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Experiencia y ensayo

Por: Denilson Lopes

En este escrito, el profesor e investigador brasileño Denilson Lopes (UFRJ) dispara un cuestionamiento a partir de la pregunta sobre cómo el crítico puede hablar. Así, reflexiona en torno a la experiencia, la pulsión autobiográfica y el ensayo en el campo cultural brasileño.


Para responder a  pregunta, ¿quién puede hablar?, me gustaría hacer otra pregunta: ¿Cómo el crítico puede hablar? En general, hablamos más de formas autoficcionales en el arte, pero estas también tienen una larga historia en la crítica brasileña. Para valorizar esta tradición, creo que el término experiencia puede ser un punto de partida importante.

La “Experiencia” de Joan Scott (1998) me ayudó a pensar cómo la experiencia del investigador es importante, pero no es un espacio de autenticidad, suficiente para legitimar la teoría, la crítica, el conocimiento. La experiencia puede ser politizada, pero también ser espectacularizada y evitar ciertas reducciones, como las realizadas por el lugar de habla, que, en el mejor de los casos, tan solo repite la importancia del papel constitutivo de la clase, el género y la raza en la subjetividad, mejor discutido, por ejemplo, en Identidad cultural en la posmodernidad (2001) de Stuart Hall, y peor discutido, de un modo mucho más común, en el desastroso uso que se realiza en el activismo de las redes sociales de subcelebridades e influencers.

Aunque sea inmediata en la percepción, la experiencia es portadora de una historia, de una verdad, no de la verdad, que siempre está mediada por discursos sociales (Scott, 1998). Desde la perspectiva de los estudios culturales y de los estudios de género, la experiencia no sólo se inserta en un terreno sociohistórico, sino que también se constituye como la encarnación, la narrativización de las identidades, y transita a través de ellas. La identidad debe considerarse no sólo como una cuestión lógica, formal y filosófica, sino sobre todo histórica, social y política. La experiencia, nos recuerda Joan Scott, no es el origen de la explicación, la evidencia autorizada, sino aquello que se pretende explicar, sobre lo que se produce el conocimiento (Scott, 1998), lo que nos indica que es importante reflexionar sobre quién habla.

¿Puede el crítico hablar? Para sugerir un camino a seguir, me gustaría hablar de otro aspecto de la crítica que intento practicar. Haré un modesto elogio del ensayo. Un espacio para la aventura y el riesgo. Ni teoría ni arte. Arte y teoría. El arte como teoría. Las imágenes son tan o más importantes que los conceptos. En una sociedad marcada por la espectacularización del sujeto, la experiencia del ensayista no debe reducirse a un mero gesto de narcisismo. Es una oportunidad para aprehender la cultura y la historia en la materialidad de la vida cotidiana, los afectos y las sensaciones. Sin barreras disciplinarias, el ensayista va donde le llevan sus preguntas, que también son su deseo. El ensayista escribe sobre lo que no sabe o lo que descubre mientras escribe.

Desde hace mucho tiempo, en las universidades brasileñas está en marcha un proceso general de profesionalización e institucionalización, que equivale a un creciente dispositivo de evaluación. En el mejor de los casos, este proceso pretende fomentar la investigación como práctica habitual y un uso más democrático del dinero público. Sin embargo, hay ciertos saberes que se encuentran un tanto al margen de un paradigma de conocimiento que proviene de sectores más conservadores de las llamadas ciencias duras, rápidamente asimilado por sectores de las ciencias sociales, a favor de metodologías exclusivamente cuantitativas y en el que la experiencia del investigador es, en el mejor de los casos, un estorbo. No es algo que deba debatirse, que merezca atención. Desde luego, no hay una posibilidad de conocimiento. En medio de un tiempo excesivo que se dedica a informes y solicitudes de recursos, la experiencia de la escritura como conocimiento vivido parece interesar poco. Se necesitan métodos y metodologías, normas, fórmulas y eslóganes en el frágil mercado intelectual brasileño. En este camino hegemónico, la escritura es sobre todo un medio de proporcionar información para que se pueda producir más y más rápidamente. Por lo tanto, es en este contexto, favorable a una cierta mediocridad y competencia de los comentaristas y divulgadores universitarios, en el que debe entenderse la provocación del ensayista, un aficionado en el país de los que quieren ser cada vez más profesionales.

Sin duda, la crítica literaria y las ciencias sociales en Brasil han estado profundamente marcadas por el ensayismo. Tal vez mucho más que los intentos de trabajos más sistemáticos, fueron los ensayistas los que crearon discípulos y tuvieron mayor impacto en el pensamiento nacional, con lectores que iban más allá de su campo de especialidad, como Gilberto Freyre, Sérgio Buarque de Holanda, Antonio Candido, entre otros. Con perdón de los colegas filósofos brasileños, es el ensayo el que ha generado nuestro pensamiento más fecundo y fructífero, en el que la posición del sujeto frente al mundo y los enfrentamientos de su tiempo se mezclan indisolublemente con el objeto de estudio y reflexión. Por ensayo no me refiero sólo a una forma en la que el sujeto tiene más libertad en relación con su objeto, retomando la lección de Montaigne, que coloca su experiencia como articuladora de ideas. Se trata de una posición teórica que intentará ser sofocada por los diversos deseos de cientificidad estrecha de las universidades brasileñas, como si éste fuera el terreno más seguro y capaz para hablar y comprender el Brasil.

Hablo de una ligereza que no abdica de la reflexión, y que tiene una larga historia. No pretendo aquí hacer un mapa de una genealogía de la crítica creativa que incluye el ensayo pero que va más allá. Entre la escritura-crítica de Roland Barthes y la lectura de ensueño de Gaston Bachelard, de los fragmentos de los presocráticos a los románticos, pasando por Nietzsche y el Libro de los pasajes de Walter Benjamin. Del uso de la narrativa en la historia, recuperada por la Escuela de los Annales, a la autoetnografía y otras experiencias de la antropología posmoderna. Desde la crítica que articula lo privado y lo público, la investigación y el activismo, en el contexto de los estudios culturales, poscoloniales, étnicos y de género, hasta el Nuevo Periodismo, la prensa marginal, los blogs de internet, los posts, los canales y las charlas performativas. El campo es vasto. Y de hecho existe una tradición tan rica y larga, e incluso más antigua, que la del uso distanciado o instrumental de la escritura. 

Tampoco pretendo mapear la crítica brasileña, pero sí resaltar un tipo de producción en Brasil que tensiona los límites del ensayo clásico, forma elegante de seducir al lector, en el que muchas veces se muestra una apariencia de simplicidad y se esconde un pensar sofisticado.

En esta apertura de posibilidades, entre la crítica literaria y la historia de la cultura, se podrían ver esfuerzos por producir ese ensayismo que se entrega a momentos narrativos, sin perder el hilo analítico y que utiliza metáforas espaciales como la ciudad y el viaje, posibilitando un texto más fluido, con una mirada a la deriva. Por citar obras en el horizonte de una crítica universitaria, menciono Trem Fantasma de Francisco Foot Hardman, O Brasil não é longe Daqui de Flora Süssekind y Orfeu Extático da Metropole de Nicolau Sevcenko. También podríamos remontarnos a una generación anterior, a autores con referencias teóricas tan diferentes como Silviano Santiago y Davi Arrigucci, que escribieron ensayos. En el caso de Silviano Santiago, el diálogo entre su ficción y sus ensayos aún no ha sido analizado de manera más articulada, no sólo porque sus libros como Stella Manhattan contienen ensayos, sino también porque su ficción responde a cuestiones que están presentes en su propia obra crítica, como en sus novelas Em Liberdade y Viagem ao México. El interés de Arrigucci por la memoria, la experiencia y la vida cotidiana se refleja también en su libro más lírico, Humildad, pasión y muerte, un ajuste de cuentas con Manuel Bandeira, que lo convierte quizá en el mejor estilista entre los herederos de Antonio Candido. Para mantenernos dentro de la misma generación, podríamos mencionar la mezcla de manifiesto y ensayo de Jomard Muniz de Brito, reeditado en Atentados Poéticos. Para saltar de generación, recordaría los microensayos de Evando Nascimento en Retrato Desnatural. En el campo de los estudios de cine, área en la que he estado trabajando más en los últimos años, no logro identificar tanto esta apertura.

Hablo también de otra constelación que radicaliza una narrativa, ya no tan marcada por las innovaciones de la historia cultural, sino por la lectura de Borges y Calvino, por la fascinación por los juegos de espejos, los laberintos, que sin perder la levedad del texto pueden incluirse en esta cartografía de una crítica creativa. Me refiero aquí a Todas as Cidades, a Cidade, de Renato Cordeiro Gomes, O Século de Borges, de Eneida Maria de Souza, y en el camino de la ficción a libros como Vôo Transverso, de Maria Esther Maciel, que termina con una entrevista ficticia a un especialista en Borges, y Entre O Cristal e a Chama, de Flávio Carneiro, que nos sitúa en la inseparabilidad entre lectura y escritura al hacer nacer al escritor a partir del lector. La escritura se traduce en materialidad, a partir del ejercicio cotidiano de la lectura, a partir del cuerpo del escritor. La lectura es una actitud ante el mundo. Quizá la sombra de Borges sea excesiva al final, cuando el personaje sin nombre del Lector intenta sin resultado salir de los laberintos textuales, evocando la dimensión solitaria, trágica y moderna de la escritura y la lectura. Sin embargo, existe una frágil brecha, una posibilidad que puede realizarse más allá de este libro, de la fascinación del texto a la experiencia del lector, de la crítica a la narrativa. Sin olvidar que tanto Maria Esther Maciel como Flávio Carneiro tienen sus propias obras de ficción.

Tal vez, además de Borges y Calvino, haya que recordar la recepción de la crítica postestructural en Brasil, especialmente la obra de Barthes, como lo hace Leyla Perrone Moysés, sobre todo en  Texto, Crítica y Escritura; o Roberto Corrêa dos Santos en Modos de Saber, Modos de Adoecer; y Eneida Maria de Souza en Crítica Cult e Paloma Vidal em Não escrever [com Roland Barthes] quizá sea la clave para pasar de la narrativa en la crítica a la cuestión de la autobiografía. Hace tiempo que este tema se convirtió en tema y cliché, con una enorme cantidad de trabajos sobre la memoria, desde los modernistas hasta los autores jóvenes, pasando por el interés por las crónicas, los recuerdos de la guerra de guerrillas y el interés por la obra de Pedro Nava. Aquí habría que recordar Corpos Escritos de Wander Melo Miranda donde se detiene en el juego de espejos entre Em Liberdade de Silviano Santiago y Memórias do Cárcere de Graciliano Ramos; o a Os Perigosos. Autobiografía y SIDA, de Marcelo Secron Bessa, y también a una de las últimas obras de Eneida Maria de Souza, Janelas indiscretas – ensaios de crítica biográfica,- que ejemplifican los impasses y los límites del género. La autobiografía no puede pensarse como una simple confesión, sino como una estrategia textual y performativa que, incluso en la crítica, busca un juego afectivo entre lector y texto. Como en las canciones de amor y en los programas de confesiones públicas de personas anónimas, el afecto es una forma de acercamiento, no diría sólo de identificación ingenua, sino de juegos de seducción en los que el hecho de que toda autobiografía sea una construcción, una interpretación de uno mismo, no impide que los lectores, especializados o no, tengamos una actitud entre el chismoso de vidas ajenas y el compañero emocionado de ruta.

Llegamos entonces a nuestro propósito. ¿Cuál sería la respuesta de nuestra crítica a esta pulsión autobiográfica en tiempos en los que el sexo rey hace tiempo que se convirtió en un espectáculo para millones de personas, en los que la autobiografía de cualquier amante de una celebridad se cree con derecho a contar su historia, en los que Internet está poblado de chats y diarios públicos? ¿Sería posible una nueva poética de la expresión sin ilusiones románticas? Como Robbe-Grillet saludando al último Barthes como el futuro de la prosa, ¿son estos textos ambiguos, entre narraciones testimoniales y autoficciones, algo más que narcisismo? Termino mencionando a Ana Cristina César. Sangre de poeta, de Ítalo Moriconi, como una estimulante mezcla de hablar del otro y hablar de uno mismo, hablar de una generación.

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Bibliografía

Arrigucci Júnior, Davi. Humildade, paixão e morte: a poesia de Manuel Bandeira. São Paulo: Companhia das Letras, 1992.

Bessa, Marcelo Secro. Os perigosos: autobiografia e AIDS. Rio de Janeiro: Aeroplano, 2002.

Brito, Jomard Muniz de. Atentados poéticos. Recife: Bagaço, 2002.

Carneiro, Flávio. Entre o cristal e a chama: ensaios sobre o leitor. Rio de Janeiro: EdUERJ, 2001.

Gomes, Renato Cordeiro. Todas as cidades, a cidade: literatura e experiência urbana. Rio de Janeiro: Rocco, 1994.

Hall, Stuart. La identidad cultural en la Posmodernidad. Madrid: Cátedra, 2001.

Hardman, Francisco Foot. Trem-fantasma: a ferrovía Madeira-Mamoré e a modernidade na selva. São Paulo: Companhia das Letras, 1988.

Maciel, Maria Esther. Vôo transverso: poesia, modernidade e fim do século XX. Rio de Janeiro: Sette Letras, 1999.

Miranda, Wander Melo. Corpos escritos: Graciliano Ramos e Silviano Santiago. São Paulo: Edusp, 1992.

Moriconi, Italo. Ana Cristina Cesar: o sangue de uma poeta. São Paulo: eGaláxia, 2016.

Nascimento, Evando. Retrato desnatural (diários 2004 a 2007). Rio de Janeiro: Record, 2008.

Perrone-Moisés, Leyla. Texto, crítica, escritura. São Paulo: Martins Fontes, 2005.

Santiago, Silviano. Em Liberdade. Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1981.

Santiago, Silviano. Stella Manhattan. Rio de Janeiro: Rocco, 1985.

Santos, Roberto Corrêa dos. Modos de saber, modos de adoecer. Belo Horizonte: Editora UFMG, 1999.

Scott, Joan. A invisibilidade da experiência. Projeto História, v. 16, p. 297-325, 1998.

Sevcenko, Nicolau. Orfeu extático na metrópole: São Paulo, sociedade e cultura nos frementes anos 20. São Paulo: Companhia das Letras, 1992.

Souza, Maria de. Crítica Cult. Belo Horizonte: Editora UFMG, 2002.

Souza, Eneida Maria de. Janelas indiscretas: ensaios de crítica biográfica. Belo Horizonte: Editora UFMG, 2011.

Souza, Eneida Maria de. O século de Borges. Belo Horizonte: Autêntica, 1999.

Süssekind, Flora. O Brasil não é longe daqui: o narrador, a viagem. São Paulo: Companhia das Letras,1990.

Vidal, Paloma. Não escrever [com Roland Barthes]. São Paulo: Tinta-da-China no Brasil, 2023.

 

 

 

¿Una geoepistemología alternativa? Notas a partir de Futuros menores, de Luz Horne

Por: Gisela Heffes

Gisela Heffes reseña Futuros menores. Filosofías del tiempo y arquitecturas del mundo desde Brasil, de Luz Horne, publicado en 2021 por Universidad Alberto Hurtado Ediciones. En su lectura, Heffes analiza la novedosa exploración que inaugura el contra-archivo del modernismo propuesto por Horne. Allí, detecta una geoepistemología alternativa por la que Latinoamérica puede asumirse ya no como objeto, sino como productora de conocimiento.


El reciente libro Futuros menores. Filosofías del tiempo y arquitecturas del mundo desde Brasil, de Luz Horne, es un libro luminoso en muchos sentidos. Su propuesta inicial es pensar las palabras (sobre todo su materialidad), y las imágenes, como dispositivos filosóficos para ejercer una reflexión en torno al tiempo y el espacio. Vincular, a su vez, la relación que entablan las palabras y las imágenes con el tiempo en la materialidad. Retoma –a partir de Bergson– la disputa en torno al tiempo filosófico y cuestiona, siguiendo un razonamiento bergsoniano, el lugar de la ciencia: esto es, la ironía de que, a pesar de sus sofisticados instrumentos de medición, resulte, dentro de esta lógica, (in)capaz de medir el tiempo. El saber científico y tecnológico no como inútil pero, acaso, como un saber fuera de foco. Tan –o quizá más– importante que lo anterior es la idea de desplazar ciertos presupuestos naturalizados sobre los lugares geográficos desde donde se pueden concebir el tiempo y el espacio. A saber, qué disciplinas y lugares geográficos se pueden pensar filosóficamente. Este desplazamiento dialoga con la noción de “epistemologías do sul”, propuesta por Boaventura de Sousa Santos, aunque dándole una vuelta, no sólo a nivel epistemológico sino a nivel espaciotemporal, a partir de una reevaluación del posicionamiento geográfico de la producción del saber, una geoepistemología alternativa, si se quiere.

La idea de pensar la filosofía –o pensar filosóficamente– a partir de las estéticas que han emergido y continúan emergiendo en el sur global es clave, al menos para mí, no para revertir o invertir posiciones epistemológicas fijas sino para facilitar un cuestionamiento de las formas temporales y espaciales de un modelo de progreso, un modelo de monumentalidad y un modelo de evolución teleológica impuesto desde la revolución científica. Partiendo de la idea de que, según Bergson, la ciencia explica la materia, pero la vida se le escapa fugazmente (una idea que me parece no sólo brillante sino hermosa), el libro de Horne recorre diferentes propuestas estéticas para encontrar en esa fugacidad, en esos intervalos, en los intersticios, y en sus márgenes, aquello que se le escapa a la ciencia y que es capaz de, justamente, desestabilizar los fundamentos sobre los cuales se apoya la modernidad (23). Una geoepistemología alternativa porque en su misma formulación se esboza un revés, una cartografía inversa a partir de la cual Latinoamericana deja de ser “pura naturaleza” –es decir, objeto de estudio exótico, materia prima– para asumirse como sitio, un espacio, incluso un campo no sólo capaz de, sino productor de conocimiento.

Futuros menores ejerce una crítica respecto del lugar de receptor que se le ha ido asignando a América Latina –su objetivación– y, por lo tanto, de un posicionamiento –una verticalidad– que dispone y organiza espacial y jerárquicamente de/los lugares de saber (lugar que implicaría a su vez una condición de pasividad, siendo, sin duda, el norte generador de saber y el sur objeto de consumo). Esta posición espacial remite, por lo tanto, a formas de la colonialidad: métodos de explotación donde el sur global exporta bienes primarios y de consumo (en este caso, cultura no procesada, rústica) e importaría, en su reverso, materia procesada: cultura refinada. Por el contrario, la idea acá es que la producción cultural y estética latinoamericana, como sugiere Luz, opera como sitio desde donde construir teorías críticas que se despliegan “fuera de la razón monumental moderna” (25). Pero para esto es necesario, a su vez, una operación que sustraiga América Latina de un imaginario-territorio ocupado por la razón instrumental y moderna; y como provocación, indagar cómo sustraerse de un modelo evolutivo, lineal, teleológico y racional sin incurrir en una práctica discursiva –proveniente de Occidente– que perpetúa la disyuntiva o dicotomía sur global = primario, irracional, exótico // norte global = sofisticado, racional, común. Porque, es sabido, esta dicotomía descansa sobre una lógica antropocéntrica (y androcéntrica), lógica inaugurada por Descartes y la revolución científica, lógica que además enfrenta cultura con naturaleza, sujeto con objeto, lo humano con lo no humano. A tal efecto, Futuros menores expone el correlato “filosofía moderna” y “separación entre naturaleza y cultura”, a partir del cual aquella entabla una relación con el mundo fundada “en el instrumentalismo, la propiedad, y la guerra” (29). Una relación, en suma, desigual que inaugura una disposición asimétrica entre el agenciamiento humano y el mundo material y no humano.

El ensayo parte de la idea de que Brasil es un sitio ideal para leer el revés de la modernidad, porque la estética producida allí propicia una lectura de los residuos, los escombros que el progreso fuera dejando sobre su marcha (31). Este revés de lectura incentiva, dentro de la argumentación planteada en el libro, la creación de un “contra-archivo del modernismo”, ya que estos restos materiales interrumpen la homogeneidad temporal, lineal, evolutiva a través de soplos fugaces –esa fugacidad de la que hablaba Bergson y a la que refiere Luz al comienzo, como ese “instante-ya” de Clarice Lispector también aludido en las primeras páginas– “con palabras e imágenes que construyen espacios de inmanencia” y en los que se sostienen “las grandes dicotomías de la modernidad” (31).

Hay algo en la metodología de Futuros menores que merece un pequeño intervalo o desvío. En este revés de lectura cada referente que se evoca y examina no sólo estimula la amplificación de las argumentaciones que se irán desplegando a lo largo de los capítulos siguientes, sino que irán tejiendo y entrelazando esos mismos análisis hasta armar un tejido amplio que, para visualizarlo de algún modo, sería como un gran entramado de hilos, imágenes y palabras. Una matriz reflexiva que descansa a su vez sobre una segunda propuesta –o eje argumental: concretamente, hilvanar una continuidad entre estos proyectos estéticos y ciertos programas filosóficos contemporáneos como el nuevo materialismo y vitalismos, aunque no tanto para acentuar “la historia como catástrofe” sino para proponer una exploración en las “aperturas filosóficas” que emergen “a partir de la crisis epistemológica” (32). Se entiende que al abordar la dicotomía de la modernidad se están cuestionando, asimismo, los ideales humanistas y antropocéntricos del hombre europeo y blanco. Es un intento por rescatar aquello que la soberanía humana ha dejado afuera, esto es, las comunidades indígenas, la naturaleza, lo no humano, considerado acá desde una vertiente material y dentro de un proyecto de colonización que ha ido reduciendo su capacidad de agenciamiento. Este análisis revela una paradoja interesante, a la que Luz regresa, sobre todo, en el quinto capítulo del libro: la idea, siguiendo a Hannah Arendt, de que esa reducción y marginalización de los “otros existentes” significa un forzamiento a vivir “afuera” aunque, a su vez, en “el corazón de lo social” (32). La paradoja se manifiesta íntegramente en el último capítulo cuando, retomando la idea expuesta por Viveiros de Castro en “Os Involuntários da Pátria. Elógio do Subesenvolvimento” (2017), advierte que esos “otros existentes” consisten en la condición de posibilidad para que el capitalismo, en todas sus vertientes tecnológicas actuales, continúe operando, sin detenerse, y ejerciendo su tarea de manera ininterrumpida. Paradoja, en cuanto expone, en esta genealogía de la otredad, su recurrencia y prolongación espaciotemporal.

Futuros menores se apoya en una idea de inmanencia (es decir, la construcción de una filosofía del tiempo que es el objetivo, y una arquitectura del mundo que se basa en lo inmanente [34]) que dialoga con los estudios posthumanistas. Con la creación de este “contra-archivo” que registra los despojos de la modernidad, se ejerce una praxis que intenta descentralizar el antropos, la linealidad temporal, y la idea de un progreso teleológico y de un futuro –por contraste “mayor”– al que se llega por medio de un proceso evolutivo. Se examina por lo tanto cómo una temporalidad no hegemónica –en este caso un futuro “menor”– puede manifestarse a través de una colección de huesos (“los huesos del mundo”) o la basura. Estos materiales orgánicos e inorgánicos –y que invitan a pensar y leer las demarcaciones “entre lo vivo y lo inerte”– operan afuera y adentro a su vez, tanto de lo corporal como de lo terrestre, borrando distinciones y cuestionando dicotomías que van más allá del adentro y del afuera. El marco teórico posthumanista y postantropocéntrico se expande a lo largo del libro a partir de una impugnación del postulado occidental de la excepcionalidad humana: Horne lo plantea, para dar un ejemplo, en el contexto de la construcción de las obras monumentales durante el periodo de la dictadura en los años 70 (capítulo 1). Esta arquitectura monumental dialoga con la idea de desarrollo, de desarrollismo en particular, y con la idea de progreso utópico, en cuanto la utopía teleológica del desarrollismo es una utopía que se erige sobre una noción de vacío, de tabula rasa –Ángel Rama mediante– para la cual resulta imperativo suprimir aquello previamente imperante (esos “otros existentes”) en nombre de la innovación y evolución, una novedad que, en última instancia, eclipsa un proyecto de nación, un modelo económico, una agenda política y una premisa social.  

Futuros menores inaugura un territorio de indagación que conecta discusiones recientes dentro del campo de las humanidades ambientales. Propicia, asimismo, un espacio de apertura y exploración que no fuera hasta ahora transitado. Se destaca, entre muchos, la elegía de las luciérnagas. Horne acude a la imagen propuesta por Pasolini en 1941–y que surge a partir de una crisis ecológica (en este caso la polución y la desaparición de lo no humano, es decir la crisis de la extinción)– como método para reactivar la idea de apertura epistemológica dado que, como queda demostrado, la imagen poético-ecológica apunta a una crisis del consumo y, en consecuencia, a una crisis de la potencial desaparición.

La eco-luz anacrónica es otro aspecto del libro que, en particular, desentraña otros espectros de indagación crítica: ¿cómo esta eco-luz anacrónica puede transformarse en motor para revisar, retrospectivamente, el canon y descubrir nuevos mapas, nuevas genealogías, nuevas configuraciones del campo cultural, nuevos cortes –quizá más transversales y menos verticales– y nuevos sentidos? Es acá donde identifico algunos puntos que dialogan con lecturas ecológicas y ecocríticas, posthumanistas –e incluso postcoloniales. Porque estas posiciones críticas estimulan una revisión del modo en que las imágenes estéticas se han ido forjando, de manera tal que fueran edificando cánones y desplazando –por medio de su disposición y organización epistemológicas– los lugares del saber, de la producción del saber y del consumo de saber. Esta eco-luz anacrónica se inscribe, así, dentro de los esfuerzos más recientes por visibilizar ausencias, por rescatar otros trabajos, otras estéticas, otras imágenes de la supresión y el olvido (recuperar los restos, restituir los escombros) y proponer nuevos archivos –o “contra-archivos”– y por lo tanto nuevas intervenciones espaciotemporales de indagación.

Futuros menores incorpora la producción estética y visual de la arquitecta y artista Lina Bo Bardi (capítulo dos) dentro de este “contra-archivo”. Acá, me interesó sobre todo la idea de autoría porque, en el proceso de colección y exhibición de objetos desechados, no sólo se borran distinciones de tiempo (el pasado en el presente) sino otras distinciones, como arte y trabajo, autor “individual” y autor(es) anónimo(s) y, por extensión, el yo individual y una pluralidad (un nosotros). Este gesto, en su potencialidad, cuestiona o reformula la noción misma de autor, autora, autores y, en este sentido, ese desplazamiento del yo individual podría pensarse como una sustracción que da lugar, en su “borradura”, a una colectividad de voces. Una formulación comunal que al desplazar la noción de autoría individual desplaza a su vez un modelo de temporalidad y espacialidad que se ciñe a una linealidad: un progreso evolutivo que se galardona con el reconocimiento y legitimación de un yo (89).

La noción de colectividad de voces apunta, por otro lado, a la idea de montaje (vía Walter Benjamin), sobre todo a la utilización del montaje como forma de exploración que recupera materia descartada a la par que propone una práctica coral: “Desde temprano en su vida, Bo Bardi muestra un interés por los objetos desechados y por los residuos, por el collage y por la construcción de objetos a partir de materiales recuperados o considerados inútiles” (99). Pluralidad que, desde ya, se manifiesta en la “reivindicación para el diseño industrial de los materiales considerados bajos”, en el interés por lo “popular” y en “una ética de la opacidad” y “menor” que “encuentra en Brasil –como todo lo menor– un cauce político: la piedra se vuelve basura y la basura, una acusación” (103). Porque, sugiere Horne, al pasar a “formar parte de un entramado histórico y geopolítico, el objeto hecho de basura se transforma en un ‘sin nombre’ benjaminiano que cambia el curso del tiempo para contar la historia de los vencidos” (103).

La idea de invención del tiempo moderno como forma de conectar espacios y hemisferios pero también como instrumento de control político sobre los cuerpos es otro de los aportes de Futuros menores. Aquí Horne propone que el concepto de tiempo moderno funciona como una biopolítica que no necesariamente, o no exclusivamente, se vale de las disposiciones espaciales –conocidas y exploradas– para ejercer ese dominio y sometimiento, sino que recurre a una forma –diría, un uso– de la temporalidad para ejercer un dominio sobre los cuerpos, como así también sobre los espacios. Se trata no sólo de una colonización espacial, sino de una colonización temporal y, al mismo tiempo, de una colonización de los imaginarios. Partiendo de esta idea del tiempo como una biopolítica –que es mi lectura del final del libro– se plantea la idea del tiempo como herramienta y sobre todo dispositivo para regular vidas (222).

Un futuro “menor” implicaría atender a lo residual, los remanentes que el progreso, la linealidad y la unidireccionalidad teleológica también fuera impugnando. Un futuro menor alentado por otros espacios e imágenes. Por desplazamientos –y, ante todo, recuperaciones. Saberes producidos desde los márgenes del tiempo y del espacio, y cuyas persistencias y continuidades reemergen hoy infundidas por una urgencia no tanto por reevaluar y reclamar “la historia de los vencidos” sino más bien por cuestionar la noción misma de vencedores. Un presupuesto que se inscribe, sin duda, en la noción de una historiografía “mayor” y, por ende, de triunfo y grandiosidad. Una geoepistemología alternativa, entonces, como revés, es el tipo de lectura que Futuros menores provoca. Una incitación que en su menoridad abarca intersticios múltiples y desatendidos que desbaratan presupuestos culturales imperantes: sean luciérnagas, sean voces anónimas, sean remanentes disueltos en el estrato de una geografía que los acoge para generar saberes, sueños, disidencias y transformaciones en torno a cómo habitar el mundo y cómo el mundo que habitamos debería ser. Su inmanencia, su ontología.


Futuros menores. Filosofías del tiempo y arquitecturas del mundo desde Brasil

Luz Horne

Santiago de Chile, Universidad Alberto Hurtado Ediciones

2021

298 páginas