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La ceremonia del té en el sur

Por: Malena Higashi[1]

Imagen: Sen Genshitsu XV. Primera demostración de Chanoyu en Argentina. Buenos Aires, 22 de octubre de 1954.

 

El mate sudamericano tiene mucho de ritual: algo similar, pero llevado a un extremo de refinamiento artístico, ocurre con la ceremonia del té en Japón. En esta nota, Malena Higashi conecta la historia de su abuela, maestra de la disciplina en Argentina, con su propio recorrido en el camino del té, entre Kioto y Buenos Aires. Malena se pregunta qué significa esta práctica en América Latina, con otros ingredientes, otros utensilios, otras flores: una ceremonia “mestiza” para compartir y disfrutar un té.


Caminar

Lo primero que se aprende en la ceremonia del té es a caminar. Que es como decir, aprender a llevar el cuerpo. Caminar con movimientos sigilosos, con el andar de un cuerpo ligero, con pasos discretos y cortos. Cuando veo a mis maestros desplazarse pareciera que estuvieran flotando levemente en el aire, pero su presencia no es etérea, todo lo contrario: están de una manera muy firme sobre la tierra y su sabiduría acumulada por la experiencia y el paso de los años hace que su modo de estar en el mundo sea muy contundente.

No reparé en todo lo performático y en la presencia fundamental que tiene el cuerpo en la ceremonia hasta que me tocó hacerla todos los días durante un año, mientras estudiaba en la escuela Urasenke de Kioto. La práctica diaria moldea el cuerpo y cada vez que deslizaba con una mano el fusuma[2] para entrar a la sala y preparar el té, sentía que se abría el telón de un teatro.

Hace muchos años, cuando estudiaba periodismo, un profesor me dijo que parecía japonesa de cara y cuerpo, pero mi gestualidad era argentina. Tiempo después, cuando leí el libro Gestualidad japonesa de Michitaro Tada entendí que la gestualidad es parte del cuerpo y de la cultura misma. Releyendo hoy mis apuntes pienso entonces que siendo argentina, tengo que emular cierta gestualidad japonesa a la hora de hacer un té: la delicadeza de las manos al tomar y dejar cada objeto, levantarme del tatami y volver a sentarme en él con la espalda y la cabeza recta, como si me estuvieran tirando de un hilo que sale del centro de mi cabeza alineando todo el cuerpo. Al batir el té, hacerlo de manera enérgica, pero que ese cambio brusco de la fuerza no se note en el brazo ni en la mueca de la cara. Movimientos armoniosos y delicados. Movimientos que parezcan naturales. Esa es la gestualidad que requiere el Chadō, el camino del té, que en Occidente se conoce como ceremonia del té.

Distancia

Siempre pensé que mi abuela había conocido la ceremonia del té en Japón. Son esas cosas que das por sentadas hasta que un día te das cuenta de que tu abuela sólo vivió en Japón los seis años que duró la Segunda Guerra Mundial. Y viajás a Japón y visitás el pueblo de donde vino tu bisabuela, un punto en el mapa perdido en la prefectura de Kagoshima a donde ni siquiera llega el tren. La casa familiar está en medio del campo sin una dirección precisa. La indicación al taxista para llegar hasta ahí es simplemente “cerca del cementerio”.

En plena guerra y viviendo en una casa en una zona rural de Japón, nadie practicaba Chadō. Sí había algo de Ikebana, según recuerda mi obachan[3]. “Era algo muy elevado para los japoneses. Pensándolo bien, no debería ser así. El Chadō es una educación, te enseña acerca del gyougi sahou, la vida cotidiana”, las buenas maneras.

Paradójicamente (o no), mi abuela se acercó por primera vez a la ceremonia del té en Buenos Aires. Fue en el año 1979, cuando a través del Círculo de Damas de la Asociación Japonesa a la que pertenecía entró en contacto con esta práctica. Unos años después llegó de Japón Okuda Sensei[4] a enseñar y en 1985 fue mi abuela quien se hizo cargo del grupo que se había conformado. Para ese entonces yo tenía un año. Me gusta pensar que mi abuela estaba descubriendo dos mundos en simultáneo: el del té y el del abuelazgo.

Arimidzu sensei Soe. Demostración de ceremonia del té en el Museo de Arte Oriental (MNAO), Buenos Aires, 1992.

Arimidzu sensei Soe. Demostración de ceremonia del té en el Museo de Arte Oriental (MNAO), Buenos Aires, 1992.

Unos años después viajó a Japón, a la sede de Urasenke en Kioto para perfeccionarse en la ceremonia del té. Después de esos meses intensivos de estudio le fue otorgado su cha mei, su nombre de té, que es “So-e”. Desde entonces se dedica a enseñar en Buenos Aires. En esas largas conversaciones que tenemos, en las que sólo puedo pescar respuestas esquivas a mis preguntas puntuales, me contó que siempre había querido hacer algo relacionado con la cultura japonesa. “Lo más cercano que encontré fue la ceremonia del té”, me dijo. “Cercano”, dice mi abuela sensei. Pienso en los miles de kilómetros que nos separan de Japón. La distancia física y el abismo cultural. Por momentos me parece un milagro que en Argentina exista un grupo que practica rigurosamente la ceremonia japonesa del té.

Kioto/Buenos Aires – Buenos Aires/Kioto

 

En estas idas y vueltas, en este tráfico de ceremonia del té Kioto-Buenos Aires y viceversa hubo un hito que marcó la historia (al menos la nuestra) para siempre. El 22 de octubre de 1954 se realizó por primera vez una ceremonia del té en Argentina. El anfitrión era un joven de 31 años, futuro heredero de la tradición Urasenke. Sen Genshitsu XV, tal es su nombre, se convertiría años más tarde en el décimo quinto Gran Maestro de la Escuela Urasenke. Como mi abuela, había podido superar los años duros de la guerra y había volcado de lleno su vida al té. Fue uno de los maestros que más se preocupó por difundir un mensaje de paz que cargaba como una insignia a cada país que visitó. Esos viajes lo trajeron a América Latina. Y su presencia aquí dio lugar a la Escuela Urasenke que sigue existiendo hoy.

Hace 66 años, se realizó esta primera ceremonia del té en un palacete ubicado en la avenida Luis María Campos. Era la residencia del inmigrante japonés Kenkichi Yokohama que se había dedicado al comercio de antigüedades traídas de Oriente. En las fotos en blanco y negro se ve al Gran Maestro vistiendo un kimono oscuro y en él un detalle que identifica su linaje: el escudo familiar que tiene la forma de un trompo. Muchos años después, luego de una significativa trayectoria recorrida al frente de la tradición Urasenke, Sen Genshitsu XV decidió dar un paso al costado y ceder el cargo a su hijo. En uno de los textos que publicó por esos años se refirió a ese símbolo: “así como el trompo, espero poder seguir en movimiento constante a lo largo de mi vida”.

Sen Genshitsu XV. Primera demostración de Chanoyu en Argentina. Buenos Aires, 22 de octubre de 1954

Sen Genshitsu XV. Primera demostración de Chanoyu en Argentina. Buenos Aires, 22 de octubre de 1954

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El 31 de marzo de 2017 llegué a Kioto, específicamente al “Urasenke Gakuen Professional College of Chadō” para estudiar durante un año la ceremonia del té. Como relaté al principio del texto, entre las cosas que aprendí durante ese año puedo mencionar lo performático, la importancia fundamental del cuerpo. Mi mundo del té se expandió traspasando los límites imaginados, porque no sólo aprendí cosas nuevas sino que me sumergí en una manera japonesa de hacer las cosas en todos los aspectos posibles: la disciplina, el orden, la limpieza, formas de vincularme y de convivir con mis compañeros extranjeros y con los estudiantes japoneses que venían de diversos puntos del archipiélago para estudiar.

Hay dos escenas que dicen mucho acerca de la cultura japonesa y de la relación con nuestra propia cultura, occidental y latinoamericana. Estas dos escenas abren y cierran un ciclo: una sucedió antes de embarcarme en el viaje y la otra hacia el final.

Maruoka sensei, maestro de la Escuela Urasenke con sede en Ciudad de México que nos visita todos los años para ayudarnos a profundizar nuestra práctica, me dio una serie de consejos en la última clase que tuvimos en Buenos Aires antes de mi viaje. Y uno de ellos fue muy puntual: “No te olvides de disfrutar el té”, me dijo. No entendí muy bien a qué se refería, porque disfrutar el té es algo natural para quienes lo practicamos. Terminé de comprenderlo cuando estuve en Japón: la sobreexigencia, el nivel de excelencia, la perfección con la que funcionan las estructuras japonesas a veces genera rispideces en los vínculos humanos. Es como si por un lado estuviera el plano organizacional y por el otro el plano de la convivencia. Obviamente van de la mano, pero es en esos roces en donde se generaba cierta incomodidad. Y un ambiente de té realmente requiere estar libre de tensiones. Es decir, para disfrutar del té hay que llevarse bien primero con una misma, y luego con todos los demás. Es un disfrute entonces que requiere cierto esfuerzo, cierto entendimiento. No es algo dado naturalmente. Y no hay que olvidarlo nunca: lo más importante en un encuentro de té es esa correspondencia entre la anfitriona y sus invitados. De ese momento compartido, de esa vivencia viene el disfrute del té.

También tiene que ver con algo vinculado al cuerpo. Los procedimientos para preparar el té se estudian rigurosamente: el orden, el lugar en donde va cada elemento, los movimientos sutiles y elegantes. Cada uno de nosotros los practica una y otra vez y al principio parecieran ser un poco mecánicos porque es la mente la que pone el orden. Años después, una misma se va volviendo parte de aquello que practica y es el cuerpo el que articula el movimiento. Se hace el té sin pensar, la mente queda vacía de pensamientos. Y a pesar de cierta rigidez en la forma, aflora ahí mismo la libertad expresiva de cada una. Estos procedimientos se vienen realizando de la misma manera desde hace 400 años pero cada practicante va moldeando su estilo y al realizar la ceremonia dejará entrever su propia sensibilidad; podremos observar a distintos maestros hacer la misma ceremonia, que será personal y universal a la vez. Creo que ahí hay también un disfrute: el del fluir del procedimiento, cuando nuestro cuerpo se vuelve uno con el movimiento.

La segunda escena tiene que ver con el período final de mis estudios en Japón. En una reunión con Okusama, la esposa de Iemoto Sen Soshitsu XVI, el actual Gran Maestro de la Escuela Urasenke, mi compañero Freddy de Taiwán preguntó qué cosas deberíamos tener en cuenta al volver a casa. Ella respondió que habíamos aprendido nuestra base ahí, que nunca debíamos olvidarla. Y que, naturalmente, tendríamos que adaptar algunas cuestiones a las limitaciones que pudiéramos encontrar en nuestros países de origen. El Gran Maestro Sen Genshitsu XV lo explica muy bien en un breve ensayo titulado “Insuficiencia” en el que cita a un daimio[5] poderoso que escribió lo siguiente: “El objetivo original del té tiene, en su esencia, la aceptación de lo insuficiente”. El Gran Maestro dice que el camino del té es un método por medio del cual podemos aceptar nuestra propia suerte y estar satisfechos con ella. “Por ejemplo, la inmensa mayoría de las personas que practican el té hoy en día no tienen acceso a una casa de té o jardines que hayan sido especialmente diseñados y construidos para reuniones de té. Pero, independientemente de que una reunión se lleve a cabo o no en tal escenario, el anfitrión debe dirigir su total atención a las necesidades y el confort de sus invitados; sus esfuerzos no deben disminuir simplemente por falta de las cualidades ‘apropiadas’ en el lugar en que servir el té. La superación de tal insuficiencia por medio de la creatividad aumenta en proporción directa la profundidad de la experiencia tanto del anfitrión como del invitado”. Indefectiblemente habrá una adaptación de la práctica.

Todo esto me lleva a una pregunta que siempre vuelve: ¿cómo pensar hoy el futuro de la tradición? Es una pregunta que engloba el pasado, el presente y el futuro. Estoy convencida de que el rol que tenemos los practicantes de té fuera de Japón es importante para que la ceremonia del té se siga expandiendo y, por lo tanto, se mantenga viva y en movimiento. El ejemplo concreto que se me ocurre es la popularidad que tiene hoy el matcha, el té verde en polvo que se bebe en la ceremonia del té. El consumo de matcha traspasó las fronteras de Japón y hoy en día se puede comprar en cualquier lado. Incluso se puede tomar en grandes cadenas de cafeterías mezclado con azúcar y leche, el producto se llama matcha latte. También se popularizó el matcha (por su saber y su color verde) como un ingrediente para la pastelería. Frente a esta explosión de la fiebre del matcha me interesa siempre difundir la idea de que es un té que está vinculado a la historia, la filosofía e incluso la política en Japón. Es una bebida que tiene un peso cultural enorme y eso hace que no sea simplemente un té. Chanoyu es la otra denominación con la que se conoce la práctica de la ceremonia y su traducción es “agua caliente para el té”, es decir que originalmente se tomaba solamente mezclado con agua caliente sin ningún otro agregado. La otra palabra, Chadō, termina de completar la idea a la que me refería antes. “Cha” significa té, y “dō”, camino. El Chadō se transita a lo largo de toda la vida y su aprendizaje profundo va permeando la vida cotidiana. Es justamente eso que mi abuela llamó gyogi sahou. El camino es la vida diaria.

Un verde como el té, un verde como el mate

La escritora Banana Yoshimoto estuvo de visita hace muchos años en Argentina y también pasó por Brasil. En el ensayo “El misterio del mate” cuenta algo acerca de ese viaje y en particular se refiere al señor Saito, un japonés radicado en Brasil que, como explica Yoshimoto, llevaba tanto tiempo viviendo allí que se había convertido en sudamericano. También menciona que toma mate, y ella misma lo prueba. Aunque le resulta fuerte empieza a gustarle. “Tal vez, un té tan potente como ese sea necesario para seguir viviendo en aquella rigurosa naturaleza”, reflexiona. Me gusta pensar esta misma postal pero a la inversa: ¿por qué los japoneses beben té matcha? ¿Y por qué idearon y perfeccionaron la cultura de la ceremonia del té? Con respecto a la primera pregunta tengo varias respuestas posibles. La costumbre de beber matcha fue llevada desde China por los monjes zen, que lo bebían para sostener sus largas horas de meditación y como medicina. Hacía el año 1300 se popularizó su consumo en ostentosos banquetes y fue el siglo XV con el monje zen Murata Shuko que el té empezó a cobrar otro sentido, que terminó de establecerse con el Gran Maestro Sen no Rikyu[6] en el siglo XVI. En paralelo, los japoneses idearon técnicas específicas para el cultivo de la camelia sinensis, la planta del té, y para producir con ella un matcha de excelencia que ningún otro país del mundo pudo igualar.

El matcha es un té fuerte, me atrevo a decir que incluso es más fuerte que el mate: por su intensidad, su color y su densidad. Es un líquido más bien espeso y al beberlo estamos tomando directamente la hoja de té, molida y mezclada únicamente con agua caliente.

Con respecto a la segunda pregunta, un encuentro de té es, entre muchas cosas, una comunicación a través de dispositivos (una caligrafía, un arreglo floral, una comida llamada kaiseki, una ceremonia del incienso) que comunican distintas cosas en niveles de lectura muy profundos, si se tiene el conocimiento suficiente. Un encuentro de té es un espacio y un tiempo compartidos, únicos e irrepetibles. Hay una cercanía emocional muy fuerte entre la anfitriona y sus invitados pero se mantiene la distancia física y el respeto propio de esta ceremonia (y de la cultura nipona en general). Es una manera japonesa de mostrar los sentimientos. Muchas veces me hicieron el siguiente comentario: “¿Tanto lío para preparar una taza de té?”. Es que la taza de té es la excusa. Y todo lo demás, cada mensaje detrás de cada gesto, es lo que nos convoca.

Seguir aprendiendo

Otra de las cosas que entendí durante mi año de estudios en Kioto es que algo que se valora mucho en el mundo del té es una capacidad de inventiva combinada con el buen gusto para elegir los elementos que se van a utilizar para preparar el té. A los japoneses les divierte ver una taza hecha con diseños y arcillas que no sean japonesas. Incluso las cucharillas de bambú para servir el té son talladas en maderas locales en aquellos lugares en donde el bambú no crece y eso hace que un elemento conocido se vea y se sienta distinto en otro material. La gracia es poder explicar de qué tipo de madera se trata, de qué árbol proviene; lo mismo con la cerámica. Se trata de poder armar un relato alrededor de estas artesanías locales que cobrarán otra dimensión (y otros significados) circulando ahora en una sala de té.

Organizar y planificar un encuentro de té nos fuerza necesariamente a observar profundamente nuestro entorno, investigar acerca los tipos de cerámica autóctonos, buscar los nombres de las flores silvestres que crecen en suelo local para hacer arreglos florales. Esta combinación armoniosa entre objetos de distintas partes del mundo puede dar lugar a un interesante encuentro de té.

Este señalador fue el souvenir que Urasenke Argentina hizo para los festejos de su 65 aniversario el 27 de octubre de 2019. La caligrafía fue escrita por Arimidzu sensei

Este señalador fue el souvenir que Urasenke Argentina hizo para los festejos de su 65 aniversario el 27 de octubre de 2019. La caligrafía fue escrita por Arimidzu sensei.

En nuestras prácticas de cada semana en Urasenke Argentina usábamos objetos japoneses y de a poco empezaron a colarse tazas hechas acá. En este mestizaje Japón está siempre presente y empieza a fundirse con cada una de las culturas en donde se practica la ceremonia del té. Creo que el Chadō es para mi abuela una forma de mantener siempre vivo su vínculo con la cultura japonesa y sus raíces. Inconscientemente yo también me fui volcando hacia ese lado y a medida que descubría que hacer té era también una manera de entrenar los sentidos, de aprender el significado profundo de una caligrafía, preparar los dulces para servir y establecer un diálogo con las flores para poder hacer un chabana (arreglo floral), entré en un romance que al día de hoy sigue latiendo muy fuerte. Cuando le pregunto a mi abuela qué fue lo que aprendió de todos sus maestros y de todos estos años dando clases dice que no puede asegurar saberlo todo. “Sigo aprendiendo”, responde con una sonrisa. Y con esa respuesta disfrazada de simpleza, vuelvo como en una espiral al principio del ensayo: en este largo camino del té volvemos siempre al punto de inicio y aprendemos a caminar, una y otra vez.

Hatsugama Urasenke Argentina. Es el primer té que se realiza cada año y que da comienzo a las clases, Buenos Aires, 19 de enero de 2020.

Hatsugama Urasenke Argentina. Es el primer té que se realiza cada año y que da comienzo a las clases, Buenos Aires, 19 de enero de 2020.


[1] Malena Higashi es practicante de Chadō, aquí conocida como ceremonia del té. Es egresada del programa “Midorikai” de Urasenke Kioto y es vicepresidenta de Urasenke Argentina. Organiza encuentros de ceremonia del té y dicta los talleres “Agua caliente para el té” y “Un Japón propio”. También es docente en el Instituto Argentino Japonés Nichia Gakuin, Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y periodista.

[2] Puerta corrediza.

[3] Abuela.

[4] Maestro.

[5] Señor feudal.

[6] Sen no Rikyu (1522-1591) elevó la ceremonia del té a su máxima expresión: la ordenó, pero también la “japonizó” a través de artesanías de bambú y piezas de cerámica japonesa, dando origen incluso a la cerámica de tradición Raku junto al ceramista Chojiro. Le dio a la ceremonia del té una impronta vinculada a lo que se conoce como estética wabi, un estado mental ligado a la frugalidad, la simplicidad y la humildad.

 

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Ingenieros y alpargatas: de los inicios del go en Argentina (1971-1973)

Por: Luciano Salerno[i]

Imagen: De izquierda a derecha: Mitsuhito Takashima, Rodolfo Bassarsky, Carlos Asato, Franklin Bassarsky y Noboru Hara. 30 de diciembre de 1971.

El go, ese juego de tablero tradicional japonés en el que se mueven piedritas blancas y negras, tiene en Argentina una historia de cinco décadas. Hoy compartimos el capítulo inicial de esa historia, que Luciano Salerno fue rastreando en la memoria de sus protagonistas y en documentos de la época. El resultado: el go como una nueva pista para pensar los vínculos interculturales entre argentinos, japoneses y okinawenses en las últimas décadas del siglo XX.


El go[ii], ese juego de tablero de origen chino, desarrollado durante siglos en Japón y finalmente adoptado por buena parte del mundo, fue mi obsesión durante muchos años. Fui jugador amateur con aspiraciones competitivas, fui también directivo nacional durante años, y actualmente soy directivo regional de la federación latinoamericana que regula y organiza su juego.

Ocasionalmente, además, me convierto en una suerte de historiador de sus anécdotas excéntricas y curiosas. Mi primer maestro de go, Franklin Bassarsky, fue quien me introdujo a estas anécdotas durante mi primer año como jugador, poco antes de su muerte. Las historias épicas de torneos, fracasos, triunfos y viajes resonaban en mí, y posiblemente marcaron el rumbo de los años de competencia que seguirían a sus clases.

Durante casi toda mi breve carrera como jugador, y durante buena parte de mi investigación reciente sobre la historia del go en Argentina, pensé que el desarrollo del juego en el país había sido en su inicio casi puramente local, surgiendo en el país como una especie de milagro nacional. Mirando un poco más de cerca, descubrí que esto era sólo muy parcialmente cierto, y que había otros factores que habían influido en, sino su surgimiento, su supervivencia en el país.

“El primer curso de go en Argentina lo dio Hilario Fernández Long, en el Centro Argentino de Ingenieros. Estaba en la calle Cerrito, que en ese momento no tenía la 9 de Julio adelante, era una calle», Héctor Rebagliatti entrecierra los ojos, intentando recordar los detalles del curso en el que aprendió a jugar al go, “Creo que fue en el año 71, porque ya estaba casado yo”.

En su departamento en Caballito, Héctor tiene en el estante de una mesa ratona su tablero de go, hecho artesanalmente en los años setenta, y sus gokes, recipientes que albergan las “piedras”, fichas de diversos materiales para jugar el juego. Las piedras son finas y planas, y me recuerdan a las que tenía un amigo que las había heredado de su abuelo japonés.

Héctor empezó a trabajar en la Fábrica Argentina de Alpargatas al día siguiente de recibirse de ingeniero, y poco después fue, junto a quince o veinte compañeros de trabajo, al curso de go que dictaba Hilario Fernández Long en el Centro Argentino de Ingenieros.

De todos los personajes que formaron parte de la historia del go en Argentina, Hilario Fernández Long fue el más célebre. En cualquier búsqueda de su nombre, rápidamente aparece como un humanista, científico y filántropo, de esos que solo existen en películas sobre personajes del siglo XX. Rector de la UBA, miembro de la CONADEP, educador pionero de la computación en Argentina. Además, primer maestro de go en el país y autor del libro Introducción al Go junto con Adalberto Moderc.

En un testimonio, Hilario dice que después de conocer el go a través de revistas de arquitectura, tomó el juego como “una religión que había que propagar”. Mandó a fabricar piedras de plástico a una fábrica de botones de San Martín, y organizó primero una Conferencia en el Centro Argentino de Ingenieros en Noviembre de 1970, y luego el primero de varios cursos en el mismo lugar, en Abril de 1971, en lo que serían sus aportes más grandes a la difusión del juego en el país.

Ese es el curso que recuerda Héctor Rebagliatti, del cual la mayoría de los asistentes eran compañeros suyos de la fábrica Alpargatas. Todos tenían entre veintiséis y treinta y cinco años. “A cierta edad, todo te despierta curiosidad”, dice Héctor.

Uno de los factores más importantes en el arraigo del juego entre los asistentes a ese primer curso fue el horario de almuerzo de Alpargatas. La fábrica daba a sus empleados una hora y media para almorzar, a diferencia de los sesenta minutos que son habituales hasta el día de hoy en cualquier trabajo en relación de dependencia. La idea era que los empleados que vivían cerca (que en el origen de la fábrica eran mayoría) pudieran volver a comer a su casa antes de empezar el turno tarde. Héctor y sus compañeros, en cambio, iban a los bares y restaurantes de la zona y comían en media hora. El resto del tiempo lo utilizaban para jugar al go.

“Jugábamos con una hoja cuadriculada en la que marcábamos las líneas y los hoshi, y cruces para las negras y círculos para las blancas. Con lápiz, y una goma para borrar cuando había capturas.”

Más allá de los rudimentos básicos del juego que les había enseñado Hilario, los jugadores de Alpargatas no tenían más recursos que su propio ingenio para mejorar su nivel. Todavía no abundaban publicaciones en idiomas no asiáticos, y las que existían no estaban disponibles en Argentina. Por lo tanto, algunos de los conceptos que hoy en día se consideran básicos, en ese momento tenían que ser descubiertos en el juego mismo.

Héctor compartía su oficina con los ingenieros Roberto Pimentel y Adalberto Moderc. Los tres estaban intensamente motivados con el juego y, estando en contacto estrecho con la Facultad de Ingeniería, pronto empezaron a compartir el go con muchos profesores de la facultad.

Según Héctor Rebagliatti, la Asociación Argentina de Go fue fundada prácticamente por los jugadores de Alpargatas. Adalberto Moderc se había acercado particularmente a Hilario Fernández Long a través de la militancia en la Democracia Cristiana que ambos compartían, y este último parece haberlo asesorado en términos de asociaciones civiles.

El 11 de septiembre de 1971, solo cinco meses después del primer curso de Fernández Long, se fundó la Asociación Argentina de Go en el Centro Argentino de Ingenieros, con Adalberto Moderc como presidente y Héctor Rebagliatti como Vicepresidente. En el primer artículo de su estatuto, nombra como uno de sus objetivos “fomentar en el país la difusión del go y en esta Capital proveer a los socios de un lugar de reunión”.

Entre los vocales de la primera comisión directiva destacan los nombres de Hilario Fernández Long, como era de esperarse, y de Franklin Bassarsky.

Franklin no era ingeniero y no trabajaba en Alpargatas, a pesar de lo cual formó parte de la fundación. Tenía 29 años, y era estudiante de la Licenciatura en Matemáticas en la UBA. Su hermano mayor, Rodolfo Bassarsky, era el que había asistido a uno de los cursos de Fernández Long a mediados de 1971. Si bien él tampoco era ingeniero, sino médico, había sido invitado por un amigo cercano que, siendo arquitecto, tenía contacto estrecho con el Centro Argentino de Ingenieros.

Para Rodolfo Bassarsky, el denominador común de esos primeros grupos no era su profesión, sino su afición a otro juego de tablero: el ajedrez. Tanto Franklin como Rodolfo eran aficionados al ajedrez, pero el primero lo dejó de forma absoluta al conocer el go y dedicarse a su estudio. Según Rodolfo, Franklin

“tenía un perfil intelectual y un mecanismo de pensamiento que con toda evidencia armonizaban a la perfección con un juego que requiere un razonamiento y discernimiento claros, un sentido de la ponderación preciso y un equilibrio emocional ajustado. (…) Franklin tenía un temperamento y un genio para cuyo desarrollo el go parecía ser el nutriente ideal. Por eso, sin que aún lo tuviera demasiado claro, yo estaba seguro de que el go podría convertirse en un adictivo noble para mi hermano”.

Inmediatamente después de su fundación en el Centro Argentino de Ingenieros, la AAGo buscó una sede propia, que encontró en la Escuela del Sol, en la calle Ciudad de la Paz 394, en el barrio de Palermo. Si bien se designó al sábado como el día principal de juego, en horario nocturno, la sede abría otros días de la semana según los requerimientos de los torneos de turno.

El interés de los ajedrecistas por el go no se limitó a los jugadores amateurs. Varios profesionales, entre los que se cuentan los grandes maestros Raúl Sanguinetti y Julio Bolbochán, se interesaron por el juego, lo que contribuyó de forma explosiva a su difusión. Bolbochán, autor de las columnas de ajedrez en el diario y la revista La Nación, comenzó a escribir columnas sobre go y a cubrir los eventos más importantes de la asociación con una frecuencia como mínimo semanal.

Diario La Nación. Diciembre de 1971

Diario La Nación. Diciembre de 1971

Estas columnas y notas del diario La Nación son recordadas por todos los jugadores de la época, y sin dudas ayudaron a generar un flujo constante de jugadores nuevos hacia la asociación.

Héctor Rebagliatti recuerda que, para 1972, en la Escuela del Sol cada sábado dictaba tres cursos de cien alumnos cada uno, uno atrás del otro. El otro miembro de la AAGo que empezó a dar cursos ahí, junto con Héctor, fue Franklin.

Para los últimos meses de 1971, la presencia del go en el diario La Nación se había convertido en un auténtico auspicio: se inauguró la primera Copa La Nación, que duró dos meses a ritmo de una ronda por semana. Al ser un torneo auspiciado por el diario, la cobertura fue absoluta desde el comienzo. Esto incluyó, por supuesto, el anuncio de que el torneo iba a comenzar y de que las inscripciones para participar estaban abiertas. Así llegaron los primeros japoneses a la AAGo.

Para la década del 70, la inmigración japonesa en Argentina ya contaba con más de sesenta años de historia. Luego de la Segunda Guerra Mundial, durante las décadas de los 50 y 60, la presencia de japoneses y de descendientes en territorio local se había profundizado claramente, así como las relaciones con aquel país. Tal vez una muestra de ello sea la visita del príncipe Akihito en 1967, y la fundación del Jardín Japonés en Buenos Aires para honrarla.

Los japoneses y nikkei que vivían en Argentina y jugaban al go no tenían, hasta ese momento, conocimiento de que en el país se jugaba también fuera de su comunidad. Al torneo de 1971 asistieron, por curiosidad y a partir de la publicación del diario, tres de ellos: Mitsuhito Takashima, Noboru Hara y Carlos Asato. De los tres, el primero nunca participó oficialmente de la AAGo, pero formó parte de numerosos torneos organizados por ella. El segundo era un hombre mayor, y si bien murió pocos años después, hizo grandes aportes a los jugadores argentinos durante y después de la copa La Nación. Carlos Asato, en cambio, quien no era japonés sino nissei argentino, se convirtió más tarde en uno de los socios y jugadores más estables de la AAGo durante décadas.

Cuando llegó al torneo, Carlos tenía treinta años de edad y dieciocho de jugador. Su primo, Masayoshi Higa, había venido de Okinawa en 1951 “con el tablero bajo el brazo”. Más tarde habían llegado su padre, tío de Carlos, y su hermano. Todos jugaban al go. Hasta 1971, Carlos nunca había jugado con nadie aparte de sus familiares.

Cuando me recibió en su casa, Carlos me presentó orgulloso ante uno de sus vecinos como un “historiador del go en Argentina”. Su esposa trajo unos sándwiches de miga a la mesa del living donde conversamos, y Carlos procedió a contarme, sin orden, todos los recuerdos que tenía de sus aventuras con la AAGo. Del torneo de 1971, sin embargo, no tenía una memoria muy clara, hecho por el cual se lamentaba constantemente.

Además de los japoneses, se sumó a ese torneo un jugador alemán llamado Guillermo Holtey que, como aquellos, tenía más experiencia de juego que todos los argentinos. Ante la evidente superioridad de los extranjeros, el objetivo de los argentinos se convirtió rápidamente en terminar el torneo como el mejor jugador del país.

Héctor Rebagliatti recuerda el duelo más difícil que tuvo en esta competencia, contra Franklin Bassarsky. Jugaron un sábado en la AAGo durante siete u ocho horas la primera mitad del partido. Al no haber terminado, postergaron el resto para el día siguiente: el domingo, entonces, jugaron en la casa de Héctor durante siete u ocho horas más. “En esa época no teníamos relojes, y los partidos duraban días”, recuerda Héctor. Frente a la terquedad de Franklin ante una partida claramente definida a favor de Héctor, él recuerda pedirle por favor que abandonara para terminar la tortura de casi dieciséis horas de juego, a lo que Franklin finalmente accedió.

Héctor logró el tercer puesto pero, bajo la mirada atenta de los argentinos, fueron dos japoneses los que disputaron la final del torneo el 30 de diciembre de 1971: Mitsuhito Takashima y Noboru Hara.

De izquierda a derecha: Mitsuhito Takashima, Rodolfo Bassarsky, Carlos Asato, Franklin Bassarsky y Noboru Hara. 30 de diciembre de 1971

De izquierda a derecha: Mitsuhito Takashima, Rodolfo Bassarsky, Carlos Asato, Franklin Bassarsky y Noboru Hara. 30 de diciembre de 1971

Enrique Lindenbaum, uno de los jugadores más destacados desde 1972 hasta finales de los años setenta, recuerda que Noboru Hara era al principio inalcanzable para los jugadores argentinos. Sin embargo, era evidentemente muy generoso: Lindenbaum recuerda que, ya en 1972, los invitaba a jugar a su negocio, mayorista de telas para trajes en la avenida Belgrano (Rodolfo recuerda que, también, los invitaba a su casa) y que él logró ganarle en 1973, poco antes de que Franklin también lo lograra. En ese momento, a modo de graduación, Hara los invitó a jugar a la Asociación Japonesa de Argentina de la avenida Independencia 732.

“Fue una impresión terrible, el que para nosotros era el mejor jugador resultaba ser el más ‘pichi’ (el de menor categoría) entre ellos. Con una humildad y cordialidad inimaginable para nosotros, ellos fueron enviando jugadores cada vez un poco más fuertes, y a medida que íbamos aprendiendo nos subían el nivel, sin humillarnos”.

Noboru Hara no participó de actividades con los argentinos por mucho más tiempo, y los testimonios que lo incluyen no llegan más lejos que el año 1973. Pero para entonces, había cumplido un rol clave: hacer de nexo entre los argentinos y los japoneses en Argentina, que a partir de entonces serían una suerte de tutores para los jugadores más fuertes del país, y formarían incluso al que hoy en día es el jugador más fuerte del país y uno de los amateurs más fuertes del mundo: Fernando Aguilar.

No sería exagerado, entonces, considerar a Noboru Hara y su grupo como el primero de una serie de apoyos japoneses al go en Argentina. En su caso, partiendo exclusivamente de la buena voluntad y no como parte de una política de difusión y promoción explícita, aunque esto sería la excepción. Lo que siguió durante el resto de la década del setenta solo confirma mi segunda hipótesis, basada en la importancia fundamental del país asiático en el juego en Argentina. Hacia finales de los años setenta no solo más japoneses clave vinieron a Argentina, incluyendo a algunos míticos jugadores profesionales de go, sino que incluso Japón realizó la epopeya histórica de llevar argentinos a su territorio para enseñarles el juego y formarlos como docentes y jugadores.

Lejos quedó, en este punto, mi hipótesis de que el go en Argentina se había desarrollado inicialmente solo por argentinos. Tan lejos como las hojas cuadriculadas que utilizaban para jugar en Alpargatas. Es cierto que, sin esas partidas en los almuerzos de la fábrica, sin las columnas en el diario La Nación y sin los cursos de Hilario Fernández Long, el go habría tardado mucho más en llegar a los jugadores argentinos y en consolidarse entre ellos. Pero también es evidente que, muy poco después de esos primeros meses, la llegada de los japoneses a la actividad allanó un camino que, de otra forma, tal vez nunca hubiese existido.


[i] Luciano Salerno es Licenciado en Guion de Artes Audiovisuales (Universidad Nacional de las Artes) y Diplomado en Estudios Nikkei (CEUAN). Además, es jugador de go y se desempeña como directivo de la Asociación Argentina de Go desde 2013 y de la Federación Iberoamericana de Go desde 2018.

[ii] Una versión preliminar de esta crónica fue presentada en el I Encuentro de Estudios Nikkei (Buenos Aires, 2019). Asimismo, el texto será incluido en el libro colectivo En construcción. Aportes para una perspectiva niquey en los estudios interculturales, de próxima aparición.

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El rosario y el juzu: una experiencia interreligiosa del Japón moderno temprano

Por: Rie Arimura*

Imagen: La Virgen con el Niño y sus quince misterios, Loyola y Francisco Xavier, principios del siglo XVII, The Kyoto University Museum.

 

Los cruces interculturales entre Japón y lo que hoy llamamos América Latina comenzaron hace más de cuatrocientos años. En este artículo**, la historiadora del arte Rie Arimura nos ofrece un recorrido por esos primeros encuentros a través de la cultura visual religiosa para descubrir continuidades entre cristianismo y budismo, usos inesperados de rosarios en el Japón del siglo XVI y otras conexiones sorprendentes. Aquí se busca aclarar el nexo entre las tradiciones católicas y budistas, y analizar si existieron algunas similitudes o continuidades respecto al uso del rosario entre Japón y Nueva España, tierra por donde los mendicantes pasaban antes de ir a las misiones en Asia en los siglos XVI y XVII.


 

El uso del sartal de cuentas como instrumento de oración no es exclusivo del catolicismo, sino que diferentes religiones asiáticas lo han utilizado desde antes del advenimiento de Cristo. En cuanto al origen del rosario católico, existen diferentes teorías, pero una de las más aceptadas es la que propuso Wilfred Cantwell Smith (1916-2000). Según él, la tradición de recitar oraciones utilizando cuentas se extendió probablemente desde la India, mediante la adaptación de diferentes religiones. Por un lado, se difundió a través del budismo en el Tíbet, China y Japón; por otro lado, la misma costumbre podría haber entrado en la Europa cristiana a través del Islam en la época de las cruzadas.

Esta postura que ubica en la India el origen de diversos sartales se fundamenta en el hecho de que, al menos a nivel filológico, el uso más antiguo de cuentas de oración que se conoce es una de las diez herramientas del asceta brahmán, referida en el Canon Jaina. En este tratado, las cuentas de oración se denominan de dos formas: ganettiya y kañchaniyā en prácrito, un idioma que se usaba en gran parte de la India en la época de Mahavira (siglo VI a.C.), fundador del jainismo. El primer término equivale a ganayitrika (literalmente «contador») y el segundo corresponde a kāñcana (“oro”) en sánscrito.

En la India, la evolución del rosario como herramienta de oración se atribuye al hinduismo. El número de cuentas y los materiales varían según la secta y el culto. El devoto de Shiva usa un sartal de 32 cuentas, mientras que el de Vishnu emplea uno de 108. Este número adquirió más tarde un significado simbólico para el budismo, ya que el sartal budista completo (en japonés juzu “数珠”, literalmente “cuentas para contar”) consta de 108 cuentas. El rudraksa, que literalmente significa «ojo del dios Rudra» (es decir, el nombre antiguo de Shiva), es una semilla de Elaeocarpus ganitrus y se usa preferentemente para cuentas de oración en el hinduismo, especialmente en el shivaísmo, mientras que los devotos de Vishnu prefieren las cuentas de tulasí.

Tanto el rudraksa como el rosario (término derivado del latín rosarium, que significa “jardín de rosas”) de la Virgen María refieren, ambos, a árboles o plantas. En vínculo con ello, desde tiempos antiguos en distintas religiones se sacralizaban ciertos arbustos para determinadas deidades, porque se creía que en ellos habitaba un poder divino llamado mana. Así, en la antigua Grecia, el roble fue asociado con Zeus; el laurel con Apolo; el olivo con Atenea; el mirto con Afrodita. La rosa también fue relacionada con esta última diosa, dado que emergió del mar junto con esas flores. Por lo tanto, su equivalente romano, Venus, se representa frecuentemente con una guirnalda de rosas.

Sin embargo, también existe otra postura que cuestiona la tesis de Smith, la cual señala que aunque no es posible descartar una influencia mutua, el uso del sartal de cuentas es tan antiguo que no se puede determinar su origen y desarrollo. Además, distintas religiones crearon sus propias tradiciones, por lo que este fenómeno debería ser entendido como un paralelismo cultural en lugar de interpretar un origen común.

Independientemente de la discusión sobre si el sartal budista y el rosario católico comparten un mismo origen o no, lo cierto es que tanto el budismo como el catolicismo desarrollaron la práctica de usar sartales. Este hecho permitió una amplia aceptación del rosario en la misión católica de Japón que se llevó a cabo entre 1549 y 1639, como se verá a continuación. En este artículo se busca aclarar el nexo entre las tradiciones católicas y budistas, y analizar si existieron algunas similitudes o continuidades respecto al uso del rosario entre Japón y Nueva España, tierra por donde los mendicantes pasaban antes de ir a las misiones en Asia en los siglos XVI y XVII.

El rosario como un instrumento para la conversión, símbolo de la cristiandad, amuleto y moda

En las misiones de ultramar de la época moderna temprana (c. 1500-1800), diferentes órdenes religiosas promovieron la devoción del Santo Rosario. El rezo que los franciscanos difundieron se denomina como la corona franciscana o el rosario de los siete gozos de la Virgen María, mientras que la oración mariana de los agustinos se conoce como la corona o coronilla de la Virgen de la Consolación y Correa.

La devoción a las cuentas benditas se extendió a nivel mundial. En Nueva España, los cronistas franciscanos Jerónimo de Mendieta (1525-1604) y Juan de Torquemada (c. 1557-1624) afirman que “Las cuentas en que han de rezar, luego en comprándolas, las traen a algún sacerdote para que se las bendiga. Y los que pueden haber alguna cuenta bendita del Santo Padre, lo tienen a mucha dicha […] Entre ellos [los indios], parece no es cristiano el que no trae rosario y disciplina»[ii]. También en la evangelización de Japón, las cuentas benditas eran altamente apreciadas: “Y muchos venían por recibir vna cuenta bendita desde las aldeas, aunque estuviesen una o dos jornadas y de las partes más remotas del Iappon…”[iii].

De igual modo, la costumbre de llevar un rosario de cuentas colgado alrededor del cuello se popularizó tanto en América como en Filipinas y Japón. Para los misioneros, esta usanza significaba un arma contra las herejías y el paganismo, por ende, se convirtió en un instrumento de conversión. En el virreinato novohispano, el dominico Agustín Dávila Padilla (1562-1604) instituyó dicho hábito para los religiosos de su orden, pero ésta se propagó rápidamente entre los cofrades criollos, indios y españoles[iv].

En el caso de Japón, Francisco Xavier llevaba siempre un rosario grande en el cuello. Esta costumbre adquirió una singular popularidad, toda vez que para los conversos japoneses era el símbolo por excelencia de los cristianos, además de ser una protección física y espiritual. La función del rosario como amuleto coincidía con la del juzu budista. Pero la particularidad del caso de Japón es que colgar un rosario en el cuello llegó a ser una moda incluso entre los no cristianos. Así, Izumo no Okuni (c.1572-?), fundadora de la danza kabuki, está retratada con el rosario al cuello en la pintura titulada Kabukizukan, datada a principios del siglo XVII[v]. Esta actriz-bailarina no era católica, sino que su rosario representa una moda namban (literalmente “bárbaros del sur” en referencia a los ibéricos) de la época.

Los quince misterios de la Virgen y el Taima mandala

El paralelismo entre el rezo del Santo Rosario y las oraciones budistas no se limita sólo a distintos usos de sartales de cuentas, sino que abarca también a las imágenes. La Virgen con el Niño y sus quince misterios, Loyola y Francisco Xavier (figura 1) es una obra producida por un pintor japonés formado en el seminarium o schola pictorum, fundado por el jesuita Giovanni Nicolao. Las quince escenas de los misterios de la vida de María se representan en recuadros en tres márgenes del cuadro. En el centro hay dos rectángulos: en el superior se representa la Virgen con el Niño; mientras que en el inferior, el Santísimo Sacramento, el emblema de la Compañía de Jesús (IHS), Ignacio de Loyola y Francisco Xavier.

La forma de ordenar los quince misterios tiene antecedentes tanto europeos (figura 2) como nativos. Presenta una marcada similitud compositiva con el Taima Mandala (figura 3) del budismo de la Tierra Pura. Además, existe cierta semejanza en el orden de lectura. Es decir, en ambas obras se lee la secuencia narrativa desde el borde izquierdo de abajo hacia arriba. Se realiza la lectura en el sentido de las manecillas del reloj. Además, ambas pinturas comparten la misma función: ser instrumentos para la meditación y devoción. Ello se debe a que el catolicismo y el budismo impulsaron la técnica de visualización como una base de la meditación. Los ejercicios espirituales planteados por Ignacio de Loyola tenían una equivalencia en la práctica religiosa nativa. Todo ello contribuyó en los procesos de aceptación, adaptación y asimilación de las prácticas contemplativas de las imágenes del Rosario en Japón.

Figura 1: La Virgen con el Niño y sus quince misterios, Loyola y Francisco Xavier, principios del siglo XVII, The Kyoto University Museum.
La Virgen con el Niño y sus quince misterios, Loyola y Francisco Xavier, principios del siglo XVII, The Kyoto University Museum.
Figura 2: Abela Giovanni Maria, Los quince misterios del Rosario, 1595, Iglesia de la Natividad de la Virgen María, Naxxar, Malta.
Arimura Figura 2. Los quince misterios del Rosario
Figura 3: Taima mandala, finales del siglo XIV. Imagen tomada de la página del Metropolitan Museum of Art: https://www.metmuseum.org/art/collection/search/44983
 

Arimura Figura 3. Taima Mandala

La Virgen del Rosario con cuatro santos

Para terminar, cabe señalar un ejemplo del rosario franciscano en Japón: La Virgen del Rosario con cuatro santos (figura 4), llevada por Hasekura Tsunenaga, quien encabezó la misión diplomática Keicho enviada a España y Roma entre 1613 y 1620 por la vía de Nueva España. Esta pintura pudo haberse producido en Filipinas, dado que existe una pieza de marfil hispano-filipino de una composición similar en el acervo de la catedral de Toledo.

Esta obra muestra una continuidad con la tradición pictórica novohispana del siglo XVI, puesto que el Dios Padre, que se encuentra arriba de la Virgen, está representado como un anciano con una túnica azul y un manto de color rosa con movimiento, sosteniendo un globo terráqueo en la mano izquierda y bendiciendo con la mano derecha, de modo que coincide con la iconografía del Dios Padre de los retablos mayores de los ex templos franciscanos de Huejotzingo y Tecali, Puebla, México.

Esta imagen se identifica como un ejemplo del rosario franciscano debido a la presencia del santo fundador de la orden entre los cuatro santos representados en la parte inferior del cuadro. Es decir, a la izquierda están san Jerónimo acompañado por un león y san Antonio el ermitaño (san Antonio Abad) junto con un cerdo, que simboliza las tentaciones del santo. A la derecha, se encuentra san Francisco de Asís con sus estigmas en las manos. La figura ubicada en el fondo del lado derecho se ha identificado de diferentes maneras. Por un lado, se ha considerado como san Juan Bautista por estar semidesnudo, sólo con la cadera cubierta, y traer un bastón. Pero, por otro lado, Keizo Kanki apunta la posibilidad de que éste represente a san Onofre (c. 320-400) por tener una corona junto con sus rodillas.[vi] Este último santo vivió como ermitaño en el desierto egipcio en el siglo IV. Sus atributos iconográficos son su vestido con hojas, un cetro y una corona en sus pies, que simboliza la renuncia de su estirpe regia.

San Onofre es un santo profundamente venerado entre los franciscanos de España. Incluso fray Martín de Valencia (c. 1474-1534), líder de los “Doce” misioneros que emprendieron las labores sistemáticas de la evangelización franciscana en Nueva España en 1524, había estado en el Convento de San Onofre de La Lapa, en Badajoz, Extremadura,[vii] donde el guardián de este convento, san Pedro de Alcántara (1499-1562), compuso su Tratado de la oración y meditación, obra contemplativa clave de la mística española. Además, san Onofre es un santo asociado con el rezo del Rosario, como muestran los grabados de San Onofre en la selva (1574) de Cornelis Cort (1533-1578); San Onofre, de la serie de Trophaeum Vitae Solitariae (Vidas de los ermitaños) de Jan Sadeler I (1550-1600) sobre la composición de Maarten de Vos (1532-1603); y San Onofre de Hieronymus Wierix (1548-1624). La asociación de este santo con el rosario se manifiesta también en la literatura religiosa como la Vida prodigiosa del rey anachoreta (Zaragoza, 1675), escrita por fray Pedro de Arriola.

La importancia de la devoción a este santo dejó impacto también en el arte hispanoamericano. Así, entre el corpus de los santos ermitaños de Puebla, México, atribuido al pintor flamenco Diego de Borgraf (1618-1686), se incluye un lienzo que representa a san Onofre. El Museo de Arte Colonial en Bogotá cuenta con una pintura al óleo del mismo santo del siglo XVII. En la pintura cuzqueña se conservan varios ejemplos. En una pintura mural del siglo XVII que se encuentra en el templo de San Jerónimo en Colquepata, Cusco, se representa al mismo santo con un rosario en la mano. En suma, si se toma en cuenta la importancia que tenía la devoción de este santo para la orden franciscana y en el ámbito hispánico de la época, no sería nada raro que éste se represente junto con otros ermitaños en la imagen antes mencionada, perteneciente al Sendai City Museum (figura 4). Es una tarea futura profundizar en la devoción y representación de san Onofre en el ámbito hispánico para esclarecer el problema de su identificación.

Figura 4: La Virgen del Rosario con cuatro santos, principios del siglo XVII, óleo sobre lámina de cobre, 30.2 x 24.2 cm, Sendai City Museum
Arimura Figura 4. Virgen del Rosario

[ii]Jerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana (Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999), Lib. IV, cap. XVIII. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmczs2p6 (día de consulta: 21 de agosto de 2020; Juan de Torquemada, Monarquía indiana (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1975), 332.

[iii]Ribadeneira, Historia de las islas del archipielago…, 435.

[iv]Alejandra González Leyva, “La devoción del Rosario en Nueva España”, Archivo Dominicano, XVIII (1997): 74.

[v]Izumo no Okumi, representada en Kabukizukan se puede ver en la página de Cultural Heritage Online: https://bunka.nii.ac.jp/heritages/heritagebig/90610/1/1 (día de consulta: 21 de agosto de 2020)

[vi]Keizo Kanki, “Iberia-kei seiga no kokunai ihin ni tsuite”, en Simposium: Kirishitan bijutsu wo meguru sho mondai (Tokio: Sophia University, 1987), 21.

[vii]Juan de Torquemada, Tercera parte de los veinte i vn libros rituales i monarchia Indiana (Madrid: Nicolas Rodriguez Franco, 1723), 395.

*Rie Arimura es doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es profesora de Historia del Arte europeo, colonial y asiático de la Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Morelia de la UNAM. Es especialista en la historia y arte de la misión católica del Japón moderno temprano, las relaciones históricas entre México y Japón, el arte conventual novohispano del siglo XVI y el arte namban.

**Este trabajo es parte de los resultados obtenidos a través del proyecto PAPIIT IN401019 “Experiencia interreligiosa y arte durante la primera expansión europea: la devoción e imágenes del Rosario en el Japón (1549-1873)” de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 

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Mates con mochi

Por: Salomé Romera*

Imagen: Foto familiar, archivo de Salomé Romera (19/9/1965).

A pesar de haber leído el clásico de Yoshio Sugimoto, crítica contundente del esencialismo japonés, la autora de este texto reflexiona: “me tomó mucho tiempo desterrar el nihonjinron de mi cabeza”. Y para hacerlo, Salomé Romera recurre a una crónica deslumbrante en la que narra la historia de su familia; en ciertos tramos con un realismo mágico niquey o costumbrismo intercultural japonés-tucumano. El desenlace del artículo nos enseña contundente que la identidad nikkei no puede limitarse a imaginarios racializados de una supuesta “sangre japonesa”.


“Yo también soy nikkei” escucho decir a mi mamá e inmediatamente siento como mi cara se pone color rojo anko. Estamos cenando en un restaurante japonés en Buenos Aires y ella le habla al mozo que nos trae la comida. Mi mamá: ojos verdes o grises según el día, piel aceituna, de rasgos que a simple vista no delatan “sangre japonesa”. Pero ahí está, afirmando ser lo que yo entiendo como “descendencia japonesa”. Pienso que el mozo va a descubrir la falta en nuestras caras de no-japonesas y que vamos a quedar expuestas.

Esta idea de la conexión entre la sangre, los rasgos y la legitimidad de la identidad me acompañaron durante un largo proceso de aprendizaje. El episodio sucede en mayo de 2018, durante mi tercer mes de cursada de la Diplomatura en Estudios Nikkei. Estoy apenas empezando a conocer y preguntarme qué significa nikkei, más allá de una vaga noción sobre descendientes de emigrantes japonesxs. El intercambio del restaurante me desconcierta. Siento que estamos usurpando una identidad que no nos pertenece y quiero esconderme detrás del bol de udon, o pedirle perdón a este chico y a sus ancestros. Mi vieja, ajena a mi turbación, cuenta emocionada su historia.

“Susumi Suyama se llamaba, pero la abuela le había pedido que se bautice y se ponga José.” Dice mi mamá sobre mi bisabuelo japonés, quien emigró a Argentina desde la isla de Kyūshū, al suroeste del país. Conoció a Bonna Ledesma, mi bisabuela, en la década del 40. Ella era una enfermera tucumana que trabajaba como asistente de oftalmología en un hospital. El abuelo –como lo nombra mi mamá siempre que habla de él– acudía a ese mismo hospital a hacerse curaciones en un ojo. Fue amor a primera vista.

Después de unas idas y vueltas entre Tucumán y Buenos Aires, se casaron en 1947 en la provincia norteña y se mudaron a la esquina de Moreno y Avenida Roca. En barrio sur, al abuelo lo conocían como Don José. Para el Estado argentino, era Susumi José Suyama, como lo denominaba la combinación de nombres en su cédula de identidad. Alguna vez mi mamá le preguntó por qué no se hacía el D.N.I., para así evitar los trámites a la hora de votar en las elecciones municipales. Su respuesta fue reveladora: no lo sacaba porque él no era ciudadano argentino. Un breve panfleto del Congreso ilumina mi ignorancia cívica, y aprendo la diferencia entre “ciudadanos” y “habitantes”. Habitantes somos todas las personas que residimos en el país de manera regular, hayamos nacido aquí o no. Para quien no nació en el territorio, acceder a la ciudadanía exige ciertos trámites y un plus interesante, que no es burocrático: la expresión de su voluntad de adquirirla. No hay trámite que valga si no lo acompaña el deseo de ser parte de esta tierra. Negando su pertenencia a la nación argentina, Suyama-san se afirmaba en otro territorio y otra comunidad.

Sin embargo, por el resto de su vida habitó suelo argentino. En verdad, no quería volver a Japón de forma permanente, por el amor que lo unía a su esposa. Era un matrimonio feliz, que a los pocos desacuerdos que tenía los resolvía con calma. A Bonna, viajar al otro lado del mundo no le interesaba, lo que no significa que no haya tenido lazos con Japón; por el contrario, mantenía un estrecho vínculo con la colectividad nipona en Tucumán. Bisabuela, abuela, mamá y su melliza participaban de los diversos eventos que se realizaban los domingos en la Sociedad Japonesa de Tucumán, como obras de teatro, danzas y recepción de japoneses que llegaban al país. Además, las invitaban a las fiestas familiares, a los cumpleaños y a los casamientos, que en esa época se celebraban en las casas. Hablando con mi mamá sobre festejos, le cuento algo referido a la importancia de los regalos en Japón, e inmediatamente hace una conexión: los japoneses de la comunidad eran muy regaleros. A su hermana y a ella les obsequiaban comidas típicas, muñequitas niponas, dulces que evoca con deleite. Cuando era adolescente, la dueña de la tintorería donde el abuelo había trabajado le regaló un anillo que todavía usa. Un pequeño tesoro que conserva el cariño y el recuerdo de Margarita, a quien afectuosamente llamaba “abuela”.

Si mi bisabuela no pensaba viajar a Japón, mi mamá soñaba con acompañar a su abuelo a la Tierra del Sol Naciente. José no la tomaba muy en serio, pero sí anhelaba llevarla a la Fiesta Nacional de la Flor en Escobar, de fuerte presencia japonesa. No era lo único en que quiso consentirla, ya que no por ser como un padre dejó de ser un abuelo, y sabemos que son los miembros de la familia que se dedican a malcriar. Al momento de casarse mi mamá, le dio su alianza, y la de su esposa terminó en manos de mi viejo. Y así como la parejita no tenía plata para anillos, tampoco le alcanzaba para camas, por lo que ligaron la matrimonial del abuelo. José, siempre sencillo y generoso, se mudó a una camita de su tamaño. De ser por él, les daba hasta su dormitorio: ante la noticia de que se iban a casar respondió “entonces ustedes vivir acá”, con su particular forma de hablar.

La dificultad para comunicarse fue un enorme obstáculo para la primera generación que emigró de Japón a la Argentina, y el caso de José no fue distinto. Con el paso de los años, aprendió el idioma, pero queda claro por el relato de mi familia que conjugar verbos no era su fuerte. Más importante que la molesta gramática del español, era para Suyama-san el no perder contacto con su lengua materna. Todos los días, la repasaba con ayuda de un pequeño diccionario de japonés. A menudo, durante el agobiante verano tucumano, la familia sacaba las sillas a la vereda para tomar aire y ver a la gente pasar. Él se sentaba en esa esquina -diccionario en mano, a veces- a revisar su idioma natal. También podía ponerlo en práctica con alguna regularidad ya que, como suele suceder cuando se encuentran compatriotas en suelo ajeno, entre issei hablaban nihongo. Tanto mi mamá como mi papá recuerdan que les explicaba el significado de los vocablos nipones que más sonaban en casa, les enseñaba algunas frases típicas, los saludos y los números. Para mi mamá era su otosán, una graciosa tucumanización de la palabra “padre” en japonés.

Hasta los animales domésticos aprendieron el idioma extranjero. La familia había heredado una catita, mascota típica de la época, que repetía palabras y melodías. Susi Terán –como se llamaba el bicho– tenía un trato diferenciado con cada integrante del hogar. A Bonna, y sólo a ella, le cantaba tangos y le daba besitos. Quizás porque no le habían enseñado nada, a las mellizas se dirigía cuando sonaba el teléfono nomás, al grito de ¡CHICAS, TELÉFONO! Por las mañanas, Susi saludaba a José con ohayou, ohayou. Y cuando el abuelo salía de la casa, le gritaba ¡SAYONARA!, hasta que obtenía respuesta. A mi mamá, ni cabida: no importaba cuánto le insistiera con los ohayous, la señorita Terán no se los devolvía.

Al igual que las palabras, los alimentos del lejano país también se colaron en el día a día norteño. Aunque cueste imaginarlo hoy, la soja antes de los 80 era en Argentina casi desconocida, empezando a asomar tímidamente como cultivo comercializable recién a partir de esa década. Pero en la casa de les Suyama-Ledesma siempre había soja cocida en la heladera, para utilizar en distintos platos. Mi viejo me dice que, aunque en su casa se comía de todo, antes de ir a comer a la casa de su entonces novia ni había escuchado hablar de la soja. También le llamaba la atención el poco interés que tenía José por la famosa carne argentina, considerando el mito nacional sobre el privilegio de comerla. Al abuelo nipón, la soberbia carne nacional lo traía sin cuidado. Lo que para él era ineludible, obviamente, era el gohan, arroz blanco. Cocinado en un jarro que ponía sobre la mesa, estaba presente en todas las comidas.

Casi a la par del arroz, en términos de importancia culinaria, estaba el té. “Toda su ceremonia del té, no era ningún saquito como los que tomábamos nosotros. El tiempo que tenía que hervir, cómo tenía que hervir, cuánto tiempo en el colador”, dice mi viejo. Recuerda también una especie de tetera que “cuando la vaciabas hacía el ruido que hacen las palomas, y la jarra tenía forma de paloma”. Vaya uno a saber qué era este recipiente pajaril, tan cotidiano para un japonés como curioso para un tucumano.

Otro utensilio peculiar eran los palillos, con los que siempre comió, “como japonés”. Suyama-san mantuvo sus hábitos en la mesa, aunque no cuadraran en el contexto local (y a pesar de que las tucumanas se quejaran de algunos de ellos). Lo que no significa que no compartiera un asado o unos mates, bien dulces y calientes como le gustaban.

De las comidas, lo que mi mamá recuerda con más deseo son “unos pancitos de arroz gomosos, sin sabor a nada”. Los tostaban y acompañaban con dulce de fruta casero, siendo ella y el abuelo amantes de los dulces. “Era una fiesta cuando traía eso”, me dice. Por la descripción que hace del pequeño manjar –interior gomoso, corteza crujiente una vez tostado, sabor sutil– seguramente habla del tradicional mochi. En lugar de comerlos con pasta de porotos –anko– como en Japón, los disfrutaban con dulces hechos de los nísperos, chirimoyas, papayas e higos que crecían en el fondo de la casa.

Para mi mamá, que había crecido con esta mezcla de sabores y hábitos, no había nada más normal. Su cotidianidad se desnaturalizaba cuando sus amigas o sus compañeras del colegio iban a la casa, a quienes les llamaba la atención todo lo que para ella era parte del paisaje diario. Y, si al principio no se animaban a conversar con ese señor reservado, una vez que descubrían que además era amable y sencillo, las preguntas sobre Japón empezaban a llover. Esta fascinación o su reverso, la indiferencia, eran las actitudes más generalizadas entre las personas de afuera del hogar. Madre no recuerda prejuicios y, aunque apunta que “racismo siempre ha habido”, no lo percibió con respecto a su abuelo; a diferencia del antisemitismo que era (y aún es) moneda corriente en las expresiones y el trato hacia las colectividades judías. Las preguntas que le hacían a ella pasaban por no tener “cara de japonesa”, retomando el asunto de los rasgos faciales y lo que esperamos descubrir en ellos.

Además del elenco tucumano, miembros de la colectividad nipona de todo el país desfilaban por la casa. Pero “los paisanos” no eran el único vínculo que mantenía el abuelo con Japón. Estaba suscripto a una publicación mensual en castellano sobre actualidad nipona y además recibía revistas que llegaban del país oriental. Tanto mi mamá como mi papá recuerdan la impresión que les causaron esas revistas, de fantásticos colores y un papel suave como la seda. El contenido era incluso más maravilloso, revelando tecnologías tan avanzadas que les hacían pensar que Japón estaba más lejos de Argentina en el tiempo que en el espacio.

Eran años en los que Japón no era sinónimo de superpotencia, sino más bien de potencia del eje. Fanático del cine, mi viejo se veía todas las películas que llegaban, y gran parte eran sobre la segunda guerra mundial. Arriesga que el relato yanqui del “peligro amarillo” permeaba la idea del lejano país que tenía la mayoría de los argentinos, él incluido. La profunda relación con José durante más de diez años, la cercanía con la comunidad nipona y las revistas extranjeras fueron para él una ventana a un Japón diferente. Pudo conocer “otra cosa distinta que esos guerreros que pasaban uno tras otro para matar o para que los maten. Era un país que producía, crecía.” En una época en la que Argentina y Japón no tenían tanto intercambio comercial, José –quien tenía vínculos con algunas empresas japonesas– hizo distintas ofertas al gobierno tucumano, buscando ser un nexo entre ambos países. Traducía las propuestas que le llegaban a un japoñol de difícil comprensión, que mi papá retraducía a un perfecto tucumano.

Desde la importación de los cierres YKK hasta la modernización de la maquinaria de los ingenios azucareros tucumanos, ninguna de las iniciativas de José prosperó, a pesar de su empeño y laboriosidad. Eran parte de sus esfuerzos por juntar dinero suficiente para viajar, ya que anhelaba volver a ver a la familia que había quedado en su isla natal. Mantenía contacto estrecho con su madre y sus numerosos hermanos, se mandaban cartas, él les enviaba plantas. Visitar Japón era su sueño, me cuenta mi papá. Hablaban de eso con frecuencia y trataban de hacerlo realidad. A fines de los 80, José les vendió parte del terreno de la casa familiar a la nieta favorita y a su marido. Con ese dinero y una ayuda de la Sociedad Japonesa parecía que por fin lograría viajar, pero se enfermó y nunca pudo concretarlo.

Mi mamá sentencia: “él vivía entre Argentina y Japón”. Y si él habitaba un espacio intermedio, ella vivía en uno híbrido. En 1965, mi abuela presentó como trabajo final de sus estudios de corte y confección dos kimonos, realizados en una tela plástica muy novedosa. Los modelaron las mellizas, maquilladas y peinadas como geishas en miniatura, con todos los detalles en su lugar y reverencias incluidas. Los patrones para elaborar los atuendos surgieron de las páginas de las revistas que llegaban de Japón, por supuesto. Modelos de esas mismas publicaciones inspiraron prendas que mi bisabuela tejió para su nieta, incluido su vestido de novia. Diseñaron el atuendo juntas y mi mamá eligió el punto de encaje que más le gustaba de una revista nipona.

Las mellizas desfilando en la Sociedad Sirio-Libanesa de Tucumán. 19/9/1965.

Las mellizas desfilando en la Sociedad Sirio-Libanesa de Tucumán. 19/9/1965.

Tenemos una reinterpretación de una vestimenta tradicional japonesa hecha por una argentina, confeccionada en tela ultramoderna y presentada en los cuerpos de dos tucumanitas; a la par del típico vestido de bodas occidental, enriquecido con un punto japonés e ideado en conjunto por dos generaciones de argentinas. En ambas prendas hay una mezcla de tiempos y territorios, cuyo maravilloso resultado es mucho más que la suma de sus partes. Creo que estas composiciones son expresiones de una nikkeidad que se vivía en esa familia, una interculturalidad parecida a muchas otras dentro de la colectividad argentino-japonesa, difícilmente reductible a meras cuestiones biológicas o de sangre.

Es 2019 y estoy cenando ramen con mi viejo, en una mesa compartida con comensales desconocides. Entablamos charla con una joven nikkei, quien menciona el festejo por el Día Internacional del Nikkei, próximo a realizarse. Le digo que seguramente nos veamos ahí, ya que a veces hago de emisaria de la Asociación Nikkei de Tucumán en los eventos a los que su presidenta no puede asistir por la distancia. Ella se ríe y comenta mordaz cuánto va a resaltar “una blanquita” en la celebración. El temor de ser descubierta por farsante, igual al que había sentido en ese otro restaurante un año antes, se ha hecho realidad.

Ese encuentro me deja un mundo de sensaciones. Comprendo que la experiencia de mi mamá no es igual a la de quienes sí tienen determinados rasgos, porque el racismo condena a simple vista. En ese sentido, ella no transitó una nikkeidad conflictiva. Es fácil sacarse el kimono y volver a ser “una tucumana más”. Entiendo por qué la chica del ramen dijo lo que dijo, sé que no soy una persona racializada y que mi blanquedad me protege. Al mismo tiempo, me molesta pensar que alguien pudiera aplicar un medidor de japonesidad para validar o negar la identidad de mi vieja, como hice yo esa noche de la charla con el mozo.

En la nota de La Nación, “Argentinos en Japón. Por qué es tan difícil ser nikkei en la tierra de sus abuelos”, el autor mide el nivel de sangre japonesa de una de sus entrevistadas, para definir si es nikkei completa, media o un cuarto. Esto después de afirmar que en Japón nadie podría imaginar que la familia de la joven es tucumana, aunque no sea “solo por los rasgos fisonómicos”. Sin embargo, inmediatamente opone su apariencia “japonesa” a la de su amiga, también nikkei, pero con rasgos de gaijin. Confuso mensaje. ¿Se trata o no de rasgos y apariencias? Queda la sensación de que no podemos despegarnos de la idea de que basta un vistazo para conocer la identidad de una persona. Que está en el cuerpo de una manera evidente para cualquiera que pueda ver. Es un atajo que esquiva la complejidad humana, para descubrirla hace falta más que un vistazo superficial, quizás se parezca más a leer un libro que a ver una foto.

Empecé este texto describiendo algunos atributos físicos visibles de mi mamá, para contraponerlos a otros que no especifico, pero que adscribo a la japonesidad. Mi apuesta es que quien los lea imagine unos rasgos faciales particulares. Es una trampa, asentada en años de estereotipos, ideas preconcebidas y hasta una corriente de pensamiento. ¿Cómo se supone que se ve una persona nikkei? No como nosotras, fue mi reacción instantánea en el restaurante. Lo absurdo es que, varios meses antes de esta cena, ya había leído el superclásico de Yoshio Sugimoto: Una introducción a la sociedad japonesa. Me habían impactado en particular los capítulos que desmitifican la idea de una “única raza japonesa”, noción propia no sólo de extranjerxs ignorantes como yo, sino de todo un género de textos denominado nihonjinron, que afirma la singularidad y homogeneidad de “lo japonés”, desde la biología hasta la psicología, pasando por el idioma y las estructuras sociales. De forma velada o no, esta “esencia japonesa” excluye a Okinawa y su gente y a la población originaria Ainu, y estas teorías de la japonesidad se han usado con fines racistas, nacionalistas e imperialistas.

A pesar de que en cuanto leí acerca del tema sentí que había abierto los ojos a una realidad mucho más verosímil que el mito de la uniformidad de la identidad japonesa en todos sus aspectos, me tomó mucho tiempo desterrar el nihonjinron de mi cabeza. Requirió entender lo racista de mis prejuicios, que no sólo niegan la experiencia intercultural de mi vieja, sino que, lo que es peor, implican que todas las personas de ascendencia japonesa se ven más o menos parecidas. Pero los seres humanos somos infinitamente variados, y la cara o la sangre no son indicadores automáticos de casi nada. La identidad de una persona no es esencial ni es estática, se está construyendo de manera constante, nutriéndose y mutando en tanto entra en contacto con otras identidades individuales y colectivas.

El encuentro entre diferentes culturas no está exento de conflictos, las relaciones de poder son siempre desiguales, en especial en un territorio donde una es dominante. Pero sus frutos son exuberantes, y tiene el potencial de dar aún más si abrimos el juego en lugar de cerrarlo. Bonna y José nunca tuvieron hijes propies, descendientes como tales, pero acogieron a mi mamá como su “hijita” y ella les eligió como figuras materna y paterna. El lado japonés aportó variedad cultural en forma de hábitos, valores, espacios de sociabilidad, alimentos y palabras, que todavía la acompañan. Mi mamá no sólo fue bien recibida en la comunidad nipona local, sino que formó y forma parte de ella. Mi vieja también es nikkei.

Mi mamá y mi papá el día de su casamiento junto a José, en la casa de mis abueles paternes. 21/6/1984.

Mi mamá y mi papá el día de su casamiento junto a José, en la casa de mis abueles paternes. 21/6/1984.

* Licenciada en Ciencias de la Comunicación (FFyL/UNT). Diplomada en Comunicación, Género y Derechos Humanos (Asociación Civil Comunicación para la Igualdad junto a CIM/OEA). Diplomada en Estudios Nikkei (Asociación Estudios Nikkei / Niquey). Integrante de la Red Iberoamericana de Investigadores en Anime y Manga. Becaria del Ministerio de Educación de Japón (MEXT) para investigación de posgrado en la Universidad de Nagoya.

Glosario (N. d. E)

Issei: «Primera generación», se utiliza para referirse al inmigrante japonés.

Nihongo: Idioma japonés.

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Qué es ser unx escritorx nikkei y otros juegos de la identidad

Por: Virginia Higa[i]

Imagen: “Ryūkō eigo zukushi” (“Colección de palabras inglesas de moda”), grabado sobre madera, Kamekichi Tsunajima, 1887.

 

En esta nueva entrega del dossier Estudios Inter-Culturales Nikkei / Niquey: Nuevas perspectivas entre Japón y América Latina, coordinado por lxs doctorxs Paula Hoyos Hattori y Pablo Gavirati, la escritora Virginia Higa nos ofrece un ensayo en el que explora la construcción de la identidad a partir de tres escenarios: un juego, un regalo y un encuentro de escritorxs. Así, la categoría “escritorx nikkei” se dibuja despacio como una oportunidad, una mirada, una de tantas formas de cruzar la frontera.


I: Cruzo la frontera

Mi juego favorito es un juego verbal, se llama Cruzo la frontera. Siempre es más divertido jugar de a muchos, pero creo que también sirve para entretenerse en soledad. El juego funciona así: hay una frontera y hay un guardián, que va enumerando elementos de una categoría oculta. Los otros participantes deben descubrirla, pensar nuevos ejemplos y tratar de “cruzar la frontera” con ellos. Es un juego un poco kafkiano, wilkinsoniano, definitivamente un buen juego para escritores. Acá, A es el guardián que proporciona el primer elemento, y el resto, jugadores que quieren cruzar:

A: Cruzo la frontera con un oso panda.

B: ¿Cruzo la frontera con un oso pardo?

A: No.

C: ¿Cruzo la frontera con una cebra?

A: Sí.

D: ¿Cruzo la frontera con un dado?

A: Sí.

E: ¿Cruzo la frontera con una película de Chaplin?

A: ¡Sí!

 

Y así. El juego puede ser tan simple o tan complicado como los jugadores quieran. He participado en rondas extremadamente difíciles, metafísicas, metalingüísticas, y también en otras muy breves y poco inspiradas. Lo que más me gusta de este juego es que funciona de abajo hacia arriba: para llegar al concepto abstracto de la categoría oculta (“cosas blancas y negras”), hay que pasar primero por múltiples ejemplos concretos. Y antes del momento epifánico en que la categoría se manifiesta, el conjunto de elementos que cruzan la frontera parece una pila de chatarra amontonada al azar. Hay una instancia extra de diversión que tiene lugar cuando algunos jugadores adivinaron la categoría y otros no. Los primeros siguen dando ejemplos que cruzan la frontera mientras los segundos observan perplejos lo que consideran una miscelánea sin sentido.

Por mi parte, cuando converso con otros, siempre necesito ejemplos para sentir que entiendo realmente de qué se está hablando, no me alcanza con nociones abstractas y definiciones. Mucho tiempo pensé que eso era una deficiencia, pero ahora me gusta pensar que la necesidad de ejemplos para entender el mundo está relacionada con un temperamento literario. La literatura es el terreno de lo particular, lo opuesto del pensamiento estadístico. Es lógico que Platón haya querido sacar de su república a “los poetas y sus auxiliares”: eran enemigos de la data science. Pensaban con ejemplos y no con definiciones. Con escenas y no con ideas. Con anécdotas, y no con datos. El movimiento mental de la abstracción es muy necesario para la vida pero el arte debe hacer un esfuerzo consciente por suprimirlo un rato (un ejemplo ilustrado: en un extremo del continuum del pensamiento —y la utilidad—, un emoji; en el otro, un cuadro de Lucien Freud). La observación de lo singular florece cuanto más se aleja el arte del ideal.

El lingüista George Lakoff lo explica mucho mejor en Women, Fire and Dangerous Things: entender cómo categorizamos es entender cómo pensamos.

La visión tradicional y objetivista de las categorías es filosófica y surge de dos mil años de disquisiciones acerca de la razón. En la teoría clásica, las categorías se definen a partir de las propiedades comunes de sus miembros y designan clases de cosas o seres del mundo real o de algún mundo posible. Pero el pensamiento humano es imaginativo de un modo menos obvio: cada vez que categorizamos algo de una manera que no refleja la naturaleza estamos haciendo uso de nuestra capacidad innata de imaginar y crear, estamos expresando una facultad inherente de nuestra especie.

Me propongo un ejercicio para la vida que también va a servir para la escritura: pensar categorías y ejemplos cada vez más ingeniosos para Cruzo la frontera.

“Ryūkō eigo zukushi” (“Colección de palabras inglesas de moda”), grabado sobre madera, Kamekichi Tsunajima, 1887.

“Ryūkō eigo zukushi” (“Colección de palabras inglesas de moda”), grabado sobre madera, Kamekichi Tsunajima, 1887.

II: El genotipo y el arquetipo

Hace dos años me regalaron para Navidad uno de esos kits de ADN que salieron al mercado en la última década y que a partir de un testeo genético pueden revelar de qué partes del mundo venían tus ancestros. Después de reconciliarme con la idea de entregar mi genoma a una empresa (Google ya tiene todos nuestros datos biométricos, por cierto), abrí la cajita de cartón y leí las instrucciones. Los pasos a seguir eran escupir en un tubo de plástico, mandar la muestra por correo y esperar. Un mes más tarde me llegaron los resultados a la casilla de mail.

El mapa genético es una página personalizada con un diseño súper amigable que incluye informes, trivias y un mapamundi coloreado con mucho detalle según el lugar de origen de tus antepasados. Además, la plataforma cuenta con una red social para contactar con parientes encontrados a lo largo y ancho del mundo.  Comparando el ADN de cada usuario con enormes bases de datos de referencia, estas compañías logran señalar con sorprendente precisión el lugar de origen de tus ancestros hasta ocho generaciones atrás. Ese día descubrí, entre otras cosas, que tengo un antepasado originario de Gambia o Senegal; que un tatarabuelo o abuela, nacido entre 1710 y 1830, era 100% nativo de Brasil (guaraní, kayapó… ¿quién sabe? no hay suficientes datos de esos pueblos en los archivos de la compañía) y que mis ancestros japoneses no eran solo okinawenses sino que al parecer podrían venir también de las prefecturas de Kagoshima y Shimane, en las islas de Kyushu y Honshu.

¿Eso significa que soy afrodescendiente? Me pregunté. ¿Tengo raíces en los habitantes originarios de las Américas? ¿Mi linaje japonés no se remonta solo al antiguo reino híbrido de Ryukyu, como pensó siempre mi familia? La respuesta es sí a todo.

Los resultados del test de ADN me tuvieron entusiasmada y reflexiva durante mucho tiempo. Imaginé el argumento de una novela en la que una persona recibe sus resultados, y, como yo, encuentra que tiene un antepasado africano o nativo americano. Empieza a obsesionarse con su linaje, hace averiguaciones en la familia, se pone a estudiar historia y etnografía. Cree ver rastros de pelo moteado en sus rulos o descubre mirándose al espejo que tiene rasgos aymara. Se empieza a vestir con la ropa que considera que le corresponde por herencia o se emociona con el gospel como nunca antes. Se vuelve, en fin, una caricatura. No hay nada de malo en identificarse con un pasado, pero la relación entre herencia cultural y herencia genética es una zona gris y resbaladiza en la que hay que pisar con cuidado, o corremos el riesgo de caer en posiciones reduccionistas y en esencialismos peligrosos. Porque ¿hay algo más inmanente que el propio, inmutable, ADN? El argumento de la novela quedó abandonado hasta que encuentre una manera más amable e inteligente de mostrar la relación de una persona con la historia que cuentan sus genes.

A simple vista parecen productos de cosmovisiones opuestas, pero el mapa genético tiene un aspecto en común con otra radiografía, tal vez más polémica, de la identidad: la carta astral. Las dos sacan a la luz una narrativa del pasado que nos sitúa en un punto preciso y bien codificado de la línea de tiempo, de la heterogeneidad infinita. Las dos toman datos del mundo que en sí mismos no significan nada y los convierten en un relato, y a nosotros en piezas móviles de un juego inmemorial. Las dos trazan líneas posibles que predicen, a su manera, el futuro: qué color de ojos tendremos, qué enfermedades; o bien qué relación con nuestra madre, qué atributos de la personalidad, pero ninguna de los dos lo determina en modo alguno. El medio ambiente, es decir, la vida, hace con esos mapas lo mismo que con todo lo demás: los excede y los arrasa. Llegué a la conclusión de que hay dos maneras de tomarse los resultados de un test de ADN (o de una carta astral), una es la obsesión y la búsqueda de la esencia. La otra es el juego y el estallido de las categorías. Desde ya, me quedo con la segunda. Porque del laberinto sin salida de los genes o de la posición de las estrellas, se sale haciendo trampa, es decir, por arriba. La identidad como juego, la única actitud sensata que se puede tener en el mundo de las taxonomías.

III: Qué es ser unx escritorx nikkei

Llego ahora a lo que me convoca. El año pasado me invitaron a participar de una mesa de escritores nikkei latinoamericanos en la Asociación Japonesa en Argentina. Las otras invitadas de nuestro país eran Anna Kazumi Stahl, Alejandra Kamiya y Agustina Rabaini. ¿Qué teníamos todas en común? Al parecer éramos escritoras nikkei. ¿Qué significaba eso? Ninguna de nosotras lo sabía con certeza, pero habíamos aceptado la invitación con gusto. Los organizadores de la mesa consideraban que “cruzábamos la frontera” de ese juego, y eso era suficiente. Lo cierto es que todas teníamos en nuestra historia personal una relación más o menos cercana con Japón, aunque eso no se traducía necesariamente en una obra de temática japonesa. Nuestras propuestas estéticas eran también muy diversas.

Lo nikkei es una categoría viva y por lo tanto mutable. Ese día, nosotras éramos ejemplos de lo que es ser unx escritorx nikkei, y juntas, en nuestra heterogeneidad, ayudábamos a definir y construir ese grupo desde abajo. Como todas las categorías que son nuevas en el mundo, lo nikkei reúne un grupo de elementos que antes eran disímiles (como un dado y una película de Chaplin), y les da una identidad y una cohesión. Quizás lo más interesante de lo nikkei (y más todavía, de la idea de unx “escritorx nikkei”) es que es una categoría en construcción, una categoría de la imaginación y no una etiqueta que se pone desde arriba para clasificar elementos con ciertos rasgos comunes.

¿Qué es, entonces, ser unx escritorx nikkei? ¿Es también ser una persona nikkei?     ¿Qué relación hay entre ser persona y ser escritorx? Son preguntas demasiado amplias para este texto. Pero hay dos puntos que creo que son esenciales:

En primer lugar, creo que unx escritorx nikkei no necesariamente escribe dentro de un universo de temas ligados con Japón, sino que ejercita sobre todo una manera de mirar. La mirada nikkei es una mirada corrida, que puede pararse y observar desde un lugar distante lo que ocurre entre dos culturas en contacto (me doy acá la licencia de considerar nikkei al Inca Garcilaso de la Vega, primer escritor mestizo de América, entrañable amigo de los híbridos del mundo). Para la mirada nikkei, todo lo que tiene que ver con Japón es a la vez familiar y extraño. Esa naturaleza doble puede no ser igual de útil en todos los aspectos de la vida, pero es sumamente productiva para escribir. Hace dos años publiqué una novela que cuenta la historia de una familia de inmigrantes italianos, basada de manera libre en la historia de mi propia familia materna. No hay nada de temática japonesa en ella, pero creo que está atravesada por la mirada nikkei, que fue condición de posibilidad para su escritura. En la novela trabajé con el léxico y las palabras que se usaban en la familia y que de algún modo también creaban categorías nuevas. Los que antes eran elementos a la deriva, de pronto, en virtud de una palabra, encuentran un lugar en el mundo. Me gusta pensar que son palabras que no tienen sinónimos (aunque si uno ama el lenguaje debería descreer de los sinónimos en general) y pertenecen a la misma clase que lo nikkei: en su indeterminación radica su fertilidad y su poder creativo.

En segundo lugar, unx escritorx nikkei sí que tiene una relación con Japón: es una relación de amor no correspondido. Y como todas las relaciones de amor no correspondido, es poética, inmensa, intensa y un poco patética. El escritor nikkei amará a Japón con locura, pero Japón nunca lo amará. El escritor nikkei cree que su amor por Japón lo dignifica, y con esa premisa trabaja y produce y, si tiene suerte, crea algo de belleza. A Japón ese amor le es del todo indiferente.

Una forma de mirar y un amor imposible. Eso es para mí ser unx escritorx nikkei. Pero últimamente siento el deber de buscar la esencia de las cosas en algo que no se pueda definir con palabras, y sin embargo sé que lo único que tenemos son las palabras. Ojalá aparezcan muchxs más escritorxs nikkei y muchas más categorías como lo nikkei, y que las personas puedan entrar y salir de ellas sin problema, cruzando la frontera a veces sí y a veces no, según la partida que elijan jugar.

[i] Virginia Higa es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. En 2018 publicó su primera novela, Los sorrentinos (ed. Sigilo), que se tradujo al italiano, al sueco y próximamente al francés. En la actualidad vive en Estocolmo, donde trabaja como profesora de español y traductora literaria.

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Palabras precisas. Sobre el proyecto Reunión, de Dani Zelko

 

Por: Mario Cámara

En este texto sobre el proyecto Reunión de Dani Zelko que integra el dossier “Transformaciones de lo literario: sus intersecciones con las imágenes, la música, el teatro y el cine”, Mario Cámara nos ofrece un análisis preciso sobre el funcionamiento de esta obra compleja que comprende un procedimiento de escucha, transcripción a mano, conversión a poesía, impresión y distribución barrial y su posterior lectura pública. De esta manera, se va construyendo una voz plural, un relato coral que es siempre una experiencia colectiva fruto de encuentros fortuitos en diferentes lugares del mundo. Las voces que componen los poemas adquieren un carácter performativo: están entre dos personas y no entre dos hojas. Zelko se convierte entonces en un escriba de voces silenciadas, en un flanneur coleccionista de relatos a los que ingresa con su cuerpo para encontrarse con la palabra y el cuerpo del otrx. Zelko se transforma, en definitiva, en un recopilador de historias marginadas que culminan en una ceremonia única y aurática. Quizás esta forma de escribir pueda disolver un rato los límites del propio cuerpo y suspendernos en un cuerpo compartido.


Nesse final de semana fui ‘expulso’ de um grupo de whatsapp – ex-colegas de colégio, maioria absoluta de bolsonaristas. Enquanto durou foi bastante rica a experiência de receber memes bizarros e perceber como a extrema-direita ganhou campo no coração de gente ‘comum’ no Brasil.

João Paulo Cuenca

¿Cómo hacer escuchar la voz del otre?, ¿cómo recuperar la singularidad de una vida?, ¿cómo transponer su entonación, su gramática, su presencia?, estas preguntas han sido, y lo son todavía, recurrentes para la literatura y el arte durante buena parte del siglo XX y lo que va del nuestro. Su formulación, sin embargo, a menudo ha contenido una serie de interrogantes insidiosos: ¿es posible hacer escuchar esas voces?, ¿en qué sitio se coloca el artista en esa operación?, ¿cuál es el riesgo de manipulación, de uso o de paternalismo de ese otro? El presente, con la expansión de los medios masivos de comunicación y su conversión en gigantes corporaciones con un fin exclusivamente económico, con la concentración de las editoriales en unas pocas firmas globales, con la creciente manipulación de las redes sociales, las fake news y la algoritmización de contenidos e informaciones le otorgan a los interrogantes iniciales un nuevo dramatismo. Pues se tiene la impresión, cada vez más certera, de que las voces de esas otras y esos otros, subalternas y subalternos, siguen dos caminos, o van desapareciendo de la esfera pública, o son editados por discursos autoritarios y formateados por pedagogías de la crueldad.[1]

En el marco de este diagnóstico me interesa abordar la producción de un joven artista argentino, Dani Zelko, cuyo proyecto Reunión[2] apunta a la captura de intensidades que se marcan en gramáticas, gestos y presencias, a través de la invención de procedimientos de reenmarque, cuyo resultado es el desmonte, la puesta en cuestión y la recuperación de existencias precarizadas, perseguidas, olvidadas o, simplemente, de una manera u otra, invisibles. Bajo ese título, Reunión, Zelko ha producido un total de siete libros, con dos zonas muy claramente delimitadas. La primera está compuesta por dos libros, denominados Primera y Segunda Temporada, que compilan, cada uno, un total de nueve escritos-testimonios recogidos en Argentina, México, Cuba, Guatemala, Bolivia y Paraguay. Aquí encontraremos una cartografía afectiva que mapea la voz de vidas apenas audibles, situadas en barrios populares de grandes ciudades o pequeños pueblos de Latinoamérica, recogidas a partir de una serie de desplazamientos aleatorios. El azar de los encuentros y la pregunta implícita por el “quién eres” articulan la totalidad de lo que voy a designar con el nombre de “poemas-testimonios”. La segunda zona, también compuesta por poemas-testimonios, que continua hasta el presente y lleva como subtítulo ediciones urgentes, contiene los restantes, hasta el momento, cinco libros. El proyecto aquí adquiere una politicidad más específicamente direccionada, basada en la inmediatez de los acontecimientos y la necesidad de la contrainformación. En las ediciones urgentes la palabra escuchada ya no es resultado del detournement, ya no son sujetos cualesquiera quienes hablan, sino protagonistas perseguidos, marginados, silenciados, dañados, familiares, amigos o compañeros de comunidad de personas asesinadas por fuerzas de seguridad estatales o víctimas de catástrofes naturales. Entre una y otra zona existen diferencias y continuidades sobre las cuales me quiero detener en las páginas que siguen. Tanto en las Temporadas como en Ediciones Urgentes Zelko pone en práctica un procedimiento que compromete la escucha, la transcripción a mano, la conversión a poesía de lo que escucha, la impresión, la organización de una lectura pública y la producción de un libro que distribuye y archiva en su sitio web. Sobre todos estos aspectos también reflexionaré en las próximas páginas.

Poéticas del caminar

 En la Temporada 1 y en la Temporada 2 encontramos la siguiente descripción, en primera persona e impresa en la tapa de cada uno de los libros:

Caminando sin rumbo, conozco a estas personas. Las invito a escribir unos poemas. Compartimos un rato, a veces varios días, y me dictan y les hago de escriba. Una vez escritos los poemas, se imprimen en libros. El escritor lee su libro en una reunión en el lugar donde vive y regala los libros a sus vecinos. Cada escritor cuenta con un portavoz, elegido por afinidad, que es el responsable de leer en voz alta sus poemas cuando se completa una temporada de Reunión. Al principio, en un encuentro, la palabra hablada se transforma en palabra escrita. Al final, los poemas hacen posible un encuentro que se vuelve palabra oral. Los poemas contentos: están entre dos personas y no entre dos hojas.

El texto describe las diferentes etapas que Zelko atraviesa hasta obtener los poemas-testimonios que nosotros finalmente leemos: caminar, escuchar, escribir, imprimir. En su brevedad, el texto logra convocar un sinfín de evocaciones que conectan prácticas y tradiciones. ¿Por dónde camina Zelko y qué significa el caminar? El itinerario que se construye a medida que leemos los poemas-testimonios delinea un mapa continental y marginal. Desde Lacanjá-Chansayab, un pequeño poblado en la selva de Lacandona en Chiapas, México, hasta Villa Dominguez, en Entre Ríos, desde Tzununá, Guatemala, hasta Asunción, en Paraguay, pasando por la villa Charrúa, en Buenos Aires, las temporadas recogen sus historias y se ubican, de este modo, lejos de la postal turística pero también, como intentaré mostrar, lejos de una estética de la pobreza o del exotismo autóctono.[3]

Hay dos aspectos importantes que este primer punto, el del viaje, evoca. En primer lugar el del viaje latinoamericano, encarnado tempranamente por Ernesto Che Guevara y plasmado en sus Diarios de motocicleta. Guevara consigna allí su travesía de 1951 a bordo de una motocicleta, que lo llevará desde Argentina hasta Caracas, Venezuela. Un viaje que, como ha reparado Ricardo Piglia, lo conecta con los jóvenes de beat generation, y a través del cual descubre nuevos territorios a partir de la experiencia personal.[4] No se trata, por supuesto, de establecer una fácil analogía entre Che Guevara y Dani Zelko, pero sí consignar que aquel viaje abre un horizonte para que decenas de jóvenes, en moto, automóviles, ómnibus, se propongan recorrer el continente como un rito iniciático de conocimiento social, autoconocimiento, de lecturas y escrituras. A pesar de que Reunión no sea un diario de viaje, Zelko se ocupa de plasmar escenas, en cada una de las Temporadas, que lo tienen como protagonista y funcionan como estampas de llegadas y partidas de los sitios recorridos, o como corolario del momento en que entra en contacto con las personas con las que conversará. En su encuentro con Akim por ejemplo, que abre la primera temporada, cuenta lo siguiente:

Estaba en El Remate, un pueblo a orillas del Lago Petén, en Guatemala. Partí con mi mochila a las cinco de la mañana rumbo a Frontera Corozal, en la Selva Lacandona, para llegar a México. Tomé un minibús que me llevó a Flores y de ahí, otro a la frontera. Era una combi para 20 pasajeros y éramos 50. Pedí bajarme y el conductor me dijo que éste era el más vacío que iba a encontrar, que los próximos iban a ser peores. A mí me tocaba estar parado, con la mochila entre las piernas y con la cabeza gacha porque el techo era muy bajo. El viaje duraba 6 horas.[5]

La figura de autor/artista que se elabora en este escrito, provisto de una mochila, desplazándose en transportes precarios, habiendo salido a la aventura del viaje, lo conecta con la tradición que acabamos de mencionar. Pero en tren de evocar, Zelko nos ofrece otra inscripción que se abre a otra serie de referencias igualmente importantes. En su encuentro con Rigo, un hombre de 44 años que vive en Tzununá, Guatemala, escribe lo siguiente:

Encontrarse con un desconocido es una forma de reingresar al mundo. Un encuentro inesperado siempre incluye una sorpresa, una conquista, una renuncia. Una pausa de lo que estabas por hacer, una salida del plan, un corte en la lógica del mundo. Cuando un encuentro sucede, te corrés de lugar. El encuentro es otro lugar. El encuentro es algo que sucede y a la vez es una construcción, una ficción, una coproducción

El encuentro empieza antes de hablar. De alguna forma misteriosa. Creo que tiene que ver con la percepción de una actitud. Una percepción que viene antes de las palabras.[6]

La imagen del encuentro inesperado resulta central para la poética de estas primeras producciones. ¿Cómo encuentra a quiénes encuentra?, podría ser la pregunta. Se trata de un encuentro dictado por el azar que compromete el caminar. En los pueblos y ciudades que visita, Zelko camina, se pierde o espera el momento preciso en que el azar lo conecte con la persona indicada. Si en la perspectiva del viaje latinoamericano podemos rastrear el horizonte abierto por Che Guevara, la premisa de la deambulación constituye el procedimiento que evitará los lugares recurrentes.[7] Lo social se articula con lo inesperado. La deriva inscribe su trabajo en una dilatada tradición, que convoca la historia del arte y define el proyecto de Zelko dentro de ese territorio. En esa línea podemos citar desde el object trouvé del surrealismo, que descubre lo insólito en medio de la urbe, al ready-made duchampiano, que singulariza y transfigura un objeto cotidiano elegido desde el desinterés[8], pasando por el detournement situacionista, referente central en este proyecto. Pues tal como afirma Guy Debord:

Entre los diversos procedimientos situacionistas, la deriva se presenta como una técnica de tránsito fugaz por ambientes varios. El concepto de deriva está indisolublemente ligado al reconocimiento de que hay efectos de naturaleza psicogeográfica así como a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo, por lo que se ubica en oposición absoluta respecto de las nociones tradicionales de viaje y paseo.[9]

La heterogénea serie propuesta encuentra su punto de convergencia en la disposición a salirse de un régimen visual tipificado y construir una mirada singularizadora y una apertura subjetiva para una experiencia de lo imprevisto. La deriva en Zelko, sin embargo, no apunta ni a los objetos ni a las geografías en lo que estas puedan tener de iluminador, sino a los sujetos. Algunos antecedentes, argentinos, y en cierta medida polémicos, pueden acudir ahora en nuestra ayuda. Los Vivo-dito de Alberto Greco, que convertían a una persona, muchas veces escogida al azar, en una obra de arte, o, como afirma Rafael Cippolini, en fetiches instantáneos, incluso trofeos[10]; o La familia obrera de Oscar Bony, que sube a una familia a una tarima para exponerla en Experiencias 68 y le vale la crítica de los sectores más conservadores del periodismo cultural y de los artistas enrolados en la izquierda[11]; o aun el Je rigole des pauvrés, de Carlos Ginzburg, otro viajero, como Zelko, como Greco, que lo muestra sonriente en medio de una población hindú en condición miserable. Intervenciones, todas ellas, éticamente controversiales. El encuentro con el otro en Zelko se distancia de cualquier sadismo social explicitado, como diría Oscar Masotta en relación a su happening Para inducir el espíritu de la imagen. Con los sujetos encontrados al azar, en Reunión se apunta a la construcción de una relación y una escucha.

Finalmente, ¿a quiénes se escucha y qué se escucha en estas primeras temporadas? Hay un testimonio-poema que constituye una escena fundacional, y que puede extenderse a la casi totalidad de los testimonios-poemas, incluidos los de Ediciones Urgentes. Se trata del sexto poema-testimonio de la Primera Temporada que pertenece a Edson, un niño de diez años que vive en un barrio popular de Buenos Aires. Zelko narra la escena del encuentro de este modo:

La primera vez que vi a Edson fue una mañana del 2015. Yo estaba en el comedor Mate Cosido, un espacio comunitario en la manzana uno del barrio Papa Francisco, donde dábamos talleres de arte para niños con unos amigos. Edson llegó agarrado de la mano de su madre, que con cara de preocupada, me apartó unos segundos del grupo y me dijo: “necesito por favor le enseñe a Edson a escribir. No sabe ni imprenta ni cursiva y si sigue así va a repetir”. Le dije a la madre que iba a hacer lo posible y me senté con Edson en un banco de madera pintado de rojo que hay en el patio del comedor. El patio es un edén en medio del barrio. Un espacio al aire libre con un árbol que da sombra y muchos murales de colores. Edson tenía una sonrisa pícara y ojos tímidos. Hablamos un poco de la escuela, de los compañeros, mientras yo pensaba cómo enseñarle a escribir a un niño de nueve años. Imaginaba que habrían probado un montón de métodos que no habían funcionado. Edson sacó la carpeta de su mochila y empezó a hacer su tarea. Escribía perfecto. Escribía con seguridad y su letra era clara. Me asomé a ver qué estaba escribiendo, a ver que estaba escribiendo: “¡Pero escribís perfecto!”, le dije. “Yo no sé escribir”, me dijo. “¡Pero si estás escribiendo perfecto!”, repetí. “¿Esto es escribir?”, me preguntó. “¡Esto es escribir!”.[12]

El no saber que se sabe, o el no saber exactamente la potencia discursiva de lo que intuye, piensa o balbuce, parece ser una condición central de numerosos testimoniantes en las Temporadas. El trabajo de Zelko, en este sentido, más que transformar lo que dicen, cortarlo o editarlo, consiste en proporcionar la escucha adecuada para que ese otro perciba que efectivamente está hablando. Es aquí donde las temporadas adquieren su primera condición política, que surge no tanto de lo que dicen los poemas-testimonios, sino del tener lugar de esa palabra.[13] Por ello, en las Temporadas y también en las Ediciones Urgentes, Zelko no es ni un productor de fetiches, ni un propiciador de infiernos artificiales (Bishop, 2012), ni siquiera un portavoz, sino intercesor[14] a través del cual escuchamos esa palabra que, percibida por quien ahora la profiere, sale del puro ruido para convertirse en discurso articulado.

Los 18 poemas-testimonios distribuidos en las dos Temporadas nos ofrecen historias de niños y adultos, que se articulan, como anticipé, en torno a la pregunta “quién eres”.[15] Una pregunta que, cabe aclarar, Zelko nunca realiza pero que parece estar implícita en la invitación realizada a los distintos participantes a “escribir un libro juntxs”, la frase-proposición con la Zelko da inició al procedimiento Reunión. La pregunta no dicha “¿quién eres?” es lo suficientemente amplia como para que en cada poema-testimonio los testimoniantes se sientan en disposición de narrar lo que más desean. No hay ni pregunta inicial ni contrapreguntas. Como si el dispositivo, artesanal hasta ese momento, compuesto por el propio Zelko a partir de unas hojas sueltas y una lapicera, construyera el espacio apropiado para la expresión de la palabra de esos otros. Sabemos desde Louis Althusser que la ideología también nos interpela y nos construye[16] y que la gubernamentalidad contemporánea nos somete a un constante escrutinio que tiene en la pregunta por el “quién eres” un sitio fundamental. Pero si la pregunta por el quién eres de los dispositivos del poder funciona como modo de reproducción e investimento de una subjetividad atrapada en esa malla de poder, que debe ser constantemente afirmada en su ser igual a sí misma, en las escenas de Reunión se opera una performance desplazada o una contraperformance en la que la palabra de ese otre parece poder operar un desvío. Desde el no saber al saber, desde el intuir al hablar, desde el pensar a afirmar, entre otros múltiples desplazamientos discursivos. Se abre, entonces, un territorio íntimo en el que la subjetividad anuda deseo, imaginación y experiencia. Quizá por ello, especialmente en la Primera Temporada, la voz de los niños tiene tanto protagonismo. Son cinco niños, sobre un total de nueve testimoniantes, que se dejan llevar por la aventura del hablar y le imprimen un tono especialmente onírico, tal como se puede ver en el siguiente fragmento de Akim:

Una vez soñé

que estaba molestando a un niño

pero yo no quería molestarlo

él me tiró una piedra y yo le dije

no me tires, no quiero pegarte

él estaba fumando su marihuana

se llamaba hippie

y le pegué y él lloró

y me sentí muy mal

yo no quería pegarle

y ahí él corrió

y yo me tiré en un cerro

pero el más grande del mundo

y caigo

y sigo cayendo

hasta que un avión

me agarró con un lazo

no tenía dónde ir

sentí que me iba a morir

y ahí aparecí en mi casa

y mi padre se enojó.

No te vuelvas a aventar, me dijo

no tenemos dinero para curarte.

 

Estrategias contrainformativas

En la siguiente etapa del proyecto, la Ediciones urgentes, Zelko se focaliza sobre temas específicos: la criminalización de la migración, la violencia patriarcal, la racialización, la persecución de la disidencia sexual, entre otras. Se trata de poner en escena la voz, y en consecuencia el contrarrelato, de poblaciones en estado de vulnerabilidad, sujetos marginalizados, perseguidos, asesinados, por el orden securitario neoliberal. Así aparece el primer libro, Frontera Norte, resultado de una serie de encuentros realizados entre septiembre de 2017 y octubre de 2018, la mayoría con migrantes provenientes de Latinoamérica y Medio Oriente que al momento de ofrecer sus poemas-testimonio se hallaban viviendo en Estados Unidos o Canadá.[17] En esta ocasión, la tapa ya no reproduce las palabras de Zelko, recluidas ahora en la contratapa, en un movimiento que lo corre todavía más de la escena. En su lugar, leemos un texto coral, que extrae fragmentos de varios de los participantes del libro y compone una reflexión centrada en la migración y el deseo de una vida mejor.

“Los migrantes están siendo construidos como enemigos políticos”. “Los migrantes están siendo incorporados al discurso de la guerra”. “Lo nuevo no son las migraciones, lo nuevo es este régimen de fronteras, esta fantasía neoliberal de gobernar la movilidad humana”. “¿Por qué no podemos entender que la inmigración es la secuela del colonialismo y la esclavitud?”. “¡La migración es la disputa misma de a qué le llamamos frontera!”. “¡Las caravanas migrantes son un levantamiento, una rebelión!”. “¡Este acto que están haciendo los migrantes inventa un nuevo momento histórico y político!”. “Migrar es pura voluntad de vida”. “Todos los seres vivos se mueven a donde hay agua, sombra, comida”. “Migrar es inaugurar un nuevo relato para tu propia vida”.

El relato resultante se encuentra atravesado por dos tensiones que recorren la mayoría de los poemas-testimonio: la persecución, en este caso del migrante como objetivo necropolítico (Mbembe, 2011), y la fuerza subjetivadora que es capaz de contener la decisión de migrar. En efecto, los poemas-testimonios hilvanan voces perseguidas sin que estas queden reducidas a una pura pasividad o sean confirmadas en su daño. Narran su dolor, resultado de experiencias de persecución y desposesión, pero también los puntos de fuga que les han permitido sobreponerse.[18] No se trata, sin embargo, de individualidades emprendedoras (Foucault, 2012; Brown, 2016), sino de voces que dejan ver una amplia red de asistencias solidarias y contingentes, como lo demostrarán, por ejemplo, los poemas-testimonios de Leonila y su hija Norma, integrantes del grupo Las patronas, que ayudan a los migrantes que viajan a bordo del tren conocido como La Bestia.[19] Al igual que el texto de tapa, los trece poemas-testimonios irán constituyendo una voz plural que contiene las marcas de los otros, no porque se conozcan sino porque la migración, como se desprende de este relato coral, siempre es una experiencia colectiva.

Las nueve sillas en la frontera de Tijuana, donde se leerá uno de los testimonios de Frontera Norte.

Las nueve sillas en la frontera de Tijuana, donde se leerá uno de los testimonios de Frontera Norte.

Luego de Frontera Norte, el trabajo de Zelko prescinde de la deriva y se concentra en el procedimiento de la escucha, la producción, la divulgación y el archivamiento. Le siguen Terremoto. El presente está confuso, de septiembre de 2017, en el que se traslada al Distrito Federal cinco días después del sismo que sacudió aquella ciudad. Monta allí una mesa en diferentes calles de las colonias Buenos Aires, Roma Sur, Obrera y Tacubaya. La instalación de la mesa transforma su deambular en una espera situada. Zelko adopta aquí la tradición del escriba. Terremoto compila la voz de dieciséis testimoniantes, identificados apenas por su edad y una letra. Desfilan allí la experiencia del presente y las memorias del devastador terremoto de 1985. Miedos y pérdidas se suceden componiendo nuevamente un poema-testimonio plural que describe a una población vital, nuevamente hay niños entre los hablantes, y en perpetuo estado de vulnerabilidad. La lectura pública aquí, en lugar de articularse alrededor de la ronda y a cargo del testimoniante, como fue realizada en las reuniones previas y lo será en las posteriores, es efectuada por el propio Zelko. Lo que sucede en esas lecturas públicas lo describe así Amanda de la Garza, en un breve texto introductorio a los poemas-testimonios:

Las personas al escuchar sus poemas asentían: “Sí, eso pasó, así fue”, como si alguien más hubiera vivido eso o alguien más lo hubiera relatado. Como si la distancia de leerse en la voz de otro, de leerse en ese instante, pudiera dar cabida a ese relato y a lo vívido, en donde la memoria es por un momento congruente con el temblor del cuerpo, y paradójicamente un recuerdo.

Tal como un ventrílocuo, Zelko reproduce oralmente lo escuchado y tipeado. La oralidad primera atraviesa de este modo un veloz circuito. Emitida por el testimoniante, escuchada y convertida de inmediato en letra impresa y leída por Zelko, se convierte, como apunta el texto citado, en relato y narración capaz de estructurar una experiencia límite y confusa como la producida por el terremoto. Se trata de devolverle inteligibilidad a partir de la resonancia en la boca de otro para que pueda ser reconocida por el propio emisor.Foto accioìn terremoto

Casi un año después, en agosto de 2018, Zelko publica Juan Pablo por Ivonne[20], que recoge la voz y las palabras de la madre de Juan Pablo Kukoc, el joven asesinado por fuerzas policiales en el barrio de La Boca, en la ciudad de Buenos Aires. Aquel crimen consolidó la política de mano dura que ya venía ejecutando el gobierno de Mauricio Macri.[21] El caso Chocobar, así se llamaba el policía que mató a Juan Pablo, es un momento bisagra en la economía emocional del macrismo, cuando la estrategia de la seguridad se impone frente al desastre económico.

Entre junio y octubre de 2019, Zelko se desplaza al sur de Argentina y compone ¿Mapuche terrorista?, el contra-relato del enemigo interno, que recoge las palabras de la comunidad Lof Lafken Winkul Mapu. Allí se narra la recuperación de tierras ancestrales, el posterior desalojo por fuerzas de seguridad y asesinato del joven Rafael Nahuel.[22] Como afirma María Soledad Boero:

A la violencia estatal contemporánea e histórica, el libro contrapone un mundo soterrado por siglos donde se experimentan otras formas de vida, una cultura ancestral pero que resiste y adquiere en la actualidad, otras fuerzas. Un pueblo que muestra su forma de habitar el mundo, el ejercicio de su lengua, el vínculo con la tierra y la naturaleza, el territorio que es una extensión de su cuerpo; la creencia en la machi y sus saberes sin edad; en definitiva, su modo de vivir en comunidad, su resistencia y persistencia ante el hostigamiento del poder colonizador y racista.[23]

Conjuntamente con ese libro, Zelko completa otro con el líder lonko weichafe Facundo Jones Huala, encarcelado por el gobierno de Chile en la cárcel de Temuco, que solo circula entre la comunidad mapuche. De este libro nada podemos decir. Su, hasta ahora, último libro, escrito en abril de 2020 plena pandemia de COVID, lleva por título Lengua o muerte y se realiza por teléfono. En la contratapa del libro, Zelko describe el modo en que utilizó la modalidad telefónica: “Durante abril de 2020 les llamé por teléfono. Me hablaron y escuché. Hice unas pocas preguntas y sonidos para que sepan que estaba ahí. Grabé sus voces. Apenas cortamos, las hice sonar y las escribí. Cada vez que hicieron una pausa para inhalar, pasé a la línea que sigue. Borré las grabaciones, les mandé los textos y los corregimos. Armamos este libro, que tiene una versión digital de descarga gratuita, un audiolibro y una versión en papel que distribuye la comunidad”.[24] Zelko escucha los relatos de tres migrantes de Bangladesh, Rakibul Hasan Razib, Afroza Rhaman, Elahi Mohammad Fazle, y la referente de la red Interlavapies, Pepa Torres Pérez. Los migrantes viven en Madrid desde años y narran la muerte de Mohammed Hossein por coronavirus luego de haber llamado durante seis días a la ambulancia sin obtener apenas respuesta, en parte por no poder hablar ni comprender el castellano. La migración aquí se anuda a la cuestión de la lengua, que ocupa el centro de las narraciones y dispara proyectos colectivos que transforman el dolor de la muerte en capacidad de lucha. Lengua o muerte reconfigura el trayecto realizado o le suma nuevos sentidos posibles. Coloca en el centro del proyecto Reunión la cuestión de lengua, su comprensión, su escucha, sus entonaciones, sus traducciones posibles, la violencia a la que es sometida y la resistencia que de allí es capaz de surgir.

En estos últimos tres libros, Zelko focaliza en colectivos activistas organizados para resistir las políticas de la desposesión neoliberal. Como apuntábamos, los colectivos perseguidos o dañables narran su condición vulnerable pero exhiben la potencia de sus redes y proyectos, tal como puede observarse en las portadas Lengua o Muerte y ¿Mapuche Terrorista?, donde el “nosotros” se adueña de la narración y aparece, en ambos casos y de diferentes maneras, una imagen de futuridad surgida a partir de un daño en el presente:

Lengua o muerte

después de la muerte de mi tío

vamos a luchar porque sea obligatorio

que los médicos de cabecera

que los juzgados

que las escuelas

que todos los sitios importantes

tengan traductores

para poder hablar en nuestro idioma

y para poder entender lo que nos quieren decir.

Somos más de cincuenta mil bangladeshi en España

y más de quinientos mil migrantes

ya no vamos a aceptar que por diferencia de idiomas

alguien se muera

no vamos a aceptar que por diferencia de idiomas no nos podamos entender.

 

¿Mapuche Terrorista?

La historia cambia

y la vamos a cambiar

a través de una forma de vida

que es ancestral

y es política.

¿Cuánto tiempo nos callaron?

Está sucediendo

una transformación

una transformación verdadera,

y sí

eso va a traer consecuencias

porque estamos oprimidos

y necesitamos no estarlo más.

Para la serie de las Temporadas proponíamos la figura del viajero cruzada con la del caminante situacionista, ahora en cambio se nos abre otro campo de referencias. En el borde inferior de Juan Pablo por Ivonne aparece la palabra “contrarrelato” (“el contrarrelato de la doctrina Chocobar”), al igual que Mapuche terrorista, que se define como “contra-relato del enemigo interno”. Esa insistencia permite entender una de las operaciones centrales puestas en juego en las Ediciones Urgentes. Zelko ahora se convierte en un artista etnógrafo (Foster, 2001) que entra en disputa con los relatos emanados de las fuerzas de seguridad y los medios hegemónicos. Y si habíamos pensado en Alberto Greco, Carlos Ginzburg u Oscar Bony para sus derivas, ahora emerge la figura del escritor Rodolfo Walsh con sus investigaciones sobre los asesinatos de José León Suarez durante los años cincuenta del siglo pasado, que derivarían en la escritura de Operación Masacre.[25]

 

De la pobreza de archivo a la performance

Reunión es como un iceberg. Nosotros apenas vemos el resultado final: los libros impresos. Nada o casi nada del complejo proceso que da por resultado esos libros está documentado. En su sitio web apenas hay imágenes de los encuentros que Zelko tiene con los diferentes testimoniantes y ninguna de las lecturas públicas ha sido filmada para que pueda ser reproducida.[26] ¿Cómo leer esa “pobreza” de archivo en el marco de un acentuado giro archivístico en el arte contemporáneo, con exhibiciones cada vez más concentradas en la documentación de procesos más que en la exhibición de obras? Es interesante recuperar aquí la distinción propuesta por Diana Taylor para pensar la performance entre “archivo” y “repertorio”. En relación con el archivo, Taylor sostendrá: “Por su capacidad de persistencia en el tiempo, el archivo supera al comportamiento en vivo. Tiene más poder de extensión; no requiere de la contemporaneidad no coespacialidad entre quien lo crea y quien lo recibe”.[27] Pese a la posibilidad de archivar al menos la lectura en vivo de algunos de sus testimoniantes y de ese modo tener más poder de extensión, Zelko elije no hacerlo. La pobreza de archivo debería ser leída, entonces, como una decisión ética que apunta a preservar el proyecto contra el riesgo de la exotización de ese otre vulnerable, y a poner de relieve el aspecto que considera más relevante: la voz de ese otre.

Sin embargo, algunos escritos del propio Zelko que figuran al final de la Primera Temporada, diversas intervenciones de críticos y artistas que escriben en sus primeras Temporadas, informaciones que nos ofrece en su página web, contribuyen a hurgar en zonas de ese archivo y proponer algunos ejes de lectura generales y transversales a sus dos etapas. Recapitulemos. La intervención de Zelko comienza con un primer encuentro íntimo con la persona o grupo que contará su historia. En ese espacio, al que no tenemos acceso, Zelko escucha y transcribe a mano. No graba ni filma, elige desprenderse de esas mediaciones tecnológicas. Su elección por la mano es una elección por el cuerpo. La mano y el brazo que se van cansando en la tarea del registro[28]. Poner el cuerpo, de este modo, constituye una gestualidad a través de la cual Zelko enuncia su compromiso con la situación, su participación activa. Depone las “armas” tecnológicas e ingresa con su cuerpo a encontrarse con la palabra y el cuerpo del otre. Entrar solo con sus manos es una forma de deconstruir una jerarquía: “vos hablás, yo te grabo”. En segundo lugar encontramos la dimensión performativa y performática. Se trata de una lectura en alta voz que se propone como una ceremonia entre encantatoria, catártica y reescenificadora, y se organiza en torno a un círculo compuesto por nueve sillas en donde se perciben gestos y entonaciones. La palabra impresa en el fanzine toma un primer estado público.[29] Frente a la deslocalización incesante de los discursos públicos, Zelko apuesta aquí por una suerte de barrialización que promueve nuevos lazos comunitarios. Frente a la reproductibilidad de la noticia compartida a través de facebook, twitter o whatsapp, Zelko apuesta aquí a la ceremonia única y aurática. El punto final de Reunión, es el archivamiento, o mejor la constitución de un contra-archivo que busca desterrar los poderes arcónticos que recubren esa palabra en su circulación pública. En efecto, en nuestro presente, las vidas infames o marginales suelen ser narradas por los grandes medios de comunicación y prontamente odiadas en los enunciados trolls, los visitantes anónimos de foros y las fake news que surcan las redes sociales. En el contra-archivo que es Reunión esas voces poseen otra entonación no solo por lo que nos cuentan, sino porque poseen otra forma. En cada uno de los siete libros publicados esa forma es la poesía. Pero, ¿qué significa en este caso “poesía”? Si, como afirma Judith Butler, “la violencia del lenguaje consiste en su esfuerzo por capturar lo inefable y destrozarlo, por apresar aquello que debe seguir siendo inaprensible para que el lenguaje funcione como algo vivo”[30], propongo que pensemos que poesía aquí es la apertura de un espacio que Zelko le abre a esas voces, atrapadas entre el silencio o la asfixia condenatoria, para que allí respiren y continúen vivas. Por ello nos cuenta Zelko, en una línea, en relación a Ivonne, la madre de Juan Pablo Kukoc, pero extendible a todos los libros que componen Reunión: “Cada vez que respiró pasé a la línea de abajo”. La puesta en página que transfigura el testimonio en poesía le ofrece a la palabra una nueva respiración que, sin perder la urgencia o el dramatismo, mantiene su jerarquía verso a verso. Frente a la concentración visual y discursiva que despliega la lógica mediática, repitiendo una y mil veces una misma imagen o un mismo conjunto de frases, la poesía en Reunión abre esas vidas, las multiplica por efecto del verso, de los cortes, por las rimas internas y por los sentidos plurales que se arman tanto horizontal como verticalmente.[31]

Temporalidades fuera de quicio

Hay tres reuniones en Reunión, lo que significa que hay diversos tiempos puestos en juego y que estos desempeñan un papel relevante en el proyecto.[32] En la primera reunión se construye una temporalidad a partir de la oralidad y el trabajo manual. La disponibilidad de la mano de Zelko propicia un tiempo urgente y lento a la vez, exhaustivo y atravesado por el cansancio muscular. La escritura se hace trazo y huella. Este pliegue temporal y primero, este cuerpo a cuerpo, es indispensable para que la ceremonia sea eficaz en términos performativos, para que el testimoniante perciba el compromiso con la situación que pone en acto Zelko. Es aquí, como afirma Claudia Bacci que “quienes testimonian lo hacen con sus capacidades de reinterpretación y autocrítica, de expresividad afectiva y corporal, desde su participación en la comunidad discursiva que define a esos hechos como parte de la trama de historia-memoria que los involucra, en diálogo con otras/otros y como parte de colectivos sociales con perspectivas políticas específicas en marcos sociales que los interpelan, mientras transcurren etapas en sus vidas cotidianas y proyectos”.[33] El testimoniante se transforma en una voz singular-plural.

La segunda reunión es la ceremonia pública y barrial que reúne a nueve personas en ronda. La figura del círculo recupera aquí imágenes de larga duración ligadas a la afectividad y al juego. Reunirse alrededor del fuego, pasar la infusión del mate de mano en mano formando un círculo, o juegos de larga duración tales como “La ronda de la batata”, el “Juan Pirulero” o el “Pañuelito”, por citar unos pocos ejemplos de juegos que se concretan a partir de la ronda y que acuden de inmediato a nuestra memoria afectiva. En relación a los juegos, en su texto “El país de los juguetes. Reflexiones sobre la historia y el juego”, Giorgio Agamben establece una conexión entre el “rito” y el “juego” vinculada al tiempo histórico. Mientras que el rito fija y estructura el calendario, el juego lo anula y lo destruye. Sostiene que numerosos juegos tienen su origen en ceremonias sagradas, en danzas, luchas rituales, adivinatorias. Pero mientras en los actos sagrados se conjuga mito y rito, en el juego solamente se mantiene el rito y no se conserva más que la forma del drama sagrado.[34] La ronda propuesta en Reunión no apela a la trascendencia, más bien la destruye para fundar un tiempo-ahora que se da sus propias reglas. La figura del círculo funciona como recorte y pliegue en relación con un afuera, y es, por supuesto, la imagen de un mundo otro o, más bien, de posible, que se concreta en un ahora.

Hay un aspecto más para señalar en torno a la ronda. ¿Por qué son nueve y no diez sillas? ¿Por qué un número impar y no par? Sin intenciones de proponer lecturas esotéricas, mi hipótesis es que el número nueve marca una ausencia y es la del propio Zelko, que durante estas lecturas se mantiene fuera del círculo. Así como en la reunión Zelko renuncia a su propia palabra, en esta segunda sustrae su propio cuerpo. Se trata, en la reunión íntima y la reunión pública, de procedimientos que buscan asegurar la palabra de quien testimonia y, al mismo tiempo, la menor intromisión del artista. La tarea de Zelko, reitero, no es la del portavoz, un malentendido posible teniendo en cuenta la naturaleza social de los poemas-testimonios, sino, como afirmé anteriormente, la del intercesor, o mejor aún, la del facilitador de situaciones.

Ronda de lectura de ¿Mapuche Terrorista?

Ronda de lectura de ¿Mapuche Terrorista?

Finalmente se produce la tercera reunión a través de nuestra lectura. Sin imágenes, solo palabras, el resultado final pone en crisis la potencial dimensión exhibitiva de Reunión, pues: ¿qué mostrar de este proyecto en un museo?.[35] La tercera temporalidad que funda aquí es la de la lectura. Impedidos de los registros sonoros o fílmicos, como lectores, somos invitados a aceptar la morosidad que los versos nos imponen y recorrer palmo a palmo las vidas allí contadas. Como si Reunión exigiera de nosotros la misma intensidad de escucha desplegada en las etapas anteriores.

En los debates en torno al arte relacional hay dos posturas claramente enfrentadas. La de Nicolas Bourriaud y la de Claire Bishop. El primero piensa el arte relacional como una suerte de espacio en que se ensayan nuevas formas de relación no permeadas por una sociedad cada vez más instrumental; mientras que Bishop sostiene, un poco en respuesta a Bourriaud, que ese modelo supone como premisa una subjetividad transparente.[36] El proyecto Reunión, en el que la relacionalidad ocupa un lugar fundamental, no es fácilmente adscribible a ninguna de esas posturas. Reunión no apunta a exhibir las consecuencias de una sociedad instrumental sobre las relaciones interpersonales, ni mucho menos apunta a exhibir la no transparencia en las relaciones humanas. En sus diferentes etapas, desde las más poéticas del comienzo hasta las más politizadas de sus últimas ediciones, Reunión no persigue una veridicción de alguna hipótesis preliminar. El carácter testimonial deshace los regímenes de verdad/mentira o transparencia/opacidad. La palabra hablada, escrita y leída funciona en un registro testimonial-performativo que narra al mismo tiempo que construye. Los testimoniantes toman la palabra –una palabra en ocasiones ignorada hasta por ellos mismos, otras veces marginada o silenciada, o simplemente guardada a la espera de ser articulada- pero esa toma de palabra también posee, como de algún modo lo hemos venido afirmando, un carácter autopoiético. Narrar en torno a la propia identidad o sobre lo que ha sucedido y lo que se desea implica no solo convocar al pasado y al futuro sino, además, dotar de una estructura narrativa a la experiencia. El testimoniante emerge de ese encuentro como un narrador-poeta.

Visto en su totalidad, el dispositivo Reunión es simple y complejo a la vez. Trabaja a partir de restricciones y distancias. Veamos. Zelko no habla ni participa de la ronda. Desde esa “no participación” y desde la ausencia de imágenes construye parte de su densidad. El resto se juega entre la artesanalidad de su lapicera, que pone a prueba la velocidad de su mano, y la escansión del testimonio que se vuelve público y se rearticula, en una nueva respiración, en la cadencia del verso, que retorna insistente y que hilvana sus sentidos en y entre los enunciados. Como si esas palabras antiguamente enmudecidas o custodiadas, a veces desconocidas hasta para sus propios enunciadores, encontraran un nuevo enlace, un nuevo tiempo, una nueva interfaz plural y una nueva potencia enunciativa en la forma de la poesía. Entonces sí, luego de esa larga travesía, llegan hasta nosotros.

***

Notas

[1] Para pensar en los lenguajes del odio y sus neutralizaciones literarias ver Gabriel Giorgi. “La literatura y el odio. Escrituras públicas y guerras de subjetividad.”, in Revista Transas (https://revistatransas.unsam.edu.ar/2018/03/29/la-literatura-y-el-odio-escrituras-publicas-y-guerras-de-subjetividad/)

[2] Todos los libros del proyecto Reunión se encuentran en: https://reunionreunion.com/

[3] Además de los poemas-testimonios, en las Temporadas participan: Juane Odriozola, Laura Ojeda Bär, Dana Rosenzvit, Guillermina Mongan, Diana Aisenberg, Ariel Cusnir, Mariela Gouric, Julián Sorter, Marina Mariasch, Alejandro López, Ana Gallardo, Ana Longoni, Andrei Fernandez, Andrés S. Alvez, Eva Grinstein, Juan Caloca, Leonello Zambón, Leticia Gurfinkiel, Marisa Rubio, Mauricio Marcín, Osías Yanov, Roberto Jacoby, Santiago Garcia Navarro y Silvio Lang.

[4] Piglia, Ricardo. “Ernesto Guevara, rastros de lectura”, en El último lector. Barcelona: Anagrama, 2005, p. 114.

[5] Primera temporada. Buenos Aires, 2018, p. 10.

[6] Ibid, p. 44.

[7] En el texto que Zelko escribe después del poema-testimonio del joven cubano Crespo, de la Segunda Temporada, Zelko exhibe en parte su deambular por una ciudad: “Santa Clara, Cuba. Acá está enterrado El Che. Es la ciudad que liberó cuando bajó de la sierra. Esa conquista confirmó que la revolución era un hecho y que las tropas revolucionarias podían empezar su caravana triunfal hacia La Habana. Camino por una plaza. Hay mucha gente joven. Es jueves a la tarde. Los jueves a la noche, la nueva generación de la trova cubana se junta a cantar en un bar que se llama El Menjunje. Todavía faltan unas horas. Entro al bar. Tiene un patio grande y paredes de ladrillo sin revocar. Detrás de mí aparece un hombre muy alto, muy flaco, con rastas muy largas, muy pocos dientes, y muy borracho. Crespo. Él se ocupa de la movida. “Tú, eres mi hermano”, me dice, y me encaja entre las manos una botella de gaseosa rellenada con el ron que fabrica el Estado. Nos sentamos en la fila de adelante. Van pasando los músicos. Canciones íntimas y ácidas que cuentan cómo es vivir en esta isla hoy. Muchos de los que cantan están censurados por ser socialistas. Todo el mundo se acerca a Crespo. Lo saludan, le agradecen, es la sustancia del lugar. Se hace tarde y hay que irse. Caminamos al Malecón sin agua, una plaza que queda a dos cuadras. Nos sentamos en las escalinatas de una iglesia. Somos unas 30 personas. Hay varias guitarras. Crespo todo el tiempo me abraza y me dice “Tú, eres mi hermano”. Con mucho acento en la U. Me sigue presentando a cada persona que pasa. Nos ponemos a hablar de arte con unos rastas. Les cuento de Reunión. Crespo me dice que él quiere hacer su libro, que tiene unas historias para contar. Dudo. Me cuesta mucho entender lo que dice. Casi no pronuncia las consonantes y habla con la boca muy abierta. Imposible transcribirlo. Le digo que si quiere probamos, pero que nos tenemos que encontrar al día siguiente bien temprano porque a la tarde me voy de la ciudad. “¿Te vas a poder levantar?”, me pregunta”, p. 8.

[8] Octavio Paz, Marcel Duchamp ou o castela da pureza. San Pablo, Elos, 2012, p. 23.

[9] “Teoría de la deriva”, en Internacional situacionista, vol. I: La realización del arte. Madrid: Literatura Gris, 1999, p. 50.

[10] “Alberto Greco: del espectáculo de sí al conceptualismo atolondrado”, en Alberto Greco ¡qué grande sos! Marcelo Pacheco, María Amalia García (org.). Buenos Aires: Museo de Arte Moderno, 2016, p. 113.

[11] Sobre La familia obrera escribí en Restos épicos. Relatos e imágenes en el cambio de época. Buenos Aires: Libraria, 2017.

[12] Primera Temporada, op. Cit., p. 58.

[13] Como postula Jacques Rancière: “Hay política porque el logos nunca es meramente la palabra, porque siempre es indisolublemente la cuenta en que se tiene esa palabra: la cuenta por la cual una emisión sonora es atendida como palabra, apta para enumerar lo justo, mientras que otra solo se percibe como ruido que señala placer o dolor, aceptación o revuelta”, en El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires: 2010, p. 37.

[14] La definición de “intercesor” es la de alguien que intercede por otro. Giles Deleuze, en diálogo con Antoine Dulaure y Claire Parnet, sostiene lo siguiente: “Lo esencial son los intercesores. La creación son los intercesores. Sin ellos no hay obra. Pueden ser personas –para un filósofo, artistas o científicos, filósofos o artistas para un científico–, pero también cosas, animales o plantas, como en el caso de Castaneda. Reales o ficticios, animados o inanimados, hay que fabricarse intercesores. Es una serie. Si no podemos formar una serie, aunque sea completamente imaginaria, estamos perdidos. Yo necesito a mis intercesores para expresarme, y ellos no podrían llegar a expresarse sin mí: siempre se trabaja en grupo, incluso aunque sea imperceptible. Tanto más cuando no lo es: Félix Guattari y yo somos intercesores el uno del otro.”, publicado originalmente en (L’Autre Journal, n.º 8, Octubre de 1985, entrevista con Antoine Dulaure y Claire Parnet.

[15] En la Primera Temporada, los poemas-testimonios de los niños son cinco. Me permito establecer una conexión con el libro de Valeria Luiselli Los niños perdidos. Un ensayo en 40 preguntas, un trabajo de difícil definición, como el de Zelko, pero que cuenta su experiencia como intérprete en la Corte Federal de Inmigración en New York como traductora del cuestionario de admisión al que son sometidos los niños indocumentados que cruzan solos la frontera desde México hacia Estados Unidos. El libro comienza así: “¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”. Esa es la primera pregunta del cuestionario de admisión para los niños indocumentados que cruzan solos la frontera. El cuestionario se utiliza en la Corte Federal de Inmigración, en Nueva York, donde trabajó como intérprete desde hace un tiempo. Mi deber ahí es traducir, del español al inglés, testimonios de niños en peligro de ser deportados. Repaso las preguntas del cuestionario, una por una, y el niño o la niña las contesta. Transcribo en inglés sus respuestas, hago algunas notas marginales, y más tarde me reúno con abogados para entregarles y explicarles mis notas. Entonces, los abogados sopesan, basándose en las respuestas al cuestionario, si el menor tiene un caso lo suficientemente sólido como para impedir una orden terminante de deportación y obtener un estatus migratorio legal. Si los abogados dictaminan que existen posibilidades reales de ganar el caso en la corte, el paso siguiente es buscarle al menor un representante legal”. En este caso, es el Estado el que pregunta, y exige una respuesta acorde, sobre el “quién eres”, en Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas). México: Sexto Piso, 2018. p. 9. Por otra parte, destaco lo que apunta Judith Butler: “Creo que podemos ver que esta pregunta atraviesa debates contemporáneos sobre multiculturalismo, inmigración y racismo. Es una pregunta que cambia su tono y forma dependiendo del contexto político en el cual es movilizada. Así, por ejemplo, puede ser preguntada desde una posición de supuesta ignorancia (“eres tan diferente de mí mismo que no puedo entender quién eres”), o puede ser formulada como una invitación a la escucha de algo inesperado y con el objetivo de revisar las presuposiciones culturales o políticas del sí mismo, o incluso cambiarlas drásticamente”, in Judith Butler, Athena Athanasiou. Desposesión: lo performativo en lo político. Buenos Aires: Eterna cadencia, 2017, p. 95.

[16] “Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado”, in Ideología. Un mapa dela cuestión. Buenos Aires: Fondo de Cultura, 2005.

[17] El libro se compone de un total de 13 poemas-testimonios ofrecidos por: Roxana (Guatemala), Ahmed Moneka (Irak), Almendra Reina (México), Njoud Aghabi (Jordania), Norma (México), Leonilla (México), Ceyla Willy Valiente (Miccosukke), Andrés «Kiki” Puntafina (Cuba), Carlos (Venezuela), Delbert Zepeda (El Salvador), Jessica Collins (Estados Unidos), Roland Jackson (Haití), Alex González (Guatamala). El libro se completa con reflexiones de Sayak Valencia, Alba Delgado, Verónica Gago y Amarela Varela.

[18] El poema-testimonio de Maritza, una mujer trans, resulta elocuente desde el comienzo y exhibe la pregunta por el “qué te ha sucedido”: “Yo tengo todo el cuerpo marcado / toda la piel / todos los ataques / todos los golpes que recibí / los puedes ver / los puedes tocar”. Poco más adelante, Valeria, otra de las testimoniantes, se encarga de testimoniar su punto de fuga: “Y un día / corriendo en el parque / me encontré aquí una comadre / una amiga que conocí cuando yo era una sexoservidora / y empezamos a ir a correr juntas al Flushing Park / por la mañana / con mucho frío. / Ella me quería alejar de la soledad / y me dijo, “Oye” / aquí cerca dan unas clases de Zumba / gratis / ¿por qué no vamos”? / Llegamos y veníamos con medio de entrar / pero entramos y estaban todas las luces apagadas / todo a oscuras / nomás el proyector se veía / y nos gustó / bailamos y bailamos y bailamos y bailamos”, p. 37.

[19] La Bestia (también conocido como El tren de la muerte) es el nombre de una red de trenes de carga que transportan combustibles, materiales y otros insumos por las vías férreas de México, sin embargo este no solo transporta materias primas sino que también es usado como un medio de transporte por migrantes, principalmente salvadoreños, hondureños, mexicanos y guatemaltecos, que buscan llegar a Estados Unidos. Los puntos de acceso a la ruta de La Bestia desde la frontera sur de México eran Tenosique (Tabasco) y Ciudad Hidalgo (Chiapas) pero en el 2005 el huracán Stan destruyó las vías y ahora el trayecto de 275 kilómetros hasta la ciudad de Arriaga deben realizarlo a pie, este termina su recorrido en Tamaulipas, Sonora o Baja California.

[20] Participan y comentan en la edición ampliada: Esteban Rodriguez Alzueta, Luci Cavallero, Verónica Gago, Ileana Arduino, Dana Rosenzvit, La Negra Quinto y el Colectivo Juguetes Perdidos.

[21] En este caso los comentadores son: Esteban Rodriguez Alzueta, Luci Cavallero, Verónica Gago, Ileana Arduino, Dana Rosenzvit, La Negra Quinto y el Colectivo Juguetes Perdidos.

[22] Aquí comentan: Soraya Maicoño, Pilar Calveiro, Claudia Briones y Eli Sánchez Alcorta.

[23] Boero, María Soledad.” Voces y mundos que resuenan. Apuntes sobre el vínculo entre lo sensible y lo político a partir del “procedimiento” compuesto por Dani Zelko. El caso Lof Lafken Winkul Mapu”. Mimeo, 2019, p.7.

[24] Esta es la información que el libro ofrece en la segunda página: “Razib, Afroza y Elahi son migrantes. Nacieron en Bangladesh, viven en Madrid. El 26 de marzo, en medio de la crisis por el Covid-19, Mohamed Hossein, un paisano suyo, murió en su confinamiento después de llamar durante seis días a los sistemas de salud y emergencia. Ningún médico fue a atenderlo, ninguna ambulancia lo fue a buscar, hablaba poco español. Desde entonces, junto a otras organizaciones migrantes y sociales, están armando un movimiento por la lengua, exigiendo traducción oral obligatoria en centros de salud, escuelas, juzgados, oficinas del Estado. Interpretación ya para entender lo que les dicen, para hacerse entender, para vivir en su lengua.”

[25] Es interesante, además, pensar cómo el último trabajo, Lengua o muerte, puede ser leído en clave alegórica como cifra del proyecto Reunión.

[26] En el sitio web hay imágenes de algunos testimoniantes del libro Terremoto. El presente está confuso y de Ivonne, la mamá de Juan Pablo.

[27] Taylor, Diana; Fuentes, Marcela. Estudios avanzados de performance. México: Fondo de Cultura, 2011, p. 14.

[28] Luego del poema-testimonio de Montaña, en la Primera Temporada, Zelko escribe: “Ningún encuentro se graba. Escribir fue mi grabador. Se me cansaba bastante la mano y ese cansancio funcionaba. Se hacía visible que las dos partes éramos indispensables para que los poemas queden en papel, se hacía evidente que estábamos entregados a la situación. Funcionábamos como una energía común. Quizás esta forma de escribir pueda disolver un rato los límites del propio cuerpo y suspendernos en un cuerpo compartido”, p. 33.

[29] Con esos relatos, los que surgen como resultados de los viajes y los más políticamente direccionados, Zelko imprime fanzines que entrega a cada una de las personas a las que escuchó para que ellas puedan regalarlos, lo que les permite apropiarse de esa palabra entregada primeramente, luego organiza una ceremonia de lectura con nueve participantes congregados en un círculo de nueve sillas en el que uno o varios leen de los fanzines lo que le contaron a Zelko. Cuando culmina esta etapa, se imprimen libros que compilan los textos de los fanzines, informaciones de los encuentros y textos de lo que Zelko llama “portavoces”, sujetos afines a los autores originales que pueden, eventualmente, “representarlos” en futuras rondas de lectura, además de textos de artistas, activistas e investigadores.

[30] In Lenguaje, poder e identidad. España: Síntesis, 1997.

[31] El procedimiento comienza y termina en lapso breve. Que sea así resulta esencial para el tipo de proyecto que es Reunión porque puntúa la urgencia y comenta los circuitos de información puestos en juego.

[32] Zelko lo enuncia de este modo luego del poema-testimonio de Diana, compilado en la Primera Temporada: “en cada instancia de esta obra, se abre una nueva distancia. Yo y lo que digo: una distancia. Yo que te escucho: otra distancia. Yo que escribo lo que escuché: otra distancia. Parece un mecanismo intrínseco y ontológico de cómo funcionan las obras, de las posibilidades de distancias que abre una obra. Distanciarse del propio yo, del lugar donde uno está, de algo que sintió, de su voz”, p. 20.

[33] Subjetividad, memoria y verdad: Narrativas testimoniales en los procesos de justicia y de memoria en la Argentina de la posdictadura (1985-2006). Tesis de Doctorado. Universidad de Buenos Aires, 2020, p.15.

[34] Agamben, Giorgio. “El país de los juguetes. Reflexiones sobre la historia y el juego”, en Infancia e historia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2001.

[35] Una de las formas de mostrar ha sido la lectura en ronda de los textos pero realizada por otras personas a los que Zelko denomina “portavoces”.

[36] Ver especialmente Nicolas Bourriaud. Estética relacional. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2006, Claire Bishop. “Antagonism and Relational Aesthetics”, en October, Vol. 110 (Autumn, 2004); y Claire Bishop. Artificial Hells. Participatory Art and the Politics of Spectatorship. Londres, New York: Verso, 2012.

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Las zonas de lo propio: espacio y ficción en el Brasil republicano

 

Por: Verónica Lombardo*

Imagen: fotograma de Deus e o diabo na terra do sol, de Glauber RochaBanco de Conteúdos Culturais da Cinemateca Brasileira

Verónica Lombardo problematiza el concepto de frontera en el espacio intranacional brasileño que se ha determinado históricamente a partir de ciertos ideologemas de paisajes. Desde Os Sertoes (1902) de Euclides Da Cunha hacia las variaciones del modernismo de los años 30, con las obras de Graciliano Ramos y poetas como João Cabral de Melo Neto como puntos de llegada, la autora evidencia la realización de la profecía revolucionaria  “el sertón será mar y el mar será sertón” —leitmotiv del filme Deus e o diabo na terra do sol (1964), de Glauber Rocha— y desarrolla cómo el campo literario brasileño ha respondido de manera vehemente a esta frontera de sensibilidades y atributos.


I

La idea de límite o de frontera es del orden de lo imaginario. De la misma forma en que la ficción lo es: cómo se imagina el límite, cómo se concibe esa línea que separa y define lo que es de lo que no es, qué variables del orden de lo concreto permiten afirmar la irrealidad del límite. Qué variables de “lo real” construyen la ficción. Entre el territorio geográfico (topográfico, geopolítico) y el espacio textual existen correspondencias que permiten revisar qué condicionantes operan a la hora de concebir las fronteras que diferencian lo que es la literatura de lo que no lo es; lo que es una expresión moderna de lo que no lo es; lo que es propiamente nacional de lo que no lo es.

La concepción de estas fronteras topográficas habilita la lógica binaria —lo nacional y lo extranjero, lo propio y lo ajeno (que es lo mío y lo suyo), lo fértil y lo infértil—, pero no cuestiona el nivel de arbitrariedad (en tanto pacto ficcional) que ese límite implica. Ahora bien, en el marco de las fronteras nacionales, también se dirimen los confines intranacionales: si en la Argentina se los ha pensado en términos de Buenos Aires- interior; en Brasil es posible hacerlo en términos de centro-interior, o bien, a partir de ciertos ideologemas de paisaje como el litoral y el sertón.

La humedad y la sequía como atributos contrastables de cada uno de estos locus moldean de forma maniquea la idiosincrasia territorial que funcionará como propiedad diferencial y valorativa: la selva emparda al sertón, la tierra húmeda es erótica y fértil en la medida en que la seca es yerma y tanática, el progreso fluye en condiciones húmedas en tanto el atraso asume la rigidez de la tierra áspera. Se establece de esta manera una conformación de dos sensibles a partir de los cuales se redistribuyen caracterizaciones e imágenes del Brasil: el sertón pasará a funcionar como un espacio en el que lo vital se suspende y en el que el tiempo reviste la condición de categoría interrumpida.

II

El campo literario brasileño ha respondido de manera vehemente a esta frontera de sensibilidades y atributos. De hecho, la literatura sobre el territorio tiene en el Brasil una tradición considerable cuyo punto de partida es Os Sertões (1902), de Euclides Da Cunha. La Guerra de Canudos (1896-1897) —guerra fraterna que pone en evidencia el quiebre de esa fraternidad— es en la pluma de Euclides la revelación de una nacionalidad fisurada cuyo territorio es la metonimia del campo de batalla. El sertón de Canudos, escarpado, ajado, insondable, constituye ese Brasil que se encontraba más allá de la frontera de lo concebible. Cuando Euclides Da Cunha, un ingeniero militar, periodista del diario oficialista O Estado de São Paulo, publica su obra literaria en el filo del ensayo, en el de la crónica literaria y en el del diario de campaña, instala el sertón en el mapa de Brasil y también en el imaginario nacional. La obra corre el límite y difumina la frontera que separa a la región sertaneja (“la otra”) del litoral donde se encuentran los centros de producción económica y cultural. El ejército de la República recientemente declarada en 1889—bloque y muro en tanto fuerza de choque— se desgarra: se desgarran los uniformes con la flora espinosa, se desgarran los cuerpos y se desgarra ese ejército, el cuerpo de la fuerza estatal. El Estado desgarrado se (des)gasta en cinco expediciones hasta que, finalmente, desarma el cuerpo de la comunidad de Canudos en un genocidio de características brutales.

¿Qué lugar tiene la obra de Euclides a la hora de pensar la porosidad de las fronteras brasileñas en el marco de la consolidación de una nueva forma de gobierno? En pleno proceso de modernización tanto política como económica, el Brasil “ideal” se topa con su umbral: asumir que sus confines naturales incluyen un territorio y una comunidad que “pertenece a otro tiempo”. El tiempo y el espacio establecen una paradoja irresoluble: la pujante nación moderna alberga una comunidad atávica. La conciencia de este espacio fuera del tiempo desdibuja el imaginario republicano que “resuelve la situación” enviando el ejército para destruirlo.

La obra de Euclides presenta y estetiza la dilución de los límites entre el litoral y el sertón, el proyecto de futuro y la permanencia del pasado, la secularización y la fe religiosa, en la medida en que pone en evidencia la colisión de estas zonas tan linderas como antagónicas. En el choque estalla la frontera, se fusionan, se desdibujan y se invierten los roles de Dios y el Diablo, metáforas de los contrastes de la tierra del sol. Por otro lado, la obra desmonta su propia condición de género —el ensayo admite un preciosismo estilístico que se cruza con la crónica y con los diarios de campaña—a la vez que el enunciador deviene de voz oficialista en voz denunciante. En este sentido es posible afirmar que Os Sertões abre el sertón a la nación, en una operación crítica de desestabilización de las zonas atribuidas que involucran no solo al territorio sino a los discursos y a los textos que las han consolidado.

III

… la literatura como lente, máquina, pantalla, mazo de tarot, vehículo y estaciones para poder ver algo de la fábrica de realidad…

Josefina Ludmer

En los años treinta, el ideologema del paisaje va a dar lugar a una producción literaria de afirmación de lo regional, lo que supone una tramitación del conflicto de las fronteras intranacionales, al menos en el campo de lo cultural. En la medida en que el paisaje afirma la diferencia, también se afirma el sertón como tópico abordable y discutible en la arena de la producción estética en el Brasil.

Muchos son los autores que han estetizado el rudo paisaje sertanejo y las adversidades de la vida allí. De hecho, el regionalismo ha dado gran cantidad de autores y obras que afirman ese territorio a partir de la estilización de la tragedia de la tierra que vulnera la subjetividad de sus habitantes. Si bien esta espacialización de una literatura supone la afirmación de un territorio afásico, también ratifica el límite y sus coordenadas.

Los alcances del modernismo en Brasil van a permeabilizar los límites por lo cual ese regionalismo afirmativo irá abriéndose a un regionalismo de pasaje. Una literatura que migra hacia formas más blandas de representación en tanto el lenguaje literario es forzado a ajustarse a esa sequedad sertaneja. Menuda paradoja. Esto es, el estilo para decir el sertón sufre variaciones y ajustes, abandona la rigidez de un molde realista para asumir la forma de la tierra, y abrir nuevos géneros y modos posibles para representar el espacio sin lengua. La profecía revolucionaria “el sertón será mar y el mar será sertón” —leitmotiv del filme Deus e o diabo na terra do sol (1964), de Glauber Rocha— funciona como mantra y sortilegio que deshace las fronteras y reconfigura los parámetros según los cuales se piensa lo nacional.

Las coordenadas de tiempo-espacio asimiladas en el Brasil de la primera mitad del siglo xx en función de las dicotomías litoral moderno cosmopolita y sertón atávico van a exhibir su porosidad: es esta porosidad la que permite cierto pasaje entre zonas de lo moderno y de lo arcaico, entre la literatura sertaneja y una nueva literatura del sertón. Graciliano Ramos ha efectuado esta operación de pasaje en el orden de lo representativo: la forma del texto ha asumido la del territorio reinventando una lengua literaria que, paradójicamente, se flexibiliza a la vez que se asimila con la dureza del paisaje. En este “ablandamiento”, la literatura revela su faceta más transformadora y moderna: la de tallar una prosa que resulte una cartografía de la tierra en una especie de hiperrealismo estetizante que parte del realismo, fuerza sus convenciones esclerosadas y exhibe operaciones estéticas que suponen un modo cabal de politización de la literatura.

IV

Las migraciones, la huida, el desplazamiento del infierno al paraíso o del sertón hacia el mar será el conjuro de los sertanejos que pueblan la literatura regionalista. Poder partir hacia una tierra próspera es el norte de los desclasados y de los abatidos por la dureza del sertón. Esa tierra es su tierra, por más inverosímil que parezca.

Estética y políticamente, la literatura efectúa su propio desplazamiento, pero es un desplazamiento hacia su propio centro para consolidarlo en su dureza y para proyectarse desde allí. Esto es, en la medida en que escritores como Graciliano Ramos (Alagoas, 1892-1953) o poetas como João Cabral de Melo Neto (Recife, 1920-1999) fundan y experimentan una gramática seca —no de la sequía—la experiencia del Sertón se vuelve comunicable y asequible.

¿Cómo leer a João Cabral sin tropezarse con sus versos, montículos de piedra sobre piedra? ¿Cómo renunciar a la expresión poética que se rompe contra la dureza racionalista de una especie de antilírica? Se trata de una literatura que recorta su propia zona, para expandir sus límites representacionales, para irradiar el calor de esa tierra abrasadora. Ese movimiento inaugura un puente, o bien, un atajo: si el sertanejo errante migra hacia el litoral en busca de un nuevo destino, la literatura se mueve hacia zonas de lo experimental para encontrar también otro camino: un modo de decirse que supone una afirmación, un posicionamiento y una voz que esté a la altura de esa nación moderna que, tan agónicamente, logró sostenerse en la diversidad.

* Verónica Lombardo es Licenciada y Profesora de Enseñanza Media y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es integrante de la cátedra de Literatura Brasileña en la carrera de Letras donde investiga temas vinculados con el sertón como tópico y como espacio de representación. También traduce textos y es editora de contenidos.

Drogas, tecates, informantes, Frontera México-EE. UU.: “Me decían mexicano frijolero”, un testimonio de Roberto Rangel

 

Por: Alberto Moreiras

Foto: Erin Lee (www.erinleephotography.com). Campamentos improvisados de gente sin hogar a orillas de «El Bordo» (Río Tijuana)

 

El docente e investigador de la Universidad de Texas A&M, Alberto Moreiras, efectúa un acercamiento al testimonio de Roberto Rangel, humilde mexicano que sufre en carne propia el infierno de convertirse contra su voluntad en informante para beneficio de círculos corruptos de la policía de San Diego, California (EE. UU.), involucrados en el narcotráfico.


Si pudiéramos intentar algo así como una fenomenología del informante —es decir, establecer una tipología imposible: ¿cómo son los informantes, a qué mecanismos responden, qué buscan en lo que hacen, qué satisfacción libidinal obtienen de su labor?—, creo que Me decían mexicano frijolero sería el lugar en donde buscar los rasgos primarios de un informante en grado cero.  Así, a Roberto Rangel le correspondería el honor atroz de configurar el tipo más extremo del informante: el que informa contra su voluntad, contra su vida, contra su satisfacción libidinal, contra lo que quiera que pueda entenderse como su felicidad; un informante esclavo, que actúa solo siguiendo un imperativo deconstituyente. A Rangel le dicen: “Informa, es tu ley, firmaste un contrato, no tienes opción, y si no lo hicieras despanzurraríamos a tus novias, mataríamos a tus hijos, y luego nos desharíamos de ti”.  Rangel no tiene vida, aunque la busca: se la han robado.  Sabe que sirve a canallas, sabe que el sistema que le rodea sirve también a esos canallas, no tiene recurso alguno, y el milagro es siempre el milagro de una supervivencia precaria, en la cárcel, cincuenta y siete años por un asesinato inventado, cincuenta y siete años falsos, porque Rangel no cuenta, no sirve, no es, o es solo carne de cañón, y a esa gente se la condena solo porque sí, ninguna otra cosa sería consistente, ni la verdad ni la justicia pueden entrar en el procedimiento.  Solo el escarnio.

Porque hay escarnio sádico por parte del policía que lo maneja como informante y lo convierte en su servidor sexual y lo humilla y degrada en cada visita, el policía que lo llama “mexicano frijolero” en el momento de la violación y que le hace comer carne escupida en el suelo porque no otra cosa merecen los mexicanos frijoleros que creen que pueden venir a Estados Unidos a comer carne.  Son ellos mismos carne, carne usable sexualmente o económicamente, pero por fuera de eso son nada, no son nada, son nada. Son solo transcripciones, objetos para el despliegue de una psicosis predatoria que cuenta, por otro lado, con la cobertura oficial, estatal, con todo el cuerpo de policía, con todo el aparato estatal.  Roberto Rangel cae en una máquina de triturar cuerpos y espíritus y ya no saldrá nunca; paradójicamente, solo la cárcel trae cierta medida de tranquilidad, la posibilidad de aprender a leer, de aprender a escribir, de dar un testimonio que nadie creerá nunca, que será siempre considerado ficción y puesto a la distancia de la ficción porque nadie puede dar crédito a su verdad sin entrar en la noche sicótica: no es solo el policía Rivas o la María de Inmigración, sino todos los demás agentes que deben descreer cualquier palabra de Rangel, el abogado, el fiscal, el juez, nadie puede atenerse a la verdad simple, al mero testimonio, pero qué testimonio, todos piensan que hay mentira, que no puede ser, pero es justo a través de ese no poder ser, a través de su improbabilidad misma. Es la noche psicótica. En ella Rangel escucha “you are a bitch, nothing but a bitch, I will make you my bitch, you will become a bitch, I will give you your proper existence as a bitch, your being must match your worth, your name is the name of a bitch, proper name, mexicano frijolero, suck my cock o despanzurro a tu hijo”.

Hay que preguntarse cómo se desvincularía el Presidente Trump de esta situación. Cuando le dice a Peña Nieto pay for the wall, pay for my wall, you must, or you will suffer the consequences, no tienes opción, y si no lo hicieras despanzurraré a tus hijos, mataré a tus novias, I will make you my bitch, you already are my bitch, ¿no está el Presidente Trump introduciendo la noche psicótica en la política internacional? Para su propia catexis libidinal, para su propia descarga, así son los hombres, como Rivas, el detective de Fresno que tiene la confianza de su gente, de la DEA, de la Highway Patrol, del fiscal del distrito, de los abogados, de los jueces, o la compra. Al fin y al cabo, el mismo Rivas tiene acceso a toda la cocaína del mundo, y así al dinero, para eso le sirven sus informantes.

Hay otros informantes.  Está por ejemplo el Butcher’s Boy, el protagonista de The Informant, de Thomas Perry, que informa a una empleada del Departamento de Justicia porque esa información sirve a su propio interés, a su propio cálculo, a su frío plan de venganza, o no es venganza, solo precaución, esos tipos mejor que estén en la cárcel o muertos. Él es un asesino, pero no puede matarlos a todos, son muchos, y así se ayuda a sí mismo, en cuanto asesino, como informante, por cálculo: informante radical, como lo que decía Kant del mal radical, el mal que se hace por cálculo, por oportunismo, aunque el otro lo merezca. Pero no es el mal diabólico del informante en grado cero, del informante que es, no agente, sino paciente del mal diabólico, una vez cruza la frontera.  Pero ahora habrá un muro.

Y luego está el otro informante, el informante serio, profesional, el informante que informa por deber, el informante que acepta una vida de riesgo y traición, de infinita distancia, porque hay una ley que hacer cumplir, una ley que cumplir, y hacerse informante es afirmar la libertad, es ser libre, aunque uno está solo cumpliendo leyes, haciendo que la ley se cumpla, cooperando en ello, no importa el precio: el informante moral, o informante en grado pleno, por ejemplo, el Robert Manzur de The Infiltrator. La tipología del informante coincide con el análisis kantiano, gran cosa, hay mal trivial, y luego hay mal radical y hay mal diabólico, y hay libertad moral, y no hay más.

Pero es una tipología precaria. El informante, como todos, solo quiere que algún ángel vuelva a su vida, como Tobías, que perdió a su ángel y pasó el resto de su vida, hasta los ciento diecisiete años, añorándolo, pidiendo su retorno. No es posible vivir sin ángel, o la única manera de hacerlo es vivir en la nostalgia del ángel. No habría hospitalidad sin tal nostalgia, la nostalgia del ángel es condición de hospitalidad. El informante informa en nostalgia de ángel. El informante pide hospitalidad, requiere hospitalidad, y a veces la da, pero solo para recuperarla. Para el pobre Rangel, el ángel es quizá el hijo que no conoce, al que no conocerá nunca, la segunda hija de la otra novia que también pierde, los hijos que vienen y se van, y de los que no se puede asegurar retorno alguno, ya no, no así, y sin embargo, si así no, ¿entonces cómo? Rangel pide cruzar la frontera, pide volver después de su deportación, cosa humanitaria, tiene un hijo, quiere ser recibido por su hijo, y cae en las manos de una policía que parecía trivial pero es diabólico, y así, sin papeles, sin letras, atado solo por la amenaza de muerte general, no es ya más que esclavo, pronto adicto a su esclavitud misma, informante que ya no informa, porque informar requiere una distancia ahora perdida. Y ya no hay distancia, a menos que la letra del testimonio mismo pueda organizarse como distancia, a menos que una verdad sea en última instancia expresable, aunque nadie pueda creerla. A menos que pueda entrar el ángel en la carta.

 


Me decían mexicano frijolero

testimonio de Roberto Rangel

elaborado en colaboración con Ana Luisa Calvillo

(Ciudad de México/Chihuahua: Editorial Ficticia/Instituto Chihuahuense de Culture/Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2015)

 

 

 

III. Tomasa

 

Mi destino cambiaría por completo cuando conocí a una chava de nombre Tomasa. Decía que trabajaba en unas oficinas, y yo simplemente le creía todo, estaba ilusionado de tener una relación con ella. Como novios fue algo tranquilo y muy abierto, nos llevábamos bien. Me gustaba amanecer a su lado.

Yo, al menos, me sentía enamorado; estaba contento de saber que tenía una pareja por quién ver y que en determinado momento ella también vería por mí. Eso me hacía sentir fuerte y con ganas de trabajar muy duro, hasta que descubrí que ella tenía la mala costumbre de cobrar cheques que no eran suyos.

En febrero de 1998, Tomasa fue arrestada por la policía y estuvo detenida por seis días. Yo me moría de angustia, no sabía a quién recurrir. Después la pusieron en libertad bajo palabra, y, como no regresó a la Corte cuando debía, fueron a arrestarla otra vez en marzo. Lo grave fue que a mí también me arrestaron porque dijo que yo era su cómplice, pero enseguida me otorgaron la libertad sencillamente porque yo no tenía nada que ver con el problema de los cheques; ni siquiera sabía leer, ni escribir en ese tiempo.

Fui a hablar con un tío de Tomasa para tratar de sacarla bajo fianza, pero resulta que ella volvió a inculparme y me arrestaron de nuevo.

En la cárcel, Tomasa me mandó una carta. Un muchacho me hizo el favor de leer el papel. Decía que había descubierto que estaba embarazada y que estaba decidida a abortar porque no quería tener al bebé. Se me paralizó la sangre: “Dios santo, no puede ser”. El muchacho me hizo una carta en la que yo le pedía a Tomasa que reflexionara porque un hijo era una bendición de Dios; que no se preocupara, pronto saldríamos y juntos cuidaríamos del bebé. Traté de animarla de todas las maneras posibles.

En la Corte, el juez quería dejarme libre por falta de pruebas, pero a Tomasa la quería mandar a prisión. Esa fue la razón por la que decidí echarme la culpa para que a ella la dejaran libre, aunque no fue tan fácil.

Estando en la cárcel tuvo a la niña, el 15 de octubre del 98, en el Hospital General que está en las calles Cedar y Kings Canyon. Casi diario yo recibía cartas suyas. Me decía que me amaba mucho, que yo era el amor de su vida, que sin mí no podía vivir… Bueno, me decía de todo: me regalaba el cielo, las estrellas y la luna. Pero el día que la dejaron en libertad me mandó al diablo y se olvidó de mí. Simplemente desapareció del mapa. Me quedé pagando cárcel por sus cheques un año con tres meses.

En la cárcel yo conversaba mucho con un cuate. Cuando ya me faltaba poco tiempo para salir y ser deportado a México, le pregunté al muchacho si sabía cómo localizar a Tomasa y a mi hija.

—Yo conozco a unas personas que pueden ayudarte —me dijo.

Días después se presentaron dos hombres en la cárcel, uno de ellos de nombre Víctor Villagrán. Según esto, eran trabajadores sociales del condado de Fresno.

—Venimos a ofrecerte ayuda para encontrar a tu hija —me dijeron— y también podemos darte trabajo —no especificaron qué clase de trabajo sería, ni yo les pregunté. Pensé que sería labor del campo, lo que era más común.

—Me van a deportar —les dije.

—No te preocupes —dijo Villagrán—, nosotros personalmente te retornaremos. El jefe de Inmigración nos dará un permiso, ya que se trata de un asunto humanitario. Toma este número, es de la señora María, trabaja para Inmigración. Llámale cuando te deporten.

Me dieron el teléfono 559-2911046. Víctor, en aquel tiempo, tenía unos cincuenta años de edad. Este hombre me conduciría al infierno y yo no lo sabía.

Fui deportado el 29 de junio de 1999. Me trasladaron a Tijuana, Baja California. Llamé por teléfono a mi familia y me dijeron que mis padres estaban enfermos. Yo no sabía si regresar al pueblo o a Estados Unidos, como me había indicado Villagrán. Imaginaba a mi padre contento por mi regreso, pero al mismo tiempo diciendo que yo no había sido suficientemente hombre para cumplir con la hija que había tenido en el otro lado. Eso no me gustaba. Entonces llamé a la oficina de Inmigración que me recomendaron. Les avisé que necesitaba ir a mi pueblo con urgencia.

—Cuando regreses, llámanos para buscar a tu hija —me dijo la señora María, el contacto en Inmigración—. No tardes mucho.

El viaje al rancho fue un martirio. El avión no pudo aterrizar en Uruapan porque estaba cayendo un diluvio y regresó a Morelia. Tomé un taxi. El cielo estaba negro. Apenas se distinguían las casas a través de la ventanilla del carro.

Cuando recargué la cabeza en el asiento cerré los ojos desconsolado; me costaba trabajo creer que todo hubiera terminado y que yo estuviera igual o peor que antes. Todo me había parecido una gran ilusión desde que conocí a Tomasa; estaba contento de tener una hija, pero lo poco bueno que tuve se había ido muy tontamente a la basura.

Cada que pensaba en la niña sentía una roca oprimiendo mi pecho. ¿Por qué se fue Tomasa si yo quería estar con ella? Al repasar los hechos una y otra vez buscaba la juntura que había iniciado la gotera por donde se escurrió nuestra relación, pero no la encontraba.

Cuando llegué a la casa, mi papá me miró con tristeza. Nada más lo abracé.

—Ya volví —le dije. Fue una noche muy apagada para todos.

 


 IV. Víctor, María y Damián

 

Durante los días que pasé con mi familia en el rancho llamé en varias ocasiones a la señora María. Ella me insistía en que regresara; juraba que ya sabían dónde estaba mi hija y supuestamente me necesitaban con urgencia.

El 29 de julio tomé la decisión de viajar otra vez a Tijuana. La señora María me dijo que mandaría a alguien por mí a la frontera.

El 6 de agosto por la mañana llegó una mujer joven que me llevó al centro de la ciudad a tomarme unas fotos. Más tarde me consiguió unos documentos e intentó cruzarme a los Estados Unidos, pero en la línea fronteriza nos detuvo Migración porque los papeles eran falsos.

—Vas preso al condado de Fresno —me dijo furioso el oficial— porque acabas de salir de la cárcel y tenías tres años de probatoria.

Afortunadamente me deportaron de nuevo, en lugar de arrestarme. Le avisé a la señora María. Esta vez mandó a un hombre como de 30 años, moreno, de cabello largo. Pero el tipo prácticamente me secuestró:

—Yo nada más obedezco órdenes —me dijo—: métete a la cajuela del carro.

—Ni madres, yo no me meto.

Me metió a la fuerza y me cubrió con unas maletas.

—¡Me estás secuestrando, bájame!, ¿a dónde me llevas?

Cerró la cajuela y arrancó. Después de un rato me empezó a faltar el aire. Me estaba asfixiando. Golpeé el respaldo del asiento, gritando, pero el bato no se detuvo. Más adelante fue a decirme que ya estábamos en la línea y era mejor que me callara.

Cruzamos la frontera y por fin se detuvo en San Diego, California, en el estacionamiento de unos departamentos. Abrió la cajuela y se espantó al verme. Rápidamente me sacó, pero no pude ponerme de pie, estaba completamente entumido y tembloroso. El bato me echaba aire con la mano. Me dio agua. Luego me percaté de que dos hombres venían con él en otro carro.

Uno de los batos me dijo que no tuviera miedo, que parecía un secuestro, pero que no lo era. Nos subimos al otro carro. Yo iba en el asiento de atrás. El hombre al volante manejaba como loco por una carretera interminable de un solo carril. Pasamos unos pueblitos y más adelante llegamos a la autopista Cinco. Solo topamos una patrulla de caminos en todo el trayecto; obviamente me agacharon en el piso y después me enderezaron.

Llegamos a la ciudad de Selma, California. En la autopista 99 y 43 nos detuvimos en un gasolyn y uno de los hombres llamó a la señora María por un teléfono público. Después de mucho rato apareció Víctor Villagrán en una troca color blanco. Era el supuesto trabajador social que me había visitado en la cárcel. Tras él iba un carro con dos hombres.

—Súbete a la troca —ordenó y me llevaron a Fresno.

En Fresno nos detuvimos en el Hotel Kings Canyon. Ahí Villagrán rentó un cuarto bajo su nombre. Me dijo que pasara ahí la noche, que se iban a quedar los batos conmigo y después me llevarían a un departamento. Todo era muy extraño.

Días después, el 18 o 19 de agosto, apareció Villagrán con dos hombres en una Van color azul. Uno de ellos era Damián Rivas, quien convertiría mi vida en la pesadilla que hasta hoy me tiene hundido en prisión.

Rivas medía como un metro sesenta y usaba bigote. Me miró como si me conociera de toda la vida. Dijo que ya estaba desesperado por mi llegada y ordenó que me subiera a la Van.

Nos detuvimos afuera de unas oficinas. Sin más ni más, Rivas me dijo que firmara unos papeles para que el jefe de Inmigración me diera un permiso para estar legalmente en el país. Supuestamente también era para que el condado de Fresno pusiera un investigador que localizara a Tomasa y a mi hija. Entendí que todos ellos eran policías, no trabajadores sociales.

—Si no firmas, no se va a poder hacer nada por ti —me dijo.

—Es que no sé firmar —respondí—. No sé escribir, ni leer, pues.

Rivas me miró con una sonrisa.

—Eso no importa —contestó. Enseguida escribió mis iniciales y me dijo que las copiara, como si fuera mi firma, en todas las páginas del documento que estaba en inglés.

Me hizo todo tipo de preguntas: nombres de mis padres, hermanos, domicilio… “Es un requisito”, decía. Le interesaba saber si yo estaba solo en los Estados Unidos o si tenía familiares.

—Estoy completamente solo —le dije y tuve la sensación de que era lo peor que acababa de decir.

Él extendió el documento que yo acababa de firmar y lo puso frente a mi cara:

—Este es un contrato que no tiene vencimiento. Dice que voluntariamente te comprometes a trabajar para el condado de Fresno. Que el contrato tiene leyes, las cuales te protegen como a los demás policías. Que no necesitas entrenamiento para este trabajo; no tienes día, ni horario, y se te van a pagar 500 dólares por semana, más el diez por ciento de lo que se decomise —luego agregó—: Ah, también te dan permiso para que entres a las barras y tomes cerveza.

—¿Y qué tipo de trabajo voy a realizar?

—De informante para la policía.

Sentí que se me hacía un hoyo en el estómago.

—Yo no puedo hacer ese trabajo —dije.

—Ya pudiste —respondió—. Si te escapas, te vamos a encontrar, y donde estés te vamos a chingar hasta que te mueras. También a tu hija, ¿qué te parece?

Un escalofrío me recorrió el espinazo. Empecé a temblar.

—Desde este momento trabajas para el condado de Fresno en el lugar que te encuentres dentro del estado de California. No piensas huir, ni decirle a nadie, ¿verdad?

—No —le dije—, claro que no.

Sentí como si en un momento hubiera enfrentado todos los terrores del mundo reflejados en los ojos de un solo hombre. Me calmé pensando que eran solo amenazas, que dentro de la policía no había elementos que realmente hicieran eso con la gente.

La primera orden que me dieron fue ir a las barras a emborracharme con las personas que vendieran droga y así poder obtener información para la policía: quiénes eran, dónde se la pasaban, cómo hacían el tráfico… Me echaron el rollo de que le haría un gran favor a la comunidad. Según esto, en tres días iba a ver a mi hija.

Pese a mi angustia, le llamé a un amigo apodado el Tajalín:

—Préstame 300 dólares para comprarle ropa a mi niña. Si me la traen, no quiero que piense que no tengo para darle algo.

Al tercer día, Rivas se reunió conmigo y me dijo que todavía no vería a mi hija, que primero tenía que trabajar muy duro para que el condado viera que sí le ponía ganas.

Muy pronto conseguí los datos de un traficante de nombre Marcos que vivía en las calles Maple y Hamilton. Me acerqué como amigo de otros camaradas y supe que había hecho un negocio de 21 mil dólares que guardaría esa noche en su departamento, junto con dos kilos de cocaína. Se lo comenté a Rivas y como a las cinco de la tarde le cayeron. Por ese arresto me daría 7 mil dólares, pero al final nada más me dio 2 mil. Me hizo firmar un recibo para el condado.

—Me prometiste 7 mil —le recordé.

—Sí, pero los otros cinco son para el investigador que ya casi encuentra a tu hija. Recuerda que te estoy ayudando con eso.

En septiembre de 1999, el oficial Rivas me dio dinero para rentar un departamento entre las calles Olive y McKinley. Me asignó un vehículo y teléfono celular.

—Busca a una persona que te enseñe a cocinar piedra —me dijo.

—¿Qué es piedra? —le pregunté. Él me miró furioso:

—Indio pendejo, ¿no sabes qué es o te haces?

Por la noche, el oficial Rivas llegó al departamento con un montón de cocaína bastante brillosa.

—De ahora en adelante vas a vender en este departamento —ordenó—. Por este trabajo te voy a pagar 500 dólares a la semana, aparte de tu contrato como informante.

Me explicó que tenía que seguir frecuentando las barras para buscar información aunque no hicieran arrestos; lo importante para él era archivar los datos y presentarlos a sus superiores.

—Llévate un gramo de coca, ofrécele a tus amigos, corre la voz de que tienes un socio que manda cantidades buenas a otros estados y que les podemos comprar o vender la droga que quieran… A partir de ahora me llamas Chuy, y a Víctor le dices Viejo.

Me dio dinero para que la gente mirara que tenía de verdad un negocio, aunque me advirtió que solo debía gastarme 20 dólares en cerveza.

—Con tu vida me respondes por esta droga y por el dinero —gruñó, antes de marcharse.

Me puse a vender droga y los tecatos empezaron a llover como moscas. Una noche llegué a la barra El Palmar con un gramo de cocaína. Esperé a que el dueño entrara al baño y lo seguí. Saqué la coca y le ofrecí un pase. Él peló los ojos, diciendo:

—¡Es pura caspa del diablo! ¿De dónde la sacaste? Pásamela, tú ni la usas.

—No la uso, pero sí la vendo —respondí.

En el baño estaban otros camaradas y también les di un pase. Cuando salí, me sobraban las cervezas. Según me contaron, la cocaína que había en ese tiempo no estaba buena, apestaba a pura gasolina; la que yo llevaba les parecía mejor.

El oficial Rivas me puso como tarea vender todos los días dos onzas de droga. Por cada una le tenía que entregar mil dólares. Cuando Rivas no podía levantar el dinero, yo era responsable de guardarlo.

A mi departamento llegaba toda clase de personas a comprar. Llegaban mujeres con los cupones que les da el gobierno para el alimento de sus hijos y lo cambiaban por piedra. Había señoras que llegaban con sus hijas adolescentes y me decían que me acostara con ellas a cambio de 20 dólares de piedra. Algunos hombres ofrecían a sus esposas o a sus novias; los morros vendían a sus hermanas o a sus primas. Yo pensaba: “Qué gente tan idiota es ésta”. También llegué a tener clientas muy jóvenes que venían con sus bebés en los brazos; el niño llorando y la mamá fumando la pipa. Un día llegó una mujer como de 30 años. Ella entró mientras su esposo esperaba afuera. Me dijo que se acostaba conmigo por 20 dólares.

—No puedo, discúlpame.

Ella insistió, suplicó. Terminé encabronándome y le grité:

—¡Ya lárgate de aquí, te dije que no!

—¿No te gustan las viejas o qué?, chingado maricón.

—Claro que me gustan, pero las putas, no.

—No juzgues a las mujeres por lo que hacemos —me dijo—. Pinches hombres repugnantes: le ponen a uno un pedestal y luego nos golpean y nos violan. Nos cortan las alas y después nos llaman putas o perras. Ojalá que tú nunca te envicies con la droga porque entonces te vas a ver en mi espejo.

Me hizo reflexionar un poco. Después me explicó que su esposo la golpeaba si no conseguía droga. Señaló hacia la calle para que viera que el hombre la estaba esperando. Decidí darle un poco de droga para que se fuera.

Cuando llegó Rivas le conté cómo estaba la venta. Le hablé de las mujeres que llevaban a sus hijas y que yo me sentía mal. Volvió a decirme que no me entrometiera en asuntos ajenos.

—Mexicano frijolero —me dijo—, a ti qué te importa si la gente estúpida trae hijos al mundo para que se hagan drogadictos. ¡Tú véndele droga a quien quiera comprar!, sea un pinche negro platanero o gabachos güeros desabridos, para que se envenenen los hijos de su puta madre.

De cierta forma yo compartía ese pensamiento de que cada quién era libre de drogarse, pero venderle a las señoras con niños me producía sentimientos de culpa.

—¿Qué debo hacer con las mujeres de los cupones?

—¡Agarra todo los cupones que te traigan!, yo tengo quién me los cambie.

―Pero vienen con sus bebés…

―¡Silencio! Menudo estúpido mojado, ése es problema de ellas. ¿No te he dicho que no debemos meter las narices en los asuntos familiares? Tú preocúpate por hacer tu trabajo.

Rivas me miraba encolerizado. Yo no sabía qué pensar.

―Realmente no alcanzo a comprender por qué le han puesto un nombre tan brillante a una persona tan estúpida como tú ―refunfuñó―. En verdad, no sabes hacer absolutamente nada. Tus padres tal vez creen que solo porque te pusieron ese nombre deberías poseer un cerebro y ser inteligente, pero eso no lo eres ni de lejos. Estoy seguro de que por eso no te mandaron a la escuela, porque probablemente no querían que los demás supieran lo estúpido que eres. Creo que tú no debiste haber nacido nunca. Sin embargo, no puedo hacer nada más que esperar que hagas tu mejor esfuerzo y que valores la confianza que deposito en ti.

También véndele a todos los mugrientos mexicanos frijoleros, perros muertos de hambre: les encanta venir a este país a hacer carne a la parrilla, como en su país solo tragan frijoles… No pueden asarlos porque se les caen por las rendijas, ¿verdad? ¿Tú nunca intentaste asar frijoles? —el oficial se carcajeaba mientras hablaba.

Luego de entregarle el dinero de la venta sentí que me había quitado de encima una preocupación. Seguí duro con el trabajo: vendía en el departamento y por las noches andaba en las barras y salones de baile para conseguir información. Había días que caminaba dormido porque no tenía suficiente tiempo para descansar.

Yo no descartaba la posibilidad de verme obligado a trabajar para los policías por lo menos una temporada. Tal vez después de unos meses podría encontrar a mi hija y me sentiría preparado para enfrentarlos y hacer que me dejaran ir. Rivas decía que iba a trabajar por un año y después me devolverían a México junto con la niña, pero ya no estaba seguro de nada. Como que yo no quería aceptar que me estaban viendo la cara.

 

 

Luchas fronterizas europeas y mexicano-estadounidenses, perspectivas comparadas: una entrevista con Maurice Stierl

 

Por: Robert McKee Irwin*

Traducción: Jimena Reides

Imágenes: Lizbeth de la Cruz


En noviembre de 2016, pasé un fin de semana con Maurice Stierl en Tijuana. Soy profesor en la Universidad de California en Davis, donde también soy codirector con mi colega Sunaina Maira de la iniciativa “Mellon” en Comparative Border Studies: Rights, Containment, Protest [Estudios Comparativos sobre la Frontera: derechos, contención, protesta] (http://borderstudies.ucdavis.edu/). También soy investigador principal, junto con Guillermo Alonso Meneses de El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, de un proyecto de narrativa digital llamado “Humanizando la Deportación”, que apunta a documentar, a través de las narraciones digitales en primera persona hechas por los deportados, la experiencia vivida durante su deportación, haciendo notar los devastadores efectos psicológicos y sociales. Nuestro proyecto “Mellon” nos dio la oportunidad de contratar como profesor auxiliar invitado al Dr. Stierl, experto en la crisis europea sobre el tema de la inmigración, y activista que se encuentra profundamente involucrado en el proyecto WatchTheMed Alarm Phone (http://watchthemed.net/, https://alarmphone.org/en/), que tiene como objetivo monitorear y documentar las muertes y violaciones de los derechos de los inmigrantes en el mar, así como respaldar las operaciones de rescate de los viajantes desamparados en las fronteras marítimas de la Unión Europea. Durante un fin de semana muy intenso, inmediatamente después de las más recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos, visitamos sitios clave a lo largo del límite de Tijuana, cuya puerta de entrada de 25 carriles en San Ysidro constituye el punto de cruce de frontera con el mayor número de tráfico ilegal en el mundo. Nos ofrecimos como voluntarios en el Desayunador Salesiano, sirviéndole el desayuno a más de 1200 indigentes, muchos de los cuales recientemente habían sido deportados y otros habían llegado de Haití y de la África subsahariana esperando poder cruzar de Tijuana a los Estados Unidos; visitamos numerosos sitios en la frontera, incluyendo los anteriores puntos de cruce que ahora están muy militarizados, el anterior campo de deportados sin hogar ubicado en el lecho del Río Tijuana —seco en su mayoría— conocido como “El Bordo” (http://www.vice.com/es_mx/video/el-purgatorio-de-los-deportados), los sitios de los túneles destinados a subvertir el vasto régimen de seguridad fronteriza de los Estados Unidos, los monumentos a los miles que han muerto intentando cruzar a los Estados Unidos desde Tijuana, y el panteón de Juan Soldado, el popular santo patrono de los inmigrantes, conocido por hacer milagros para muchas personas que le hicieron ofrendas en su camino hacia los Estados Unidos. Quisimos visitar un mural pintado recientemente llamado Rape Trump, que invitaba a los inmigrantes mexicanos, a quienes para ese entonces el candidato presidencial había llamado violadores, a saltar por encima de la frontera y dirigirse a la Torre Trump en Nueva York, donde podrían verificar las alegaciones de los acusadores (http://www.vice.com/read/someone-painted-a-rape-trump-mural-on-the-mexican-border-vgtrn-265), pero había sido borrado. Luego de experimentar estos sitios fronterizos tan poderosos en un momento de ansiedad exacerbada en torno a la frontera, tanto en los Estados Unidos como en México, tenía curiosidad por escuchar las reacciones de Maurice.

 

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Esta es la primera vez que visitas la frontera Estados Unidos-México, aquí en Tijuana, el punto de cruce de frontera más transitado en el mundo. ¿Cómo viviste esta zona fronteriza? ¿Y de qué modo se compara con el cruce de frontera y los puntos de control de lo que los activistas europeos llaman “Fortaleza Europea”?

 

Explorar estos sitios fronterizos en Tijuana, donde determinadas personas pueden cruzar la frontera Estados Unidos-México bastante rápido mientras otros arriesgan su vida al intentarlo, fue una experiencia memorable e importante para mí. Encontrar a cientos de deportados generalmente sin hogar en el Desayunador Salesiano, aunque estuve por poco tiempo, me dio una idea de la magnitud del sufrimiento que se materializa alrededor y a través de la frontera. Me quedó claro por qué Tijuana ha sido descrita como el ‘área de descarte’ para los deportados de los Estados Unidos, pues alrededor de 200 personas son enviadas a este complejo espacio urbano todos los días. Muchos de estos hombres y mujeres estaban visiblemente marcados por haber sido deportados o por sus intentos fallidos de (re)inmigración a los Estados Unidos, a causa de las diversas formas de violencia, explotación y sufrimiento que habían implicado estas odiseas. Aunque es probable que muchos intenten cruzar nuevamente, en estos encuentros tuve la sensación de que estos eran realmente ‘sujetos de la frontera’, atascados en la unión de la inclusión y la exclusión, a veces durante muchos meses e incluso años, mientras que sus vidas se desvanecen en el limbo.

 

Lo que definitivamente me impresionó, y que no he experimentado de este modo en el contexto europeo, fue ver cuántos de estos ‘sujetos en el confín/confinados’ también estaban claramente luchando contra su adicción a las drogas, y no pude evitar preguntarme cómo podrían embarcarse en un viaje posiblemente tan extenuante y prolongado con este tormento, por ejemplo a través del Desierto de Sonora.   Las fronteras que vemos en el mundo no son necesariamente rígidas, sino que funcionan más bien como una pista de obstáculos, filtrando a aquellos que están en buenas condiciones físicas, son resistentes y, generalmente, jóvenes. Nicholas De Genova ha escrito sobre esta “selección artificial […] para clasificar a […] los más sanos entre los futuros inmigrantes, en especial a los trabajadores inmigrantes”.[i] Al ver los efectos del abuso de las drogas en sus cuerpos, no pude evitar preguntarme cómo podrían sobrevivir al intentar cruzar la frontera. Luego de que terminamos de ayudar en el Desayunador Salesiano, pude hablar brevemente con un grupo de haitianos, que habían llegado a Tijuana hacía poco y habían acudido al sitio recién por primera o segunda vez. Tenían una historia y una trayectoria migratoria probablemente muy diferente a la mayoría de los demás, y parecían muy esperanzados en que pronto llegarían a los Estados Unidos. Pero en el clima actual, y en especial luego de las elecciones estadounidenses, las chances parecen estar mucho más en contra de ellos que tal vez nunca antes.

 

Cuando exploramos ‘El Bordo’, con el lecho del río de concreto seco justo junto a la frontera de Estados Unidos-México, y descubrimos las vidas ‘subterráneas’ de deportados que habían vivido en los canales de aguas residuales, recordé lo que Peter Nyers ha llamado, aunque en un contexto diferente, una “diáspora abyecta: una diáspora de deportados”, la creación de poblaciones desdichadas y vidas deportadas/expulsables por medio de las políticas de migración, que se forman especialmente en las zonas fronterizas que intentan separar el Norte Global del Sur Global.[ii] Vivir en una cloaca. ¿Hay algún otro concepto más adecuado que ‘abyección’ para describir este estado de ser descartado, marginalizado, rechazado, desterrado? Muchos se veían obligados a ingresar en estos canales subterráneos, pues proporcionan algún tipo de refugio. Al mismo tiempo, también parece que muchos ven el quedarse cerca de la frontera como una forma de mantener viva sus esperanzas de cruzarla eventualmente. El deportado sin techo que nos llevó por el lugar quería quedarse cerca de los Estados Unidos, donde vive su familia, y me pregunté si su decisión de quedarse cerca de El Bordo era una forma de conservar un sentimiento de cercanía a su familia o si también lo hacía por motivos estratégicos, para reunir recursos y contactos para otro futuro intento de superar la barrera de la frontera. Tal vez las dos cosas.

 

A pesar de presenciar la tragedia manifiesta de sujetos que viven en este paisaje fronterizo urbano, me pregunté, por supuesto también en relación con mis propias preocupaciones de investigación que giran alrededor de las luchas migratorias y el activismo de la solidaridad, si me había perdido, tal vez también debido a las limitaciones de tiempo, de más signos ‘esperanzadores’ y luchas políticas sobre migración que contrarrestaran estos procesos de abyección y violencia en las fronteras. Estoy bastante seguro de eso, dado que creo firmemente que estos sitios fronterizos también son siempre sitios de lucha y de una contracomunidad. Las muchas placas erigidas en el panteón de Juan Soldado, agradeciéndole por haber permitido el cruce seguro de los inmigrantes hacia Estados Unidos, tal vez puedan entenderse como gestos hacia esta esperanza y la potencialidad de formas ‘desobedientes’ de migración que (aún) logran subvertir las fronteras cada vez más controladas.

 

En este sentido, quiero pensar en Tijuana como un borderscape [escape de la frontera], una idea acuñada por Suvendrini Perera, que sostiene que “la frontera, como una herramienta de gubernamentalidad, siempre debe estar incompleta. […] Por lo tanto, el borderscape es una zona de encuentros variados y diferenciados. No se encuentra rodeada por el Estado ni es exhaustiva desde el punto de vista semántico”.[iii] Esta noción de borderscape es muy adecuada para describir las formas en que las fronteras evolucionan, se negocian, se gobiernan y resisten, y creo que usar estos marcos conceptuales alternativos es crucial para rastrear y hacerle justicia a la compleja ‘fronterización’ de nuestro mundo. También sería apropiado para comprender la situación en los Estados Unidos. Para mí, pareciera, quizás más en términos de grado en lugar de omisión, y también podría estar equivocado, como si las preguntas acerca de la soberanía de los Estados Unidos estuvieran principalmente abordadas desde una aproximación de un Estado centralizado y un nacionalismo metodológico que han informado durante mucho tiempo a las ciencias sociales, en especial a las Relaciones Internacionales, que entiende al Estado como la unidad principal de análisis y a las fronteras como simples bordes del territorio soberano.

 

Y esto no nos sorprende, por supuesto, si pensamos en los diferentes formatos de autoridad en los Estados Unidos y la Unión Europea. La construcción política que es la Unión Europea ha complicado las concepciones de Estado centralizado y ha añadido varias capas y dimensiones de autoridad política en el panorama, en especial en cuanto a la gobernanza de las fronteras. Uno de los pilares de la Unión Europea es la idea de libertad interna de movimiento que, para muchos, fue un indicio para alejarse de la soberanía estatal hacia un posnacionalismo, mientras que para otros simplemente significó el refuerzo de las fronteras externas alrededor de una nueva unión supranacional. En el contexto europeo, la gobernanza difusa de las fronteras significa que existen múltiples puntos de control a lo largo y más allá de lo que generalmente se concibe como el territorio europeo. Entonces, mientras la ‘Fortaleza Europa’ como término tiene mucha eficacia política, y no me opongo para nada a su uso como un eslogan político, tal vez no nos permita pensar en los modos intricados en los que las formas difusas de autoridad política, o las ‘soberanías gubernamentales menores’, siguiendo a Judith Butler, complotan para ensayar inclusiones y exclusiones (diferenciales) en el contexto contemporáneo.[iv] En muchos trabajos académicos, que provienen de Estudios Críticos sobre Frontera/Migración/Ciudadanía en particular, y se enfocan especialmente en la condición europea, los marcos alternativos, tal como el borderscape, se han vuelto notorios para designar y comprender estas formas cambiantes de autoridad política y ‘gestión’ de frontera/población. Por ello, en lugar de una fortaleza, podríamos pensar, inspirados seguramente en el trabajo de Michel Foucault, en un régimen, red, ensamblaje, aparato o dispositivo de frontera europea. Esto significa revisar las formas en que una variedad de actores participan íntimamente en las prácticas de la frontera europea sin tener necesariamente un ‘jefe soberano’. Esto también tiene varias implicaciones para el trabajo de protección política y los interrogantes acerca de la responsabilidad, la rendición de cuentas, la transparencia, etcétera.

 

Aquí en los Estados Unidos, no hay indicios de que algo como una unión política ampliada, dentro de la cual se fomente que las movilidades humanas para cruzar la frontera se realicen, se vaya a crear pronto; pareciera que ocurre exactamente lo contrario. Al mismo tiempo, podría ser beneficioso explorar algunas de las ideas mencionadas que se refieren a diferentes modalidades de autoridad política también en el contexto estadounidense. Vemos que ciertos acuerdos comerciales, tal como el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), han impactado de manera radical no solo en el movimiento de bienes, información y servicios, sino también en la movilidad y en el desplazamiento humanos. Asimismo, somos testigos de cómo la frontera estadounidense se está tornando cada vez más externalizada, ya que los Estados Unidos están brindando apoyo a programas de refuerzo fronterizo en Honduras y Guatemala. También se ha convertido en tercerizada progresivamente, no solo a través de las empresas privadas de seguridad y los contratistas, sino también a través de los gobiernos de países del ‘Sur Global’ de modo que, por ejemplo, las autoridades mexicanas se encuentran aplicando una mano dura en la inmigración centroamericana como su frontera sur. Además, incluso dentro de lo que se comprende generalmente como territorio de soberanía estadounidense, las fronteras están cambiando, transformándose, y se están disputando continuamente. Aquí, pienso en las luchas de los pueblos nativos de los Estados Unidos, cuya resistencia propone concepciones alternativas de soberanía, territorio y autodeterminación. Pero uno podría incluso pensar sobre cómo aquellos que proclaman que defienden la soberanía estadounidense, tal como los vigilantes de la frontera estadounidense, revelan con su sola presencia y trabajo en las zonas fronterizas “una vulnerabilidad en la soberanía por sí misma”, como ha demostrado Roxanne Doty, al exponer “un hueco enorme en el corazón de la creencia en un locus definitivo de soberanía”.[v]

 

Alejarse de una concepción reduccionista sobre las fronteras significa complicar tanto la idea de Europa como una simple fortaleza, como la de los Estados Unidos simplemente como un espacio político ‘protegido’ por fronteras estáticas y geográficas. Mientras hay, y permanecen, diferencias significativas desde el punto de vista de la autoridad política, lo que podemos detectar, tanto en el contexto estadounidense como en el europeo, son procesos de internalización, externalización, tercerización, militarización y difusión de las fronteras. Aunque, en cierto sentido, esta proliferación convierte a nuestro mundo contemporáneo en un lugar cada vez más limitado y segregado, tengo alguna esperanza de que esto también implique, a su vez, una proliferación de las luchas, las movilizaciones políticas y las transgresiones en los múltiples momentos y lugares ‘colindantes’. Comprender a Tijuana entonces como un borderscape puede no solo echar luz sobre la desgarradora violencia y tragedia que encontramos aquí, sino que también nos permite pensar en (desarrollar) perspectivas y contranarrativas que desafíen las fuerzas que tratan de convertir a los sujetos de inmigración en sujetos de abyección. Si tuviera la oportunidad de regresar por más tiempo, esto es lo que me gustaría explorar.

 

 

El concepto de “autonomía de la migración” ha sido fructífero para demostrar el despilfarro en legislación y gastos para contener la inmigración y fortalecer las fronteras que nunca pueden estar completamente aseguradas, cuando el deseo de migrar parece una constante a lo largo de la historia. Sin embargo, la experiencia en el contexto Estados Unidos-México parece demostrar que las poderosas actividades del Estado pueden contener en forma significativa la ola de inmigración, como ocurrió en la repatriación mexicana en la década de 1930, las deportaciones masivas de la Operación Espaldas Mojadas en la década de 1950, y la gran inversión hecha en militarizar y cercar la frontera que ha ocurrido en los Estados Unidos desde mediados de la década de 1990. Teniendo en cuenta de nuevo tu visita a Tijuana y tu encuentro con este sitio fronterizo visiblemente militarizado y asegurado, y en una época de deportación masiva, ¿qué tan significante crees que tenga la noción de autonomía de la migración?

 

La militarización y la seguridad de la zona fronteriza en Tijuana eran notables: cámaras, torres de vigilancia, patrullas y cercas de alambre de púas por todos lados, que hacían que pareciera un tipo de frontera estatal soberana de ‘manual’, con una arquitectura que resulta impresionante en un sentido distópico. Estas arquitecturas fronterizas hipervisibles (e hipermasculinas) representan la soberanía, tienen la intención de crear la imagen de un control total y una disuasión absoluta, como ha demostrado Joseph Nevins.[vi] La idea de construir ‘la’ pared fronteriza, una de las principales promesas del presidente electo Trump, aunque ya esté realizada en parte, debe comprenderse entonces de este modo: una pared imaginada como algo impenetrable, una disuasión física detrás de la que la sociedad estadounidense estaría presuntamente segura de los peligros que vienen ‘de afuera’. Es importante abordar estas construcciones discursivas pero también materiales como representaciones e imaginarios, para evitar caer en la trampa de creer sus promesas y aserciones como simples hechos de veracidad, como si las fronteras pudieran disuadir, controlar y dirigir los movimientos humanos tan fácilmente.

 

Especialmente en tiempos de procesos acelerados y explotadores de globalización neoliberal, los cercos y muros jamás son garantes totales de control, regulando quién entra y quién sale, ni de una ‘protección’ de la sociedad. Probablemente, incluso muchos de aquellos que continúan pidiendo muros más altos saben que, por ejemplo, cuando se trata de poblaciones ‘indocumentadas’ o ‘irregulares’, o ‘aliens’ como se refieren a ellos comúnmente en el contexto estadounidense, sabemos que muchos llegan en forma legal y se convierten en ilegales; son ilegales solo cuando sus visas vencieron. Los muros y las cercas fronterizos no podrán evitarlo, y en algunos aspectos, como discutiré más adelante, tampoco están simplemente planeados para ello, sino que más bien se encuentran conectados con la generación de una fuerza de trabajo explotable y deportable.

 

La forma en que Trump y sus seguidores proponen la idea de un nuevo muro en la frontera a lo largo del territorio norte mexicano, como si no hubiese una barrera instalada ya en puntos de cruce significativos, fue entonces el intento de crear la ilusión de un posible control total. Y, al mismo tiempo, los pedidos de apoyo con una lógica simplista exigiendo una pared, para separar el interior del exterior, a través de una barrera física, son tan potentes desde el punto de vista político que la frontera está siempre ‘sobredeterminada’, para tomar la idea de Étienne Balibar.[vii] Nunca es ‘solo’ una frontera, sino un acto performativo de una identidad colectiva que se imagina contra un ‘otro’ amenazante y, por lo tanto, ligado de cerca a eslóganes acerca de ‘recuperar nuestro país’ o ‘hacer la América (blanca) grande otra vez’. Por lo tanto, podría hacerse un rango completo de argumentos cargados de aspectos raciales a través de la demanda del muro, justificado principalmente desde el punto de vista de la seguridad nacional.

 

Para mí, fue el enfoque de la ‘autonomía de la migración’ lo que me ayudó a comprender estas representaciones de la frontera, y a ver siempre a las fronteras como ‘intentos’ sobredeterminados para controlar, nunca aptos para estar a la altura de la ilusión y la fantasía de control y vigilancia totales que simbolizan. Este enfoque ha dado lugar a que muchos reconsideren las historias migratorias centradas en el Estado y la soberanía que todavía dominan las concepciones del movimiento humano ‘irregular’. Mientras que, históricamente, las ‘poblaciones móviles’, en especial ‘los pobres’, con frecuencia caracterizados como ‘la plebe’, siempre han sido considerados un peligro y, por lo tanto, han provocado varias formas de control y subyugación, la inmigración nunca ha dejado de desafiar y subvertir las formaciones fronterizas y las regulaciones de movilidad. Entonces, la idea de inmigración como una ‘llave de agua’ que podría abrirse o cerrarse, dependiendo de las necesidades económicas de los países en cuanto a fuerzas de trabajo, tiene puntos débiles, como han sostenido Manuela Bojadžijev y Serhat Karakayalı; la inmigración no puede reducirse simplemente a razones económicas de ‘tira y afloje’ ni ser rigurosamente dirigida o impedida.[viii]

 

La autonomía de la migración nos proporciona una “sensibilidad diferente” como han afirmado Dimitris Papadopoulos, Niamh Stephenson y Vassilis Tsianos, y esto no solo significa aceptar las narrativas dominantes que proclaman el cierre de la frontera como la verdad, sino escuchar las historias variadas y subjetivas de las luchas migratorias, así como cuestionar su ‘incontrolabilidad’.[ix] Los sujetos de inmigración no son solamente víctimas pasivas, sino también agentes de migración, agentes activos que buscan rutas de escape.

 

Por supuesto, esto no quiere decir en absoluto que los muros fronterizos sean insignificantes. Y, con seguridad, no es para sugerir que la promesa de más control en las fronteras no debiera ser profundamente preocupante. Son constitutivos de las poblaciones abyectas que encontramos en Tijuana, la división de familias y la pérdida de miles de vidas alrededor del mundo. El sufrimiento de las masas que vemos alrededor nuestro es claramente una consecuencia del Estado bordeado donde se encuentra el mundo. La frontera Estados Unidos-México en particular ha tenido consecuencias espantosas, como han demostrado Todd Miller, Reece Jones y otros.[x]  El peligro de la administración de Trump ahora es su deseo no solo de reforzar la seguridad en la frontera sur de los Estados Unidos, sino de hacer una gran inversión en la ‘maquinaria de deportación’ estadounidense, que ya ha florecido durante la administración de Obama. Bajo el nuevo régimen estadounidense, y teniendo en cuenta la retórica llena de odio del presidente electo, en especial hacia los mexicanos, por supuesto que hay una gran preocupación por si veremos olas de deportaciones masivas.

 

Al mismo tiempo, en mi opinión, la amenaza de la deportación masiva que tal vez millones de personas indocumentadas en los Estados Unidos tengan que afrontar después de enero de 2017, no socava la importancia conceptual de la autonomía de la migración, precisamente porque es crucial recordar que las fronteras presentan de forma consistente deficiencias en cumplir su promesa: aislar completamente un espacio soberano de los ‘intrusos ilegales’. Los movimientos de migración masiva en Europa, en especial en 2015 pero también en 2016, son un ejemplo impresionante: a pesar de la creación de un complejo régimen fronterizo y una pista de obstáculos generalmente mortal para los no deseados, más de un millón de personas lograron entrar en Europa sin autorización. No estoy sugiriendo que quizá haya una transgresión fronteriza masiva similar en el horizonte de los Estados Unidos pero, no obstante, a pesar de las décadas de seguridad fronteriza reforzada, aún muchos pueden cruzarlas.

 

La ‘sensibilidad diferente’ proporcionada por el enfoque de la autonomía de migración entonces es también muy útil en el contexto estadounidense, incluso en el contexto de las deportaciones masivas. En cierto punto, las deportaciones masivas son una respuesta a las infracciones iniciales y las continuas transgresiones de la frontera. Con esto quiero decir no solo el cruce físico de las zonas fronterizas, por ejemplo a través del Desierto de Sonora, sino también las formas en que las personas permanecen en los Estados Unidos después de que sus visas o sus contratos de trabajo expiraron, y que se han convertido en indocumentados. En estas situaciones, en lugar de dejar los Estados Unidos y ‘regresar a algún lado’, se quedan hasta que el Estado lleva a cabo los frecuentemente violentos, pero también complicados e interminables, pasos de detención y expulsión. Por lo tanto, de algún modo, las deportaciones masivas son respuestas a las transgresiones de las masas, y el simple hecho de que haya millones de personas indocumentadas en California y en otros sitios muestra que la gente aún encuentra formas ‘creativas’ para cruzar, quedarse demasiado tiempo, escapar, esconderse, permanecer imperceptibles, y demás. Entonces, si pensamos en esto por un instante, el enfoque de la autonomía de la migración parece ser relevante aquí en que las deportaciones parecen, por momentos, intentos inútiles para ‘limpiar’ el cuerpo social de aliens indeseados. Y las deportaciones, aunque se lleven a cabo ‘con éxito’, no garantizan que la gente no regresará.

 

Pero al mismo tiempo, necesitamos ser no solo muy cuidadosos para no fantasear con la agencia de los inmigrantes, sino también ser conscientes del otro lado de la historia: la ‘necesidad’ de las poblaciones deportables para las formas capitalistas de explotación laboral.[xi] Discutiré esto en más detalle en la respuesta de tu próxima pregunta, pero creo que es esencial tener en cuenta que aunque son denigrados y se los amenaza con la deportación, esos inmigrantes indocumentados dentro de los Estados Unidos cumplen con el deseo capitalista de una fuerza de trabajo abyecta y explotable.

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Habiendo trabajado durante años como activista y realizado una investigación etnográfica sobre la inmigración desde África del Norte y Medio Oriente hacia Europa, y habiendo vivido durante un año en California, ¿qué es lo destacable para ti en cuanto al tratamiento de los inmigrantes y la inmigración aquí en California en comparación con la situación en la Unión Europea?

 

Creo que hay muchos paralelismos entre la racialización, la criminalización y el acoso hacia ciertas poblaciones de inmigrantes en los Estados Unidos y en Europa. Además, pienso que por momentos se entrelazan el uno con el otro. Cuando me mudé a los Estados Unidos en otoño del 2015, la cantidad de inmigrantes que cruzaba a los territorios de la Unión Europea no tenía precedentes. Más de 850 000 personas llegaron a Grecia a través de Turquía y muchos continuaron y transgredieron varias fronteras estatales más. Esta fue una transformación sin precedentes e histórica, y los activistas en toda Europa y otros lugares apoyaron estas movilidades no autorizadas. Es importante notar que estas personas ‘construyeron su hogar’ donde deseaban asentarse. Con frecuencia, en la representación dominante de estos eventos, que también circula en los Estados Unidos y la repitió el presidente electo, se dice que la gente fue ‘invitada’ a Alemania o Suecia por sus gobiernos, lo que es completamente falso, y francamente bastante extraño.

 

La llamada ‘crisis migratoria y de refugiados’ en Europa, que fue más que nada una ‘crisis de frontera’, también tuvo por supuesto un impacto directo en la situación y el discurso en los Estados Unidos, con muchos políticos exigiendo más control en las fronteras e incluso mayor escrutinio e investigación de los refugiados, quienes buscan reubicarse acá. En vista de los ataques terroristas en París en noviembre de 2015 y en Niza en julio de 2016, los ataques en Colonia en vísperas de Año Nuevo de 2015, y más recientemente el ataque en el mercado navideño en Berlín en diciembre de 2016 —eventos que se generalizaron de una forma muy problemática para estigmatizar a todos los refugiados y las poblaciones y los grupos migratorios—, los sentimientos descontrolados ya existentes en contra de los musulmanes, y los sentimientos antimigratorios de modo más amplio, aumentaron en Europa y también en los Estados Unidos. En especial, escuchamos que los políticos estadounidenses conservadores se referían a los refugiados sirios como potenciales terroristas, y Trump llamó violadores a los inmigrantes mexicanos. Lo que fue verdad en el contexto europeo fue también el caso en los Estados Unidos: los sujetos migratorios fueron ”nuevamente configurados como el potencial ‘terrorista’ que se infiltra a escondidas en el espacio europeo, o el potencial ‘criminal’ o ‘violador’ que corroe el tejido social y moral de ‘Europa’ desde adentro”.[xii] Ahora, en especial después de las elecciones presidenciales, pero por supuesto también desde mucho antes, hemos visto que el populismo antimigratorio y los ataques racistas que surgen en los Estados Unidos y las expresiones de xenofobia se han vuelto mucho más normales y convencionales. Se pueden detectar tendencias similares en Europa.

 

A pesar de todo esto, mis propias experiencias en California, y más específicamente en Berkeley, donde vivo, han sido muy positivas, incluso después de las elecciones. He visto mucha solidaridad con los grupos de inmigrantes y de minorías, y a la oposición y los activistas organizándose para la potencial ola futura de deportaciones masivas. Por supuesto, esto no representa desde luego a los Estados Unidos en toda su extensión. California es un caso interesante y, al tener más población indocumentada que cualquier otro Estado, puede enviar importantes señales de resistencia a todo el país.

 

Lo que me llamó la atención, en líneas generales, desde que llegué, y lo que en mi percepción difiere de algún modo de la situación en Europa, fue la intersección íntima y muy visible de las fuerzas del control fronterizo y aquellas de la empresa y la explotación capitalistas. Cuando viajo diariamente a la Universidad de California en Davis, paso por delante de docenas de trabajadores, muchos probablemente mexicanos, que están esperando en la calle para que los pasen a buscar empleadores y ciudadanos estadounidenses para tareas manuales diarias. Es muy probable que muchos de ellos sean indocumentados y que sean parte de la población masiva indocumentada que hay aquí, muchos de los cuales forman la fuerza de trabajo en el sector agricultor. Las autoridades estatales obviamente saben de esto, no es un secreto. Entonces, a pesar de toda la denigración hacia los indocumentados en el clima actual, a lo largo de los Estados Unidos, los individuos y grupos indocumentados trabajan muy visiblemente y muchos incluso pagan impuestos. Esto parece ser paradójico por naturaleza, pero no lo es, cuando exploramos las formas en la que funciona la maquinaria estadounidense de deportación/ilegalización mano a mano con, o involucrada en, las fuerzas de la explotación capitalista.

 

El trabajo de De Genova es muy valioso en este caso, pues ha demostrado en reiteradas ocasiones cómo aquellos marginados a un estado de deportabilidad constituyen trabajadores ‘ideales’, en tanto que fuerzas de trabajo permanentemente precarias, subyugadas y desechables. Por medio de la noción de ‘espectáculo fronterizo’, De Genova ha explorado el modo en que las políticas fronterizas y la vigilancia y el control migratorios en proliferación “[hacen] que la ‘ilegalidad’ se vuelva, de un modo perturbador, hasta más ubicua”.[xiii] También detecta en estos actos de patrullaje fronterizo no solo representaciones de exclusión, sino también prácticas ‘obscenas’ de inclusión. Aunque la ilegalidad y la deportabilidad de los inmigrantes es visibilizada y presentada públicamente, el espectáculo fronterizo realizado también conlleva “su complemento impreciso, ignorado o repudiado por el público y obsceno: el reclutamiento a gran escala de los inmigrantes ilegales como trabajo legalmente vulnerable, precario, y por lo tanto dócil”.[xiv] Después de que me mudé a los Estados Unidos, comprendí mucho mejor estos mecanismos y dinámicas, y pienso que es crucial entender la ‘fronterización’ del mundo, y de los Estados Unidos en particular, no simplemente como el refuerzo de líneas presuntamente rígidas, sino como la creación de filtros que permiten el movimiento precario y selectivo de aquellos que, una vez llegados, conforman sujetos deportables y explotables, la abyecta fuerza de trabajo estadounidense.

 

 

Al trabajar en el frente de la precariedad migratoria en tu trabajo con el Teléfono de Alarma (“Alarm Phone”) de Watch the Med, cuya misión es dar apoyo a los viajeros precarios en el mar y monitorear las operaciones de rescate de los botes que llevan inmigrantes a través del Mediterráneo, te has encontrado con los mecanismos migratorios muy de cerca. ¿Cuál es tu valoración ética del rol de los agentes que generalmente se conocen como contrabandistas de personas (en el contexto Estados Unidos-México los llamamos coyotes)?

 

Creo que cualquier apreciación del rol de los ‘contrabandistas de personas’ necesita ser ajustada a un contexto específico, y también enmarcada dentro de una discusión y crítica de factores estructurales mayores que crean la necesidad de sus servicios en primer lugar. Tanto en el contexto europeo como en el estadounidense, las políticas migratorias restrictivas que buscan filtrar e impedir ciertos movimientos humanos han provocado rutas migratorias aún más peligrosas, además de una necesidad aún mayor de ‘ayuda para huir’. Debido a la proliferación y externalización ya mencionadas de las fronteras, vemos cómo las fronteras estadounidenses y europeas emergen en una variedad de formas y a veces en locaciones sorprendentes, mucho más allá de donde uno espera encontrarlas. En el momento en que las personas atraviesan una frontera internacional, se les envía a las actuales pistas de obstáculos para viajeros precarios.

 

Ciertas zonas específicas se han convertido en emblemas para las luchas fronterizas sobre la vida y la muerte, donde con frecuencia se necesita que los contrabandistas las sorteen. William Walters se ha referido a estas zonas fronterizas como “fallas geológicas en el delicado espacio de la globalización, donde pareciera que los mundos designados por los términos de Norte Global y Sur Global se enfrentan de un modo muy concreto y abrasivo, y donde los gradientes de riqueza y pobreza, de ciudadanía y no ciudadanía aparecen de forma especialmente brusca”.[xv] En el contexto Estados Unidos-México, el Desierto de Sonora funciona como una barrera natural, mientras que en Europa hace lo propio el Mar Mediterráneo. En estas zonas, el sufrimiento y la muerte de los inmigrantes se muestran a menudo como consecuencias de los elementos naturales y el entorno inhóspito, tales como el calor, el vasto espacio seco, las corrientes impredecibles, los fuertes vientos, etcétera.

 

Con eso, la muerte de los inmigrantes es despolitizada, como si otras personas no se vieran afectadas, o se muestra como el resultado de la imprudencia de los contrabandistas, pues los migrantes son abandonados por los ‘coyotes’ mexicanos u obligados a subir a botes no aptos para navegar por los ‘traficantes’ libios. Ambas representaciones, obviamente, no logran tener en cuenta cómo Estados Unidos y Europa “hacen funcionales” continuamente estas mortales zonas fronterizas con el fin de disuadir a los inmigrantes. La letalidad del desierto y el mar se ha activado e integrado de forma activa en las pistas de obstáculos de la inmigración precaria. Vicki Squire y NoMoreDeaths (No más muertes) han mostrado la forma en que se usa el desierto para matar, y Charles Heller, Lorenzo Pezzani y WatchTheMed han denunciado durante mucho tiempo a las fuerzas que hacen que el mar sea un ‘asesino silencioso’.[xvi]

 

A la hora de enfrentar estos obstáculos a menudo mortales, casi la única forma que encuentran de cruzarlos es recurrir a los servicios ofrecidos por los contrabandistas. Con la seguridad y la militarización en aumento en las zonas fronterizas, en especial a lo largo de las fallas geográficas globales, también crece el negocio rentable de facilitación de huida. No hace falta ser un genio para deducirlo.  Esta “industria de la ilegalidad” en auge, siguiendo el trabajo de Ruben Andersson, “produce lo que aspira a eliminar, restringir o transformar: más ilegalidad inmigrante”.[xvii] A pesar de esta verdad bastante simple, los políticos y los legisladores europeos y estadounidenses continúan viendo a quién echarle la culpa, a menudo generalizando a los contrabandista sin distinguir a los traficantes, e ignorando completa y obstinadamente los motivos que subyacen en la necesidad de que haya facilitadores en primer lugar.

 

Culpar a un tunecino joven por el mayor desastre marítimo en el Mediterráneo, donde posiblemente murieron más de 900 personas, no solo nos aporta una especie de coartada moral, sino que produce una multitud de políticas fronterizas.[xviii] La lógica es clara: la figura del enemigo del contrabandista/traficante posibilita el refuerzo militar de la frontera y la disuasión de los inmigrantes, todo ello envuelto, sin embargo, en una retórica humanitaria. Aunque es una simple estrategia engañosa, parece funcionar. Esta es la razón por la que la figura del contrabandista/traficante malvado necesita no solo de ser castigada continuamente, sino también reproducida y, si bien indirectamente, subsidiada. En los medios, pero también en algunos trabajos académicos, existe una fascinación con los contrabandistas y sus ‘redes criminales’ que explotan a la gente de por sí ya vulnerable.  En lo personal, cada vez estoy más cansado del enfoque simplista que ignora las estructuras y las fuerzas en acción mucho más grandes y complejas.

 

Al mismo tiempo, al ver las impactantes formas de violencia que los viajeros tienen que experimentar a menudo a causa de los contrabandistas, cuando se trasladan en dirección norte desde el sur americano y la África subsahariana, creo que sería erróneo intentar cambiar la narrativa simplemente hacia el otro extremo del espectro, y llegar a una representación idealizada y a grandes rasgos del contrabandista contemporáneo como alguien humanitario que ayuda a huir, que he encontrado en algunos trabajos académicos. Es una cuestión de matices y de contexto. Ciertamente, hay una dimensión ‘diaria’ y una humanitaria del contrabando, pero también hay redes y carteles que se benefician a partir del abuso, la explotación y la extorsión de los viajeros y sus familias, como por ejemplo en Libia, pero por supuesto que también en México. Y aquí vemos cómo, debido a la ‘industria de la ilegalidad’, el contrabando se convierte a menudo en tráfico. Apuntar a estas fuerzas y estructuras superiores no le quita —y esto es importante— la culpa a los contrabandistas por sus violaciones a los derechos humanos, sino que reconoce el hecho de que están especulando con las políticas migratorias restrictivas y un mundo delimitado.

 

En Watch The Med Alarm Phone apuntamos incansablemente a estas verdades muy simples. Por ejemplo, en nuestra declaración de 2015 ‘Ferries not Frontex! (¡(Transbordadores, no fronteras exteriores!) 10 puntos para terminar de una vez con las muertes de los inmigrantes en el mar’, donde afirmamos que “organizaciones internacionales y políticos de todas las tendencias del espectro político han denunciado a los contrabandistas como la primera causa de muerte en el Mar Mediterráneo. Muchos políticos prominentes han comparado al contrabando de inmigrantes con el comercio trasatlántico de esclavos. Parece que no hubiera límites para la hipocresía: ¡aquellos que defienden el régimen esclavo condenan a los negociantes de esclavos! Sabemos muy bien que los contrabandistas que operan en este contexto de la guerra civil en Libia son a menudo criminales despiadados. Pero también sabemos que la única razón por la que los inmigrantes tienen que recurrir a ellos es el régimen fronterizo europeo. Las redes de contrabando serían historia en cuestión de segundos si aquellos que ahora mueren en el mar pudieran en cambio llegar a Europa legalmente. El sistema de visados que evita que lo hagan se introdujo hace solo 25 años”.

 

Precisamente debido al hecho de que las políticas restrictivas se traducen en rutas de escape cada vez más precarias, peligrosas, costosas y extensas, hay muchos puntos a lo largo del camino donde los servicios de contrabando consensuados se convierten en una explotación no consensuada. Por ejemplo, en el caso de Libia, sabemos que aquellos que buscan escapar deciden recurrir a los contrabandistas, pero también se los obliga a menudo a subir a los botes. La distinción dominante entre ‘inmigrantes (económicos)’ supuestamente voluntarios y ‘refugiados’ obligados, colapsa por completo aquí, pues no logra ser útil en la compleja realidad de una Libia asolada por la guerra. Las formas en que el contrabando puede convertirse rápidamente en tráfico no puede entenderse si no tenemos en cuenta las condiciones sociopolíticas cambiantes en Libia, los devastadores efectos de las intervenciones militares de la OTAN para el ‘cambio de régimen’ (un ‘espectáculo de mierda’, citando a Obama), en especial para las poblaciones y los residentes subsaharianos, que dieron pie a los cruces masivos que presenciamos actualmente. Con el fin de inmovilizar estos movimientos salientes, deseo que fue desencadenado también por la intervención de la alianza militar, Europa creó el operativo naval anticontrabando Eunvafor Med y las fuerzas militares estadounidenses están entrenando actualmente a la guardia costera libia que, aunque se encuentra insertada en narrativas humanitarias, simplemente sirve para la disuasión de la movilidad con rumbo a Europa. Esto, a su vez, ha llevado a un riesgo intensificado para los contrabandistas y a un aumento de los gastos, debido a la destrucción de los botes usados por las fuerzas navales estadounidenses; por lo tanto, los botes de elaboración a bajo precio están tripulados por personal ‘prescindible’ o dirigidos por los mismo refugiados, haciendo que los viajes sean incluso más riesgosos y más mortales.

 

Los ‘auténticos’ humanitarios que actúan en el Mediterráneo, cuyas tripulaciones de búsqueda y rescate son responsables de rescatar a decenas de miles de necesitados, se encuentran cada vez más bajo el ataque de Europa y más vinculados al contrabando de personas, como cuando la agencia europea de fronteras Frontex sugirió en diciembre de 2016 que ‘conspiraban’ con los contrabandistas de personas.[xix] Estas estrategias cínicas para debilitar a quienes evitan más muertes masivas en el mar son particularmente espantosas, teniendo en cuenta que este año [2016] ha sido el que ha registrado más muertes en el cruce de fronteras en el Mediterráneo. Hubo más de 5000 muertes contabilizadas en 2016. Obviamente, el número real es mucho mayor.

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La cobertura de los medios europeos ha enfocado su atención en el aprieto de los refugiados, donde algunos podrían decir que entra en juego la jerarquización de los inmigrantes indocumentados, relegando a aquellos que no son refugiados a la categoría inferior de inmigrantes económicos. Si los refugiados se ven en el discurso internacional como personas que merecen obtener derechos y protección en mayor grado que los inmigrantes económicos, ¿dónde quedan los millones de inmigrantes indocumentados que viven en los Estados Unidos, donde unos pocos pueden presentar una demanda judicial viable para el estado de refugiado? En otras palabras, ¿hasta qué punto la actual crisis de refugiados hace que el problema de la inmigración indocumentada en Estados Unidos no parezca digno de preocupación?

 

Una de las tareas más importantes al comienzo de los seminarios que ofrezco en la Universidad de California en Davis es proporcionarles herramientas a los estudiantes para que cuestionen de forma crítica el modo en que algunas personas se consideran inmigrantes mientras que otras se convierten en refugiados. Considero que dar por sentadas las distinciones oficiales entre ‘refugiado’ e ‘inmigrante’ y tomarlas como punto de partida para el análisis es muy problemático, y he llegado a preferir que se refieran a esos movimientos sin autorización como ‘viajeros’, para evitar reproducir las distinciones (aunque siempre haya un deslizamiento para que sea ‘legible’). Siempre incito a mis estudiantes a que desafíen la forma en que los países y las organizaciones internacionales crean y actúan en cuanto a estas distinciones, basadas a menudo en concepciones limitadas (cada vez más restringidas) de cuáles son razones ‘legítimas’ para huir y la sensación de ser perseguido.

 

Hacer una categorización de las poblaciones móviles por el modelo inmigrante/refugiado es definitivamente insuficiente si pensamos en la complejidad de (los motivos de) la inmigración irregular y las estructuras interrelacionadas de opresión que causan el desarraigo y el desplazamiento de tantos. Una vez que se decide quién es o no un refugiado, tendrá consecuencias variadas y significativas para las personas involucradas. Y va más allá de las cuestiones de legalidad y acceso a, o negativa a, ciertos derechos y protecciones. A pesar de que nunca sean estáticas por sí mismas, en el dominio público, las representaciones de ciertos sujetos migratorios como los refugiados y de otros como los inmigrantes económicos a menudo coinciden con los diferentes grados de ‘merecimiento’, como mencionas en tu pregunta. Es importante prestar atención a estas construcciones (discursivas) de las ‘figuras inmigrantes’, pues, como ha escrito Harald Bauder: “El idioma es relevante en los debates jurídicos, el discurso público y los intercambios diarios. La terminología puede implicar causalidad, generar respuestas emocionales y transmitir significados simbólicos”.[xx]

 

Entonces, cuando observamos la construcción discursiva de la ‘situación’ actual en Europa, normalmente vemos que se menciona como una ‘crisis de refugiados’ pero igual de frecuentemente como una ‘crisis de inmigrantes’. Entonces, ¿cuál es, asumiendo que incluso aceptamos su representación como una crisis? Si siguiéramos las distinciones oficiales, deberíamos llamarla crisis de refugiados e inmigrantes, dado que algunos se construirán como refugiados y probablemente se les otorgarán ciertos derechos y protecciones, mientras que los otros, construidos como inmigrantes, están en riesgo de ser deportados. Por lo tanto, es importante analizar y problematizar la forma en que se están realizando las distinciones oficiales. No solo porque cada persona, sin importar si viene o no de los principales ‘países que producen refugiados’, debería tener una valoración genuina sobre el asilo, basada en las razones específicas de la huida, sino porque las mismas bases sobre las que las decisiones para dar asilo se están tomando son con frecuencia arbitrarias y profundamente problemáticas.

 

Ante la pregunta sobre quién es inmigrante y quién refugiado, la cuestión no es solo establecer los hechos, sino que se trata de un proceso interpretativo y con motivaciones políticas. Por ejemplo, ¿por qué un Estado miembro de la Unión Europea solo acepta una de diez solicitudes de asilo, mientras que en otros lugares son siete sobre diez? Más específicamente, ¿por qué las tasas de aceptación de las personas que huyen del mismo país y del mismo conflicto son tan radicalmente diferentes en los distintos Estados miembros? Esto significa que la determinación de quién es inmigrante y quién refugiado es refutada políticamente, contingente y específica según el contexto y, por lo tanto, no es un indicador de la ‘auténtica’ necesidad de protección. Además, y en relación con lo anterior, lo que comúnmente uno no logra percibir es que cada vez más países se declaran ‘seguros’, o lo suficientemente seguros, de modo que la motivación de quienes escapan de ellos se entiende como originada solo por ‘deseos económicos’, no por un ‘miedo bien fundado de persecución’.

 

Vemos que aquellos considerados inmigrantes y aquellos a quienes se hace referencia como refugiados se representan uno contra otro, como si fuera un juego de suma cero. Quienes se consideran refugiados parecen más merecedores que los ‘inmigrantes económicos’, y siguiendo una lógica de ‘el bote está lleno’, uno de ellos se tiene que ir.  Cada vez menos personas cumplen con los criterios más y más estrictos para ser considerados refugiados y podemos ver cómo esto lleva a la jerarquización que mencionaste en tu pregunta. También es una lotería: si se acepta a muchos de una nacionalidad (por ejemplo, sirios) como refugiados, otros estarán en riesgo de convertirse en inmigrantes. Por ejemplo, Afganistán, incluido durante mucho tiempo entre los principales ‘países que producen refugiados’, es considerado ahora ‘parcialmente seguro’ por el gobierno alemán, y las expulsiones colectivas de afganos ya se han comenzado, lo que era impensable hace algunos años, antes de la ‘crisis inmigrante/refugiado’.

 

Entonces, para regresar por fin a tu pregunta: permitir que la “crisis de refugiados haga que el problema de la inmigración indocumentada en Estados Unidos no parezca digno de preocupación” sería aceptar oficialmente que se mantienen las distinciones inmigrante/refugiado y caer en la trampa. Si seguimos la lógica del ‘merecimiento’ basándonos en esta distinción, ignoramos no solo que el estado de refugiado es volátil y se está deteriorando cada vez más, sino también que reproduce estas distinciones.  Creo que los movimientos sociales necesitan ser conscientes de estos peligros y construir en relación con estos marcos de solidaridad que exceden las distinciones jurídicas (del Estado). Nosotros, en Alarm Phone, situamos nuestra lucha dentro de una preocupación mayor por la justicia global y una campaña para la libertad de permanecer y transitar para todos, independientemente de cómo los construyen oficialmente los ‘expertos’ europeos en asilo, después de sus migraciones precarias.

 

En los últimos años ha surgido una gama de formas creativas de resistencia alrededor de los temas relacionados con fronteras, la migración y la ciudadanía, lo que ha dado cierta esperanza a los inmigrantes indocumentados. Pero una vez que los detienen y los deportan, pareciera que no hay ningún lugar hacia dónde volver. ¿Ves alguna nueva dirección que el activismo pueda tomar frente a la deportación masiva?

 

Es verdad que la encarcelación y las deportaciones masivas de los ‘otros indeseados’ parecen ser estrategias eternamente buscadas por los gobiernos, en especial en vista del aumento de los movimientos migratorios durante los últimos años en Europa y luego de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, estas estrategias no son nuevas, sino que han existido y se han aplicado desde mucho antes del ‘largo verano de migraciones’ de 2015 en Europa. Dentro del contexto de los Estados Unidos, podría decirse, las deportaciones masivas llevan la firma de la administración de Obama, que las ha intensificado durante los últimos ocho años. Las deportaciones son una “convención definitiva y cada vez más penetrante del arte rutinario de gobernar”, de modo que uno puede hablar de un régimen de deportación mundial, siguiendo a De Genova.[xxi] Y dado que no es nada nuevo, ya hemos visto varias formas exitosas de resistencia que las desafió durante los últimos años. Por lo tanto, diría que muchas de estas formas creativas de resistencia que mencionaste en la pregunta también existen en el terreno de la detención y la deportación.[xxii]

 

Ha habido varias instancias de campañas antideportación exitosas y un trabajo de defensa prometedor, son demasiados casos para enumerarlos aquí. Han logrado cerrar los centros de detención, por ejemplo, en la isla griega de Lesbos; han creado kits con herramientas inmensamente importantes y la transferencia de conocimiento para organizar la suspensión de las deportaciones, por ejemplo en el Reino Unido; han expuesto y boicoteado a los muchos actores (no/estatales) que se benefician de este negocio; y han evitado las deportaciones ‘extra’-europeas y las ‘deportaciones en Dublín’ ‘intra’-europeas, por ejemplo a Grecia e Italia.[xxiii] El grupo ‘Lampedusa in Hamburg’ por ejemplo, de algún modo una reminiscencia del movimiento Sans-Papier (sin papeles) en París hace más de una década, ha creado un movimiento muy exitoso a gran escala, capaz de resistir las deportaciones de Alemania a Italia.[xxiv] Otros ejemplos son los Non-Citizens (no ciudadanos) y los activistas refugiados que han buscado confrontaciones directas con las autoridades estatales en Alemania y Austria, en especial desde 2012, y los distintos levantamientos dentro de los centros de detención en toda Europa, variando desde ‘protestas sin ropas’ en el Reino Unido hasta huelgas de hambre, incendios provocados y escapes en Grecia.[xxv]

 

He escrito sobre una forma creativa de resistencia en particular, donde los activistas políticos de No One Is Illegal (nadie es ilegal) lanzaron en Alemania la campaña ‘Clase de deportación’, que apuntaba a las aerolíneas involucradas en la expulsión de los deportados. Los activistas, por ejemplo, se colaban en la asamblea de accionistas de Lufthansa vestidos como si fueran del personal, creaban un ‘aviso publicitario’ falso para la ‘clase de deportación’ de Lufthansa, escribían instrucciones para los pasajeros sobre cómo comportarse cuando presenciaran un intento de deportación, etcétera.[xxvi] Estas campañas de los activistas nos permiten comprender las deportaciones no solo como dirigidas por el Estado, y como “nada más que la rama desagradable de un sistema migratorio y de refugiados”, sino como “una industria”, operada por una plétora de actores y con muchos beneficios económicos a partir del sufrimiento de los inmigrantes, como ha señalado William Walters.[xxvii]

 

Sobre todo, aquellos que son obligados a subirse a un avión y otros vehículos contra su voluntad, han evitado con frecuencia su propia expulsión por medio de la resistencia física y alzando sus voces y pidiendo el apoyo de los pasajeros. Estos actos de rechazo son, por supuesto, peligrosos, ya que pueden implicar autolesiones o violencia por parte de las autoridades a cargo de la deportación. Muchos han pagado con sus vidas para impugnar su deportación.[xxviii] Sin embargo, esto nos sirve para decir que las tácticas para responder a la amenaza de la deportación existen, y que a menudo las deportaciones se pueden negociar, objetar y prevenir. Entonces, hay mucho por hacer, incluso una vez que arrestan y detienen a la gente.

 

En especial cuando pensamos en las continuidades en los regímenes de deportación, incluso si el dominio de Trump con frecuencia se representa como una amenaza repentina para los indocumentados, sugeriría que en lugar de necesitar direcciones completamente nuevas en el activismo, las luchas antidetención y antideportación necesitan crecer, intensificarse y convertirse en incluso más amplias, creativas y dinámicas. Se necesitan alianzas transfronterizas y transcategóricas que creen amplias coaliciones solidarias que no vean las luchas sobre migración como algo marginal sino fundamental para cualquier movimiento políticamente progresivo y liberatorio que busque desafiar las fuerzas profundamente antidemocráticas, neocoloniales, populistas y autoritarias que surgen en el mundo.[xxix] Necesitamos comprender la deportación y la detención como una parte y división de una política racista e imperial con un patrullaje de movilidad opresivo, por lo que las luchas políticas para el derecho de las personas a transitar y permanecer están profundamente intrincadas con preocupaciones sobre la justicia mundial.

 

Ha habido varios ejemplos optimistas que se dieron, tanto en Europa como en Estados Unidos, pero obviamente también en otros lados, donde se han formado redes solidarias, compuestas de una variedad de actores, abarcando el espectro social desde activistas sin fronteras hasta sindicatos e iniciativas religiosas, aunando esfuerzos y creando bloqueos contra la expulsión forzada.[xxx] Aquí en Estados Unidos el impulso renovado del movimiento santuario es motivo para tener alguna esperanza de que las deportaciones masivas inminentes simplemente no se aceptarán. Es importante, sin embargo, y sobre todo porque las bases jurídicas y la eficacia política del movimiento santuario se discuten, ir más allá de las declaraciones, y poner el cuerpo en la calle para evitar físicamente que las autoridades acorralen de forma violenta a las personas de color del mundo y las arranquen de sus comunidades y de los lugares donde viven y a donde pertenecen.

 

Finalmente, aunque las deportaciones son con frecuencia traumatizantes y dolorosas, no son el acto final en la historia: la gente regresa y reclama y promulga el derecho a pertenecer.

 

* Robert McKee Irwin es director del Programa de PhD en Estudios Culturales en la Universidad de California, Davis donde también codirige la Iniciativa Mellon en Estudios Comparados de Frontera y el proyecto de narrativa digital Humanizando la Deportación.

 

[i] Nicholas De Genova, ‘Extremities and Regularities: Regulatory Regimes and the Spectacle of Immigration Enforcement’ [Extremidades y regularidades: los regímenes regulatorios y el espectáculo de aplicación de las leyes de la inmigración], en Joost de Bloois, Robin Celikates, and Yolande Jansen, editores, The Irregularization of Migration in Contemporary Europe: Detention, Deportation, Drowning [La irregularización de la migración en la Europa contemporánea: detención, deportación, ahogamiento] (Londres: Rowman & Littlefield, 2015), pág. 7.

[ii] Peter Nyers, ‘Abject Cosmopolitanism: The Politics of Protection in the Anti-Deportation Movement’ [Cosmopolitismo abyecto: la política de protección en el movimiento antideportación], Third World Quarterly [Publicación trimestral del Tercer Mundo], 24 (2003), págs. 1069-1093, pág. 1070, énfasis en el original.

 

[iii] Prem Kumar Rajaram and Carl Grundy-Warr, editores, Borderscapes, Hidden Geographies and Politics at Territory’s Edge [Borderscapes, geografías ocultas y políticas en los límites del territorio] (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2007), págs. xxix-xxx, énfasis en el original.

[iv]  Judith Butler, Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (Nueva York: Verso, 2004), pág. 65.

[v] Roxanne Lynn Doty, ‘States of Exception on the Mexico–U.S. Border: Security, ‘‘Decisions’’ and Civilian Border Patrols’, International Political Sociology 1 [Estados de excepción en la frontera México-Estados Unidos: seguridad, ‘‘decisiones’’ y patrullas fronterizas civiles’, Sociología política internacional 1] (2007), págs. 113–137, pág. 132.

[vi] Joseph Nevins, Operation Gatekeeper: The Rise of the ‘Illegal Alien’ and the Making of the U.S.-Mexico Boundary [Operación Guardián: el aumento de los ‘extranjeros ilegales’ y la creación de la frontera Estados Unidos-México] (Nueva York: Routledge, 2005), pág. 208.

[vii] Étienne Balibar, Politics and the Other Scene [Política y la otra escena]. Londres: Verso, 2002.

[viii]  Manuela Bojadžijev y Serhat Karakayalı, ‘Autonomie der Migration: 10 Thesen zu einer Methode,’ [Autonomía de la migración: diez disertaciones para un método] en Forschungsgruppe Transit Migration, editores, Turbulente Ränder: Neue Perspektiven auf Migration an den Grenzen Europas [Márgenes turbulentos: Nuevas perspectivas sobre la migración en las fronteras de Europa] (Bielefeld: Transcript, 2007), págs. 209-215.

[ix]  Dimitris Papadopoulos, Niamh Stephenson y Vassilis Tsianos, Escape Routes [Rutas de escape]. (Londres: Pluto Press, 2008), pág. 202.

[x] Todd Miller, ‘The Border Wall Already Exists’ [El muro fronterizo ya existe], The Jacobin (2016),  https://www.jacobinmag.com/2016/08/border-wall-donald-trump-immigration-clinton/, Accessed on 08/26/2016; Reece Jones, Violent Borders: Refugees and the Right to Move [Fronteras violentas: refugiados y el derecho a transitar] (Londres: Verso, 2016).

[xi] Nicholas De Genova, ‘Spectacles of migrant ‘illegality’: the scene of exclusion, the obscene of inclusion’, Ethnic and Racial Studies, [Espectáculos de la ‘ilegalidad’ migratoria: la escena de exclusión, lo obsceno de la inclusión. Estudios étnicos y raciales] 36:7 (2013), pág. 1183.

[xii]  New Keywords Collective. 2016. Europe/Crisis: New Keywords of ‘the Crisis’ in and of ‘Europe’ [Europa/Crisis: nuevas claves de ‘the Crisis’ en y de ‘Europa’], editado por Nicholas De Genova y Martina Tazzioli. Near Futures Online. En línea: http://nearfuturesonline.org/europecrisis-new-keywords-of-crisis-in-and-of-europe/.

[xiii] Nicholas De Genova, ‘Spectacles of migrant ‘illegality’: the scene of exclusion, the obscene of inclusion’, Ethnic and Racial Studies, [Espectáculos de la ‘ilegalidad’ migratoria: la escena de exclusión, lo obsceno de la inclusión. Estudios étnicos y raciales] 36:7 (2013), pág. 1183.

[xiv] Ibid., pág. 1181.

[xv]  Walters W (2011) Foucault and Frontiers: Notes on the Birth of the Humanitarian Border [Foucault y las fronteras: notas sobre el nacimiento de la frontera humanitaria]. En U Bröckling, S Krasmann y T Lemke (editores), Governmentality, Current Issues and Future Challenges [Gubernamentalidad, asuntos actuales y futuros desafíos] (págs. 138-164). Routledge: Nueva York, pág. 146.

[xvi]  Squire, Vicki. 2014. “‘Desert ‘trash’: Posthumanism, border struggles, and humanitarian politics.” [‘Basura’ del desierto: poshumanismo, luchas en la frontera y políticas humanitarias] Geografía política 39: 11-21; No More Deaths [No más muertes], 2016, http://forms.nomoredeaths.org/en/ Accessed 12/23/2016; Heller, Charles y Lorenzo Pezzani. 2014. “Liquid Traces: Investigating the Deaths of Migrants at the Maritime Frontier of the EU.” [Rastros líquidos: investigar las muertes de los inmigrantes en la frontera marítima de los Estados Unidos] En The Architecture of Public Truth [La arquitectura de la verdad pública], editado por Forensic Architecture, 656-684. Berlín: Sternberg Press; https://www.theguardian.com/us-news/2016/dec/07/report-us-border-patrol-desert-weapon-immigrants-mexico.

[xvii]  Andersson, Ruben, ‘Hunter and prey: patrolling clandestine migration in the Euro-African borderlands’, [Cazador y presa: el patrullaje de la inmigración clandestina en las zonas fronterizas euroafricanas] Anthropological Quarterly, [Publicación trimestral antropológica] 87:1 (2014): 118-149, pág. 121.

[xviii] http://www.nytimes.com/2016/12/13/world/europe/italy-migrants-libya-shipwreck.html

[xix] Financial Times. 2016. ‘EU border force accuses charities of collusion with migrant smugglers’ [La fuerza en la frontera estadounidense acusa a las organizaciones benéficas de conspirar con los contrabandistas de inmigrantes] Consultado el 16/12/2016 https://www.ft.com/content/3e6b6450-c1f7-11e6-9bca-2b93a6856354

[xx]  Bauder, Harald, ‘Why We Should Use the Term ‘Illegalized’ Refugee or Immigrant: A Commentary’ [Por qué deberíamos usar el término refugiado o inmigrante ‘ilegal’: un comentario], International Journal of Refugee Law [Diario internacional de la legislación sobre refugiados], 26:3 (2014): 327-332, pág. 328.

[xxi]  De Genova, Nicholas, ‘The Deportation Regime: Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement’ [El régimen de deportación: soberanía, espacio y la libertad de circulación], en Nicholas De Genova y Nathalie Peutz, editores, The Deportation Regime: Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement [El régimen de deportación: soberanía, espacio y la libertad de circulación]. Londres: Duke University Press (2010), págs. 33-68, pág. 34.

[xxii] Schwiertz, Helge, ‘Transformations of the undocumented youth movement and radical egalitarian citizenship’ [Transformaciones del movimiento de jóvenes indocumentados y ciudadanía radical igualitaria], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:5 (2016), págs. 610-628.

[xxiii]  Right to Remain UK [Derecho a permanecer en el Reino Unido], http://righttoremain.org.uk/toolkit/

[xxiv] Lampedusa in Hamburg, http://lampedusa-hamburg.info/; McNevin, A., ‘Political Belonging in a Neoliberal Era: The Struggle of the Sans-Papiers’ [Pertenencia política en una era neoliberal: la lucha de los Sans-Papiers], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 10:2 (2006): 135-151.

[xxv]  Tyler, Imogen, ‘Naked protest: the maternal politics of citizenship and revolt’ [Protesta sin ropa: la política maternal de la ciudadanía y la revuelta], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 17:2 (2013), págs. 211-226; Ataç, Ilker, ‘‘Refugee Protest Camp Vienna’: making citizens through locations of the protest movement’ [Protesta de refugiados Camp Vienna: formando ciudadanos a través de las locaciones del movimiento de protesta], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:5 (2016), págs. 629-646.

[xxvi]  Stierl, M., ‘‘No One Is Illegal!’ Resistance and the Politics of Discomfort’ [Nadie es ilegal: la resistencia y la política de la incomodidad], Globalizations [Globalizaciones], 9:3 (2012), 425-438.

[xxvii]  Walters, William, ‘Deportation, Expulsion, and the International Police of Aliens’ [Deportación, expulsión y la policía internacional de los extranjeros], en Nicholas De Genova and Nathalie Peutz, editores, The Deportation Regime: Sovereignty, Space, and the Freedom of Movement [El régimen de deportación: soberanía, espacio y la libertad de circulación]. Londres: Duke University Press (2010), págs. 69-100.

[xxviii]  Stierl, M., ‘Contestations in Death: The Role of Grief in Migration Struggles’ [Impugnaciones en la muerte: el papel del dolor en las luchas migratorias], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:2 (2016), 173-191.

[xxix]  Stierl, M., Rygiel, K., and Ataç, I., ‘The Contentious Politics of Refugee and Migrant Protest and Solidarity Movements: Remaking Citizenship from the Margins’ [La política contenciosa de la protesta de refugiados y migrantes y los movimientos solidarios: rehacer la ciudadanía desde los márgenes], Citizenship Studies [Estudios cívicos], 20:5 (2016), 527-544.

[xxx] Ataç, I., Kron, S., Schilliger, S., Schwiertz, H. y Stierl, M., 2015. ‘Struggles of Migration as in-/visible Politics’ [Luchas de la migración como una política in/visible], Movements [Movimientos], 1:2 (2015), 1-18; Doppler, L., ‘‘A feeling of doing the right thing’ – Forming a successful alliance against Dublin-Deportations’ [El sentimiento de hacer lo correcto. Formación de una alianza exitosa contra las deportaciones en Dublín], Movements [Movimientos], 1:2 (2015).

 

 

La violencia del Complejo Industrial de la Frontera

 

Por: Cristina Jo Pérez*

Traducción: Jimena Reides

Imagen: Colectivo Indecline

Apoyándose en el caso de la muerte del mexicano Anastasio Hernández Rojas en 2010 a manos de las fuerzas de seguridad fronterizas, Cristina Jo Pérez propone utilizar la crítica queer de color para desactivar el discurso oficial del “bad hombre” esgrimido por Donald Trump y el aparato de seguridad estadounidense contra los inmigrantes en situación irregular.


El 29 de mayo de 2010, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) puso a Anastasio Hernández Rojas bajo custodia por cruzar ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos desde Tijuana a San Diego. Durante algunas horas, los agentes retuvieron a Hernández Rojas, lo amenazaron diciéndole que sería deportado y lo golpearon brutalmente. Algunos días después de su arresto, Hernández Rojas falleció en un hospital de San Diego.[i] Creo que los intercambios violentos entre los mexicanos que cruzan la frontera y los agentes, como los que se dieron entre Hernández Rojas y los oficiales que lo arrestaron, demuestran cómo en la frontera los mexicanos son considerados amenazas delictivas contra las que se debe defender a los ciudadanos estadounidenses. En este ensayo, los documentos de los tribunales, los vídeos de teléfonos celulares y los medios de comunicación sirven como prueba para mostrar el modo en que se usó la violencia física como medio para disciplinar a los inmigrantes indocumentados.

 El caso de Hernández Rojas también dirige nuestra atención hacia el campo discursivo más extenso donde la muerte de este “bad hombre”,[ii] y de aquellos como él, se representan como no-muertes por las que no se debe guardar luto. De hecho, luego de que Hernández Rojas falleciera, la retórica del estado se centró en sus delitos para sugerir que su muerte no solo estaba justificada, sino que en realidad había sido la culpa de Hernández Rojas. A continuación, también tendré en cuenta los hallazgos oficiales del Departamento de Justicia y la cobertura de los medios de comunicación para demostrar que la muerte de este mexicano que cruzó la frontera, junto con otros 27 que murieron en encuentros con oficiales de la CBP entre enero de 2010 y febrero de 2014,[iii] se describen como necesarias para que los ciudadanos estadounidenses puedan estar seguros dentro de los límites de su nación.

Inicialmente atraído por las oportunidades económicas de Estados Unidos en la década de 1980, Anastasio Hernández Rojas consiguió trabajo en el área de la construcción. Con el tiempo, Hernández Rojas conoció a su esposa y formaron una familia en San Diego, que creció hasta incluir a sus cinco hijos. En mayo de 2010, después de pasar veintisiete años trabajando con éxito en San Diego, Hernández Rojas descubrió que el trabajo se había acabado. Mientras en los Estados Unidos la mayoría continuaba sintiendo los efectos de la recesión de 2008, es probable que la situación particularmente precaria de Hernández Rojas como trabajador indocumentado contribuyera a su lucha por encontrar trabajo. Aun así, en mayo de 2010, Hernández Rojas sintió la necesidad de conseguir una botella de tequila y un bistec, sin los medios para pagarlos. Por ese motivo, los robó, lo atraparon y lo arrestaron.[iv]

Luego de arrestarlo, los oficiales revisaron sus antecedentes y, probablemente como consecuencia de la intensificación del intercambio de información entre las fuerzas de seguridad ocasionado por “Comunidades Seguras: Programa Integral para Identificar y Deportar Extranjeros Criminales”[v], lo identificaron como inmigrante indocumentado. La misión de Comunidades Seguras era “mejorar la seguridad pública mediante la implementación de un enfoque amplio e integrado para identificar y deportar extranjeros criminales en los Estados Unidos”. Era una misión puesta en marcha a través de una red de vigilancia que incluía la identificación biométrica nacional, la verificación de registros de todos los individuos arrestados y el compromiso de cumplir con estas verificaciones rápidamente. Luego de identificar a un inmigrante indocumentado, Comunidades Seguras priorizaba “las acciones coercitivas para garantizar la detención y la deportación de los extranjeros criminales peligrosos”.[vi] Por lo tanto, en el caso de Hernández Rojas, lo deportaron a México.

Cuando estuvo nuevamente en México, Hernández Rojas llamó a su esposa y le prometió que regresaría con ella y sus cinco hijos en poco tiempo. Como respuesta, la esposa de Hernández Rojas recuerda haberle dicho que no volviera, pues la seguridad en la frontera era muy estricta.[vii] Algunos días después, a pesar de las advertencias de su esposa, intentó volver a entrar en los Estados Unidos, no mediante un puesto de control fronterizo oficial, sino atravesando el desierto. En el proceso, Hernández Rojas, sin darse cuenta, se tropezó con un sensor terrestre, colocado en el desierto, subvencionado y monitoreado por la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos. Los oficiales de esta patrulla lo arrestaron y lo llevaron a un centro de detención en San Diego. La demanda presentada por la familia de Hernández Rojas luego alegaría que mientras lo retenían y lo interrogaban en el centro de detención, un agente lo pateó en un tobillo que ya tenía quebrado de antes. Con un dolor insoportable, Hernández Rojas pidió atención médica y que le permitieran presentar una denuncia contra el agente que lo había pateado, un hombre identificado en los documentos solo como Agente V325. En lugar de recibir atención, el Agente V325 y otro agente violaron el protocolo que establecía que lo llevaran a un centro de deportación y, en cambio, condujeron a Hernández Rojas hacia la frontera. Según los informes oficiales al detenido se le quitaron las esposas y se puso combativo a causa de las metanfetaminas encontradas en su sistema. A su vez, los oficiales en la escena no tuvieron otra opción que pedir refuerzos y responder con la fuerza.[viii]

Una investigación realizada por el actor, periodista y activista John Carlos Frey y también la investigación del Servicio Público de Radiodifusión (PBS, por sus siglas en inglés) revelaron que la historia oficial es, en el mejor de los casos, una excesiva simplificación de algo grave y, en el peor de los casos, una historia contada con la intención de cubrir la brutalidad de los agentes. Los médicos contactados por el equipo indicaron que la cantidad de metanfetamina en el sistema de Hernández Rojas no era suficiente como para desencadenar una conducta violenta. Además, los vídeos capturados con celular por los ciudadanos estadounidenses que estaban cruzando hacia San Diego desde Tijuana indicaron que no es posible que Hernández Rojas haya sido tan violento como sugieren los agentes porque tenía las manos esposadas y los pies atados y porque estuvo en el suelo la mayor parte del tiempo durante la interacción. Los vídeos de teléfono celular ofrecidos por transeúntes como Umberto Navarrete y Ashley Young registraron a Hernández Rojas pidiendo ayuda a gritos y rogándole al grupo de agentes que seguía creciendo y que se turnaba para golpearlo que por favor se detuviera. El vídeo, una vez esclarecido, captura a un agente quitándole los pantalones a Hernández Rojas, a otro poniendo sus piernas alrededor de la garganta de Hernández Rojas para asfixiarlo, y las cinco veces que le dieron con una pistola Taser, incluido el “aturdimiento de cerca” final aplicado directamente sobre la piel. El 31 de mayo de 2010, dos días después de que lo pusieran bajo custodia, Hernández Rojas murió en un hospital de San Diego.[ix]

La violencia física que Hernández Rojas enfrentó a lo largo de la frontera México-EE. UU. no es solo el trabajo de aproximadamente una docena de agentes. También es la historia del Complejo Industrial de la Frontera (BIC, por sus siglas en inglés). En mi proyecto, intenté construir el trabajo crítico de investigadores que teorizan sobre los complejos industriales militares y de prisiones para comprender el gasto excesivo de los Estados Unidos en “seguridad” doméstica e internacional, a la vez que llena los bolsillos de las empresas privadas estadounidenses. Asimismo, sostengo que, al igual que los complejos industriales militares y de prisiones, la BIC transforma de forma exitosa los discursos de la “desviación” racial, sexual y de género para justificar la detención y la acción diferida violentas, el aumento de la vigilancia y una vigilancia policial intensificada.[x]

Más específicamente, en el caso de Hernández Rojas, encontramos pruebas de un mexicano que cruzó la frontera y cuya presencia se toleró, a pesar de haber sido considerado un desviado, porque su trabajo era aprovechable. Hasta que dejó de serlo. Cuando la mano de obra de Hernández Rojas ya no era necesaria, cuando se convirtió en un excedente, lo tacharon de criminal y fue objeto de violencia por parte de la BIC. Primero, enfrentó la violencia de la vigilancia, la deportación y la separación de su familia. Luego, enfrentó la violencia de que el gobierno estadounidense le impidiera cruzar la frontera legalmente por “ejercer” la seguridad de la frontera para un público xenofóbico.[xi] De este modo, Hernández Rojas intentó cruzar la frontera de forma ilegal, lo que era más peligroso, no solo por el paisaje hostil del desierto, sino también por una geografía hecha nuevamente por una “pared virtual” costosa y cargada de tecnología, remodelada con sensores subterráneos, iluminación como la de los estadios, cámaras de tecnología punta y un número cada vez mayor de autos patrullando la frontera. Finalmente, Hernández Rojas hizo frente a la violencia física de lo que Juan González de Democracy Now denominó “una matanza de la mafia: simplemente una mafia con uniforme”.[xii]

Sin duda, Anastasio Hernández Rojas sufrió diferentes formas de violencia física por parte del Complejo Industrial de la Frontera, pero el Complejo también influye en el modo en que el gobierno de los Estados Unidos habla sobre la violencia en la frontera y la representa contra los mexicanos. De hecho, los casos del dolor y la muerte de los inmigrantes con frecuencia alimentan a la BIC, por lo que, en lugar de presentarse como sujetos cuya muerte podríamos llorar, su fallecimiento generalmente se usa para justificar la necesidad de una mayor inversión en las fuerzas policiales de la frontera sur de los Estados Unidos.

Con el pretexto de realizar una investigación sobre la muerte de Hernández Rojas, el Departamento de Justicia permaneció en silencio durante cinco años luego del incidente. Finalmente, el 6 de noviembre de 2015, el Departamento de Justicia emitió una declaración en la que la agencia manifestó que no se iniciarían acciones federales contra los agentes implicados. La narrativa del Departamento de Justicia sobre la muerte de Hernández Rojas es reveladora. En la declaración oficial, este ministerio sostiene que en la frontera se le quitaron las esposas a Hernández Rojas, pero que continuó siendo una amenaza pues “forcejeó” con dos oficiales de la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos. En respuesta, los oficiales pidieron refuerzos y “golpearon [a Hernández Rojas] repetidas veces con sus bastones ASP” antes de esposarlo nuevamente. Asimismo, el Departamento de Justicia informa que Hernández Rojas intentó patear a los agentes al menos dos veces más y, por este motivo, se pidieron más refuerzos, le dieron con la pistola Taser y se tranquilizó, pero luego “no respondía. Los oficiales de la CBP le hicieron RCP hasta que llegó personal médico a la escena”.[xiii] Esta narrativa autoritaria, por encima de la respuesta inevitablemente violenta de la CBP, hizo hincapié en los “actos criminales” de entrada ilegal, consumo de drogas y resistencia al arresto.

En especial, recalcó que fue el consumo de drogas lo que ocasionó la violencia y también la razón principal de la muerte de Hernández Rojas. Al explicar la causa de la muerte, el Departamento de Justicia identificó “intoxicación aguda por metanfetamina, enfermedad cardíaca preexistente, el nivel de esfuerzo físico realizado durante la lucha, los electrochoques de la pistola Taser y la restricción posicional” como causas que contribuyeron al ataque cardíaco que sufrió Hernández Rojas. Pero solo se destaca la intoxicación por metanfetamina, ya que el examinador médico declaró que podría haber sobrevivido la golpiza si la metanfetamina no hubiera estado presente.[xiv] Por lo tanto, el acto delictivo del consumo de drogas se torna no solo significativo, sino que más importante que el uso de los bastones, las pistolas Taser y las restricciones aplicadas.

Además del énfasis puesto en el consumo de drogas de Hernández Rojas, el documento también se apoya fuertemente en la resistencia criminal de Hernández Rojas a seguir órdenes. El lenguaje de los hallazgos demostró la afirmación de Slavoj Žižek de que no toda la violencia es igual. En efecto, aunque generalmente consideramos que la violencia resulta de las acciones del autor de un delito, acciones que pueden incluir, por ejemplo, una entrada ilegal, la presunta resistencia a obedecer las órdenes de los agentes y el robo de bienes, Žižek nos exhorta a considerar las formas menos visibles de violencia. Por ejemplo, la violencia sistemática se refiere a “la violencia inherente en un sistema: no solo la violencia física directa, sino también las formas más sutiles de coerción que sustentan las relaciones de dominación y explotación, incluyendo la amenaza de violencia”. Al comparar la violencia sistemática con la “‘materia oscura’ de la física”, Žižek sostiene que debe representarse la violencia sistemática para poder comprender las violencias más visibles perpetradas por los autores del delito.[xv] Dentro de esta nueva formulación, los actos delictivos de Hernández Rojas no se pueden tomar como algo separado de los actos de violencia perpetrados por el Estado. Por ejemplo, el reingreso ilegal de Hernández Rojas adquiere un matiz diferente por la violencia de la separación con la familia. Que se haya resistido al arresto no puede entenderse como algo separado de la violencia de los agentes: las patadas en un tobillo, el uso de un bastón, el electrochoque de la pistola Taser directamente sobre la piel. El concepto de violencia estatal reencuadra su resistencia, como un intento que tal vez no fuera de infringir la ley, sino de sobrevivir.

No obstante, no cabe en nuestra comprensión de la violencia reconocer momentos en los que la resistencia adquiere formas violentas. Los estudios étnicos del investigador Randall Williams afirman que los estados toman el poder al reclamar un monopolio sobre la violencia. Entonces, conforme a la opinión de Williams, dicho monopolio queda establecido a través del mecanismo de la ley. En otras palabras, el estado “convierte” su propia violencia en legalidad mientras que lo que denomina “violencia resistente” se torna ilegal.[xvi] El Departamento de Justicia promulga este mismo protocolo a la vez que descarta cualquier acusación potencial contra los agentes y los oficiales, publicando la declaración de que no puede “desautorizar la afirmación de los agentes de que usaron la fuerza razonable en un intento por reducir y limitar a un arrestado combativo”. No se los puede acusar de haber violado los derechos civiles de Hernández Rojas porque no hay pruebas de que tuvieran la intención de violar sus derechos. No se los puede acusar de homicidio pues no se puede probar que usaron sus pistolas Taser con “intención dolosa”. No se pueden presentar cargos por homicidio culposo porque su conducta “no fue ilegal y, según las pruebas recopiladas sobre el entrenamiento de los agentes federales en el uso de la fuerza, sus acciones no se realizaron sin la debida cautela y precaución”.[xvii]

Por último, al negarse a identificar la muerte de Hernández Rojas como asesinato y al no reconocer que los agentes implicados se comportaron violentamente, el Departamento de Justicia afirmó que Hernández Rojas era uno de los “extranjeros criminales” contra los que la BIC debe defender a los ciudadanos estadounidenses. Siete meses y diez días después, el mismo Departamento emitió un comunicado exonerando al Agente V325 y a los otros oficiales involucrados en la muerte de Hernández Rojas. Donald Trump se hizo eco de la preocupación del Departamento de Justicia sobre los “extranjeros criminales” cuando, frente a una multitud de banderas estadounidenses, recitó un fragmento que se ha repetido una y otra vez en los principales periódicos estadounidenses:

“Cuando México envía a su gente, no nos envía a los mejores. No te está enviando a ti (señala a alguien en el público). No te está enviando a ti (señala a otra persona en el público). Envía a gente con muchos problemas, que nos trae esos problemas. Traen drogas. Traen delitos. Traen violadores. Y supongo que algunos son buenas personas”.

Tanto en la declaración del Departamento de Justicia como en la de Donald Trump, vemos rastros del argumento que sostiene que los sujetos mexicanos que cruzan la frontera, como Hernández Rojas, representan una amenaza para los ciudadanos como los “tú” y “tú” que Trump señaló en el público presente en sus anuncios presidenciales. Estos “bad hombres” no son sujetos cuya muerte se deba llorar, sino que constituyen la prueba de que debemos continuar defendiendo las fronteras porque justo del otro lado del desierto, de la delgadísima cerca de alambre de púas o de la pared virtual, hay una nación de criminales. En estos argumentos, hay un llamado a continuar invirtiendo en aumentar radicalmente el número de agentes de la patrulla fronteriza, en drones no tripulados para patrullar los cielos y en paredes de ladrillo y cemento.

Finalmente, tanto en el argumento del Departamento de Justicia como en el de Donald Trump yace una trampa retórica. Ambos describen a Hernández Rojas y a los otros sujetos mexicanos que cruzan la frontera como criminales y desviados. Para poder refutar esa declaración, los inmigrantes y los activistas tendrían que recurrir a nociones de respetabilidad o, como sostiene Lisa Marie Cacho, tendríamos que involucrarnos en ese proceso violento de afirmar que sus vidas son valiosas. Para Cacho, este proceso es violento porque refuerza un marco ideológico en el que algunas vidas importan porque otras no.[xviii] Por ejemplo, en casos como el de Hernández Rojas, se podría argumentar que su vida era valiosa porque era un “buen inmigrante”, debido a su familiar nuclear y heteronormativa y su condición de contribuyente. Admito que es tentador tratar de representar a Hernández Rojas como ese “buen inmigrante” para poder afirmar que no se merecía morir en manos de los agentes de la patrulla fronteriza. Pero la violencia en hacer esto es tal que deja intacta la noción de que las vidas de los “malos inmigrantes”, aquellos que rechazan el sueño americano, la familia normativa o una vida honesta, no son valiosas. Y de alguna forma, Hernández Rojas no me permitirá sostener este argumento porque él sí traía drogas y él sí traía crimen.

En su lectura sobre la muerte de otro desviado en razón de su raza y género, su primo, Cacho rechaza el lenguaje a través del que habitualmente se asigna el valor, recurriendo en cambio a la crítica queer de color como cuerpo de la literatura que interroga y critica el modo en que “la intersección racial y de género y las prácticas sexuales antagonizan o conspiran con las imposiciones normativas de los estados nación y el capital”[xix] para determinar el valor de la vida. Sugiere que la crítica queer de color “suspende el juicio”, de modo que podría proporcionar una base teórica para aquellos que no son ni normativos ni reticentes, una que dé espacio a la conectividad y a las intimidades que toman varias formas y apariencias. Así, lee momentos públicos y privados del luto para identificar los vacíos que dejó su primo en la vida de las personas que lo amaban. Al igual que Cacho, creo que debemos encontrar la forma de “suspender el juicio” en cuanto a si Hernández Rojas fue un “buen” o “mal” inmigrante y, en cambio, quisiera sugerir que pensemos en cómo esta historia revela la relación estrecha entre las vidas vividas

[i] Epstein, B. (20 de julio de 2012). Crossing the line, Part two. PBS Need to Know [Cruzar la línea, Parte dos. PBS Necesita saber] Extraído de http://www.pbs.org/wnet/need-to-know/video/video-crossing-the-line/14291/

[ii] Aquí me refiero al lenguaje utilizado por Donald Trump en el tercer debate presidencial contra Hillary Clinton. Para más información: https://www.theguardian.com/us-news/video/2016/oct/20/donald-trump-bad-hombres-us-presidential-debate-las-vegas-video

[iii] Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU). (28 de febrero de 2014). Declaración de la ACLU sobre la auditoría informada acerca de las políticas sobre uso de la fuerza de la Patrulla Fronteriza. San Diego: ACLU San Diego.

[iv] Epstein, 2012.

[v] A partir de julio de 2015, las Comunidades Seguras fueron reemplazadas por el Programa de Cumplimiento de Prioridad.

[vi] Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos. (2009). Comunidades Seguras: un programa integral para identificar y deportar extranjeros criminales. Washington D.C.: Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.

[vii] Epstein, 2012.

[viii] Epstein, 2012.

[ix] Epstein, 2012.

[x] Para más información sobre el Complejo Industrial de la Frontera y el Complejo Industrial de Prisiones consultar: Hartung (2001) y Davis (2013).

[xi] Andreas, P. (2000). Border games: Policing the US-Mexico divide [Juegos en la frontera: patrullando la división entre EE. UU. y México]. Ithaca, NY: Cornell University Press.

[xii] Democracy Now. (2016, Mar 30). Familia de hombre mexicano “torturado y asesinado” por agentes de la frontera de EE.UU. pide justicia ante tribunal internacional. Extraído de https://www.democracynow.org/es/2016/3/30/family_of_mexican_man_tortured_killed

[xiii] Departamento de Justicia. (6 de noviembre de 2015). Los oficiales federales cierran la investigación sobre la muerte de Anastasio Hernandez-Rojas. Washington, D.C.: Oficina de Asuntos Públicos.

[xiv] Departamento de Justicia, 2015.

[xv] Žižek, S. (2008). Violence: Six sideways reflections [Violencia: seis reflexiones laterales]. Nueva York: Picador.

[xvi] Williams, R. (2010). The divided world: Human rights and its violence [El mundo dividido: los derechos humanos y su violencia]. Mineápolis: University of Minnesota Press.

[xvii] Departamento de Justicia, 2015.

[xviii] Cacho, L. M. (2011). Racialized hauntings of the devalued dead [Persecuciones racializadas de los muertos desvalorizados]. En G. K. Hong & R. A. Ferguson (eds.) Strange affinities: The gender and sexual politics of comparative racialization [Afinidades extrañas: las políticas sexuales y de género de la racialización comparativa] (25-53). Durham, Duke University Press.

[xix] R. Ferguson as in Cacho, 2011.

 

 

*Cristina Jo Pérez es profesora visitante y asistente de la cátedra de Estudios Comparativos de Frontera en la Universidad de California, Davis. Es graduada del Departamento de Estudios de Mujeres de la Universidad de Maryland y actualmente trabaja en un libro que explora la relación entre la percepción de «desviación» de los mexicanos y la violencia del complejo industrial fronterizo.

Fronteras cubanas: Antonio José Ponte y la revolución en tránsito

 

Por: Juan Pablo Castro

Imágenes: Alex Webb

Uno de los problemas al que se han enfrentado los escritores cubanos de las últimas décadas es el del tránsito de la revolución a la pos-revolución. Juan Pablo Castro analiza la inflexión que esta cuestión tiene en la obra de Antonio José Ponte, especialmente en su novela La fiesta vigilada, a partir de las ideas de frontera y ruina. La particularidad de posicionarse críticamente sobre Cuba dentro de Cuba y de establecer una genealogía que incluye escritores nacionales, como Martí y Lezama Lima, son leídas como una estrategia de Ponte para erigirse como el “último escritor cubano vivo”.


Pensar el tránsito de la revolución a la pos-revolución en el momento mismo en que ocurre ha sido uno de los problemas centrales para los escritores e intelectuales cubanos durante los últimos veinte años. Tanto para quienes escribieron sus primeros textos envueltos por las sombras del “Período Especial” (1990-2006) como para aquellos más jóvenes, que vivieron el paso del gobierno de Fidel a Raúl Castro -en el que cabe destacar el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos (2014)-, la pregunta por el porvenir de la revolución ocupa un lugar central. Miembro destacado de la facción veterana, Antonio José Ponte (1964) aborda el problema con un desplazamiento hacia el pasado y un programa de acción que bien podría conceptualizarse como una arqueología destituyente. El asunto es notable en su novela más conocida, La fiesta vigilada (2007), que puede leerse tanto como una revisión impugnatoria de la historia y la cultura revolucionaria como una intervención para desarmarlas. El texto narra la expulsión de Antonio José Ponte, protagonista y narrador, de la Unión de Escritores y las reflexiones que el hecho le suscita y que despliega hacia un afuera de genealogías y conexiones globales: un mapa cuyos componentes entretejen una relación inédita de Cuba con el mundo. Me propongo interrogar ese mapa, sus límites y fronteras, sus pasajes y los tiempos que le otorgan densidad como territorio imaginado. Fronteras temporales, con las que Ponte periodiza una contra-historia cultural de Cuba; fronteras espaciales: ¿dónde se ubica Cuba en el mundo globalizado al que ingresa de manera parcial y problemática?

CUBA. Havana. 2008. Vedado.

La Habana, 2008. Vedado.

Límite

Habana. Un arte nuevo de hacer ruinas (2006), filme documental de Florian Borchmeyer y Matthias Hentschle debe su título al relato “Un arte de hacer ruinas”, donde Ponte inaugura una de sus hipótesis más conocidas respecto del deterioro de La Habana y su relación con el proyecto revolucionario. De acuerdo con su llamativa visión, el principal responsable de la precarización edilicia de la capital cubana sería el propio Estado revolucionario, movido por el fin de legitimar su poder bajo el pretexto de una supuesta amenaza de guerra exterior. Señala Ponte, entrevistado por los realizadores del filme:

Yo tengo una teoría: todo el discurso de Fidel Castro desde hace muchos años, desde el inicio, se basa en la invasión norteamericana. La ciudad de La Habana, manteniéndose en ruinas, corresponde exactamente con ese discurso (…) Para legitimar arquitectónicamente ese discurso político la ciudad tiene el aspecto de haber sido ya bombardeada.

 La secuencia inicial del filme de Borchmeyer es representativa de una concepción de la frontera como correlato de esa hipótesis. Una reja se desliza de un extremo al otro (se trata de la puerta corrediza de un ascensor) y su estruendo, al cerrarse, evoca el choque de unos barrotes contra el marco de una celda. El elevador inicia un movimiento ascendente. La cámara está tan cerca de la rejilla que al pasar por la división de los pisos la imagen se oscurece por completo. Al detenerse, se abre la reja y aparecen los créditos: suena el bolero “Ruega por nosotros” y el filme da un giro a la presentación de imágenes de archivo. Tras esta breve digresión volvemos a la azotea a la que ha conducido el ascenso y allí vemos, a un lado, la ciudad tugurizada y al otro, el mar, inabarcable. La metáfora parece clara, pero termina de completarse cuando la cámara se fija sobre una jaula de palomas. Habla el primer entrevistado del filme: “En la reencarnación, si existe, me gustaría ser pájaro, para tener la libertad de volar y moverme adonde quiera”. Evidentemente, el anhelo de libertad subraya su falta. Cárcel-jaula-isla, las imágenes se articulan en la primera secuencia de Habana. Arte nuevo de hacer ruinas en torno a una concepción de la frontera en su costado más coercitivo y limitante. Señala Ponte en La fiesta vigilada: “Tomadas las azoteas de los edificios y fabricadas en ellas unas covachas que no se sabría si adjudicar a humanos o a palomas, cuando resulta imposible ocupar un afuera queda aún el recurso de las cajas chinas (…)”. Cortar, segmentar, encogerse: devenir menor hacia un adentro, hacia el corazón del territorio, ya sea porque salir es imposible (“resulta imposible ocupar un afuera”) o porque hacerlo -resuena aquí un eco kafkiano- sería en última instancia infecundo. Evidentemente, como correlato de este imaginario fronterizo se despliega una concepción del poder: ilimitado, presente en todos los confines de la tierra. Tómese por ejemplo el relato de Ponte “A petición de Ochún” (incluido en el libro Cuentos de todas partes del imperio (2000)), donde se narra el fusilamiento de un cubano en plena selva africana por cuenta de la propia ley marcial de su país. Se trata, en palabras de María Guadalupe Silva, del “reencuentro en las regiones más improbables con lo que Cabrera Infante solía llamar ‘el largo brazo de Fidel’, y que también se podría entender como la vasta geografía política de la civitas cubana: la extensión ‘imperial’ de su Ley” (Silva, 2014: 73). El carácter liminar de la frontera tiene, entonces, un componente geográfico (el mar) y uno político-histórico: la larga serie de sucesos que se inscriben en el agua que circunda a Cuba y la separa, a mayor o menos distancia, de todos los otros puntos del planeta. La prohibición de salida, el éxodo de Mariel y el embargo económico se han amoldado a la forma de esta frontera.

De ese estatuto de límite -en apariencia infranqueable- participa uno de los tópicos que más fuerza tiene en la novela: la crítica a la censura, que también tiene su marca histórica en 1961, con las “Palabras a los intelectuales” de Fidel Castro. Como la anécdota es conocida, baste con señalar el modo en que el episodio es registrado en la novela. Tras la censura del documental P.M, de Sabá Cabrera y Orlando Jiménez, y en respuesta al escándalo provocado por ella, Fidel habría citado a los intelectuales para cruzar unas palabras con ellos:

Para el histórico encuentro se eligió el teatro de la Biblioteca Nacional. Bajo apariencia de brindar una anchura magnánima, lo importante era cercar oficialmente el pensamiento artístico. Dentro de la revolución, todo. Contra la revolución, nada. ‘La nostra formula é questa: tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contra lo Stato’, había pronunciado en 1925, también en un teatro, Benito Mussolini en La Scala de Milán. (Ponte: 101)

El hilo que vincula la censura de P.M con la expulsión de Ponte de la Unión de Escritores es explícito: “Néstor Almendros fue expulsado de la revista donde publicara sus elogios [de P.M], clausuraron el suplemento periodístico (…) y las autoridades políticas decidieron fundar una asociación que agrupara a escritores y artistas. (En una terraza de esa asociación tuve mi cita final con los dos funcionarios)”. Y la serie se completa con el recuento de una tercera censura, realizada esta vez por el régimen de Batista. El Mégano contaba “en una mezcla de ficción y documental las miserables condiciones de vida de los hombres del campo”, motivo por el cual los organismos del régimen pre-revolucionario -festivo y cabaretero- lo habrían enviado a las bóvedas que contenían los secretos de Estado. Señala Ponte que tras el triunfo de la revolución, el Che Guevara solicitó ver el filme (“se preguntaba por los límites imaginativos del poder anterior”), pero éste, fatalmente, lo decepcionó. “Le encontraba muy poco poder explosivo, dejaba demasiado en entredicho el sistema nervioso del régimen anterior. ¿Significaba entonces que el ejército rebelde había triunfado sobre una dictadura obligada a cuidarse de una peliculita como aquella?”. Evidentemente, más allá de la constatación de la censura como institución activa en la Cuba socialista, lo que parece interesar a Ponte es el modo de funcionamiento de ese organismo, que parece desbordar regímenes y gobiernos y que se organiza siempre en forma arbitraria, paranoide y azarosa. El paralelismo entre esas instancias pone en evidencia que, más allá de los tropiezos o brutalidades de un régimen específico, lo que interesa demostrar es la artificiosidad de aquellos órdenes -en definitiva, de cualquier orden político-, demasiado tiempo prolongados y, por tanto, naturalizados. Ponte se ocupa de evidenciar los momentos de pasaje, las vacilaciones y los quiebres, vale decir, los momentos en que la historia tomó un rumbo que bien pudo ser distinto. Opone de este modo a una perspectiva mítica, teleológica y totalizante de la Historia (que culminaría con la revolución triunfante) una mirada histórica, hecha de secuencias y fragmentos. Las cosas, parece decir, pueden ser de otra manera. Interesa destacar que allí donde el límite se percibe con más fuerza, ya opera un pensamiento de frontera.

CUBA. Santiago. 2008.

Santiago, 2008.

UMBRAL

Tal vez no sea necesario insistir demasiado en el aspecto poroso de toda frontera, en su existencia como zona de pasaje y contagio. El hecho es que, lejos de ser los habitantes de una infranqueable “institución carcelaria”, si hay algo que caracteriza a los personajes de La fiesta vigilada es su capacidad de desplazamiento transnacional y, en vinculación con ella, su identidad inestable. Llamaremos a estos personajes figuras de pasaje, de acuerdo con el concepto propuesto por Cristina Iglesia, quien, para el caso argentino, los define como: “pequeños grandes héroes (…) cuyas vidas se juegan, con igual intensidad, de un lado y del otro de la frontera” (Iglesia, 2003: 68). Tal vez la figura que mejor encarne esta ambigüedad en la novela de Ponte sea la del espía, al que en cierto modo se dedica una de las cuatro partes de la novela, nada menos que la primera, titulada “Nuestro hombre en La Habana (remix)”.

A primera vista, las figuras de pasaje parecerían poner en entredicho el carácter limitante de la frontera, en la medida en que franquearla supone la existencia de grietas en la solidez del régimen. Pero al tomar algunos ejemplos, como el cruce de la agrupación Buena Vista Social Club o la orquesta de Celia Cruz, de gira por los Estados Unidos, se advierte que de lo que se trata es de realizar un desmontaje de esos mitos creados por la industria cultural (mundial) que presentan una imagen de Cuba conciliada, exportable. Dos argumentos movilizan a Ponte: primero, el hecho de que la imagen festiva que transportan ofrece una perspectiva museificada, un decorado tropical armado para turistas y sostenido sobre un régimen de exclusión -“apartheid”, lo llama el texto- que solo incluye a los cubanos como componentes de un mercado sexual o como elementos de utilería; segundo, por tratarse de una fiesta intervenida. Señala el texto:

La troupe cubana de la noche del Lincoln Center no sólo está compuesta de músicos. Viajan con éstos, quizás en proporción mayor, oficiales y funcionarios dedicados a espiar tanto en el camerino como en la pieza de hotel. Evitadores de contactos de los artistas, garantes de que ninguno se acoja al exilio, su misión es configurar al grupo como isla cerrada. Constituyen una barrera coralina. (132)

Pero si hay una figura de frontera en La fiesta vigilada, se trata de Antonio José Ponte, cubano exiliado en Cuba, donde se lo conoce con el mote de “nuestro hombre en La Habana”. Es sabido que durante el “Período Especial” se produjo un fuerte desembarco de capital humano hacia el extranjero y que Ponte ha sido uno de los pocos (el único, parece sugerir la novela) en permanecer en la isla. El motivo de esa permanencia es paradójico “Igual al Maupassant de esa anécdota[1] mi permanencia en Cuba estaba dictada por el deseo de olvidar. Dentro de Cuba, no veía Cuba”. Dentro de Cuba Ponte escribe El libro perdido de los origenistas, que recoge una apretada tradición de escritores nacionales (Martí, Lezama Lima, Virgilio Piñera),  con quienes convive un abanico de lecturas foráneas que, en un gesto que Gonzalo Aguilar llama cosmopolitsmo del margen -un uso de la cultura del centro, desde la periferia, del modo en que Borges lo formuló en “El escritor argentino y la tradición”- incluye las novelas de Graham Greene, Jhon Le Carré y las teorías de Simmel y Cocteau sobre las ruinas.

Pero tal vez lo que de  manera más evidente constituya a Ponte como personaje de frontera sea su vínculo con la figura del espía. Tanto para los escritores cubanos que se encuentran en el extranjero como para los del interior, Ponte es conocido como “nuestro hombre en La Habana”, identidad que él mismo asumirá, de principio a fin, a juzgar por el epígrafe de Our man in Havana: “Las nubes corrían desde el este, y él se sintió formar parte de la lenta erosión de La Habana”. De hecho, como se ha dicho, el argumento central (la expulsión de Ponte de la Unión de Escritores) será narrado en clave de novela de espionaje: “con solo regresar a casa, yo iba a encontrarme enredado en una historia de espías y fantasmas”. Y, lógicamente, esa pequeña historia de espionaje se encuentra asociada a la vigilancia a la que será sometido Ponte. Pero una identidad fundada en el espionaje y la vigilancia es, por definición, una identidad paradójica, corroída desde su origen. Ya que el espía:

Ese traidor en potencia, ese foco de contaminación y de sentimientos ambiguos, por su parte, ilustra el drama de la nacionalidad: amante de su patria, está condenado a vivir en el anonimato y en la anomia que le impone el extranjero, tal como los individuos, no menos anónimos, viven sujetos a los lazos de las comunidades imaginarias nacionales. El espía es un traidor y un héroe, es quien perdió su identidad, para identificarse ambiguamente con su patria, quien, dentro del anonimato masivo de la comunidad, puede representarla legítimamente porque en él se condensa lo anónimo mismo. (Panesi, 2004: 145-146)

El corolario es notable: sólo hay un lugar desde el cual se puede enunciar la inenunciable muerte de la Revolución y éste es el interior de Cuba y bajo la legitimidad única que ofrece la censura y la inscripción en una tradición nacional: allí se ubica Ponte, y desde allí trama una geopolítica que repiensa las relaciones de Cuba y el mundo en términos de prácticas que, paradójicamente, desarticulan la idea de lo nacional[2]. La Caída del Muro marca el fin de una forma de pensar las relaciones globales, dando origen a una relación compleja que podríamos llamar, siguiendo los postulados de la crítica norteamericana Rachel Price, la relación “planeta/Cuba”. En sus términos:

Una década y media al interior del siglo XXI, la estética contemporánea parece más interesada en producir una relación que podría articularse en términos de algo así como planeta/Cuba, reflejando tanto las preocupaciones ambientales globales como los desafíos específicos de una pequeña nación entre muchas otras, con la barra representando la historia universal negativa que pertenece a todos los lugares. (Price, 2015: pp 10-11)

¿Alrededor de qué prácticas se teje el mapa de ese mundo imaginado por Ponte? En una mirada que no puede ser considerada distópica en virtud de la potencia desestabilizadora que entraña, el espionaje es uno de sus componentes fundamentales. Apostando a una relación de contigüidad basada en el ambivalente ejercicio de la vigilancia, Cuba aparece emparentada con Berlín Oriental, ciudad a la que supera por su número de espías. Del mismo modo, a través de su reflexión sobre las ruinas, el texto establece un parentesco con Roma (¡la Roma Imperial!), que para Ponte guarda con Cuba un vínculo irónico en torno al estatuto del imperio. Como señala Guadalupe Silva: “La sola insinuación de un imperialismo cubano resulta ofensiva en la tradición de sus representaciones, no solo porque se burla de las exageradas expectativas políticas del país (Cuba como vanguardia del continente), sino porque sugiere la existencia de un sistema expansivo y totalitario” (Silva, 2014: 72). Como ha sido planteado tempranamente por Simmel, las ruinas de Roma sirven a la reflexión sobre la fugacidad de los imperios, pero -agrega Ponte- al estar habitadas, las ruinas de La Habana solo permiten un sentimiento de indignación, un sentimiento ponzoñoso.

El planeta/Cuba de La fiesta vigilada subraya las grietas de un orden que parece natural: en un movimiento que incluye la participación de la novela europea (en un género menor como es la novela de espionaje) y su desdoblamiento como práctica internacional con connotaciones ambiguas, Ponte desarticula el mito del nacionalismo cubano. Como sostiene Hugh Thomas en su libro Cuba or the Persuit of Freedom (1971), el discurso nacionalista cubano se remonta al siglo XIX, donde tiene su origen en “el extraordinario desembolso de energía, recursos económicos y humanos requeridos por las guerras de independencia” (citado por Silva, 2014). Ese nacionalismo fundacional será, sin embargo, motivo de disputa en virtud del internacionalismo comunista durante el periodo revolucionario. Y habrá que esperar al advenimiento del “Período Especial” para que el gobierno retome la exacerbación del sentimiento nacionalista como dimensión cohesiva que contrarreste el desmembramiento de la URSS (Rodríguez, 2002: 179). En el umbral de esa crisis hacia la apertura del gobierno de Raúl Castro, Antonio José Ponte opera dentro de la pugna por el sentido de lo nacional y su relación con determinadas formas de exterioridad política. En sus términos:

Esa mirada doble a la que la política me obliga en este momento a pensar al cubano dentro y fuera de la geografía de la isla, también lo tengo que hacer en el tiempo: hacia el presente, el pasado y el futuro. Este es el único modo de que la nacionalidad no devenga en coartada política, es decir, que la nacionalidad se convierta en un pretexto retórico en lo que escribes. (Ponte-Rodríguez, 2002: 182)

Por último, es notable como la frontera se traslada y extiende al aspecto formal de la novela, que el autor emparenta con el de un filme documental:

Cuando empecé a hacer el documental con Florian, yo trabajaba en otro documental paralelo, pero en escritura. Un documental, no sólo en el sentido de la forma, sino también en el sentido de la intención. Porque buscaba documentar la realidad cubana, lo que ocurría en ese momento. Creo que ni la novela pura ni el ensayo puro me hubieran servido para conseguirlo. Tenía que entrar en esas hibridaciones, en las mixturas que el libro tiene. Y que sólo podía explicarme a partir del cine documental, de la fabricación de un documento con la forma más abierta posible. (Rodríguez-Ponte).

Street scene along Malecon.

Escena callejera frente al Malecón.

POTENCIA

“Comprendí que se había ido tan lejos en busca de un destino literario, con el fin de hacerse distinto”

Quisiera señalar un aspecto que se ha esbozado previamente y a esta altura quizá resulte evidente. La línea que separa a Ponte de los escritores en el exilio es -desde luego, una vez más, desde su propia perspectiva- su elección por los escritores nacionales, que opone a la preferencia de temas extranjeros asumida por aquellos. En contra de quienes escriben novelas ubicadas en Rusia, Ponte, autor del ensayo El libro perdido de los origenistas, se erige como continuador de una tradición nacional que empieza en Martí e involucra los nombres de Virgilio Piñera, Lezama Lima y la revista Orígenes. Sobre esa oposición se trama una pulsada de valores cuyas variables -valor material y valor simbólico- establecen una relación de proporcionalidad inversa. Los que se van ya no usan lentes de marco soviético sino Armani, se visten mejor y mejoran su aspecto físico. Arruinado en la isla, Ponte asegura, sin embargo, en la primera página de la novela, haberlos sobrevivido. De modo que, consecuentemente, también su permanencia en las ruinas lo hace acceder a un valor simbólico que no le es disputado -en la novela- por rival alguno. Ponte parece trazar una delicada línea alrededor de su personaje y esta se convierte en la condición de posibilidad de esa figura que, desde adentro, se erige como el último escritor vivo del planeta/Cuba.

[1] Se refiere a la anécdota según la cual el escritor francés almorzaba frecuentemente en la Torre Eiffel, a la que detestaba, “por el deseo de olvidar su existencia” (16).

[2] Esta forma de pensar las relaciones globales ha sido ampliamente trabajada por Gonzalo Aguilar en los libros fundamentales Episodios cosmopolitas en la cultura Argentina (2009) y Más allá del pueblo (2015).

Gringos futboleros comparten apasionada rivalidad con mexicanos igualmente futboleros

Por: Guillermo Alonso Meneses*

Imagen: still de Ahí vienen los gringos (Gringos at the Gate)

Las relaciones México-EE. UU. se muestran como el choque implacable de dos placas tectónicas continentales. Los partidos de fútbol entre los seleccionados nacionales de ambos países se han convertido en terreno donde se dirimen distintos juegos: algo tienen de enfrentamientos metafutbolísticos. Guillermo Alonso Meneses nos muestra cómo viven los mexicanos en los Estados Unidos y las diferencias que se suscitan cuando se enfrentan los seleccionados de los dos países.


Las relaciones entre México y los Estados Unidos, si las vemos a la luz de los últimos 200 años, se muestran como el choque implacable de dos placas tectónicas continentales. Estados Unidos le arrebató casi la mitad de su territorio a México a mediados del siglo XIX y esa es una cuenta pendiente que el tiempo dirá cómo se resuelve. Mientras tanto, aquel dictador mexicano decimonónico, Porfirio Díaz, acuñó en una oración el sentir general de su pueblo frente al vecino del norte: «Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos». Acaso por eso los partidos de fútbol entre los seleccionados nacionales de ambos países se han convertido en terreno donde se dirimen distintos juegos: algo tienen de enfrentamientos metafutbolísticos.

Sin embargo, la historia de los pueblos sigue su curso y la centenaria migración de mexicanos hacia los Estados Unidos ha enmarañado más las cosas y de paso los lazos históricos. Hace unos días, el 25 de noviembre en Papúa, Nueva Guinea, con motivo de la Copa del Mundo de Fútbol Sub-20 femenina, las selecciones de EE. UU. y México se enfrentaron en un partido de cuartos de final. La noticia no estuvo en el resultado final: las estadounidenses remontaron y se clasificaron al vencer 2-1 con un gol en el minuto 93. La noticia fue que dos hermanas gemelas, de padre mexicano y madre estadounidense nacidas en Nueva Jersey, se enfrentaron en ese partido. Obviamente tienen doble ciudadanía y doble pasaporte, pero Mónica Flores optó por jugar con México y Sabrina Flores con los Estados Unidos. Y también había otras jugadoras en el seleccionado de México que habiendo nacido en Estados Unidos, eligieron jugar con la selección de sus ancestros, tal como María Sánchez, Kiana Palacios, Eva González o Annia Mejía. Esta es la mejor prueba de lo complejas que se han hecho las relaciones entre ambos países y sociedades.

Tenemos, por otro lado, que el soccer no es el deporte estrella en EE. UU., porque es superado en aficionados y ganancias por el básquet de la NBA, el fútbol americano de la NFL (la palabra football en Estados Unidos se reserva para ese deporte que se juega con las manos, con un balón ovalado y en el que los jugadores están acorazados con cascos y protectores corporales) o el béisbol de la MLB que culmina en las series mundiales, ya que a alguien se le ocurrió que el “mundo” comienza y acaba en the USA.

La Major League Soccer o MLS, sin embargo, ha ido creciendo gracias a los buenos papeles que la selección de los Estados Unidos, que estuvo en la primera Copa Mundial de fútbol celebrada en Uruguay en 1930, ha venido disputando desde el Mundial de Italia de 1990. Tampoco se debe negar que desde la década de 1970, cuando Pelé fue a jugar al Cosmos de Nueva York, se han realizado intentos consistentes por hacer del fútbol un referente importante en la sociedad de los Estados Unidos.

De hecho, el seleccionado de los Estados Unidos es una potencia mundial en fútbol femenino, tres veces campeonas del mundo; sus triunfos también han consolidado la afición al fútbol-soccer. A este respecto, la palabra «soccer«, al parecer, se formó por apócope y aféresis de la palabra Association, que encontramos en la FA [Football Association] de acrónimos como la FIFA, la UEFA, la AFA o la CONCACAF.

Hay, asimismo, un apartado del fútbol mexicano poco conocido: la influencia que tuvieron en el desarrollo del balompié en los Estados Unidos los inmigrantes que dejaron Anáhuac (en la actual Ciudad de México) y retornaron a Aztlán (en los actuales EE. UU., de donde emigraron al sur los ancestros de los aztecas). Pues, si el fútbol llegó a Nueva York con los inmigrantes europeos, alumbrado por la Estatua de la Libertad en Ellis Island, a Texas lo llevaron los mexicanos, y en 1919 en San Antonio se jugaba la liga de la “Asociación Mexicana de Balompié” [sic]. También había ligas semejantes en el sur de California en esa misma época y un club Necaxa comenzó a jugar en Chicago desde 1927.

Si la tradición futbolística no se ha consolidado en los Estados Unidos, en cambio en México sí. Dos Mundiales de Fútbol se celebraron en México, los de 1970 y 1986, que sirvieron para consagrar a quienes son sin duda alguna los dos mejores jugadores de fútbol de todos los tiempos: Pelé y Maradona. Y, recientemente, México hizo historia al conquistar épicamente el campeonato del Mundo Sub-17 en 2011 y la medalla de oro en la Olimpíada de Londres 2012. Si los ingleses un siglo antes trajeron el fútbol a México, un siglo después el futbol mexicano se consagró en el londinense estadio de Wembley, derrotando a Brasil en la final olímpica.

No obstante, la mejoría del equipo de EE. UU. en el fútbol varonil y su presencia sostenida en mundiales y la Copa de Oro desde la década de 1990 hasta la actualidad, ha hecho que los enfrentamientos entre estos dos países vecinos y con una historia de relaciones amargas no resulten un partido cualquiera. Los enfrentamientos sobre el terreno de juego han tenido en los últimos 25 años esa dimensión especial reservada a rivales cuya animadversión aumenta día a día. Un enfrentamiento entre El Real Madrid y el FC Barcelona en España o un Boca Juniors y River Plate en Argentina hablan de metarivalidades históricas. Pues bien, los enfrentamientos entre el team de EE. UU. y la selección de México equivale a un Brasil-Argentina. Solo que la importante presencia de inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos hace que en las gradas los aficionados locales le vayan al equipo visitante o, lo que es lo mismo, que México juegue en Estados Unidos como si fuera el equipo local.

Dicho esto, a modo de contexto, el breve vídeo que aquí se presenta muestra la sana rivalidad futbolística que se ha gestado en el seno de la sociedad estadounidense, en parte estimulada por los millones de mexicanos y descendientes de mexicanos que viven en los Estados Unidos de América. Con motivo de un partido de clasificación para el Mundial de Sudáfrica 2010, celebrado el 12 de febrero del 2009 en Columbus, Ohio, el director nos muestra diferentes testimonios, unos lúdicos y otros apasionados, de la rivalidad entre ambas aficiones. Los federativos estadounidenses han aprendido con los años que cuando su equipo debe enfrentarse a México, lo mejor es llevar el partido a un lugar frío y con pocos inmigrantes. Jugar un partido importante contra México en un estado como California o Texas o en una ciudad como Chicago o Nueva York sería como celebrarlo en el corazón de México.

El vídeo comienza ironizando con el viandante que no se ha enterado que esa noche se enfrentan Estados Unidos contra México, aunque al menos uno de ellos tiene un enorme pin de Obama en el pecho de la playera. Obama había asumido su cargo como Presidente el 20 de enero de aquel año. Aquel partido era el choque estrella entre las dos mayores potencias de la CONCACAF [Confederación de Fútbol Asociación de Norteamérica, Centroamérica y el Caribe].

La única selección que jugando en casa puede no tener a toda la grada de su parte son los EE. UU. cuando se enfrenta a México, por los millones de aficionados inmigrantes. Asistir a un partido de la selección mexicana en los Estados Unidos permite observar en las horas previas a los aficionados mexicanos residentes —con o sin papeles—– paseando con sus banderas, sombreros de mariachi, máscaras de lucha libre y tantos otros artefactos con los tonos tricolores de la bandera mexicana, a la vez que entonan cánticos y consignas sin el más mínimo complejo. Evidentemente, en más de una familia, los descendientes de mexicanos se dividen y unos apoyan a EE. UU. y otros a México. Este vídeo, Gringos at the Gate, indaga en estas circunstancias, en esta picante rivalidad.

Ahí vienen los gringos (Gringos at the Gate). Dir. Pablo Miralles, Michael Whalen, Roberto Donati. Arroyo Seco Films/Whalen Films, 2012.

Por último, aunque no sale en este vídeo, ambos equipos se clasificaron para el Mundial de Sudáfrica 2010, solo que Estados Unidos clasificó en primer lugar. En Sudáfrica, Ghana eliminó a los estadounidenses y Argentina a los mexicanos. Sin embargo, más de 7 años después, el 11 de noviembre del 2016, en el mismo escenario, el MAPFRE Stadium de Columbus, Ohio, ambos seleccionados volvieron a enfrentarse para clasificar al Mundial de Rusia 2018. Desde 1972, México no lograba ganarle un partido a los Estados Unidos en una eliminatoria de clasificación mundialista. Para sorpresa de todos, se rompió una racha de 44 años y México venció por 1-2. Para los Estados Unidos ha sido la primera derrota en 15 años en un partido de clasificación. Esta vez, la fría ciudad de Columbus no fue talismán, aunque se volvieron a vivir situaciones parecidas a las del vídeo. Y una semana después, Costa Rica venció por 4-0 a the USA.

El director técnico Jurgen Klinsmann fue despedido, porque ambas derrotas comprometen la clasificación de los estadounidenses a Rusia 2018. Fue sustituido por Bruce Arena, que repite su rol como director técnico del país, pero que fue el autor de unas declaraciones hace años que provocaron un debate que a los lectores de México o de Argentina les sonará. Arena cuestionó en su momento la idoneidad y presencia de lo que denominó “foreign-born Americans” o “foreign nationals” en la selección de Estados Unidos: muchos de ellos de origen mexicano. Se cuestiona la lealtad de jugadores “naturalizados” o “nacionalizados”, propia de ideologías nativistas xenófobas. Luego rectificó sus palabras, pero lo cierto es que ese debate se ha dado en más de una ocasión en México cuando algunos cuestionaban la presencia de jugadores argentinos naturalizados mexicanos en la selección. Guillermo Franco, delantero nacido en Argentina, debutó con Lavolpe de director técnico de México, que también es argentino. Zinha fue un brasileño que también jugó con México, y en los últimos años se destaca la presencia de “el Chaco” Giménez , formado en Boca, o su compatriota Matías Buozo.

Sea como fuere, lo cierto es que Bruce Arena llega a la selección de Estados Unidos tras la derrota de Ohio. Un Estado donde curiosamente también ganó Donald Trump días después, al decantarse la mayoría de votos por el excéntrico candidato presidencial republicano, que seguramente estará de acuerdo con erradicar a esos “foreign-born Americans” de la selección de EE. UU. y también a los hinchas mexicanos que viven sin papeles en Estados Unidos, como más de uno de los que aparecen en el vídeo… pero esa — como dijo Kipling — es otra historia.

 

*Guillermo Alonso Meneses (Tenerife, España) es antropólogo cultural por la Universidad de Barcelona, donde se doctoró en 1995. Desde 1999, es profesor investigador de El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana. Es autor de los libros El desierto de los sueños rotos. Detenciones y muertes de migrantes en la frontera México-Estados Unidos 1993-2013 y En busca de la poesía del fútbol. Asimismo, es coordinador del libro Fronteras simbólico-culturales, étnicas e internacionales y co-coordinador con Luis Escala del libro Off-side/Fuera de lugar. Fútbol y migración en el mundo contemporáneo.

 

Repellent Fence y el nudo gordiano fronterizo

Por: Héctor Domínguez Ruvalcaba*

Imagen: Colectivo Postcommodity

Mucho se habló en el último tiempo sobre la polémica promesa de campaña de Donald Trump de instalar un muro en la frontera entre Estados Unidos y México, algo que, de cumplirse, más que creación sería una extensión: ya hace tiempo que los principales puntos fronterizos están vallados. A contramano del que montó la administración Bush entre Agua Prieta, Sonora, y Douglas, Arizona, el colectivo de arte Postcommodity, en colaboración activa de ambas poblaciones, se propuso sortear el muro a través de la pieza Repellent Fence, sobre la que el investigador Héctor Domínguez Ruvalcaba, de la Universidad de Texas, reflexiona en esta nota.


Del 10 al 12 de octubre de 2015, el colectivo de arte Postcommodity instaló una pieza gigantesca llamada Repellent Fence (valla repelente) que consistió en una serie de 26 globos dispuestos a lo largo de tres kilómetros en sentido perpendicular a la frontera que une y divide Agua Prieta, Sonora, y Douglas, Arizona. Mitad de ellos se despliegan en el territorio mexicano y la otra mitad en el estadounidense. Kade Twist, Cristóbal Martínez y Raven Chacón son los integrantes de este equipo de arte visual cuya trayectoria se remonta al 2007. Su intervención en la escena pública, según ellos mismos lo explican, trata de hacer patente una mirada nativa frente a la violencia física y simbólica de la globalización, el proyecto rapaz de la colonización neoliberal.

El proceso de instalación empieza dos años atrás con la exploración de la línea fronteriza para encontrar el sitio donde confluyeran tanto una comunidad binacional organizada que se involucrara en el proyecto y un paisaje que permitiera narrar la experiencia fronteriza. En esta obra, la geografía es el elemento primordial. El objeto ready made que concentra los tropos que habrían de ponerse en acción es una réplica a escala (de 0,5 a 3,05 metros de diámetro) de un globo que se comercializa como scare eye balloon cuyo propósito es ahuyentar a las aves de jardines y campos de cultivo, pero que resulta inútil para ese propósito. Esta inutilidad hace del globo una metáfora del mercado basado en la producción de basura como principio de la economía. Los globos tienen impresos cuatro ojos formados por círculos concéntricos coloreados de negro, rojo, amarillo y blanco que podemos encontrar en varios objetos utilizados tradicionalmente en diversos grupos indígenas del continente como dispositivos de sanación, según explican los mismos artistas. Esta coincidencia permite hablar de una descolonización a través de un objeto que la mendacidad del mercado arrebató del universo simbólico nativo.  Repellent Fence es una escultura de globos que escapan de su condición de mercancía para habitar por un par de días la geografía del desierto. Son esculturas efímeras en un terreno vacío y luminoso que yace bajo el peso de la inmensidad atmosférica. En esta relocalización como pieza artística, los ojos repelentes abandonan su falsa pretensión de ahuyentar aves para contarnos la historia obstinada de los proyectos coloniales.

Ojos que espantan, ojos que protegen, ojos que están atentos a los devenires, ojos que extienden su mirada hacia los cuatro puntos cardinales que se prolongan por todos los confines. El horizonte se ensancha como una gran tela donde se inscriben los deseos y preocupaciones de la comunidad binacional de Douglas y Agua Prieta. Frente al muro instalado bajo la presidencia de George W. Bush, los habitantes de la comarca participan en reunir los fragmentos territoriales desgarrados violentamente. Repellent Fence es una sutura ejercida a modo de resistencia ante la hostilidad imperial. Los pobladores de ambas ciudades van y vienen, viven juntos pese a todos los obstáculos, anudan de norte a sur sus lazos sanguíneos e históricos, y llaman casa a una extensión de suelo sepia y lastimado, marcado por la afrenta. Desde esa mirada que cuelga a más de 15 metros de altura, que se levanta por sobre el muro que pretende clausurar el flujo ancestral del viento y la permanencia inexorable de naciones también ancestrales, es que se articula la unión comunitaria que celebra con Postcommodity la pervivencia de la tierra y su gente. La mirada que ahuyenta los males se levanta a la altura de los pájaros que, como la conciencia ciudadana fronteriza, vuelan a contracorriente de los obstáculos.

Dice Raven Chacón que los globos marcan un camino que hay que recorrer entre espinas. En este sentido, Repellent Fence es ante todo una narración que se vive en el recorrido de la brecha agreste entre globo y globo. Postcommodity y la comunidad binacional que colabora en el proyecto no denuncian ni demandan nada más que eso: recuperar la historia reiterada de los trayectos letales. Se trata de narrar en múltiples direcciones. Los globos se levantan hacia el cielo prístino del desierto, y la fila que forman se desplaza trazando una ruta que recorre los furtivos senderos de los migrantes. El lecho del arroyo seco por donde pasa la línea de globos es ya un espacio significado por las narrativas trágicas de las sagas migratorias. No podemos dejar de aludir a los cuerpos que mueren de insolación y los otros perseguidos por los cazailegales supremacistas de los ranchos de Arizona, o los que desaparecen sin dejar huella y que dan lugar a especulaciones sobre tráfico de orgános, como ficcionaliza la novela de Ricardo Guzmán Wolfer La frontera huele a sangre (2002). Las connotaciones son inevitables porque el desierto que guarda en su piel estas sagas infames se ha convertido en uno de los escenarios del terror donde transcurren innumerables historias cinematográficas y literarias, prodigadas en una y otra lengua. Los ojos sanadores y ahuyentadores de los globos miran hacia los cuatro puntos cardinales, a contrapelo del odio de las cámaras y los binoculares de los asesinos xenófobos. Parecen escudriñar los trazos de sangre, quieren penetrar la lejanía donde se perdieron los despojados, los desplazados, los soñadores.

En esta multiplicidad de líneas que se intersecan y se lazan en diversas direcciones es que encontramos los hilos narrativos que sustentan el imaginario fronterizo. Porque la frontera no es un lugar estático, es un punto de encuentro y fuga, de llegada y desplazamiento; es un nudo gordiano que el tajo divisorio del muro no logra romper. Se trata en todo caso de narrar la presencia indómita de los hombres y mujeres expulsados de su origen, despojados de su calma y su futuro. El muro pretende detener el flujo de los cuerpos descendientes de los nativos de este continente, pero esto solo constituye un reto que vencer, más que una derrota. El muro no es impenetrable, termina siendo roído desde el subsuelo por túneles que inyectan mercancías tóxicas en las venas del imperio; y desde la superficie es constantemente burlado. El cauce migratorio impondrá su historia pese a los implacables esfuerzos de los invasores que demarcaron lo que no puede escindirse por decreto. En este sentido, el trazo que forma Repellent Fence entra en tensión con el trazo que se tiende de oriente a poniente, el de la ocupación europea que llega a imponer un tajo sobre un territorio de naciones diversas, la herida abierta de Anzaldúa, ahora remarcada tercamente con un muro. Narrar desde los globos es desplegar la historia de las líneas que recortan el paisaje desnudo del desierto. De esta manera, Repellent Fence sintetiza la obsesiva tensión con que se escribe la frontera.

Valla Repelente (Repellent Fence). Postcommodity (Raven  Chacon, Cristóbal Martínez, Kade L. Twist). Agua Prieta, Sonora (México)/Douglas, Arizona (EEUU), 2015.

 

* Héctor Domínguez Ruvalcaba es profesor e investigador de literatura y cultura latinoamericanas en la Universidad de Texas, Austin (Estados Unidos). Es autor de La modernidad abyecta. Formación de discurso homosexual en Latinoamérica (2001), Modernity and the nation in Mexican Representations of Masculinity (2007), Nación criminal (2015), y Translatins the Queer: Body Politics and Transnational Conversations (2016).

 

La deportación masiva y el capitalismo global

Por: Tanya Golash-Boza*, Universidad de California, Merced

Imagen: Colectivo Indecline

A partir de distintas entrevistas realizadas a personas que fueron deportadas de los Estados Unidos, Tanya Golash-Boza, de la Universidad de California, nos cuenta cómo esto incide en la vida de los inmigrantes que ya se encuentran asentados en el país y cómo se criminaliza al inmigrante. Asimismo, la autora enseña los motivos por los cuales el capitalismo incide ampliamente en la economía de los países en desarrollo para beneficio de los países industrializados.


Entre 2009 y 2013, entrevisté a 147 personas que habían sido deportadas de los Estados Unidos a Guatemala, Brasil, República Dominicana y Jamaica. No podré compartir todas las historias de esas personas, pero intentaré, a partir de ellas, mostrar el papel que tiene la deportación en el capitalismo global. Después de escuchar a los 147 deportados, puedo asegurar que la deportación es una forma de represión estatal y una parte fundamental del capitalismo global.

En el año 2009 en Guatemala, conocí a un deportado llamado Eric. Cuando tenía 8 años, su madre lo dejó con su tía y se fue a los Estados Unidos ya que, como madre soltera y a pesar de trabajar, no le alcanzaba el dinero. A los 11 años, Eric pudo viajar a los Estados Unidos para reunirse con su madre, que trabajaba en una fábrica de ropa. Ella era una inmigrante indocumentada y él viajó con una visa temporal. Al llegar a Los Ángeles, se inscribió en el colegio. En el último año de la preparatoria tuvo que dejar los estudios, dado que a su madre le dolía la espalda y ya no podía trabajar. Consiguió dos trabajos y así pudo sostener la familia.

Eric necesitaba un auto para llegar a su trabajo. Pasaba los fines de semana con sus amigos y su nueva esposa. Se casó con una mujer salvadoreña y esperaban un bebé. Un sábado, un amigo de Eric le pidió que lo llevara a otro barrio. Después de dejar a su amigo, un policía lo detuvo y lo acusó de ser cómplice de un robo de auto. La policía tenía sospechas, en verdad, sobre el amigo de Eric, pero lo arrestaron a él y lo llevaron a la comisaría, donde pasaron sus huellas por una base de datos y descubrieron que su visa había vencido. Aunque concluyeron que Eric no tenía nada que ver con el robo del auto, lo dejaron detenido hasta que llegó “la migra” (el servicio de inmigración), que lo llevó a un centro de detención privado para que esperara su deportación. Ni su inocencia ni su solicitud para la legalización, dado que se había casado con una residente, pudieron detenerla.

Después de pasar cinco meses detenido, Eric llegó a la Ciudad de Guatemala y volvió a vivir en la casa de su tía. Pronto consiguió trabajo en un call center, donde recibía llamadas de clientes de los Estados Unidos. Al ser un deportado bilingüe y bicultural, Eric era un trabajador ideal para esta empresa transnacional.

Esta historia ilustra como pocas los distintos aspectos del capitalismo global que propongo mostrar en este texto. Los diferentes eventos de su biografía nos permiten ver la conexión entre el camino de su vida y las fuerzas socioeconómicas mayores. Estas fuerzas incluyen la externalización de la producción, la reestructuración económica, los cortes en los servicios sociales, el aumento del brazo represivo del Estado y la privatización de servicios que antes eran públicos. Estas fuerzas constituyen un ciclo porque se relacionan y retroalimentan: la movilidad humana restringida al lado del movimiento libre de capital es un aspecto crítico del mantenimiento del apartheid a nivel global, un sistema donde ciudadanos en su mayoría ricos y blancos tienen derecho a viajar a donde quieran, mientras que casi todo el resto de la población mundial se ve obligada a hacer su vida en el país donde ha nacido. El apartheid global no sería posible sin la deportación.

Cuando escuchamos las historias de deportados, este costo es obvio. También observamos claramente que los deportados son inmigrantes, trabajadores, personas de color y padres. A partir de sus historias es inevitable colegir que los deportados son la versión más reciente del “trabajador desechable”.

Las estadísticas de deportaciones son alarmantes. Desde 1996, más de 5 millones de personas la han sufrido desde Estados Unidos. Para darnos una idea de lo abultado de esta cifra, vale aclarar que entre 1892 y 1996 sólo fueron deportadas un total de 2 millones de personas. O sea, Estados Unidos ha deportado en 20 años más del doble del total de todas las personas deportadas en un siglo. Además, casi todos son hombres latinoamericanos (el 90% de los deportados son hombres y el 97% proviene de América Latina y del Caribe). Discursos racistas en torno al crimen y al miedo funcionan como “justificación” de este fenómeno. Y estos discursos, a su vez, disfrazan la realidad del capitalismo global y sus efectos.

La migración de latinoamericanos a Estados Unidos, pero también su deportación masiva, son una parte integral del capitalismo global. En la década de 1980, los países latinoamericanos implementaron reformas económicas neoliberales, muchas veces porque el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM) los obligó a ello. Estas reformas tuvieron el efecto de incorporar estos países al capitalismo global, a la par del aumento de la tasa de desigualdad y el aumento del flujo de emigrantes. Estados Unidos también implementó reformas económicas en esa época. Un cambio grande fue su paulatina desindustrialización. Al mismo tiempo en que el FMI convencía a los países en desarrollo de abrir sus fronteras para recibir capital, en Estados Unidos las empresas cerraban fábricas y buscaban sitios más rentables para instalarlas. La desindustrialización también creó puestos de trabajo ideales para los inmigrantes, sobre todo en el sector de servicios, que fueron ocupados por esa masa migratoria que produjeron las reformas neoliberales en los países latinoamericanos.

El otro lado de la desindustrialización en Estados Unidos fue el aumento del brazo opresivo del Estado. Para evitar las manifestaciones aparejadas por el crecimiento del desempleo y la desigualdad, producto de la erradicación de empresas, el gobierno aumentó la fuerza policial y construyó decenas de prisiones. En el año 2000, Estados Unidos llegó a tener 2 millones de presos. La justificación fueron las guerras contra la droga y contra el crimen. De forma similar a la deportación, los discursos acerca de los hombres de color peligrosos justificaron la encarcelación masiva.

La encarcelación masiva le permitió a Estados Unidos solidificar el movimiento antisindical, la desigualdad marcada y el abandono de los barrios marginales. De una manera muy similar, la deportación masiva ha surgido como una repuesta a la crisis actual del capitalismo que, en el caso particular de Estados Unidos, se manifiesta en la confluencia de cuatro factores: 1) Casi todos los deportados son hombres latinoamericanos y caribeños; 2) El aumento del sentimiento antiinmigrante después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001; 3) La actual crisis del capitalismo; y 4) Los sectores que se benefician con la deportación.

La justificación para la deportación masiva es que el programa está convirtiendo al país en un territorio más seguro. La amenaza que enfrentamos como país viene en forma de criminal y de terrorista: a ese discurso sensible apelan los políticos estadounidenses para generar el apoyo del público. Hemos visto este proceso muchas veces antes, como en la esclavización de los africanos, la detención de los japoneses y la deportación de los mexicanos en la década de 1930. El proceso de crear miedo y de castigar el supuesto origen del miedo es una táctica bien conocida de represión y de distracción. Esta táctica muchas veces tiene dimensiones raciales.

En el contexto post-9/11, ha surgido en los medios de comunicación masiva una construcción del inmigrante como criminal y terrorista. Es común leer y oír frases como “ilegales y fugitivos” para referirse a los inmigrantes, “inundación e invasión” para describir su llegada a los Estados Unidos y “amenaza y daño” para describir su presencia en el país. Esas palabras construyen la imagen del inmigrante como peligroso y crean un sentimiento de miedo hacia él.

Como se sabe desde Marx, las crisis son intrínsecas al capitalismo. La última fue la de la década de 1970, conocida coma la “crisis del petróleo”, cuando su precio subió repentinamente. Los capitalistas de Estados Unidos encontraron una solución temporal a esta situación en la externalización de la fabricación. Para evitar pérdidas en sus ganancias, salieron en busca de mano de obra barata en los países en vías de desarrollo y así sortearon esa crisis. La actual, en cambio, es diferente. La clase capitalista transnacional ha encontrado sus límites. Ya no hay hacia donde expandirse, dado que casi todos los países ya forman parte del sistema global del capitalismo. Como no se ha encontrado una solución original a la crisis actual, se ha recurrido a la ya conocida respuesta militarista, de la que la deportación masiva es un ejemplo entre muchos.

Los deportados son un ejemplo paradigmático de plustrabajo. Aunque la mayoría de los prisioneros son liberados en algún momento, una vez fuera de prisión desaparecen del país. De este modo, ya no puede competir por trabajo ni recibir ayuda pública. Los gobiernos de los países de origen de los deportados, a donde retornan, han encontrado maneras de volverlos útiles a sus intereses. En algunos países, como Jamaica, República Dominicana y El Salvador, el gobierno considera culpables de los problemas de delincuencia a los deportados. En otros (¡y a veces hasta en los mismos!) el deportado sirve de operador en los call centers. Su manejo fluido del inglés por haber vivido en los Estados Unidos lo convierte en un trabajador ideal, dado que su trabajo consiste, precisamente, en comunicarse con clientes estadounidenses. El Estado de Baja California, por ejemplo, tiene 35 call centers que emplean a 10 000 personas, la mitad de ellos deportados.[i] En México, por ejemplo, el sector de call centers se duplicó entre 2005 y 2010. Esta industria de 6 mil millones de dólares emplea miles de deportados. [ii] El crecimiento rápido de esta industria transnacional en México, Guatemala y otros países no habría sido posible sin este flujo de deportados que tienen la capacidad bilingüe y bicultural de asistir a los clientes de los Estados Unidos.

Como he intentado mostrar, la deportación masiva es una manifestación del capitalismo global y es importante considerarla como tal. Muchos deportados como Eric viven separados de su familia, lo que genera un gran costo humano. Cada año, deportan a cien mil padres y madres de ciudadanos estadounidenses. El costo al Estado debido a la deportación masiva se puede calcular en miles de millones de dólares. El costo humano es incalculable.

 

[i] http://bigstory.ap.org/article/deported-mexicans-find-new-life-call-centers

[ii] http://america.aljazeera.com/features/2014/3/mexico-s-call-centers.html

 

*Tanya Golash-Boza es Doctora en Sociología y profesora en la Universidad de California, Merced. Es autora de cinco libros y de diversos artículos académicos. Su último libro,  Deported: Immigrant Policing, Disposable Labor and Global Capitalism (New York University Press 2015), se dedica a explicar la deportación masiva en el contexto de la crisis económica global.

Sobre «De l’autre côté» de Chantal Akerman

Por: Mónica Szurmuk

Imagen: Fotograma de De l’autre côté

Vídeo: fragmento de De l’autre côté autorizado por Sylviane Akerman

La prestigiosa crítica Mónica Szurmuk presenta el largometraje documental De l’autre côté (2002), de la cineasta belga Chantal Akerman, sobre la frontera mexicana-estadounidense. Akerman recoge testimonios de ambos lados de la frontera en un movimiento que evidencia las contradicciones identitarias propias de toda zona de contaminación y pasaje. Szurmuk se enfoca en una escena, aquella en que la supuesta naturaleza de la frontera y sus (sin)razones quedan abiertamente desmanteladas.


A principios de la década del 2000, la cineasta Chantal Akerman pasó varios meses en la frontera de Sonora, en el norte de México, filmando entrevistas con personas que habían perdido un ser querido en el cada vez más riesgoso cruce hacia los Estados Unidos. Luego traspasó la frontera y entrevistó a quienes vigilan a los que cruzan, los cazan, los controlan. De un lado en castellano, del otro en inglés, con acento fuertemente francés en ambos idiomas, la voz en off de Akerman guía estas entrevistas mientras la cámara registra los kilómetros de desierto, la luz que ilumina el vacío, la mirada a través de la mirilla de un arma larga que encuadra al migrante transformado en presa. La película se llama De l’autre côté ─del otro─ lado referencia deíctica que señala a los que están atravesados por la frontera, a quienes la línea les amputó un ser querido y los dejó siempre con la mitad de la vida, de la experiencia y de la lengua. El paisaje del cruce es inhóspito y desierto desde que las otras fronteras por río, por el mar y por la traza urbana se han vuelto cada vez más impenetrables.

La escena que recortamos sucede en el inicio del otro lado. Son los primeros kilómetros de la autopista 5 en el condado de San Diego, el comienzo de la vía que finaliza en la frontera canadiense con un monumento que celebra la hermandad entre Estados Unidos y Canadá. “Children of the Same Mother,” proclama este monumento; pero en esta frontera, la del sur, no se habla de hermandad sino de extranjería, robo, ultraje. Las palabras que cierran el film lamentan el vínculo madre-hijo violentamente rebanado por la frontera.

En off, la voz de Akerman relata en francés la búsqueda de la madre de David, uno de los entrevistados. Es un testimonio desajustado en tiempo y lengua. Mientras que la cámara encuadra el movimiento por la autopista como si fuera un vehículo más que avanza de sur a norte rumbo a Los Ángeles, la voz narra los resultados frustrados de la pesquisa realizada en esa ciudad. La madre de David no aparece, solo quedan rastros─ “traces”, en francés. Un granito de arena luego de una tarde en la playa, un leve perfume, el calor de un departamento despojado. El francés traduce parcialmente testimonios brindados en castellano y en inglés, pero la incompletud de la traducción no es más (ni menos) que la marca de la frontera, el espacio liminal de ruptura, que desde lo político se impone en lo corporal.

Cristina Rivera Garza: “Si a un escritor le interesa el cuerpo, no puede desentenderse del género”. Conversación entre Cristian Alarcón y Cristina Rivera Garza.

Foto: MALBA

 

En el marco del congreso El silencio interrumpido: Escrituras de mujeres en América Latina, se generó esta interesante conversación entre el cronista Cristian Alarcón y la académica y escritora mexicana Cristina Rivera Garza, que hoy Transas pone a disposición de sus lectores de forma escrita. Juntos recorren diversos temas que van desde la biografía intelectual y literaria de la autora hasta las complejas cuestiones sobre las formas de narrar el horror -particularmente en relación a los crímenes del narcotráfico en México-, la literatura y cultura digital, las relaciones entre poesía y narrativa y la existencia o no de una escritura femenina.


 

Cristian Alarcón (CA): Antes que nada quiero agradecer la posibilidad de establecer esta charla con una escritora que me ha tenido en estos últimos diez días, particularmente en relación a mi práctica como cronista, inquieto y sorprendido. Sorprendido por su prosa y su poesía. Estamos ante una autora que es capaz de subvertir el orden de los géneros y de generar en sus textos, no sólo desde la academia hacia la literatura, sino también al interior de la literatura de un género a otro, mixturando y llevando al límite ese juego que produce, en principio, fascinación en el lector y ese efecto maravilloso que produce en el lector: el de no poder abandonar la lectura. Por lo menos es lo que me pasó, en primer lugar, con La muerte me da (quizás porque a mí la muerte me da). Y porque tiene ese libro también una conexión fuerte con el policial, travistiéndolo y transfigurándolo en otra cosa.

Algunos datos biográficos para iniciar la conversación: Cristina es de frontera. Ella nació en Matamoros, en el norte de México; muy joven se fue a Estados Unidos, allí hizo el doctorado en Historia, en Houston, a donde ha regresado ahora. Antes había estudiado sociología, así que hay un triple pasaje: de la sociología a la historia y de allí a la literatura. Y no sólo por sus tareas como investigadora y crítica literaria, sino porque comienza con la escritura de su primera novela, Nadie me verá llorar, que irrumpe en la escena mexicana y en otros países; comienza a ser traducida, la convierte en una autora. Ese pasado académico se ve marcado por la experiencia del autor y Cristina Rivera Garza se vuelve conocida, en México, como una escritora. Después me gustaría contar otras cosas, pero ahora quiero que ella me cuente sobre este tránsito, este andar entre fronteras (geográficas y disciplinares).

Cristina Rivera Garza (CRG): Antes que nada gracias por tu introducción y a Gonzalo (Aguilar) y Mónica (Szurmuk) por la invitación. Estoy contenta de estar aquí, celebrando la publicación del libro (The Cambridge history of Latin American Women’s Literature: http://goo.gl/x9Sgsn) y el encuentro con escritoras, poetas, académicas que he visto en otros sitios de América Latina y Estados Unidos, y qué bien se siente poder continuar algunas conversaciones e iniciar otras, como esta contigo. Aclaro que acabo de bajarme del avión, luego de viajar 30 horas desde San Diego, por lo que, esta vez, si digo alguna cosa delirante, cosa que siempre me sucede, hoy tengo justificación.

Decir que nací en la frontera de México, en el norte, allí donde se juntan Brownsville, Texas, y Matamoros, no es una cuestión menor en un país cultural y económicamente tan centralista. Como decías hace un rato, eventualmente llegué a estudiar a la Ciudad de México, como lo hace, en general, mucha gente de las así llamadas provincias, pero por fortuna tuve siempre este otro polo, este otro imán en la frontera a donde continuamente he regresado. En efecto, ahora estoy terminando un periodo de 20 años en total, en la otra cima de la frontera, en el fondo donde se unen Tijuana con San Diego. Ahí he estado trabajando en la universidad que es algo que también he hecho durante mucho tiempo. Esta experiencia fronteriza yo creo que ha sido fundamental. Este extrañamiento con el lenguaje, esta posibilidad de estar viviendo y expresándose con igual presteza, cuidado, inestabilidad también en los idiomas de estos dos sitios, creo que me ha ayudado muchísimo a tener una relación activa, dinámica, extraña con los lenguajes con los que he decidido trabajar. Creo que eso también tiene mucho que ver con la noción de género, tanto en el sentido de cuerpo social como literario. Esta necesidad, casi, de estar cabalgando en distintos materiales, de estar moviéndose, a veces con… iba a decir con facilidad pero realmente no lo es, pues ha sido difícil, más bien con extrañeza pero también una fuerte vocación, que en este caso creo que parte también de esta experiencia personal.

CA: Y esa cabalgata, la que te llevó de la sociología a la historia, y de la historia a la literatura, y en principio a Nadie me verá llorar… ¿se aprende a andar a caballo, no? Duele al principio, cuesta, hay un aprendizaje. Me imagino que eso ocurrió, que hubo una transición; vos hablás mucho además de este término, de lo transicional, de lo trans, en un sentido de permanente cambio, aunque no sólo eso, también de permanente emergencia. ¿Cómo fue el aprendizaje de la experiencia de esa cabalgata hacia la narrativa?

CRG: Me veo obligada a confesar que primero estuvo la literatura, antes que nada. La idea que yo tuve, el deseo, en todo caso, siempre fue producir el tipo de libros, el tipo de experiencia, el tipo de conexión y comunión que leer novelas y leer poesía habían producido en la niña lectora que fui.

CA: ¿Dónde leías cuando eras chica? ¿Cómo era esa niña lectora?

CRG: Vengo de una familia bastante nómada. Como dije antes, es una familia norteña; con más especificidad, fronteriza. Gente que llegó a México desde Estados Unidos a principios del siglo XX y que tiene una tradición nómade consciente y muchas veces inconsciente. Muchas de las lecturas que yo he realizado las he hecho, precisamente, en estos trayectos. Hace poco contaba que, con el paso de los años, he logrado acumular algunas bibliotecas, pero han sido siempre plurales y están guardadas en “cachitos” en distintas casas y distintos lugares donde me voy deteniendo. Hay ahí una experiencia que consiste en estar regresando, yéndose, visitando y revisitando, reinventándose también, pues es una gran oportunidad para eso.

Siempre hubo libros en la casa. Mi padre, que creció también en esta área del norte de México donde se produjo durante mucho tiempo algodón, de una manera muy singular: procesos de producción de algodón dirigidos por el Estado, como parte de la reforma agraria en los años 30.  Una historia verdaderamente apasionante que he estado investigando últimamente. Mi padre eventualmente se volvió ingeniero agrónomo, por lo que muchas de mis primeras lecturas tienen que ver con cuestiones de la naturaleza, la ciencia, etnografía, botánica, aventuras de este tipo. Y yo creo que parte de esta vocación de estar pasando de un género a otro, o de estar cabalgando, nadando en distintas aguas, tiene que ver con una tradición de lecturas que no se concentran en objetos delimitados por lo que llamamos “literatura”.

CA: Hay algo del orden del conocimiento que tiene que ver con esta búsqueda y que te lleva primero a una investigación larguísima en un manicomio al que accedés no para investigar el “aquí y ahora” sino para hacer historia. Vas hacia los archivos, en ese viaje que significa el acceso a los archivos, y allí descubrís una historia que va a dar para la construcción de la novela que será Nadie me verá llorar, y para la construcción del personaje increíble de Matilda Burgos, que también hace su propia transición, y Joaquín xxx, entre quienes se forma una historia de amor muy compleja que se va a desarrollar a partir del encuentro entre ellos en este encierro terapéutico en el que están inscriptas sus vidas, en donde se vuelve a recrear aquello que ocurrió fuera. Hay un adentro y un afuera allí. Y esa mujer es en sí misma un espejo de muchas otras mujeres en México.  Sin embargo, vos has dicho que no buscaste la representación y que no buscás la representación en tus novelas y relatos de ninguna manera. O sea que ese afán sociológico e histórico, esa visión sobre el mundo, no te habita al momento de escribir. Y quizás esa sea una de las claves para entender tu literatura. Porque si bien hay algo que podríamos llamar anfibiedad, este habitar los dos mundos, no necesariamente lo uno es un contínuum de lo otro. ¿Cómo se produce esa diferencia? Es decir, ¿cómo llegaste a Nunca me verás llorar?

CRG: Sabes que hace un rato recorría la maravillosa exposición de Voluspa (Jarpa, “En nuestra pequeña región de por acá”. Se puede ver en Malba hasta el 03/10/2016: http://goo.gl/2rC3JR) y veía los documentos (desclasificados de la CIA, sobre el Plan Cóndor) sobre los que hizo un trabajo increíble. Toda investigación histórica es una investigación en y del “aquí y el ahora”, en el presente. Y muchos de estos archivos semi-borrados, siempre fracturados de alguna manera, esos archivos que uno está reinventando en el mismo proceso de estudiarlos, eso está en el corazón de la literatura.  (Nunca me verás llorar) no es el primer libro que escribí. Antes había publicado un libro de cuentos pero había escrito tres novelas también, que por fortuna están guardadas.

CA: ¿Renegás de ellas, no?

CRG: Pues no tanto renegar, hacen bien en estar guardadas.  Como fuere, Nadie me verá llorar está muy relacionado con este manicomio. Todo el mundo en México tiene una historia relacionada a ese manicomio que es La Castañeda, tal vez ustedes hayan escuchado alguno de los ecos relacionados con esta institución. Abundan historias tremendas, trágicas, dramáticas en su larguísima historia. Fíjense que el manicomio se inauguró unos meses antes de que empiece la revolución mexicana, el 1° de septiembre de 1910. La revolución mexicana empezó tiempo después, el 20 de noviembre de 1910. El manicomio finalmente se cierra en otro año singularísimo de la historia de México: 1968. Recordarán la masacre de Tlatelolco. Y yo lo que hice fue meterme muy de cerca, es una novela de lectora. Yo me defino principalmente como lectora.

CA: Yo diría que es una novela de primerísimo primer plano. Hay una mirada tuya tan cercana que por momentos es asfixiante y por momentos se despega, hay como un ir y venir desde ese primer plano, de una mirada que reconstruye a partir del detalle, de un trabajo con el lenguaje que propicia ese nivel de cercanía, aún a riesgo de que la novela se vuelva, por momentos, dura.  De alguna manera invocás al esfuerzo del lector y lo arrastrás, por otros momentos, con eso que construís en el fondo que es una historia de amor.

CRG: Yo creo que tiene mucho que ver con el primer encuentro con los materiales.  Yo estaba buscando otra cosa, como siempre ocurre con los archivos, que uno no sabe lo que anda buscando –como con tantas cosas- hasta que las encuentra, y yo vi el expediente de la mujer que se transformó en el personaje principal de esta novela, alguna tarde con una luz maravillosa, y me impactó tanto que creo que es ese impacto el que todavía se puede percibir. Es un impacto emocional, personal, es el impacto de una lectora que está encontrando un lenguaje increíblemente único, capaz de convertirse en una marca de experiencias que me resultaron tan fascinantes como incomprensibles. Tuve muchas veces la sensación que solo ocurre en los archivos de estar interrumpiendo el trayecto, el destino de una misiva que se dedica al amante.  Me interesaba mucho desde el inicio no hacer novela histórica, no me interesaba hacer una interpretación del contacto sino que quería meterme muy de cerca con la materialidad del lenguaje, quería esos giros, esos ecos. Cuando empecé a leer este expediente encontré un pequeño diario de la paciente, que está transcripto al final de la novela, porque quería que la última palabra de la novela no fuera mía sino de ella.

CA: Pero sin embargo construís un personaje de varón que es Joaquín Buitrago, que es quien en la novela busca ese archivo. Joaquín la conoce como prostituta, cuando él toma fotografías. Él es un ex médico que abandona su carrera, que se entrega a la fotografía y que se vuelve adicto a la morfina. Y en ese deambular, ese devenir, la reencuentra. Y cuando lo hace su obsesión es hacerse –de hecho se hace amigo del director del manicomio, que es un manicomio en decadencia, que tuvo su gran momento pero en el momento en el que lo conocemos está todo mal- y seduce al director para poder llegar al expediente, llegar a ese archivo. Entonces creás una intriga, creás una tensión que nos lleva a querer encontrarlo. Pero sin embargo es algo que le ocurrió a Cristina Rivera Garza.

CRG: Yo estaba lejos de México cuando escribí esta novela. Eran los primeros años que vivía en Estados Unidos y creo que en muchos sentidos esta novela, esta historia de amor a la que te refieres es mi carta de amor a la Ciudad de México. Es una ciudad en la que viví unos ocho años y es tremenda, inhabitable, caótica, maravillosa, a la que todavía le tengo mucho cariño y que disfruto mucho, sobre todo, porque no vivo ahí. Cuando voy visito a mis amigos y no tengo que llegar a tiempo a ningún lado, entonces es bastante disfrutable. Creo que en este afán de ir esculcando en esta sintaxis urbana y estos detalles pequeñísimos que incluyen no sólo el cuerpo y la experiencia de estos personajes, además del territorio. En muchos sentidos creo que trata de una novela de espacios más que de tiempos.

CA: Y cambia tanto en La muerte me da, ¿no? Primero que es una propuesta de novela en principio porque es un engaño. Una propuesta de novela policial en la que hay una CRG que es el personaje central, el narrador, a la que se le cruza un hombre asesinado. Es la testigo del hallazgo de un cadáver de un hombre joven que además está castrado. Es la historia de una o un asesino serial que castra a sus víctimas varones. Esto me pasó mientras yo investigaba un feminicidio frustrado, terrible, en el sur de Chile, con lo cual viví toda la novela como una vindicación de mujeres. Este feminicidio se volvió muy conocido hace un mes y medio porque una mujer fue atacada, sobrevivió al intento de homicidio pero le sacaron los ojos. Esto produjo un espanto en todo Chile, la presidenta tuvo que hablar de esto y se tuvieron que tomar medidas en relación a la violencia de género en Chile. De manera que tu novela me producía una especie de extraña compañía en esta reversión de la mutilación de una supuesta mujer, o alguien que al menos asume esta identidad y practica eso con ciertos varones.

CRG: Sabes que me parece bien interesante que tu primer comentario sea precisamente acerca de estos hechos. Yo cuando empecé a escribir la novela, en México empezábamos apenas a ver los diarios y despertarnos con las noticias crueles, tremendas, llenas de saña de la crueldad de la así llamada “guerra contra el narco”. Ya teníamos años de estar oyendo noticias de esta máquina feminicida, sin embargo, hasta esa época lo asociábamos solo a Ciudad Juárez y no a otras partes del país, como empezó a pasar.

CA: ¿Cuántos años tiene La muerte me da?

CRG: Es del 2007, aproximadamente. Tardé unos cuatro o cinco años en hacerla. Y las preguntas originales, las preguntas que no tienen respuesta y por las cuales uno termina escribiendo libros tenían que ver con esto. Con esta cuestión a veces indolente de una sociedad que se va acostumbrando a esta violencia tremenda. Y el libro trataba de hacerse esa pregunta al contrario: si el territorio, si el espacio de esta violencia no se inscribiera en los cuerpos de estas mujeres jóvenes de la barrida de Ciudad Juárez, ¿reaccionaríamos de otra forma? ¿Ocasionaría esto que nuestra respuesta fuera emocional, social, culturalmente distinta? Desde ahí, de este juego con la castración de la instrucción de la violencia en el cuerpo masculino, que por desgracia pasaron los años y ahora estamos viendo precisamente noticias con este tipo de eventos, con este tipo de tragedias.

CA: Esta subversión del orden machista-violento en la trama también tiene, en esta novela, la incorporación maravillosa de lo poético, porque resulta ser que la asesina cuando abandona los cadáveres deja un mensaje y esos mensajes son poemas de Alejandra Pizarnik. Nosotros leímos a Alejandra Pizarnik, hablo por mi generación, en los últimos `80, creo, y en los primeros `90 (el primer libro de  Lumen sale en el 85 u 86). Al menos quienes terminábamos la secundaria en ese momento o entrábamos a la universidad accedíamos a esta epifanía, la epifanía de leer a Pizarnik. Transidos estábamos ante la poesía de Pizarnik como si fuese contemporánea a nosotros y luego la biografía de Cristina Piña y su universo y su oscuridad y su fin. Y vos la tomás como una sacrílega, tomás esta poesía y la convertís en mensajes de una asesina: las pistas para una detective mujer que debe iniciarse no solo en la poesía sino además en la crítica literaria para dialogar con Cristina Rivera Garza y desentrañar este misterio. Y entonces, ¿cómo fue eso?

CRG: Fíjate que lo que sucede siempre: tengo la idea de que escribir siempre es un acto colectivo y es un acto comunitario de múltiples maneras. En la novela de la que hablábamos antes, Nadie me verá llorar, también hay una forma de co-escritura con estos expedientes, estas historias de vida escritas en dos voces o más voces, en el marco de La Castañeda.

Cuando escribí La muerte me da yo estaba pensando mucho en la relación entre la poesía y la prosa. Y había leído años antes  los Diarios de Alejandra Pizarnik, donde esta relación entre la prosa y el verso es fundamental. Está constantemente regresando a qué hace el verso como una forma de intemperie y qué hace la prosa como una forma de refugio y estas empiezan a ser también preguntas acerca del género, en este sentido amplísimo del término.

La novela va del género a la cuestión de la castración, a la cuestión del cuerpo, a la inscripción de la violencia en él, pero también de este pasar de uno a otro género, de qué arriesgamos y qué perdemos también cuando pasamos de un género a otro.

Me parecía que la tormenta, que el énfasis, la obsesión por lo que te ofrece uno u otro estaban ahí presentes, y de hecho es una de las razones por las cuales uno de los capítulos de esta novela, de hecho, es un pequeño ensayito sobre estas relaciones entre la prosa y el verso.

CA: Toda la novela es una maravillosa clase de literatura, pero por sobre todas las cosas es un escenario de mujeres. En esta novela sí tenemos casi sólo mujeres. Excepto por Valerio, que es el asistente de la detective –Valerio me encanta, porque además está hasta el final, lo necesitamos a Valerio para un montón de cosas porque hace todo lo que la detective necesita– y además tenemos un criminólogo, el doctor Mark Seltzer, son muy pocos los varones. Los varones son los  muertos. Los varones están muertos en la novela. Y entre las mujeres hay un triángulo: la detective, Cristina Rivera Garza, y una periodista de crónica roja, que en México no es como decir aquí un periodista de policiales. Es otra cosa, no es Virginia Messi ni soy yo en Página 12 cubriendo los crímenes de los ‘90, no, es otra cosa. Y esta periodista se presenta ante Cristina Rivera Garza y le dice muy tímidamente que ella es periodista, se lo dice casi pidiéndole perdón, y le dice “pero esto no es para la crónica roja, esto es para un libro mío, es para mi propio libro”. Entonces Cristina Rivera Garza la quiere. La quiere a partir de ese momento. Qué atrevimiento, ¿no? Qué atrevimiento de esta periodista que dice: esto no es para mi jefe, no es para las páginas del periódico. Yo me estoy preguntando otra cosa y este libro es para mí. ¿Por qué la quiere Cristina a la periodista de la crónica roja?

CRG: Esa es una gran pregunta. La periodista termina escribiendo un libro de poesía. Y hay muchas definiciones, hay muchas maneras de aproximarse a la escritura poética. Una que me gusta mucho y a la que recurro con frecuencia viene de esta poeta norteamericana que se llama Lyn Hejinian, que decía que la poesía es el lenguaje que utilizamos para investigar al lenguaje. Y a lo mejor de este deseo, de esta vocación, de esta especie de proyecto que le presenta la periodista de crónica roja a esta profesora universitaria, de ahí viene una especie sino de cariño por lo menos de complicidad, de especular identificación, tal vez.

CA: ¿Te hubiera gustado ser periodista?

CRG: Pues en muchas maneras creo que lo que estoy haciendo últimamente tiene mucho que ver con eso, en el sentido de estar abordando formas tan complejas, tan contemporáneas, tan fascinantes como puede ser desde la crónica hasta la entrevista. Y ver cómo estas energías también pueden mezclarse con cosas que había estado haciendo antes, novelas por ejemplo, aunque cada vez me resulte más difícil moverme en esos terrenos, y me resulta, como a muchos, en esta época en que lo personal y lo ficticio, en que todo este tipo de placas están en continuo choque. Todo es un proceso de investigación en el sentido más amplio del término. Pero lo que viene con adentrarse no solo al archivo sino en la interrelación que es la conversación misma, a lo que viene de ir y poner tu cuerpo en los lugares donde los cuerpos que te interesan han dejado una huella, el habitar esas huellas, en tornar cada huella en otra huella, ese tipo de cosas que creo que tienen que ver con el ejercicio del periodismo me fascinan.

CA: A mí me fascina cómo podés permanentemente hacer una propuesta, sobre todo cuando das conferencias o respondés a preguntas, que posibilite la confusión. O sea tu reivindicación de la confusión, no en los términos digamos de aquello que no está claro sino en los términos de aquello que no está cerrado. Hay algo con el enigma y con el misterio que vos construís y que no es simplemente un pasaje, o sea, pasar por el enigma o transitar el misterio para llegar a una revelación. Ese imperativo, el de la búsqueda de la revelación, no el de la búsqueda de la respuesta, en vos no está. Justamente tu voz es la que pretende hacer de esto una construcción y no un resultado. Y esto está presente en las dos novelas pero también está presente en tus intervenciones. Tus intervenciones sobre la violencia en México vienen tratando de poner en cuestión también esto. Vos tomás un concepto que viene de una autora italiana que es el “horrorismo” para reinterpretar un poco estas violencias y hacer un planteo serio que además interpela al Estado mexicano. Contanos un poco de esto.

CRG: Bueno, como a muchos escritores de México este continuo trasiego de la violencia en México se ha convertido en una obsesión. Me parece que en estos momentos sigue siendo verdad para mí: escribir sin tener una plena conciencia de que estamos escribiendo con nuestros muertos en plural sería bastante irresponsable. Yo no pude, como muchos otros, abordarlo con la ayuda o a través de la ficción, no pude como otras personas, no pude como Sara Uribe,  que escribió un libro maravilloso, Antígona González, una especie de poesía documental, no pude hacer este tipo de cosas. Pero lo que sí pude hacer y quise hacer es una especie de ensayo, crónica personal, una especie de periodismo, Dolerse. Un libro que saqué con una editorial independiente.

CA: Ahí trabajas con las voces de las víctimas, con las voces del periodismo, con las voces que están circulando.

CRG: Así es. Me pareció que tenía que entrar en un ajuste de cuentas con el país en el que no estoy viviendo desde hace mucho tiempo pero en el que sigo viviendo de múltiples maneras, y publicamos el libro; una primera edición por el año 2011 que después se transformó en algo que creo que es importante para toda escritura: formar comunidad. Hicimos la editorial y algunos escritores que habían estado rondando el libro hicimos una segunda versión, un remix, publicamos otra versión de Dolerse, pero con un segundo volumen que se llama Condolerse, donde poetas, escritores, cronistas, profesores, intelectuales, filósofos se dan también a la tarea de habitar esta otra esfera de la escritura. Por cierto, lo vamos a subir a la red pronto, en un par de semanas, es un libro que como está publicado por una pequeña editorial independiente de Oaxaca ha sido difícil hacer circular. Pero también creo que es este tipo de libros del que se beneficiaría mucho de la lectura en otras latitudes por otras personas, porque creo que sigue siendo una situación de emergencia la de México.

CA: Cristina, una pregunta de cronista malicioso: ¿por qué es tan abundante la producción mexicana sobre la violencia narco? Y por qué cuesta tanto encontrar libros de calidad en esa producción. Hay mesas en las librerías de México enteras sobre el relato de lo narco. Evidentemente es un fenómeno editorial, evidentemente el mexicano lector necesita consumirlo. Sin embargo, a la hora de detectar qué leer, a un incauto le resultaría muy difícil saber qué comprar o de qué libro hacerse. Incluso aquellos que trabajamos en el tema. Incluso en un universo de nuevos cronistas que experimentan con esto y que van a la  búsqueda del fetiche que implica lo narco para todos los que escribimos sobre lo real-real, para decirlo de alguna manera. ¿Por qué crees que ese límite es tan fuerte?

CRG: Yo creo que tenés razón en tu diagnóstico. Es muy fácil perderse libros maravillosos, fuertes en motivos críticos como el libro que acaba de publicar hace poco Daniela Rea. Los libros de Marcela Turati, los libros de John Gibler, que es un periodista norteamericano que vive en México y escribe en español. A veces es  fácil, creo que cada vez menos, perderse estos libros que realmente nos ofrecen una posibilidad de pensamiento y de conexión crítica con nuestro entorno. Y resulta comercialmente más sencillo presentar esta visión más gráfica y más vertical,  a veces más glamorosa, del criminal. Parte de mi trabajo en Dolerse fue, precisamente, dejar este énfasis en el glamour del victimario y golpearnos, escuchar las múltiples, sutiles, complejas, voces del sufriente. Y no en un sentido pasivo de la víctima sino en un sentido más bien dinámico y también crítico del lenguaje del dolor. Creo que a través del lenguaje del dolor se han estado expresando una serie de críticas que tienen que ver con el origen, precisamente, del infortunio, con el origen de la desigualdad y de la injusticia que está concatenando toda esta realidad tan urgente y de emergencia que se vive en México. Y creo que los libros que mencionaba, entre otros, estos de Daniela, los de Marcela, tienen  como punto de partida este gesto de ir y articularse con una realidad que es compleja, que con mucha frecuencia nos deja ante la imposibilidad de la articulación, que tiene mucho que ver con este concepto que hemos visto. Pero que en todo caso el deseo de escribir, de articular una experiencia que ha pasado por, que tiene que ver con, que está rozando continuamente todos estos elementos de los sufrientes y de las víctimas está centralmente relacionado a la posibilidad de ir más allá de este horror provocado por el poder e intentar articular otro tipo de realidad, otro tipo de posibilidad, otras razones.

CA: Quizás haya un límite en el fetiche mismo. Mencionás a Marcela Turati. Marcela Turati es una cronista que además ganó el premio García Márquez el anteaño pasado por su trabajo, es la creadora de Periodistas de a Pie, una red de periodistas que empezaron cubriendo lo social pero terminaron todos cubriendo el narco y nos solemos encontrar en eventos internacionales en los que Marcela siempre le roba la escena a todo el mundo porque no hay nada más impresionante que narrar lo que está pasando en México, con lo cual todos los demás la molestamos, la jodemos y le hacemos bromas de humor negro sobre esta potestad que tienen los muertos. Este parar y detener cualquier escena porque no hay nada que produzca más sentido de lo contemporáneo que esta presencia, la presencia de lo testimonial horroroso. Al punto de que ella, cuando la molestamos, responde con un personaje que hace muy bien, que es una especie de niña de Poltergeist, que en cualquier situación, cena, coctel, en todas las escenas posteriores donde los cronistas se relajan y van de bares, empieza en algún momento a decir “Veo gente muerta”, “Veo gente muerta”. Es una especie de Turati autocrítica de esa misma obsesión que produce el tema.

CRG: Y sabes que una de las cosas fabulosas que este grupo de periodistas y de escritoras hacen es que en lugar de quedarse en esta fascinación que produce el horror, están analizando las múltiples maneras a través de las cuales distintos grupos de la población mexicana logran enfrentarse y sobrevivir con dignidad ante condiciones de terrible, terrible violencia.  Y yo creo que cada vez que hablamos de violencia, que es cierto y existe, para hacer también justicia con el lugar del que venimos, con la serie de cosas que suceden en México, también hay que decir que el poder y la escritura practicada desde el poder tiene mucho que ver con todo lo que está pasando en México, con el túnel sin salida en el que parece que nos encontramos, pero también con las múltiples formas de resistencia a las que han echado mano mujeres y hombres de todo el país, son los que han logrado que todavía tengamos un espacio que resulta también vivible.

CA: Te voy a hacer una pregunta que me atravesó en las últimas semanas respecto a la cuestión de la violencia. ¿Para vos cuál es la relación que existe entre narcotráfico y patriarcado o violencia machista?

CRG: Bueno es una pregunta complejísima.

CA: Dificilísima, pero es tan evidente, ¿no?

CRG: Es muy evidente y la voy a hacer todavía más compleja. Y tiene que ver con los temas que hemos estado discutiendo o que se han puesto sobre la mesa hoy. Hace rato alguien se preguntaba si vale la pena seguir todavía hablando de literatura escrita por mujeres. Y  yo creo que en México tuvimos unos veinte años, más o menos, en que era bastante común si les preguntaban a escritoras y escritores acerca de cuestiones de género, el desmarcarse completamente, el decir que son cuestiones extra-estéticas y no son cosas que nos correspondan. Yo creo que, por un lado, si a un escritor le interesan las cuestiones del cuerpo le tienen que interesar las cuestiones del género, no hay cuerpo sin género, no hay género sin cuerpo para empezar, ¿no? Y, por otra parte, me parece que en una sociedad tan dormida, en una sociedad donde la máquina femicida ha estado haciendo estragos espectaculares desde hace tanto tiempo, el negarse a participar como parte de un foro público sobre cuestiones de género me parece irresponsable, hasta criminal. No estoy diciendo que todas los escritores y escritoras del país tuvieran que escribir libros alrededor de o de manera principista sobre cuestiones de género, pero creo que, como participantes de un foro público, el poder contribuir a un entendimiento crítico, dinámico, complejo sobre las transformaciones del género en México tal vez nos hubiera conducido o nos estaría todavía conduciendo a la posibilidad de tener conversación más amplia y no a esta cuestión sangrienta que es en la que nos estamos moviendo. Con esto quiero decir que sí hay una relación y hay una posibilidad de ir abordando esta relación crucial y compleja de múltiples maneras y desde múltiples frentes. Creo que la escritura también es uno de esos frentes y no estoy hablando, una vez más, de declaraciones, de manifiestos; estoy hablando de que si como escritores decimos y queremos traer a los cuerpos a colación de nuestro trabajo, si decimos que es esta experiencia de lo humano, de la carne y de lo sucio, de lo que vivimos, pues entonces también estamos lidiando con cuestiones de género y estamos diciendo la mesa y la mano y la pared o el piso, estamos también lidiando, de otra manera, pero igualmente relevante, con cuestiones de género. Entonces creo que esta conversación es algo que como país estamos pidiendo. Creo que los libros pueden, desde su muy humilde trinchera, participar también de esta conversación. Yo no sé si tengan la capacidad de producir un mundo diferente, pero al menos sí creo que una conversación profunda y crítica tiende a permitirnos, por lo menos, imaginarlo.

CA: Parte de tu anfibiedad está dada por tu relación siempre estrecha y desde el comienzo del boom no solo de las redes sociales sino de la lógica de consumo cultural a través de lo digital y de la producción dentro mismo del campo digital con una posición muy proactiva al respecto de eso. Me impresionó una entrevista que diste para un blog coreano, para unos estudiantes coreanos a través de internet y que después fue traducida y salió en español. Es muy interesante buscarla porque allí se encuentran algunas claves de tu obra. Desde ese punto de vista y desde el punto de vista de los cambios en la lectura que ha suscitado esta revolución de lo digital, ¿cómo imaginás que se van a construir los nuevos cánones literarios después de esta generación de milennials y después de la generación “pulgarcito”, que es la de nuestros hijos y nietos, que no hacen otra cosa que proceder con el dedito sobre las pantallas, sobre todo de estos aparatos infernales que nos han cautivado parece ser que para siempre?

CRG: Todas preguntas sencillas, ¿no? Hace poco estaba participando en algo que tenía que ver con un festival de escritura digital en México y el joven que estaba dirigiendo la conversación era, literalmente, muy joven y escribía sobre todo digitalmente. Tenía una cantidad de seguidores abrumadora, millones de personas lo leían, lo hacía sentir a uno así como “bueno, yo he escrito este libro y tu tienes”…

CA: Perdón que no tengo twitter…

CRG: Sí, tengo twitter, pero no tengo tres mil millones de seguidores. Pero había dos o tres cosas que él decía que me parecían muy interesantes y en las cuales de hecho sí creo había una disolución cada vez más notoria de esta noción de autoría como algo singular, individual; una apertura a esta concatenación y articulación con otras voces, unas autorías plurales que vienen por supuesto a poner en entredicho toda esta cuestión del copyright, los lugares donde se puede publicar o no; otra manera también de pensar sobre la distribución de los textos y de la escritura que trasciende lo que va detrás de cubiertas y que trasciende el sentido de compra-venta en su momento más radical, en su momento de compartir, de poner ahí afuera un pedazo de escritura, del que otro pueda formar parte, y que a su vez se lo lleve a otras comunidades que se van a estar desarrollando y sumiendo fuera de los circuitos, pongámoslo así, del comercio del capital. Y a mí todo eso me entusiasma mucho.

CA: ¿Cuánto usas el celular?

CRG: Dice mi hijo que lo uso demasiado. Así que imagínate… un montón de tiempo.

CA: ¿Cuántos años tiene?

CRG: Cumple 18 este año.

Yo creo que es bien interesante que estemos viendo continuamente lectores que se convierten en escritores con nosotros, que estemos compartiendo y agrandando y expandiendo esta plataforma de distintas maneras.  Puedo parecer demasiado optimista. Tengo mis críticas también, no todo lo relacionado con la cuestión digital es bueno, revolucionario y radical, pues hemos visto que así como hay mucha mierda en el papel, también puede haber mucha mierda en la pantalla. Yo creo que son decisiones estéticas y éticas, también, que se van tomando, pero esos tres elementos que mencioné me entusiasman: las autorías plurales, la posibilidad de procesos de distribución que no se quedan en el consumo, sino que se anudan a procesos de producción, y esta idea del contagio que va atrapando comunidades esporádicas, como esas esporas que van produciendo sus pequeñas y también efímeras comunidades en otros sitios. Si la posibilidad de que la escritura pueda concatenarse, gracias a estas tecnologías, con esos otros procesos que, de hecho, no son tan nuevos y que preceden a muchas de las cosas que hemos estado haciendo…

CA: El cadáver exquisito existe hace tiempo…

CRG: Por ejemplo, exactamente. Yo creo que hay que recuperar, multiplicar, llevar esa energía a otros espacios. Concatenar esta posibilidad digital con pensamientos críticos, sobre todo con algo que a mí me interesa personalmente, como la violencia de mi país. Esas posibilidades entusiasman, ¿no?

CA: Lo de los 72 migrantes, quizá sea una de las cosas más poéticas y más efectivas que se pudo haber producido ante la tragedia, ¿no?

CRG: Así es. Sí, es una posibilidad que está… es otro tipo de convención. Habría sido no imposible, pero tal vez un poco más difícil de pensar, ¿no?

CA: Para poner en contexto: un grupo de autores inician un proceso, digamos, de convocatoria a los cronistas y a los escritores mexicanos después de la desaparición de los 72 migrantes y encomiendan a cada uno la escritura de un párrafo que dé cuenta de quién era el migrante desaparecido y crean un sitio colectivo al que suben esa información.

Te voy a hacer una pregunta de género. Una de las últimas. En realidad voy a leer algo que está en la novela La muerte me da y que termina con una pregunta. “Autoría”, se llama,  es el capítulo 15: “La periodista de la nota roja, en realidad, era periodista, apareció en mi salón de clases el día que discutíamos la relación entre el género y la creación literaria. Algunas alumnas, sobre todo las que tenían pelo lacio y pecas en la cara, aseguraban que en el mundo existía una cosa que respondía al nombre de escritura femenina. Y con inigualable desdén, citaban trabajos de filósofas francesas, cuyos apellidos pronunciaban sin asomo alguno de acento. Los alumnos usualmente argumentaban que eso no era más que o frustración personal de escritoras frígidas, o espurias expresiones de mercado. Y de paso, defendían una literatura, como la llamaban ellos, “sin adjetivos”. Había por supuesto alumnas que se aliaban en secreto, o a voces altas con los alumnos desadjetivadores, especialmente aquellas que tenían ambiciones literarias, y una confianza ciega en ellas mismas. O las enamoradas. Había también alumnos que se atrevían a hablar a menudo con cierto tartamudeo vergonzoso de una escritura específicamente masculina. Siempre que llegábamos a este punto del curso sucedía lo mismo: amistades que se habían forjado con lenta dificultad a lo largo del semestre caían desbaratadas ante la incredulidad o la intolerancia. Mientras que otras surgían de esa nada súbita que es la identificación no sospechada. Yo, que estaba preparada para todo, acostumbraba a posicionarme en el punto medio, no sólo los dejaba hablar, sino que incluso les hacía preguntas con las que intentaba que concibieran o al menos imaginaran el origen del argumento contrario. “Yo no soy una mujer”, les decía, por ejemplo. Y luego, les decía lo contrario. Esto no es el reino del aquí, mi voz clara, de volumen moderado ayudaba a calmar los ánimos cuando la discusión emprendía su propia trayectoria hacia el insulto. Nada de eso me resultaba sorprendente o incómodo. Eran los gajes del oficio, lo de siempre, excepto que esta vez, la periodista que en realidad era periodista, rompió, seguramente sin saberlo, las reglas del juego. “¿Y cuál es su postura?”, preguntó, sin alzar la mano o pedir la palabra. Y yo que la había notado entre los estudiantes pero no le había puesto mayor atención, me volví a verla sin poder disimular mi desconcierto”.

¿Y cuál es su postura?

CRG: Te decía hace un rato, a mí me importa mucho este salto que va del cuerpo propio al cuerpo de la escritura. Y creo que, si eso me importa, todas las cuestiones que tienen que ver con la formación y la construcción de ese cuerpo valen. Y no sólo estoy hablando aquí de género, estoy hablando de intersecciones de raza, de clase, de procedencia geográfica. Creo en una escritura que condense esos múltiples adjetivos. Me parece que de lo que se trata, en todo caso, es articularse con esta experiencia, de compartir también esta experiencia con otros, esta carne, esto sucio, esto concreto, transformar todo este material en algo digno de ser compartido. Admiro mucho el trabajo de escritoras de América Latina, de México. Hay escritoras jóvenes haciendo cosas maravillosas, muy distintas entre ellas. Desde el trabajo que hace, por ejemplo, Fernanda Melchor en México, con crónicas escritas con una mano firme y despiadada, una capacidad de observación tremenda. Hay cosas más juguetonas que tienen que ver, también, con esta transición entre la página y la pantalla, como las cosas que hace Raquel Castro, en fin… lo que me parece maravilloso es que en lugar de estar hablando de una escritura, estamos hablando de una diseminación, de modalidades de escritura. Yo sigo insistiendo: a mí me parece que es importante que no sólo dentro de la escritura, sino también como gentes que estamos acostumbrados a mantener ese tipo de conversaciones en los lugares a los que vamos, como este congreso, creo que también es importante, relevante, conectar estas complejidades y no ceder a explicar cosas de manera fácil, ¿no? De otra manera no estaríamos en esto de escribir.