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Del anime a las Ciencias Sociales, un camino hacia el estudio de Japón desde Argentina

Por: Valeria Rissotto[i]

Imagen: «Estados Unidos y Japón», Rissotto (2018).

 

“No hay forma de separar mi posicionamiento epistemológico de mi subjetividad”, nos plantea en este ensayo Valeria Rissotto, participante de la Diplomatura en Estudios Nikkei en 2018, y parte del equipo docente en 2019. Su lectura nos orienta más sobre una perspectiva posible para los estudios nikkei / niquey, desde su subjetividad como “no-descendiente”, para quien Japón llegó a su vida en forma temprana por el anime. Hoy Tokio es su lugar en el mundo para atravesar la pandemia 2020 y desde donde escribe estas palabras.


Figura 1 - Estados Unidos y Japón. Rissotto, 2018

Figura 1 – Estados Unidos y Japón. Rissotto, 2018

Que sea una imagen la que rompa la impasible página en blanco. Elijo esta. Una caricatura de la relación entre Estados Unidos y Japón. Los hitos históricos están marcados por la elección de la ropa. Geta y el tipo de zapatos que utilizaba la marina estadounidense en 1853. Pantalones de la Segunda Guerra Mundial. El ícono del “héroe americano”, nacido en 1941, y un kimono hecho a través de la técnica de bingata okinawense. Los peinados de los actuales mandatarios coronan las cabezas de mis personajes. El fondo es el recorte de un biombo namban. No lo elegí porque muchas veces los artistas retrataran en ellos la llegada de los extranjeros. Me gustó la metáfora de los “tiempos dorados” versus los “tiempos oscuros” como contexto para esta imagen. Intento, a través de la elección de un estilo inocente en el dibujo, crear un contraste entre lo aparente y lo histórico. No hay mejor forma de testear una primera observación que analizando sus condiciones de producción. Hasta ahí la explicación de esta imagen.

Me interesó la idea de trabajar con imágenes porque estas interpelan de manera inmediata. Apelan a las sensaciones, a las emociones, pero no están vacías de conceptos. Una imagen te gusta o te disgusta, y lo demás lo discutimos. Una imagen te incomoda, te interpela y ahí seguro que lo discutimos. Intento que mis imágenes sean complejas porque quiero decir algo a través de ellas. No creo que trabajar con imágenes sea menos productivo, o que sus bases sean menos válidas que el escrito académico. Todo depende de la perspectiva epistemológica, el marco teórico y el método del que se parta. Por eso elegí realizar lo que Linda Hutcheon, en su texto Teoría de las adaptaciones, llama adaptaciones: parodias, sátiras, homenajes. Géneros que incluyen la evaluación del autor. No es solo una representación, estoy analizando y argumentando. Por supuesto, lo hago a través de un determinado punto de vista.

A lo largo de este ensayo voy a hablar sobre lo que entiendo como perspectiva nikkei y a discutir por qué creo que es un buen lugar desde donde pensar Japón.

Posicionamiento epistemológico

Las imágenes acá presentadas son parte de mi trabajo final para la Diplomatura en Estudios Nikkei. En el primer módulo de este curso vimos algunas de las diferentes perspectivas con las que se realizan estudios sobre Japón. Japonismo, Japonología, Nihonjinron. Analizamos cómo, debido a cuestiones de influencias geopolíticas del conocimiento y culturales, estas teorías atraviesan nuestra percepción latinoamericana. Es decir, la forma en que accedemos y construimos nuestra idea sobre Japón está mediada por las teorías estadounidenses, europeas del oeste y japonesas más relevantes a nivel internacional. Como todo cuerpo de textos e ideas, estas corrientes no están libres de preconceptos y de los intereses políticos de su contexto de producción. Entonces, si quiero tener un acercamiento a Japón tengo que volver a las bases, retomar el consejo del querido Durkheim, y romper con el sentido común, y también con el sentido común académico que me atraviesa, sobre el país del sol naciente.

¿Cómo construir conocimiento autónomo, desde Argentina, libre de presupuestos erróneos? Deconstruimos las teorías, los imaginarios, los estereotipos. Desde Europa nos llegó la idea del exotismo y del misterio japonés. Los norteamericanos retomaron ese misterio para analizar, primero, al enemigo, luego, al discípulo ejemplar. La idea de inaccesibilidad extranjera a la esencia japonesa también resuena en algunos autores del archipiélago. Signos que se hacen conciencia y funcionan como anteojos que no siempre tienen el aumento adecuado. Creé estas imágenes eligiendo un posicionamiento epistemológico específico: la perspectiva nikkei.

Sabemos que la epistemología es esa parte “meta” de la ciencia. El estudio reflexivo del hacer científico. Desde qué lugar construimos conocimiento científico, cuál es la relación entre sujeto y objeto, cuál es el método más apropiado para responder una determinada pregunta, cuál es la validez de una teoría, son ejemplos de preguntas epistemológicas. Posicionarse epistemológicamente es elegir desde qué lugar interpretamos los fenómenos que nos interesan y desde qué lugar creamos textos sobre ellos. Como primera reflexión, nos reconocemos en nuestras interpelaciones. Ahora, tracemos una analogía.

Figura 2 - Perspectiva nikkei. Rissotto, 2018

Figura 2 – Perspectiva nikkei. Rissotto, 2018

Identidad nikkei

La perspectiva nikkei puede entenderse a través de la historia de la identidad nikkei en Argentina en la cual solo voy a ahondar lo necesario para explicarme (para saber más, consulta, por ejemplo, “Interpelación o autonomía” de Pablo Gavirati y Chie Ishida). A principios de los ochenta los nisei se encontraron atravesados por una doble interpelación, la de su país de nacimiento y la de Japón. Pero también sufrían una doble discriminación. En ambos lugares los trataban como extranjeros. Esto provocó que la primera generación de descendientes empezara a reconocerse en un espacio liminal. Un espacio con dos culturas, dos valores, dos sistemas de representación que podían utilizar.

Los nikkei fueron muchas veces víctimas de los estereotipos, los imaginarios y las representaciones provenientes de la interrelación entre las tres corrientes mencionadas y el contexto local. Este espacio intercultural resultó ser un punto privilegiado para observar los discursos que constituían la idea de lo “japonés” en Argentina. Este lugar de observación es el que ocupo cuando me posiciono en una perspectiva nikkei. Retomo el planteo que se dio durante la cursada; se trata de proponer un proceso de pensamiento. Situarse en el “entre” intercultural e interdiscursivo. Deconstruir los discursos, analizar las condiciones de producción de las propias ideas. ¿De dónde surgen mis presupuestos sobre Japón y sobre los japoneses? ¿Sobre la cultura otaku en Argentina? ¿Sobre la comunidad nikkei? ¿Sobre quienes practican ikebana o hacen origami?

Ansiando el reconocimiento de su interculturalidad, los nisei se adentraron en la construcción y defensa de una identidad autónoma, la identidad nikkei. Esta lucha tuvo su correlato en la creación y el hacer de instituciones específicas a nivel regional y local (la Convención Panamericana Nikkei en 1983, la creación del Centro Nikkei Argentino en 1985, la Federación de Asociaciones Nikkei en Argentina en 1994) y prosiguió con acciones de la siguiente generación (como El Proyecto Kinsei de CeUAN). De la misma manera que la comunidad nikkei llevó, y lleva, acciones específicas para lograr el reconocimiento de su categoría identitaria, también quien asume una perspectiva nikkei la elige con objetivos específicos.

Construyo conocimiento con el objetivo de crear algo autónomo, un saber local sobre Japón y sobre la relación entre nuestros países. La paradoja es que para ganar autonomía tenemos que reconocer los discursos que condicionan nuestra forma de entender el mundo. Podemos pensar al japonismo, la japonología y el nihonjinron como discursos. Los discursos, como materialidades de sentido, están en las novelas, en las películas, en las series, en las noticias, en los fanfic, en el fandom, en las comunidades y en nosotros. Me identifico con esto o aquello que aparece como lo japonés. Interiorizo esos imaginarios y se transforman en parte de mi subjetividad. Discursos que se hacen praxis e identidad. Soy, y somos, parte de esa comunidad que identifica en sí misma una interpelación fuerte con una cierta idea de Japón. Si elegimos una perspectiva nikkei, reconocer esto es la primera parte del proceso.

Elegiste un tema de estudio que se puede encasillar en “Estudios japoneses” o “Estudios nikkei”, estás leyendo sobre Japón, te interesa, ves anime, leés manga, jugás al Mario Bross o al Zelda, comés sushi, ramen, mochi, querés ir a Japón, leés a Murakami, tenés amigos con tus mismos intereses, conociste a tu pareja en un evento del fandom, cuando pensás en tus valores morales se te vienen Goku o Serena a la cabeza hablando del amor, la amistad, la perseverancia, etcétera. Recordemos: la epistemología estudia la relación entre el sujeto y el objeto de estudio. La identificación con ciertos presupuestos que crean la “idea” del objeto de estudio es parte de esta relación.

Figura 3 - Consumos, objetos, prácticas: ¿identidades? Rissotto, 2018

Figura 3 – Consumos, objetos, prácticas: ¿identidades? Rissotto, 2018

Subjetividad y conflictos

Al igual que el devenir de la identidad nikkei, la perspectiva no está exenta de conflictos. El primero es el propio nombre, utilizado por un/a descendiente que realiza estudios sobre la comunidad no hay problema aparente. ¿Pero, por qué yo, como no-descendiente de japoneses, utilizaría la palabra nikkei con la misma libertad? Dentro de la comunidad existe un debate latente sobre a quién aplica la categoría y qué variables se consideran cuando se piensa qué constituye lo nikkei. ¿Es solo una cuestión sanguínea? A medida que las instituciones se fueron abriendo al público en general, descendientes y no-descendientes se encontraron compartiendo algunos espacios, actividades, intereses y experiencias. Dirigentes del Colegio Nichia Gakuin comenzaron a utilizar el término “nikkei de corazón” para denominar a esas personas, sin ancestros japoneses, que compartían la doble identificación con Japón y Argentina. Sin embargo, la idea de integrar(nos) utilizando el mismo término no es algo que todos en la comunidad acepten y, sin dudas, como categoría identitaria de un grupo minoritario, los argumentos en contra de la ampliación del sentido se respaldan en razones entendibles.

Vuelvo a la cuestión de la identificación. No creo que haya posibilidad de absoluta objetividad ni en la investigación científica ni en ningún tipo de producción. Elijo una perspectiva con la que converjo ideológicamente, con la que me identifico. Mientras escribo este ensayo estoy sentada en el living de la casa compartida, en Asakusa, Tokyo, en la que vivo hace dos meses. Desde enero que estoy en Japón con una visa Working Holiday. Viajé sola durante 40 horas, dejando a mi compañero, que se suponía me acompañaría en abril si la pandemia no se hubiese extendido por el mundo, mi trabajo y proyectos varios. Vine para tener otro acercamiento al “Japón real”. En realidad el que yo creía que era el Japón “más” real, el de la vida cotidiana. Este es el impacto de una interpelación con “lo japonés” que empezó con Sailor Moon a mis nueve años y prosiguió a lo largo de toda mi vida, constituyéndome. Esta que soy yo, reconociéndome en mi identificación con “lo japonés” desde mi argentinidad, hace investigación en ciencias sociales, crea imágenes y escribe ensayos como este. No hay forma de separar mi posicionamiento epistemológico de mi subjetividad. Elegir una perspectiva nikkei como posicionamiento para estudiar la relación entre Argentina y Japón, o sobre Japón, no solo me permite construir conocimiento local y ubicarme de forma de evaluar las formaciones discursivas que subyacen a los presupuestos sobre Nipón, también me da la posibilidad de reconocer mi propia subjetividad como parte de esta construcción.


[i] Es Profesora  y Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social (FSOC/UBA). Diplomada en Estudios Nikkei. Especializanda en Estudios Contemporáneos de América y Europa (UBA junto a Univsersita di la Sapienza y di Camirino). Maestranda en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Nacional de Quilmes.

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Nachleben del bingata. Vuelta a la vida de la cultura visual okinawense

 

Por: Manuela Trejo Arakaki[i]

Imagen: «Desfile del Centenario de la Inmigración Okinawense (2008). Kimonos bingata en primer plano», de Silvina Gottschalk.  

 

Aquella vez, en 2008, que los colores del bingata en los atuendos de baile okinawense desfilaron por la Avenida de Mayo, tal vez se inició una nueva etapa histórica en la comunidad nikkei argentina. El imaginario de “Japón en Buenos Aires” no representa lo que allá se entiende como la cultura del Imperio Nipón, sino que está teñido por las tonalidades del otrora Reino de Ryukyu. En este artículo, Manuela Trejo Arakaki abre el Dossier «Estudios Inter-Culturales Nikkei / Niquey: Nuevas perspectivas entre Japón y América Latina», dirigido por Paula Hoyos Hattori y Pablo Gavirati, con una -bellamente escrita- iniciación al estudio del bingata como soporte de la identidad uchinaanchu.

 


 

El bingata no pasa desapercibido: el color estalla en su punto más alto de saturación y cristaliza su fuerza cuando se recorta sobre la tez maquillada con blanco de las bailarinas. Es puro color, imposible de eludir con la mirada; un estímulo amarillo enmarcando el ensamble de formas que luchan entre sí para mostrarse en la estridencia. Es vital, vital. El ushinchi* no es una prenda: es el traje ceremonial del baile de la corte, encierra en su materialidad el sello de la opulencia, la distinción, la exclusividad. Todo aquello irradiando extático en el movimiento pausado pero continuo del cuerpo y la tela, ofreciéndose a los dioses. Sobre la gran extensión amarilla —como un fondo bizantino, habilita un espacio supraterrenal donde los símbolos habitan juntos, pero unidos no por los elementos naturales sino porque forman una dimensión ideal— van derramándose, desde arriba, en los hombros de aquellas mujeres, primero los árboles y el viento, después las plumas de los pájaros que caen enredados en los helechos, quizás, sobrevuele un faisán de cinco colores, resabio de una antigüedad sumida bajo el poder de China, el Imperio Celeste.

Okinawa, isla subtropical del Océano Pacífico, situada al norte de Taiwán, al este de China, al sudeste de Corea y al sur de Japón, casi de forma equidistante; hoy perteneciente a Japón, pero en la antigüedad supo ostentar el nombre de Reino de Ryukyu. En este kimono bingata se siente el clima caliente y húmedo de esa tierra, el mar y el cielo, que todos juntos hacen brotar el magma dulce de las piñas, suavizadas apenas se tocan con las flores de durazno. Y de repente, la calma. Hay un vacío que nos hace respirar, aunque el aire sea denso y cargado de sol. Porque a la altura del suelo se encuentra el mar, las olas turquesas jugando como rulos van escalando en los tallos largos de los lirios, que son verdes porque están vivos, y que coronan cada uno una flor roja, blanca, rosa. Irrigan los campos de cultivo, esbozados como cuadrículas, al igual que el kanji* ‘ta’. Por último, asoma el rojo desde el interior del kimono, inyectando la sangre, golpeando junto con cada pulsación de la cuerda del sanshin*.

Una vuelta a la vida del Reino de Ryukyu, en aquel kimono. El bingata es un textil que se remonta al siglo XV, momento de la unificación del Reino de Ryukyu (1429-1879). Durante estos siglos la isla constituyó un enclave comercial de intercambio con diferentes zonas del sudeste asiático, con la subsecuente penetración de diferentes productos culturales que incidieron en las tradiciones locales. El bingata germinó en ese momento, a partir de la confluencia de saberes provenientes de otras regiones con las técnicas y las formas de Ryukyu. Este textil se realiza a través de un sistema manual de teñido sobre patrones, que representan de manera idealizada la flora y la fauna okinawense. Las figuras se agrupan y se expanden sobre un fondo liso, a menudo de color, como si estuviesen sustraídas del espacio terrenal y vueltas a resituar en un plano ideal. Se ubican en relación al medio circundante al que pertenecen, permitiendo la coexistencia de capas expresivas y formando así diferentes escenas en una misma tela. El cuadro que presentan no es narrativo sino que crea un entorno supraterrenal que eleva a los elementos hacia un hábitat cargado de significación. En sus orígenes, los colores y las figuras designaban el estatus social y estaban fuertemente regulados por la corte de Shuri —antigua capital del reino—, subsistiendo hasta su abolición junto con la familia imperial y su corte. La antropóloga Sumiko Sarashima y su minucioso estudio sobre el bingata, nos ofrece una perspectiva diacrónica de este arte superviviente: a lo largo de la historia de Okinawa —desde la incursión de Satsuma (1609), pasando por la anexión como prefectura japonesa en la era Meiji (1879) y su proceso de absorción formal al imperio— se conservó como una producción tradicional y autóctona de la región sin parangón con otras técnicas textiles japonesas.

Sin embargo, en el siglo XX apareció una tercera potencia en la arena: la milicia norteamericana. A partir de la Batalla de Okinawa en 1945, la isla sureña cayó bajo su dominio y comenzó un derrotero de disputas imperiales, sometiéndola a los intereses estratégicos políticos y militares de los gobiernos japonés y norteamericano. Desde 1952 hasta 1972, la prefectura de Okinawa quedó bajo la administración fiduciaria estadounidense. Al enfocar sus esfuerzos en una rápida recuperación económica luego de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno japonés había dejado en manos norteamericanas la función de defensa, motivada en parte por el estallido dos años antes de la Guerra de Corea. Sin embargo, si bien Japón recuperó la soberanía de las islas del sur en 1972, aquellos enclaves militares no fueron desterrados de Okinawa. Se denomina “problema de Okinawa” a esta presencia residual pero activa de la ocupación militar norteamericana, que se remonta al contexto de la Guerra Fría y que aún hoy constituye una fuente de tensión entre el Primer Ministro y el gobierno de la prefectura.

Nueva vida para el bingata

"Estampilla postal de las Islas Ryukyu. c.1967". Fuente: Flickr.

«Estampilla postal de las Islas Ryukyu. c.1967». Fuente: Flickr.

A través de los sellos postales y souvenirs destinados a las familias de los militares estadounidenses que moraban en las bases, el bingata resurgió en soportes novedosos. Fue un momento de grandes cambios estructurales, entre ellos se comenzó a tejer una imagen exótica y paradisíaca de Okinawa. Tal como señalan los estudios de Mike Perez acerca del turismo, la administración norteamericana en la isla realizó una operación deliberada sobre la “identidad”: se retornó al nombre oficial de Ryukyu y se reforzaron las particularidades culturales regionales —también en el periodo Edo, el gobierno central de Japón estableció un reglamento estricto acerca de cómo debían vestir las caravanas provenientes de Ryukyu en su visita anual a la corte: su función era resaltar el exotismo de aquella cultura—. Este programa tuvo la intención de acrecentar la brecha cultural entre Okinawa y Japón. En palabras de Rancière, la relación de interdependencia entre las esferas de la política y la estética determina la reconfiguración del reparto de lo sensible, haciendo visible aquello que no lo era. En estos años se crearon espacios para el despliegue de las danzas, la música y las artes visuales: se revitalizó el arte de la era del Reino, marcando un punto de inflexión en el retorno a la identidad uchinaanchu (okinawense). Esa estratagema de la administración norteamericana fue eficaz porque caló en un deseo latente, el deseo de reivindicar como propio un pasado esplendoroso y único; tuvo un efecto tangencial que sus actores capturaron, para movilizar la reconstrucción de su historia colectiva.

En 1973, Okinawa es devuelta a Japón. Pero un rasgo sobrevivió: la estandarización de la cultura visual, folclórica, de Okinawa, se consolidó como estrategia económica, vinculada al turismo como fuente privilegiada —y deseable— de ingresos[ii]. La activación del turismo como principal atractivo de la isla necesita de esta delimitación concreta de la “diferencia cultural” para recrearse y ofrecerse como producto. Sin embargo, esta cultura visual, en el recorrido que realizan sus imágenes al ser enviadas al mundo, es también aprehendida por la comunidad uchinanchu de ultramar (los migrantes y sus descendientes asentados en diferentes partes del mundo) y resignificada en su discurso imaginario. Esta estrategia política y económica termina materializándose en un corpus visual que trasciende la instancia nacional. ¿Cómo se pasa de una imagen emitida desde el gobierno central de Japón, imagen reificada de Ryukyu y su pasado mítico (pre anexión como prefectura), de una isla tropical pacífica, hasta la apropiación por parte de la comunidad uchinanchu transnacional de esas imágenes, resignificándolas como una matriz en común, susceptible de albergar la memoria colectiva?

La apropiación que realiza la comunidad uchinanchu transnacional de la imagen del bingata, aporta un elemento importante de identificación que refuerza la cohesión de sus miembros dispersos globalmente. Desde su origen en el Reino de Ryukyu hasta su desmaterialización en la era digital, esta forma se activó en sus diferentes etapas como un vector formativo de identidad comunitaria. La comunidad uchinanchu recuperó la imagen del bingata entramándola en su corpus visual de representación como comunidad. El estatuto visual es importante porque permite sortear el salto de la traducción. Por el carácter transnacional de la comunidad las diferentes lenguas dispersan una posible cohesión, y en esa torre de Babel la imagen se inscribe como vehículo del saber. La imagen ocupa el lugar del logos. Se independiza de su soporte y emerge de los intersticios que se abren en el entrecruzamiento de las culturas, erigiéndose como una visión resistente: el retorno a las prácticas sensibles de Ryukyu funciona como asidero en un contexto que despojó al sujeto de lo simbólico —la pérdida de la lengua uchinaguchi, de los nombres propios, de la historia—. Más aún, ese soporte queda latente en la imagen, porque es aquella potencia de su materialidad la que sigue inyectando el atributo de la sacralidad en todas las producciones posteriores; porque es necesario ese punto de contacto con el Reino de Ryukyu para validarlo como elemento de la memoria colectiva. Como postula Stuart Hall, la identidad no es una esencia sino una ficción que se construye, sin por ello perder eficacia: reafirmando su distancia con Hondou*, Okinawa puede validar su cultura autóctona regional y resignificarla. Aparece en sus dos dimensiones: la imagen bingata —en cualquier material, incluso digital— inmediata y su cuerpo en potencia, aquel que en la memoria fue un símbolo de la realeza y que, por lo tanto la activa como forma identitaria —idéntica, igual a la función original—. Cuando el lenguaje no es una puesta en común, lo visual es una dimensión que permite estructurar la cultura.

El caso de la inmigración japonesa en la Argentina tiene la particularidad de presentar un porcentaje mayor de okinawenses respecto a los inmigrantes provenientes de la isla principal de Japón. En este sentido, las representaciones que fueron configurando una cultura visual local de esta comunidad, provienen de dos instancias: primero, de la gran cantidad de inmigrantes okinawenses que se instalaron en el país y, segundo por aquel plan de revitalización de las raíces ryukyuenses que comenzó en el periodo de administración norteamericana y continuó luego de la “reversión” de Okinawa a Japón, también como un programa sistemático. El textil vehiculiza la tradición okinawense porque interpela directamente a través de un saber colectivo, las formas —de la flora, la fauna y la mitología— y sus colores típicos calan en un imaginario construido como tal a partir de la segunda posguerra. La naturaleza ficcional de ese proceso no implica la pérdida de verosimilitud con su referente: es el uso del pasado histórico del Reino de Ryukyu como lugar de anclaje, como instancia que permite apelar a un sustrato mítico, y como tal, maleable, de una identidad en formación constante. Esta identificación, visual en este caso, actúa cohesionando lo que en la modernidad implicó el fenómeno de las grandes migraciones, suturando la disgregación y aliviando de esta manera, la pérdida de un territorio donde agarrarse.

Nachleben: vuelta a la vida.

Nachleben der antike: la frase que signó el camino intelectual de Aby Warburg, su deseo puesto en la permanencia del pathos, aún luego de la tabula rasa cristiana; una corriente subterránea que irrigó la historia del arte occidental. Vuelta a la vida de la antigüedad pagana. Su obra disecciona en la diacronía ciertas imágenes que lograron vivir miles de años; nos señala con agudeza la permanencia, que unas veces se oculta pero que en otras épocas y otros lugares vuelve a desplegarse para instalar su presencia. La ninfa, el pathosformel o modelo de sentido que Warburg identificó como la prueba de un paganismo antiguo que resiste su muerte, habita solo en la tradición occidental europea. Sin embargo Warburg formuló algo más interesante: una lógica. Esto nos posibilita dar vuelta la pregunta por la recurrencia de las imágenes. Ellas no tienen vida propia, o no están dotadas de energía, incluso no portan la magia del arquetipo; el sujeto que las mira, sí. Habría que preguntar entonces, por qué los sujetos necesitan recurrir, nuevamente, a una misma imagen. ¿Cómo la dotan de energía?

El continuum que Warburg elaboró, nace en el paganismo antiguo y llega hasta nuestros días: una imagen —la ninfa— que no es más que una forma que condensa aquel pathos originario, y lo traslada investido, a través de diferentes épocas y sus diferentes concepciones universales. Esta imagen se encuentra en la superficie, porque ella misma es superficie, entonces ¿cómo se mantiene oculta, como opera a la vista de todos? La figura de la ninfa se enlaza con otros sistemas semióticos y produce nuevos sentidos. La vuelta a la vida de una forma, que nació hace siglos pero que en diferentes épocas volvió a activarse—cobró fuerza, es decir, volvió a ocupar un lugar privilegiado en la cultura visual de la sociedad— y, en otras épocas, se mantuvo dormida. Ese ocultamiento de sí misma tiene que ver con las posibilidades que habilita la forma y qué significados puede articular. Puede activar algo antiguo: la identidad ryukyuense, la construcción ficcional de los sujetos y sus representaciones culturales y artísticas. El bingata es la corte de Shuri, el apogeo del Reino, la prosperidad y los intercambios con las regiones asiáticas circundantes. Su mayor o menor circulación como imagen, su visibilización, su uso, no son azarosos. Carga en sí misma la potencia de ese legado que en última instancia significa: autonomía.

Esta imagen hace síntoma en el sentido que Warburg da a esta palabra. Pone en la superficie aquello que está oculto, rechazado de la experiencia del presente; desplaza algo del pasado aparentemente minúsculo, y lo saca a la luz como un elemento anacrónico. Ese presentarse de la imagen, tiene la fuerza de hacer chocar no solo espacialidades sino también temporalidades asincrónicas. El bingata comenzó su recorrido en el Reino de Ryukyu, pasó por Okinawa —la japonesa y la norteamericana— y ahora se presenta en la comunidad nikkei* uchinanchu. Genera una fricción y opera desde el interior de esa falla. Con-mueve las representaciones identitarias y les permite motorizar el proceso de reapropiación de su identidad. Hace síntoma porque atraviesa lo sensible (la cultura visual uchinanchu) e instaura allí algo del orden del deseo que permanecía oculto. El aplastamiento de la identidad okinawense por parte de los diferentes procesos de aculturación hizo mella en la historia, es decir, en la palabra; la dimensión visual del bingata posibilita y habilita otras formas de producción de conocimiento, de sentidos, de subjetividades.


[i] Licenciada en Artes (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Diplomada en Estudios Nikkei (Asociación Estudios Nikkei / Niquey).

[ii] En los años veinte, el movimiento Mingei originado en Japón también realizo un esfuerzo por reposicionar el arte de Ryukyu. Sin embargo, su postulado era otro: más cercano a la polémica entre las Bellas Artes y las artes decorativas, derivada del movimiento inglés Arts and Crafts liderado por William Morris, que tuvo su correlato en Alemania con la Bauhaus.

Glosario

Hondou: islas principales de Japón.

Kanji: ideograma de la lengua japonesa, proveniente de China.

Nikkei: En principio: palabra que designa a los descendientes de japoneses alrededor del mundo. (NdE: Leer la introducción del dossier para una breve discusión al respecto. Por lo demás es el tema de discusión central de la Diplomatura en Estudios Nikkei).

Uchinaa: nombre de Okinawa en su idioma.

Uchinaaguchi: idioma de Okinawa.

Ushinchi: tipo de prenda que se usaba en los bailes ceremoniales, similar al kimono japonés.

Sanshin: instrumento musical de cuerdas característico de Okinawa, que fue introducido desde China alrededor del siglo XV. En la actualidad, se sigue utilizando tanto en la música tradicional, como también fusionado con otros géneros musicales.

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Escritores que no escriben: apropiación y desplazamiento de la palabra en la escritura y en la cultura contemporáneas

Por: Leonardo Villa-Forte

Traducción: Jimena Reides

Imágenes: Leonardo Mora

 

Para Leonardo Villa-Forte, la llamada “escritura de la apropiación” –aquella que no busca innovar, sino seleccionar, organizar y editar– perturba paradigmas y propone nuevas respuestas a interrogantes de larga data: ¿Qué es un autor? ¿Qué significa escribir? ¿Cuál es la diferencia entre escribir y componer un escrito? ¿Cuál es la relación entre la escritura y su medio? En su análisis, el autor aborda distintos materiales: desde los trabajos de Kenneth Goldsmith –Traffic, Weather, Sports y Day, hechos de transcripciones de contenidos informativos de radios y diarios para el medio libro– hasta Sessão, de Roy David Frankel, que utiliza fragmentos de los discursos de diputados brasileños durante la votación de 2016 que decidió el impeachment de Dilma Rousseff.

 


 

1. Actualmente, el texto vive su apogeo en cuanto a su movilidad. Los textos están esparcidos por todos lados y pueden ir de un lado a otro con mucha rapidez. Las multifunciones que se usan en una computadora o en un smartphone facilitan el desplazamiento, la diseminación y también el deslizamiento entre los formatos pues reúnen, en un único soporte, no solo textos, sino videos, música, fotos y otros materiales. En las pantallas interactivas, los diferentes formatos se abren uno junto al otro; incluso, se tratan juntos en un mismo programa, tal como los de edición de video, que aceptan música, imágenes y texto. Cuando un formato se desliza sobre otro se quiebra la rigidez de las fronteras. Se juntan distintos autores, materiales poéticos y no poéticos, cinematográficos y no cinematográficos, literarios y no literarios, entre otros. Y el texto está en todos lados, incluso al revisar videos o música pues incluso en estos casos hay un link, que es texto, hay un título, el nombre del autor, todos escritos, aunque esté en códigos, lo que lleva a Vilém Flusser a temer por la sustitución del abecedario por códigos alfanuméricos. Sin embargo, no nos detendremos en esta previsión que suena catastrófica para la república letrada, pero sí en la pregunta: ¿De qué forma se encuentra hoy la inserción de la práctica de la escritura en este aún reciente ecosistema multifacético, donde reina el copiar y pegar, el desplazamiento, la pérdida de un obstáculo de origen?

Roger Chartier afirma que

Así, es fundamentalmente la propia noción de “libro” a la que la textualidad electrónica cuestiona. En la cultura impresa, una percepción inmediata asocia un tipo de objeto, una clase de textos y usos particulares. Así, el orden de los discursos se establece a partir de la materialidad propia de sus soportes: la carta, el diario, la revista, el libro, el archivo, etc. Esto ya no ocurre en el mundo digital, donde todos los textos, sin importar cuáles sean, se entregan a la lectura en un mismo soporte (pantalla de la computadora) y en las mismas formas (generalmente las que decide el lector). De este modo, se crea una continuidad que ya no distingue los distintos géneros o repertorios textuales que se tornaron semejantes en su apariencia y equivalentes en sus autoridades. De ahí la inquietud de nuestro tiempo delante de la extinción de los antiguos criterios que permitían distinguir, clasificar y jerarquizar los discursos. Su efecto no es pequeño sobre la propia definición de libro tal como lo entendemos, tanto un objeto específico, distinto de otros soportes escritos, como una obra cuya coherencia y totalidad son el resultado de una intención intelectual o estética. La técnica digital entra en pugna con este modo de identificación del libro pues lo convierte en textos móviles, maleables, abiertos, y confiere formas casi idénticas a todas las producciones escritas: correo electrónico, bases de datos, sitios de internet, etcétera[1].

Al colocar lado a lado, en el mismo soporte y bajo la misma forma de presentación, textos de distinta naturaleza (como “carta”, “ficción”, “artículo”, “anuncio”, “lista de compras”), se debilita la distinción entre los géneros en cualquier categoría externa al texto en sí como una secuencia de letras y palabras. La diferenciación por soporte simplemente desaparece. Es muy posible que ese encuadramiento de las formas tenga relaciones de intensificación con lo que Josefina Ludmer llamó “literatura posautónoma”: dado que el texto literario pierde, en el medio digital, su apariencia específica y se torna uno más entre tantos otros en los más diversos registros, los objetos impresos artísticos y literarios reproducen esa lógica. En una computadora, desde el punto de vista de la distribución y del soporte, la obra literaria tiene el mismo estatus que una invitación a un casamiento.

Michel Foucault nos dice que la construcción de un “autor filosófico” no se da de la misma forma que un “poeta”, así como, podríamos agregar, un “científico” no se construye de la misma manera que un “novelista”. No siempre una editora que publica libros científicos publica novelas. Una revista que hace reseñas de libros de poemas no siempre hace reseñas de libros de filosofía. La tapa de un libro de teología es diferente de la tapa de un libro de historietas. Son distintas instancias que hacen circular los nombres de los autores y los legitiman. Además, parten de diferencias materiales como, por ejemplo, el tipo de tapa de un libro literario y un libro jurídico. O en la diferencia del formato impreso, el tipo de papel, de una revista de celebridades y una revista de medicina. Lo que pasa es que, en el ambiente digital, esos elementos marcadores de diferencias desaparecen. Cuando recibimos en PDF el capítulo de un libro, es decir, una parte del libro, eso nos impide ver la tapa, ver la biografía del autor; muchas veces no hay tapa. Lo mismo sucede cuando leemos un texto compartido por alguien en una red social, que nos llega solo con una referencia (la validación de quien lo copió o fotografió y compartió). Así, textos de diferente naturaleza se convierten en más indefinidos.

Gran parte de los trabajos del poeta y profesor estadounidense Kenneth Goldsmith, como las obras Traffic, Weather, Sports y Day —todas hechas de transcripciones de contenidos originalmente informativos y funcionales, de radios y diarios, para el medio libro— se insertan exactamente en ese lugar: la indistinción producida en el ambiente digital se trae al medio material. Un libro puede ser el soporte tanto de una historia ficcional como de una edición completa de un diario o incluso, el soporte para la transmisión (ahora en texto) de dos día de informes sobre el seguimiento del tránsito en Nueva York. La naturaleza del soporte y la del contenido que se encuentra en él entran en discusión. No existe un soporte específico para el audio. Puede ser el oído del receptor, puede ser el hard drive de Kenneth Goldsmith, puede ser un archivo de Word en su computadora y, si se transcribe, puede ser un libro. Informes de tránsito completos… nada más que eso. ¿Eso sería material digno de ocupar un libro entero? Goldsmith adopta la indistinción de soportes del medio digital como táctica artística. Si la computadora nivela todos los archivos de texto en formato digital, Goldsmith nivelará textos (procedentes de universos distintos) en el formato libro. Y no escribirá ninguno de ellos. La táctica es la apropiación. Un poeta que no crea. Una práctica que llevó a Goldsmith a formular la idea de uncreative writing, que podemos traducir como “escritura no creativa” o, también, resaltando su carácter de reaprovechamiento, “escritura recreativa”. En una época en que la creatividad pasó a valorizarse en todas las áreas, como en la “economía creativa”, y el término “innovación” pasó a figurar en el vocabulario de todos los campos, desde la ingeniería hasta la publicidad, lo realmente innovador y creativo seria, justamente, no crear. Sino apenas seleccionar y editar, como hace un DJ. Eso ya se convertiría, en sí, en un acto artístico.

En el caso de Goldsmith no se puede decir que sean transcripciones pasivas. Luego de seleccionar el contenido sobre el que se trabajará, el poeta toma decisiones sobre la forma en que se presentará el texto, y esas decisiones afectarán la perspectiva que se tiene del trabajo. Por ejemplo, pensemos en Traffic: a pesar de su método archivístico, la obra no contiene la información que presentaría un archivo común. No sabemos cuáles son los días, qué “gran feriado de fin de semana” es ese. Es un día sin referencia dentro del calendario. Del mismo modo, un “espectáculo de realidad”, para usar un término de Reinaldo Laddaga. Y, quién sabe, una vuelta a la hiperrealidad, dado que al discurso se lo aísla de su contexto y solo tenemos acceso a ese y nada más, como un gran zoom hecho por determinado espacio de tiempo en la oralidad de la radio. La forma en que Goldsmith trata el material de Traffic: los informes de tránsito, dividiéndolos en capítulos, o el material de Day, escogiendo dónde debe aparecer cada tipo de noticia de una edición entera del New York Times, demuestran que existe lo que podemos llamar “decisiones autorales” en juego. El autor Goldsmith es el vehículo de un procedimiento, autor-máquina, sí, pero no sin que eso incluya algún grado de interferencial autoral, en el sentido que Goldsmith presenta su material a la manera propia de Goldsmith. Otra persona podría, con el mismo material en sus manos, presentarlo, dividirlo, disponerlo de otra manera, y eso resultaría en una obra diferente. De esta forma, hay una brecha en ese gesto casi maquinal en que la subjetividad de Goldsmith actúa de manera perceptible.

Marcel Duchamp buscaba hacer arte retiniano, es decir, arte que no tuviera como función agradar a los ojos o, incluso, arte que no tuviese como objetivo principal los ojos, la retina. Arte que no fuese, en sí, la imagen que presenta. Duchamp basaba sus elecciones en las cuestiones de indiferencia y en la total ausencia de buen o mal gusto. Sobre las obras de Goldsmith, podemos decir algo similar: el autor no optó por un texto más o menos próximo a una categoría de “buen gusto” o “mal gusto”. Los criterios son otros. Con Duchamp, la obra “puede” ser mirada, vista, observada, solo que esta no trabaja con las nociones de belleza y destreza manual, como lo hace un cuadro de Van Gogh o una escultura de Rodin. De la misma manera, el arte de Goldsmith se puede leer, solo que este no trabaja con la noción de calidad literaria como trabajan Philip Roth o Raduan Nassar. Ni el arte de Duchamp se destaca por el esmero visual ni el de Goldsmith sobresale por el esmero textual: ninguno los dos tiene su fin en el placer estético del ojo o de la legibilidad. Duchamp dice: “Traté constantemente de encontrar alguna cosa que no evocara lo que ya sucedió antes”[2]. Para Duchamp, hacer arte era luchar con su pasado inmediato; en este caso, un pasado compuesto por el arte retiniano de los postimpresionistas y cubistas. De acuerdo con Marjorie Perloff, “como no quería (o no podía) emular las técnicas de pintura de Picasso o Matisse, Braque o Gris, decidió, en un momento crítico, ‘hacer alguna otra cosa’”[3]. Esa parece ser una premisa de la escritura de apropiación: hacer alguna otra cosa, escribir de otra manera. Escribir sin escribir.  Y, en el caso de las obras de Goldsmith —como de otros autores como Craig Dworkin, Vanessa Place y Carlos Soto-Román— hacer “literatura conceptual”, una literatura donde la idea sea más importante que el intento de involucrar al lector en la lectura del texto. Una escritura que busca más pensadores que lectores.

2. Para el crítico y curador francés Nicolas Bourriaud, desde la década de 1990, “una cantidad cada vez mayor de artistas viene interpretando, reproduciendo, volviendo a exponer o utilizando productos culturales disponibles u obras realizadas por terceros”[4]. Bourriaud denomina a dichas actividades prácticas de “postproducción”. Para él, en la actualidad el artista no transforma un elemento en bruto (como el mármol, un lienzo en blanco o arcilla), sino que utiliza un dato, sea este un producto industrializado, un video o incluso un animal. Para Bourriaud:

Las nociones de originalidad (estar en el origen de…) y también de creación (hacer a partir de la nada) se esfumaron en ese nuevo paisaje cultural, marcado por las figuras gemelas del DJ y del programador, cuyas tareas consisten en seleccionar objetos culturales e insertarlos en contextos definidos[5].

Aquí, el sampler se convierte en una figura central. Samplear consiste básicamente en retirar o copiar fragmentos de una o varias fuentes y transferirlos, reposicionándolos en un determinado contexto diferente a aquel de donde se retiraron los fragmentos. Es decir, se asemeja a un reaprovechamiento, un segundo uso dado a cierto material. En literatura, el sample se aproxima a lo que concebimos como una cita. Citar es resaltar un fragmento, ponerlo delante de su conjunto anterior, destacarlo y traerlo a una nueva situación. Citare, en latín, significa poner en movimiento, hacer pasar del reposo a la acción. Cuando citamos, activamos palabras que antes dormían. Pero hay una diferencia crucial entre la cita y gestos más radicales de apropiación: la cita tradicional se hace cuando el contenido copiado se relaciona con un crédito, con la referencia a la fuente: en gestos de apropiación, la aclaración en cuanto al origen puede estar o no. Es decir, el gesto de apropiación varía; en algunos formatos, la fuente puede permanecer oculta. Pero las diferencias no terminan ahí: en general, cuando hablamos de citas hablamos de ese fragmento previamente escrito que se reproduce con el fin de ilustrar una idea, reforzar una posición; aumentar el volumen de sentido de cierta afirmación, además de conferirle autoridad. No hablamos de ese tipo de cita cuando hablamos, por ejemplo, del bricolaje, del mash-up como “montaje de fragmentos”. En estos casos, la cita no es un aumento de sentido a un texto anterior del autor original, justamente porque no existe un anterior que no sea en sí ya una cita o fragmento de otro texto. La cita no viene a ilustrar una idea. Esta es el texto; es la idea. El fragmento se reproduce para ser una de las partes integrantes del trabajo, en el mismo nivel que otros extractos. No se utiliza para aclararlos o reforzarlos.

Pasamos de la “lógica del sentido” —algo que nos ayude en la comprensión— a la “lógica del uso”, donde no hay diferencia de jerarquía o intención entre un fragmento apropiado y otros también apropiados o no. El extracto copiado es un dato, una fuente que se utilizará como ready-made. Está allí no para confirmar o reforzar algo previo, sino como obra en sí. Naturalmente, la forma en que Kenneth Goldmish utiliza la apropiación, instaurando el concepto por encima de una atracción a la lectura, no es la única forma en que los escritores están componiendo obras excepcional y completamente de textos que no son de ellos. El reciente Ensaio sobre os mestres, del profesor y escritor portugués Pedro Eiras, está formado por más de cuatrocientas páginas de pensamiento, ficción, poesía y teoría literaria, compuestas por medio de colajes de fragmentos de varios autores, sin que el mismo Pedro Eiras agregue nada, absolutamente nada “de su puño”. Cada capítulo del libro gira en torno a un tema, como “El Maestro”, “El Discípulo” y “Clases y Conversaciones”. El siguiente extracto se tomó del capítulo “La Muerte”:

En todo caso, fue una de las angustias de mi vida —de las angustias reales en medio de tantas que han sido ficticias— que Caeiro murió sin que yo estuviera allí. Esto es estúpido pero es humano, y es así. Yo estaba en Inglaterra. Ni Ricardo Reis estaba en Lisboa; había regresado a Brasil. Estaba Fernando Pessoa, pero era como si no estuviera. (Fernando Pessoa / Álvaro de Campos 1931: 46)

Nadie lloró su muerte; nadie estaba a su lado, además de la figura vulgar del comisario del barrio y del médico municipal indiferente. (Nikolai Gógol 1834: 123)

“¿Por qué no fuiste al funeral?” “Cuando una persona está muerta, está muerta”. “Deberías haber ido”. “¿Vendrás al mío?” Pensé por un momento y respondí: “No”. (Elena Ferrante 1992: 145) [6].

 

Ahí vemos fragmentos de Fernando Pessoa, Gógol y Elena Ferrante. Ninguno de los pasajes es original y textualmente de Pedro Eiras. Él actúa como una especie de organizador del discurso, un gerenciador de información textual. Y de manera distinta a la estética del choque y de la incongruencia practicada por las vanguardias del inicio del siglo XX, y también de forma diferente a la literatura conceptual, ya que en su obra Eiras busca —y alcanza— una conexión orgánica entre los pasajes que incluso podrían pasar por un texto escrito originalmente por un individuo. El libro de Eiras pide lectores. En el conjunto de fragmentos citados percibimos una narrativa bien establecida: el narrador en primera persona, en el extracto originalmente de Pessoa, está inquieto por no haber asistido a un funeral, entonces tenemos una idea de cómo fue ese funeral con el fragmento de Gógol, y en el tercero, originalmente de Ferrante, hubo un cambio psicológico en el narrador: durante una conversación sincera, se da cuenta de que no necesitaba estar inquieto de esa forma pues, en el fondo, pensándolo bien, hay algunos funerales a los que realmente no iría, como el de su interlocutor.

Con Ensaio sobre os mestres y otras obras, como Endtroducing, de DJ Shadow (en la música), The clock, de Christian Marclay (en el videoarte), y otras en el área textual, como Tree of Codes, de Jonathan Safran Foer, y Nets, de Jen Bervin, es posible notar que en los últimos años el acto de desplazamiento se expandió de la aplicación en objetos cotidianos, como solía ser más común en las vanguardias, a la aplicación en objetos de la cultura: libros, música, películas, etc. Asimismo, el gesto actualmente dirigido al patrimonio cultural no se realiza con la intención de desvalorizar el arte y cuestionar su existencia, sino para utilizarlo en obras nuevas. Esto demuestra, según Bourriaud, “una voluntad de inscribir la obra de arte en una red de signos y significaciones, en lugar de considerarla como forma autónoma u original”[7]. Hoy, la obra se propone, no como antiarte o antiliteratura, sino como un punto donde se cruzan los que forman parte de una gran pantalla (que podrá más o menos aclararse —solo sugerirse— para el lector).

Para el escritor argentino César Aira, “al compartir el procedimientos, todas las artes se comunican entre sí: se comunican por su origen o por su generación. Y al remontarse a las raíces, el juego comienza de nuevo”[8]. El juego que se reinicia es el juego de la identidad del autor, de la naturaleza de la escritura y de la especificidad de los contenidos. El juego se reinicia con las preguntas: ¿Qué es un autor? ¿Qué significa escribir? ¿Cuál es la diferencia entre escribir y componer un escrito? ¿Qué diferencia a un poema de los comentarios en la web? ¿Es solo la forma? La escritura de apropiación lleva a reiniciar el juego. Y perturba paradigmas.

Aunque no sea un ejemplo del objeto compuesto enteramente de apropiaciones, diferenciándose así de otras obras mencionadas, debemos recordar el caso de El aleph engordado. En 2009, el escritor argentino Pablo Katchadjian agregó 5600 palabras al cuento “El aleph” de Jorge Luis Borges y publicó el resultado original con su propia editorial, la Imprenta Argentina de Poesía, con una tirada baja, de alrededor de entre doscientos y trescientos ejemplares, de los cuales dio algunos a sus amigos y otros los vendió de manera informal por un costo bajo. Dos años después, la viuda y heredera de Borges, Maria Kodama, demandó a Katchadjian por plagio y violación de derechos. El caso se extendió durante seis años, con pequeñas victorias de los dos lados, hasta que Katchadjian fue finalmente absuelto.  Si la sentencia judicial hubiese sido desfavorable para Katchadjian, veríamos la apertura de un precedente peligroso para la experimentación literaria y artística en Argentina. Pero el proceso funcionó, para la parte demandante, algunos años después, como un fantasma que sobrevuela en el aire, amenazador. El año en que Kodama comenzó la demanda contra Katchadjian, otro texto de Borges estaba listo para llegar a las librerías. Era la novela El hacedor remake, del español Agustín Fernández Mallo. La editorial Alfaguara publicó el libro y este estaba listo para ser distribuido cuando, a último momento, los editores prefirieron retener los ejemplares en su stock por miedo a sufrir una demanda por parte de la titular de los derechos de Borges, como ocurrió con Katchadjian. Es una triste ironía que tales casos hayan involucrado justamente a la literatura de Borges, el autor que fundó todo un conjunto de textos maravillosos que exploran referencias inventadas, reseñas de libros inexistentes, copias que se reescribieron, imitaciones y la figura del lector-autor (lo que llevó al escritor argentino Alan Pauls a decir que hay “una vocación parasitaria que prevalece en las mejores ficciones de Borges”[9]).

Está claro que, desde siempre, los escritores han citado a otros escritores en sus obras, robado frases y versos o creado otras formas de diálogo y generado intertextualidades. La lectura es la donación de sentido por parte del lector desde siempre. La literatura es un objeto inacabado que pide la actualización del lector. No existe una lectura que no resignifique el texto leído. Lo que sucede es que, con la tecnología, la virtualidad y la digitalización contemporáneas, el texto —y su cantidad, que aumenta exponencialmente— se torna cada vez más maleable, cada vez más desplazable, editable, transmisible, más disponible para la imprevisibilidad de la recepción. Y, como dice Lev Manovich:

Cuando trabajamos con un software y empleamos las operaciones incluidas en este, estas se convierten en una parte integrante del modo en que nos comprendemos a nosotros mismos, los otros y el mundo. Las estrategias de trabajo con datos informáticos se tornan estrategias cognitivas de carácter general[10].

Esa recepción, al apropiarse del texto y producir uno nuevo por medio del anterior, sea en un entorno digital o impreso, modifica la noción de autoría. De esa forma, que las prácticas de apropiación operan como diferencia es justamente el cambio de la lectura como autoría “implícita” a una autoría “explícita”.

En la década de 1960, Roland Barthes cuestionó dos fundamentos de una idea de autoría. Primero, el de que el autor sería un origen de aquello que se proyecta por medio de sus libros. Segundo, el de que el autor y su vida serían fuentes para interpretar tales escritos. Barthes reformula las dos cuestiones; al fin de cuentas, para él, el texto sería un “tejido de citas”. ¿De dónde viene la llamada “voz” o incluso el “estilo” de un autor sino de todo aquello que el autor ya leyó, escuchó, vio, vivió? Cuando el autor escribe, ¿no está utilizando todo ese bagaje y esa experiencia, que no son solo de él? ¿Cómo pensarlo, entonces, como un origen? ¿Por su mano no pasan palabras, frases, ideas y expresiones que tomó de otros? Sí, es obvio, y por eso el autor no es un origen del texto que él transmite ni una biografía del autor puede explicar su texto. Así, vemos en Barthes un pensamiento sobre la apropiación y la autoría. Sin embargo, la diferencia del “tejido de citas” del cual habla para las prácticas de apropiación de las que hablamos aquí es que estas son una especie de radicalización en el siguiente sentido: el tejido de citas se torna consciente, manifiesto, declarado y entusiasmado; el texto se torna, en la práctica y materialmente, ready-made. No se trata de un tejido de citas hechas por defecto o inconscientemente por el autor o algo que simplemente ocurre porque no podría ser de otra manera. Por el contrario, se trata de una táctica muy bien definida y tramada, un gesto consciente de sí, un ataque material, que copia y pega, y que puede ni siquiera tratarse de un tejido, sino de un desplazamiento del objeto entero, sin un collaje de fragmentos. De esta forma, entre el pensamiento de Barthes y las prácticas de apropiación contemporáneas hay un diálogo establecido por una continuidad a través de una diferencia.

Villaforte (1.2)

   

3. En el libro de poemas más reciente de la brasileña Angélica Freitas, Um útero é do tamanho de um punho, hay una sección titulada “3 poemas hechos con ayuda de Google”. Angélica propone expresiones en Google, como “la mujer va”, “la mujer quiere” y “la mujer piensa” —títulos de los poemas—, y entonces se encuentra con un manantial de resultados indexados por Google. La poeta se limita a navegar por esos resultados, tomar lo que le interesa y luego reorganizar su selección, editarla en forma de versos. No se trata de dadaísmo, a pesar de la semejanza gestual. No se trata de eso porque existe una decidida y fuerte intervención autoral que, incluso abriéndose al azar, controla buena parte del resultado final del poema, aunque Angélica Freitas no haya escrito los versos que se tornan de uno. Lo mismo sucede en Ensaio sobre os mestres, de Pedro Eiras. Una lógica curatorial, que también está presente en el proyecto de “literatura remix” que mantuve entre 2010 y 2013 en el blog MixLit en la plataforma WordPress. Todos estos manifiestan lo que podemos llamar autor-curador. El tejido de citas no es resultado de una previsibilidad; el hecho de que necesariamente escribimos con lo que es nuestro y de los otros. Aquí, el tejido de citas es fruto de una actitud deliberada, consciente de los actos de selección y edición, y con etapas de prueba y verificación.

Esta actitud apropiacionista se expresa también en el libro Tree of Codes, del escritor Jonathan Safran Foer, y en el libro Nets, de la poeta y artista Jen Bervin. El primero, publicado en 2010, es una narrativa que nace de un texto original de 1934, Street of Crocodiles, colección de cuentos interconectados de Bruno Schulz. En las páginas del libro, con un orden editorial impresionante, se imprimen los extractos de Schulz que Safran Foer seleccionó para que permanezcan en su narrativa, y en el lugar de los que Safran Foer optó por retirar hay agujeros, recortes que dejan un espacio vacío. El trabajo de Jen Bervin, en Nets, parte de una lógica similar. Ella usa sonetos de Shakespeare, solo que, en lugar de elegir fragmentos que se imprimirán en el libro y otros que, excluidos, dejarán un vacío, Bervin crea un juego de tonalidades. El texto íntegro de los sonetos de Shakespeare está impreso, pero algunas palabras del texto —las elegidas, que forman el nuevo poema de Bervin— están impresas en negro, mientras que las otras aparecen en gris. Las palabras del poema de Bervin se destacan, obviamente, y el aspecto general recuerda a algo relacionado con la topología, con palabras más “altas” que otras. Figura y fondo. Figura: la lectura de Bervin. Fondo: el original de Shakespeare.

Tanto Bervin como Safran Foer no solo leen e interpretan lo que leyeron, sino que modifican lo que leyeron de forma visible y física. Sus procesos hacen que la lectura deje de ser algo que se hace solamente con los ojos para que se convierta en una lectura con las manos. Las diferencias entre las fuentes —Shakespeare y Bruno Schulz— resultan en juegos distintos con la cuestión de la autoría, naturalmente, pero la diferencia entre los procesos en sí queda clara: mientras que Bervin posproduce el gesto de la selección y deja que el texto original conviva con su nueva lectura, Safran Foer recorta y deja agujeros. Son señales de una lectura táctil. Desde el punto de vista de la producción, ambos encaran el texto en su encarnación original con el deseo de doblarlo y desdoblarlo hasta que de allí se pueda arrancar otra poesía o narrativa de los textos que les ofrecieron terminados. Son hackers del texto original. Invasores de discursos. Lectores-autores que expresan un espíritu del tiempo denominado por Marjorie Perfloff de genio no-original. Ya no importa inventar algo o ser el origen, sino insertarse en una onda preexistente. “’Llegar en lugar de ser el origen de un esfuerzo”[11], como dice Gilles Deleuze.

Mientras Safran Foer, Jen Bervin y Kenneth Goldsmith trabajan con fuentes únicas, sin mezclar materias textuales, Delírio de damasco, “3 poemas hechos con la ayuda de Google” y la serie MixLit están compuestos por la aglutinación de palabras tomadas. Una obra textual que incluye diversas fuentes torna sus márgenes porosos, pues apunta hacia afuera. E incluso abre la posibilidad de que otras fuentes encajen dentro de ella. Así, se convierte en maleable, como si fuese en la práctica una obra eternamente inacabada. Podría continuar sirviéndose de fuentes nuevas, editándolas, arrojándolas dentro de sí. Con respecto a la ficción de Rubem Fonseca, repleta de citas, Vera Follain de Figueiredo dice que “el juego constante de remisiones a otros textos diluirá los márgenes que delimitarían su interioridad”[12]. Lo mismo se aplica al mash-up o bricolaje. Sin embargo, no es cierto que podamos llamar lo que sucede en esos tipos de obra “remisiones a otros textos”. Lo que parece más probable es que esas obras “presenten otros textos”, ya que no solo remiten a ellas. Ellas apuntan a otros textos externos pero, además, son los mismos otros textos.

Las obras contemporáneas responden a una situación propia de los días de hoy, que es el alcance avasallador de la realidad, que nos alcanza donde quiera que estemos, a través de los smartphones, de la radio o del pequeño televisor que nos acosa aún en el ómnibus o los ascensores, prácticamente prohibiéndonos que olvidemos el día de día de los famosos, nuestra suerte astrológica o la cotización de la bolsa. Si el exceso de estímulos termina agotándonos, causando así la negativa, la insensibilidad, una total indisponibilidad para el espanto —hasta entonces el fundamento de la poesía—, el escritor, el poeta, el artista recorren los propios estímulos que los agotan para dejarlos hablar por sí mismos, o por medio de rearreglos, reflejando la banalidad y el tedio, como hacen las obras de Kenneth Goldmisth. Por eso, el término “poesía del posespanto”[13], como dice Alberto Pucheu, caracteriza la poesía de A morte de Tony Bennet, del poeta Leonardo Gandolfi, una poesía en que no hay momentos de intenso voltaje emocional, asumida como poesía de “batería baja” por el autor, hecha de partes de letras del cantante Roberto Carlos, diálogos de películas de espionaje, entre otras tantas fuentes cuyo exceso, en nuestras vidas, nos lleva a una sensibilidad casi plana.

Parte del exceso se debe al hecho de que vivimos una incesante producción de pasado. Cada vez más archivos, cada vez más registros, cada vez más novedades sobre nuestros antepasados, novedades extraídas con las que tenemos que estar y entonces reevaluar dónde estamos, dónde estuvimos y qué hacemos a partir del momento en que ya no podemos ignorarlas. El escritor, percibiendo que el universo ficcional/poético/literario queda enterrado debajo de tanta realidad (aunque se presente, muchas veces, con aires de ficción), sin posibilidad de alcanzar y sensibilizar al lector ya insensible debido a tantas noticias, busca generar una intervención más notable en la realidad o servirse de ella para desastibilizarla (modificarla, colocarla bajo sospecha) por medio de la inserción del mirar poético y de la ficción. Si los periódicos presentan la realidad con todo un aparato que le da aires de ficción, el escritor presenta la ficción con un aparato que le dé aires de realidad; espectáculos de realidad, como dice Reinaldo Laddaga. Y eso no sucede, en este momento, como una especie de reacción triste al exceso de realidad, sino como una proposición entusiasmada por el contacto con lo real, con la posibilidad de tratar con un material que otras generaciones no pudieron tratar (posts y mensajes en redes sociales, por ejemplo, en el caso del Livro das postagens, de Carlito Azevedo). Se trata de la oportunidad de dar una nueva vida a las porciones de realidad, que ha sido asumida con aparente ánimo.

Este ánimo parece mover tanto obras que se hacen a partir de la mezcla entre “pedazos” de lo preexistente y fragmentos originales y también aquellas integralmente no escritas/no creadas por quienes las firman. El autor, principalmente de estas últimas, se convierte en un “procesador del lenguaje y sensaciones”[14], como dicen Frederico Coelho y Mauro Gaspar. Procesador: una máquina. Lenguaje: materia que produce tal o cual sensación y pensamiento, que depende de cómo se manipule. El lenguaje procesado resultante en obras menos o más consecuentes, de mayor o menor intensidad, interés y potencia. Pensemos en la obra Sessão, de Roy David Frankel. El libro parte de una transcripción de los discursos de los diputados brasileños durante la votación de 2016 para el impeachment (proceso de destitución) del gobierno de Dilma Rousseff. En el libro, los discursos se reconfiguran en versos. Las declamaciones de los votos se tornan poesía. La memoria de aquel día y de lo que vimos y escuchamos por la televisión es inmediata. Discursos pobres, vacíos, falsos, violentos, puro escarnio. Al mismo tiempo, la forma poética en versos libres que juegan también con la espacialidad de la página —al resaltar, del lado derecho de la página, toda palabra que envuelve conceptos como “nación” y “patria”— no nos prepara para el contenido allí contenido; por el contrario, camuflan, bajo la forma de poema, la materia de la cual están hechos versos. Por medio de esa operación, Sessão causa una falla en el lector, que no ve el piso. El efecto resulta del contraste brutal entre forma y contenido. Y, curiosamente, hay una carga emocional altísima en el libro, pues es imposible, para el lector brasileño, no deprimirse al dar vuelta página tras página y ver, una vez más, que se mantiene la crudeza discursiva. Es como si estuviésemos entrando en contacto con esas palabras por primera vez, al mismo tiempo que reestablecen un recuerdo amargo. Es como el recuerdo de un trauma. Sabemos lo que tenemos por delante pero, incluso con ese entendimiento, no quiere decir que estemos preparados. Sea el lector un opositor a la caída de Dilma o un entusiasta, es imposible no lamentar la baja calidad intelectual, moral y civil expresa en la oratoria de los diputados. El pasado se revive como diferencia: hay algo del recuerdo afectivo que cargamos de aquel día, pero presentado por medio de un nuevo dolor que se revela en la lectura. Los tiempos y los afectos se desdoblan. El autor no escribió nada.


REFERENCIAS

AIRA, César. A nova escritura. En: Pequeno manual de procedimentos. Curitiba: Arte e Letra, 2007.

AZEVEDO, Luciene. Tradição e apropriação: El Hacedor (de Borges), Remake de Fernández Mallo. En: AZEVEDO, Luciene; CAPAVERDE, Tatiana (orgs.). Escrita não criativa e autoria. São Paulo: e-galáxia, 2018.

BOURRIAUD, Nicolas. Pós-produção: como a arte reprograma o mundo contemporâneo. São Paulo: Martins Fontes, 2009.

CHARTIER, Roger. Os desafios da escrita. São Paulo: Unesp, 2002.

COELHO, Fred; GASPAR, Mauro. Manifesto da literatura sampler. 2005. Disponible en: <http://www.maxwell.vrac.puc-rio.br/12382/12382_5.PDF>.

DELEUZE, Gilles. Conversações. São Paulo: Editora 34, 1999.

EIRAS, Pedro. Ensaio sobre os mestres. Lisboa: Sistema Solar (Documenta), 2017.

FIGUEIREDO, Vera Follain de. Os crimes do texto: Rubem Fonseca e a ficção contemporânea. Belo Horizonte: UFMG, 2003.

GOLDSMITH, Kenneth. Uncreative Writing. Nova York: Columbia University Press, 2011.

MANOVICH, Lev. The language of new media. Cambridge, Mass.: MIT Press, 2001.

PERLOFF, Marjorie. O gênio não original. Belo Horizonte: Editora UFMG, 2013.

PUCHEU, Alberto. Do tempo de Drummond ao (nosso) de Leonardo Gandol . Da poesia, da pós-poesia e do pós-espanto. Rio de Janeiro: Azougue Editorial, 2014.

[1] Chartier, 2002, p. 109-110.

[2] Citado por Perloff , 2013, p. 268.

[3] Citado por Perloff , 2013, p. 268

[4] Bourriaud, 2009, p. 8.

[5] Bourriaud, 2009, p. 8.

[6] Eiras, 2017, p.398-399.

[7] Bourriaud, 2009, p. 12-13.

[8] Aira, 2007, p.17.

[9] Citado por Azevedo, 2018, p. 82

[10] Manovich, 2001, p. 116. Mi traducción

[11] Deleuze, 1999, p. 151.

[12] Figueiredo, 2003, p.12.

[13] Pucheu, 2014, p. 70.

[14] Coelho y Gaspar, 2005, sin numeración.

Benjamin Moser y la mujer más pequeña del mundo

Por: Magdalena Edwards
(Publicado originalmente en el Los Angeles Review of Books)

Traducción: Gustavo Turner

Imagen de portada: Clarice Lispector y Tom Jobin (Archivo Nacional de Brasil)

“La mujer más pequeña del mundo” es un cuento de Clarice Lispector que relata el encuentro entre Pequeña Flor, la mujer más pequeña de todos los pigmeos, y el explorador francés Marcel Pretre, quien afirma que la ha descubierto y le da su nombre. Magdalena Edwards acude al cuento de Lispector –y a la lectura que Benjamin Moser hace, en su biografía de Susan Sontag, acerca del trabajo de ghostwritting que la escritora realizó para su ex marido, Philip Rieff– para pensar su propia experiencia laboral con Moser, a propósito de la traducción al inglés que la autora hizo de la novela de Lispector, O Lustre (The Chandelier). También, para reflexionar sobre temas aún tan vigentes en el ámbito académico e intelectual como la autoría, la apropiación y el trabajo no acreditado.


Conocí a Benjamin Moser hace casi quince años en la casa de Denise Milfont en Río de Janeiro. Denise, una conocida actriz y núcleo de las artes y la cultura en Río, me dijo: “Debes conocer a Benjamin. Está escribiendo sobre Clarice”. Ella me presentó como “Magdalena, que escribe sobre Elizabeth Bishop”. Bishop, una de las primeras traductoras de Lispector al inglés, publicó tres cuentos de la escritora Brasileña –“La mujer más pequeña del mundo,” “Una gallina” y “Macacos” [“A menor mulher do mundo,” “Uma galhina” y “Macacos”] – en la revista literaria Kenyon Review en 1964. Moser y yo inmediatamente comenzamos a comparar notas: ¿Has ido a este archivo, conoces a tal persona, y que piensas de este detalle? Él vivía en Europa y yo en California, así que casi no nos vimos nunca. Intercambiábamos ocasionalmente algún que otro e-mail, efusivamente, entre nerds.

Al inicio de nuestra correspondencia, en julio del 2006, le envíe a Moser un capítulo de mi disertación sobre Bishop, en el que discuto sus traducciones de los cuentos de Lispector. En el 2008, él me puso en contacto con Dedi Felman, co-fundadora de Words Without Borders, para que yo tradujera un fragmento de la tercera novela de Lispector, La ciudad sitiada [A cidade sitiada], que aún no había sido traducida al inglés. Traduje el segundo capítulo y Moser aplicó su mirada editorial vía correo electrónico, dándome feedback en mi documento de Word a través de la función “Control de cambios”. El capítulo nunca fue publicado, cosas de la vida. Pero quedé profundamente agradecida a Moser. Cuando Oxford University Press publicó su libro Why This World: A Biography of Clarice Lispector [Por qué este mundo: una biografía de Clarice Lispector] en 2009, me deleitó ver mi nombre en los agradecimientos. En septiembre del 2015, cuando Moser me preguntó si estaba interesada en traducir La lámpara [O Lustre], la segunda novela de Clarice, al inglés como The Chandelier, estuve encantada.

En el verano de 2017, mi nombre apareció en el catalogo de títulos próximos a publicar por New Directions en el inicio del 2018 como traductora de The Chandelier de Lispector[1]. Aunque el nombre de Moser no estaba mencionado, él ya era bien conocido como el series editor, el responsable de la serie de nuevas traducciones de Lispector de New Directions. Los cuentos completos [The Complete Stories] de Lispector, traducidos por Katrina Dodson y publicados en 2015, habían atraído considerable renombre para Moser y para todo el proyecto. Dodson fue la sexta en el equipo de nuevos traductores de Lispector, que también incluía a Alison Entrekin, Stefan Tobler, Johnny Lorenz e Idra Novey, quienes tradujeron, una cada uno, las cuatro novelas publicadas en 2012. The Hour of the Star –la version de Moser de La hora de la estrella [A hora da estrela], publicada en 2011– fue la primera en la serie. Su rol como editor figura prominentemente en cada uno de los nuevos libros traducidos por las manos de otros, y también escribió los prólogos de tres de ellos. Tanto la traducción de Novey de La pasión según GH [A paixāo segundo G. H.], como los Cuentos completos de Dodson incluyen una “Nota de la traductora”. Yo sabía que me estaba sumando a un grupo dinámico, pero aún me quedaba mucho para aprender sobre este nuevo proyecto Lispector. Y para que eso sucediera, primero las cosas tenían que derrumbarse.

Cuando O Lustre fue finalmente publicada en inglés como The Chandelier, recibí el crédito de cotraductora, con mi nombre después del de Moser. La verdad es que Moser trató de que me despidieran, argumentando que mi manuscrito completo no estaba a la altura de las expectativas, que mi nivel de portugués era insuficiente y que él había tenido que reescribir cada línea de mi traducción. ¿Qué pasó?

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Una manera en la que puedo empezar a responder esa pregunta es refiriéndome a un artículo de Alison Flood en el periódico inglés The Guardian del 13 de mayo de 2019, en el que ella discute la nueva biografía Sontag: Her Life and Work [Sontag: su vida y obra] (publicada en inglés por Ecco, el 17 de septiembre de 2019), escrita por Moser[2]. El artículo de Flood se centra en el argumento de que Sontag sería la verdadera autora de Freud: The Mind of the Moralist [Freud: la mente del moralista] (1959), el libro que cimentó la carrera de Philip Rieff, su ex marido (un libro que Sontag supuestamente habría escrito cuando contaba poco más de veinte años). Flood cita a Moser citando a una amiga de Sontag, Minda Rae Amiran, quien “le dijo que, cuando la pareja vivía en Cambridge, Massachusetts, ‘Susan se pasaba todas las tardes reescribiendo la cosa entera desde cero’”. La expresión “reescribiendo la cosa entera desde cero” –en referencia al trabajo de Sontag para el libro sobre Freud de Rieff– me llamó la atención, porque reflejaba el mismo argumento que había usado para explicar por qué yo tendría que haber sido despedida por New Directions. Presuntamente mi trabajo era tan desprolijo que Moser había tenido que reescribir cada línea. A excepción de que, mientras yo estaba ocupada tratando de comunicarme con New Directions –esto fue al final del verano de 2017– para salvar mi reputación y mi trabajo, Moser simplemente comenzó a editar mi manuscrito, no a reescribirlo.

Mientras buscaba consejos de colegas, me di cuenta de que había sido terriblemente ingenua. Yo había firmado un contrato con New Direction a fines de julio de 2016 para traducir O Lustre como única traductora; una amiga abogada me hizo ver más tarde que el contrato no mencionaba a Moser como editor ni le daba rol oficial alguno en el proceso. Moser y yo no habíamos definido un cronograma para trabajar en la traducción como editor y traductora, y en ningún momento antes del intento de despido habíamos trabajados juntos en el manuscrito. Siguiendo el consejo de una de mis mentoras en Los Àngeles, yo me había postulado para una residencia de escritura en Yaddo en el verano de 2016 para trabajar en mi traducción de O Lustre y me la habían otorgado. La residencia requería que yo entregara una muestra de mi trabajo. Una semana después de la fecha estipulada en mi contrato, que era el 30 de Junio de 2017, y luego de pedirle a Moser una breve prórroga, le entregué a él, y solamente a él, un borrador de la traducción de la novela en un archivo de Word, vía correo electrónico. En el cuerpo del correo describí mi manuscrito como “imperfecto” y enfaticé que estaba ansiosa de recibir su devolución para poder comenzar con mis revisiones. Lo que sucedió a continuación fue totalmente inesperado. Barbara Epler, publisher y presidente de New Directions, fue agregada en la conversación, y ella y yo comenzamos a recibir páginas de mi manuscrito, en formato PDF, anotadas por Moser (a mano, no con la función “control de cambios” en el archivo de Word que le había enviado por email). Había muchísimas anotaciones en cada página. Yo quedé confundida, pero decidí dejarlo pasar.

No mucho después de que estas páginas comenzaran a llegar, recibí un par de emails de Moser sugiriendo que mi trabajo no estaba al nivel que él había anticipado. Fue entonces que recibí un correo de Epler, en el que se me ofrecía una tarifa de compensación muy reducida (kill fee) por mi trabajo, lo que no había sido una claúsula en mi contrato, y que me hizo sonar las alarmas. Al principio, quedé turbada y compungida. Ciertamente esto debía ser un malentendido. Cuando comencé a interiorizarme en mis derechos como traductora con contrato y decidí hacer frente a la situación, se me dijo que yo no había entregado la “versión final” (final draft) que se esperaba y requería. Chequée mi contrato nuevamente, ahora con la ayuda de un abogado especialista en traducción literaria, y vi que decía “manuscrito completo”. Expliqué que no había entendido que el término “manuscrito completo” significaba “versión final”, especialmente porque Moser –supuestamente el editor– y yo no habíamos trabajados juntos en nigún momento. Algo olía muy, muy mal. Mi instinto me decía que necesitaba cavar más profundo.

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Décadas antes, Sontag se había enrolado como ghostwriter de Rieff. En su biografía, Moser escribe:

El primer relato de Susan sobre la relación de ellos fue una carta a Judith [hermana de Sontag] en la que ella describía su emoción por conocerlo [a Rieff] y el trabajo de ghostwriting que estaba haciendo para sus reseñas literarias, ahorrándole “el trabajo de leer el libro”. Quizás este procedimiento pareciera normal en 1950, pero aún desde el punto de vista más liberal, hace pensar en por qué alguién que tenía veintisiete años y no era aún profesor había contratado a una estudiante universitaria para reseñar libros que él mismo no había leído.

Lo que me llama la atención es que Rieff no estaba ni leyendo los libros en cuestión ni escribiendo los textos que firmaba; Sontag hacía todo el trabajo y no recibía crédito alguno. Posteriormente, este trabajito de ghostwriting de Sontag parece infiltrarse en el proyecto de libro de Rieff, cuya narrativa de origen es más compleja que el de las reseñas que Sontag simplemente escribió en nombre de Rieff. Moser escribe: “[El] libro [sobre Freud] parece basado, por lo menos hasta cierto punto, en la investigación y apuntes [de Rieff]. Pero si bien sus ideas también están presentes allí, casi seguramente él no escribió el libro en el que se basó su carrera”.

Al leer la evaluación de Moser me pregunté: Cuando una idea escrita por Rieff en sus apuntes de investigación acabó en un texto recompuesto o revisado de dichas notas por Sontag, un intelecto emergente que también entendió a Freud profundamente, ¿quién puede reivindicarse la autoría del texto final? También me hubiera gustado saber: ¿Cómo eran los apuntes de Rieff? ¿Incluían frases y párrafos completos o títulos de capítulos o borradores de capítulos? Moser no da respuestas a esas preguntas, aunque ofrece lo siguiente, de una entrevista a Sigrid Nunez: “Susan decía haber escrito ‘cada palabra’ de The Mind of the Moralist. Philip más tarde reconoció que ella fue ‘coautora’ del libro”.

Cuestiones de autoría, apropiación y trabajo no acreditado son fundamentales para la discusión que Moser propone sobre Sontag. Para él, el libro sobre Freud, finalmente firmado por Rieff, “elabora completamente los temas que marcaron la vida de Sontag”. Haciendo el comportamiento de Rieff aún peor, la primera edición del libro incluía un agradecimiento que “sería removido de ediciones posteriores, pero que levantó sospechas cuando apareció”, especialmente porque Sontag nunca usó el apellido de su marido: Rieff le agradece a “mi esposa, Susan Rieff, que se dedicó inagotablemente a este libro”. El análisis que Moser hace de este agradecimiento es rápido e inflexible: “Era un intento de colonizar la identidad de ella, de relegar a su esposa al rol tradicional: de reafirmar su autoridad, de volver a ponerse encima”. El conflicto Sontag-Rieff sobre quién hizo qué trabajo y quién recibió el crédito me sonó dolorosamente familiar a mí, la traductora de O Lustro devenida en cotraductora. Y la posición de Moser en este conflicto se hizo aún más compleja cuando la consideré junto a una serie de ensayos, de los cuales solo me había enterado recientemente, que cuestionaban la originalidad y fuentes de la obra cimentadora de la carrera de Moser sobre Lispector, sujeto de su primera biografía.

Clarice/moser. Dibujo de Gustavo Turner.

Clarice/moser. Dibujo de Gustavo Turner.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Mientras mi conflicto con Moser con respecto a The Chandelier se desarrollaba en el verano de 2017, comencé a prestar más atención a todo lo que sabía, o creía que sabía, sobre Lispector y la administración de su legado. Comencé a enterarme del encono entre Moser y Nádia Gotlib, autora de Clarice, Una vida que se cuenta [Clarice, uma vida que se conta], una biografía de Lispector originalmente publicada en São Paulo por Editora Ática en 1995, que ya va por la séptima edición. Me alertaron sobre el ensayo de Banjamin Abdala Junior “Biografia de Clarice, por Benjamin Moser: coincidências e equívocos” (“La biografía de Clarice, por Benjamin Moser: coincidencias y errores”), que fue publicado en portugués en una revista académica en 2010[3]. Allí, Abdala Junior argumenta que Moser tomó bastante prestado de Gotlib e indica similitudes en las estructuras narrativas de sus biografías, que incluyen títulos de capítulos y secciones:

Las similitudes no son solo en el arco narrativo. Si en el libro de Nádia Gotlib hay una sección titulada “Las recetas de la bruja”, en el de Moser hay un capítulo titulado “La bruja.” En el libro de la crítica brasileña hay “Los diálogos posibles”, en el de Moser hay “Diálogos posibles”. En Clarice, uma vida que se conta hay “El huracán Clarice”, en [Por Qué Este Mundo] hay “Huracán Clarice”…

Abdala Junior también se mete en la cuestión de la enfermedad de la madre de Lispector y si era, como Moser afirma en su libro, sífilis contraída luego de ser violada por soldados soviéticos durante los pogroms en Ucrania, de donde la familia emigró en 1921. Abdala Junior argumenta que Moser inventó este secreto familiar terrible y perturbador de dos puntas (violación, sífilis). Moser y Gotlib se presentaron juntos en la feria literaria FLIPORTO en 2010 para discutir sus respectivas biografías de Lispector. La cuestión de si la madre de Lispector había sido violada durante los pogroms y contraído sífilis fue planteada por Gotlib, no sin una tensa impugnación, como puede verse online (27:45)[4].

La reseña de Lorrie Moore de la biografía de Lispector de Moser para The New York Review of Books (September 24, 2009) le dedica el tercer párrafo a Gotlib, a quien Moore describe como una “intelectual […] dedicada” pero no como una de las primeras y más fidedignas biógrafas de Lispector.[5] La reseña de Moore es, generalmente, entusiasta – Moore se refiere a la biografía de Moser como “un libro bien escrito y notable”– pero le ofrece un par de críticas: “[Moser] discute la obra [de Lispector] en gran detalle, libro por libro, con simpatía y perspicacia, y admirablemente evita la jerga profesional, aunque no le da suficiente importancia a la sagacidad de ella”. Y: “Si hay otras deficiencias en la biografía de Moser son en mayor parte organizacionales: hay repeticiones, como también cuestiones que son mencionadas y luego abandonadas”. Moore discute Por qué este mundo en medio de una constelación de otros libros, incluyendo cuatro traducciones de Giovanni Pontiero, cuyo trabajo ella recomienda: “Se le podría recomendar a lectores primerizos comenzar con las traducciones de Giovanni Pontiero, que han sido elogiadas con entusiasmo y parecen capturar una voz real en la página”. La traducción de Gregory Rabassa de La manzana en la oscuridad de Lispector es otro de los volúmenes discutidos por Moore. Lispector elogió la versión de Rabassa, publicada por Knopf en 1967, la primera de sus novelas traducidas al inglés: “La traducción me parece muy buena”[6]. De todos modos, Moore critica el comentario de Rabassa sobre la belleza de Lispector, como el hecho de que Moser no le da importancia:

La muy citada descripción por el fascinado traductor Gregory Rabassa de que Lispector era “esa rara persona que se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virgina Woolf” nunca es cuestionada por su sexismo, por ejemplo: ¿Es la belleza una contraindicación de la vida intelectual? ¿Hubiera dicho alguien esto de Hawthorne, Fitzgerald o Camus?

Una colega me incentivó a leer las reseñas críticas de las traducciones de New Directions, escritas por la intelectual y traductora Elizabeth Lowe, quien conoció a Lispector y co-tradujo su novela de 1973 Água Viva [Agua viva] bajo el título The Stream of Life [La corriente de la vida], con Earl L. Fitz (University of Minnesota Press, 1989). Escribiendo para Translation Review, Lowe describe la misión de la serie de Moser así[7]:

Moser sintió que uno de los problemas con las traducciones existentes de Lispector fue que diferentes traductores las hicieron en épocas diferentes y que la “voz” cambiaba de traducción a traducción. Moser y Barbara Epler de New Directions estuvieron de acuerdo, “ella necesitaba hablar con una sola voz en inglés”.

Pero Lowe disputa esta idea como una traición al espíritu artístico de Lispector:

La premisa de que una “voz” única es posible para esta autora es una traición de su espíritu creativo singular. De hecho, la idea de que alguien se apropie de su “voz” la habría ofendido. La puedo escuchar exclamando “O quê?”. Lispector era famosa por proteger la integridad de su obra.

La crítica de Lowe al proyecto de traducción de Moser como unívoco me sorprendió. Yo había escrito una reseña de la traducción de Dodson de Los Cuentos Completos para The Millions en la que señalé: “Este es el sexto libro de New Directions […] en menos de cuatro años bajo la tutela de Moser, el editor de la serie […]. Cada libro tiene un traductor diferente, lo que encaja con el espíritu polivalente de la obra extraña e inquietante de Clarice”[8]. Sin embargo, en Paris Review, Moser dice abiertamente: “Yo quería crear una voz unificada para Clarice en inglés”[9].

La descripción de Lowe de Moser y Epler hablando con una sola voz me inspiró a investigar más profundamente la colaboración entre el editor y la publisher. Encontré una noticia de Craig Morgan Teicher, titulada “New Directions Resucita a Clarice Lispector con Nuevas Traducciones”, que apareció en Publishers Weekly el 27 de septiembre de 2011[10]:

Cuando Moser se enteró de que New Directions se estaba preparando para reeditar la última novela de Lispector, The Hour of the Star [A hora da estrela, La hora de la estrella] en su traducción original al inglés de Giovanni Pontiero con una nueva introducción de Colm Toibin, él se puso en contacto con Epler e insitió que hicieran una nueva traducción: “No le puedes decir que no a ese tipo”, dijo Epler. “Finalmente me puso una bolsa en la cabeza y me dio con un palo y me dijo que él haría la traducción él mismo en dos o tres semanas”.

A la luz de mi experiencia, la aseveración de Epler de que Moser no escuchaba ningún “no” y su descripción metafórica de cómo consiguió el “sí,” por mucho que haya sido con la intención de hacer un chiste, causa perturbación.

En un evento celebrando las nuevas traducciones de Lispector con los traductores Idra Novey y Johnny Lorenz el 23 de enero de 2013[11], Epler dijo, cuando le preguntaron cómo se desarrolló el proyecto de New Directions, que ella fue “arrollada” (steamrolled) por Moser y admitió que ella había “abandonado” a los traductores y los había dejado resolver los detalles con él[12]. Ella también usó la palabra “doloroso” para describir el proceso. Novey se refirió a Moser como “implacable” y Lorenz describió cómo Moser virtualmente lo “abofeteaba” por Skype cuando debatían opciones para una traducción. Hay un consenso entre estos oradores de que, porque Lispector era una persona difícil y una escritora difícil, el proceso de traducir su obra no podría ser fácil o enteramente pacífico. Aunque Moser no estaba presente –lo que puede haber facilitado reflexiones más honestas sobre cómo era trabajar con él– se lo nombró y sus contribuciones fundamentales al emprendimiento Lispector fueron reconocidas muchas veces. Sin embargo, durante una conversación sobre The Complete Stories en la Library of Congress, que tomó lugar el 15 de abril de 2016, Moser no mencionó a la traductora del libro, Katrina Dodson, hasta el momento en que alguien inquirió sobre ella durante las preguntas desde la platea[13]. El lanzamiento de The Complete Stories tomó lugar en el local de Book Culture en Columbus Ave., el 19 de agosto de 2015, y fue una charla entre Moser y Anderson Tepper de la revista Vanity Fair[14]. Sin Dodson.

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Pronto me quedó claro que, dado que yo no había estado en Brasil desde julio de 2007 (luego de mis años de estudiante de posgrado marcados por viajes de investigación regulares al exterior, experimenté más de diez años que fueron más domésticos pero no por eso menos agitados, años que incluyeron el nacimiento de mis tres hijos y la publicación de varios ensayos y traducciones y otras obras, además de numerosos trabajos freelance como editora, asistente literaria y tutora), no estaba lo suficientemente al corriente de lo que sucedía. Cuando una llega en persona, se da cuenta de cosas que nadie te escribiría o diría por teléfono o por redes. En persona, una puede sentir la atmósfera y usar la intuición, el cuerpo, las orejas y los ojos que una tiene. En su crônica “¿Intelectual? No” (“Intelectual? Não”), Lispector escribe: “Ser intelectual es usar la inteligencia sobre todo, lo que yo no hago: uso la intuición, el instinto”[15]. Luego de tanto tiempo en mi casa, estaba nuevamente siguiendo la pista.

Viajé a Río de Janeiro en julio de 2018 con un par de copias de The Chandelier en mi equipaje de mano. El primer paso fue participar en el congreso internacional e interdisciplinario de brasilianistas BRASA, en la Universidad Católica de Rio de Janeiro (PUC-Rio), donde habría trece charlas sobre Lispector[16]. Sobre todo, quería escuchar lo que los intelectuales, escritores, traductores y estudiantes brasileños opinaban del área siempre en aumento de Estudios Lispectorianos, en particular del proyecto de traducción de New Directions. También esperaba tener la oportunidad de encontrarme con el hijo de Clarice, Paulo Gurgel Valente, el hombre a cargo del patrimonio literario de ella.

La mañana que llegué a Río, 20 de julio de 2018, abrí el correo electrónico y vi que un amigo me había mandado un link del New York Times[17]. Tres “Cartas al Editor” habían sido publicadas en respuesta a la demoledora reseña escrita por Moser el 1 de julio del This Little Art (Este pequeño arte, Fitzcarraldo, 2018), un libro sobre la traducción como práctica creativa escrito por Kate Briggs, una de las traductoras de Roland Barthes[18]. La primera carta, firmada por Susan Bernofsky, Lydia Davis, Katrina Dodson, Karen Emmerich, John Keene, Duncan Large, Karen Van Dyck, Lawrence Venuti y Emily Wilson, dice: “Más allá del tono general condescendiente y el ataque misógino ocasional, Moser ofrece solo una noción escasa y distorsionada del contenido del libro, pasando la mayor parte de su reseña desmitificando posiciones que Briggs nunca afirmó”. Cliqueé en la reseña original de Moser y me detuve en la siguiente oración: “Como editor de traducciones, he visto cuán malas –cuán realmente, lamentablemente terribles– son muchas de ellas”. Me estremecí un poco, pero seguí leyendo. El párrafo final de su reseña me transportó a O Lustre de Lispector, cuya protagonista se llama Virginia:

Si la traducción, como todo lo demás, puede prestarse a la teorización, es antes que nada un arte del detalle: “Solo una cuestión” –como Virginia Woolf dijo sobre escribir prosa– “de encontrar las palabras correctas y ponerlas en el orden correcto”. La punzada irónica de ese diminuto “solo” es el tipo de cosa que un traductor disfruta de poder acertar.

Pensé inmediatamente en la traducción de Moser de La hora de la estrella de Lispector y los errores –“arte del detalle”– que yo había encontrado mientras preparaba una charla para la conferencia sobre Clarice Lispector en la Universidad de Oxford en noviembre de 2017[19]. El primero que se me vino a la mente fue la omisión del adjetivo describiendo el color del automóvil que atropella a la protagonista, Macabéa, dejandola muerta en la calle. El original dice: “E enorme como um transatlântico o Mercedes amarelo pegou-a”[20]. La traducción de Giovanni Pontiero es: “And a yellow Mercedes, as huge as an ocean liner, knocked her down”[21]. La de Moser es: “And enormous as an ocean liner the Mercedes hit her”[22]. Dudo que para Lispector la elección del color del automóvil, amarillo, fuese un detalle sin importancia.

Los más mínimos detalles importan y a veces los detalles no son tan mínimos. Al final de la reseña de Moser de This Little Art, los editores del New York Times publicaron una corrección:

La nota biográfica en una versión anterior de esta reseña omitió el nombre de una traductora. El reseñador tradujo la novela de Clarice Lispector “The Chandelier” con Magdalena Edwards; él no la tradujo solo.

¿Y quién, francamente, hace nada solo? Me encontraba en Río de Janeiro haciéndome esta misma pregunta y pensando qué extraño era volver al barrio Leme de Lispector ahora que yo misma era madre. Comencé a tantear mi camino a través de la ficción de Lispector, sus crônicas, sus cartas y los trazos que su vida dejó como rastros de una forma completamente diferente, con un sentido enteramente nuevo de humor y de ferocidad.

El asombroso cuento de Lispector “La mujer más pequeña del mundo” relata la historia de la más pequeña de todos los pigmeos, una criatura ínfima llamada Pequeña Flor, y del explorador francés Marcel Pretre, quien, según él, la descubre y le da su nombre. Cabe destacar que en portugués el verbo “explorar” significa tanto “explorar” como “explotar”. Para mí, uno de los momentos más deliciosos del cuento es cuando el explorador/explotador no solo ve a Pequeña Flor, sino que también comienza a comprender que ella está embarazada. El cuento fue traducido tres veces al inglés: por Elizabeth Bishop, Giovanni Pontiero y Katrina Dodson. Pequeña Flor es una mujer indomable que hace cosas inesperadas: ella “scratched herself where no one scratches” (“se rascaba donde nadie se rasca”) (Bishop)[23], “[s]he loved that yellow explorer” (“ella amaba a ese explorador amarillo”) (Pontiero)[24] y ella se comunicaba con él en la lengua de ella: “Little Flower answered ‘yes’. That it was very good to have a tree to live in, her own, her very own” (“Pequeña Flor respondió ‘sí’. Que era muy bueno tener un árbol donde vivir, suyo, suyo propio”) (Dodson)[25]. Para mí, “La Mujer Más Pequeña del Mundo” es la clave no-tan-secreta para la obra de Lispector, un texto fundacional donde ella le deja en claro a sus lectores, fans, estudiosos, biógrafos, traductores y cualquiera que encuentre su obra que ella no será acorralada o capturada. Lispector es dueña de sí misma, de su obra, de su árbol de lenguaje, y eso es bueno.

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Aprendí muchas cosas durante mi estadía en Río de Janeiro en julio de 2018 y regresé en octubre del mismo año a presentar mi trabajo sobre Lispector en PUC-Rio y en UNIFESP en São Paulo, así como para continuar mis investigaciones sobre la escritora brasileña y su antigua traductora, Bishop. También tuve la oportunidad de visitar Belo Horizonte por primera vez, donde me encontré a la biógrafa de Lispector, Nádia Gotlib. Ella me refirió a un ensayo de 2018 por Thiago Cavalcante Jeronimo titulado “Benjamin Moser: Quando a luz dos holofotes interessa mais que a ética acadêmica” (“Benjamin Moser: Cuando la luz de los reflectores interesa más que la ética académica”)[26]. Jeronimo comienza su texto con una explosión:

Lanzada [en Brasil en portugués] el 16 de noviembre de 2009 por la extinta [editorial] Cosac Naify, la biografía escrita por Benjamin Moser, Clarice, a biography (léase “Clarice coma”), saca a luz los conflictos, las inesperadas coincidencias y los malentendidos y la apropiación indebida de la obra de distinguidos investigadores brasileños.

Jeronimo también toma la cuestión de si la afirmación de Moser de que la madre de Lispector fuera violada es un hecho comprobable:

La ficcionalización biográfica que puntúa la narrativa de Moser de forma reticente para después ser afirmada como una ocurrencia verídica en su libro reaparece sin duda alguna en el prefacio que el autor escribió para el volúmen de Todos os contos (Cuentos Completos) de Clarice Lispector, publicada por Rocco en 2016[27]. El autor asevera: “Su madre fue violada”. Una suposición interpretativa se vuelve un evento “probado sin prueba” por el biógrafo-que-ficcionaliza.

Tanto Jeronimo como Benjamin Abdala Junior refieren a la biografía de Teresa Montero Eu Sou Uma Pergunta: Uma biografia de Clarice Lispector (Yo soy una pregunta: Una biografía de Clarice Lispector), publicada en 1999 en Río de Janeiro por Rocco, como una fuente adicional sobre la que Moser se apoyó más que bastante para su libro. Ninguno de los ensayos menciona la obra académica de uno de los profesores de Moser en Brown, Nelson Vieira, cuyo libro de 1995 Jewish Voices in Brazilian Literature: A Prophetic Discourse of Alterity (Voces judías en la literatura brasileña: un discurso profético de alteridad) contiene un capítulo dedicado a Lispector: “Clarice Lispector: A Jewish Impulse and a Prophecy of Difference” (“Clarice Lispector: un impulso judío y una profecía de diferencia”)[28]. Estos libros de Gotlib, Montero y Vieira aparecen en la sección “Obras citadas” de Por qué este mundo de Moser, pero uno comienza a preguntarse por qué no están destacados como tres de los más fundamentales peldaños para la discusión presentada en su libro. En los agradecimientos de Moser se lee:

A mis colegas “claricianos” […] Nádia Batella Gotlib, la autoridad más grande en el Brasil sobre Clarice Lispector, cuyas investigaciones biográficas descubrieron tantos hechos esenciales sobre la vida de Clarice, y cuya ayuda con las fotografías me ahorró varios dolores de cabeza; Teresa Cristina Montero Ferreira, cuya biografía también está repleta de los frutos de su investigación exhaustiva […]. Una palabra especial se le debe a Nelson Vieira, maestro e intelectual brillante, quien fue el primero en despertar mi entusiasmo por Clarice cuando era un estudiante universitario y que fue uno de los primeros en entender a Clarice como una escritora judía.

Pero en el libro mismo ellos son raramente mencionados. En Río de Janeiro en octubre de 2018, la editorial Autêntica lanzó el último libro de Teresa Montero, O Rio de Clarice: Passeio afetivo pela cidade (El Río de Clarice: un paseo afectivo por la ciudad). A mediados de diciembre de 2018, el Professor Vieira dio el discurso de apertura de la conferencia “Clarice Lispector: Memory and Belonging” (“Clarice Lispector: memoria y pertenecia”) en Jerusalem[29]. La vida continúa.

La edición paperback de The Chandelier fue lanzada en mayo de 2019 con una tapa rosa-shocking que reemplazó el titulo del libro por una imagen del chandelier, una decisión divertida y cautivadora, en mi opinión. La versión tapa dura del título más reciente entre las nuevas traducciones de Lispector, The Besieged City (A cidade sitiada, La ciudad sitiada), traducida al inglés por primera vez por Johnny Lorenz, me había llegado con la correspondencia al comienzo de la primavera. Un misterio que me gustaría comenzar a develar es qué sucedió con la versión de Pontiero de esta novela, que había sido programada para publicación en 1999 por Carcanet Press[30]. Pensaba en esto mientras leía la introducción de Moser a The Besieged City, cuando repentinamente tuve que detenerme en la siguiente oración sobre el uso de las comas en Lispector: “Quebrando ritmos, agregando pausas, cambiando los énfasis, cientos de comas salpicadas, cambiando la música de su prosa, clarificando fragmentos difíciles y luego, con la misma frecuencia, embarrándolos más, extraños y pequeños cabellos en la sopa”. Esto me sonaba terriblemente familiar. El segundo párrafo de la “Nota de la traductora” de Katrina Dodson para The Complete Stories termina así: “Una coma quiebra el paso donde parece no pertenecer, como un cabello que ella ha puesto en tu sopa”.

Quisiera que Moser hubiera citado la observación de Dodson sobre las sorprendentes comas de Lispector que aparecen en su prosa como un cabello en tu sopa. Quisiera que Moser le hubiera dado crédito a Dodson por su trabajo. Quisiera…

¿Cometió un error Moser en el “arte del detalle” mientras escribía? ¿Simplemente recordó mal la idea de Dodson como si fuera suya o “colonizó” su prosa como, de acuerdo a él, Rieff había hecho cuando tomó crédito por la obra de Sontag y le agradeció como “Susan Rieff”?

Podría también hacer la pregunta de otro modo para expandir la conversación e incluir a las comunidades de la traducción, literarias y editoriales: ¿A quién se agradece por su devoción y quién recibe el crédito por su trabajo?


 

[1] https://ndbooks.imgix.net/winter2018_catalog_text_revised_final_1_1.pdf

[2] https://www.theguardian.com/books/2019/may/13/susan-sontag-her-life-benjamin-moser-freud-the-mind-of-the-moralist-philip-rieff

[3] http://dx.doi.org/10.1590/S0103-40142010000300020

[4]  https://www.youtube.com/watch?v=yFFiAl5CC-8

[5] https://www.nybooks.com/articles/2009/09/24/the-brazilian-sphinx/

[6] Lispector, Clarice. Outros escritos. Rio de Janeiro: Editora Rocco, 2005.

[7] “Clarice Lispector. The Complete Stories. Translated by Katrina Dodson and edited by Benjamin Moser.” New York, NY: New Directions, 2015. 645 pp Elizabeth Lowe Pages 62-65 | Published online: 14 Oct 2016 // Translation Review Volume 96, 2016 – Issue 1

[8] https://themillions.com/2015/08/a-horribly-marvelous-and-delicate-abyss-the-complete-stories-by-clarice-lispector.html

[9] https://www.theparisreview.org/blog/2015/08/17/passionate-acolytes-an-interview-with-benjamin-moser/

[10] https://www.publishersweekly.com/pw/by-topic/industry-news/publisher-news/article/48801-new-directions-resurrects-clarice-lispector-with-new-translations.html

[11] https://publishingtheworld.wordpress.com/2013/01/23/tonight-clarice-lispector-a-discussion-at-the-center-for-fiction/

[12] https://www.youtube.com/watch?v=nySumhPzxgI

[13] https://www.loc.gov/item/webcast-7362/

[14] https://www.bookculture.com/event/columbus-benjamin-moser-complete-stories-clarice-lispector

[15] Lispector, Clarice. A Descoberta do Mundo: Crônicas. Rio de Janeiro: Rocco, 1999. “Intelectual? Não.” Page 149.

[16] http://www.brasa.org/wordpress/wp-content/uploads/2015/03/18992_WI_BRASA_Program_text_final.2.pdf

[17] https://www.nytimes.com/2018/07/20/books/review/letters-to-the-editor.html

[18] https://www.nytimes.com/2018/06/28/books/review/kate-briggs-this-little-art.html

[19] https://afterclarice.wordpress.com

[20] Lispector, Clarice. A hora da estrela. Rio de Janeiro: Rocco, 1999.

[21] Lispector, Clarice. The Hour of the Star. Translated by Giovanni Pontiero. New York: New Directions, 1986.

[22] Lispector, Clarice. The Hour of the Star. Translated by Benjamin Moser. New York: New Directions, 2011.

[23] Bishop, Elizabeth. Bishop: Poems, Prose and Letters. “The Smallest Woman in the World” by Clarice Lispector and translated by Elizabeth Bishop. New York: Library of America, 2008.

[24] Lispector, Clarice. Family Ties. Translated by Giovanni Pontiero. Austin: University of Texas Press, 1972.

[25] Lispector, Clarice. The Complete Stories. Translated by Katrina Dodson. New York: New Directions, 2015.

[26] https://doi.org/10.22478/ufpb.2237-0900.2018v14n1.42212

[27] El prefacio también fue publicado en el New Yorker: https://www.newyorker.com/books/page-turner/the-true-glamour-of-clarice-lispector

[28] Vieira, Nelson H. Jewish Voices in Brazilian Literature: A Prophetic Discourse of Alterity. Miami: University Press of Florida, 1995.

[29] https://conferencehuji.wixsite.com/claricelispector

[30] https://www.amazon.com/Besieged-City-Clarice-Lispector/dp/1857540611/

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Hélio Oiticica y el nuevo sublime: un evento radical en el arte contemporáneo

Por: Gonzalo Aguilar

Imágenes: Archivo

Gonzalo Aguilar traza el itinerario de una serie de transformaciones que se dieron en el ámbito del arte en el transcurso de la década del sesenta: una época en la que el concepto de energía se volvió preponderante y cuya preeminencia vinculó las prácticas artísticas con el entorno, con el afuera, con el acontecimiento histórico, con lo no artístico. En este marco, Aguilar aborda el uso particular e intensivo que el artista plástico brasileño Hélio Oiticica hace del color blanco en varias de sus obras realizadas en la ciudad de Nueva York. Para el autor, más que regional o propio de un campo específico, el uso del blanco es transversal y marca un evento radical: un nuevo sublime en la escena contemporánea.


La sustitución de la forma por la energía en el arte es uno de los acontecimientos más importantes de principios de la década del sesenta. De repente, es como si toda la literatura crítica y las prácticas artísticas que habían dominado la escena de los años cincuenta se desmoronaran. No se trata de un hecho catastrófico ni de un cambio repentino y absoluto, pero si se observan con detenimiento esos años se verá que el arte de mediados de los sesenta ya no se parece en nada al de la década anterior.

Es que si en los años cincuenta los discursos giraban alrededor de la forma, con el tiempo el concepto de energía fue ocupando toda la escena. La supremacía del criterio de energía se manifiesta tanto en el exceso de materialidad que disuelve o amenaza la forma como en la caída de ciertas restricciones que definían el campo del arte. El retorno de la figuración es tal vez uno de los ejemplos más poderosos no solo porque su exclusión había sido una de las consignas más fuertes del modernismo, sino también porque hasta los propios artistas que venían del concretismo, como Hélio Oiticica o Waldemar Cordeiro, comenzaron a trabajar con figuras humanas.

El poder de la energía trajo un cambio en el arte y, concomitantemente, en el papel del artista. El artista ya no se colocaba en una posición exterior a la obra guiado por los procesos de construcción sino que se involucraba y se convertía o en una extensión de la obra o en su soporte (como también sucede con el espectador). La energía, antes que con la forma, está vinculada con los organismos vivos, con las conexiones, las fuerzas del afuera y es conducida de un cuerpo a otro de manera tal que la acción del artista está involucrada (de ahí también que lo háptico desplace a lo óptico, lo táctil a lo visual). Mário Pedrosa lo sintetizó con una fórmula genial: el artista es “una máquina sensorial”.

En cuanto al arte, este ya deja de vincular sus prácticas con el pasado específico para operar con el entorno: al ser despojado de los criterios que lo sostenían como un dominio autónomo, no es casual que el arte se haya convertido en una máquina conceptual. Si los rasgos distintivos carecen de relevancia y ya no hay atributos esenciales, el arte deviene un concepto que artistas, instituciones y espectadores pueden manipular en un perpetuo estado de vacilación e indeterminación (y, obviamente, de disputa institucional). Marcel Duchamp es el referente fundamental en este giro conceptual (la materia gris), aunque también hay que considerarlo un nexo con el artista como máquina sensorial (la materia rosa, como la trabaja Georges Didi-Huberman en La Ressemblance par contact, París, Minuit, 2008).

La energía vincula a las prácticas artísticas con el entorno, con el afuera, con el acontecimiento histórico, con lo no artístico. En este desplazamiento, los años sesenta se caracterizan por el uso inventivo del espacio (la situación) como lugar en el que se testea la potencia del arte. Si bien al principio de la década el rasgo principal de este uso fue la incorporación de nuevos materiales (cosas encontradas en la calle o dispositivos no convencionales) y de nuevas experiencias sensoriales (en particular las aportadas por los medios masivos), pocos después la cuestión fundamental consistió en la relación conflictiva entre la práctica artística y el espacio de exhibición, tanto en su dimensión pública como política. El uso de la esplanada del Museo de Arte Moderna de Rio de Janeiro fue sintomático de este uso intensivo de las energías que venían de todos los ámbitos, sobre todo de la calle como lugar de manifestación. En ese espacio la energía era reconducida a la potencia de la historia que sostenía la promesa de un futuro emancipado. Sin embargo, la relación entre energía, arte y espacio público sufre un cortocircuito de grandes dimensiones con el AI-5. Este acontecimiento (“la noche negra” como la llamó Oiticica) hace que los artistas se pregunten sobre cómo usar o reconducir la energía. La respuesta de Hélio Oiticica es su experiencia londrina y, posteriormente, el exilio en Nueva York, donde inauguró la posibilidad de nuevas conexiones.

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El cambio que implicó su radicación en la ciudad norteamericana podía observarse en varias instancias: en los cuerpos elegidos para los parangolês, en el retiro de los espacios públicos de exhibición (deja de exhibir después de la experiencia de Information en el MoMA), en la incorporación de nuevos materiales (como la cocaína, el fílmico, las ambientaciones) y en un viraje en el uso de los colores. Los naranjas comienzan a ser desplazados por los azules oscuros (como en algunas cosmococas) o por los blancos. También en esos años Oiticica construye una red afectiva que incluye a amigos más jóvenes que lo visitan en Nueva York (como Wally Salomão, Ivan Cardoso), otros que conoce en la ciudad como Silviano Santiago y los poetas de Noigandres (Décio Pignatari, Haroldo y Augusto de Campos) que también lo visitan en la Big Apple. Con Haroldo entabla una relación particularmente intensa: poco antes de morir y cuando ya estaba internado, Haroldo escribe un guión fílmico para Ivan Cardoso sobre su amigo Hélio Oiticica.

Entre todos los cambios en la obra de Hélio que se relacionan con su traslado a Nueva York me interesa particularmente el uso intensivo del blanco en varias de sus obras, sobre todo las que se relacionan con los hermanos Campos. La presencia del blanco no es exclusiva de Oiticica y en los años sesenta la centralidad que adquiere la figura de Malévich impulsa una cantidad de reflexiones y de obras que tienen como punto de partida Blanco sobre blanco, obra que forma parte del patrimonio del MoMA (fue comprada por Alfred Barr en 1935). Pero no solo eso, la diseminación del blanco es mucho mayor y si en la poesía está afectada por la relectura de Mallarmé, en otras prácticas artísticas también se impone a partir de otras genealogías. A fines de los sesenta, una cantidad de fenómenos llevan a pensar que el recurso del blanco es índice de una situación mayor que excede las genealogías particulares y las especificidades de cada arte. Más que regional o propio de un campo específico, el uso del blanco es transversal y marca un evento radical: un nuevo sublime en la escena contemporánea.

En “El suprematismo”, Kazimir Malévich escribe: “El blanco, verdadera representación del infinito” (Escritos, edición de Andréi Nakov, Madrid, Síntesis, 2007, p.280). La frase no carece de ambigüedad porque ¿puede el blanco representar algo? El “abismo blanco y libre” del que habla Malévich resulta una solución muy original al problema del arte y el infinito en la medida en que el blanco puede representarlo justamente porque no representa nada. La interpretación del color es tan arbitraria como cualquier otra pero se basa en que, al menos en la cultura occidental, el blanco es visto como vacío, borramiento, pura luz, nada. En un cuadro de dimensiones muy pequeñas (79,4 cm x 79.4 cm), el suprematista ruso recupera lo sublime sin deshacerse de las prácticas fundacionales de la vanguardia: el abandono de la representación y el cuestionamiento radical del lenguaje estético. Es más, su obra exhibe cómo lo sublime diluye la representación: es tan poderoso que excede todo concepto y toda figuración sensible.

Según la conocida y clásica obra de Edmund Burke, lo sublime es aquello que, por demasiado grande y poderoso, provoca terror ya que pone en peligro o en duda el principio de autoconservación. Con un tipo de funcionamiento diferente a la armonía de lo bello, la mediación estética hace que este peligro o terror se transforme en “una pena que produce placer”. En las diferentes lecturas que sufre el término en su recorrido histórico, tal vez el desplazamiento más importante es el vínculo (ya presente en Burke) que se establece entre lo sublime y la imposibilidad de plasmar o representar lo inconmensurable. Este giro es conceptualizado por Kant en la Crítica del juicio (1790). En su estudio, Kant sostiene que lo sublime excede el alcance de lo fenoménico. Se produce así, en la relectura que Kant hace de Burke, una abstracción: un recorrido desde lo grande y lo sensible hacia lo que es inaccesible a los sentidos adquiriendo estatuto conceptual (de sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime de 1764 a la Crítica del juicio de 1790, de la etapa precrítica a la coronación de la crítica de las facultades). Para Kant, la discordancia entre razón e imaginación mueve la lógica de lo sublime.

Resulta imposible no evocar el concepto de lo sublime una vez que la energía en el arte aparece como su factor fundamental. En palabras de Jean-François Lyotard, “la inconmensurabilidad de la realidad en relación con el concepto, está implícita en la filosofía kantiana de lo sublime” (La posmodernidad (Explicada a los niños), Barcelona, Gedisa, 1995, p.20). Otros autores también reinstalaron el concepto de lo sublime en sentido kantiano para pensar el arte y la literatura contemporáneos. Fredric Jameson, por ejemplo, habla de un “sublime posmoderno” que se define por “plasmar” lo irrepresentable, que sería el capitalismo multinacional como totalidad (Ensayos sobre el posmodernismo, Buenos Aires, Imago Mundi, 1990, pp.63-64). Andreas Huyssen, en “El mapa de lo posmoderno”, señala que “históricamente el sentimiento de lo sublime contiene un deseo secreto de totalidad” y discute el sublime en Lyotard a partir de Habermas y la diferenciación de las esferas en la vida moderna (Después de la gran división (Modernismo, cultura de masas, posmodernismo), Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2002, p. 370). Gilles Deleuze, en La filosofía crítica de Kant, sostiene que “en efecto, como dice Kant, lo sublime es lo informe y lo disforme” (Madrid, Cátedra, 1997, p.88). Al disponer de una máquina sensorial que trata de conducir estas energías, surge un nuevo sublime, un sublime vivencial. Afirmación del goce o del crelazer (para usar un término de Oiticica), este sublime no se construye sobre una realidad trascendente sino sobre la inmanencia. No hay necesidad de un noumeno ni de un Blanco mayúsculo, como escribe Jacques Derrida, sino que hay un vacío y una superficie blanca cualquiera. También Jean-Luc Nancy en su estudio “La ofrenda sublime” vincula lo sublime al blanco: “La blancura suspendida de la hoja o del lienzo: la experiencia de lo sublime no requiere nada más” (Un pensamiento finito¸ Barcelona, Anthropos, 2002, p.139).

Sobre este nuevo sublime que se manifiesta en lo blanco escribió Haroldo de Campos en los textos que le dedicó a su amigo Oiticica. La epifanía o los “éxtasis discontinuos”, para decirlo con palabras de Oiticica, no procuran una instancia trascendente sino que celebran lo paradisíaco en el instante-vida. Edén, señala Haroldo, es “un hebraísmo que, no por casualidad, significa delicia” (Éden (Um tríptico bíblico), São Paulo, Perspectiva, 2006, p.210). Delicia o goce, lo sublime vivencial empuja al sujeto hacia los límites, hacia el lugar en el que se pierde pero que en esa pérdida conoce también su potencia.

Escritura: constelaciones nocturnas

Si Malévich era un umbral para las artes plásticas, en poesía la referencia fundamental fue Stephane Mallarmé quien, en Un coup de dés, había utilizado el blanco como espaciamiento del poema y como materialización del signo para instituir el horizonte de escritura constelar en el que se moverían diversas poéticas, desde “los signos en rotación” de Octavio Paz a la poesía concreta del grupo Noigandres.

En 1967, Octavio Paz publicó el poema Blanco, una experiencia espacial que funciona mediante combinaciones permutativas que producen más de veinte variantes. El poema fue traducido años después por Haroldo de Campos en su libro Transblanco, que incluye otras traducciones o transcreaciones de poemas del mexicano con un intercambio de cartas y otros textos críticos. El blanco surge como una preocupación común que se vincula con la espacialidad, visualidad y construcción del poema, además de expresar la posibilidad de una epifanía que en Octavio Paz tenía que ver con sus experiencias en India, donde fue embajador entre 1962 y 1968 y escribió obras como Blanco y El mono gramático. Pasaje de Blanco y su transcreación por Haroldo de Campos en Transblanco:

Apariciones y desapariciones

La realidad y sus resurrecciones

El silencio reposa en el habla

[…]

Irrealidad de lo mirado

La transparencia es todo lo que queda

[Aparições e desaparições

A realidade e suas resurreições

O silêncio repousa na fala

[…]

Irrealidade do visto

A transparência é o que resta ao fim de tudo]

 

La irradiación de lo blanco también llega a la teoría con la crítica postestructuralista y las relecturas de Mallarmé. En 1969, Jacques Derrida dicta una serie de conferencias sobre el poema en prosa “Mímica” de Mallarmé que publica un año después en la revista Tel Quel e incluye en su libro La diseminación. “La doble sesión”, tal el título del ensayo, es una reflexión sobre las nociones de blanco, pliegue, himen y espaciamiento en la obra de Mallarmé. Enfrentado con la concepción de Jean-Pierre Richard, Derrida sostiene que el blanco en Mallarmé no es un tema sino una operación de puesta en escena de la escritura, de espaciamiento y de plegado. “El blanco se pliega –escribe Derrida–, es(tá marcado por un) pliegue” (Madrid, Fundamentos, 1975, p.380). Esto es así porque no hay sentido total ni propio, lo que hay más bien es un “contenido sémico casi vacío” y nunca un “Blanco mayúsculo” (p.387). Aunque en un principio Derrida confluye con Malévich al sostener que el blanco convierte la finitud en infinito (p.379), agrega un giro que lo aleja de todo misticismo en la ligazón entre el blanco y la trascendencia. El infinito, según Derrida, no remitiría a una presencia sino a algo que se difiere, se retarda, se disemina. El blanco no es polisémico, no se caracteriza porque tiene muchos sentidos, sino porque el sentido difiere y es irrecuperable en su totalidad. Por eso el blanco que Derrida anuncia no tiene límites, no tiene –según una figura clave en Derrida– parergon, esto es, marco. Es el ergon que deviene parergon y viceversa, algo que está literalmente plasmado en el Blanco sobre blanco de Malévich, que es un cuadrado adentro de otro. Como si la pintura se contuviera a sí misma y a la vez exhibiera su rechazo al marco (es decir, a la pintura misma). En este juego de marcos podríamos afirmar que Malévich hace una no-representación de lo infinito. Malévich mismo se refiere a esto cuando en el manifiesto “El suprematismo” escribe, en un manifiesto de 1919, que “el azul del cielo ha sido perforado y ha penetrado en el blanco, verdadera representación del infinito, y por ello, liberado del fondo celeste en color” (Escritos, op.cit., p.280). Esa infinitud muestra el estatuto inestable de la obra que tan pronto se pone un límite como lo empuja más allá en un juego en el que la estética parece llegar a su propia disolución.

Lo expuesto, de todos modos, permite afirmar que la relectura de Mallarmé y Malévich recorre el arte de fines de la década. Ahora bien, ¿cómo leer todas estas apariciones y recurrencias que son de diferente orden y parecen responder en principio a fenómenos absolutamente heterogéneos entre sí? ¿Se produce en esos años una diseminación de lo blanco que excede la herencia mallarmeana y malevichiana y es índice de una experiencia mucho más amplia, más vinculada al presente que a la reactualización de poéticas históricas?

Diseminación de lo blanco

Curiosamente, la aparición del blanco también se da en artes más ligadas a lo masivo como el cine y la música. El film Persona, de Ingmar Bergman, estrenado en 1966, comienza con las imágenes de un proyector, un rollo de acetato, un pene erecto y viejos films de animación. En sus destellos, la pantalla se pone más de una vez en blanco, como si Bergman quisiera exhibir el soporte material (la pantalla) sobre el que se proyecta la historia o la fantasía (la luz). El blanco es el origen del cine pero también su destrucción: es el goce que provoca la construcción de la fantasía y su disolución (conflicto también central en Fanny y Alexander en la escena de la linterna mágica y de las marionetas).

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En el área de la música erudita de vanguardia, John Cage publica en 1969 Notations, un libro que contiene partituras musicales no convencionales. La página en blanco plantea una apertura que exige al compositor una notación que prescinda de la convención del pentagrama. El compositor dispone, entonces, de un campo de notación indeterminado y sin restricciones al que él mismo debe dar forma. Ya no están las líneas, las cinco líneas de la notación convencional, sino el espacio indeterminado que cada compositor reinventa. El libro será usado después por Hélio Oiticica en la Cosmococa que dedicó a los hermanos Campos.

Pero no solo en el terreno de la música erudita se produce una diseminación de lo blanco, también en el ámbito de la música masiva el blanco adquiere un gran protagonismo. Cada portada de Los Beatles era un acontecimiento. Desde su segundo disco With The Beatles, con la foto en blanco y negro de Robert Freeman, sus portadas fueron su vínculo con las artes plásticas que les eran contemporáneas. En 1966, Los Beatles hacen una sesión de fotos con Robert Whitaker conocidas como la butcher cover para el disco Yesterday and Today que sería distribuido en Estados Unidos. En la portada, Los Beatles jugaban (literalmente) con lo abyecto y se reían entre reses de vaca mutiladas y muñecas infantiles también despedazadas.  

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Con su simpatía habitual, los Beatles sugerían, en la sesión de Whitaker, que aún el mundo del espectáculo y del yeah-yeah-yeah debía aprender a convivir con la visión de vísceras, sangre y restos (poco después, la televisión comenzaba a mostrar los reportes visuales de la guerra de Vietnam). Finalmente, la compañía discográfica decidió cubrir la foto por otra que mostraba a los Beatles bien vestidos y metidos dentro de una valija (los fans y coleccionistas encontraron el método por el cual despegar esa foto y recuperar la butcher cover). Poco a poco, los músicos de Liverpool iban conociendo que tocaban un límite y que no solo se debían dedicar a revolucionar la pop music sino también a redefinir su imagen mediática. Un año después, la tapa de Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band, a cargo de Peter Blake, sería tan importante como las músicas que contenía.

Por entonces, John Lennon comienza a rendirle un verdadero culto al color blanco. Aparece a menudo vestido con un traje blanco y hasta habita una casa en Ascot toda pintada de blanco (donde se grabó el video de Imagine), incluido su piano de cola. El 1º de julio de 1968, Lennon y Yoko inauguran la muestra You are here en la galería de Robert Fraser (el marchand del swinging London que les recomendaba a los Beatles artistas para las tapas de sus discos). La obra central de la muestra era un cuadro blanco con la leyenda manuscrita “You are here”. En la ceremonia inaugural, John y Yoko liberaron 365 globos inflados con helio, “el gas más leve” como nos recuerda Jimi Hendrix (“I have this one little saying, when things get too heavy just call me helium, the lightest known gas to man.”; “call me helium” fue la divisa que después tomó Oiticica para autodefinirse). En cada globo había una tarjeta en la que se leía “You are here” de un lado y “Write to John Lennon, c/o The Robert Fraser Gallery, 69 Duke Street, London W1” en el otro.

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También la tapa de su primer disco con Yoko, Unfinished Music No.1: Two Virgins, editado en noviembre de 1968, muestra a la pareja desnuda con el borde difuminado en blanco.  Dos elementos que pueden asociarse con la blancura aparecen en la portada: la virginidad (el disco se titula Two Virgins) y la desnudez. Como si el blanco evocara inmediatamente en la mente del observador la idea de vaciamiento y la de despojo como punto de partida para la acción libre.

La pasión por el blanco no solo era propia de John y de sus devaneos con la vanguardista Yoko Ono sino que interesaba a la banda de rock más popular del planeta. En 1968, sale a la venta el disco doble con su tapa absolutamente blanca. El White Album (como se lo denominó) fue diseñado por Richard Hamilton, uno de los artistas más relevantes del pop británico (su obra Just what is it that makes our today’s homes so different, so appealing, considerada la primera obra de pop art, fue presentada en la muestra This is tomorrow en la Whitechapel Art Gallery de Londres en 1956). Pese a ser absolutamente blanca y con las letras del grupo en relieve también en blanco, la tapa tenía un detalle: llevaba un número de serie que creaba una cierta singularidad de un disco que, ya se sabía, iría a vender millones. El título no figura en ningún lado y Richard Hamilton sugirió que el título es The Beatles haciendo una referencia irónica a la banda del Sgt. Pepper, como si ahora la banda ficticia fueran los propios Beatles. Al poner las letras en relieve, es como si el blanco hiciera tanto una supresión de la visualidad como una apelación a lo táctil, a la necesidad de acariciar el objeto y palpar su materialidad.

La portada del White Album, como todo lo que hacían los Beatles, suscitó una serie de réplicas, parodias y diálogos entre las que se encuentra el disco de Caetano Veloso de 1969. El contraste con la anterior portada diseñada por Rogério Duarte es similar a la del grupo de Liverpool: sobre un fondo blanco, se lee la firma de Caetano. De todos modos, ese blanco, más que un diálogo artístico, es el testimonio de una ausencia forzada. Al terminar su disco, Caetano debió abandonar Brasil y exiliarse en Londres desterrado por el gobierno militar. El disco, grabado en condiciones muy duras, quedó en manos de la compañía, quien se ocupó de editar el disco y eligió esa tapa de urgencia ante la ausencia forzada del músico.

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La forma del blanco

En su libro Dreamworld and Catastrophe: The Passing of Mass Utopia in East and West, Susan Buck-Morss sostiene que en su viaje de la Unión Soviética a Estados Unidos, en las manos de Alfred Barr, el Blanco sobre blanco de Malévich se convirtió en un prototipo del arte “puro” y “verdadero” y, con el paso del tiempo, en una pieza clave en los debates estéticos de la Guerra Fría. El clímax que la obra de Malévich alcanzó en los sesenta se convirtió en un cliché y en una defensa de las posiciones autonomizadoras y formalistas: su éxito mercantil fue el índice de su domesticación. Eso se verificaría, siempre según Buck-Morss, en todos los monocromos que, subordinados a las posiciones críticas de Clement Greenberg, se hicieron en esos años. Según escribe Susan Buck-Morss en Dreamworld and Catastrophe: The Passing of Mass Utopia in East and West, “Formalist was perhaps the most damming thing one could say politically about an artist in the Soviet Union in the 1930. But formalism was precisely the valued criterion for political art in the West, according to the US Marxist art critic Clement Greenberg” (Cambridge, MIT Press, 2000, p.89). En su viaje de la URSS a EEUU, “the square became the prototype of “pure” and “true” art, which, as experimental and “advanced”, could only flourish in a political democracy” (op.cit., p.89). Buck-Morss a continuación, además de hablar de su éxito financiero, se refiere a los monocromos de Josef Albers, Brice Maden, Barnett Newman, Ad Reinhardt, Frank Stella y otros. El Blanco sobre blanco, en su viaje al capitalismo, perdió su poder místico y revolucionario.

El recorrido que traza Buck-Morss de todos modos no es el único que hace un cuadro en una época en que las reproducciones viajan más que las propias obras. En la historia de la recepción de Blanco sobre blanco el papel que desempeñó la revista francesa Art de aujourd’hui fue fundamental. Porque pese a que, como señaló Guibault, en el siglo XX el arte moderno se desplaza de París a New York, en los años 50 la crítica francesa todavía seguía siendo la más poderosa fuente de información de los artistas y escritores latinoamericanos. El cuadro podía estar en New York y ser parte de las políticas de la Guerra Fría, pero en la recepción latinoamericana el cuadro de Malévich estaba más vinculado a los debates que se desarrollaban en el seno de los Partidos Comunistas locales y a la crítica a un público que era conservador en cuestiones de arte. Seguramente podría hablarse de una mirada “formalista” pero la forma no es lo mismo en todos los lugares y en todas las épocas. El poeta brasileño Augusto de Campos recuerda su primer contacto con la obra del pintor ruso:

Meu primeiro contacto com os quadrados de Malévich se deu em 52, nas conversas com os pintores concretos (Cordeiro, especialmente, que era teórico tinha grande capacidade de formulação). Embora a vanguarda russa não estivesse presente nas primeiras bienais (as autoridades soviéticas as relegavam aos porões dos seus museus), comprei na ocasião dois números da revista francesa Art d’aujourd’hui, de junho de 1952 e julho de 1953 (que ainda tenho). No primeiro, ele comparece com alguns dos seus trabalhos […] no segundo, há um estudo mais longo e completo “Les idées de Malévich” por Julian Alvard, que me impressionou muito. Entre as ilustrações (todas em preto e branco), o quadrado preto de 1913, ocupando todo o quadro, e um dos “branco sobre branco” de 1916. Juntamente com Mondrian, e os concretos paulistas, é a base plástica do Poetamenos.

La plural genealogía de lo blanco hace que no pueda reducirse su sentido a una estrategia de dominación o a una única idea de forma. Más bien el blanco –como lo vio Derrida– tiende a suspender o hasta impugnar la forma, más bien el blanco es una apertura que adquiere sentidos diferentes si se trata de los bordes no pintados de una obra de Cézanne, de los cuadrados de Malévich o de un parangolé de Oiticica: no puede reducirse a una única tradición o limitarse a una apropiación museística. A fines de los sesenta, el blanco implica, por un lado, el conocimiento de los materiales que usa el arte y, por otro, la apertura al infinito, a lo absoluto pero no a un absoluto mayúsculo (para usar el término de Derrida) sino a un absoluto inmanente.

El conocimiento de los materiales enlaza a todas las artes a la vez que las separa: porque si el movimiento hacia la materia que las hace posible es el mismo, lo que encuentran es peculiar. En los años cincuenta, lo que encontraban (“la pintura es forma y color”) puede ser lo esencial pero, en otros momentos, puede constituir una revelación de otro orden, no necesariamente de lo esencial intrínseco. Hoja en blanco, silencio, soporte, pigmento blanco: los materiales parecen ser los mismos pero no lo son. El fragmento de Bergman evidencia algo que puede extenderse a otras producciones: al exhibir el blanco, el cine se encuentra con su propia materialidad, su soporte. El blanco acá es específico de cada medio porque si la pantalla blanca vale para el cine no lo es para la pintura, donde es lienzo blanco; ni para la poesía, donde es espaciamiento. En música, sólo metafóricamente el blanco puede equivalerse con el silencio, pero la existencia de obras que hacen del silencio su soporte hablan de una orientación del arte hacia la materia en el sentido de la physis como fundamento que el arte suele escamotear o desplazar a un segundo plano, y esa es una de las funciones que cumple el blanco. John Cage señaló, entre sus inspiraciones para la composición 4’33’’, las White Paintings de Robert Rauschenberg a las que denominó “espejos del aire”. Este blanco es básicamente sensorial y esa es la materia inicial o la masa a la que hay que modular (y ya no la forma). Una materia indeterminada en la que cada marco solo potencia su inconmensurabilidad y exceso. Como se infiere de la lectura de Derrida, el blanco no es una consolidación de la forma sino su amenaza, el juego indecidible entre el finito de la obra y su apertura hacia otra cosa, sea el infinito, lo absoluto o la materia que, con su fuerza o energía, cuestiona la forma. Al zambullirse en el blanco como soporte o materia del arte, las obras terminan afirmando algo que, a simple vista, parece escandaloso: lo absoluto de la inmanencia. Y la potencia del arte para crear, en ese plano, nuevas sensorialidades, experiencias y modos de la reflexión.

 

Nemecia

 Por: Kirstin Valdez Quade

Traducción: Jimena Reides

Foto de portada: Night at the fiestas

«Nemecia» es el relato de la escritora norteamericana Kirstin Valdez Quade, que encabeza su aclamado debut literario, Night at the fiestas (2015). Tanto el relato como el volumen han obtenido una serie de premios y galardones desde su publicación, siendo reconocidos a través de la National Book Foundation y publicados en medios como Narrative o The New Yorker. La publicación de «Nemecia» en Revista Transas, en traducción de Jimena Reides, marca la primera traducción al español de Kirstin Valdez Quade.


EN EL PRIMER RECUERDO QUE TENGO DE MI PRIMA NEMECIA, ESTAMOS caminando juntas en el cultivo de frijoles. Estuve llorando, y mi respiración es aún temblorosa y ahogada. Ella me toma la mano con fuerza y me dice alegremente—: Espera, María, espera hasta que lo veas —. No recuerdo por qué estaba molesta o qué fue lo que me mostró mi prima ese día. Solo recuerdo que la tristeza se alejó como una ola y que un arrebato de expectativa nuevo y tranquilo la reemplazó, y que los zapatos de Nemecia tenían tacos. Tuvo que caminar inclinada hacia adelante, sobre los dedos del pie, para evitar que estos se hundieran en la tierra.

Nemecia era la hija de la hermana de mi madre. Vino a vivir con mis padres antes de que yo naciera porque mi tía Benigna no podía cuidarla. Luego, cuando la tía Benigna se recuperó y se mudó a Los Ángeles, Nemecia ya había vivido con nosotros durante tanto tiempo que se quedó. Esto no era algo raro en nuestro pueblo de Nueva México en aquellos años entre guerras; si alguien moría, atravesaba un momento difícil, o simplemente tenía demasiados hijos, siempre había tías, hermanas o abuelas con espacio para un niño extra.

El día después de que nací, mi tía abuela Paulita llevó a una Nemecia de siete años a la habitación de mi madre para que me conociera. Nemecia llevaba la muñeca de porcelana que alguna vez había pertenecido a su propia madre. Cuando quitaron la manta de mi rostro para que pudiera verme, estrelló la muñeca contra el piso de tablones. Encontraron todas las piezas; mi padre las unió con pegamento, limpiando la superficie con su pañuelo para quitar lo que sobraba entre las grietas. El pegamento tomó un color marrón al secarse, o tal vez se secó con un color blanco y simplemente se tornó marrón con el tiempo. La muñeca reposaba en la cómoda de nuestra habitación, con la cara redonda y una sonrisa plácida detrás de la red de resquebraduras y con las manos plegadas de forma meticulosa a lo largo de un encaje blanco, una mezcla extraña y terrorífica de lo joven y lo viejo.

Había un aire de tragedia y de glamour alrededor de Nemecia, que ella misma cultivaba. Se delineaba los ojos con un lápiz negro y usaba cuentas de cristal y pantimedias de seda, regalos de su madre en California. Se gastaba la mensualidad en revistas y colgaba las fotos de actores de películas mudas con un alfiler alrededor del espejo de nuestro tocador. Creo que jamás vio una película, al menos no hasta después de dejarnos, pues el cine más cercano se encontraba recién en Albuquerque, y mis padres bajo ninguna circunstancia hubieran pensado que las películas eran adecuadas para una jovencita. Sin embargo, Nemecia exhibía las miradas hacia arriba y los pucheros de Mary Pickford y de Greta Garbo en el pequeño espejo de nuestra habitación.

Cuando pienso en Nemecia y en cómo era en ese entonces, la imagino comiendo. Mi prima era voraz. Necesitaba cosas y necesitaba comida. Tomaba pequeños bocados, tragaba todo con la elegancia de un gato. Nunca estaba satisfecha y la comida jamás se veía en su figura.

Contaba chistes mientras se servía ración tras ración, para que estuviéramos distraídos y no nos diéramos cuenta de cuántas tortillas o cuántos cuencos con guiso de chile verde había comido. Si mi padre o mis pequeños hermanos le hacían bromas por su apetito, se sonrojaba. Mi madre hacía callar a mi padre y decía que estaba creciendo.

Por la noche, robaba comida de la alacena: puñados de pasas de uva, charqui, trozos de jamón. Su sigilo era innecesario; mi madre la hubiera alimentado con gusto hasta que estuviese llena. Aún así, todo estaba en su lugar por la mañana: el papel manteca doblado con esmero alrededor del queso, las tapas de los frascos cerradas herméticamente. Era una experta en cortar rebanadas y comer con la cuchara, de modo que sus robos eran imperceptibles. Me despertaba con ella arrodillada sobre mi cama, con una tortilla untada con miel contra mis labios—. Aquí tienes —susurraba, e incluso si todavía estaba llena de la cena y no me había despertado, comía un bocado, pues ella necesitaba que yo participara en el delito.

Verla comer hacía que yo odiara la comida. Los mordiscos rápidos y eficientes, el movimiento de su mandíbula, la forma en que la comida se deslizaba por su garganta; me repugnaba pensar que su cuerpo tolerara tales cantidades. Sus modales delicados y el ladeo refinado de su cabeza, como si aceptara cada bocado, lo empeoraba de algún modo. Pero, si yo era alguien que comía poco, si resentía mi dependencia de la comida, eso no importaba, ya que Nemecia comía mi porción y nunca se desperdiciaba nada.

 

LE TENÍA MIEDO A NEMECIA porque conocía su mayor secreto: cuando tenía cinco años, hizo que su madre entrara en coma y mató a nuestro abuelo.

Sabía esto porque me lo dijo un domingo muy tarde mientras estábamos acostadas en nuestras camas. Toda la familia se había reunido para comer en nuestra casa, como lo hacía cada semana, y pude escuchar a los adultos en la sala, todavía hablando.

—Yo los maté —me dijo Nemecia en la oscuridad. Hablaba como si estuviese recitando, y al principio no sabía si me estaba hablando a mí—. Mi madre estaba muerta. Estuvo muerta durante casi un mes, yo la maté. Después volvió, como Jesucristo, excepto que fue un milagro más grande porque estuvo muerta durante más tiempo, no solamente tres días —. Su voz era seria.

—¿Por qué mataste a nuestro abuelo? —murmuré.

—No lo recuerdo —dijo—. Debo de haber estado enojada.

Miré con dificultad en la oscuridad, luego parpadeé. Con los ojos abiertos o cerrados, la oscuridad era la misma. Perturbadora. No podía escuchar la respiración de Nemecia, solo las voces distantes de los adultos. Tenía la impresión de que estaba sola en la habitación.

A continuación, Nemecia habló—: Sin embargo, no puedo recordar cómo lo hice.

—¿También mataste a tu padre? —pregunté. Por primera vez, me di cuenta del manto de seguridad alrededor mío que nunca había percibido y se estaba disolviendo.

—Oh, no —me dijo Nemecia. Su voz sonaba decidida nuevamente—. No fue necesario, porque se fue por su cuenta.

Su único error, dijo, es que no mató al niño milagroso. El niño milagroso era su hermano, mi primo Patrick, que tenía dos años más que yo. Era un milagro porque incluso mientras la tía Benigna dormía, muerta para el resto del mundo durante esas semanas, sus células se multiplicaron y sus rasgos aparecieron. Pensaba en él haciéndose fuerte por el agua con azúcar y el cuerpo desfallecido de mi tía, con su alma resplandeciendo firmemente dentro de ella. Me lo imaginaba dando vueltas en el líquido calmo.

—Estuve tan cerca —dijo Nemecia, casi con melancolía.

Había una fotografía de Patrick de niño enmarcada sobre el piano. Estaba sentado entre la tía Benigna, a quien yo nunca había conocido, y su nuevo esposo; todos vivían en California. El Patrick de la fotografía tenía cachetes regordetes y no sonreía. Parecía contento de estar allí, entre una madre y un padre. Parecía no estar al tanto de la hermana que vivía con nosotros en otra casa, a casi mil quinientos kilómetros de distancia. Desde luego no la extrañaba.

—Mejor que no le digas a nadie —dijo mi prima.

—No lo haré —dije, mientras el miedo y la lealtad crecían en mí. Estiré la mano hacia el espacio oscuro entre nuestras camas.

 

AL DÍA SIGUIENTE, EL MUNDO se veía diferente; cada adulto con el que me encontraba parecía haberse encogido ahora, frágil debido al secreto de Nemecia.

Esa tarde, fui a la tienda y me quedé quieta junto a mi madre mientras trabajaba en el desordenado escritorio de persiana detrás del mostrador. Estaba haciendo el balance de las cuentas, mientras se golpeaba el labio inferior con el extremo del lápiz. Como era costumbre, al final del día, un halo de cabello encrespado había brotado alrededor de su rostro.

Mi corazón martillaba y tenía la garganta cerrada—. ¿Qué sucedió con la tía Benigna? ¿Qué le pasó a tu padre?

Mi madre se giró para mirarme. Apoyó el lápiz, se quedó quieta por un momento, y luego sacudió la cabeza e hizo un gesto como si estuviese alejando todo de ella.

—Lo importante es que obtuvimos nuestro milagro. Milagros. Benigna vivió, y el bebé vivió —. Su voz sonaba decidida—. Al menos Dios nos concedió eso. Siempre le agradeceré por eso —. No parecía agradecida.

—Pero, ¿qué ocurrió? —. Mi pregunta fue menos enérgica esta vez.

—Mi pobre, pobre hermana —. Los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas y sacudió la cabeza nuevamente—. Es mejor olvidarlo. Me duele pensar en eso.

Pensé que lo que Nemecia me había dicho era verdad. Lo que me confundía era que nadie jamás la había tratado como a una asesina. En todo caso, eran especialmente amables con ella. Me preguntaba si sabían lo que había hecho. Me preguntaba si tenían miedo por lo que podría hacerles a ellos. Mi madre con miedo a una niña; la idea era exagerada pero explicaba, tal vez, la pequeña atención extra que le prestaba a mi prima que tanto me molestaba: el roce de las yemas de sus dedos en la mejilla de Nemecia, el modo en que los labios se demoraban contra el cabello de Nemecia cuando nos daba el beso de las buenas noches.

Quizá todo el pueblo estaba aterrado al ver a mi prima, y yo también veía a Nemecia, mientras hablaba con su maestra en la escalera de la escuela, mientras ayudaba a mi madre antes de la cena. Pero mi prima jamás cometió un error y, aunque algunas veces pensaba que veía destellos de precaución en los rostros de los adultos, no podía estar segura.

Todo el pueblo parecía haberse puesto de acuerdo en mantenerme en la oscuridad, pero pensé que si alguien podía expresar su desaprobación (y con seguridad desaprobaba el asesinato), esa sería mi tía abuela Paulita. Le pregunté sobre ello una tarde en su casa mientras preparábamos tortillas, teniendo cuidado de no traicionar el secreto de Nemecia—. ¿Qué le pasó a mi abuelo? —. Pellizqué una bola de masa y se la pasé a ella.

—Fue algo inimaginable —dijo Paulita. Enrolló la masa con golpes violentos y bruscos. Pensé que iba a continuar, pero solo dijo nuevamente—: Algo inimaginable.

Salvo que podía imaginarme a Nemecia matando a alguien.

El infierno, demonios, llamas, esos eran los horrores que no me podía imaginar. Pero la furia de Nemecia… Eso era completamente posible.

—¿Pero qué sucedió?

Paulita dio vuelta el disco de masa, lo volvió a enrollar y lo tiró sobre la superficie de hierro caliente del horno, donde comenzó a ampollarse. Me apuntó con el palo de amasar—. Tienes suerte, Maria, de haber nacido después de ese día. Tú estás intacta. El resto de nosotros nunca lo olvidará, pero tú, mi hijita, y los mellizos, están intactos —. Abrió la puerta delantera del horno con un gancho de hierro y atizó el fuego de adentro.

Nadie hablaba sobre lo que había pasado cuando Nemecia tenía cinco años. Y enseguida dejé de preguntar. Cada noche, pensaba que Nemecia tal vez diría algo más sobre su delito, pero nunca lo volvió a mencionar.

Y cada noche, me quedaba despierta lo más que podía, esperando que Nemecia viniera a buscarme en la oscuridad.

 

CUALQUIER COSA NUEVA QUE TUVIERA, Nemecia la arruinaba, pero no lo suficiente como para que quedara inusable o siquiera algo que fuera muy perceptible, sino solo un poco: un rasguño en la madera de un lápiz, una rasgadura en el dobladillo interno de un vestido, un pliegue en la página de un libro. Una vez me quejé, cuando Nemecia tiró mi nueva rana saltarina a cuerda contra el escalón de piedra. Le lancé la rana a mi madre, exigiéndole que viera la raspadura en la lata. Mi madre volvió a colocar el juguete en la palma de mi mano y sacudió la cabeza, decepcionada—. Piensa en otros niños —dijo. Se refería a niños que conocía, los niños de Cuipas—. Tantos niños que no tienen cosas nuevas tan hermosas.

Con frecuencia me quedaba al cuidado de mi prima. Mi madre estaba contenta por la ayuda de Nemecia; estaba ocupada con la tienda y con mis hermanos de tres años. Creo que nunca se imaginó que mi prima me deseaba el mal. Mi madre era extremista sobre la seguridad de sus hijos; más adelante, cuando tenía quince años, se negó a atender en la tienda a un peón anciano de mi vecino durante un año porque me había silbado, pero confiaba en Nemecia. Nemecia, casi una huérfana, la hija de la amada hermana mayor de mi madre. Nemecia era la primera niña de mi madre y, lo supe incluso en ese entonces, la favorita.

Mi prima era intensa con su amor y con su odio, y algunas veces yo no podía ver la diferencia. Parecía que la provocaba sin quererlo. Cuando más enojada estaba, arremetía con bofetadas y pellizcos que me ponían la piel roja y azul. Algunas veces, su enojo duraba semanas, una agresión que se desvanecía en largos silencios. Sabía que me había perdonado cuando comenzaba a contarme historias; historias de fantasmas sobre La Llorona, que acechaba arroyos y gemía como el viento cuando se acercaba la muerte, historias sobre forajidos y las cosas terribles que le hacían a mujeres jóvenes y, lo peor, historias sobre nuestra familia. Luego me abrazaba y me besaba y me decía que aunque todo era verdad, cada palabra, y aunque yo era mala y no me lo merecía, todavía me amaba.

No todas sus historias me asustaban. Algunas eran maravillosas: sagas elaboradas que se extendían durante semanas, aventuras de niñas como nosotras que se escapaban. Y cada una de sus historias solo nos pertenecía a nosotras. Me trenzaba el cabello por la noche, se alteraba si un chico me molestaba, me mostraba cómo caminar para que pareciera más alta—. Estoy aquí para cuidarte —me decía—. Es por eso que estoy aquí.

 

CUANDO CUMPLIÓ CATORCE, la piel de Nemecia se volvió roja y aceitosa y se llenó de pústulas. Se veía más frágil. Comenzó a reírse de mí por mis cejas gruesas y mis dientes torcidos, algo de lo que no me había dado cuenta hasta ese entonces.

Una noche, entró en nuestra habitación y se miró en el espejo durante un largo rato. Cuando se alejó, cruzó hacia donde estaba yo sentada sobre la cama y hundió la uña en mi mejilla derecha. Aullé y sacudí la cabeza—. Shhh —me dijo amablemente. Con una mano, me acarició el cabello y sentí que me ablandaba con su contacto mientras movía la uña a través de mi piel. Dolió un poco solamente y, ¿qué me importaba la belleza a los siete años? Mientras estaba sentada cómodamente entre las rodillas de Nemecia, con mi rostro en sus manos, su atención me arrastró como imaginaba que lo haría una ola: de modo cálido, lento y salado.

Noche tras noche, me sentaba entre sus rodillas mientras ella abría y volvía a abrir la herida. Un día comenzó a jugar con eso y me dijo que parecía una pirata; otro día, me decía que era su deber marcarme, pues había pecado. Ella y mi madre trabajaban una contra la otra: mi madre esparcía un ungüento sobre la costra cada mañana; Nemecia la abría cada noche con las uñas—. ¿Por qué no cicatriza, Maria? —se preguntaba mi madre mientras me alimentaba con dientes de ajo crudo. ¿Por qué no le dije? No sé exactamente, pero supongo que necesitaba involucrarme en la historia de Nemecia.

Para cuando Nemecia finalmente perdió interés y dejó que mi mejilla sanara, la cicatriz me llegaba desde al lado de la nariz hasta el labio. Me hacía ver afligida, y se volvía púrpura en invierno.

 

DESPUÉS DE SU CUMPLEAÑOS NÚMERO DIECISÉIS, Nemecia me empezó a ignorar Mi madre dijo que era normal que pasara más tiempo sola o con amigos. En la cena, mi prima todavía era divertida con mis padres, y parlanchina con las tías y los tíos. Pero esos arrebatos secretos y extraños de furia y adoración (toda la atención que alguna vez había puesto en mí) se terminaron por completo. Se había alejado de mí pero, en lugar de alivio, sentía un vacío.

Quise obligar a Nemecia a que volvamos a nuestra antigua confidencia. Le compraba caramelos y le daba codazos en la iglesia como si compartiéramos alguna broma secreta. Una vez, en la escuela, corrí hacia donde estaba con algunas muchachas más grandes—. ¡Nemecia! —exclamé, como si la hubiese estado buscando por todos lados, y le agarré la mano. No me alejó ni me gritó; simplemente sonrió distraída y se giró nuevamente hacia sus amigas.

Aún compartíamos nuestra habitación, pero se iba a dormir tarde. Ya no contaba historias, ya no me cepillaba el cabello, ya no caminaba conmigo hasta la escuela. Nemecia dejó de verme, y sin su mirada fija ya no me distinguía a mí misma. Me quedaba acostada en la cama esperándola, quedándome quieta hasta que ya no podía sentir las sábanas sobre la piel, hasta que era un ser incorpóreo en la oscuridad. Eventualmente, Nemecia entraba y, cuando lo hacía, yo no podía hablar.

Mi piel perdió su color; mi cuerpo, su masa, hasta una semana de mayo cuando, mientras observaba por de la ventana del aula, vi a la anciana señora Romero caminando por la calle, con el chal ondulando a su alrededor como alas. Mi maestra pronunció mi nombre repetidamente, y me sorprendió encontrarme en mi cuerpo, sentada con solidez en mi pupitre. En ese momento lo decidí: iba a encabezar la procesión de Corpus Christi. Iba a llevar alas y todos iban a verme.

 

EL CORPUS CHRISTI había sido la festividad religiosa preferida de mi madre desde que era niña, cuando cada verano caminaba con otras niñas a través de las calles de tierra lanzando pétalos de rosa. Todos los años, mi madre nos hacía a Nemecia y a mí vestidos nuevos de color blanco y nos enrollaba las trenzas con cintas en forma de corona alrededor de las cabezas. Siempre me había encantado la ceremonia: la solemnidad de la procesión, el sacramento sagrado en su caja dorada sostenido en lo alto por el sacerdote bajo el toldo adornado con borlas doradas, las oraciones en los altares a lo largo del camino. Ahora solo podía pensar en encabezar esa procesión.

El altar de mi madre era su orgullo. Cada año, armaba la mesa plegable en la calle frente a la casa. El Sagrado Corazón se erguía en el centro del encaje tejido al crochet, flanqueado por velas y flores en frascos de conserva.

Todos participaban en la procesión, y las niñas del pueblo la encabezaban con canastas con pétalos para repartir ante el Cuerpo de Cristo. Ese día, nos transformábamos de niñas llenas de polvo y con el cabello desaliñado en ángeles. Pero era la niña que lideraba la procesión quien realmente era un ángel, porque llevaba las alas que se guardaban entre hojas de papel tisú en una caja sobre el ropero de mi madre. Esas alas eran hermosas, de gaza y alambre, y se ataban con una cinta blanca en la parte superior de los brazos.

Se tenía que confirmar antes qué niña encabezaría la procesión, y era elegida según cómo recitaba un salmo. Yo ya tenía diez años, y este era el primer año que podía participar. Durante los días previos a la lectura, estudié a la competencia. La mayoría de las niñas venían de ranchos de afuera del pueblo. Incluso si tenían una hermana o familiar que pudiera leer lo suficientemente bien como para ayudarlas a memorizar, sabía que no podían pronunciar las palabras correctamente. Solo mi prima Antonia era una amenaza real: había liderado la procesión el año anterior y siempre se comportaba con gracia, pero podía recitar un salmo fácil. Nemecia era demasiado grande y, de todas formas, jamás había demostrado interés.

Me decidí por el Salmo 38, que había elegido del Manna maná cubierto de cartón de mi madre debido a su impresionante extensión y a las palabras difíciles.

Practicaba con fervor, en la bañera, caminando hacia la escuela, en la cama por la noche. Por cómo me lo imaginaba, iba a recitarlo en frente de todo el pueblo. El Padre Chavez levantaría su mano al final de la Misa, antes de que las personas pudieran moverse, toser y recoger sus sombreros, y diría—: Esperen. Hay algo más que deben escuchar —. Una o dos niñas irían delante de mí, vacilarían al leer sus salmos (unos cortos, insignificantes). A continuación, me pondría de pie, caminaría con gracia hacia el frente de la iglesia y, allí, delante del altar, hablaría con una elocuencia que luego la gente describiría como de otro mundo. Ofrecería mi salmo como un regalo para mi madre. La vería mirarme desde el banco de la iglesia, con los ojos llenos de lágrimas y un orgullo solo dirigido a mí.

En cambio, por supuesto, nuestras lecturas se hicieron en la escuela dominical antes de la Misa. Una a una, nos pusimos de pie ante nuestros compañeros de clase mientras nuestra maestra, la señora Reyes, seguía las palabras con su Biblia. Antonia recitó el mismo salmo que había leído el año anterior. Cuando fue mi turno, me equivoqué con la frase «porque mis iniquidades han aumentado sobre mi cabeza: como una carga pesada, me agobian». Cuando me senté con los otros niños, las lágrimas se agolparon detrás de mis ojos y me dije que nada de eso importaba.

Una semana antes de la procesión, mi madre me fue a buscar a la salida de la escuela. Durante el día, raramente dejaba la tienda o a mis pequeños hermanos, por lo que supe que era importante.

—La señora Reyes vino a la tienda hoy —dijo mi madre. Por su rostro, no podía saber si las noticias habían sido buenas o malas, o siquiera sobre mí. Me apoyó la mano sobre el hombro y me llevó a casa.

Caminaba con rigidez bajo su mano, esperando, con los ojos fijos en las puntas de mis zapatos cubiertas de polvo.

Finalmente, mi madre se giró y me abrazó—. Lo lograste, Maria.

Esa noche celebramos. Mi madre trajo botellas de gaseosa de jengibre de la tienda y la compartimos, pasándola por toda la mesa. Mi padre levantó su vaso y brindó por mí. Nemecia me tomó la mano y la apretó.

Antes de que termináramos de cenar, mi madre se paró y me hizo señas para que la siguiera por el pasillo. En su habitación, bajó la caja de su guardarropa y levantó las alas—. Aquí tienes —dijo—, pruébatelas—. Me ató las cintas alrededor de los brazos sobre el vestido a cuadros y me llevó nuevamente a donde estaba mi familia esperando sentada.

Las alas eran livianas y rozaron la entrada. Se movían con mucha ligereza mientras caminaba, del modo que imaginaba que podían moverse las alas de un verdadero ángel.

—Date la vuelta —dijo mi padre. Mis hermanos se deslizaron de sus sillas y vinieron hacia mí. Mi madre los agarró de las muñecas—: No pongan sus manos grasosas sobre estas alas—. Giré y di vueltas para mi familia, y mis hermanos aplaudieron. Nemecia sonrió y se sirvió una segunda porción.

Esa noche, Nemecia se fue a la cama cuando fui yo. Mientras nos poníamos el camisón, dijo—: Tenían que elegirte, sabes.

La miré, sorprendida—. No es verdad.

—Lo es —dijo con sencillez—. Piénsalo. Antonia fue el año pasado, Christina Moya el año anterior. Siempre son las hijas de la Sociedad del Altar.

No se me había ocurrido antes, pero por supuesto que tenía razón. Me hubiera gustado discutir pero, en cambio, comencé a llorar. Me odiaba por llorar delante de ella, y odiaba a Nemecia. Me metí en la cama, me di vuelta y me quedé dormida.

Un poco después, me desperté en la oscuridad. Nemecia estaba a mi lado en la cama, su aliento cálido sobre mi cara. Me dio palmaditas en la cabeza y susurró—: Lo siento, lo siento, lo siento —. Sus caricias se hicieron más fuertes. Su respiración era cálida y silbaba—. Yo soy la niña milagro. Ellos nunca lo supieron. Yo soy el milagro porque yo viví.

Me quedé quieta. Sus brazos estaban tensos alrededor de mi cabeza, mi rostro estrujado contra su rígido esternón. No podía escuchar algunas de las cosas que me decía, y el aire que respiraba tenía sabor a Nemecia. Fue solo debido a los temblores que pasaron a través de su delgado pecho hasta mi cráneo que finalmente me di cuenta de que estaba llorando. Después de un rato, me soltó y me volvió a poner sobre la almohada como si fuese una muñeca—. Ya está —dijo, colocándome los brazos sobre el cobertor—. Duérmete —. Cerré los ojos y traté de obedecer.

Pasé la tarde antes del Corpus Christi viendo a mis hermanos jugar en el jardín mientras mi madre trabajaba en su altar. Estaban cavando un pozo. En otro momento, los hubiera ayudado, pero al día siguiente era Corpus Christi. Hacía calor y había viento, y mis ojos estaban secos. Esperaba que el viento se calmara por la noche. No quería polvo en mis alas.

Vi a Nemecia salir al porche. Se protegió los ojos del sol y se quedó quieta por un instante. Cuando nos vio agachados en la esquina del jardín, se acercó, con un andar amplio y adulto.

—Maria. Mañana voy a caminar contigo en la procesión. Te voy a ayudar.

—No necesito ayuda —dije.

Nemecia sonrió como si no dependiera de ella—. Bueno —. Se encogió de hombros.

—Pero voy a encabezarla —dije—. La señora Reyes me eligió.

—Tu madre me dijo que tenía que ayudarte, y que tal vez yo llevaría las alas.

Me puse de pie. Incluso estando parada, solo le llegaba a los hombros. Escuché que la puerta se cerraba, y mi madre estaba en el porche. Vino hacia nosotros, con pasos apurados, la cara preocupada.

Mama, no necesito ayuda. Dile que la señora Reyes me eligió a mí.

—Solamente pensé que habrá otros años para ti —. El tono de mi madre era suplicante—. Nemecia será demasiado grande el año que viene.

—¡Pero tal vez jamás vuelva a memorizar nada tan bien! —. Levanté la voz—. Quizá esta sea mi única oportunidad.

Mi madre me explicó—: Maria, por supuesto que vas a memorizar algo. Solo es un año. Te volverán a elegir, lo prometo.

No podía decir nada. Veía lo que había ocurrido: Nemecia había decidido que usaría las alas y mi madre había decidido dejarla. Nemecia guiaría al pueblo, alta con su vestido blanco, con las alas enmarcándola. Y detrás estaría yo, pequeña y enojada y fea. No lo querría el próximo año, después de Nemecia. Jamás volvería a quererlo.

Nemecia puso su mano sobre mi hombro—. Es sobre el sacramento sagrado, Maria. No es sobre ti —. Habló con amabilidad—. Además, vas a guiarla. Solo que yo estaré allí contigo. Para ayudarte.

Hijita, escucha…

—No quiero tu ayuda —dije. Estaba tan sombría y salvaje como un animal.

—Maria…

Nemecia sacudió la cabeza y sonrió con tristeza—. Es por eso que estoy aquí —dijo—. Viví para poder ayudarte —. Su cara estaba calma, y un tipo de santidad se instaló en ella.

El odio me inundó—. Ojalá no hubiese pasado —dije—. Ojalá no hubieras sobrevivido. Este no es tu hogar. Eres una asesina —. La miré a mi madre. Mis palabras me atragantaban; eran furiosas—. Está tratando de matarnos a todos. ¿No lo saben? Todos alrededor de ella terminan muertos. ¿Por qué nunca la castigan?

Mi madre palideció, y de repente tuve miedo. Nemecia se quedó quieta por un instante, y luego su rostro se tensó y corrió adentro de la casa.

DESPUÉS DE ESO, TODO SUCEDIÓ con mucha rapidez. Mi madre no gritó, no dijo una palabra. Entró a mi cuarto y llevaba la bolsa de viaje que usaba cuando tenía que quedarse en el hogar de un familiar enfermo. Mi rostro mostraba más resentimiento del que sentía. Su silencio era aterrador. Abrió mi cómoda y comenzó a empacar cosas en el bolso: tres vestidos, todas mis bombachas y camisetas. También puso mis zapatos de domingo, mi cepillo para el cabello y el libro que yacía junto a mi cama; lo suficiente para una ausencia muy larga.

Mi padre entró y se sentó a mi lado en la cama. Tenía puesta su ropa de trabajo, con los pantalones polvorientos por el campo.

—Te vas a quedar con Paulita por un tiempo —dijo.

Sabía que lo que había dicho era terrible, pero nunca me imaginé que se iban a deshacer de mí. No lloré, sin embargo, ni siquiera cuando mi madre dobló el pequeño edredón que había sido mío desde que nací y lo puso sobre la bolsa de viaje. Sujetó todo junto.

La cabeza de mi madre estaba inclinada sobre el bolso y, por un instante, pensé que la haría llorar, pero cuando me atreví a mirar su rostro, no pude darme cuenta.

—No será por mucho tiempo —dijo mi padre—. Es solo la casa de Paulita. Está tan cerca que es casi la misma casa —. Examinó sus manos durante un largo rato, y yo también miré las medialunas de tierra debajo de sus uñas—. Tu prima ha tenido una vida difícil —dijo finalmente—. Tienes que entenderlo.

—Vamos, Maria —dijo mi madre suavemente.

Nemecia estaba sentada en la sala, con las manos entrelazadas y apoyadas sobre el regazo. Deseé que me sacara la lengua o me echara una mirada furiosa, pero solo me vio pasar. Mi madre mantuvo la puerta abierta y luego la cerró detrás de nosotras. Me tomó la mano y caminamos juntas por la calle hasta la casa de Paulita, con su jardín de malvas róseas polvorientas.

Mi madre llamó a la puerta y luego, al entrar, me dijo que fuera a la cocina. Escuché que cuchicheaba. Paulita entró por un instante para servirme leche y dejarme unas galletas, y luego se volvió a ir.

No comí. Traté de escuchar, pero no podía descifrar las palabras. Oí que Paulita chasqueaba la lengua, del modo que lo hacía cuando alguien se había comportado vergonzosamente, como cuando se descubrió que Charlie Padilla le había estado robando a su abuela.

Mi madre entró en la cocina. Me dio palmaditas en la muñeca—. No es por mucho tiempo, Maria —. Me besó en la cabeza.

Escuché que la puerta de Paulita se cerraba; escuché sus pasos lentos dirigirse hacia la cocina. Se sentó frente a mí y tomó una galleta.

—Es bueno que vinieras a visitarme. Nunca te veo mucho.

No fui a la Misa al día siguiente. Dije que no me sentía bien, y Paulita me tocó la frente pero no me contradijo. Me quedé en la cama, con los ojos cerrados y secos. Podía oír las campanas y las entonaciones mientras el pueblo pasaba por la casa. Antonia encabezó la procesión, y Nemecia caminó con los adultos; lo sé porque le pregunté a Paulita días después. Me pregunté si Nemecia había optado por no liderarla o si no se lo habían permitido, pero no me animé a preguntar.

Me quedé con Paulita durante tres meses. Me malcriaba, me daba dulces, dejaba que me quedara despierta hasta tarde con ella. Todas las noches, apoyaba los pies sobre el apoyabrazos del sofá para detener la hinchazón, balanceaba la copa de whisky sobre su estómago y acariciaba el vello gris y rígido de su barbilla mientras me contaba historias: sobre Cuipas cuando era niña, sobre la época en que se escapaba a fiestas cuando se suponía que debía estar durmiendo. Amaba a Paulita y disfrutaba de su atención, pero el enojo con mis padres estallaba incluso cuando me estaba riendo.

Mi madre pasaba a verme, trataba de hablarme pero, en su presencia, la atmósfera amena de la casa de Paulita se echaba a perder. Me insistió muchísimas veces para que la visitara en la tienda, y una vez lo hice, pero me quedaba callada, queriendo irme en realidad, despreciando sus intentos.

Hijita —me decía, mientras me ofrecía dulces sobre el mostrador.

Me quedaba dura con su abrazo y dejaba los dulces. Mi madre me había enviado lejos, y mi padre no había hecho nada para detenerla. Habían elegido a Nemecia; habían elegido a Nemecia por sobre su verdadera hija.

Nemecia y yo nos veíamos en la escuela, pero no hablábamos. Las maestras parecían estar al tanto de los cambios en nuestro hogar y nos mantenían alejadas. La gente fue atenta conmigo durante todo este tiempo, con una amabilidad extraña, compasiva. Pensé que sabían lo enojada que estaba, que sabían que ya no tenía esperanzas. Yo también sería amable, pensaba, si me encontrara conmigo misma en la calle.

La familia se reunía los domingos, como siempre, en la casa de mi madre para cenar. Así fue como comencé a pensar durante esos meses: la casa de mi madre. Mi madre me abrazaba y mi padre me besaba, y yo me sentaba en mi antiguo lugar pero, al final de la cena, siempre me iba con Paulita. Nemecia parecía sentirse como en casa más que nunca. Se reía y contaba historias y tragaba bocado tras bocado con elegancia. Parecía más adulta, más refinada. Nunca me hablaba ni me miraba. Todos hablaban y se reían, y parecía que solo yo recordaba que estaban comiendo con una asesina.

—Nemecia se ve bien —dijo Paulita una noche mientras caminábamos a casa.

No respondí y ella no volvió a hablar hasta que cerró la puerta detrás de nosotras.

—Un día volverán a ser amigas, Maria. Ustedes dos son hermanas —. Sus manos temblaban mientras encendía la lámpara.

Ya no pude soportarlo—: No —dije—. Eso no va a pasar. Nunca seremos amigas. No somos hermanas. Ella es la asesina, y yo a la que mandaron lejos. ¿Por lo menos sabes quién mató a tu hermano? —le cuestioné—. Nemecia. Y también trató de matar a su propia madre. ¿Por qué nadie sabe esto?

—Siéntate —me dijo Paulita con severidad. Nunca antes me había hablado con ese tono—. Primero que nada, no te enviaron lejos. Podrías gritarle a tu madre desde esta casa. Y, por Dios, Nemecia no es una asesina. No sé de dónde sacaste esas mentiras.

Paulita se inclinó para sentarse en una silla. Cuando volvió a hablar, su voz era tranquila, sus ojos viejos, de un color castaño claro y acuosos—. Tu abuelo decidió que le daría a tu madre y a Benigna cincuenta acres a cada una —. Paulita apoyó la mano en la frente y exhaló lentamente—. Dios mío. Entonces, tu abuelo pasó una mañana a ver a Benigna por el tema de la escritura. Todavía estaba en el camino, ni siquiera había llegado a la puerta, cuando escuchó los gritos. Los alaridos de Benigna eran así de fuertes. Su esposo le estaba pegando —Paulita hizo una pausa. Presionó la yema de los dedos contra la mesa.

Pensé en el sonido de un puño sobre la carne. Casi podía oírlo. La llama de la lámpara se agitó y la luz osciló a lo largo de los amplios tablones del piso de la cocina de Paulita.

—Esa no era la primera vez que pasaba, sino que solo la primera vez que tu abuelo lo veía. Por ello, abrió la puerta, enojado, listo para matar a ese hombre. Hubo una pelea, pero el esposo de Benigna estaba borracho y tu abuelo ya no era joven. El esposo de Benigna debe de haber estado más cerca del horno y del atizador de hierro. Cuando los encontraron… —la voz de Paulita permaneció monótona—. Cuando los encontraron, tu abuelo ya estaba muerto. Benigna estaba inconsciente en el suelo. Y encontraron a Nemecia detrás de la caja de madera. Había visto todo. Tenía cinco años.

Me pregunté quién se había encontrado primero con tal brutalidad. Seguramente alguien que conocía, alguien con quien me cruzaba en la iglesia o afuera del correo. Tal vez alguien de mi familia. Tal vez Paulita—. ¿Y qué hay del padre de Nemecia?

—Estaba allí, de rodillas, llorando sobre Benigna. «Te amo, te amo, te amo» —repetía.

¿Cómo no se me había ocurrido jamás que, con cinco años de edad, Nemecia habría sido demasiado pequeña para atacar a un hombre y una mujer adultos al mismo tiempo? ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?

—Fue terrible para tu madre, sabes. Ese día perdió a su padre, y también perdió a su hermana. Oh, esas niñas se amaban tanto —. Paulita se rio sin alegría—. Pero Benigna no va a regresar. Apenas escribe ya.

Si mi madre no le tenía miedo a Nemecia, entonces el amor que le mostraba a mi prima era solo eso: amor. Amor por su hermana, amor por su padre, amor por una niña aterrada y abandonada, amor por una vida entera que mi madre había perdido para siempre. Incluso era posible que entre todas esas pérdidas, cuidar a Nemecia era lo que había salvado a mi madre. Y no había absolutamente nada —ninguna lectura ni proeza de fuerza— que yo pudiera hacer para cambiar eso.

En la escuela, miré al otro lado del patio en busca de los signos que Paulita me había mencionado, pero Nemecia se veía igual: elegante, risueña, distante. Me sentí humillada por creerle, y me molestaban las exigencias que tenía para con mi compasión. La lástima y el odio y la culpa casi me ahogaban. En todo caso, odiaba más a mi prima, la que una vez había sido una niña aterrada, la que había dicho que la tragedia le pertenecía. Nemecia siempre sacaba lo mejor de todo.

 

NEMECIA SE FUE A CALIFORNIA tres meses después del Corpus Christi. En Los Ángeles, la tía Benigna compró muebles usados y convirtió el pequeño cuarto de costura en una habitación. Le presentó a su esposo y al niño milagro a Nemecia. Había una palmera en el patio delantero y un sendero de gravilla pintado de rosa. Sé esto por una carta que mi prima le envió a mi madre, firmada con un autógrafo, Norma.

Volví a la casa de mi madre y a la habitación que era toda mía. Mi madre se quedó de pie en el medio del piso mientras desempacaba mis cosas en la cómoda ahora vacía. Parecía perdida.

—Te extrañamos —dijo, mirando por la ventana. Y agregó—: No está bien que una niña esté lejos de sus padres. No está bien que nos hayas dejado.

Quería decirle que yo no me había ido, sino que me habían hecho ir, que me habían llevado lejos y me habían depositado en la casa de Paulita.

—Escucha —. Luego se detuvo y sacudió la cabeza—. Ah, bueno —dijo, tomando aire.

Puse mis camisolas en el cajón, una encima de la otra. No miré a mi madre. La reconciliación y las lágrimas y los abrazos que me había imaginado no llegaron, por lo que me mostré indiferente hacia ella.

 

NUESTRA FAMILIA SE SOBREPUSO RÁPIDAMENTE del espacio que había dejado Nemecia; tan rápido que con frecuencia me preguntaba si ella había significado algo para nosotros después de todo.

La vida de Nemecia se convirtió en glamorosa en mi mente; hermosa, trágica, la historia de una huérfana. Me imaginé que podía tomar esa vida para mí misma. Todas las noches, me contaba la historia: una yo más linda, desterrada a California, y un muchacho que me encontrara y me salvara de mi infelicidad. Cuipas descansaba entre las hierbas extensas y susurrantes, los coyotes aullaban en la distancia, y la historia de Nemecia encendía mi cuerpo.

Fuimos a la boda de Nemecia, mi familia y yo. Hicimos el largo viaje a lo largo de Nuevo México y Arizona hasta Los Ángeles, yo en el asiento trasero entre mis hermanos. Durante años, había fantaseado con Nemecia viviendo una sesión de fotos de una revista, corriendo en la playa, tendida en una chaise longue junto a una piscina nivelada y azul. Mientras cruzamos el Desierto de Mojave, sin embargo, comencé a ponerme nerviosa: de que no la reconocería, de que me hubiera olvidado. Me vi esperando que su vida no fuese tan hermosa como la había imaginado, que finalmente había sido castigada.

Cuando nos acercamos hacia la pequeña casa, Nemecia salió corriendo descalza y nos abrazó mientras salíamos del auto.

—¡Maria! —gritó, sonriendo, y me besó ambas mejillas, y caí en una timidez que no pude quitarme de encima toda esa semana.

—Nemecia, hijita —dijo mi madre. Retrocedió y miró a mi prima con felicidad.

—Norma —dijo mi prima—. Mi nombre es Norma.

Era asombroso cómo había cambiado por completo. Su cabello era rubio ahora, su piel estaba bronceada con un color oscuro y parejo.

Mi madre asintió lentamente y repitió—: Norma.

La boda fue la cosa más hermosa que había visto, y me retorcí de celos. En ese momento debo de haber comprendido que yo no tendría una boda propia. Como todo lo demás en Los Ángeles, la iglesia era grande y moderna. Los bancos eran de un color amarillento y lisos y brillantes, y el crucifijo vacío brillaba. Nemecia me confesó que no conocía al párroco, que ya no iba casi nunca a la iglesia. En algunos años, yo también dejaría de ir, pero me consternó en ese momento escuchar a mi prima decir eso.

No hablaban español en la casa de mi tía. Cuando mi madre o mi padre decían algo en español, mi tía o mi prima respondían en inglés con determinación. Me sentí avergonzada por mis padres esa semana, por el modo en que su inglés torpe los hacía parecer confundidos e infantiles.

El día antes de la boda, Nemecia me invitó a la playa con su amiga. Dije que no podía ir; tenía quince años, era más joven que ellas, y no tenía traje de baño.

—Por supuesto que vas a venir. Eres mi pequeña hermana —. Nemecia abrió un cajón desordenado y me lanzó un traje de baño enredado de color azul. Recuerdo que me cambié en su habitación, giré el espejo de cuerpo entero, me estiré a lo largo de su cama de satén rosa y posé como una chica de calendario. Me sentí más adulta, sensual. Allí, en la habitación de Nemecia, me gustó la imagen de mí misma con ese traje de baño pero, en la playa, el coraje me abandonó. Alguien nos tomó una foto, paradas con un hombre bronceado y sonriente. Aún tengo la fotografía. Nemecia y su amiga se ven a gusto en sus trajes de baño, con los brazos colgando alrededor del cuello del hombre. El hombre —¿quién es? ¿Cómo terminó apareciendo en la foto?— tiene su brazo alrededor de la pequeña cintura de Nemecia. Yo estoy al lado de ella, con la mano sobre su hombro, pero parada como si tuviera miedo de tocarla. Ella está inclinada hacia el hombre y lejos de mí, su sonrisa es amplia y blanca. Sonrío con mis labios cerrados, y mi otro brazo está doblado en frente de mi pecho. Mi cicatriz se ve como una mancha gris en mi mejilla.

 

CUANDO SE FUE A LOS ÁNGELES, Nemecia no se llevó la muñeca que descansaba sobre la cómoda. La muñeca vino con nosotros cuando nos mudamos a Albuquerque; la guardamos, supongo, para los niños de Nemecia, aunque nunca lo dijimos tan en voz alta. Más tarde, cuando mi madre falleció en 1981, la traje de su casa, donde mi madre la había conservado sobre su propia cómoda por años. Quedó sobre la mesa de mi departamento durante cinco días antes de que llamara a Nemecia y le preguntara si quería recuperarla.

—No sé de qué hablas —me dijo—. Nunca tuve una muñeca.

—La que está llena de grietas, ¿recuerdas? —. Alcé la voz con incredulidad. Parecía imposible que pudiera haberse olvidado. Había estado en nuestra habitación durante años, mirándonos en nuestras camas todas las noches mientras nos quedábamos dormidas. Se encendió un destello de enojo —estaba mintiendo, tenía que estar mintiendo—, y luego desapareció.

Toqué el dobladillo amarillento del vestido de la muñeca mientras Nemecia me contaba sobre el crucero que ella y su esposo iban a hacer por el Canal de Panamá. —Diez días —me dijo— y luego vamos a quedarnos tres días en Puerto Rico. Es un barco nuevo, con casinos y piscinas y salones de baile. Escuché que te tratan como reyes —. Mientras hablaba, pasé mi dedo a lo largo de las estrías de las rajaduras en la cabeza de la muñeca. Por el sonido de su voz, casi podía imaginarme que nunca había envejecido, y me parecía que había pasado toda mi vida escuchando las historias de Nemecia.

—Entonces, ¿qué hay de la muñeca? —pregunté cuando ya era casi momento de colgar—. ¿Quieres que te la envíe?

—Ni siquiera puedo recordarla —me dijo y se rio—. Haz lo que quieras. No necesito cosas viejas dando vueltas por la casa.

Estuve a punto de molestarme, de pensar que era a mí a quien estaba rechazando, todo nuestro pasado en común en Cuipas. Estuve tentada de volver a sentir la misma vieja envidia por la facilidad con la que Nemecia había dejado que esos años la alejaran, dejándome con el recuerdo de sus historias. Pero para ese entonces ya era lo suficientemente grande como para saber que no estaba pensando en mí en absoluto.

Nemecia pasó el resto de su vida en Los Ángeles. La visité una vez cuando tenía algunas vacaciones acumuladas, en su larga y baja casa, rodeada de una Santa Rita. Coleccionaba muñecas de diferentes partes del mundo y Waterford Crystal, que exhibía en vitrinas de vidrio. Me hizo sentar a la mesa del comedor y sacó las muñecas, una por una—. Holanda —me dijo, y la colocó delante de mí—. Italia, Grecia —. Traté de ver algún tipo de evidencia en su rostro de lo que había presenciado cuando era niña, pero no había nada.

Nemecia sostuvo una copa de vino hacia la ventana y la giró—. ¿Ves cuán clara es? —. Fragmentos de luz se movieron a través de su rostro.

 

 

“Nemecia” by Kirstin Valdez Quade. From Night at the Fiestas by Kirstin Valdez Quade published by W.W. Norton. Copyright fi 2012 by Kirstin Valdez Quade. First appeared in Narrative. Reprinted by permission of the Denise Shannon Literary Agency, Inc. All rights reserved.

Drogas, tecates, informantes, Frontera México-EE. UU.: “Me decían mexicano frijolero”, un testimonio de Roberto Rangel

 

Por: Alberto Moreiras

Foto: Erin Lee (www.erinleephotography.com). Campamentos improvisados de gente sin hogar a orillas de «El Bordo» (Río Tijuana)

 

El docente e investigador de la Universidad de Texas A&M, Alberto Moreiras, efectúa un acercamiento al testimonio de Roberto Rangel, humilde mexicano que sufre en carne propia el infierno de convertirse contra su voluntad en informante para beneficio de círculos corruptos de la policía de San Diego, California (EE. UU.), involucrados en el narcotráfico.


Si pudiéramos intentar algo así como una fenomenología del informante —es decir, establecer una tipología imposible: ¿cómo son los informantes, a qué mecanismos responden, qué buscan en lo que hacen, qué satisfacción libidinal obtienen de su labor?—, creo que Me decían mexicano frijolero sería el lugar en donde buscar los rasgos primarios de un informante en grado cero.  Así, a Roberto Rangel le correspondería el honor atroz de configurar el tipo más extremo del informante: el que informa contra su voluntad, contra su vida, contra su satisfacción libidinal, contra lo que quiera que pueda entenderse como su felicidad; un informante esclavo, que actúa solo siguiendo un imperativo deconstituyente. A Rangel le dicen: “Informa, es tu ley, firmaste un contrato, no tienes opción, y si no lo hicieras despanzurraríamos a tus novias, mataríamos a tus hijos, y luego nos desharíamos de ti”.  Rangel no tiene vida, aunque la busca: se la han robado.  Sabe que sirve a canallas, sabe que el sistema que le rodea sirve también a esos canallas, no tiene recurso alguno, y el milagro es siempre el milagro de una supervivencia precaria, en la cárcel, cincuenta y siete años por un asesinato inventado, cincuenta y siete años falsos, porque Rangel no cuenta, no sirve, no es, o es solo carne de cañón, y a esa gente se la condena solo porque sí, ninguna otra cosa sería consistente, ni la verdad ni la justicia pueden entrar en el procedimiento.  Solo el escarnio.

Porque hay escarnio sádico por parte del policía que lo maneja como informante y lo convierte en su servidor sexual y lo humilla y degrada en cada visita, el policía que lo llama “mexicano frijolero” en el momento de la violación y que le hace comer carne escupida en el suelo porque no otra cosa merecen los mexicanos frijoleros que creen que pueden venir a Estados Unidos a comer carne.  Son ellos mismos carne, carne usable sexualmente o económicamente, pero por fuera de eso son nada, no son nada, son nada. Son solo transcripciones, objetos para el despliegue de una psicosis predatoria que cuenta, por otro lado, con la cobertura oficial, estatal, con todo el cuerpo de policía, con todo el aparato estatal.  Roberto Rangel cae en una máquina de triturar cuerpos y espíritus y ya no saldrá nunca; paradójicamente, solo la cárcel trae cierta medida de tranquilidad, la posibilidad de aprender a leer, de aprender a escribir, de dar un testimonio que nadie creerá nunca, que será siempre considerado ficción y puesto a la distancia de la ficción porque nadie puede dar crédito a su verdad sin entrar en la noche sicótica: no es solo el policía Rivas o la María de Inmigración, sino todos los demás agentes que deben descreer cualquier palabra de Rangel, el abogado, el fiscal, el juez, nadie puede atenerse a la verdad simple, al mero testimonio, pero qué testimonio, todos piensan que hay mentira, que no puede ser, pero es justo a través de ese no poder ser, a través de su improbabilidad misma. Es la noche psicótica. En ella Rangel escucha “you are a bitch, nothing but a bitch, I will make you my bitch, you will become a bitch, I will give you your proper existence as a bitch, your being must match your worth, your name is the name of a bitch, proper name, mexicano frijolero, suck my cock o despanzurro a tu hijo”.

Hay que preguntarse cómo se desvincularía el Presidente Trump de esta situación. Cuando le dice a Peña Nieto pay for the wall, pay for my wall, you must, or you will suffer the consequences, no tienes opción, y si no lo hicieras despanzurraré a tus hijos, mataré a tus novias, I will make you my bitch, you already are my bitch, ¿no está el Presidente Trump introduciendo la noche psicótica en la política internacional? Para su propia catexis libidinal, para su propia descarga, así son los hombres, como Rivas, el detective de Fresno que tiene la confianza de su gente, de la DEA, de la Highway Patrol, del fiscal del distrito, de los abogados, de los jueces, o la compra. Al fin y al cabo, el mismo Rivas tiene acceso a toda la cocaína del mundo, y así al dinero, para eso le sirven sus informantes.

Hay otros informantes.  Está por ejemplo el Butcher’s Boy, el protagonista de The Informant, de Thomas Perry, que informa a una empleada del Departamento de Justicia porque esa información sirve a su propio interés, a su propio cálculo, a su frío plan de venganza, o no es venganza, solo precaución, esos tipos mejor que estén en la cárcel o muertos. Él es un asesino, pero no puede matarlos a todos, son muchos, y así se ayuda a sí mismo, en cuanto asesino, como informante, por cálculo: informante radical, como lo que decía Kant del mal radical, el mal que se hace por cálculo, por oportunismo, aunque el otro lo merezca. Pero no es el mal diabólico del informante en grado cero, del informante que es, no agente, sino paciente del mal diabólico, una vez cruza la frontera.  Pero ahora habrá un muro.

Y luego está el otro informante, el informante serio, profesional, el informante que informa por deber, el informante que acepta una vida de riesgo y traición, de infinita distancia, porque hay una ley que hacer cumplir, una ley que cumplir, y hacerse informante es afirmar la libertad, es ser libre, aunque uno está solo cumpliendo leyes, haciendo que la ley se cumpla, cooperando en ello, no importa el precio: el informante moral, o informante en grado pleno, por ejemplo, el Robert Manzur de The Infiltrator. La tipología del informante coincide con el análisis kantiano, gran cosa, hay mal trivial, y luego hay mal radical y hay mal diabólico, y hay libertad moral, y no hay más.

Pero es una tipología precaria. El informante, como todos, solo quiere que algún ángel vuelva a su vida, como Tobías, que perdió a su ángel y pasó el resto de su vida, hasta los ciento diecisiete años, añorándolo, pidiendo su retorno. No es posible vivir sin ángel, o la única manera de hacerlo es vivir en la nostalgia del ángel. No habría hospitalidad sin tal nostalgia, la nostalgia del ángel es condición de hospitalidad. El informante informa en nostalgia de ángel. El informante pide hospitalidad, requiere hospitalidad, y a veces la da, pero solo para recuperarla. Para el pobre Rangel, el ángel es quizá el hijo que no conoce, al que no conocerá nunca, la segunda hija de la otra novia que también pierde, los hijos que vienen y se van, y de los que no se puede asegurar retorno alguno, ya no, no así, y sin embargo, si así no, ¿entonces cómo? Rangel pide cruzar la frontera, pide volver después de su deportación, cosa humanitaria, tiene un hijo, quiere ser recibido por su hijo, y cae en las manos de una policía que parecía trivial pero es diabólico, y así, sin papeles, sin letras, atado solo por la amenaza de muerte general, no es ya más que esclavo, pronto adicto a su esclavitud misma, informante que ya no informa, porque informar requiere una distancia ahora perdida. Y ya no hay distancia, a menos que la letra del testimonio mismo pueda organizarse como distancia, a menos que una verdad sea en última instancia expresable, aunque nadie pueda creerla. A menos que pueda entrar el ángel en la carta.

 


Me decían mexicano frijolero

testimonio de Roberto Rangel

elaborado en colaboración con Ana Luisa Calvillo

(Ciudad de México/Chihuahua: Editorial Ficticia/Instituto Chihuahuense de Culture/Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2015)

 

 

 

III. Tomasa

 

Mi destino cambiaría por completo cuando conocí a una chava de nombre Tomasa. Decía que trabajaba en unas oficinas, y yo simplemente le creía todo, estaba ilusionado de tener una relación con ella. Como novios fue algo tranquilo y muy abierto, nos llevábamos bien. Me gustaba amanecer a su lado.

Yo, al menos, me sentía enamorado; estaba contento de saber que tenía una pareja por quién ver y que en determinado momento ella también vería por mí. Eso me hacía sentir fuerte y con ganas de trabajar muy duro, hasta que descubrí que ella tenía la mala costumbre de cobrar cheques que no eran suyos.

En febrero de 1998, Tomasa fue arrestada por la policía y estuvo detenida por seis días. Yo me moría de angustia, no sabía a quién recurrir. Después la pusieron en libertad bajo palabra, y, como no regresó a la Corte cuando debía, fueron a arrestarla otra vez en marzo. Lo grave fue que a mí también me arrestaron porque dijo que yo era su cómplice, pero enseguida me otorgaron la libertad sencillamente porque yo no tenía nada que ver con el problema de los cheques; ni siquiera sabía leer, ni escribir en ese tiempo.

Fui a hablar con un tío de Tomasa para tratar de sacarla bajo fianza, pero resulta que ella volvió a inculparme y me arrestaron de nuevo.

En la cárcel, Tomasa me mandó una carta. Un muchacho me hizo el favor de leer el papel. Decía que había descubierto que estaba embarazada y que estaba decidida a abortar porque no quería tener al bebé. Se me paralizó la sangre: “Dios santo, no puede ser”. El muchacho me hizo una carta en la que yo le pedía a Tomasa que reflexionara porque un hijo era una bendición de Dios; que no se preocupara, pronto saldríamos y juntos cuidaríamos del bebé. Traté de animarla de todas las maneras posibles.

En la Corte, el juez quería dejarme libre por falta de pruebas, pero a Tomasa la quería mandar a prisión. Esa fue la razón por la que decidí echarme la culpa para que a ella la dejaran libre, aunque no fue tan fácil.

Estando en la cárcel tuvo a la niña, el 15 de octubre del 98, en el Hospital General que está en las calles Cedar y Kings Canyon. Casi diario yo recibía cartas suyas. Me decía que me amaba mucho, que yo era el amor de su vida, que sin mí no podía vivir… Bueno, me decía de todo: me regalaba el cielo, las estrellas y la luna. Pero el día que la dejaron en libertad me mandó al diablo y se olvidó de mí. Simplemente desapareció del mapa. Me quedé pagando cárcel por sus cheques un año con tres meses.

En la cárcel yo conversaba mucho con un cuate. Cuando ya me faltaba poco tiempo para salir y ser deportado a México, le pregunté al muchacho si sabía cómo localizar a Tomasa y a mi hija.

—Yo conozco a unas personas que pueden ayudarte —me dijo.

Días después se presentaron dos hombres en la cárcel, uno de ellos de nombre Víctor Villagrán. Según esto, eran trabajadores sociales del condado de Fresno.

—Venimos a ofrecerte ayuda para encontrar a tu hija —me dijeron— y también podemos darte trabajo —no especificaron qué clase de trabajo sería, ni yo les pregunté. Pensé que sería labor del campo, lo que era más común.

—Me van a deportar —les dije.

—No te preocupes —dijo Villagrán—, nosotros personalmente te retornaremos. El jefe de Inmigración nos dará un permiso, ya que se trata de un asunto humanitario. Toma este número, es de la señora María, trabaja para Inmigración. Llámale cuando te deporten.

Me dieron el teléfono 559-2911046. Víctor, en aquel tiempo, tenía unos cincuenta años de edad. Este hombre me conduciría al infierno y yo no lo sabía.

Fui deportado el 29 de junio de 1999. Me trasladaron a Tijuana, Baja California. Llamé por teléfono a mi familia y me dijeron que mis padres estaban enfermos. Yo no sabía si regresar al pueblo o a Estados Unidos, como me había indicado Villagrán. Imaginaba a mi padre contento por mi regreso, pero al mismo tiempo diciendo que yo no había sido suficientemente hombre para cumplir con la hija que había tenido en el otro lado. Eso no me gustaba. Entonces llamé a la oficina de Inmigración que me recomendaron. Les avisé que necesitaba ir a mi pueblo con urgencia.

—Cuando regreses, llámanos para buscar a tu hija —me dijo la señora María, el contacto en Inmigración—. No tardes mucho.

El viaje al rancho fue un martirio. El avión no pudo aterrizar en Uruapan porque estaba cayendo un diluvio y regresó a Morelia. Tomé un taxi. El cielo estaba negro. Apenas se distinguían las casas a través de la ventanilla del carro.

Cuando recargué la cabeza en el asiento cerré los ojos desconsolado; me costaba trabajo creer que todo hubiera terminado y que yo estuviera igual o peor que antes. Todo me había parecido una gran ilusión desde que conocí a Tomasa; estaba contento de tener una hija, pero lo poco bueno que tuve se había ido muy tontamente a la basura.

Cada que pensaba en la niña sentía una roca oprimiendo mi pecho. ¿Por qué se fue Tomasa si yo quería estar con ella? Al repasar los hechos una y otra vez buscaba la juntura que había iniciado la gotera por donde se escurrió nuestra relación, pero no la encontraba.

Cuando llegué a la casa, mi papá me miró con tristeza. Nada más lo abracé.

—Ya volví —le dije. Fue una noche muy apagada para todos.

 


 IV. Víctor, María y Damián

 

Durante los días que pasé con mi familia en el rancho llamé en varias ocasiones a la señora María. Ella me insistía en que regresara; juraba que ya sabían dónde estaba mi hija y supuestamente me necesitaban con urgencia.

El 29 de julio tomé la decisión de viajar otra vez a Tijuana. La señora María me dijo que mandaría a alguien por mí a la frontera.

El 6 de agosto por la mañana llegó una mujer joven que me llevó al centro de la ciudad a tomarme unas fotos. Más tarde me consiguió unos documentos e intentó cruzarme a los Estados Unidos, pero en la línea fronteriza nos detuvo Migración porque los papeles eran falsos.

—Vas preso al condado de Fresno —me dijo furioso el oficial— porque acabas de salir de la cárcel y tenías tres años de probatoria.

Afortunadamente me deportaron de nuevo, en lugar de arrestarme. Le avisé a la señora María. Esta vez mandó a un hombre como de 30 años, moreno, de cabello largo. Pero el tipo prácticamente me secuestró:

—Yo nada más obedezco órdenes —me dijo—: métete a la cajuela del carro.

—Ni madres, yo no me meto.

Me metió a la fuerza y me cubrió con unas maletas.

—¡Me estás secuestrando, bájame!, ¿a dónde me llevas?

Cerró la cajuela y arrancó. Después de un rato me empezó a faltar el aire. Me estaba asfixiando. Golpeé el respaldo del asiento, gritando, pero el bato no se detuvo. Más adelante fue a decirme que ya estábamos en la línea y era mejor que me callara.

Cruzamos la frontera y por fin se detuvo en San Diego, California, en el estacionamiento de unos departamentos. Abrió la cajuela y se espantó al verme. Rápidamente me sacó, pero no pude ponerme de pie, estaba completamente entumido y tembloroso. El bato me echaba aire con la mano. Me dio agua. Luego me percaté de que dos hombres venían con él en otro carro.

Uno de los batos me dijo que no tuviera miedo, que parecía un secuestro, pero que no lo era. Nos subimos al otro carro. Yo iba en el asiento de atrás. El hombre al volante manejaba como loco por una carretera interminable de un solo carril. Pasamos unos pueblitos y más adelante llegamos a la autopista Cinco. Solo topamos una patrulla de caminos en todo el trayecto; obviamente me agacharon en el piso y después me enderezaron.

Llegamos a la ciudad de Selma, California. En la autopista 99 y 43 nos detuvimos en un gasolyn y uno de los hombres llamó a la señora María por un teléfono público. Después de mucho rato apareció Víctor Villagrán en una troca color blanco. Era el supuesto trabajador social que me había visitado en la cárcel. Tras él iba un carro con dos hombres.

—Súbete a la troca —ordenó y me llevaron a Fresno.

En Fresno nos detuvimos en el Hotel Kings Canyon. Ahí Villagrán rentó un cuarto bajo su nombre. Me dijo que pasara ahí la noche, que se iban a quedar los batos conmigo y después me llevarían a un departamento. Todo era muy extraño.

Días después, el 18 o 19 de agosto, apareció Villagrán con dos hombres en una Van color azul. Uno de ellos era Damián Rivas, quien convertiría mi vida en la pesadilla que hasta hoy me tiene hundido en prisión.

Rivas medía como un metro sesenta y usaba bigote. Me miró como si me conociera de toda la vida. Dijo que ya estaba desesperado por mi llegada y ordenó que me subiera a la Van.

Nos detuvimos afuera de unas oficinas. Sin más ni más, Rivas me dijo que firmara unos papeles para que el jefe de Inmigración me diera un permiso para estar legalmente en el país. Supuestamente también era para que el condado de Fresno pusiera un investigador que localizara a Tomasa y a mi hija. Entendí que todos ellos eran policías, no trabajadores sociales.

—Si no firmas, no se va a poder hacer nada por ti —me dijo.

—Es que no sé firmar —respondí—. No sé escribir, ni leer, pues.

Rivas me miró con una sonrisa.

—Eso no importa —contestó. Enseguida escribió mis iniciales y me dijo que las copiara, como si fuera mi firma, en todas las páginas del documento que estaba en inglés.

Me hizo todo tipo de preguntas: nombres de mis padres, hermanos, domicilio… “Es un requisito”, decía. Le interesaba saber si yo estaba solo en los Estados Unidos o si tenía familiares.

—Estoy completamente solo —le dije y tuve la sensación de que era lo peor que acababa de decir.

Él extendió el documento que yo acababa de firmar y lo puso frente a mi cara:

—Este es un contrato que no tiene vencimiento. Dice que voluntariamente te comprometes a trabajar para el condado de Fresno. Que el contrato tiene leyes, las cuales te protegen como a los demás policías. Que no necesitas entrenamiento para este trabajo; no tienes día, ni horario, y se te van a pagar 500 dólares por semana, más el diez por ciento de lo que se decomise —luego agregó—: Ah, también te dan permiso para que entres a las barras y tomes cerveza.

—¿Y qué tipo de trabajo voy a realizar?

—De informante para la policía.

Sentí que se me hacía un hoyo en el estómago.

—Yo no puedo hacer ese trabajo —dije.

—Ya pudiste —respondió—. Si te escapas, te vamos a encontrar, y donde estés te vamos a chingar hasta que te mueras. También a tu hija, ¿qué te parece?

Un escalofrío me recorrió el espinazo. Empecé a temblar.

—Desde este momento trabajas para el condado de Fresno en el lugar que te encuentres dentro del estado de California. No piensas huir, ni decirle a nadie, ¿verdad?

—No —le dije—, claro que no.

Sentí como si en un momento hubiera enfrentado todos los terrores del mundo reflejados en los ojos de un solo hombre. Me calmé pensando que eran solo amenazas, que dentro de la policía no había elementos que realmente hicieran eso con la gente.

La primera orden que me dieron fue ir a las barras a emborracharme con las personas que vendieran droga y así poder obtener información para la policía: quiénes eran, dónde se la pasaban, cómo hacían el tráfico… Me echaron el rollo de que le haría un gran favor a la comunidad. Según esto, en tres días iba a ver a mi hija.

Pese a mi angustia, le llamé a un amigo apodado el Tajalín:

—Préstame 300 dólares para comprarle ropa a mi niña. Si me la traen, no quiero que piense que no tengo para darle algo.

Al tercer día, Rivas se reunió conmigo y me dijo que todavía no vería a mi hija, que primero tenía que trabajar muy duro para que el condado viera que sí le ponía ganas.

Muy pronto conseguí los datos de un traficante de nombre Marcos que vivía en las calles Maple y Hamilton. Me acerqué como amigo de otros camaradas y supe que había hecho un negocio de 21 mil dólares que guardaría esa noche en su departamento, junto con dos kilos de cocaína. Se lo comenté a Rivas y como a las cinco de la tarde le cayeron. Por ese arresto me daría 7 mil dólares, pero al final nada más me dio 2 mil. Me hizo firmar un recibo para el condado.

—Me prometiste 7 mil —le recordé.

—Sí, pero los otros cinco son para el investigador que ya casi encuentra a tu hija. Recuerda que te estoy ayudando con eso.

En septiembre de 1999, el oficial Rivas me dio dinero para rentar un departamento entre las calles Olive y McKinley. Me asignó un vehículo y teléfono celular.

—Busca a una persona que te enseñe a cocinar piedra —me dijo.

—¿Qué es piedra? —le pregunté. Él me miró furioso:

—Indio pendejo, ¿no sabes qué es o te haces?

Por la noche, el oficial Rivas llegó al departamento con un montón de cocaína bastante brillosa.

—De ahora en adelante vas a vender en este departamento —ordenó—. Por este trabajo te voy a pagar 500 dólares a la semana, aparte de tu contrato como informante.

Me explicó que tenía que seguir frecuentando las barras para buscar información aunque no hicieran arrestos; lo importante para él era archivar los datos y presentarlos a sus superiores.

—Llévate un gramo de coca, ofrécele a tus amigos, corre la voz de que tienes un socio que manda cantidades buenas a otros estados y que les podemos comprar o vender la droga que quieran… A partir de ahora me llamas Chuy, y a Víctor le dices Viejo.

Me dio dinero para que la gente mirara que tenía de verdad un negocio, aunque me advirtió que solo debía gastarme 20 dólares en cerveza.

—Con tu vida me respondes por esta droga y por el dinero —gruñó, antes de marcharse.

Me puse a vender droga y los tecatos empezaron a llover como moscas. Una noche llegué a la barra El Palmar con un gramo de cocaína. Esperé a que el dueño entrara al baño y lo seguí. Saqué la coca y le ofrecí un pase. Él peló los ojos, diciendo:

—¡Es pura caspa del diablo! ¿De dónde la sacaste? Pásamela, tú ni la usas.

—No la uso, pero sí la vendo —respondí.

En el baño estaban otros camaradas y también les di un pase. Cuando salí, me sobraban las cervezas. Según me contaron, la cocaína que había en ese tiempo no estaba buena, apestaba a pura gasolina; la que yo llevaba les parecía mejor.

El oficial Rivas me puso como tarea vender todos los días dos onzas de droga. Por cada una le tenía que entregar mil dólares. Cuando Rivas no podía levantar el dinero, yo era responsable de guardarlo.

A mi departamento llegaba toda clase de personas a comprar. Llegaban mujeres con los cupones que les da el gobierno para el alimento de sus hijos y lo cambiaban por piedra. Había señoras que llegaban con sus hijas adolescentes y me decían que me acostara con ellas a cambio de 20 dólares de piedra. Algunos hombres ofrecían a sus esposas o a sus novias; los morros vendían a sus hermanas o a sus primas. Yo pensaba: “Qué gente tan idiota es ésta”. También llegué a tener clientas muy jóvenes que venían con sus bebés en los brazos; el niño llorando y la mamá fumando la pipa. Un día llegó una mujer como de 30 años. Ella entró mientras su esposo esperaba afuera. Me dijo que se acostaba conmigo por 20 dólares.

—No puedo, discúlpame.

Ella insistió, suplicó. Terminé encabronándome y le grité:

—¡Ya lárgate de aquí, te dije que no!

—¿No te gustan las viejas o qué?, chingado maricón.

—Claro que me gustan, pero las putas, no.

—No juzgues a las mujeres por lo que hacemos —me dijo—. Pinches hombres repugnantes: le ponen a uno un pedestal y luego nos golpean y nos violan. Nos cortan las alas y después nos llaman putas o perras. Ojalá que tú nunca te envicies con la droga porque entonces te vas a ver en mi espejo.

Me hizo reflexionar un poco. Después me explicó que su esposo la golpeaba si no conseguía droga. Señaló hacia la calle para que viera que el hombre la estaba esperando. Decidí darle un poco de droga para que se fuera.

Cuando llegó Rivas le conté cómo estaba la venta. Le hablé de las mujeres que llevaban a sus hijas y que yo me sentía mal. Volvió a decirme que no me entrometiera en asuntos ajenos.

—Mexicano frijolero —me dijo—, a ti qué te importa si la gente estúpida trae hijos al mundo para que se hagan drogadictos. ¡Tú véndele droga a quien quiera comprar!, sea un pinche negro platanero o gabachos güeros desabridos, para que se envenenen los hijos de su puta madre.

De cierta forma yo compartía ese pensamiento de que cada quién era libre de drogarse, pero venderle a las señoras con niños me producía sentimientos de culpa.

—¿Qué debo hacer con las mujeres de los cupones?

—¡Agarra todo los cupones que te traigan!, yo tengo quién me los cambie.

―Pero vienen con sus bebés…

―¡Silencio! Menudo estúpido mojado, ése es problema de ellas. ¿No te he dicho que no debemos meter las narices en los asuntos familiares? Tú preocúpate por hacer tu trabajo.

Rivas me miraba encolerizado. Yo no sabía qué pensar.

―Realmente no alcanzo a comprender por qué le han puesto un nombre tan brillante a una persona tan estúpida como tú ―refunfuñó―. En verdad, no sabes hacer absolutamente nada. Tus padres tal vez creen que solo porque te pusieron ese nombre deberías poseer un cerebro y ser inteligente, pero eso no lo eres ni de lejos. Estoy seguro de que por eso no te mandaron a la escuela, porque probablemente no querían que los demás supieran lo estúpido que eres. Creo que tú no debiste haber nacido nunca. Sin embargo, no puedo hacer nada más que esperar que hagas tu mejor esfuerzo y que valores la confianza que deposito en ti.

También véndele a todos los mugrientos mexicanos frijoleros, perros muertos de hambre: les encanta venir a este país a hacer carne a la parrilla, como en su país solo tragan frijoles… No pueden asarlos porque se les caen por las rendijas, ¿verdad? ¿Tú nunca intentaste asar frijoles? —el oficial se carcajeaba mientras hablaba.

Luego de entregarle el dinero de la venta sentí que me había quitado de encima una preocupación. Seguí duro con el trabajo: vendía en el departamento y por las noches andaba en las barras y salones de baile para conseguir información. Había días que caminaba dormido porque no tenía suficiente tiempo para descansar.

Yo no descartaba la posibilidad de verme obligado a trabajar para los policías por lo menos una temporada. Tal vez después de unos meses podría encontrar a mi hija y me sentiría preparado para enfrentarlos y hacer que me dejaran ir. Rivas decía que iba a trabajar por un año y después me devolverían a México junto con la niña, pero ya no estaba seguro de nada. Como que yo no quería aceptar que me estaban viendo la cara.

 

 

Luchas fronterizas europeas y mexicano-estadounidenses, perspectivas comparadas: una entrevista con Maurice Stierl

 

Por: Robert McKee Irwin*

Traducción: Jimena Reides

Imágenes: Lizbeth de la Cruz


En noviembre de 2016, pasé un fin de semana con Maurice Stierl en Tijuana. Soy profesor en la Universidad de California en Davis, donde también soy codirector con mi colega Sunaina Maira de la iniciativa “Mellon” en Comparative Border Studies: Rights, Containment, Protest [Estudios Comparativos sobre la Frontera: derechos, contención, protesta] (http://borderstudies.ucdavis.edu/). También soy investigador principal, junto con Guillermo Alonso Meneses de El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, de un proyecto de narrativa digital llamado “Humanizando la Deportación”, que apunta a documentar, a través de las narraciones digitales en primera persona hechas por los deportados, la experiencia vivida durante su deportación, haciendo notar los devastadores efectos psicológicos y sociales. Nuestro proyecto “Mellon” nos dio la oportunidad de contratar como profesor auxiliar invitado al Dr. Stierl, experto en la crisis europea sobre el tema de la inmigración, y activista que se encuentra profundamente involucrado en el proyecto WatchTheMed Alarm Phone (http://watchthemed.net/, https://alarmphone.org/en/), que tiene como objetivo monitorear y documentar las muertes y violaciones de los derechos de los inmigrantes en el mar, así como respaldar las operaciones de rescate de los viajantes desamparados en las fronteras marítimas de la Unión Europea. Durante un fin de semana muy intenso, inmediatamente después de las más recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos, visitamos sitios clave a lo largo del límite de Tijuana, cuya puerta de entrada de 25 carriles en San Ysidro constituye el punto de cruce de frontera con el mayor número de tráfico ilegal en el mundo. Nos ofrecimos como voluntarios en el Desayunador Salesiano, sirviéndole el desayuno a más de 1200 indigentes, muchos de los cuales recientemente habían sido deportados y otros habían llegado de Haití y de la África subsahariana esperando poder cruzar de Tijuana a los Estados Unidos; visitamos numerosos sitios en la frontera, incluyendo los anteriores puntos de cruce que ahora están muy militarizados, el anterior campo de deportados sin hogar ubicado en el lecho del Río Tijuana —seco en su mayoría— conocido como “El Bordo” (http://www.vice.com/es_mx/video/el-purgatorio-de-los-deportados), los sitios de los túneles destinados a subvertir el vasto régimen de seguridad fronteriza de los Estados Unidos, los monumentos a los miles que han muerto intentando cruzar a los Estados Unidos desde Tijuana, y el panteón de Juan Soldado, el popular santo patrono de los inmigrantes, conocido por hacer milagros para muchas personas que le hicieron ofrendas en su camino hacia los Estados Unidos. Quisimos visitar un mural pintado recientemente llamado Rape Trump, que invitaba a los inmigrantes mexicanos, a quienes para ese entonces el candidato presidencial había llamado violadores, a saltar por encima de la frontera y dirigirse a la Torre Trump en Nueva York, donde podrían verificar las alegaciones de los acusadores (http://www.vice.com/read/someone-painted-a-rape-trump-mural-on-the-mexican-border-vgtrn-265), pero había sido borrado. Luego de experimentar estos sitios fronterizos tan poderosos en un momento de ansiedad exacerbada en torno a la frontera, tanto en los Estados Unidos como en México, tenía curiosidad por escuchar las reacciones de Maurice.

 

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Esta es la primera vez que visitas la frontera Estados Unidos-México, aquí en Tijuana, el punto de cruce de frontera más transitado en el mundo. ¿Cómo viviste esta zona fronteriza? ¿Y de qué modo se compara con el cruce de frontera y los puntos de control de lo que los activistas europeos llaman “Fortaleza Europea”?

 

Explorar estos sitios fronterizos en Tijuana, donde determinadas personas pueden cruzar la frontera Estados Unidos-México bastante rápido mientras otros arriesgan su vida al intentarlo, fue una experiencia memorable e importante para mí. Encontrar a cientos de deportados generalmente sin hogar en el Desayunador Salesiano, aunque estuve por poco tiempo, me dio una idea de la magnitud del sufrimiento que se materializa alrededor y a través de la frontera. Me quedó claro por qué Tijuana ha sido descrita como el ‘área de descarte’ para los deportados de los Estados Unidos, pues alrededor de 200 personas son enviadas a este complejo espacio urbano todos los días. Muchos de estos hombres y mujeres estaban visiblemente marcados por haber sido deportados o por sus intentos fallidos de (re)inmigración a los Estados Unidos, a causa de las diversas formas de violencia, explotación y sufrimiento que habían implicado estas odiseas. Aunque es probable que muchos intenten cruzar nuevamente, en estos encuentros tuve la sensación de que estos eran realmente ‘sujetos de la frontera’, atascados en la unión de la inclusión y la exclusión, a veces durante muchos meses e incluso años, mientras que sus vidas se desvanecen en el limbo.

 

Lo que definitivamente me impresionó, y que no he experimentado de este modo en el contexto europeo, fue ver cuántos de estos ‘sujetos en el confín/confinados’ también estaban claramente luchando contra su adicción a las drogas, y no pude evitar preguntarme cómo podrían embarcarse en un viaje posiblemente tan extenuante y prolongado con este tormento, por ejemplo a través del Desierto de Sonora.   Las fronteras que vemos en el mundo no son necesariamente rígidas, sino que funcionan más bien como una pista de obstáculos, filtrando a aquellos que están en buenas condiciones físicas, son resistentes y, generalmente, jóvenes. Nicholas De Genova ha escrito sobre esta “selección artificial […] para clasificar a […] los más sanos entre los futuros inmigrantes, en especial a los trabajadores inmigrantes”.[i] Al ver los efectos del abuso de las drogas en sus cuerpos, no pude evitar preguntarme cómo podrían sobrevivir al intentar cruzar la frontera. Luego de que terminamos de ayudar en el Desayunador Salesiano, pude hablar brevemente con un grupo de haitianos, que habían llegado a Tijuana hacía poco y habían acudido al sitio recién por primera o segunda vez. Tenían una historia y una trayectoria migratoria probablemente muy diferente a la mayoría de los demás, y parecían muy esperanzados en que pronto llegarían a los Estados Unidos. Pero en el clima actual, y en especial luego de las elecciones estadounidenses, las chances parecen estar mucho más en contra de ellos que tal vez nunca antes.

 

Cuando exploramos ‘El Bordo’, con el lecho del río de concreto seco justo junto a la frontera de Estados Unidos-México, y descubrimos las vidas ‘subterráneas’ de deportados que habían vivido en los canales de aguas residuales, recordé lo que Peter Nyers ha llamado, aunque en un contexto diferente, una “diáspora abyecta: una diáspora de deportados”, la creación de poblaciones desdichadas y vidas deportadas/expulsables por medio de las políticas de migración, que se forman especialmente en las zonas fronterizas que intentan separar el Norte Global del Sur Global.[ii] Vivir en una cloaca. ¿Hay algún otro concepto más adecuado que ‘abyección’ para describir este estado de ser descartado, marginalizado, rechazado, desterrado? Muchos se veían obligados a ingresar en estos canales subterráneos, pues proporcionan algún tipo de refugio. Al mismo tiempo, también parece que muchos ven el quedarse cerca de la frontera como una forma de mantener viva sus esperanzas de cruzarla eventualmente. El deportado sin techo que nos llevó por el lugar quería quedarse cerca de los Estados Unidos, donde vive su familia, y me pregunté si su decisión de quedarse cerca de El Bordo era una forma de conservar un sentimiento de cercanía a su familia o si también lo hacía por motivos estratégicos, para reunir recursos y contactos para otro futuro intento de superar la barrera de la frontera. Tal vez las dos cosas.

 

A pesar de presenciar la tragedia manifiesta de sujetos que viven en este paisaje fronterizo urbano, me pregunté, por supuesto también en relación con mis propias preocupaciones de investigación que giran alrededor de las luchas migratorias y el activismo de la solidaridad, si me había perdido, tal vez también debido a las limitaciones de tiempo, de más signos ‘esperanzadores’ y luchas políticas sobre migración que contrarrestaran estos procesos de abyección y violencia en las fronteras. Estoy bastante seguro de eso, dado que creo firmemente que estos sitios fronterizos también son siempre sitios de lucha y de una contracomunidad. Las muchas placas erigidas en el panteón de Juan Soldado, agradeciéndole por haber permitido el cruce seguro de los inmigrantes hacia Estados Unidos, tal vez puedan entenderse como gestos hacia esta esperanza y la potencialidad de formas ‘desobedientes’ de migración que (aún) logran subvertir las fronteras cada vez más controladas.

 

En este sentido, quiero pensar en Tijuana como un borderscape [escape de la frontera], una idea acuñada por Suvendrini Perera, que sostiene que “la frontera, como una herramienta de gubernamentalidad, siempre debe estar incompleta. […] Por lo tanto, el borderscape es una zona de encuentros variados y diferenciados. No se encuentra rodeada por el Estado ni es exhaustiva desde el punto de vista semántico”.[iii] Esta noción de borderscape es muy adecuada para describir las formas en que las fronteras evolucionan, se negocian, se gobiernan y resisten, y creo que usar estos marcos conceptuales alternativos es crucial para rastrear y hacerle justicia a la compleja ‘fronterización’ de nuestro mundo. También sería apropiado para comprender la situación en los Estados Unidos. Para mí, pareciera, quizás más en términos de grado en lugar de omisión, y también podría estar equivocado, como si las preguntas acerca de la soberanía de los Estados Unidos estuvieran principalmente abordadas desde una aproximación de un Estado centralizado y un nacionalismo metodológico que han informado durante mucho tiempo a las ciencias sociales, en especial a las Relaciones Internacionales, que entiende al Estado como la unidad principal de análisis y a las fronteras como simples bordes del territorio soberano.

 

Y esto no nos sorprende, por supuesto, si pensamos en los diferentes formatos de autoridad en los Estados Unidos y la Unión Europea. La construcción política que es la Unión Europea ha complicado las concepciones de Estado centralizado y ha añadido varias capas y dimensiones de autoridad política en el panorama, en especial en cuanto a la gobernanza de las fronteras. Uno de los pilares de la Unión Europea es la idea de libertad interna de movimiento que, para muchos, fue un indicio para alejarse de la soberanía estatal hacia un posnacionalismo, mientras que para otros simplemente significó el refuerzo de las fronteras externas alrededor de una nueva unión supranacional. En el contexto europeo, la gobernanza difusa de las fronteras significa que existen múltiples puntos de control a lo largo y más allá de lo que generalmente se concibe como el territorio europeo. Entonces, mientras la ‘Fortaleza Europa’ como término tiene mucha eficacia política, y no me opongo para nada a su uso como un eslogan político, tal vez no nos permita pensar en los modos intricados en los que las formas difusas de autoridad política, o las ‘soberanías gubernamentales menores’, siguiendo a Judith Butler, complotan para ensayar inclusiones y exclusiones (diferenciales) en el contexto contemporáneo.[iv] En muchos trabajos académicos, que provienen de Estudios Críticos sobre Frontera/Migración/Ciudadanía en particular, y se enfocan especialmente en la condición europea, los marcos alternativos, tal como el borderscape, se han vuelto notorios para designar y comprender estas formas cambiantes de autoridad política y ‘gestión’ de frontera/población. Por ello, en lugar de una fortaleza, podríamos pensar, inspirados seguramente en el trabajo de Michel Foucault, en un régimen, red, ensamblaje, aparato o dispositivo de frontera europea. Esto significa revisar las formas en que una variedad de actores participan íntimamente en las prácticas de la frontera europea sin tener necesariamente un ‘jefe soberano’. Esto también tiene varias implicaciones para el trabajo de protección política y los interrogantes acerca de la responsabilidad, la rendición de cuentas, la transparencia, etcétera.

 

Aquí en los Estados Unidos, no hay indicios de que algo como una unión política ampliada, dentro de la cual se fomente que las movilidades humanas para cruzar la frontera se realicen, se vaya a crear pronto; pareciera que ocurre exactamente lo contrario. Al mismo tiempo, podría ser beneficioso explorar algunas de las ideas mencionadas que se refieren a diferentes modalidades de autoridad política también en el contexto estadounidense. Vemos que ciertos acuerdos comerciales, tal como el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), han impactado de manera radical no solo en el movimiento de bienes, información y servicios, sino también en la movilidad y en el desplazamiento humanos. Asimismo, somos testigos de cómo la frontera estadounidense se está tornando cada vez más externalizada, ya que los Estados Unidos están brindando apoyo a programas de refuerzo fronterizo en Honduras y Guatemala. También se ha convertido en tercerizada progresivamente, no solo a través de las empresas privadas de seguridad y los contratistas, sino también a través de los gobiernos de países del ‘Sur Global’ de modo que, por ejemplo, las autoridades mexicanas se encuentran aplicando una mano dura en la inmigración centroamericana como su frontera sur. Además, incluso dentro de lo que se comprende generalmente como territorio de soberanía estadounidense, las fronteras están cambiando, transformándose, y se están disputando continuamente. Aquí, pienso en las luchas de los pueblos nativos de los Estados Unidos, cuya resistencia propone concepciones alternativas de soberanía, territorio y autodeterminación. Pero uno podría incluso pensar sobre cómo aquellos que proclaman que defienden la soberanía estadounidense, tal como los vigilantes de la frontera estadounidense, revelan con su sola presencia y trabajo en las zonas fronterizas “una vulnerabilidad en la soberanía por sí misma”, como ha demostrado Roxanne Doty, al exponer “un hueco enorme en el corazón de la creencia en un locus definitivo de soberanía”.[v]

 

Alejarse de una concepción reduccionista sobre las fronteras significa complicar tanto la idea de Europa como una simple fortaleza, como la de los Estados Unidos simplemente como un espacio político ‘protegido’ por fronteras estáticas y geográficas. Mientras hay, y permanecen, diferencias significativas desde el punto de vista de la autoridad política, lo que podemos detectar, tanto en el contexto estadounidense como en el europeo, son procesos de internalización, externalización, tercerización, militarización y difusión de las fronteras. Aunque, en cierto sentido, esta proliferación convierte a nuestro mundo contemporáneo en un lugar cada vez más limitado y segregado, tengo alguna esperanza de que esto también implique, a su vez, una proliferación de las luchas, las movilizaciones políticas y las transgresiones en los múltiples momentos y lugares ‘colindantes’. Comprender a Tijuana entonces como un borderscape puede no solo echar luz sobre la desgarradora violencia y tragedia que encontramos aquí, sino que también nos permite pensar en (desarrollar) perspectivas y contranarrativas que desafíen las fuerzas que tratan de convertir a los sujetos de inmigración en sujetos de abyección. Si tuviera la oportunidad de regresar por más tiempo, esto es lo que me gustaría explorar.

 

 

El concepto de “autonomía de la migración” ha sido fructífero para demostrar el despilfarro en legislación y gastos para contener la inmigración y fortalecer las fronteras que nunca pueden estar completamente aseguradas, cuando el deseo de migrar parece una constante a lo largo de la historia. Sin embargo, la experiencia en el contexto Estados Unidos-México parece demostrar que las poderosas actividades del Estado pueden contener en forma significativa la ola de inmigración, como ocurrió en la repatriación mexicana en la década de 1930, las deportaciones masivas de la Operación Espaldas Mojadas en la década de 1950, y la gran inversión hecha en militarizar y cercar la frontera que ha ocurrido en los Estados Unidos desde mediados de la década de 1990. Teniendo en cuenta de nuevo tu visita a Tijuana y tu encuentro con este sitio fronterizo visiblemente militarizado y asegurado, y en una época de deportación masiva, ¿qué tan significante crees que tenga la noción de autonomía de la migración?

 

La militarización y la seguridad de la zona fronteriza en Tijuana eran notables: cámaras, torres de vigilancia, patrullas y cercas de alambre de púas por todos lados, que hacían que pareciera un tipo de frontera estatal soberana de ‘manual’, con una arquitectura que resulta impresionante en un sentido distópico. Estas arquitecturas fronterizas hipervisibles (e hipermasculinas) representan la soberanía, tienen la intención de crear la imagen de un control total y una disuasión absoluta, como ha demostrado Joseph Nevins.[vi] La idea de construir ‘la’ pared fronteriza, una de las principales promesas del presidente electo Trump, aunque ya esté realizada en parte, debe comprenderse entonces de este modo: una pared imaginada como algo impenetrable, una disuasión física detrás de la que la sociedad estadounidense estaría presuntamente segura de los peligros que vienen ‘de afuera’. Es importante abordar estas construcciones discursivas pero también materiales como representaciones e imaginarios, para evitar caer en la trampa de creer sus promesas y aserciones como simples hechos de veracidad, como si las fronteras pudieran disuadir, controlar y dirigir los movimientos humanos tan fácilmente.

 

Especialmente en tiempos de procesos acelerados y explotadores de globalización neoliberal, los cercos y muros jamás son garantes totales de control, regulando quién entra y quién sale, ni de una ‘protección’ de la sociedad. Probablemente, incluso muchos de aquellos que continúan pidiendo muros más altos saben que, por ejemplo, cuando se trata de poblaciones ‘indocumentadas’ o ‘irregulares’, o ‘aliens’ como se refieren a ellos comúnmente en el contexto estadounidense, sabemos que muchos llegan en forma legal y se convierten en ilegales; son ilegales solo cuando sus visas vencieron. Los muros y las cercas fronterizos no podrán evitarlo, y en algunos aspectos, como discutiré más adelante, tampoco están simplemente planeados para ello, sino que más bien se encuentran conectados con la generación de una fuerza de trabajo explotable y deportable.

 

La forma en que Trump y sus seguidores proponen la idea de un nuevo muro en la frontera a lo largo del territorio norte mexicano, como si no hubiese una barrera instalada ya en puntos de cruce significativos, fue entonces el intento de crear la ilusión de un posible control total. Y, al mismo tiempo, los pedidos de apoyo con una lógica simplista exigiendo una pared, para separar el interior del exterior, a través de una barrera física, son tan potentes desde el punto de vista político que la frontera está siempre ‘sobredeterminada’, para tomar la idea de Étienne Balibar.[vii] Nunca es ‘solo’ una frontera, sino un acto performativo de una identidad colectiva que se imagina contra un ‘otro’ amenazante y, por lo tanto, ligado de cerca a eslóganes acerca de ‘recuperar nuestro país’ o ‘hacer la América (blanca) grande otra vez’. Por lo tanto, podría hacerse un rango completo de argumentos cargados de aspectos raciales a través de la demanda del muro, justificado principalmente desde el punto de vista de la seguridad nacional.

 

Para mí, fue el enfoque de la ‘autonomía de la migración’ lo que me ayudó a comprender estas representaciones de la frontera, y a ver siempre a las fronteras como ‘intentos’ sobredeterminados para controlar, nunca aptos para estar a la altura de la ilusión y la fantasía de control y vigilancia totales que simbolizan. Este enfoque ha dado lugar a que muchos reconsideren las historias migratorias centradas en el Estado y la soberanía que todavía dominan las concepciones del movimiento humano ‘irregular’. Mientras que, históricamente, las ‘poblaciones móviles’, en especial ‘los pobres’, con frecuencia caracterizados como ‘la plebe’, siempre han sido considerados un peligro y, por lo tanto, han provocado varias formas de control y subyugación, la inmigración nunca ha dejado de desafiar y subvertir las formaciones fronterizas y las regulaciones de movilidad. Entonces, la idea de inmigración como una ‘llave de agua’ que podría abrirse o cerrarse, dependiendo de las necesidades económicas de los países en cuanto a fuerzas de trabajo, tiene puntos débiles, como han sostenido Manuela Bojadžijev y Serhat Karakayalı; la inmigración no puede reducirse simplemente a razones económicas de ‘tira y afloje’ ni ser rigurosamente dirigida o impedida.[viii]

 

La autonomía de la migración nos proporciona una “sensibilidad diferente” como han afirmado Dimitris Papadopoulos, Niamh Stephenson y Vassilis Tsianos, y esto no solo significa aceptar las narrativas dominantes que proclaman el cierre de la frontera como la verdad, sino escuchar las historias variadas y subjetivas de las luchas migratorias, así como cuestionar su ‘incontrolabilidad’.[ix] Los sujetos de inmigración no son solamente víctimas pasivas, sino también agentes de migración, agentes activos que buscan rutas de escape.

 

Por supuesto, esto no quiere decir en absoluto que los muros fronterizos sean insignificantes. Y, con seguridad, no es para sugerir que la promesa de más control en las fronteras no debiera ser profundamente preocupante. Son constitutivos de las poblaciones abyectas que encontramos en Tijuana, la división de familias y la pérdida de miles de vidas alrededor del mundo. El sufrimiento de las masas que vemos alrededor nuestro es claramente una consecuencia del Estado bordeado donde se encuentra el mundo. La frontera Estados Unidos-México en particular ha tenido consecuencias espantosas, como han demostrado Todd Miller, Reece Jones y otros.[x]  El peligro de la administración de Trump ahora es su deseo no solo de reforzar la seguridad en la frontera sur de los Estados Unidos, sino de hacer una gran inversión en la ‘maquinaria de deportación’ estadounidense, que ya ha florecido durante la administración de Obama. Bajo el nuevo régimen estadounidense, y teniendo en cuenta la retórica llena de odio del presidente electo, en especial hacia los mexicanos, por supuesto que hay una gran preocupación por si veremos olas de deportaciones masivas.

 

Al mismo tiempo, en mi opinión, la amenaza de la deportación masiva que tal vez millones de personas indocumentadas en los Estados Unidos tengan que afrontar después de enero de 2017, no socava la importancia conceptual de la autonomía de la migración, precisamente porque es crucial recordar que las fronteras presentan de forma consistente deficiencias en cumplir su promesa: aislar completamente un espacio soberano de los ‘intrusos ilegales’. Los movimientos de migración masiva en Europa, en especial en 2015 pero también en 2016, son un ejemplo impresionante: a pesar de la creación de un complejo régimen fronterizo y una pista de obstáculos generalmente mortal para los no deseados, más de un millón de personas lograron entrar en Europa sin autorización. No estoy sugiriendo que quizá haya una transgresión fronteriza masiva similar en el horizonte de los Estados Unidos pero, no obstante, a pesar de las décadas de seguridad fronteriza reforzada, aún muchos pueden cruzarlas.

 

La ‘sensibilidad diferente’ proporcionada por el enfoque de la autonomía de migración entonces es también muy útil en el contexto estadounidense, incluso en el contexto de las deportaciones masivas. En cierto punto, las deportaciones masivas son una respuesta a las infracciones iniciales y las continuas transgresiones de la frontera. Con esto quiero decir no solo el cruce físico de las zonas fronterizas, por ejemplo a través del Desierto de Sonora, sino también las formas en que las personas permanecen en los Estados Unidos después de que sus visas o sus contratos de trabajo expiraron, y que se han convertido en indocumentados. En estas situaciones, en lugar de dejar los Estados Unidos y ‘regresar a algún lado’, se quedan hasta que el Estado lleva a cabo los frecuentemente violentos, pero también complicados e interminables, pasos de detención y expulsión. Por lo tanto, de algún modo, las deportaciones masivas son respuestas a las transgresiones de las masas, y el simple hecho de que haya millones de personas indocumentadas en California y en otros sitios muestra que la gente aún encuentra formas ‘creativas’ para cruzar, quedarse demasiado tiempo, escapar, esconderse, permanecer imperceptibles, y demás. Entonces, si pensamos en esto por un instante, el enfoque de la autonomía de la migración parece ser relevante aquí en que las deportaciones parecen, por momentos, intentos inútiles para ‘limpiar’ el cuerpo social de aliens indeseados. Y las deportaciones, aunque se lleven a cabo ‘con éxito’, no garantizan que la gente no regresará.

 

Pero al mismo tiempo, necesitamos ser no solo muy cuidadosos para no fantasear con la agencia de los inmigrantes, sino también ser conscientes del otro lado de la historia: la ‘necesidad’ de las poblaciones deportables para las formas capitalistas de explotación laboral.[xi] Discutiré esto en más detalle en la respuesta de tu próxima pregunta, pero creo que es esencial tener en cuenta que aunque son denigrados y se los amenaza con la deportación, esos inmigrantes indocumentados dentro de los Estados Unidos cumplen con el deseo capitalista de una fuerza de trabajo abyecta y explotable.

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Habiendo trabajado durante años como activista y realizado una investigación etnográfica sobre la inmigración desde África del Norte y Medio Oriente hacia Europa, y habiendo vivido durante un año en California, ¿qué es lo destacable para ti en cuanto al tratamiento de los inmigrantes y la inmigración aquí en California en comparación con la situación en la Unión Europea?

 

Creo que hay muchos paralelismos entre la racialización, la criminalización y el acoso hacia ciertas poblaciones de inmigrantes en los Estados Unidos y en Europa. Además, pienso que por momentos se entrelazan el uno con el otro. Cuando me mudé a los Estados Unidos en otoño del 2015, la cantidad de inmigrantes que cruzaba a los territorios de la Unión Europea no tenía precedentes. Más de 850 000 personas llegaron a Grecia a través de Turquía y muchos continuaron y transgredieron varias fronteras estatales más. Esta fue una transformación sin precedentes e histórica, y los activistas en toda Europa y otros lugares apoyaron estas movilidades no autorizadas. Es importante notar que estas personas ‘construyeron su hogar’ donde deseaban asentarse. Con frecuencia, en la representación dominante de estos eventos, que también circula en los Estados Unidos y la repitió el presidente electo, se dice que la gente fue ‘invitada’ a Alemania o Suecia por sus gobiernos, lo que es completamente falso, y francamente bastante extraño.

 

La llamada ‘crisis migratoria y de refugiados’ en Europa, que fue más que nada una ‘crisis de frontera’, también tuvo por supuesto un impacto directo en la situación y el discurso en los Estados Unidos, con muchos políticos exigiendo más control en las fronteras e incluso mayor escrutinio e investigación de los refugiados, quienes buscan reubicarse acá. En vista de los ataques terroristas en París en noviembre de 2015 y en Niza en julio de 2016, los ataques en Colonia en vísperas de Año Nuevo de 2015, y más recientemente el ataque en el mercado navideño en Berlín en diciembre de 2016 —eventos que se generalizaron de una forma muy problemática para estigmatizar a todos los refugiados y las poblaciones y los grupos migratorios—, los sentimientos descontrolados ya existentes en contra de los musulmanes, y los sentimientos antimigratorios de modo más amplio, aumentaron en Europa y también en los Estados Unidos. En especial, escuchamos que los políticos estadounidenses conservadores se referían a los refugiados sirios como potenciales terroristas, y Trump llamó violadores a los inmigrantes mexicanos. Lo que fue verdad en el contexto europeo fue también el caso en los Estados Unidos: los sujetos migratorios fueron ”nuevamente configurados como el potencial ‘terrorista’ que se infiltra a escondidas en el espacio europeo, o el potencial ‘criminal’ o ‘violador’ que corroe el tejido social y moral de ‘Europa’ desde adentro”.[xii] Ahora, en especial después de las elecciones presidenciales, pero por supuesto también desde mucho antes, hemos visto que el populismo antimigratorio y los ataques racistas que surgen en los Estados Unidos y las expresiones de xenofobia se han vuelto mucho más normales y convencionales. Se pueden detectar tendencias similares en Europa.

 

A pesar de todo esto, mis propias experiencias en California, y más específicamente en Berkeley, donde vivo, han sido muy positivas, incluso después de las elecciones. He visto mucha solidaridad con los grupos de inmigrantes y de minorías, y a la oposición y los activistas organizándose para la potencial ola futura de deportaciones masivas. Por supuesto, esto no representa desde luego a los Estados Unidos en toda su extensión. California es un caso interesante y, al tener más población indocumentada que cualquier otro Estado, puede enviar importantes señales de resistencia a todo el país.

 

Lo que me llamó la atención, en líneas generales, desde que llegué, y lo que en mi percepción difiere de algún modo de la situación en Europa, fue la intersección íntima y muy visible de las fuerzas del control fronterizo y aquellas de la empresa y la explotación capitalistas. Cuando viajo diariamente a la Universidad de California en Davis, paso por delante de docenas de trabajadores, muchos probablemente mexicanos, que están esperando en la calle para que los pasen a buscar empleadores y ciudadanos estadounidenses para tareas manuales diarias. Es muy probable que muchos de ellos sean indocumentados y que sean parte de la población masiva indocumentada que hay aquí, muchos de los cuales forman la fuerza de trabajo en el sector agricultor. Las autoridades estatales obviamente saben de esto, no es un secreto. Entonces, a pesar de toda la denigración hacia los indocumentados en el clima actual, a lo largo de los Estados Unidos, los individuos y grupos indocumentados trabajan muy visiblemente y muchos incluso pagan impuestos. Esto parece ser paradójico por naturaleza, pero no lo es, cuando exploramos las formas en la que funciona la maquinaria estadounidense de deportación/ilegalización mano a mano con, o involucrada en, las fuerzas de la explotación capitalista.

 

El trabajo de De Genova es muy valioso en este caso, pues ha demostrado en reiteradas ocasiones cómo aquellos marginados a un estado de deportabilidad constituyen trabajadores ‘ideales’, en tanto que fuerzas de trabajo permanentemente precarias, subyugadas y desechables. Por medio de la noción de ‘espectáculo fronterizo’, De Genova ha explorado el modo en que las políticas fronterizas y la vigilancia y el control migratorios en proliferación “[hacen] que la ‘ilegalidad’ se vuelva, de un modo perturbador, hasta más ubicua”.[xiii] También detecta en estos actos de patrullaje fronterizo no solo representaciones de exclusión, sino también prácticas ‘obscenas’ de inclusión. Aunque la ilegalidad y la deportabilidad de los inmigrantes es visibilizada y presentada públicamente, el espectáculo fronterizo realizado también conlleva “su complemento impreciso, ignorado o repudiado por el público y obsceno: el reclutamiento a gran escala de los inmigrantes ilegales como trabajo legalmente vulnerable, precario, y por lo tanto dócil”.[xiv] Después de que me mudé a los Estados Unidos, comprendí mucho mejor estos mecanismos y dinámicas, y pienso que es crucial entender la ‘fronterización’ del mundo, y de los Estados Unidos en particular, no simplemente como el refuerzo de líneas presuntamente rígidas, sino como la creación de filtros que permiten el movimiento precario y selectivo de aquellos que, una vez llegados, conforman sujetos deportables y explotables, la abyecta fuerza de trabajo estadounidense.

 

 

Al trabajar en el frente de la precariedad migratoria en tu trabajo con el Teléfono de Alarma (“Alarm Phone”) de Watch the Med, cuya misión es dar apoyo a los viajeros precarios en el mar y monitorear las operaciones de rescate de los botes que llevan inmigrantes a través del Mediterráneo, te has encontrado con los mecanismos migratorios muy de cerca. ¿Cuál es tu valoración ética del rol de los agentes que generalmente se conocen como contrabandistas de personas (en el contexto Estados Unidos-México los llamamos coyotes)?

 

Creo que cualquier apreciación del rol de los ‘contrabandistas de personas’ necesita ser ajustada a un contexto específico, y también enmarcada dentro de una discusión y crítica de factores estructurales mayores que crean la necesidad de sus servicios en primer lugar. Tanto en el contexto europeo como en el estadounidense, las políticas migratorias restrictivas que buscan filtrar e impedir ciertos movimientos humanos han provocado rutas migratorias aún más peligrosas, además de una necesidad aún mayor de ‘ayuda para huir’. Debido a la proliferación y externalización ya mencionadas de las fronteras, vemos cómo las fronteras estadounidenses y europeas emergen en una variedad de formas y a veces en locaciones sorprendentes, mucho más allá de donde uno espera encontrarlas. En el momento en que las personas atraviesan una frontera internacional, se les envía a las actuales pistas de obstáculos para viajeros precarios.

 

Ciertas zonas específicas se han convertido en emblemas para las luchas fronterizas sobre la vida y la muerte, donde con frecuencia se necesita que los contrabandistas las sorteen. William Walters se ha referido a estas zonas fronterizas como “fallas geológicas en el delicado espacio de la globalización, donde pareciera que los mundos designados por los términos de Norte Global y Sur Global se enfrentan de un modo muy concreto y abrasivo, y donde los gradientes de riqueza y pobreza, de ciudadanía y no ciudadanía aparecen de forma especialmente brusca”.[xv] En el contexto Estados Unidos-México, el Desierto de Sonora funciona como una barrera natural, mientras que en Europa hace lo propio el Mar Mediterráneo. En estas zonas, el sufrimiento y la muerte de los inmigrantes se muestran a menudo como consecuencias de los elementos naturales y el entorno inhóspito, tales como el calor, el vasto espacio seco, las corrientes impredecibles, los fuertes vientos, etcétera.

 

Con eso, la muerte de los inmigrantes es despolitizada, como si otras personas no se vieran afectadas, o se muestra como el resultado de la imprudencia de los contrabandistas, pues los migrantes son abandonados por los ‘coyotes’ mexicanos u obligados a subir a botes no aptos para navegar por los ‘traficantes’ libios. Ambas representaciones, obviamente, no logran tener en cuenta cómo Estados Unidos y Europa “hacen funcionales” continuamente estas mortales zonas fronterizas con el fin de disuadir a los inmigrantes. La letalidad del desierto y el mar se ha activado e integrado de forma activa en las pistas de obstáculos de la inmigración precaria. Vicki Squire y NoMoreDeaths (No más muertes) han mostrado la forma en que se usa el desierto para matar, y Charles Heller, Lorenzo Pezzani y WatchTheMed han denunciado durante mucho tiempo a las fuerzas que hacen que el mar sea un ‘asesino silencioso’.[xvi]

 

A la hora de enfrentar estos obstáculos a menudo mortales, casi la única forma que encuentran de cruzarlos es recurrir a los servicios ofrecidos por los contrabandistas. Con la seguridad y la militarización en aumento en las zonas fronterizas, en especial a lo largo de las fallas geográficas globales, también crece el negocio rentable de facilitación de huida. No hace falta ser un genio para deducirlo.  Esta “industria de la ilegalidad” en auge, siguiendo el trabajo de Ruben Andersson, “produce lo que aspira a eliminar, restringir o transformar: más ilegalidad inmigrante”.[xvii] A pesar de esta verdad bastante simple, los políticos y los legisladores europeos y estadounidenses continúan viendo a quién echarle la culpa, a menudo generalizando a los contrabandista sin distinguir a los traficantes, e ignorando completa y obstinadamente los motivos que subyacen en la necesidad de que haya facilitadores en primer lugar.

 

Culpar a un tunecino joven por el mayor desastre marítimo en el Mediterráneo, donde posiblemente murieron más de 900 personas, no solo nos aporta una especie de coartada moral, sino que produce una multitud de políticas fronterizas.[xviii] La lógica es clara: la figura del enemigo del contrabandista/traficante posibilita el refuerzo militar de la frontera y la disuasión de los inmigrantes, todo ello envuelto, sin embargo, en una retórica humanitaria. Aunque es una simple estrategia engañosa, parece funcionar. Esta es la razón por la que la figura del contrabandista/traficante malvado necesita no solo de ser castigada continuamente, sino también reproducida y, si bien indirectamente, subsidiada. En los medios, pero también en algunos trabajos académicos, existe una fascinación con los contrabandistas y sus ‘redes criminales’ que explotan a la gente de por sí ya vulnerable.  En lo personal, cada vez estoy más cansado del enfoque simplista que ignora las estructuras y las fuerzas en acción mucho más grandes y complejas.

 

Al mismo tiempo, al ver las impactantes formas de violencia que los viajeros tienen que experimentar a menudo a causa de los contrabandistas, cuando se trasladan en dirección norte desde el sur americano y la África subsahariana, creo que sería erróneo intentar cambiar la narrativa simplemente hacia el otro extremo del espectro, y llegar a una representación idealizada y a grandes rasgos del contrabandista contemporáneo como alguien humanitario que ayuda a huir, que he encontrado en algunos trabajos académicos. Es una cuestión de matices y de contexto. Ciertamente, hay una dimensión ‘diaria’ y una humanitaria del contrabando, pero también hay redes y carteles que se benefician a partir del abuso, la explotación y la extorsión de los viajeros y sus familias, como por ejemplo en Libia, pero por supuesto que también en México. Y aquí vemos cómo, debido a la ‘industria de la ilegalidad’, el contrabando se convierte a menudo en tráfico. Apuntar a estas fuerzas y estructuras superiores no le quita —y esto es importante— la culpa a los contrabandistas por sus violaciones a los derechos humanos, sino que reconoce el hecho de que están especulando con las políticas migratorias restrictivas y un mundo delimitado.

 

En Watch The Med Alarm Phone apuntamos incansablemente a estas verdades muy simples. Por ejemplo, en nuestra declaración de 2015 ‘Ferries not Frontex! (¡(Transbordadores, no fronteras exteriores!) 10 puntos para terminar de una vez con las muertes de los inmigrantes en el mar’, donde afirmamos que “organizaciones internacionales y políticos de todas las tendencias del espectro político han denunciado a los contrabandistas como la primera causa de muerte en el Mar Mediterráneo. Muchos políticos prominentes han comparado al contrabando de inmigrantes con el comercio trasatlántico de esclavos. Parece que no hubiera límites para la hipocresía: ¡aquellos que defienden el régimen esclavo condenan a los negociantes de esclavos! Sabemos muy bien que los contrabandistas que operan en este contexto de la guerra civil en Libia son a menudo criminales despiadados. Pero también sabemos que la única razón por la que los inmigrantes tienen que recurrir a ellos es el régimen fronterizo europeo. Las redes de contrabando serían historia en cuestión de segundos si aquellos que ahora mueren en el mar pudieran en cambio llegar a Europa legalmente. El sistema de visados que evita que lo hagan se introdujo hace solo 25 años”.

 

Precisamente debido al hecho de que las políticas restrictivas se traducen en rutas de escape cada vez más precarias, peligrosas, costosas y extensas, hay muchos puntos a lo largo del camino donde los servicios de contrabando consensuados se convierten en una explotación no consensuada. Por ejemplo, en el caso de Libia, sabemos que aquellos que buscan escapar deciden recurrir a los contrabandistas, pero también se los obliga a menudo a subir a los botes. La distinción dominante entre ‘inmigrantes (económicos)’ supuestamente voluntarios y ‘refugiados’ obligados, colapsa por completo aquí, pues no logra ser útil en la compleja realidad de una Libia asolada por la guerra. Las formas en que el contrabando puede convertirse rápidamente en tráfico no puede entenderse si no tenemos en cuenta las condiciones sociopolíticas cambiantes en Libia, los devastadores efectos de las intervenciones militares de la OTAN para el ‘cambio de régimen’ (un ‘espectáculo de mierda’, citando a Obama), en especial para las poblaciones y los residentes subsaharianos, que dieron pie a los cruces masivos que presenciamos actualmente. Con el fin de inmovilizar estos movimientos salientes, deseo que fue desencadenado también por la intervención de la alianza militar, Europa creó el operativo naval anticontrabando Eunvafor Med y las fuerzas militares estadounidenses están entrenando actualmente a la guardia costera libia que, aunque se encuentra insertada en narrativas humanitarias, simplemente sirve para la disuasión de la movilidad con rumbo a Europa. Esto, a su vez, ha llevado a un riesgo intensificado para los contrabandistas y a un aumento de los gastos, debido a la destrucción de los botes usados por las fuerzas navales estadounidenses; por lo tanto, los botes de elaboración a bajo precio están tripulados por personal ‘prescindible’ o dirigidos por los mismo refugiados, haciendo que los viajes sean incluso más riesgosos y más mortales.

 

Los ‘auténticos’ humanitarios que actúan en el Mediterráneo, cuyas tripulaciones de búsqueda y rescate son responsables de rescatar a decenas de miles de necesitados, se encuentran cada vez más bajo el ataque de Europa y más vinculados al contrabando de personas, como cuando la agencia europea de fronteras Frontex sugirió en diciembre de 2016 que ‘conspiraban’ con los contrabandistas de personas.[xix] Estas estrategias cínicas para debilitar a quienes evitan más muertes masivas en el mar son particularmente espantosas, teniendo en cuenta que este año [2016] ha sido el que ha registrado más muertes en el cruce de fronteras en el Mediterráneo. Hubo más de 5000 muertes contabilizadas en 2016. Obviamente, el número real es mucho mayor.

2016-11-13 13.15.13

 

La cobertura de los medios europeos ha enfocado su atención en el aprieto de los refugiados, donde algunos podrían decir que entra en juego la jerarquización de los inmigrantes indocumentados, relegando a aquellos que no son refugiados a la categoría inferior de inmigrantes económicos. Si los refugiados se ven en el discurso internacional como personas que merecen obtener derechos y protección en mayor grado que los inmigrantes económicos, ¿dónde quedan los millones de inmigrantes indocumentados que viven en los Estados Unidos, donde unos pocos pueden presentar una demanda judicial viable para el estado de refugiado? En otras palabras, ¿hasta qué punto la actual crisis de refugiados hace que el problema de la inmigración indocumentada en Estados Unidos no parezca digno de preocupación?

 

Una de las tareas más importantes al comienzo de los seminarios que ofrezco en la Universidad de California en Davis es proporcionarles herramientas a los estudiantes para que cuestionen de forma crítica el modo en que algunas personas se consideran inmigrantes mientras que otras se convierten en refugiados. Considero que dar por sentadas las distinciones oficiales entre ‘refugiado’ e ‘inmigrante’ y tomarlas como punto de partida para el análisis es muy problemático, y he llegado a preferir que se refieran a esos movimientos sin autorización como ‘viajeros’, para evitar reproducir las distinciones (aunque siempre haya un deslizamiento para que sea ‘legible’). Siempre incito a mis estudiantes a que desafíen la forma en que los países y las organizaciones internacionales crean y actúan en cuanto a estas distinciones, basadas a menudo en concepciones limitadas (cada vez más restringidas) de cuáles son razones ‘legítimas’ para huir y la sensación de ser perseguido.

 

Hacer una categorización de las poblaciones móviles por el modelo inmigrante/refugiado es definitivamente insuficiente si pensamos en la complejidad de (los motivos de) la inmigración irregular y las estructuras interrelacionadas de opresión que causan el desarraigo y el desplazamiento de tantos. Una vez que se decide quién es o no un refugiado, tendrá consecuencias variadas y significativas para las personas involucradas. Y va más allá de las cuestiones de legalidad y acceso a, o negativa a, ciertos derechos y protecciones. A pesar de que nunca sean estáticas por sí mismas, en el dominio público, las representaciones de ciertos sujetos migratorios como los refugiados y de otros como los inmigrantes económicos a menudo coinciden con los diferentes grados de ‘merecimiento’, como mencionas en tu pregunta. Es importante prestar atención a estas construcciones (discursivas) de las ‘figuras inmigrantes’, pues, como ha escrito Harald Bauder: “El idioma es relevante en los debates jurídicos, el discurso público y los intercambios diarios. La terminología puede implicar causalidad, generar respuestas emocionales y transmitir significados simbólicos”.[xx]

 

Entonces, cuando observamos la construcción discursiva de la ‘situación’ actual en Europa, normalmente vemos que se menciona como una ‘crisis de refugiados’ pero igual de frecuentemente como una ‘crisis de inmigrantes’. Entonces, ¿cuál es, asumiendo que incluso aceptamos su representación como una crisis? Si siguiéramos las distinciones oficiales, deberíamos llamarla crisis de refugiados e inmigrantes, dado que algunos se construirán como refugiados y probablemente se les otorgarán ciertos derechos y protecciones, mientras que los otros, construidos como inmigrantes, están en riesgo de ser deportados. Por lo tanto, es importante analizar y problematizar la forma en que se están realizando las distinciones oficiales. No solo porque cada persona, sin importar si viene o no de los principales ‘países que producen refugiados’, debería tener una valoración genuina sobre el asilo, basada en las razones específicas de la huida, sino porque las mismas bases sobre las que las decisiones para dar asilo se están tomando son con frecuencia arbitrarias y profundamente problemáticas.

 

Ante la pregunta sobre quién es inmigrante y quién refugiado, la cuestión no es solo establecer los hechos, sino que se trata de un proceso interpretativo y con motivaciones políticas. Por ejemplo, ¿por qué un Estado miembro de la Unión Europea solo acepta una de diez solicitudes de asilo, mientras que en otros lugares son siete sobre diez? Más específicamente, ¿por qué las tasas de aceptación de las personas que huyen del mismo país y del mismo conflicto son tan radicalmente diferentes en los distintos Estados miembros? Esto significa que la determinación de quién es inmigrante y quién refugiado es refutada políticamente, contingente y específica según el contexto y, por lo tanto, no es un indicador de la ‘auténtica’ necesidad de protección. Además, y en relación con lo anterior, lo que comúnmente uno no logra percibir es que cada vez más países se declaran ‘seguros’, o lo suficientemente seguros, de modo que la motivación de quienes escapan de ellos se entiende como originada solo por ‘deseos económicos’, no por un ‘miedo bien fundado de persecución’.

 

Vemos que aquellos considerados inmigrantes y aquellos a quienes se hace referencia como refugiados se representan uno contra otro, como si fuera un juego de suma cero. Quienes se consideran refugiados parecen más merecedores que los ‘inmigrantes económicos’, y siguiendo una lógica de ‘el bote está lleno’, uno de ellos se tiene que ir.  Cada vez menos personas cumplen con los criterios más y más estrictos para ser considerados refugiados y podemos ver cómo esto lleva a la jerarquización que mencionaste en tu pregunta. También es una lotería: si se acepta a muchos de una nacionalidad (por ejemplo, sirios) como refugiados, otros estarán en riesgo de convertirse en inmigrantes. Por ejemplo, Afganistán, incluido durante mucho tiempo entre los principales ‘países que producen refugiados’, es considerado ahora ‘parcialmente seguro’ por el gobierno alemán, y las expulsiones colectivas de afganos ya se han comenzado, lo que era impensable hace algunos años, antes de la ‘crisis inmigrante/refugiado’.

 

Entonces, para regresar por fin a tu pregunta: permitir que la “crisis de refugiados haga que el problema de la inmigración indocumentada en Estados Unidos no parezca digno de preocupación” sería aceptar oficialmente que se mantienen las distinciones inmigrante/refugiado y caer en la trampa. Si seguimos la lógica del ‘merecimiento’ basándonos en esta distinción, ignoramos no solo que el estado de refugiado es volátil y se está deteriorando cada vez más, sino también que reproduce estas distinciones.  Creo que los movimientos sociales necesitan ser conscientes de estos peligros y construir en relación con estos marcos de solidaridad que exceden las distinciones jurídicas (del Estado). Nosotros, en Alarm Phone, situamos nuestra lucha dentro de una preocupación mayor por la justicia global y una campaña para la libertad de permanecer y transitar para todos, independientemente de cómo los construyen oficialmente los ‘expertos’ europeos en asilo, después de sus migraciones precarias.

 

En los últimos años ha surgido una gama de formas creativas de resistencia alrededor de los temas relacionados con fronteras, la migración y la ciudadanía, lo que ha dado cierta esperanza a los inmigrantes indocumentados. Pero una vez que los detienen y los deportan, pareciera que no hay ningún lugar hacia dónde volver. ¿Ves alguna nueva dirección que el activismo pueda tomar frente a la deportación masiva?

 

Es verdad que la encarcelación y las deportaciones masivas de los ‘otros indeseados’ parecen ser estrategias eternamente buscadas por los gobiernos, en especial en vista del aumento de los movimientos migratorios durante los últimos años en Europa y luego de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, estas estrategias no son nuevas, sino que han existido y se han aplicado desde mucho antes del ‘largo verano de migraciones’ de 2015 en Europa. Dentro del contexto de los Estados Unidos, podría decirse, las deportaciones masivas llevan la firma de la administración de Obama, que las ha intensificado durante los últimos ocho años. Las deportaciones son una “convención definitiva y cada vez más penetrante del arte rutinario de gobernar”, de modo que uno puede hablar de un régimen de deportación mundial, siguiendo a De Genova.[xxi] Y dado que no es nada nuevo, ya hemos visto varias formas exitosas de resistencia que las desafió durante los últimos años. Por lo tanto, diría que muchas de estas formas creativas de resistencia que mencionaste en la pregunta también existen en el terreno de la detención y la deportación.[xxii]

 

Ha habido varias instancias de campañas antideportación exitosas y un trabajo de defensa prometedor, son demasiados casos para enumerarlos aquí. Han logrado cerrar los centros de detención, por ejemplo, en la isla griega de Lesbos; han creado kits con herramientas inmensamente importantes y la transferencia de conocimiento para organizar la suspensión de las deportaciones, por ejemplo en el Reino Unido; han expuesto y boicoteado a los muchos actores (no/estatales) que se benefician de este negocio; y han evitado las deportaciones ‘extra’-europeas y las ‘deportaciones en Dublín’ ‘intra’-europeas, por ejemplo a Grecia e Italia.[xxiii] El grupo ‘Lampedusa in Hamburg’ por ejemplo, de algún modo una reminiscencia del movimiento Sans-Papier (sin papeles) en París hace más de una década, ha creado un movimiento muy exitoso a gran escala, capaz de resistir las deportaciones de Alemania a Italia.[xxiv] Otros ejemplos son los Non-Citizens (no ciudadanos) y los activistas refugiados que han buscado confrontaciones directas con las autoridades estatales en Alemania y Austria, en especial desde 2012, y los distintos levantamientos dentro de los centros de detención en toda Europa, variando desde ‘protestas sin ropas’ en el Reino Unido hasta huelgas de hambre, incendios provocados y escapes en Grecia.[xxv]

 

He escrito sobre una forma creativa de resistencia en particular, donde los activistas políticos de No One Is Illegal (nadie es ilegal) lanzaron en Alemania la campaña ‘Clase de deportación’, que apuntaba a las aerolíneas involucradas en la expulsión de los deportados. Los activistas, por ejemplo, se colaban en la asamblea de accionistas de Lufthansa vestidos como si fueran del personal, creaban un ‘aviso publicitario’ falso para la ‘clase de deportación’ de Lufthansa, escribían instrucciones para los pasajeros sobre cómo comportarse cuando presenciaran un intento de deportación, etcétera.[xxvi] Estas campañas de los activistas nos permiten comprender las deportaciones no solo como dirigidas por el Estado, y como “nada más que la rama desagradable de un sistema migratorio y de refugiados”, sino como “una industria”, operada por una plétora de actores y con muchos beneficios económicos a partir del sufrimiento de los inmigrantes, como ha señalado William Walters.[xxvii]

 

Sobre todo, aquellos que son obligados a subirse a un avión y otros vehículos contra su voluntad, han evitado con frecuencia su propia expulsión por medio de la resistencia física y alzando sus voces y pidiendo el apoyo de los pasajeros. Estos actos de rechazo son, por supuesto, peligrosos, ya que pueden implicar autolesiones o violencia por parte de las autoridades a cargo de la deportación. Muchos han pagado con sus vidas para impugnar su deportación.[xxviii] Sin embargo, esto nos sirve para decir que las tácticas para responder a la amenaza de la deportación existen, y que a menudo las deportaciones se pueden negociar, objetar y prevenir. Entonces, hay mucho por hacer, incluso una vez que arrestan y detienen a la gente.

 

En especial cuando pensamos en las continuidades en los regímenes de deportación, incluso si el dominio de Trump con frecuencia se representa como una amenaza repentina para los indocumentados, sugeriría que en lugar de necesitar direcciones completamente nuevas en el activismo, las luchas antidetención y antideportación necesitan crecer, intensificarse y convertirse en incluso más amplias, creativas y dinámicas. Se necesitan alianzas transfronterizas y transcategóricas que creen amplias coaliciones solidarias que no vean las luchas sobre migración como algo marginal sino fundamental para cualquier movimiento políticamente progresivo y liberatorio que busque desafiar las fuerzas profundamente antidemocráticas, neocoloniales, populistas y autoritarias que surgen en el mundo.[xxix] Necesitamos comprender la deportación y la detención como una parte y división de una política racista e imperial con un patrullaje de movilidad opresivo, por lo que las luchas políticas para el derecho de las personas a transitar y permanecer están profundamente intrincadas con preocupaciones sobre la justicia mundial.

 

Ha habido varios ejemplos optimistas que se dieron, tanto en Europa como en Estados Unidos, pero obviamente también en otros lados, donde se han formado redes solidarias, compuestas de una variedad de actores, abarcando el espectro social desde activistas sin fronteras hasta sindicatos e iniciativas religiosas, aunando esfuerzos y creando bloqueos contra la expulsión forzada.[xxx] Aquí en Estados Unidos el impulso renovado del movimiento santuario es motivo para tener alguna esperanza de que las deportaciones masivas inminentes simplemente no se aceptarán. Es importante, sin embargo, y sobre todo porque las bases jurídicas y la eficacia política del movimiento santuario se discuten, ir más allá de las declaraciones, y poner el cuerpo en la calle para evitar físicamente que las autoridades acorralen de forma violenta a las personas de color del mundo y las arranquen de sus comunidades y de los lugares donde viven y a donde pertenecen.

 

Finalmente, aunque las deportaciones son con frecuencia traumatizantes y dolorosas, no son el acto final en la historia: la gente regresa y reclama y promulga el derecho a pertenecer.

 

* Robert McKee Irwin es director del Programa de PhD en Estudios Culturales en la Universidad de California, Davis donde también codirige la Iniciativa Mellon en Estudios Comparados de Frontera y el proyecto de narrativa digital Humanizando la Deportación.

 

[i] Nicholas De Genova, ‘Extremities and Regularities: Regulatory Regimes and the Spectacle of Immigration Enforcement’ [Extremidades y regularidades: los regímenes regulatorios y el espectáculo de aplicación de las leyes de la inmigración], en Joost de Bloois, Robin Celikates, and Yolande Jansen, editores, The Irregularization of Migration in Contemporary Europe: Detention, Deportation, Drowning [La irregularización de la migración en la Europa contemporánea: detención, deportación, ahogamiento] (Londres: Rowman & Littlefield, 2015), pág. 7.

[ii] Peter Nyers, ‘Abject Cosmopolitanism: The Politics of Protection in the Anti-Deportation Movement’ [Cosmopolitismo abyecto: la política de protección en el movimiento antideportación], Third World Quarterly [Publicación trimestral del Tercer Mundo], 24 (2003), págs. 1069-1093, pág. 1070, énfasis en el original.

 

[iii] Prem Kumar Rajaram and Carl Grundy-Warr, editores, Borderscapes, Hidden Geographies and Politics at Territory’s Edge [Borderscapes, geografías ocultas y políticas en los límites del territorio] (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2007), págs. xxix-xxx, énfasis en el original.

[iv]  Judith Butler, Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (Nueva York: Verso, 2004), pág. 65.

[v] Roxanne Lynn Doty, ‘States of Exception on the Mexico–U.S. Border: Security, ‘‘Decisions’’ and Civilian Border Patrols’, International Political Sociology 1 [Estados de excepción en la frontera México-Estados Unidos: seguridad, ‘‘decisiones’’ y patrullas fronterizas civiles’, Sociología política internacional 1] (2007), págs. 113–137, pág. 132.

[vi] Joseph Nevins, Operation Gatekeeper: The Rise of the ‘Illegal Alien’ and the Making of the U.S.-Mexico Boundary [Operación Guardián: el aumento de los ‘extranjeros ilegales’ y la creación de la frontera Estados Unidos-México] (Nueva York: Routledge, 2005), pág. 208.

[vii] Étienne Balibar, Politics and the Other Scene [Política y la otra escena]. Londres: Verso, 2002.

[viii]  Manuela Bojadžijev y Serhat Karakayalı, ‘Autonomie der Migration: 10 Thesen zu einer Methode,’ [Autonomía de la migración: diez disertaciones para un método] en Forschungsgruppe Transit Migration, editores, Turbulente Ränder: Neue Perspektiven auf Migration an den Grenzen Europas [Márgenes turbulentos: Nuevas perspectivas sobre la migración en las fronteras de Europa] (Bielefeld: Transcript, 2007), págs. 209-215.

[ix]  Dimitris Papadopoulos, Niamh Stephenson y Vassilis Tsianos, Escape Routes [Rutas de escape]. (Londres: Pluto Press, 2008), pág. 202.

[x] Todd Miller, ‘The Border Wall Already Exists’ [El muro fronterizo ya existe], The Jacobin (2016),  https://www.jacobinmag.com/2016/08/border-wall-donald-trump-immigration-clinton/, Accessed on 08/26/2016; Reece Jones, Violent Borders: Refugees and the Right to Move [Fronteras violentas: refugiados y el derecho a transitar] (Londres: Verso, 2016).

[xi] Nicholas De Genova, ‘Spectacles of migrant ‘illegality’: the scene of exclusion, the obscene of inclusion’, Ethnic and Racial Studies, [Espectáculos de la ‘ilegalidad’ migratoria: la escena de exclusión, lo obsceno de la inclusión. Estudios étnicos y raciales] 36:7 (2013), pág. 1183.

[xii]  New Keywords Collective. 2016. Europe/Crisis: New Keywords of ‘the Crisis’ in and of ‘Europe’ [Europa/Crisis: nuevas claves de ‘the Crisis’ en y de ‘Europa’], editado por Nicholas De Genova y Martina Tazzioli. Near Futures Online. En línea: http://nearfuturesonline.org/europecrisis-new-keywords-of-crisis-in-and-of-europe/.

[xiii] Nicholas De Genova, ‘Spectacles of migrant ‘illegality’: the scene of exclusion, the obscene of inclusion’, Ethnic and Racial Studies, [Espectáculos de la ‘ilegalidad’ migratoria: la escena de exclusión, lo obsceno de la inclusión. Estudios étnicos y raciales] 36:7 (2013), pág. 1183.

[xiv] Ibid., pág. 1181.

[xv]  Walters W (2011) Foucault and Frontiers: Notes on the Birth of the Humanitarian Border [Foucault y las fronteras: notas sobre el nacimiento de la frontera humanitaria]. En U Bröckling, S Krasmann y T Lemke (editores), Governmentality, Current Issues and Future Challenges [Gubernamentalidad, asuntos actuales y futuros desafíos] (págs. 138-164). Routledge: Nueva York, pág. 146.

[xvi]  Squire, Vicki. 2014. “‘Desert ‘trash’: Posthumanism, border struggles, and humanitarian politics.” [‘Basura’ del desierto: poshumanismo, luchas en la frontera y políticas humanitarias] Geografía política 39: 11-21; No More Deaths [No más muertes], 2016, http://forms.nomoredeaths.org/en/ Accessed 12/23/2016; Heller, Charles y Lorenzo Pezzani. 2014. “Liquid Traces: Investigating the Deaths of Migrants at the Maritime Frontier of the EU.” [Rastros líquidos: investigar las muertes de los inmigrantes en la frontera marítima de los Estados Unidos] En The Architecture of Public Truth [La arquitectura de la verdad pública], editado por Forensic Architecture, 656-684. Berlín: Sternberg Press; https://www.theguardian.com/us-news/2016/dec/07/report-us-border-patrol-desert-weapon-immigrants-mexico.

[xvii]  Andersson, Ruben, ‘Hunter and prey: patrolling clandestine migration in the Euro-African borderlands’, [Cazador y presa: el patrullaje de la inmigración clandestina en las zonas fronterizas euroafricanas] Anthropological Quarterly, [Publicación trimestral antropológica] 87:1 (2014): 118-149, pág. 121.

[xviii] http://www.nytimes.com/2016/12/13/world/europe/italy-migrants-libya-shipwreck.html

[xix] Financial Times. 2016. ‘EU border force accuses charities of collusion with migrant smugglers’ [La fuerza en la frontera estadounidense acusa a las organizaciones benéficas de conspirar con los contrabandistas de inmigrantes] Consultado el 16/12/2016 https://www.ft.com/content/3e6b6450-c1f7-11e6-9bca-2b93a6856354

[xx]  Bauder, Harald, ‘Why We Should Use the Term ‘Illegalized’ Refugee or Immigrant: A Commentary’ [Por qué deberíamos usar el término refugiado o inmigrante ‘ilegal’: un comentario], International Journal of Refugee Law [Diario internacional de la legislación sobre refugiados], 26:3 (2014): 327-332, pág. 328.

[xxi]  De Genova, Nicholas, ‘The Deportation Regime: Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement’ [El régimen de deportación: soberanía, espacio y la libertad de circulación], en Nicholas De Genova y Nathalie Peutz, editores, The Deportation Regime: Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement [El régimen de deportación: soberanía, espacio y la libertad de circulación]. Londres: Duke University Press (2010), págs. 33-68, pág. 34.

[xxii] Schwiertz, Helge, ‘Transformations of the undocumented youth movement and radical egalitarian citizenship’ [Transformaciones del movimiento de jóvenes indocumentados y ciudadanía radical igualitaria], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:5 (2016), págs. 610-628.

[xxiii]  Right to Remain UK [Derecho a permanecer en el Reino Unido], http://righttoremain.org.uk/toolkit/

[xxiv] Lampedusa in Hamburg, http://lampedusa-hamburg.info/; McNevin, A., ‘Political Belonging in a Neoliberal Era: The Struggle of the Sans-Papiers’ [Pertenencia política en una era neoliberal: la lucha de los Sans-Papiers], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 10:2 (2006): 135-151.

[xxv]  Tyler, Imogen, ‘Naked protest: the maternal politics of citizenship and revolt’ [Protesta sin ropa: la política maternal de la ciudadanía y la revuelta], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 17:2 (2013), págs. 211-226; Ataç, Ilker, ‘‘Refugee Protest Camp Vienna’: making citizens through locations of the protest movement’ [Protesta de refugiados Camp Vienna: formando ciudadanos a través de las locaciones del movimiento de protesta], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:5 (2016), págs. 629-646.

[xxvi]  Stierl, M., ‘‘No One Is Illegal!’ Resistance and the Politics of Discomfort’ [Nadie es ilegal: la resistencia y la política de la incomodidad], Globalizations [Globalizaciones], 9:3 (2012), 425-438.

[xxvii]  Walters, William, ‘Deportation, Expulsion, and the International Police of Aliens’ [Deportación, expulsión y la policía internacional de los extranjeros], en Nicholas De Genova and Nathalie Peutz, editores, The Deportation Regime: Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement [El régimen de deportación: soberanía, espacio y la libertad de circulación]. Londres: Duke University Press (2010), págs. 69-100.

[xxviii]  Stierl, M., ‘Contestations in Death: The Role of Grief in Migration Struggles’ [Impugnaciones en la muerte: el papel del dolor en las luchas migratorias], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:2 (2016), 173-191.

[xxix]  Stierl, M., Rygiel, K., and Ataç, I., ‘The Contentious Politics of Refugee and Migrant Protest and Solidarity Movements: Remaking Citizenship from the Margins’ [La política contenciosa de la protesta de refugiados y migrantes y los movimientos solidarios: rehacer la ciudadanía desde los márgenes], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:5 (2016), 527-544.

[xxx] Ataç, I., Kron, S., Schilliger, S., Schwiertz, H. y Stierl, M., 2015. ‘Struggles of Migration as in-/visible Politics’ [Luchas de la migración como una política in/visible], Movements [Movimientos], 1:2 (2015), 1-18; Doppler, L., ‘‘A feeling of doing the right thing’ – Forming a successful alliance against Dublin-Deportations’ [El sentimiento de hacer lo correcto. Formación de una alianza exitosa contra las deportaciones en Dublín], Movements [Movimientos], 1:2 (2015).

 

 

La violencia del Complejo Industrial de la Frontera

 

Por: Cristina Jo Pérez*

Traducción: Jimena Reides

Imagen: Colectivo Indecline

Apoyándose en el caso de la muerte del mexicano Anastasio Hernández Rojas en 2010 a manos de las fuerzas de seguridad fronterizas, Cristina Jo Pérez propone utilizar la crítica queer de color para desactivar el discurso oficial del “bad hombre” esgrimido por Donald Trump y el aparato de seguridad estadounidense contra los inmigrantes en situación irregular.


El 29 de mayo de 2010, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) puso a Anastasio Hernández Rojas bajo custodia por cruzar ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos desde Tijuana a San Diego. Durante algunas horas, los agentes retuvieron a Hernández Rojas, lo amenazaron diciéndole que sería deportado y lo golpearon brutalmente. Algunos días después de su arresto, Hernández Rojas falleció en un hospital de San Diego.[i] Creo que los intercambios violentos entre los mexicanos que cruzan la frontera y los agentes, como los que se dieron entre Hernández Rojas y los oficiales que lo arrestaron, demuestran cómo en la frontera los mexicanos son considerados amenazas delictivas contra las que se debe defender a los ciudadanos estadounidenses. En este ensayo, los documentos de los tribunales, los vídeos de teléfonos celulares y los medios de comunicación sirven como prueba para mostrar el modo en que se usó la violencia física como medio para disciplinar a los inmigrantes indocumentados.

 El caso de Hernández Rojas también dirige nuestra atención hacia el campo discursivo más extenso donde la muerte de este “bad hombre”,[ii] y de aquellos como él, se representan como no-muertes por las que no se debe guardar luto. De hecho, luego de que Hernández Rojas falleciera, la retórica del estado se centró en sus delitos para sugerir que su muerte no solo estaba justificada, sino que en realidad había sido la culpa de Hernández Rojas. A continuación, también tendré en cuenta los hallazgos oficiales del Departamento de Justicia y la cobertura de los medios de comunicación para demostrar que la muerte de este mexicano que cruzó la frontera, junto con otros 27 que murieron en encuentros con oficiales de la CBP entre enero de 2010 y febrero de 2014,[iii] se describen como necesarias para que los ciudadanos estadounidenses puedan estar seguros dentro de los límites de su nación.

Inicialmente atraído por las oportunidades económicas de Estados Unidos en la década de 1980, Anastasio Hernández Rojas consiguió trabajo en el área de la construcción. Con el tiempo, Hernández Rojas conoció a su esposa y formaron una familia en San Diego, que creció hasta incluir a sus cinco hijos. En mayo de 2010, después de pasar veintisiete años trabajando con éxito en San Diego, Hernández Rojas descubrió que el trabajo se había acabado. Mientras en los Estados Unidos la mayoría continuaba sintiendo los efectos de la recesión de 2008, es probable que la situación particularmente precaria de Hernández Rojas como trabajador indocumentado contribuyera a su lucha por encontrar trabajo. Aun así, en mayo de 2010, Hernández Rojas sintió la necesidad de conseguir una botella de tequila y un bistec, sin los medios para pagarlos. Por ese motivo, los robó, lo atraparon y lo arrestaron.[iv]

Luego de arrestarlo, los oficiales revisaron sus antecedentes y, probablemente como consecuencia de la intensificación del intercambio de información entre las fuerzas de seguridad ocasionado por “Comunidades Seguras: Programa Integral para Identificar y Deportar Extranjeros Criminales”[v], lo identificaron como inmigrante indocumentado. La misión de Comunidades Seguras era “mejorar la seguridad pública mediante la implementación de un enfoque amplio e integrado para identificar y deportar extranjeros criminales en los Estados Unidos”. Era una misión puesta en marcha a través de una red de vigilancia que incluía la identificación biométrica nacional, la verificación de registros de todos los individuos arrestados y el compromiso de cumplir con estas verificaciones rápidamente. Luego de identificar a un inmigrante indocumentado, Comunidades Seguras priorizaba “las acciones coercitivas para garantizar la detención y la deportación de los extranjeros criminales peligrosos”.[vi] Por lo tanto, en el caso de Hernández Rojas, lo deportaron a México.

Cuando estuvo nuevamente en México, Hernández Rojas llamó a su esposa y le prometió que regresaría con ella y sus cinco hijos en poco tiempo. Como respuesta, la esposa de Hernández Rojas recuerda haberle dicho que no volviera, pues la seguridad en la frontera era muy estricta.[vii] Algunos días después, a pesar de las advertencias de su esposa, intentó volver a entrar en los Estados Unidos, no mediante un puesto de control fronterizo oficial, sino atravesando el desierto. En el proceso, Hernández Rojas, sin darse cuenta, se tropezó con un sensor terrestre, colocado en el desierto, subvencionado y monitoreado por la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos. Los oficiales de esta patrulla lo arrestaron y lo llevaron a un centro de detención en San Diego. La demanda presentada por la familia de Hernández Rojas luego alegaría que mientras lo retenían y lo interrogaban en el centro de detención, un agente lo pateó en un tobillo que ya tenía quebrado de antes. Con un dolor insoportable, Hernández Rojas pidió atención médica y que le permitieran presentar una denuncia contra el agente que lo había pateado, un hombre identificado en los documentos solo como Agente V325. En lugar de recibir atención, el Agente V325 y otro agente violaron el protocolo que establecía que lo llevaran a un centro de deportación y, en cambio, condujeron a Hernández Rojas hacia la frontera. Según los informes oficiales al detenido se le quitaron las esposas y se puso combativo a causa de las metanfetaminas encontradas en su sistema. A su vez, los oficiales en la escena no tuvieron otra opción que pedir refuerzos y responder con la fuerza.[viii]

Una investigación realizada por el actor, periodista y activista John Carlos Frey y también la investigación del Servicio Público de Radiodifusión (PBS, por sus siglas en inglés) revelaron que la historia oficial es, en el mejor de los casos, una excesiva simplificación de algo grave y, en el peor de los casos, una historia contada con la intención de cubrir la brutalidad de los agentes. Los médicos contactados por el equipo indicaron que la cantidad de metanfetamina en el sistema de Hernández Rojas no era suficiente como para desencadenar una conducta violenta. Además, los vídeos capturados con celular por los ciudadanos estadounidenses que estaban cruzando hacia San Diego desde Tijuana indicaron que no es posible que Hernández Rojas haya sido tan violento como sugieren los agentes porque tenía las manos esposadas y los pies atados y porque estuvo en el suelo la mayor parte del tiempo durante la interacción. Los vídeos de teléfono celular ofrecidos por transeúntes como Umberto Navarrete y Ashley Young registraron a Hernández Rojas pidiendo ayuda a gritos y rogándole al grupo de agentes que seguía creciendo y que se turnaba para golpearlo que por favor se detuviera. El vídeo, una vez esclarecido, captura a un agente quitándole los pantalones a Hernández Rojas, a otro poniendo sus piernas alrededor de la garganta de Hernández Rojas para asfixiarlo, y las cinco veces que le dieron con una pistola Taser, incluido el “aturdimiento de cerca” final aplicado directamente sobre la piel. El 31 de mayo de 2010, dos días después de que lo pusieran bajo custodia, Hernández Rojas murió en un hospital de San Diego.[ix]

La violencia física que Hernández Rojas enfrentó a lo largo de la frontera México-EE. UU. no es solo el trabajo de aproximadamente una docena de agentes. También es la historia del Complejo Industrial de la Frontera (BIC, por sus siglas en inglés). En mi proyecto, intenté construir el trabajo crítico de investigadores que teorizan sobre los complejos industriales militares y de prisiones para comprender el gasto excesivo de los Estados Unidos en “seguridad” doméstica e internacional, a la vez que llena los bolsillos de las empresas privadas estadounidenses. Asimismo, sostengo que, al igual que los complejos industriales militares y de prisiones, la BIC transforma de forma exitosa los discursos de la “desviación” racial, sexual y de género para justificar la detención y la acción diferida violentas, el aumento de la vigilancia y una vigilancia policial intensificada.[x]

Más específicamente, en el caso de Hernández Rojas, encontramos pruebas de un mexicano que cruzó la frontera y cuya presencia se toleró, a pesar de haber sido considerado un desviado, porque su trabajo era aprovechable. Hasta que dejó de serlo. Cuando la mano de obra de Hernández Rojas ya no era necesaria, cuando se convirtió en un excedente, lo tacharon de criminal y fue objeto de violencia por parte de la BIC. Primero, enfrentó la violencia de la vigilancia, la deportación y la separación de su familia. Luego, enfrentó la violencia de que el gobierno estadounidense le impidiera cruzar la frontera legalmente por “ejercer” la seguridad de la frontera para un público xenofóbico.[xi] De este modo, Hernández Rojas intentó cruzar la frontera de forma ilegal, lo que era más peligroso, no solo por el paisaje hostil del desierto, sino también por una geografía hecha nuevamente por una “pared virtual” costosa y cargada de tecnología, remodelada con sensores subterráneos, iluminación como la de los estadios, cámaras de tecnología punta y un número cada vez mayor de autos patrullando la frontera. Finalmente, Hernández Rojas hizo frente a la violencia física de lo que Juan González de Democracy Now denominó “una matanza de la mafia: simplemente una mafia con uniforme”.[xii]

Sin duda, Anastasio Hernández Rojas sufrió diferentes formas de violencia física por parte del Complejo Industrial de la Frontera, pero el Complejo también influye en el modo en que el gobierno de los Estados Unidos habla sobre la violencia en la frontera y la representa contra los mexicanos. De hecho, los casos del dolor y la muerte de los inmigrantes con frecuencia alimentan a la BIC, por lo que, en lugar de presentarse como sujetos cuya muerte podríamos llorar, su fallecimiento generalmente se usa para justificar la necesidad de una mayor inversión en las fuerzas policiales de la frontera sur de los Estados Unidos.

Con el pretexto de realizar una investigación sobre la muerte de Hernández Rojas, el Departamento de Justicia permaneció en silencio durante cinco años luego del incidente. Finalmente, el 6 de noviembre de 2015, el Departamento de Justicia emitió una declaración en la que la agencia manifestó que no se iniciarían acciones federales contra los agentes implicados. La narrativa del Departamento de Justicia sobre la muerte de Hernández Rojas es reveladora. En la declaración oficial, este ministerio sostiene que en la frontera se le quitaron las esposas a Hernández Rojas, pero que continuó siendo una amenaza pues “forcejeó” con dos oficiales de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos. En respuesta, los oficiales pidieron refuerzos y “golpearon [a Hernández Rojas] repetidas veces con sus bastones ASP” antes de esposarlo nuevamente. Asimismo, el Departamento de Justicia informa que Hernández Rojas intentó patear a los agentes al menos dos veces más y, por este motivo, se pidieron más refuerzos, le dieron con la pistola Taser y se tranquilizó, pero luego “no respondía. Los oficiales de la CBP le hicieron RCP hasta que llegó personal médico a la escena”.[xiii] Esta narrativa autoritaria, por encima de la respuesta inevitablemente violenta de la CBP, hizo hincapié en los “actos criminales” de entrada ilegal, consumo de drogas y resistencia al arresto.

En especial, recalcó que fue el consumo de drogas lo que ocasionó la violencia y también la razón principal de la muerte de Hernández Rojas. Al explicar la causa de la muerte, el Departamento de Justicia identificó “intoxicación aguda por metanfetamina, enfermedad cardíaca preexistente, el nivel de esfuerzo físico realizado durante la lucha, los electrochoques de la pistola Taser y la restricción posicional” como causas que contribuyeron al ataque cardíaco que sufrió Hernández Rojas. Pero solo se destaca la intoxicación por metanfetamina, ya que el examinador médico declaró que podría haber sobrevivido la golpiza si la metanfetamina no hubiera estado presente.[xiv] Por lo tanto, el acto delictivo del consumo de drogas se torna no solo significativo, sino que más importante que el uso de los bastones, las pistolas Taser y las restricciones aplicadas.

Además del énfasis puesto en el consumo de drogas de Hernández Rojas, el documento también se apoya fuertemente en la resistencia criminal de Hernández Rojas a seguir órdenes. El lenguaje de los hallazgos demostró la afirmación de Slavoj Žižek de que no toda la violencia es igual. En efecto, aunque generalmente consideramos que la violencia resulta de las acciones del autor de un delito, acciones que pueden incluir, por ejemplo, una entrada ilegal, la presunta resistencia a obedecer las órdenes de los agentes y el robo de bienes, Žižek nos exhorta a considerar las formas menos visibles de violencia. Por ejemplo, la violencia sistemática se refiere a “la violencia inherente en un sistema: no solo la violencia física directa, sino también las formas más sutiles de coerción que sustentan las relaciones de dominación y explotación, incluyendo la amenaza de violencia”. Al comparar la violencia sistemática con la “‘materia oscura’ de la física”, Žižek sostiene que debe representarse la violencia sistemática para poder comprender las violencias más visibles perpetradas por los autores del delito.[xv] Dentro de esta nueva formulación, los actos delictivos de Hernández Rojas no se pueden tomar como algo separado de los actos de violencia perpetrados por el Estado. Por ejemplo, el reingreso ilegal de Hernández Rojas adquiere un matiz diferente por la violencia de la separación con la familia. Que se haya resistido al arresto no puede entenderse como algo separado de la violencia de los agentes: las patadas en un tobillo, el uso de un bastón, el electrochoque de la pistola Taser directamente sobre la piel. El concepto de violencia estatal reencuadra su resistencia, como un intento que tal vez no fuera de infringir la ley, sino de sobrevivir.

No obstante, no cabe en nuestra comprensión de la violencia reconocer momentos en los que la resistencia adquiere formas violentas. Los estudios étnicos del investigador Randall Williams afirman que los estados toman el poder al reclamar un monopolio sobre la violencia. Entonces, conforme a la opinión de Williams, dicho monopolio queda establecido a través del mecanismo de la ley. En otras palabras, el estado “convierte” su propia violencia en legalidad mientras que lo que denomina “violencia resistente” se torna ilegal.[xvi] El Departamento de Justicia promulga este mismo protocolo a la vez que descarta cualquier acusación potencial contra los agentes y los oficiales, publicando la declaración de que no puede “desautorizar la afirmación de los agentes de que usaron la fuerza razonable en un intento por reducir y limitar a un arrestado combativo”. No se los puede acusar de haber violado los derechos civiles de Hernández Rojas porque no hay pruebas de que tuvieran la intención de violar sus derechos. No se los puede acusar de homicidio pues no se puede probar que usaron sus pistolas Taser con “intención dolosa”. No se pueden presentar cargos por homicidio culposo porque su conducta “no fue ilegal y, según las pruebas recopiladas sobre el entrenamiento de los agentes federales en el uso de la fuerza, sus acciones no se realizaron sin la debida cautela y precaución”.[xvii]

Por último, al negarse a identificar la muerte de Hernández Rojas como asesinato y al no reconocer que los agentes implicados se comportaron violentamente, el Departamento de Justicia afirmó que Hernández Rojas era uno de los “extranjeros criminales” contra los que la BIC debe defender a los ciudadanos estadounidenses. Siete meses y diez días después, el mismo Departamento emitió un comunicado exonerando al Agente V325 y a los otros oficiales involucrados en la muerte de Hernández Rojas. Donald Trump se hizo eco de la preocupación del Departamento de Justicia sobre los “extranjeros criminales” cuando, frente a una multitud de banderas estadounidenses, recitó un fragmento que se ha repetido una y otra vez en los principales periódicos estadounidenses:

“Cuando México envía a su gente, no nos envía a los mejores. No te está enviando a ti (señala a alguien en el público). No te está enviando a ti (señala a otra persona en el público). Envía a gente con muchos problemas, que nos trae esos problemas. Traen drogas. Traen delitos. Traen violadores. Y supongo que algunos son buenas personas”.

Tanto en la declaración del Departamento de Justicia como en la de Donald Trump, vemos rastros del argumento que sostiene que los sujetos mexicanos que cruzan la frontera, como Hernández Rojas, representan una amenaza para los ciudadanos como los “tú” y “tú” que Trump señaló en el público presente en sus anuncios presidenciales. Estos “bad hombres” no son sujetos cuya muerte se deba llorar, sino que constituyen la prueba de que debemos continuar defendiendo las fronteras porque justo del otro lado del desierto, de la delgadísima cerca de alambre de púas o de la pared virtual, hay una nación de criminales. En estos argumentos, hay un llamado a continuar invirtiendo en aumentar radicalmente el número de agentes de la patrulla fronteriza, en drones no tripulados para patrullar los cielos y en paredes de ladrillo y cemento.

Finalmente, tanto en el argumento del Departamento de Justicia como en el de Donald Trump yace una trampa retórica. Ambos describen a Hernández Rojas y a los otros sujetos mexicanos que cruzan la frontera como criminales y desviados. Para poder refutar esa declaración, los inmigrantes y los activistas tendrían que recurrir a nociones de respetabilidad o, como sostiene Lisa Marie Cacho, tendríamos que involucrarnos en ese proceso violento de afirmar que sus vidas son valiosas. Para Cacho, este proceso es violento porque refuerza un marco ideológico en el que algunas vidas importan porque otras no.[xviii] Por ejemplo, en casos como el de Hernández Rojas, se podría argumentar que su vida era valiosa porque era un “buen inmigrante”, debido a su familiar nuclear y heteronormativa y su condición de contribuyente. Admito que es tentador tratar de representar a Hernández Rojas como ese “buen inmigrante” para poder afirmar que no se merecía morir en manos de los agentes de la patrulla fronteriza. Pero la violencia en hacer esto es tal que deja intacta la noción de que las vidas de los “malos inmigrantes”, aquellos que rechazan el sueño americano, la familia normativa o una vida honesta, no son valiosas. Y de alguna forma, Hernández Rojas no me permitirá sostener este argumento porque él sí traía drogas y él sí traía crimen.

En su lectura sobre la muerte de otro desviado en razón de su raza y género, su primo, Cacho rechaza el lenguaje a través del que habitualmente se asigna el valor, recurriendo en cambio a la crítica queer de color como cuerpo de la literatura que interroga y critica el modo en que “la intersección racial y de género y las prácticas sexuales antagonizan o conspiran con las imposiciones normativas de los estados nación y el capital”[xix] para determinar el valor de la vida. Sugiere que la crítica queer de color “suspende el juicio”, de modo que podría proporcionar una base teórica para aquellos que no son ni normativos ni reticentes, una que dé espacio a la conectividad y a las intimidades que toman varias formas y apariencias. Así, lee momentos públicos y privados del luto para identificar los vacíos que dejó su primo en la vida de las personas que lo amaban. Al igual que Cacho, creo que debemos encontrar la forma de “suspender el juicio” en cuanto a si Hernández Rojas fue un “buen” o “mal” inmigrante y, en cambio, quisiera sugerir que pensemos en cómo esta historia revela la relación estrecha entre las vidas vividas

[i] Epstein, B. (20 de julio de 2012). Crossing the line, Part two. PBS Need to Know [Cruzar la línea, Parte dos. PBS Necesita saber] Extraído de http://www.pbs.org/wnet/need-to-know/video/video-crossing-the-line/14291/

[ii] Aquí me refiero al lenguaje utilizado por Donald Trump en el tercer debate presidencial contra Hillary Clinton. Para más información: https://www.theguardian.com/us-news/video/2016/oct/20/donald-trump-bad-hombres-us-presidential-debate-las-vegas-video

[iii] Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU). (28 de febrero de 2014). Declaración de la ACLU sobre la auditoría informada acerca de las políticas sobre uso de la fuerza de la Patrulla Fronteriza. San Diego: ACLU San Diego.

[iv] Epstein, 2012.

[v] A partir de julio de 2015, las Comunidades Seguras fueron reemplazadas por el Programa de Cumplimiento de Prioridad.

[vi] Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos. (2009). Comunidades Seguras: un programa integral para identificar y deportar extranjeros criminales. Washington D.C.: Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.

[vii] Epstein, 2012.

[viii] Epstein, 2012.

[ix] Epstein, 2012.

[x] Para más información sobre el Complejo Industrial de la Frontera y el Complejo Industrial de Prisiones consultar: Hartung (2001) y Davis (2013).

[xi] Andreas, P. (2000). Border games: Policing the US-Mexico divide [Juegos en la frontera: patrullando la división entre EE. UU. y México]. Ithaca, NY: Cornell University Press.

[xii] Democracy Now. (2016, Mar 30). Familia de hombre mexicano “torturado y asesinado” por agentes de la frontera de EE.UU. pide justicia ante tribunal internacional. Extraído de https://www.democracynow.org/es/2016/3/30/family_of_mexican_man_tortured_killed

[xiii] Departamento de Justicia. (6 de noviembre de 2015). Los oficiales federales cierran la investigación sobre la muerte de Anastasio Hernandez-Rojas. Washington, D.C.: Oficina de Asuntos Públicos.

[xiv] Departamento de Justicia, 2015.

[xv] Žižek, S. (2008). Violence: Six sideways reflections [Violencia: seis reflexiones laterales]. Nueva York: Picador.

[xvi] Williams, R. (2010). The divided world: Human rights and its violence [El mundo dividido: los derechos humanos y su violencia]. Mineápolis: University of Minnesota Press.

[xvii] Departamento de Justicia, 2015.

[xviii] Cacho, L. M. (2011). Racialized hauntings of the devalued dead [Persecuciones racializadas de los muertos desvalorizados]. En G. K. Hong & R. A. Ferguson (eds.) Strange affinities: The gender and sexual politics of comparative racialization [Afinidades extrañas: las políticas sexuales y de género de la racialización comparativa] (25-53). Durham, Duke University Press.

[xix] R. Ferguson as in Cacho, 2011.

 

 

*Cristina Jo Pérez es profesora visitante y asistente de la cátedra de Estudios Comparativos de Frontera en la Universidad de California, Davis. Es graduada del Departamento de Estudios de Mujeres de la Universidad de Maryland y actualmente trabaja en un libro que explora la relación entre la percepción de «desviación» de los mexicanos y la violencia del complejo industrial fronterizo.

Gringos futboleros comparten apasionada rivalidad con mexicanos igualmente futboleros

Por: Guillermo Alonso Meneses*

Imagen: still de Ahí vienen los gringos (Gringos at the Gate)

Las relaciones México-EE. UU. se muestran como el choque implacable de dos placas tectónicas continentales. Los partidos de fútbol entre los seleccionados nacionales de ambos países se han convertido en terreno donde se dirimen distintos juegos: algo tienen de enfrentamientos metafutbolísticos. Guillermo Alonso Meneses nos muestra cómo viven los mexicanos en los Estados Unidos y las diferencias que se suscitan cuando se enfrentan los seleccionados de los dos países.


Las relaciones entre México y los Estados Unidos, si las vemos a la luz de los últimos 200 años, se muestran como el choque implacable de dos placas tectónicas continentales. Estados Unidos le arrebató casi la mitad de su territorio a México a mediados del siglo XIX y esa es una cuenta pendiente que el tiempo dirá cómo se resuelve. Mientras tanto, aquel dictador mexicano decimonónico, Porfirio Díaz, acuñó en una oración el sentir general de su pueblo frente al vecino del norte: «Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Acaso por eso los partidos de fútbol entre los seleccionados nacionales de ambos países se han convertido en terreno donde se dirimen distintos juegos: algo tienen de enfrentamientos metafutbolísticos.

Sin embargo, la historia de los pueblos sigue su curso y la centenaria migración de mexicanos hacia los Estados Unidos ha enmarañado más las cosas y de paso los lazos históricos. Hace unos días, el 25 de noviembre en Papúa, Nueva Guinea, con motivo de la Copa del Mundo de Fútbol Sub-20 femenina, las selecciones de EE. UU. y México se enfrentaron en un partido de cuartos de final. La noticia no estuvo en el resultado final: las estadounidenses remontaron y se clasificaron al vencer 2-1 con un gol en el minuto 93. La noticia fue que dos hermanas gemelas, de padre mexicano y madre estadounidense nacidas en Nueva Jersey, se enfrentaron en ese partido. Obviamente tienen doble ciudadanía y doble pasaporte, pero Mónica Flores optó por jugar con México y Sabrina Flores con los Estados Unidos. Y también había otras jugadoras en el seleccionado de México que habiendo nacido en Estados Unidos, eligieron jugar con la selección de sus ancestros, tal como María Sánchez, Kiana Palacios, Eva González o Annia Mejía. Esta es la mejor prueba de lo complejas que se han hecho las relaciones entre ambos países y sociedades.

Tenemos, por otro lado, que el soccer no es el deporte estrella en EE. UU., porque es superado en aficionados y ganancias por el básquet de la NBA, el fútbol americano de la NFL (la palabra football en Estados Unidos se reserva para ese deporte que se juega con las manos, con un balón ovalado y en el que los jugadores están acorazados con cascos y protectores corporales) o el béisbol de la MLB que culmina en las series mundiales, ya que a alguien se le ocurrió que el “mundo” comienza y acaba en the USA.

La Major League Soccer o MLS, sin embargo, ha ido creciendo gracias a los buenos papeles que la selección de los Estados Unidos, que estuvo en la primera Copa Mundial de fútbol celebrada en Uruguay en 1930, ha venido disputando desde el Mundial de Italia de 1990. Tampoco se debe negar que desde la década de 1970, cuando Pelé fue a jugar al Cosmos de Nueva York, se han realizado intentos consistentes por hacer del fútbol un referente importante en la sociedad de los Estados Unidos.

De hecho, el seleccionado de los Estados Unidos es una potencia mundial en fútbol femenino, tres veces campeonas del mundo; sus triunfos también han consolidado la afición al fútbol-soccer. A este respecto, la palabra «soccer«, al parecer, se formó por apócope y aféresis de la palabra Association, que encontramos en la FA [Football Association] de acrónimos como la FIFA, la UEFA, la AFA o la CONCACAF.

Hay, asimismo, un apartado del fútbol mexicano poco conocido: la influencia que tuvieron en el desarrollo del balompié en los Estados Unidos los inmigrantes que dejaron Anáhuac (en la actual Ciudad de México) y retornaron a Aztlán (en los actuales EE. UU., de donde emigraron al sur los ancestros de los aztecas). Pues, si el fútbol llegó a Nueva York con los inmigrantes europeos, alumbrado por la Estatua de la Libertad en Ellis Island, a Texas lo llevaron los mexicanos, y en 1919 en San Antonio se jugaba la liga de la “Asociación Mexicana de Balompié” [sic]. También había ligas semejantes en el sur de California en esa misma época y un club Necaxa comenzó a jugar en Chicago desde 1927.

Si la tradición futbolística no se ha consolidado en los Estados Unidos, en cambio en México sí. Dos Mundiales de Fútbol se celebraron en México, los de 1970 y 1986, que sirvieron para consagrar a quienes son sin duda alguna los dos mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos: Pelé y Maradona. Y, recientemente, México hizo historia al conquistar épicamente el campeonato del Mundo Sub-17 en 2011 y la medalla de oro en la Olimpíada de Londres 2012. Si los ingleses un siglo antes trajeron el fútbol a México, un siglo después el futbol mexicano se consagró en el londinense estadio de Wembley, derrotando a Brasil en la final olímpica.

No obstante, la mejoría del equipo de EE. UU. en el fútbol varonil y su presencia sostenida en mundiales y la Copa de Oro desde la década de 1990 hasta la actualidad, ha hecho que los enfrentamientos entre estos dos países vecinos y con una historia de relaciones amargas no resulten un partido cualquiera. Los enfrentamientos sobre el terreno de juego han tenido en los últimos 25 años esa dimensión especial reservada a rivales cuya animadversión aumenta día a día. Un enfrentamiento entre El Real Madrid y el FC Barcelona en España o un Boca Juniors y River Plate en Argentina hablan de metarivalidades históricas. Pues bien, los enfrentamientos entre el team de EE. UU. y la selección de México equivale a un Brasil-Argentina. Solo que la importante presencia de inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos hace que en las gradas los aficionados locales le vayan al equipo visitante o, lo que es lo mismo, que México juegue en Estados Unidos como si fuera el equipo local.

Dicho esto, a modo de contexto, el breve vídeo que aquí se presenta muestra la sana rivalidad futbolística que se ha gestado en el seno de la sociedad estadounidense, en parte estimulada por los millones de mexicanos y descendientes de mexicanos que viven en los Estados Unidos de América. Con motivo de un partido de clasificación para el Mundial de Sudáfrica 2010, celebrado el 12 de febrero del 2009 en Columbus, Ohio, el director nos muestra diferentes testimonios, unos lúdicos y otros apasionados, de la rivalidad entre ambas aficiones. Los federativos estadounidenses han aprendido con los años que cuando su equipo debe enfrentarse a México, lo mejor es llevar el partido a un lugar frío y con pocos inmigrantes. Jugar un partido importante contra México en un estado como California o Texas o en una ciudad como Chicago o Nueva York sería como celebrarlo en el corazón de México.

El vídeo comienza ironizando con el viandante que no se ha enterado que esa noche se enfrentan Estados Unidos contra México, aunque al menos uno de ellos tiene un enorme pin de Obama en el pecho de la playera. Obama había asumido su cargo como Presidente el 20 de enero de aquel año. Aquel partido era el choque estrella entre las dos mayores potencias de la CONCACAF [Confederación de Fútbol Asociación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe].

La única selección que jugando en casa puede no tener a toda la grada de su parte son los EE. UU. cuando se enfrenta a México, por los millones de aficionados inmigrantes. Asistir a un partido de la selección mexicana en los Estados Unidos permite observar en las horas previas a los aficionados mexicanos residentes —con o sin papeles—– paseando con sus banderas, sombreros de mariachi, máscaras de lucha libre y tantos otros artefactos con los tonos tricolores de la bandera mexicana, a la vez que entonan cánticos y consignas sin el más mínimo complejo. Evidentemente, en más de una familia, los descendientes de mexicanos se dividen y unos apoyan a EE. UU. y otros a México. Este vídeo, Gringos at the Gate, indaga en estas circunstancias, en esta picante rivalidad.

Ahí vienen los gringos (Gringos at the Gate). Dir. Pablo Miralles, Michael Whalen, Roberto Donati. Arroyo Seco Films/Whalen Films, 2012.

Por último, aunque no sale en este vídeo, ambos equipos se clasificaron para el Mundial de Sudáfrica 2010, solo que Estados Unidos clasificó en primer lugar. En Sudáfrica, Ghana eliminó a los estadounidenses y Argentina a los mexicanos. Sin embargo, más de 7 años después, el 11 de noviembre del 2016, en el mismo escenario, el MAPFRE Stadium de Columbus, Ohio, ambos seleccionados volvieron a enfrentarse para clasificar al Mundial de Rusia 2018. Desde 1972, México no lograba ganarle un partido a los Estados Unidos en una eliminatoria de clasificación mundialista. Para sorpresa de todos, se rompió una racha de 44 años y México venció por 1-2. Para los Estados Unidos ha sido la primera derrota en 15 años en un partido de clasificación. Esta vez, la fría ciudad de Columbus no fue talismán, aunque se volvieron a vivir situaciones parecidas a las del vídeo. Y una semana después, Costa Rica venció por 4-0 a the USA.

El director técnico Jurgen Klinsmann fue despedido, porque ambas derrotas comprometen la clasificación de los estadounidenses a Rusia 2018. Fue sustituido por Bruce Arena, que repite su rol como director técnico del país, pero que fue el autor de unas declaraciones hace años que provocaron un debate que a los lectores de México o de Argentina les sonará. Arena cuestionó en su momento la idoneidad y presencia de lo que denominó “foreign-born Americans” o “foreign nationals” en la selección de Estados Unidos: muchos de ellos de origen mexicano. Se cuestiona la lealtad de jugadores “naturalizados” o “nacionalizados”, propia de ideologías nativistas xenófobas. Luego rectificó sus palabras, pero lo cierto es que ese debate se ha dado en más de una ocasión en México cuando algunos cuestionaban la presencia de jugadores argentinos naturalizados mexicanos en la selección. Guillermo Franco, delantero nacido en Argentina, debutó con Lavolpe de director técnico de México, que también es argentino. Zinha fue un brasileño que también jugó con México, y en los últimos años se destaca la presencia de “el Chaco” Giménez , formado en Boca, o su compatriota Matías Buozo.

Sea como fuere, lo cierto es que Bruce Arena llega a la selección de Estados Unidos tras la derrota de Ohio. Un Estado donde curiosamente también ganó Donald Trump días después, al decantarse la mayoría de votos por el excéntrico candidato presidencial republicano, que seguramente estará de acuerdo con erradicar a esos “foreign-born Americans” de la selección de EE. UU. y también a los hinchas mexicanos que viven sin papeles en Estados Unidos, como más de uno de los que aparecen en el vídeo… pero esa — como dijo Kipling — es otra historia.

 

*Guillermo Alonso Meneses (Tenerife, España) es antropólogo cultural por la Universidad de Barcelona, donde se doctoró en 1995. Desde 1999, es profesor investigador de El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana. Es autor de los libros El desierto de los sueños rotos. Detenciones y muertes de migrantes en la frontera México-Estados Unidos 1993-2013 y En busca de la poesía del fútbol. Asimismo, es coordinador del libro Fronteras simbólico-culturales, étnicas e internacionales y co-coordinador con Luis Escala del libro Off-side/Fuera de lugar. Fútbol y migración en el mundo contemporáneo.