el Wawaku,  el discurso de arenga se acerca mucho más a la retórica política que a la del relato mítico:

Oigo a las minorías afirmar que ellas incorporarán a las mayorías a la nacionalidad… Argucia de tramposos; que tanto equivaldría a que la fontana, que se contiene en un cuenco de la mano, pretenda que ella incorporará la inmensidad de los océanos.

[…] Escarpada o roma, lisa o aguda, si un país tiene alma nacional, ella es alma de las mayorías. Alma colectiva: naya[xxvi]. Corporación multánime en que las unidades se encuentran en la unidad.

[…] Por tanto, Runa-Hakhes, patria no es colonia.

[…] Volvamos al alma multitudinaria de las mayorías nacionales, Runa-Hakhe-Challwas; al óvulo de la Patria.

¡Allí el Inka, espera! (págs. 494-496)

El capítulo finaliza con el Puma como narrador y la paradoja del título y el sentido del sacrificio por el ideal después de la batalla contra el monstruo del lago

Con la ensangrentada fauce, temblando aún de ansiedad y de cólera, el belfo que gimoteaba su ternura, lamí las dulces heridas, levanté del barro su esqueleto, pude acariciarle en el último relampagueo de mis ojos, apenas a entregarle a su pueblo; cuando sentí que el Wawaku muerto me había matado…

Aquel no fue morir de América, niña querida.

En una lágrima le puse; en una lágrima vendrá. (pág.526)

El “retablo” que hemos seleccionado para analizar cumple con la función especial de otorgar sentido a todo el texto que integra (El pez de oro); “morir de américa” es morir de injusticia, por eso el sacrificio se representa con un valor positivo en el fragmento anterior, y da paso a una nueva temporalidad, en la que reinará el Khori Challwa. El mensaje está cifrado en una lágrima, a la que nadie puede ser ajeno. La serie de identificaciones son del imaginario local, y universales en cierto modo, al mismo tiempo: célula, lágrima, gota de lluvia, lago, espejo, cielo, y todas conducen a “religar” el presente con el pasado. La cosmovisión del ahayu (espíritu colectivo) tensiona la concepción de individuo occidental, y sus implicancias no son sólo literarias, sino culturales y políticas. El ahayu se encuentra en uno mismo y no depende de otra cosa que vivir para despertarlo. Churata cree que ese espíritu permanece agazapado, quizás dormido, pero que tarde o temprano enervará a nativos y mestizos de América para que se afirmen en su ser. Es el reencuentro que propone el Pez de Oro (personaje) en su camino repetido en varias oportunidades: “¡América, adentro, más adentro; hasta la célula!…” (pág.533).

Las utopías andinas: pasado, presente y futuro de un proyecto transcultural

La tensión histórica que produce la inminencia del pachakuti cristaliza imaginarios e identidades, como en el caso del indigenismo peruano. Este trabajo ha intentado mostrar el pasaje de Churata —intelectual descentrado— por ese destino trunco y su posterior regeneración.

Hemos intentado mostrar la complejidad de la(s) utopía(s) andina(s) y su posibilidad de generar hechos determinantes, tanto en el pasado como en el presente. El problema de la nación como homogeneidad racial, cultural o étnica, queda expuesto en la colisión entre el proyecto de los indigenismos y el proyecto republicano, tan civilizatorio como represivo. Esa oposición, con otros actores, es posible y necesario actualizar a nuestros días.

De los vaivenes históricos y las contradicciones personales, debemos resaltar la importancia de un libro como El Pez de Oro por su impronta libertaria, su dificultad que deviene dinámica de un diálogo: nos exige una lectura atenta, mestiza. Su alquimia literaria en definitiva es una intuición anticipada de la evolución natural del frotamiento de las culturas, cada vez más concentradas en las urbes. Pero política, en el sentido de convivencia, tal cual tinkuy, entre lo hispánico y lo nativo. Con una advertencia más: luego de los ocultamientos que enmascara la dominación colonial, el imperativo de conocer quiénes somos  y/o podemos ser, para habitar ese lenguaje, comporta tal vez uno de los desafíos más radicales.

 

NOTAS

 

[i] Léase en el sentido irónico del término.

[ii] No incluimos en este recorte histórico el caso de las misiones evangélicas. Mencionamos, al menos, que tanto en la sierra como en la costa, la misión religiosa protestante juega un papel fundamental en los petitorios indígenas, con John Mackay en Lima, o Fernando Stahl en Puno. Este fenómeno en el que ciertos grupos de distinta extracción y origen asumen la voz de los indígenas, como es el caso de la Asociación Pro Indígena, e incluso en el caso de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, tradujo necesidades reales (salud, higiene, educación) a la vez que realizaba su obra misionera. En ese marco, la obra de Manuel Zúñiga Camacho como personaje de argamasa entre religiosos e indígenas vale la pena un desarrollo que hemos decidido para un  trabajo posterior.

[iii] El trabajo de Silvia Rivera Cusicanqui (2010) se centra en “el gran ciclo rebelde 1771-1781” (pág. 53), y analiza el imaginario oral transmitido a través de imágenes en la “teoría visual del sistema colonial” (pág.14) de Wamán Puma, a propósito del siglo XVIII y los levantamientos que convergen en la figura de Julián Apaza-Tupac Katari. Asimismo, la lectura de su descuartizamiento como metáfora de la disgregación de las cuatro partes del (ya inexistente) Tawantinsuyo. Luego, la resignificación e implicancia de dicha memoria en la historia reciente de Bolivia, en la que el cerro donde se exhibió la cabeza de Katari es el espacio donde comunidades aymara “invocan la reunificación del cuerpo político fragmentado de la sociedad indígena” (pág. 12)

[iv] “Runa-hakhes. Runa y Hakhe, Ay. Y Kh. Gente, individuo gentilicio. La fusión de ambas voces en el sentido de EL PEZ DE ORO persigue la unidad de aymaras y kheswas como elementos vertebrales del inkaismo” (Churata, 1957, pág.550). Este fenómeno de cierta diglosia sui generis lo emparenta con Arguedas; la similitud presenta diferencias que será útil indagar en un trabajo futuro.

[v] “Chaksus. Aymara. Rompidas de los embalses del riachuelo, que se destinan al regadío de las parcelas” (Churata, 1957, pág. 541)

[vi] “Topkinas. Kheswa. Soplete con que se aviva el fogón” (Churata, 1957, pág. 549)

[vii] Keshwas: quechuas.

[viii] Laykha: brujo andino.

[ix] “¡Ña para hamunki!Kheswa. ¡Viene la lluvia!” (Churata, 1957, pág. 547)

[x] Ururi: aurora.

[xi] “Llachus. Kheswa-aymara. Helechos lacustres” (Churata, 1957, pág. 545)

[xii] “Chukchu. Aymara. Temblor desde lo interno del tuétano” (Churata, 1957, pág. 540)

[xiii] “Sutuwailas. Aymara. Lagartija” (Churata, 1957, pág. 549)

[xiv] El retablo ayacuchano tiene como antecedente al “cajón de San Marcos”, atrio móvil de tradición católica mezclada con el ritual de herranza de pastores serranos, utilizado como protección espiritual, combina figuras de santos con huacas locales.

[xv] Llokhallo: hijo.

[xvi] “Khoncha. Kh. Fogón de greda cocida, de tres ojos. Se atiza con leña o bosta” (Churata, 1957, 543)

[xvii] Ñuñu: pezón.

[xviii] Elake: he aquí.

[xix] “¡Cebollas cómpreme, madre! ¡Flores cómpreme madrecita!”

[xx] Chuñu: papa oscura. Thunta: papa blanca.

[xxi] Wisku: sandalia y/o zapato.

[xxii] Tiutiku: avecilla local.

[xxiii] La idea será desarrollada en un texto póstumo que apareció recientemente,  Resurrección de los muertos, en el que Churata explica a través de una suerte de conversación socrática con Platón su idea de que los muertos no mueren, una teoría de la reencarnación sui generis atravesada por la cosmovisión andina.

[xxiv] Una vez aclarados, decidimos para estos términos incorporarlos de manera lineal al discurso y asumirlos ya no como otredad.

[xxv] Territorio común y particular de un pueblo.

[xxvi] Naya: “soy”.

 

Textos consultados

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Churata, G. (2013). El gamonal y otros relatos. (W. K. Luque, Ed.) Tacna: Editorial Korekhenke.

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Gamaliel Churata: «Anales de Puno (1922-1924)»

Por: Lucila Fleming

Imagen: Martín Chambi

En esta nota, Lucila Fleming presenta al escritor andino Arturo Pablo Peralta Miranda, más conocido como Gamaliel Churata, y se enfoca en sus crónicas periodísticas Anales de Puno (1922-1924). Nacido en Perú pero habiendo vivido gran parte de su vida en Bolivia, este autor es reconocido como un intelectual fundamental de la cultura nacional en ambos países. Aquí, gracias a la generosidad de la Biblioteca Municipal de Puno “Gamaliel Churata”, incluimos algunas imágenes del manuscrito íntegro de una de sus crónicas.


Arturo Pablo Peralta Miranda nació un 19 de junio de 1897 en Arequipa, Perú. En su infancia se trasladó con su familia a Puno, lugar que pasó a ser la tierra de sus amores y en donde realizó gran parte de su obra. Este hombre multifacético ejerció como escritor de variados géneros y como periodista; pero principalmente fue un intelectual fundante, un agitador cultural. A lo largo de su vida participó en numerosos grupos artísticos y políticos, generalmente como director o promotor. Entre los más importantes se encuentran “Grupo Orkopata”, “Bohemia Andina” y “Gesta Bárbara”.

Si bien pasó a la fama bajo el pseudónimo de Gamaliel Churata, también adoptó otros nombres como “Juan Cajal”, “P”, “González Saavedra” o “El hombre de la Calle”. El acto de nombrarse a sí mismo tiene en Peralta una relevancia simbólica, y nos ayuda a desentrañar un poco más de sus pensamientos y preocupaciones. Veremos en la siguiente aproximación breve a este autor, notas fundamentales de su vida y obra, para luego detenernos en los escritos conocidos como Anales de Puno (1922-1924).

Churata antes de ser Churata[i]

Las primeras aproximaciones al periodismo las realizó a una edad temprana, en El profeta (1908), Opinión escolar (1909) y El educador de los niños (1910). En esos momentos, realizaba sus estudios primarios en el Centro Escolar de Varones 881, cuyo director era José Antonio Encinas. Este maestro fue de gran influencia para Peralta por sus propuestas revolucionarias sobre la educación de los indígenas. De ese centro de estudios saldrán muchos de los pensadores puneños más importantes.

Los intereses de Peralta ya se iban perfilando: la explotación indígena, la necesidad de una renovación de las estructuras sociales desde la educación y el reparto de tierras. En 1914, bajo los lineamientos del pensamiento de González Prada, surgió el periódico de denuncia La Voz del Obrero, donde Peralta empezó a trabajar. Luego, en 1916, con sólo 19 años fundó el grupo artístico Bohemia Andina, que buscaba enfrentar el conservadurismo puneño desde una estética modernista. En 1917, fundó la revista La tea, en donde participó con el pseudónimo de “Juan Cajal”. Aquí se empezó a dar más lugar a la cuestión indígena, pero desde la visión un tanto idealizada del modernismo tardío.

En 1917 viajó a Buenos Aires, en donde permaneció poco tiempo, para marcharse hacia Potosí. Allí entró en contacto con la juventud potosina y conformó el grupo Gesta Bárbara, que tendrá una revista con el mismo nombre en 1918. Miranda participó solo en los primeros tres números, pero dejó su impronta en la intelectualidad boliviana, impronta que será profundizada en otro momento de su vida, cuando la dureza del exilio lo obligue a permanecer treinta años en esas tierras vecinas.

En 1919, luego de su viaje breve, regresó a Perú y se reencontró con sus compañeros de Bohemia Andina. En un contexto de crisis local y mundial en aumento, fundó la revista Pachacutejj, con un tono más político que las anteriores, que habían sido de orientación casi exclusivamente literaria.

Los Anales de Puno y la génesis de Gamaliel

En 1920 Arturo Peralta tomó el cargo de Oficial de Biblioteca y Conservador del Museo Municipal. En este espacio, que en la actualidad lleva su nombre, Peralta trabajó hasta 1930, cuando las presiones políticas empezaron a intensificarse. En esos mismos años, decidió registrar los hechos más relevantes de su localidad, y es así como nacieron los Anales de Puno (1922-1924). Estos escritos son distintos a los anteriores de su autoría, por enmarcarse en otro tipo de género: la crónica periodística. Los Anales son pequeños testimonios de lo que ocurría en esa región de la sierra peruana, pero que tienen una proyección hacia la realidad de la nación. Si bien son variados los temas de estos recortes de la vida cotidiana, hay un tópico que atraviesa de manera transversal todo el libro: el problema del indígena.

Su papel como testigo escribiente de estas cuestiones lo llevó a adoptar el nombre de Gamaliel Churata. Gamaliel, por el doctor de la ley que aparece en la Biblia; Churata, en quechua, “El iluminado”. Lo bíblico, lo occidental, lo andino, lo indígena. Todos estos nudos se verán reflejados en la estética de sus producciones posteriores.

Es en los años 20 cuando Churata inicia la escritura de los primeros manuscritos de su libro fundamental: El pez de oro. Retablos del Laykhakuy. Esta obra heterogénea, híbrida, no fue entendida por la crítica de su tiempo[ii]. Recién en la actualidad este texto está siendo revisitado y estudiado con mayor profundidad. Fue finalizado en 1955 cuando Gamaliel ya se encontraba en Bolivia y se publicó en 1957 por la Editorial Canata, editorial del Estado boliviano.

También bajo el nombre de Gamaliel Churata fundó en la década del 20 el Grupo Orkopata[iii], que impulsó la Editorial Titikaka y el Boletín Titikaka, una revista de publicación mensual que empezó como promotora de la editorial, pero que luego adquirió vida propia. En ella se debatían cuestiones de política latinoamericana y mundial, de educación, de arte y de literatura. La nota característica de este movimiento fue la mixtura entre el indigenismo y el vanguardismo estético y político. La revista dejó de publicarse en 1930 y su último número estuvo dedicado íntegramente a José Carlos Mariátegui, con quien Churata tuvo una relación de amistad y de acercamiento ideológico.

En 1932 Churata se exilió en La Paz por la persecución de Sánchez Cerro, quien ya había forzado la suspensión del Boletín Titikaka. En Bolivia fundó La Semana Gráfica, participó en la revista Kollasuyo, en el diario La Nación bajo el pseudónimo de “El hombre de la Calle”, y en muchos otros periódicos pequeños y grandes de ese país y de otros lugares de América Latina. Luego de su largo exilio, regresó a Perú en 1965 y murió en Lima en 1969.

Transcribimos a continuación una de las crónicas de los Anales, que cuenta con la intervención de un personaje argentino. Agradecemos a la Biblioteca Municipal de Puno “Gamaliel Churata” por la generosidad con la que nos entregaron las imágenes de los manuscritos de los Anales, las cuales se reproducen debajo del texto.

 

EL RUIDOSO AFFAIRE CARVAJAL ANTE LOS TRIBUNALES[iv]

LA AUDIENCIA DE AYER

23 de Julio: Pocos son los procesos, que por lo extraño y sensacionalista conmueven en forma tan profunda al público. La sala de audiencias del superior Tribunal se hallaba ayer, pletórica de espectadores de las clases obreras y estudiantes y hasta de simples curiosos, que han seguido el ruidoso affaire del socialista argentino Valentín José Carvajal Alvear, acusado de gravísimos delitos y faltas y procesado en forma detonante como reo de mil causas.

Forman el tribunal del proceso oral, los vocales doctores Indalecio Díaz, Julio C. Campos y R.  Valdivia Chipoco, este último director del debate.

A las 2.30 pm se abrió la audiencia, con las formalidades del estilo. Se mandó leer las piezas pertinentes a la acusación de Caravajal por los delitos de subversión, espionaje, conato de incendio, etc., a cuyo objeto había ido al distrito de Capachica, propagando sus ideas levantísticas entre los indígenas de allí, sembrando la disociación y fomentando a las autoridades, la negación de todo gobierno y religión, con la expectativa del reparto de tierras entre los indios, la toma e incendio del pueblo de Capachica, para marchar luego sobre Puno y prender la revolución restauradora del Tahuantinsuyo, en toda la República; que le presenta como un individuo diabólico, insurrecto terrible, propagandista del rusismo recalcitrante en estas comarcas andinas, recorriendo los ayllus de Llanchón, Jilata, Chillona, Siale, Cotos, Yapura, etc., poblados indígenas donde se dice fundó escuelas socialistas y extremistas, y a más de ser un espía y agitador chileno, pues enarbolaba la bandera de aquel país y daba gritos contra el Perú y el Gobierno de Leguía.

Llamado a responder estas acusaciones, Caravajal se puso de pie con ademán franco y altivo y dijo:

Me llamo Valentín José Carvajal Alvear, soy algo sordo y voy a hablar fuerte. Soy argentino, nací en Santiago de Estero, antes fui estudiante, hoy me ocupo de pintar y ganar la vida en mil formas honradas, tengo dos hijos.

¿……..?

El 22 de Junio de 1923, me hallaba en esta ciudad, queriendo irme a Bolivia en un vapor, pero tenía ocho soles y no había trabajo a bordo, para ganarme el pasaje, andaba por el muelle de balseros y allí conocí al indio Paucar, que me ofreció llevarme a Capachica a pintar los muros de una escuela indígena, pagándome una libra y que de allí me podrían conducir a Bolivia. Llegué en una balsa de Paucar a Capachica y comencé el trabajo por ayudar en la reedificación de un muro y el techo del edificio, que habían sido demolidos por las autoridades y propietarios de esa región. Lamenté mucho la condición desgraciada de los indios; no les cobré nada por mi ayuda y les hablé muy claro sobre sus derechos, pero sin llegar a fomentar el militarismo, que justamente combato.

¿……..?

No es cierto que hablé sobre la regeneración del Tahuantinsuyo, ni prediqué nada contra el señor Leguía, ni el gobierno constituido. Tampoco es cierto que soy, ni he sido espía chileno.

¿……..?

No señor doctor. Todo lo que dice en este expediente es falso. Los que lo han hecho, son unos impostores, que después de martirizarme a garrotazos y látigo, me obligaron a golpes a firmar esa falsa afirmación.

El cura Manuel Vega, el alcalde Manuel Morales, los jueces de paz Clemente Bravo, Nicanor Hilaquita y Julio Ramos, así como todos los que han intervenido en la confección de ese proceso, me martirizaron en forma tan cruel, que todavía conservo las huellas y puedo mostrarlas.

¿……..?

Yo mismo fui donde el gobernador y él me alojó para luego denunciarme de tantas culpas imaginarias, que yo negué rotundamente como ahora lo hago, presentando mi pasaporte argentino.

Se me acusa también de haber planeado un ataque a las propiedades y pueblos. Nada es cierto, señor; todo eso me han inventado esos individuos, para acriminarme.

¿……..?

A Víctor Rodríguez, lo conocí solamente en la prisión y lo han complicado por venganzas del poblacho. A los demás compañeros del proceso, los he conocido sólo en la cárcel y sólo tuve relaciones con Paucar, por lo de la pintura de la escuela.

No he recibido ni un centavo de nadie ni he dispuesto de una sola arma.

Tus ideas políticas?

Soy socialista moderado.

Reconozco a las autoridades y las respeto cuando saben respetarme. No pertenezco a ninguna agrupación gremial o sindicalista.

El señor fiscal: ¿Cuándo y cómo vino al Perú?

Vine de San Francisco de California, bordeando la costa peruana en busca de trabajo hasta llegar a Callao. En Lima me ofreció pasajes y dinero mi cónsul, pero yo no podía aceptar dádivas sino trabajo. Me fui a pie a Cañete, y andando por allí llegué a Pisco, donde tomé un vapor para Chala; de allí fui a Caravelí a pie, consiguiendo algún trabajo, para luego seguir a pie, hasta Mollendo y de ahí a Arequipa en la misma forma, de Arequipa anduve la mitad del trayecto a Puno, y llegué aquí en tren a mediados de Junio del año pasado.

El señor fiscal: ¿Qué hizo Usted con los ocho soles , que dice, tenía al llegar a Puno?

Los empleé en mi alimentación aquí y en Capachica. Cuando me martirizaron en Capachica todavía me quedaban 35 centavos, que los recuperé con mi pequeño equipaje y mis pasaportes.

 

Concluyendo Carvajal, en cuyo semblante se retrataba una profunda serenidad espiritual dirigió una mirada de tranquilidad al público y tomó asiento.

Luego se toma la instructiva a los demás acusados presentes, indígenas Víctor Rodríguez, Mariano Pancca, Pablo Bustincio, Alejandro  Flores e Idelfonso Ramos, quienes en formas diversas, negaron todo lo que se les acumulaba en el proceso escrito; quejándose de torturas y flagelos sufridos en el pueblo, de la tragedia inhumana junto con Carvajal, a quién sólo habían conocido a raíz de los sucesos. Paucar dijo ser delegado del Comité nombrado por el gobierno en la Asamblea Indígena de 1922. Dijeron los demás que ese proceso, se había escrito con sangre e infamia, alterando las declaraciones cuando no inventándolas. Estos indígenas revelaban el temor racial en los semblantes y la angustia en el hablar trémulo. Manifestaron que los testigos declarantes en contra de ellos, eran sus enemigos por rivalidades agrarias, y algunos como Alejandro Palao por resquemores derivados de lindes y trabajos agrícolas.

 

DECLARACIONES DE LOS TESTIGOS PRESENCIALES

A solicitud del defensor de Carvajal, doctor Salguero, se llamó a los doctores citados en el proceso escrito, como presenciales de la labor levantística y asocial del encausado.

Entró Gregorio Quispe Pacheco, juró conforme a las leyes y  dijo no conocer a Carvajal y sí a los indígenas presentes. Que era cierto en parte, lo que aparecía dicho por él en el proceso escrito, pero que él nada ha visto, sino ha sabido de oídas por los rumores que en esos días circulaban en la comarca, diciendo que había llegado un juez comisionado, para repartir las tierras a los indios, el cual predicaba  ideas insurrectas con una bandera.

Que había fundado escuelas para los indígenas en Capana y Llachón. Que respecto a los movimientos militares, sólo ha visto la instrucción oficial de movilizables para el 28 de Julio.

El Dr. Salguero.- En el proceso escrito aparece este individuo, como testigo presencial de los delitos que se atribuyen a Carvajal. Si se desdice, hay flagrante contradicción.

El testigo.- Sigue manifestando que él no vio las reuniones o conciliábulos, y sólo se lo avisó su hijo, un chiquillo indígena.

Vio los soldados que fueron de Puno, a solicitud del gobernador, quien fue informado de la labor del señor Carbajal, pero que no presenció nada de lo que aparece en el proceso, habiendo visto o sabido convictamente.

Siendo hora avanzada, se suspendió la audiencia. Mañana continuaremos con esta información.

25 de Julio.- Ayer a las 3 p.m. se realizó la segunda audiencia pública del sensacional proceso, seguido contra el socialista argentino, Valentín Carvajal por los supuestos delitos de sedición, homicidio, incendio, exacción, espionaje, etc., etc.

Leída el acta de audiencias anterior, se le aprobó y continuó el debate oral con la declaración de los testigos presenciales de los referidos acontecimientos, a solicitud del defensor de Carvajal, doctor J. A. Salguero. De esos testigos se oyó a Manuel Pancca, Victoriano Quispe y José Ccahui, quienes afirman haber visto las reuniones subversivas de indígenas instigados por Carvajal en algunas parcialidades de Capachica, pero frecuentemente incurrían en contradicciones, errores y balbuceos probatorios de su poca convicción, pues alguno disculpaba su timidez en las respuestas con su miopía y decía haber visto sólo algunos acontecimientos, pero no a Carvajal, mas sí al intérprete Paucar, que era el portador de las doctrinas socialistas Carvajal.

El Dr. Solórzano.- manifestó que el señor Alejandro Palao, que figura como testigo presencial de los sucesos de Capachica, está dispuesto a manifestar la falsedad de las declaraciones, que aparecen dichas por él, en el proceso escrito, y le ofreció presentar como testigo para declarar la verdad de esa audiencia, pero siendo ya las 5 p. m, se suspendió la audiencia para continuarla hoy a las 9 a.m.

Como se ve, pues, es labor de ayer se redujo a oír las declaraciones de los testigos que acusan a Carvajal, en la forma  más terrible; pero ya está formada la conciencia pública sobre la realidad de los sucesos y es indiscutible que el austero tribunal, tiene ya formado un criterio amplio y clarísimo de las génesis del  proceso escrito, forjado en un ambiente de hostilidad inhumana en contra del joven Carvajal, socialista sincero y convicto, martirizado por la ignorancia de un populacho, para desprestigio del país, ante el consenso  del mundo civilizado, pues en este siglo de las libertades inmensas y el revuelo mental resulta horripilante, la tortura de un hombre por el delito de pensar.

[i] Los datos biográficos fueron extraídos de Vilchis Cedillo, Arturo (2013). Travesía de un itinerante. Puno: Universidad Nacional del Altiplano.

[ii] Uno de los lectores de este primer manuscrito perdido fue Carlos Oquendo de Amat.

[iii] Orko: en aimara, cerro. Pata: encima.

[iv] La transcripción es fiel al original.

Una galería entre el cielo y la tierra

Por: Ximena Espeche

Imágenes: Satori Gigie

 

Wilfredo Limachi Mamani, alias Satori Gigie, es egresado de la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz. Desde 2014 se dedica full time a la fotografía. En este texto, desandamos parte de su producción focalizando uno de sus múltiples aspectos: las elecciones en el tema, los personajes y los cruces entre el cotidiano y el testimonio.


Un avión de línea que sobrevuela la ciudad de El Alto y las aves que también levantan vuelo. Ellas y él que no se mezclan, no hacen un entrevero. Y, aun así, no podemos verlas a ellas y a él sin pensar que comparten un espacio y un tiempo específicos, aunque delimiten las líneas por las que cada cual vuela: el del presente de la foto. De eso se trata. Porque lo que las fotos de Satori Gigie van desplegando es un entrevero que sea en futuro, un deseo, entre el cielo y la tierra, entre el pasado y el presente, entre las asunciones de una continuidad que no tiene más que nombres provisorios y por ello discutibles, e imágenes que farfullan sus problemas: ¿tradicional? ¿moderno? ¿tecno? ¿artesano? Ahí Satori discute: cotidiano sin por ello ser natural.

La fotografía en Bolivia tiene muchos antes que el de las fotos de Satori Gigie. Una enumeración incompleta recuperaría los daguerrotipos finiseculares, el crecimiento del paisaje como foco explicativo de lo que se anulaba en la escena espacial (y temporal): en esa construcción exótica ─y exotista─ de los Andes (que tampoco pueden resumir al país), los hombres y las mujeres que lo habitan con particularidades y conflictos concretos desplazados a ser sólo testigos o público, relleno de imagen; los estudios ya famosos como los de Cordero y Gismondi en la ciudad de La Paz, las series que hicieron de la Revolución del 52 su sentido y su objeto ─que, no obstante, incorporaban a los indígenas desde visiones a menudo bucólicas y “folklorizadas”─. Varios de los retratos de la Bolivia revolucionaria correspondieron a Gustavo Thorlichen, considerado “un gran artista” por el Che Guevara, contratado por Victoria Ocampo y autor de un libro de fotos sobre Argentina prologado por Borges.

O, también, más acá, las imágenes que recorrieron el mundo durante el levantamiento de El Alto en la guerra del gas; y entre tanto: las imágenes de migraciones campo-ciudad y de bolivianos y bolivianas a países limítrofes.[i]

Las fotos de Satori Gigie no tendrían por qué conchabarse con esa historia. Pero se inscriben en ella. No son una serie en el sentido de una teleología que armemos ad hoc, pero sí hay una selectividad que les es propia como en esas imágenes que hacen a la fotografía en Bolivia: por una parte, las locaciones del cotidiano ─al que en otro momento podríamos detenernos y desarmarlo como categoría ingenua que no es─, y las explicaciones que Satori Gigie establece para su quehacer. Por la otra, el juego permanente con los algoritmos: posteos en un perfil de Facebook que a la vez comunican esas fotos con las prácticas de multiplicación de las imágenes en redes sociales y en dispositivos de todo tipo. Cotidianeidad e historia: posibilidades de tomar esas imágenes y no otras. Su foto más famosa a la fecha, en la que su madre, Valentina Mamani, parecía sostener el Illimani en su carretilla, en La Paz, estalló en su perfil de Facebook el 27 de octubre de 2014: fue más de un millón de veces compartida (y no siempre se respetaron los créditos de autoría).

¿Qué otros algoritmos están en juego en sus fotos que no sean los del efecto, o de la lógica, de un posteo? Justamente, aquellos de quienes miramos las fotos: evitar la oposición fácil entre la velocidad en red y la lentitud de quien lleva una carretilla, en una ladera con el monte Illimani como parte del paisaje cotidiano. Volverla condición de necesidad y posibilidad: hoy hacemos las fotos así, podríamos hacerlo de otro modo. Elige ese cotidiano para testimoniarlo, pero desarma la solemnidad. Mejor aún: la solemnidad sería querer ver en esas fotos aquello que nos imaginamos debería ser la imagen en “Bolivia”, de “Bolivia”, como si siguiésemos ignorando que desde 2009 se reconoce como un estado plurinacional.

En varias entrevistas, Satori Gigie insiste en una suerte de testimonio que las fotos llevan consigo. Como una voz de lo que considera enmudecido o falto de escucha, o capacidad de presión: las mujeres y en especial esas mujeres como su propia madre: “Trato de enfocar, también, la capacidad y el derecho que ellas tienen de decidir sobre lo que quieren, ya sea para sí mismas, o para sus hijos.”, dijo en una entrevista en 2015 ─posterior al impacto de likes─.[ii] Oponer a la “negación” de esas vidas, esos trabajos y esas particularidades, las imágenes de presencias constantes. Y allí va como explorador, aunque el paisaje y las personas sean parte de su familia, de lo que fue/es su vida cotidiana.

Diría que lo que hace es que el gesto se vea bien, liso y llano, sin vergüenzas: el retoque. Porque las fotos están retocadas, no es novedad. Nadie esperaría otra cosa. Pero Satori lo recuerda. En otras palabras, el “instante” que ejerció Cartier-Bresson como marca de agua también es parte de un consenso, más o menos conflictivo, entre la legitimidad de quien ha ganado un nombre para definir cuándo ese instante vale la pena ser llamado así.

Si la fotografía pudiera ser ese espejo que se pone al lado de un camino, las fotos de Satori Gigie juegan con esa afirmación poniendo dos espejos enfrentados al lado de ese mismo camino. Para, después, romper alguno y ver qué pasa. Las fotos son de su cotidiano, un cotidiano que está ya “acostumbrado” en la retina de quienes no vivimos allí e imaginamos una “Bolivia andina”. Pero, a la vez, el cotidiano es el de la convergencia nunca simple entre temporalidades diversas, que pueden chocar (como lo han hecho).

El avión y las aves se dirigen a un mismo punto, fuera de la foto, una línea de perspectiva que está más allá de lo que podemos ver. Y sin embargo está presente. La foto no termina nunca, es el comienzo de los mundos posibles, de los testimonios venideros. La intención es otra que la de captar la “naturalidad” del cotidiano. Por el contrario, puede aparecer como capturando el instante, pero el trabajo posterior de luces y sombras, de posproducción, revela las selecciones que también siguen haciéndose una vez que Satori tomó esa foto. Nunca es una sola foto: va cambiando hasta que define cuál será la compartida en las redes. No hay plenitud aunque parezca plena: Satori fotografiando a su madre lo dice. Es símbolo, pero también lo quiebra: es una tramoya.

Esa madre parece llevar al Illimani. Aunque no sea cierto. No porque no pueda ser posible: es un juego óptico, del que la fotografía sigue siendo parte. Y es cierto, también: las mujeres a las que fotografía muchas veces es como si de verdad llevaran sobre sus hombros al Illimani: el trabajo de todos los días, acarrear hojas y bártulos. Va al comienzo y al presente: el hoy de esa fotografía. El nombre mismo de Satori Gigie es objeto de revelaciones: Wilfredo Limachi Mamani “nombre de procedencia alemana y apellidos aymaras”; y “Satori Gigie” está compuesto por un apodo (Gigie) con el que fue bautizado en el barrio, y el Satori que en “en lengua japonesa significa Comprensión; un estado de iluminación en la filosofía Zen”.[iii] Este entre no es un limbo. No. Es una pregunta en modo afirmación: eso que es composición, que es tramoya, también existe. Es comprensión. Y excede la mano del fotógrafo, como si hubiera capturado una imagen, dueño absoluto de la mirada. Por el contrario, se trata de pruebas, de intentos, de vueltas a probar, de repeticiones variadas. Se trata más de esperar, “como un idiota” ─así también afirmó en una entrevista─, con la cámara encendida.

[i] Para una síntesis sobre la historia de la fotografía en Bolivia, muy centrado en la relación entre identidad e imágen, véase: Calatayud Criales Oswaldo y Juan Carlos Usnayo, “Instantáneas del olvido. De la mirada icónica a la lectura fotográfica en Bolivia”, Revista Ciencia y Cultura, Nro. 33, diciembre de 2014.  Disponible en: http://lpz.ucb.edu.bo/Forms/Publicaciones/CienciaCultura/Recursos/RevistaCienciaCulturaVol18N33.pdf

[ii] Puente Florencia, “Satori Gigi, momentos de altura”, Revista Marcha, Nro. Abril de 2015. Disponible en: http://www.marcha.org.ar/satori-gigie-momentos-de-altura/

[iii] Según reza en el sitio de la Revista Anfibia: http://www.revistaanfibia.com/autor/satori-gigie/

La declinación de Evo Morales

Por: Fernando Molina*

Imagen: Satori Gigie

El periodista y escritor boliviano Fernando Molina, ganador del premio Rey de España en periodismo, analiza críticamente el último periodo del gobierno de Evo Morales, a partir de lo que considera una serie desafortunada y continua de errores que lo emparentan “a uno de los tantos caudillos oligarcas que ha habido en la historia boliviana”.  El progresivo alejamiento de los movimientos sociales y el repliegue sobre ciertas anquilosadas camarillas de poder ponen en jaque, según el autor, al movimiento progresista y de renovación política que supo ser el evismo.


El camino del presidente boliviano Evo Morales ha dejado de ser uno de conquistas y alabanzas; cada vez se parece más a un ascenso al calvario. Hoy apenas goza de un respiro de una larga serie de dificultades y errores políticos que eran impensables apenas dos años atrás, cuando el 20 de octubre Morales resultaba relecto por tercera vez con el 61% de los votos. En este momento tiene alrededor del 40% de la intención de voto, una cifra que sigue siendo importante, pero que se halla al final de una aguda curva descendente.

La ruta perdedora comenzó en 2015 con la aparición de problemas económicos internacionales, a causa de la disminución de los precios de las materias primas.

La popularidad de Evo se debió en primer lugar a que hizo un gobierno que despertó las ilusiones nacionalistas de la población mediante el potenciamiento del Estado, el cual se adueñó de la industria del gas, la principal del país;  una política exterior arronjada y patriótica; la compra de artilugios espaciales y de plantas gasíferas de punta; la construcción de carreteras, edificios, estadios, escuelas, etc. Todo esto se financió con los ingresos extraordinarios que generó el aumento del precio de las materias primas que Bolivia está especializada en explotar.

La economía vivió el tipo de prosperidad que los economistas describen con el nombre de “enfermedad holandesa”: una gran liquidez que se traduce en gasto estatal y privado, y un incremento de los salarios y los beneficios sociales, pero no en industrialización, y que por tanto se disipa en importaciones , actividades terciarias improductivas y boom inmobiliario. Por eso las manufacturas bolivianas están en una situación precaria: los altos salarios encarecen su producción y hacen muy difíciles las exportaciones de bienes industriales nacionales. Al mismo tiempo, no dejan de levantarse edificios y de aparecer restaurantes y centros nocturnos por doquier.

La “enfermedad holandesa” entusiasma a la mayor parte de la población, pero tiene un talón de Aquiles: depende de los ingresos que puede obtener el Estado, que han caído abruptamente por el desplome del precio del petróleo.

El panorama es complicado, ya que se han producido cambios estructurales en la economía mundial, que se originan en la ralentización del crecimiento chino, el fin del “súper-ciclo de las materias primas” y una reversión de los flujos de capital que beneficiaron a América Latina en la última década. El resultado de esta caída del flujo es el aumento de los costos de financiación de proyectos y emprendimientos en Latinoamérica, lo que puede incidir en la detención del crecimiento.

El bajo costo del petróleo y las materias primas será perdurable. Se espera que el barril no supere los 60 dólares en los próximos dos a tres años. Se puede hablar de un “shock de mediano plazo” para la economía boliviana. El sentido común económico sugiere, por tanto, la retracción del gasto público, a fin de evitar el crecimiento del déficit fiscal, que ya alcanzó el 6% del PIB en 2015 y se prevé del mismo tamaño para este año.

Pero el gobierno no parece dispuesto a ello. En cambio, está tratando de compensar la carencia de ingresos con la contratación de préstamos de China y los organismos multilaterales, algo que pocos creen que sea suficiente. Por lo pronto, la desaceleración que ya ha comenzado a vivir la economía está causando problemas de toda índole al país, entre ellos una mayor fricción con los “movimientos sociales” hasta ahora oficialistas.

La situación actual presenta una serie de analogías con el proceso posterior al último boom de las materias primas, en los años ‘70, bajo el gobierno de Banzer. Entonces también se postergó el ajuste y se recurrió al endeudamiento para conservar el dinamismo económico y sus beneficios políticos. El resultado de esta política de “escape hacia delante” fue la creación de las condiciones que estallaron en la gigantesca crisis de los ‘80.

 El siguiente factor de la declinación de la fuerza de Evo Morales ha sido la corrupción, que las encuestas ya comienzan a anotar como la principal preocupación de la ciudadanía. A comienzos de este año, estallaron dos sonados casos que tocaron a la alta cúpula del Movimiento al Socialismo (MAS), el primero, y la del gobierno, incluyendo a Morales, el segundo. Si bien no se demostró que los principales gobernantes estuvieran involucrados, estos casos extendieron un manto de descrédito sobre todo el proyecto del MAS que, como dijimos, hasta entonces solo cosechaba aplausos.

Allí es donde Morales, reconocido como un muy hábil político –e incluso como un “genio” por sus adherentes–, comenzó la seguidilla de serias equivocaciones que lo trajeron hasta la situación actual. Frente a los escándalos, no articuló una respuesta gubernamental bien pensada, coherente y colectiva, sino que tomó decisiones fragmentarias, dejando que los hechos se sucedieran y que sus colaboradores actuaran de manera inarmónica.

Fue entonces que sobrevino el golpe más duro. Cometiendo otra vez un error, Morales impulsó un referendo constitucional para asegurar el permiso legal de su siguiente reelección. Acababa de ganar unas elecciones y todo el asunto resultaba muy forzado. Era un momento, además, en el que Venezuela –país con el que se asocian las reelecciones sucesivas– se había convertido en un mal ejemplo a seguir.  Pero el peor error del presidente fue abordar el referendo de una manera muy ingenua, sin siquiera contratar encuestas y mucho menos una empresa de estrategia electoral, según trascendió ulteriormente. Intentó ganar con una receta adecuada para otro tipo de elecciones y le fue mal: el 51% de la población rechazó la posibilidad de su reelección.

Si en las elecciones el presidente había logrado vencer en ocho de las nueve regiones del país, excepto en el arisco Beni, que nunca ha dado su consentimiento al proyecto político que dirige, en el último referendo solo ganó en tres regiones, las tres occidentales y con mayoría indígena: La Paz, Cochabamba y Oruro. Y aun en estas perdió entre 12 y 14 puntos porcentuales respecto a lo que había conseguido en octubre de 2014. En las tradicionalmente opositoras Tarija y Santa Cruz, donde sin embargo había triunfado en las elecciones de hace un poco más de un año, obtuvo 11 y 8 puntos porcentuales  menos, respectivamente.  Pero donde sufrió su mayor traspié fue en la región minera de Potosí, donde la combinación de la crisis de los precios de los minerales y la atención, según dicen los analistas, “displicente y arrogante” de las demandas de la población de esta deprimida región quechua, lo llevaron a perder nada menos que 23 puntos porcentuales respecto al resultado que le dio la victoria allí en 2014. Llegó allí, entonces, por otro error.

Las consecuencias de los errores

Como resultado directo de todo esto, la ilusión que despertaba el gobierno y su promesa de renovación de la política tradicional boliviana han quedado mediatizadas y, en la percepción de algunos sectores, destrozadas por la realidad del desempeño gubernamental.

Hoy los cambios realizados ya no despiertan el mismo entusiasmo, sea porque no han funcionado, sea porque, habiendo funcionado, ya no sorprenden y se han incorporado a la cotidianeidad. El presidente repite un discurso en contra de un “enemigo” que se debe derrotar, que ya no es convincente, o un discurso de corte tecnocrático, sobre los logros de su gestión, que no es inspirador. El problema de estos discursos se halla en que la audiencia ha cambiado: su embeleso con el MAS ha comenzado a disiparse.

Una encuesta realizada después del referendo de febrero mostró que el propósito del MAS de insistir en habilitar a Evo Morales para su re-postulación en 2019 ha enajenado a la mayoría de las clases medias urbanas. El rechazo a una nueva reelección que mostró esta encuesta era aún mayor que el que se dio en el referendo. Según esta investigación, si un referendo similar se repitiera, incluso El Alto, donde el “sí” ganó en febrero, daría las espaldas al proyecto oficialista. La mayor parte de la población urbana quiere que el presidente Evo Morales se vaya en 2019. Si las esperanzas del oficialismo de ganar electoralmente aún se mantienen, esto solo se debe al respaldo todavía alto –pero menor al obtenido en el pasado– que posee en las áreas rurales. Aun así, sin El Alto una victoria resultaría casi imposible.

Las clases medias tienden a orientarse políticamente por las señales que le dan sus líderes de opinión, tanto desde los medios como desde los cafés y los comentarios cotidianos en las oficinas y los hogares. Y estos líderes están defraudados del gobierno, tanto porque ven con aprehensión los esfuerzos continuistas de este, como por la falta de circulación de las élites que ocupan el poder desde hace más de diez años, un estancamiento del poder que cierra el paso a las aspiraciones de ascenso social que tienen los críticos.

Con lo que llegamos a la causa original de los errores subjetivos del gobierno, es decir, de aquellos que no se deben al natural deterioro de una gestión tan prolongada como la suya. Y es que Morales se ha convertido en un caudillo, esto es, un inspirador de las masas y un acaparador del poder que no tiene facultades organizativas y carece de toda lógica meritocrática. De este modo, los otros dirigentes que finalmente se convirtieron en el “entorno” de él y del vicepresidente Álvaro García Linera (el canciller David Choquehuanca y los ministros Juan Ramón Quintana, Carlos Romero y Luis Arce, cada uno a cargo de un grupo propio) solo necesitan obedecerlo para sobrevivir políticamente. Es más, deben obedecerlo para sobrevivir.

Entonces, si él no organiza adecuadamente algo, por ejemplo una estrategia de defensa frente a las acusaciones de tráfico de influencias que le cayeron por su relación con Gabriela Zapata –una arribista que se aprovechó económicamente del hecho de haber sido su novia–, entonces los demás dirigentes son incapaces de hacerlo. E incluso si pudieran no lo harían, dado el ambiente altamente competitivo en el que se mueven.

Como suele ocurrir, el caudillismo cobra el precio más alto al propio caudillo. Este sistema divorció a Evo de las masas que antes había logrado representar mejor que nadie en la historia boliviana. De ser el presidente de los “movimientos sociales”,   pasó a ser el “rey” de un archipiélago de camarillas que disputan entre sí por su favor, y que lo consiguen por el medio suicida de impeler a Evo a elegir entre ellas y su propio movimiento, o entre ellas y las clases medias que en algún momento del pasado simpatizaron con el presidente. Cada vez que Evo las elige, entonces, se aleja más del pueblo. A pesar de eso, Evo las elige siempre, no se atreve a cambiar de entorno desde hace casi una década, porque no puede confiar en nadie más que en quienes, por estar ya en el poder, se benefician del caudillismo. La otra opción ante él sería abrir el gobierno, lo que lo pondría en el camino democrático normal, esto es, sacaría al país del caudillismo. No es, por lo tanto, una opción fácil para él.

En esa medida, Morales es un rehén de su entorno, que por eso ha devenido impune: no importan las barbaridades que cometan los ministros, igual siguen en sus puestos. El entorno aceita esta relación –comparable a la de las parejas tóxicas– predicando que: a) el caudillo es providencial e imprescindible; b) todo ataque externo a las camarillas en el poder es un ataque al gobierno en su conjunto y, sobre todo, al presidente; c) por tanto, todo ataque es una conspiración, un intento de “golpe de Estado”, incluso si los ejecutores son los aliados de antes (los movimientos sociales), pues hasta ellos actúan instrumentados por el imperio y buscan un “golpe blando”; y, entonces, d) para defender el poder del caudillo hay que mantener a las camarillas.

Por supuesto, este esquema político cierra la mente del presidente a toda posible autocrítica (o a la inversa: porque éste se opone a la autocrítica tal esquema político es posible).

La falta de autocrítica sistemática impide que el gobierno adopte una estrategia política-comunicacional moderna, racional, que le permita recuperar el terreno perdido. Por el contrario, el afirmar la verdad intangible del caudillo y su entorno lleva al gobierno a estrellarse más y más en contra de sus bases políticas.

El entorno ha quedado fuera de toda evaluación, suspendido en un limbo protector, con el argumento de que cualquier sanción en su contra contribuiría a la conspiración en marcha contra Morales. Increíblemente, nadie pagó políticamente la derrota en el referendo de febrero pasado. De este modo, involuntariamente, todo el desprestigio de los errores se carga sobre el propio presidente.

Este, sin embargo, no carece de culpa. Si su pensamiento fuera menos bipolar, menos confrontativo y, en última instancia, más sano y “bueno”, entonces podría darse cuenta de que el mundo entero no debe de estar en su contra sin que medie ninguna razón, por el puro deseo de echarlo del poder. Pero el pensamiento de Morales pertenece al tiempo de la guerra fría: lo ve todo en blanco y negro y no confía en nadie que no esté completamente dispuesto a obedecerlo. Y así es como ahora se entrega al juego con su entorno, desmintiendo el genio político que supuestamente lo llevó tan lejos.

A este paso, si todo sigue así, Evo terminará como otro de los caudillos oligarcas que ha habido en la historia boliviana: prisionero del palacio, delirante y odiado, teniendo que defenderse a sangre y fuego de sus enemigos, incapaz de gobernar, aunque todos los títulos le concedan este privilegio. En una situación similar, en suma, a la que hoy atraviesa Nicolás Maduro.

¿Hay salidas? Como resulta evidente del análisis que hemos hecho, algo aparentemente tan simple como un cambio de gabinete reviste hoy en Bolivia una importancia suprema. Solo si Morales se deshace de todas las camarillas que lo rodean y deja que el aire fresco de la crítica y la autocrítica entre por las ventanas cerradas a cal y canto de su oficina, tiene posibilidades de evitar el destino del “patriarca” imaginado/retratado por Gabriel García Márquez.

*Fernando Molina es periodista y escritor. Ganador del Premio Rey de España en periodismo.

Evo y sus dilemas

Por: Pablo Stefanoni*

Imagen: Satori Gigie

Pablo Stefanoni procura un repaso por los últimos acontecimientos de la vida política boliviana en un análisis que consigue ofrecer un balance de los aciertos y recientes fracasos del evismo, así como algunos indicios para pensar el futuro del movimiento.


El reciente “escándalo” del ministro de Economía, Luis Arce Catacora (artífice del éxito económico boliviano), por su intención de comprar alfombras persas para su ministerio y la multiplicación de memes burlescos revela –más allá de los detalles del caso– un momento del gobierno de Evo Morales marcado por el alejamiento de sectores urbanos. Y, al mismo tiempo, las dificultades que enfrenta el “proceso de cambio” para reinventarse tras la primera derrota electoral de la década en el referéndum de febrero de este año, cuando una ajustada mayoría de los electores le dijo No a la posibilidad de que Evo Morales compita por un cuarto mandato en 2019.

A diferencia de otras experiencias del socialismo del siglo XXI, Bolivia escapó hasta ahora a la crisis de la baja de los precios de las materias primas –y, en efecto, la elogiada estabilidad y crecimiento económico del país en esta “década ganada” explica mucho de la fortaleza política del primer presidente indígena–. Pero ya comienzan a verse algunos síntomas de que el boom llegó a su fin. Uno de ellos es la decisión de no pagar el doble aguinaldo este año, una suerte de bonus asociado a un crecimiento del PBI mayor al 4,5%, ya que el crecimiento fue del  4,43%. Pero el desgaste político del gobierno no se explica solo por el fin del auge de los commodities. Tras la derrota de febrero, las visiones conspirativas han adquirido una renovada influencia en el discurso oficial –en detrimento de una lectura más realista y templada de las razones del desgaste–, y el énfasis demasiado repetitivo en las denuncias al Imperio (y ciertas actuaciones “playagironescas”) resulta cada vez menos atractivo para las jóvenes generaciones y con una credibilidad decreciente. Si la expulsión del embajador de EEUU, Philip Goldberg, en 2008 resultó clave en la victoria oficialista sobre la oposición  regionalista y conservadora cruceña, hoy las apelaciones al Imperio frente a cualquier conflicto resultan fácilmente ridiculizables.

El voto negativo en febrero se explica en gran medida por una suerte de “republicanismo desde abajo”, producto de tres décadas de democracia ininterrumpida y averso a la “perpetuación” de los gobernantes, una mala campaña electoral y la ausencia de imágenes de futuro asociadas a la propuesta de re-reelección. Incidió también el “affaire Zapata”, derivado de la filtración sobre un supuesto hijo de Evo con una ex novia que años después de la ruptura ascendió a gerente de una firma china con millonarios contratos con el Estado, siendo aún veinteañera y sin credenciales para el cargo. Hoy Gabriela Zapata está detenida acusada de enriquecimiento ilícito, mientras que el niño supuestamente nacido en 2007 nunca apareció (se cree incluso que no habría nacido aunque Evo afirmó en primera instancia que sí y firmó el certificado de nacimiento). El manejo judicial del caso difícilmente podría ser considerado como “independiente” y en ese déficit se asientan parte de las imágenes de “abusividad” del poder. Y a este caso se suma el de la corrupción en el Fondo Indígena, una institución autárquica de proyectos de desarrollo rural, que afectó notablemente la imagen e renovación moral que proyectaba el movimiento indígena y llevó a la cárcel a algunos de sus dirigentes (y dirigentas). Hoy, si más dirigentes oficialistas van a prisión no se considera una prueba de menores cuotas de impunidad sino una confirmación de la magnitud de la corrupción.

La derrota del referéndum fue el primer traspié electoral en una década en la que el oficialismo vapuleó electoralmente a la oposición en una elección tras otra y se sintió invencible para siempre. Y no valieron las advertencias sobre los efectos de una victoria del No: el vicepresidente Álvaro García Linera –un destacado intelectual de izquierda– llegó a decir ante los campesinos que en caso de derrota de Evo, “el sol se va a esconder y la luna se va a escapar y todo será tristeza”. El oficialismo reaccionó tarde y mal a una campaña marcada por la actividad en el espacio virtual, sobre todo de las redes sociales.  Ahora, la lectura de que el No ganó por “las mentiras de la derecha” alienta a sectores sociales a proponer una nueva consulta en 2018.

El gobierno de Evo Morales tuvo, sin duda, un carácter refundacional y su liderazgo fue excepcional en la historia reciente. En estos años, pasó de ser “un campesino más” que llegaba a la presidencia a ser considerado un líder irreemplazable, incluso se hizo un monumento a sus padres. El modelo de nacionalismo económico (estatizaciones) con prudencia macroeconómica dio resultados en términos de crecimiento macroeconómico y cierta redistribución y disminución de la pobreza, y al mismo tiempo entronca con la potente cultura antiliberal, sindicalista y nacionalista revolucionaria presente a lo largo de la historia boliviana. Pero a pesar de sus avances, el modelo Evo ha venido perdiendo la magia de antaño. Los tres pactos fundantes del evismo –pacto de consumo, de inclusión y de soberanía– siguen siendo base del apoyo social a Evo (que sigue siendo más alto que el de cualquier líder opositor) pero el clima político ha cambiado, sin que el gobierno muestre la apertura para leer los nuevos escenarios –en parte producto de sus propios éxitos–.

El asesinato del viceministro de Régimen interior, Rodolfo Illanes, por cooperativistas mineros, secuestrado mientras recorría uno de los puntos de bloqueo para organizar la actividad policial, dejó en evidencia la persistencia de la “vieja” Bolivia, con sus corporativismos exacerbados, dificultades para procesar institucionalmente las demandas y ambivalencias del “capitalismo popular” bajo cuya lógica actúan los cooperativistas mineros. En paralelo, la agenda del cambio ha perdido mucha de la potencia inicial y parte de los grandes imaginarios (plurinacionalidad, comunitarismo) se han chocado con la propia realidad societal y el mundo que la rodea. La descolonización avanzó a menudo más por vías mercantiles (movilidad social y simbólica ascendente) que por los canales de proyectos alter-modernos que imaginaron algunos intelectuales críticos. Pero, en este marco, la agenda de reformas que podría compensar esa pérdida de paraísos iniciales, como un programa consistente de reforma de la salud o la educación, y una mejora en la calidad estatal, se encuentran (incomprensiblemente) ausentes o muy débiles como para recuperar la iniciativa.

Los ataques a gobiernos locales popularmente electos, la falta de independencia judicial (y la sensación de que es operativizada en función de los intereses del Palacio) y declaraciones que suenan poco pluralistas han ido construyendo un nuevo clima político. Pero, al mismo tiempo, y sobre todo en las redes sociales, se puede apreciar una expansión de comentarios racistas y una cierta “uribización” de parte de los detractores del oficialismo, en detrimento de los esfuerzos de sectores más moderados.

Por ahora, el gobierno tiene a favor la debilidad opositora, pero una virtual repetición del referéndum podría ser una jugada a todo o nada. Del lado opositor, solo el ex presidente Carlos Mesa –vocero de la demanda marítima boliviana pero hoy congelado por el gobierno en sus funciones– aparece con algunas chances, sobre todo si finalmente Evo no puede competir. No obstante, Mesa no tiene partido y su personalidad –políticamente poco audaz– pone dudas sobre sus aspiraciones reales a competir.

Lo cierto, hoy por hoy, es que Evo Morales no renunciará fácilmente a ser el Presidente del Bicentenario, que se conmemorará en 2025. Y, posiblemente, su salida del poder no será un aterrizaje suave para quien nació en un alejado rincón del Altiplano, pasó a ser un estigmatizado dirigente cocalero y –como en un cuento de hadas– devino el Jefazo del nuevo Estado Plurinacional y consiguió una proyección mundial inimaginable para cualquiera de sus antecesores en el Palacio Quemado de La Paz.

*Pablo Stefanoni es jefe de redacción de Nueva Sociedad. Integra el Centro de Historia Intelectual.

Deslumbre migratorio 

 

Por: Romina Freschi*

Foto: Satori Gigie

 

A propósito de la obra de la poeta boliviana Emma Villazón, Romina Freschi discurre sobre algunos problemas de la poesía boliviana y latinoamericana y pone en cuestión el carácter nacional de cada obra poética en su sentido restringido.


“Cada persona es un mundo”, dicen por ahí, y ese sentido común me sirve hoy. A través de una sola poeta es posible ver un mundo o una imagen de él (¿qué otra cosa hay?). Situar desde Argentina la poética de la escritora boliviana Emma Villazón[1], me permite hoy entrar, no solo a su poesía- que es un paraíso infernal – sino a una y varias imágenes de Bolivia, de Latinoamérica y del planeta, y de los otros mundos.

 

Es que la nacionalidad de un poeta es, como mínimo, discutible, y así también, en lo discutible, la nacionalidad como criterio de estudio de una literatura es una cuestión política. No voy a decir que en este escrito no hay política de por medio, porque me es imposible pensar la “apolítica”, pero sí voy a proponer el criterio de una poética como política. Esta obra, la de Emma Villazón, tiene una visión propia sobre la nacionalidad en la poesía, y quien escribe este ensayo también ha sostenido, y sostiene, que las visiones que parten desde la nacionalidad se apoyan muchas veces en relatos y coordenadas que merecen ser cuestionados.

 

Cada poeta tiene un propio diccionario, y una propia biblioteca, esto podría extenderse a la propia nacionalidad─ “un nos elegido”, como dirá Villazón. En esas herramientas literarias y discursivas aparece la propia poesía y una reconstrucción del mundo (esto es: la representación psicológica y sociocognitiva de su contexto). “El estilo es la huella textual del contexto”, dirá el lingüista Van Dijk, y es a través de ello, del estilo como respuesta elegida, que podemos reconstruir el mundo.

 

Entonces, poesía es huella del individuo, de su dominio y de su mundo, o sea, del poeta, de la poesía y de su país, su región y otros ámbitos o hábitats.

 

Intentaré a través de la poesía de Emma Villazón (aquella publicada) y de algunas de sus declaraciones y ensayos, ofrecer además alguna imagen de la poesía boliviana dentro de la latinoamericana, recortada, claro, por la sombra o la lumbre del mundo[2].

 

Emma Raquel Villazón Richter nació en 1983 en Santa Cruz de la Sierra, en una familia normal, ha dicho ella, de clase media. Sus padres son abogados los dos, pero amantes de la literatura. Él ha escrito algunos poemas, y ella aspiró a estudiar Filosofía y Letras. Emma tomará parte de ambos y será poeta, pero también Licenciada en Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, estudió además Filología Hispanoamericana, completó el Magíster en Literatura latinoamericana y chilena en la Universidad de Santiago (USACH), en 2014, con una tesis sobre la poeta vanguardista orureña Hilda Mundy, y se encontraba iniciando el Doctorado en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte, en la Universidad de Chile. En el año 2007, con 23 años, ganó el Premio Nacional “Noveles escritores” de la Cámara Departamental del Libro de Santa Cruz, con el que se publicó su primer libro Fábulas de una caída. En 2013, apareció Lumbre de ciervos (La Hoguera, Bolivia), sombreado por el inédito Pies a favor. Falleció a los 32 años en La Paz (19/08/2015), antes de retornar a su hogar en Chile, junto al poeta Andrés Ajens, su pareja. Con él, dirigió la revista de poesía latinoamericana Mar con Soroche. De manera póstuma se publicaron la plaqueta Revestida por otro viento de sueño (Santiago de Chile, 2015) y los poemas sin terminar Temporarias (Perra Gráfica Taller, Bolivia, 2016 y Ed. Das Kapital, Santiago, 2016).[3]

 

Temporarias se desprende en primer término de la expresión “trabajadoras temporarias”. En esa manera de decir se unen varias preocupaciones intermitentes del trabajo de Villazón, que se trasladan a una concepción de poesía como acción de trabajo: lo precario en cuestiones de clase, género, raza, significación y territorio. Simone Weil escribió en sus cartas que en el trabajo fabril se paga para no pensar, (mientras que en la universidad nos pagan para pensar). Sin embargo, su concepción de vida real pasa justamente por la acción pura, en contraposición a una vida de sensación por la sensación. De la acción se desprende una concepción de trabajo, aquello que en una determinada cadencia hacemos en pos de un fin, que es un producto humano. Villazón pone en práctica esta concepción para proletarizar su propia escritura y acercarse a través de aquello que no cierra de todas las identidades, a la que es otra.

 

Temporarias tiene al inicio una cita del chileno Antonio Silva: “uno es la otra la otra es ella misma en mí y en el otro” y es un indicio de los “tajos”, “canales”, “puentes”, “adverbias”, “grietas y cartas”, “paisajes”, “olores”, por los que se filtra y cae “el alfil de la estabilidad” y las identidades se abren a la acción, al encuentro y al intercambio. Hay en ese pasaje un rastro de lo abyecto también (Kristeva), que posibilita la hendidura identitaria. La lectura tanto de Weil como de Kristeva son asumidas por Villazón. La edición de Temporarias incluye una presentación de proyecto en la cual Emma describe su trabajo ─en un momento anterior, cuando se llamaba Temporeras─ como poemas que “transitan entre una polifonía de voces e historias de trabajadoras, y paisajes más íntimos, de voz indeterminada, ligados con estados de introspección y la experiencia de la extranjería”, y también “ es una apuesta por escribir sobre la condición de los trabajadores que resisten la lógica de la fábrica moderna desde una perspectiva de género femenina; y a la vez por escribir la experiencia migrante.”

 

Esa migración es, en el lenguaje poético de Emma Villazón, una experiencia continua de terremoto, una desterritorialización constante en la que no hay otro suelo que aquel que se está moviendo, esto es: no hay otro suelo que el propio cuerpo, que late, respira, camina y ejecuta acciones vitales sin pensar, como una máquina.

 

BICICLETA O ESTUFA

 

los ejercicios del cuerpo los descuentos

las mancuerdas el ritmo cardíaco

de la fábrica que aprieta que suelta

tus gestos a veces de musgo fascinante

otras tantas de marfil correo esquivo

me los bebo                los soplo

combustible                estufa

perfil ardoroso de oceánico insomnio llevo

que recibe/emite unas descargas o solo rumia

las palabras retaceadas por el diario ajetreo

eso lo no dicho que crece arbóreo

no un cuadro de mando no un proyecto y su incidencia

pedaleo lo no dicho como si

se tratara lo no de como si

pedaleo                       pedaleo

 

eso lo no de mí como si se tratara

lo no           de mí               en la of. de contabilidad

 

Las palabras son también, claro, las temporarias, máquinas y herramientas para “raspar lo seco” y “avizorar incendios” como anuncia el primer poema de Lumbre de ciervos. En la homofonía ciervos/siervos, hay un indicio de las temporarias, y en la lumbre y en el fuego, también: metáfora prometeica de lo humano, la ciencia y la cultura, el fuego y su lumbre son herramienta de transformación y trabajo, frente a la destrucción, la muerte y la tormenta: otro temporal, el alumbrado humano y su mortalidad.

 

En la homofonía las palabras se parten, son “flores dobles”, al menos, como toda identidad. Y es la “intersección” aquello que define la gran continuidad de seres y cosas. “Habrá que ahorcar la voz quemadura/ habrá que atizar la flor que madura/ saber atender si el bosque saluda”. El lenguaje, la poesía y la vida se fundan en continuidades y contigüidades: físicas, espaciales, auditivas, temporales, nacionales: “eso velocísimo/ translúcido genital sin dueño que no sabe de límites”.

 

No hay geografía política en la poesía. Lumbre de ciervos se encarga de delimitar lo temporario no solo en el tiempo sino en el espacio: la migración convierte al poeta en extranjero universal. Se incluye en medio del libro una carta de Marina Tsvetáieva a Rainer María Rilke donde se lee: “tú eres poeta porque no eres francés. La nacionalidad es inclusión y exclusión. Orfeo hace estallar la nacionalidad o amplía sus fronteras a tal punto que todos (los que han sido y los que son hoy) puedan incluirse.”

 

El libro cierra con los versos: “solo posibilidades, ninguna bandera, la embriaguez por la succión de los sexos de los lirios por ejemplo, la disolución del ser bajo el otoño, la estocada, la estocada que recibe una cuerva en el pecho al convertirse en su propia madre, padre, Leteo, poesía y Pessoa y emerge casi muerta o santa levitando por los campos Un perfil de nada,             informe, resollando solo el corazón,/ las nervaduras de lo posible.”

 

En el rizoma de lo posible, la nacionalidad ebulle y desaparece. Sin embargo, todo poeta deja un rastro no de naciones, pero sí de racimos. Las citas y epígrafes de Emma Villazón nos llevan por un recorrido por la poesía boliviana, chilena, por momentos argentina, sin duda latinoamericana y también planetaria, o al menos occidental, como propone Borges como tradición para el escritor argentino y latinoamericano. Otras participaciones públicas también nos otorgan varias pistas.

 

A principios de este año, por ejemplo, salió publicada la antología en inglés The Absurdity of the Cosmos, 12 Bolivian Poets in Translation, editada y traducida al inglés por Jessica Sequeira (se halla disponible en línea). En ella, Villazón es seleccionada como poeta y como ensayista. El ensayo que allí se traduce puede leerse en español en varios sitios con el título “La poesía de ayer y de hoy en Bolivia”. Allí, la poesía boliviana ofrece tres momentos de interés para Emma: la contemporaneidad, en la que menciona a Mille Torrico, Pablo César Espinoza y Giovanni Bello (en otros espacios menciona también a Adriana Lanza, Jessica Freudenthal y Sergio Gareca[4]); la poesía escrita entre los años 50 y 80, con Jaime Saenz, Oscar Cerruto, Edmundo Camargo y Blanca Wiethhüchter; y destaca la década del 30 al 40, momento en el que escriben Ricardo Jaimes Freyre, Gregorio Reynolds, Franz Tamayo, Arturo Borda, Hilda Mundy, Raúl Otero Reiche e incluye también a Gamaliel Churata, que en ese entonces se instalaba en tierra boliviana.

 

Me parece de gran interés la figura del poeta extranjero a la hora de pensar una literatura nacional. La mención del peruano, Gamaliel Churata, quien además ha cambiado su nombre, es decir, ha resuelto una otra identidad, reinstala el problema del estudio de una literatura nacional. Si la historia política latinoamericana es una historia de conquistas, rebeliones, migraciones, golpes y exilios ¿dónde empieza el boliviano y termina el peruano o el argentino? ¿sería Churata quien fue sin haber pasado por Buenos Aires o muerto en Lima?, o yendo más lejos ¿es posible pensar la literatura argentina o la boliviana sin Juana Inés de la Cruz o Rubén Darío, por ejemplo? Por supuesto que no. Emma Villazón lo entiende y extiende en su poesía una nación de poetas infinita, a los que va citando en epígrafes y reinventando en versos.

 

Si la exclusión del modernismo se da a partir de los esfuerzos de las vanguardias, que en muchos países latinoamericanos fueron producto de fuerzas nacionalistas, la exclusión del barroco se da a partir del coloquialismo, ligado con frecuencia a los movimientos revolucionarios sesentistas, con las contradicciones que ellos portan. Estas tensiones latinoamericanas se dan también en la poesía boliviana. Emma las traduce en su ensayo y advierte problemas para su contemporaneidad: por una parte, la falta de crítica sobre la poesía de los últimos años, por otra parte la aparición de dos discursos: uno en torno a la llamada “poesía de la certidumbre” (ligada a una antología publicada por la editorial Visor llamada Poesía ante la incertidumbre, publicada en 2011 y ampliada en 2013, con autores de nacionalidad diversa que escriben en español) y otro que defiende la poesía proponiendo identidades regionales que remarcan estereotipos  (ligado a la antología Poesía del siglo XX en Bolivia, publicada también por Visor, con prólogo de Homero Carvalho).

 

Para cerrar este ensayo, pero para nada cerrar la cuestión, menciono la aparición en 2009 de la antología Cambio climático, panorama de la joven poesía boliviana, donde se incluye la obra de Emma y de muchos de sus contemporáneos aquí mencionados. Me parece interesante la metáfora climática en relación a lo precario y temporal que se recorre en la obra de Emma Villazón, y de varios de los allí antologados. Si bien los editores destacan la presencia de las NTIC, que han revolucionado los modos de escritura, lectura y distribución no solo de la poesía, también proponen allí poetas con “textos reflexivos, visionarios, intuitivos, a menudo irreverentes, que se desplazan ya con minuciosidad, ya con desparpajo, por los parajes de lo real, cotidiano, fantástico, onírico, transmundano o, como en el caso de Elvira Espejo, en la dualidad entre oralidad y escritura, tanto en quechua como en aymara […] En suma, las jóvenes voces presentes en Cambio climático configuran nuevos espacios donde el ejercicio de la escritura es una pregunta recurrente.”

 

Terminar con una pregunta es la mejor manera de terminar, y que una poética, como lo hace la poética de Emma Villazón, nos haga preguntarnos “¿qué es la poesía?” es probablemente de lo mejor que pueda pasarnos.

 

Bibliografía

Borges, Jorge Luis, (1989). El escritor argentino y la tradición, en Obras Completas I, Barcelona, Emecé.

Freudenthal, Chavez y Quiroga (compiladores) (2009). Prólogo a Cambio Climático Panorama de la joven poesía boliviana, La Paz, Fundación Simón I. Patiño.

Kristeva, Julia (1988). “Poderes del horror” en Poderes de la Perversión, Madrid, Siglo XXI

Van Dijk, Teun, (2001). Algunos principios de una teoría del contexto. En ALED. Revista latinoamericana de estudios del discurso, 1(1), pp. 69-81.

Villazón, Emma (2011). Entrevista en Revista Palmarés disponible en http://revistapalmares.weebly.com/emma-villazoacuten.html (consulta 28/9/16)

(2013). “Más desenfado” en la poesía boliviana dice Emma Villazón- Entrevista, disponible en http://www.lapoesiaalcanza.com.ar/noticias/103-qmas-desenfadoq-en-la-poesia-boliviana-dice-emma-villazon (consulta 28/9/16)

(2015). La poesía de ayer y hoy en Bolivia, disponible en

https://hayvidaenmarte.wordpress.com/2015/08/11/la-poesia-de-ayer-y-hoy-en-bolivia/ (consulta 27/9/16)

Weil, Simone (1962). La condición obrera, Barcelona, Nova Terra

 

Poemas de Emma Villazón

 

De Fábulas de una caída (2007)

 

… la broma…

 

…no se puede. Si

digo estoy con el amigo no

es sinónimo de un retorno a mí.

No existe tal volver. Causa

risa. Lo esperé 10 años. Causa risa.

Es una broma en mi casa. Una farsa

estar. Una bomba de carcajadas

estar. Me he despedido de mí. Uf.

Respirar. Tener que decir soy la obra

de mí. Hablar con el amigo.

Tener un lugar es una farsa.

 

 

 

De Lumbre de ciervos (2013)

 

Diálogo de ciervos

¿Por qué el poeta quiere mirar

                                           y tocar la palabra?

                                           Jaime Sáenz

 

por eso intocable que se aspira rozar

desde la acequia a la neblina que apacienta

el cuello del valle, saliendo del árbol cerrado

y no saliendo, eructando, entrando al baile

oceánico por su tersura abisal, por la traición

debida con las manos heladas, por eso velocísimo

translúcido genital sin dueño que no sabe de límites

 

por eso que restaña posee acusa

percute sume altera abrasa rechaza

en el hijo que vibra estatutos cuando

no hay mole que pegue – por los nacimientos

lumbres de ahogo planetas puentes

papiros que avizoramos

 

por eso intocable – y pan de cada día

 

 

 

 

 

De Temporarias y otros poemas (2016)

 

SONATINA DEL OTRO COSTADO

 

De la mano del viento

rodeada por luces y flores engreídas

va con una sonatina boliviana

en la mitad de la costilla y en la otra

déjase nutrir por acribillados y aludes

 

Va con la boca de la recién nacida

que corre a chupar de un cielo de edificios

va a flor de piel con los resecos padres

atados a su gruesa falda que barre el suelo

 

Va analfabeta del nombre de las calles

a las negras calles con barniz de siemprevivas

va a bordar la Constelación del Desamparo

a partir de unas verduras y sus temporarios

 

No hay retorno, Dios, ni costilla mágica:

érase una campesina maquillada

que se hizo astronauta al pasar la frontera

 

érase una pastorcita de habla entreverada

unos sueños como trapos lanzados a un Mar

 

érase un érase un érase

…….. y un horario                                          sin Sol

érase un érase un érase

……. y una infección de                                 Rosas

siniestras y en Cobre (colecciones de estrellas, inviernos y alaridos)

 

AHORA VOY ABIERTA Y FUGAZ

[1] El título del artículo coincide con el de un poema de Emma Villazón, incluido en su libro Lumbre de ciervos.

[2] Conocí personalmente a Emma en el II Encuentro Latinoamericano de Poetas Mujeres Con rímel, organizado por Gladys González Solís, en Valparaíso 2010. Volvimos a vernos en una localidad suburbana de Santiago de Chile en 2012, quizás alguna que otra vez más en Buenos Aires, o esas fueron llamadas telefónicas, no puedo precisarlo. Lo que sí puedo precisar es el impacto que su poesía tuvo en mí. Tuve el privilegio de ir leyendo su obra desde su primer libro, y los demás mientras se iban escribiendo, y de sostener una breve pero intensa amistad escrita en mails y mensajes de Facebook. Emma participó en las crónicas de Con rímel que se publicaron en Plebella, y también en el número 25 de esa revista, con un cariñoso y lúcido saludo. Muchas de mis impresiones sobre su obra se basan en ese contacto personal.

[3] También, de manera póstuma, se editó el libro de cuentos Desérticas (3600, Bolivia, 2016).

[4] Agregaría, por mi cuenta, a Caro Hoz de Vila, de la misma generación que los mencionados.

Las dimensiones de la Ley de Género en Bolivia

Manuel Canelas[*]

Foto: Satori Gigie

El 21 de mayo de 2016, Álvaro García Linera promulgó la Ley de Identidad de Género previamente aprobada por el Parlamento. “No van a desaparecer si les damos la espalda y los discriminamos. Lo que ha pasado ahora es que este colectivo se ha visibilizado y ha reclamado su parte… Hoy el colectivo transexual y transgénero está enriqueciendo la democracia del Estado de Bolivia”, dijo ese día el presidente en ejercicio al poner la firma sobre una ley aprobada con un apoyo transversal entre oficialistas y opositores. Se trató de un proyecto que no estaba en el programa de ninguno de los partidos en la campaña electoral de 2014 y que, pese a la resistencia de las iglesias católica y evangélica, y de las movilizaciones en favor de la “familia natural”, deja ver avances en la sociedad boliviana en pos de una mayor igualdad. La aprobación de esta ley sirve también para pensar cómo se interactúa con –y de qué modo recuperar el apoyo de– los sectores urbanos que se han ido alejando del proceso de cambio, como se puede ver con los resultado del referéndum del 21 de febrero pasado.

El proyecto de Ley de Identidad de Género, que aspira a que las personas transgénero y transexuales puedan modificar los datos de su carnet de identidad, llevaba en la agenda de las organizaciones militantes bolivianas varios años y no terminaba de encontrar un respaldo institucional firme, si bien es cierto que se logró, a fuerza de insistir, presionar y golpear muchas puertas, ir abriéndole paso en la opinión pública a lo largo de los últimos años. Finalmente fue la actual ministra de Justicia, Virginia Velasco, quien decidió que su cartera hiciera suyo el proyecto. Se lo trabajó junto a las organizaciones y algunos pocos expertos más. Y se llevó la discusión a diferentes regiones del país. Para sorpresa de no pocos, contó con el apoyo del presidente Evo Morales. Luego de ello, se coordinó con la Asamblea Legislativa Plurinacional y se amplió el abanico de instituciones estatales y organizaciones de la sociedad civil consultadas. Finalmente llegó el momento, hace unos pocos meses, de debatirlo en Comité, Comisión y en el Pleno de ambas cámaras legislativas.

Previamente, varios legisladores de todas las bancadas empezamos a comentar el anteproyecto en diferentes reuniones con nuestros colegas. Desde el primer momento, fue notable el apoyo al proyecto de ley y la transversalidad del mismo, lo que pudo comprobarse en las intervenciones en los debates de las sesiones de diputados y senadores.

La voluntad y el apoyo de los presidentes de ambas cámaras fue decisivo, así como el concurso de parlamentarios de la oposición. En el transcurso de la discusión hubo muy pocas intervenciones contrarias a la aprobación de la ley y los argumentos en su favor se centraron sobre todo en que se trataba de un cuestión de derechos humanos y que además es una realidad presente en nuestra cotidianidad: con ley o sin ella esta realidad seguirá allí y tanto la Constitución Política del Estado aprobada en 2009 como la Ley 045 –“contra toda forma de discriminación”– son claras al respecto. De hecho, estábamos llegando tarde como Estado.

Hubo también numerosas intervenciones de gente creyente, y en algunos casos practicante, que también se mostró favorable. Y otros muchos que recordaron que vivimos en un estado laico y que no correspondería introducir criterios fundamentados en las creencias religiosas, incluso si estos eran favorables a la ley. El punto era que la religión no debería constituir el horizonte final de la ética.

Enseñanzas después de la aprobación

Más allá de la contestación de la jerarquía católica, y de algunas otras dirigencias religiosas, que incluyeron movilizaciones en defensa de la “familia normal”, la recepción de la norma ha sido en general favorable. Los medios impresos más importantes del país la han apoyado, al igual que los organismos nacionales e internacionales de derechos humanos. Y, en las redes sociales, la campaña de apoyo suma cada día más y más adeptos.

Resulta muy interesante pensar cómo una ley que no estaba incluida –más allá de los apuntes generales sobre el avance de los derechos– en ninguno de los programas de gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS), de Unión Demócrata (UD) o del Partido Demócrata Cristiano (PDC) consigue –rápida y contundentemente– esa mayoría transversal a las bancadas, un respaldo significativo en la opinión pública y una resistencia menor a la esperada. Lo más razonable es pensar que la transformación de la sociedad avanza, como suele ser habitual, algo más rápido de lo que somos capaces de percibir los políticos. En el caso de los parlamentarios de la oposición, esta relativa incapacidad para percibir las nuevas demandas de la ciudadanía puede permitirse durar un tiempo; en el caso nuestro, del gobierno, creo que no. Un gobierno –un proyecto político– que aspira a seguir gestionando la cosa pública debe tener la capacidad de percibir por dónde va lo nuevo, cómo se está transformando el país y qué respuestas políticas espera hoy. Olvidarse de esto (que es básicamente olvidarse de que no se puede gobernar sin construir hegemonía) suele dar malos resultados.

No parece muy acertado confiar en que la oposición, a día de hoy, no tenga un proyecto nacional. Lo que no va a suceder –nunca ocurre de ese modo–, es que súbitamente un día aparezca un líder opositor con un proyecto alternativo en el que se reconozcan millones de bolivanos. La secuencia suele comenzar de modo diferente: el proyecto alternativo se va gestando en la calle –en su significado múltiple, cuando decimos calle no hablamos solo de asfalto o empedrado–, toma más cuerpo cuando el Gobierno de turno va perdiendo capacidad de seducir con sus ideas, de aglutinar mayorías en torno a estas.

Deberíamos tomar atenta nota de la positiva recepción que tuvo la ley de identidad de género en sectores urbanos. Eso sí, para comprender esta recepción y, sobre todo, cuáles son algunas de las nuevas contradicciones más relevantes de la Bolivia actual deberíamos empezar dejando atrás la caracterización absolutamente sesgada de lo urbano como sinónimo de “clase media” y por definción “antirevolucionaria”, según rezan algunas visiones ortodoxas. El campo de batalla hoy es precisamente lo urbano, entendido en un sentido amplio, no restringido a lo que significaba en los años 80. Es precisamente en este espacio donde tenemos que incidir en la siguiente fase una vez aprobada la ley: en sedimentarla, volverla cotidianidad. No hay avance social que se consolide solo desde lo institucional olvidando la calle; ni sentido común nuevo que se afiance solo desde los movimientos sociales sin que precise el concurso de la institucionalidad estatal. Y esto es particularmente importante en un momento en el que el “proceso de cambio” debe reconquistar a esos sectores urbanos (y medios) tras diez años de gobierno de  transformaciones.

[*] Diputado por el Movimiento al Socialismo.