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Sintonizar. La acousmêtre de las vanguardias tardías

Por: Sarah Ann Wells

Traducción: Martina Altalef

Imagen: «Photophone transmitter» (1880), ilustración anónima

Sarah Ann Wells (University of Wisconsin, Madison) reflexiona sobre cómo la literatura interactúa con la materialidad de la voz, es decir, con sus texturas y sus efectos tangibles en el mundo, y aborda también los modos en que autores/as y narradores/as se relacionaron, en las vanguardias tardías, con la dimensión auditiva de la literatura y los medios.


Al principio puso atención a los ruidos de las máquinas y los sonidos del piano; le parecía que venían mezclados con agua, y él los oía como si tuviera puesta una escafandra. Por último se despertó y empezó a darse cuenta de que algunos de los ruidos deseaban insinuarle algo; como si alguien hiciera un llamado especial entre los ronquidos de muchas personas para despertar sólo a una de ellas. Pero cuando él ponía atención a esos ruidos, ellos huían como ratones asustados.

Felisberto Hernández, “Las Hortensias”

Voces de las vanguardias tardías

En este pasaje de “Las Hortensias”, de Felisberto Hernández, el protagonista intenta sintonizar voces indistinguibles. El sonido se mueve desde lo ilegible hacia lo comunicativo y de vuelta hacia lo incomprensible. Elude su captura, “huy[endo] como ratones asustados”, incluso cuando se dirige hacia él, un receptor en apariencia singularmente dispuesto para capturarlo. Es como si estuviera buscando sin éxito una frecuencia radial para sonidos posicionados al mismo tiempo fuera y dentro de él. La furtiva descripción de Hernández ofrece una clave para una aproximación al problema desde las vanguardias tardías. Sonidos con orígenes desconocidos o confusos atraviesan sigilosamente varios de los textos que analizo en Media Laboratories, tanto en los incorpóreos “tonos torpes y ardientes” de las masas amorfas en Parque Industrial, de Patrícia Galvão, como en el tictac del radio-reloj que marca las horas en A hora da estrela, de Clarice Lispector, o como en el registro del fonógrafo que extrañamente zumba “Té para dos” en La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Los sonidos con frecuencia exceden la comprensión auditiva del receptor, a pesar de sus esfuerzos por alojarlos y localizarlos.

Tres fenómenos concomitantes que surgieron en la década de 1930 galvanizaron el sonido y en particular, la voz y su despliegue político y económico en América del Sur. La radio pasó de ser una tecnología novedosa y casi mágica a convertirse en un medio de difusión vinculado al mercado y en ciertos casos al estado; en el cine se introdujo y se consolidó el sonido sincronizado, inundando los films mudos con voces humanas; y los regímenes populistas que emergieron privilegiarían cada vez más el contrato oral entre un líder carismático y “el pueblo/o povo”. La simultaneidad y en ocasiones la interpenetración de estos fenómenos es crucial para entender el paisaje sonoro del período. En los tres casos, la masificación de la voz amenazó con privilegiar la materialidad por sobre la significación. La materialidad de la voz fue entonces capaz de ser compartida por individuos separados por grandes distancias; a su vez apuntaló una nueva concepción de estos mismos individuos, al reconstituirlos (no siempre de acuerdo con sus voluntades) como participantes de un colectivo virtual.

Aquí muestro cómo autores y narradores se relacionaron con la dimensión auditiva de la literatura y los medios. La voz, por supuesto, tiene una vasta tradición en la literatura y los estudios literarios, particularmente el palimpsesto de voces de la polifonía y la heteroglosia bajtinianas. Si bien no soy ajena a ese legado, al analizar la voz me refiero a algo más concreto: el sonido audible que los seres (principal, pero no exclusivamente, humanos) emiten con el objetivo de comunicarse con otros. Lo que enfatizo es cómo la literatura lidia, en este contexto, con la materialidad de la voz: las texturas y granos –en términos de Roland Barthes– de la voz que produce efectos tangibles en el mundo, efectos que con frecuencia exceden la función representativa del lenguaje.

Un poema en prosa que navega por la voz encrespada de Greta Garbo; una microficción que, incómoda, incorpora la interioridad insidiosa de la radio; un cuento que interroga el extraño ventriloquismo de la era populista; una novela que busca suturar cuerpo y voz proletarios; y múltiples crónicas de películas que reflejan la “vieja novedad” o la “monstruosidad domesticada” del sonido sincronizado. Estas son algunas de las estaciones que sintonizo. Si bien trato de no pasar por alto la especificidad de los altavoces, la radio o el sonido sincronizado, quisiera transmitir una escena más general en la que diferentes voces compiten por la atención del oído en las vanguardias tardías. Dejando de lado el enfoque en uno o dos autores de otros capítulos del libro, aquí me muevo entre diferentes textos y medios, enfocándome en el deseo (frecuentemente frustrado) que mueve a los escritores a distinguir entre las voces que se pelean entre sí. Este texto está, por lo tanto, moldeado por la dialéctica de la distracción y la atención que preocupó a los escritores-oyentes de las vanguardias tardías.

Las vanguardias históricas tuvieron sus propias obsesiones sonoras: el triunfal redoblante de la guerra futurista y sus tecnologías, la celebración del sonido “sin sentido” (con frecuencia racializado) de Dadá; las declamaciones de la Semana de Arte Moderna de São Paulo que celebraban la acústica del jazz y la máquina de escribir; el klaxon, o la bocina, que inaugura el modernismo brasileño; la radio-poesía experimental del movimiento estridentista mexicano; o Marinetti autocaracterizado como una radio, gracias a lo cual apareció en radios de Brasil y Argentina.

Las voces de las vanguardias tardías difieren de esas tempranas celebraciones del sonido tecnológico como metonimia de la modernidad. Por un lado, dan continuidad a la exploración iniciada por sus predecesores respecto de tensiones producidas en el paisaje sonoro de la modernidad entre signo y ruido, cultura y naturaleza, voz y discurso: entre el intento de decir algo y los múltiples sonidos no significantes que se hacen audibles en y a través de los medios. Por otro lado, sin embargo, rechazan la analogía implícitamente celebratoria entre la escritura y los sonidos de la radio y el cine. Con la consolidación de tecnologías que inscriben y transmiten la voz con una aparente fidelidad con la cual la literatura podría apenas soñar, y con el surgimiento de líderes que se arrogaban un especial privilegio para hablarles a las masas y para también hablar por ellas, la autoría se descubre degradada. Debe reconsiderar su prerrogativa de inscribir o anunciar la voz del pueblo.

En este paisaje sonoro por momentos disfórico hay, sin embargo, alternativas. Los autores de las vanguardias tardías las buscan en los desencuentros de la acousmêtre, la voz cuya fuente es invisible. Exploran cómo las voces adquieren poder al esconder su origen o, a la inversa, al intentar suturarse a cuerpos representativos. En lugar de unir a la perfección cuerpos con voces, los escritores lidian con la disyunción entre unos y otras. Recorren las cicatrices de voces y cuerpos en conflicto; presentan los ásperos bordes del sonido; exponen las costuras de la unión entre cuerpo y voz a medida que las industrias tecnológicas dan puntadas para unirlos; o revelan el vacío detrás de la descorporizada y ostensiblemente omnipotente voz populista. La autoría, sugieren, es especialmente apta para rastrear las políticas de la materialidad de la voz.

Los autores de las vanguardias tardías y sus narradores se convirtieron en receptores o antenas de voces en conflicto: capitalistas y populistas, nuevas y automatizadas, nacionales y globales. En su primer número, de 1931, el periódico argentino Nervio publicó una editorial titulada “Antena” que emblematiza ese rol: “Ondas cortas y largas. Mensajes de todas las zonas; agonías de todas las latitudes…Y nuestra antena captándolas”. Los editores prometen, como la antena, capturar las frecuencias de la crisis global contemporánea. La autoría se convirtió en sintonización, consecuente con un período en el cual la voz en sí misma se transformó en un medio crucial para las políticas culturales. Los autores pasaron de las proclamaciones celebratorias del sonido de la modernidad a un agudo (y por momentos paranoico) modo de escuchar las intimidades de un sonido crecientemente masificado.

Radiodifusión: exterioridad interna

En la acousmêtre, el poder de la voz deriva de la invisibilidad del cuerpo del cual emerge. Según Michel Chion, su teórico más apasionado, la etimología de acousmêtre radica en una secta pitagórica cuyos discípulos, a la manera de El Mago de Oz, escuchaban a su líder desde atrás de una cortina para absorber sus palabras. El poder de la acousmêtre descansa en esta invisibilidad, que produce la sensación de que él (la figura es prácticamente siempre masculina) es ubicuo, omnisciente y panóptico. Por el contrario, revelar la fuente del original –lo que Chion denomina desacusmatización– hace colapsar la distancia entre el hablante y el oyente al exponer el cuerpo vulnerable del primero. Aunque suele situarse en términos de un origen primario universal (la voz de Dios o de la madre, que Chion considera la acousmêtre definitiva), el término se vio reanimado a través de la creciente presencia de la tecnología, empezando por el fonógrafo e incluyendo la radio y el teléfono. Dado que previamente la escritura había sido la única forma de fijar la voz, la autoría misma empieza ahora a competir con estas formas de “oralidad secundaria”.

La radio es siempre acusmática, oculta el cuerpo que produce la voz (excepto cuando el público mira la filmación de programas de radio). Antes de la radio, el término broadcasting [difusión] refería a contextos de oratoria en los cuales la voz humana sufría una transformación hacia una “no humana, invisible fuente de naturaleza”, en términos de James Hamilton. Este misterioso poder construyó un colectivo virtual, tal como continuaría sucediendo a medida que la radio se empezase a consolidar como medio masivo. Sin embargo, su propia colectividad con frecuencia dependía de un hablar privatizado: la voz emitida desde el aparato doméstico, en la privacidad del hogar del oyente. Esta experiencia no difumina tanto los límites entre interior y exterior, sino que ocupa ambos simultáneamente. Aunque sea humana, escribe Sartre, la voz del emisor mistifica, porque imita la reciprocidad del discurso que experimentamos en la conversación cotidiana, pero evita que esta reciprocidad efectivamente tenga lugar. Sartre usa la radio como uno de sus principales ejemplos de serialidad, y a los oyentes de radio como personas que no pueden reconocerse como grupo. Al escuchar la radio, escribe, puedo cambiar el dial o apagar el aparato, pero esto no modifica el hecho de que la voz continúe siendo escuchada por millones de oyentes que forman una serie: “Yo no habré negado la voz, me habré negado a mí mismo como un miembro individual del encuentro”, afirma en “Colectividades”.

Para Sartre la radiodifusión había alcanzado el status de medio consolidado mucho antes; un proceso que comienza en la década de 1930 y que fue teorizado por artistas e intelectuales alemanes con especial fuerza, así como lo hicieron sus contrapartes a lo largo de Estados Unidos y América Latina. En “La radio como aparato de las comunicaciones” (un manuscrito de 1932 que pretendía leer en voz alta), Brecht, como haría luego Sartre, expresó profunda desconfianza hacia la unilateralidad de la radio: “Es solo un aparato de distribución, meramente difunde”. Para hacer de la radio un medio que no pacifique, para “refuncionalizarla”, se requieren artistas que imaginen su transformación en un “vasto sistema de canales”: “para permitir que el oyente hable tal como escucha”, “para adentrarlo en una red en lugar de aislarlo”. Brecht no tiene en mente a un público radial ya constituido como grupo de consumidores-ciudadanos. Quiere intervenir antes de que la relación del medio con el estado o con el mercado esté consolidada; su público participa respondiendo, mediante un proceso dual en el cual instruye y también es instruido. En “Reflexiones sobre la radio” (también escrito alrededor de 1931 y no publicado durante su vida), Benjamin, preocupado también por la línea divisoria entre performer y audiencia, quiere convertir a la última en una experta –un giro que según él mismo afirmó en “La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica”, también se produce en el cine– como opuesta a su estado contemporáneo, “el incesante fomento de una mentalidad de consumo”.

Estas reflexiones signan un giro histórico en el modo como la radio comienza a entenderse durante el período de las vanguardias tardías. Según Beatriz Sarlo en La imaginación técnica, cuando la radio aparece por primera vez en Argentina, el oyente podía ser al mismo tiempo espectador y productor, oyente y emisor. Los acercamientos tempranos a la radio la destacaban como una maravilla tecnológica, de una inmaterialidad espectral o incluso fantasmática. La radio en las manos de su usuario y la radio como medio mágico: dos aproximaciones que parecían ya ocluidas en las décadas de 1930 y 1940. Durante este período, la radio parece haberse convertido en “opaca” para sus usuarios. Los inventores amateurs se tornaron audiencias cautivas, y la utopía de lo efímero fue crecientemente ligada a proyectos expansionistas bajo las rúbricas tanto del nacionalismo como del capitalismo. La transformación de la radio desde nuevo medio hasta medio consolidado inspiró dos respuestas opuestas por parte de los autores: por un lado, entusiasmo por participar como ayudantes en la construcción de una voz nacional eterizada, a pesar de las inevitables dificultades que ello implicaba, por el otro, auténtico terror del medio como vehículo de aquello que veían como sigilosa y veloz erosión de la interioridad.

En 1931, Mário de Andrade emprendió sus primeras incursiones en la radio mediante una serie de polémicos artículos en el Diário Nacional de São Paulo. A esta altura, el “papa” del modernismo brasileño ya había emprendido su proyecto de vida, la exploración de los contornos de una lengua y una música nacionales, minando la antigua brecha entre lengua escrita y lengua hablada, entre música en vivo y notación musical, brechas que, desde su perspectiva, garantizaban el privilegio del letrado a costa de la rica e híbrida cultura popular brasileña. Ante la abrumadora heterogeneidad de Brasil, donde la mayor parte de la población era analfabeta, sus textos radiales formaron parte, de este modo, de un proyecto más amplio de redefinición de lo nacional. En sus primeras intervenciones en la radio, Mário asegura que “um nacionalismo que me parecía primordialmente tolo” había brotado durante el fervor revolucionario post 1930, lo cual produjo una mezcla de música sensiblera y “anúncios curadores de molestías discretas de senhoras” (Taxi e crônicas no Diário Nacional, 1976).

Para subrayar su disgusto, imagina un hipotético oyente argentino que sintoniza una radio y juzga al pueblo brasileño a partir de eso. Estos primeros escritos sobre la radio tienen lugar durante un momento crucial en el desarrollo de la historia cultural brasileña, momento que vislumbra lo que podríamos llamar la primera sustitución de importaciones de una cultura de masas nacional que se define por la negativa frente a sus vecinos e influencias: el portugués peninsular, los Estados Unidos y América de habla hispana. Si Benjamin describe la voz en la radiodifusión como un “visitante” en el hogar del oyente, Mário imagina que su invitado va acompañado por otro, explícitamente extranjero. La radio está comenzando a representarse como la voz de una nación, pero paradójicamente depende de que los extranjeros paren la oreja.

Casi una década más tarde, Mário elabora su interés en la radio como medio para la voz nacional en una extensa crónica titulada “A Língua Radiofónica”, publicada el 3 de febrero de 1940. La distancia crítica histórica requerida para reflexionar sobre el estatuto de la tecnología como medio del consenso nacional ya se había establecido y él considera que este medio de difusión ha encontrado su propia lengua. Aquí, la radio no se fundamenta ni en la tecnofobia ni en la tecnofilia, sino que se concibe como meditación sobre la voz misma en tanto que medio de identidad nacional, forjada a través de la confrontación entre voces desiguales, incluyendo aquellas provenientes de los bordes exteriores de la nación. La naturaleza acusmática (incorpórea) de la radio hace posible una lengua alternativa que puede fundir esta heterogeneidad.

Mário comienza por describir una encuesta sobre la lengua usada en la radio: ¿“Contamina” la lengua nacional? ¿Deberían censurarse ciertas palabras en la radio? ¿Cómo aproximarse a regionalismos, slang y variaciones de la pronunciación? De manera elocuente, el vecino de Brasil es de nuevo parte del horizonte a través del cual Mário entiende la radio como medio nacional, ya que la encuesta que motiva esta reflexión proviene de Argentina. Es como si el medio en sí impulsara un ángulo transnacional y comparativo. De hecho, aunque su énfasis en la radio como promotora de una lengua específicamente brasileña se acerca a lo que diría después Jesús Martín-Barbero, para Mário la búsqueda de una voz nacional siempre excede lo nacional, evoca su exterioridad constitutiva, tal como sus primeros trabajos modernistas procuraban la especificidad de la lengua brasileña en medio de una confluencia políglota de voces, en particular en su obra experimental Macunaíma (1928). Tal como indica esta referencia a la encuesta argentina, tanto Brasil como Argentina experimentaban un período de intensa regulación de la radio, parte de la lucha por establecer una voz nacional en términos unificados respecto de género, etnicidad, raza y clase. A modo de respuesta, Mário propone una segunda ola de la comunidad imaginada, forjada en una incipiente industria cultural nacional atenta a sus propias fronteras.

En “Língua Radiofónica” Mário rechaza la oposición implícita en la encuesta argentina: la idea de que los medios masivos contaminan los discursos populares y los discursos de elite. La lengua, insiste, es una abstracción (como la langue según Saussure; Mário la llama Língua en oposición a línguas en plural y minúsculas). En realidad, existe una multiplicidad de lenguas, cada una generada por una específica constelación de leyes, costumbres, divisiones geográficas y especializaciones técnicas. Cada una se genera de acuerdo con su propio contexto, no solo según el sujeto que la enuncia: el “burguesinho” arrulla a su amante en una lengua, maldice en otra durante un ataque de rabia e incluso usa una tercera “na festa de aniversario da filinha”. En este espeso estofado, los discursos de elite o letrados son apenas un ingrediente.

La radio, a su vez, desarrolla su propia lengua, una tan específica como “a dos engenheiros, a dos gatunos, a dos amantes, a usada pela mãe com o filho que ainda não fala”. Esta corta lista es elocuente, dado que combina los heterogéneos discursos de lo tecnocrático, lo marginalizado (como en la figura del malandro, o bandido) y la intimidad prelingüística. La radio, propone Mário, aúna. Es más que la suma de sus partes. El imperativo de accesibilidad da nacimiento a “sua linguagem particular, complexa, multifária, mixordiosa, com palavras, ditos, sintaxes de todas as classes, grupos e comunidades. Menos da culta”. Forjada dentro de la pluralidad de lenguas españolas y lenguas portuguesas del mundo, esta nueva lengua radiofónica tiene su propio terreno definido, localizado en la fuerza de las frecuencias de las ciudades capitales y realizado a través de sus acentos específicos, lo cual subsume todas esas línguas bajo este estandarte híbrido.

Su principal ejemplo de lengua radiofónica es el uso de você, hoy la forma más común de la segunda persona informal en el portugués brasileño, especialmente en televisión y en las principales ciudades. Él describe la excesiva y casi ofensiva familiaridad con la cual, al comienzo, la voz radial se dirigía a sus desconocidos oyentes a través del você, cultivando “as exigências de simpatizar, as de familiaridade”. En este primer ejemplo de medios masivos brasileños, la voz radiofónica organiza las diferencias regionales y de clase (tal como la televisión brasileña lo haría de manera formidable desde la década de 1960). Por otra parte, el você preserva una distancia que el tu, por entonces hablado en contextos más íntimos, no poseía. Se trata, como él sostiene, de un modo de apelación mezclado o paradójico, una familiaridad con paréntesis, una intimidad de masas.

Un interés por la oralidad había estructurado la literatura poscolonial brasileña durante la primera ola del modernismo. Este mismo interés encuentra un medio tecnológico capaz de, y con las pretenciones de, transmitir la voz nacional durante el período posterior a las vanguardias, más centralizado y anti-experimental. En última instancia, Mário observa que las formas populares de expresión y la radio en tanto que medio popular son mutuamente constitutivas. Cantantes y músicos creaban una lengua brasileiríssima en la radio, repleta de su propia terminología, superior al lexicón de la elite. La “nueva” lengua radiofónica no es, entonces, precisamente nueva, sino que es una mezcla de la heterogeneidad omnipresente y constitutiva de la nación. Mário mina el tropo del modernismo brasileño que sugiere descubrir lo que siempre estuvo allí, una novedad paradojal. El territorio escurridizo de lo auditivo todavía debía ser minado por los intelectuales. Este Brasil existente esperaba ser descubierto al momento de la transmisión de su voz.

El autor es aquí un oído gigante: uno de los muchos oyentes que sintonizan la voz nacional y sus exterioridades, si bien es uno especialmente agudo, propenso a elaborar sus experiencias auditivas y remediarlas a través de la escritura. En este sentido, la lengua radiofónica sutura ciertas diferencias (de clase, raza, región) y habla la lengua de una privilegiada diferencia, la identidad nacional, con el autor como “testigo auditivo”. La receptividad del autor/oyente puede parecer pasiva, en última instancia, sin embargo, negocia un contrato entre textos literarios, tales como los ensayos de Mário, y los medios de difusión. Desde su punto de vista y en sintonía con su creciente trabajo sobre etnomusicología, la cultura de la impresión y la radio se complementarán más que competir la una con la otra, así como un epígrafe destaca la mudez de la fotografía. Esta complementariedad está segura siempre y cuando el autor renuncie a su perspectiva de elite (letrada). La autoría encuentra su lugar no en el hablar sino en el escuchar la voz nacional.

Para otros autores de las vanguardias tardías, no obstante, la lengua radiofónica interpelaba como pesadilla no a una comunidad nacional de oyentes sino a una serie de oyentes/consumidores aislados. Mientras difuminaba los límites entre lo interior y lo exterior, la radiodifusión también instalaba otras divisiones que favorecían la imbricación de los medios de masas y el capitalismo. Como temían Brecht y Benjamin, continuaría divorciando a los usuarios u oyentes de los productores y los posicionaría unilateralmente como consumidores. En su crónica “Por qué dejé de hablar por radio” (1932, en Aguafuertes porteñas: Buenos Aires, vida cotidiana), Roberto Arlt cita a un amigo que declara “El receptor de radio se ha convertido en un mueble decorativo que, cubierto con un tapiz sirve para sostener un florero, nada más”. La mágica inmaterialidad de la radio era ahora poco más que un mueble y ruido de fondo. El acento ahora recaía sobre la domesticación de estos sonidos y voces ostensiblemente externos. Como otros medios consolidados, la radio subsume aquello que alguna vez fue visto como señal de futuridad en los ritmos repetitivos del capitalismo.

En un proceso que hizo eco de la consolidación propia del cine, pero con una rapidez mucho mayor, en Brasil, Argentina y Uruguay la radio había sido estructurada por la lógica del mercado. La presencia del estado aumentó, pero no sería la mayor influencia sobre el medio (al menos no antes de Perón en Argentina, a mediados de los cuarenta). Los patrocinadores reorientaron la programación, la alejaron de las producciones de aficionados y bricoleurs y la llevaron hacia la publicidad y hacia una consolidación vertical, reestructurándola mediante la colocación de productos –haciendo que la mercancía sea parte de la propia narrativa– y los ritmos episódicos que se entregan a las pausas comerciales (sobre todo el poderoso género de la radionovela, importado en un primer momento desde Cuba y financiado por corporaciones internacionales). El “Radioteatro Palmolive del Aire” (patrocinado por la compañía estadounidense de detergentes) se emitió en Argentina y en Brasil durante los años cuarenta, por ejemplo.

Mientras que para Mário la radio ofrecía una forma de hacer audible una amalgama de voces nacionales, Felisberto Hernández estaba preocupado por la capacidad de la radio de suturar consumidores a una red de consumo, quisieran o no. En su cuento “Muebles ‘El Canario’” (1947), un narrador en primera persona del cual no conocemos el nombre viaja en tranvía y de manera inesperada recibe, junto a los otros pasajeros, una inyección de un vendedor sonriente. En casa, percibe que ha sido infectado con una lengua radiofónica. Antes de quedarse dormido, el canto del canario comienza a sonar dentro de él. Esta micro ciencia ficción subraya un miedo generalizado a que la omnipotencia de la radio estuviese moldeando la capacidad de atención y reflexión de los oyentes a través de su estructura serializada y segmentada. Y mientras que para Mário esta escucha tenía su poder propio y oportuno, que los autores, autoconstruidos como oyentes, se encontraban singularmente preparados para rastrear, el narrador de Hernández es un oyente cautivo.

“Muebles ‘El Canario’” pertenece al género fantástico, privilegiado en la literatura latinoamericana, pero en este caso se trata de un cuento disfórico, desencantado. Una de las características de la literatura fantástica es su tendencia a literalizar lo metafórico: aquí es la inyección que literaliza la ocupación del espacio privado que suponía la radio y la simultánea ruptura del interior monádico. La jeringa representa la radiodifusión comercial como parte de un régimen disciplinario de la vida cotidiana. Inyecta programación radial en oyentes dispuestos a ello (como el otro pasajero del tranvía) o no dispuestos (el propio narrador). En la concepción de homeopatía modernista de Jameson, la alienación de la cultura de masas era domesticada por la incorporación selectiva de sus fragmentos. Aquí, sin embargo, el narrador de Hernández no puede domesticar el medio a través de una incorporación selectiva; la homeopatía se metamorfosea en inyección viral. Cualquier posibilidad de agencia ha sido eliminada. Tampoco es posible para este narrador el “sabotaje” que Benjamin contempló como única opción disponible para el oyente, porque no puede simplemente apagar el aparato.

Si bien todas las voces problematizan la división entre interior y exterior, para escritores y teóricos la radio parecía amplificar ese desdibujamiento, al subrayar y expandir su alcance. El discurso interno acusmático que la jeringa induce en “Muebles ‘El Canario’” tiene una naturaleza muy específica: produce fantasías episódicas de adquisición consumidora. El narrador arranca las sábanas de su cama y las coloca sobre su cabeza para eliminar los ruidos de la radio, que solo se hacen más fuertes. El cuerpo humano se convierte en un medio de transmisión de un mensaje ostensiblemente exterior a él. No es necesario ningún aparato y, a este respecto, la ubicuidad de la radio presagia tecnologías contemporáneas que rastrean y localizan cada uno de nuestros movimientos, especialmente nuestros consumos. La falta de soporte material para la voz radial se transforma de vehículo privilegiado para el inconsciente de los artistas –como era para Breton y los otros surrealistas con quienes Hernández forjó un diálogo incómodo– en contagio ideológico.

“Muebles ‘El Canario’” sugiere que los autores se han convertido en antenas involuntarias para este nuevo rol de la radio, y que escribir no alcanza para callar estas voces sin cuerpo. Significativamente, el título del cuento proviene del soneto de una empresa de muebles que el narrador es obligado a absorber. La referencia al soneto comercializado inmediatamente evoca una ansiedad anterior sobre el rol del artista frente al mercado. En la famosa parábola de Rubén Darío “El rey burgués” (1888), la voz poética también está suturada a la economía de los bienes comerciales en la vidriera/mansión del nuevo rico. Sin embargo, el poeta de Darío es un visionario abandonado, que grita en el terreno literalmente salvaje contra la mercantilización. Muere al aire libre, congelado, con una sonrisa irónica en los labios. En contraste con el heroico mesías de Darío, el narrador de Hernández no es poeta y la poesía no ofrece resistencia heroica. El narrador es, por el contrario, forzado a escuchar la mercantilización de la forma soneto y hasta a encarnarla en su propia receptividad. En este sentido, el soneto escrito para una empresa de muebles no indica una nueva economía de bienes (nuevos productos llegados del exterior, una de las obsesiones más destacadas del modernismo) sino más bien el desplazamiento del rol de la autoría, ya que indica su degradación desde la producción hasta la (obligatoria) recepción. Al mismo tiempo, la transformación de la expresión poética en jingles publicitarios se refuerza en “Muebles ‘El Canario’” gracias a la incorporación de la música –una forma artística especialmente importante para Hernández– en las formas agitadas de la publicidad.

Esta audición disfórica sin dudas refleja las experiencias de Hernández, que trabajó en una emisora de radio en 1948 como responsable de la organización de los bloques de publicidad y otros tipos de programación, el análogo pobre del Princeton Radio Research Project de Adorno. Su trabajo requería una cierta experiencia corporal con el cronograma de episodios en radiodifusión, sus breves lapsos de atención. (Este es un rol muy distinto al de los autores que escribieron para la radio, entre ellos Eliot, Woolf, Pound, Beckett y Benjamin, así como Mário y los argentinos Olivari, Arlt y Raúl González Tuñón). La radio se ha metido bajo la piel de su narrador y dentro de su cerebro. Su forma episódica se ha convertido en un síntoma de vida administrada. El acto de “sintonizar” se ha vuelto su pan de cada día y le exige monitorear la estructura truncada y episódica de la radio. Lo que asusta a Hernández es la naturaleza aparentemente involuntaria de escuchar la radio, el modo como transforma la interioridad en una alternancia interminable de voces ajenas.

Evidentemente, la de Hernández es una construcción mucho más siniestra de la difuminación –o mejor, de la reverberación– interior/exterior que observamos antes en “Língua Radiofónica”, de Mário. Si la acousmêtre radial de Mário es el discurso interno de la nación hecho palpable y compartido, la de Hernández es una invasión crónica, que deriva su poder precisamente de la desaparición de sus orígenes. Lo que conecta a ambos escritores, sin embargo, es el modo en que articulan el desplazamiento de la escritura en relación con la radio como nuevo medio envejecido. Rastreando su propia supuesta obsolescencia –o su asimilación en la radio a través de aquel triste sonetito para la empresa de muebles– sintoniza la frecuencia en la cual el discurso interior se vuelve parte del dominio público, un desplazamiento que reorienta la autoría, distanciándola de la producción y dirigiéndola hacia esa forma específica de la recepción que es la escucha.

Cine con sonido sincronizado: novedades viejas, muñecas parlantes

Mientras la radio encontraba su propia lengua, el cine encontró su laringe. Mientras que la transición de la radio de bricoleur a medio de difusión provocó inquietudes en los escritores latinoamericanos, la llegada del sonido sincronizado al cine fue con frecuencia retratada como una crisis absoluta. Durante el período transicional 1928-1933, junto con innumerables cineastas y periodistas, los principales escritores latinoamericanos –incluyendo a Mário, a Jorge Luis Borges, Horacio Quiroga y Alejo Carpentier– reflexionaron sobre el desplazamiento del cine mudo al sonido sincronizado con una sensación de urgencia que tuvo un paralelo más cercano en sus contrapartes europeas que en los Estados Unidos. Para muchos, el sonido emergió para “diluir, empañar y falsear la neta y clara elocuencia de una mirada, un gesto, una intención apenas perceptible en la extremidad de los dedos”, según escribe Quiroga en “Espectros que hablan”. En el preciso momento en que la especificidad del cine como medio parecía consagrarse, habiendo adquirido una “personalidad marcadísima”, el sonido sincronizado amenazó con volver precaria esa distinción.

En este sentido, la llegada del sonido coincidió con, y ayudó a fomentar, el deseo de los intelectuales de definir la singularidad del cine. Los textos sudamericanos sobre el cine critican repetidamente el sonido sincronizado por impedir una experiencia “cinemática” plena. Para la mayor parte, no era una innovación tecnológica celebrada sino un truco superfluo, o como mínimo una caída en el ruido generalizado de la vida moderna: “Todos os ruídos e sons que hoje nos ferem os ouvidos”, escribió Humberto Mauro, el cineasta más destacado de Brasil, en “Cinema falado no Brasil”, en 1932, mientras trabajaba en su propio film de la transición de cine mudo a sonoro. La desacusmatización de los films sonoros era una doble amenaza: a la especificidad del medio, argumento que implícitamente valoraba un rol para la literatura, y al cosmopolitismo de una cultura global del cine que no hablaba la crecientemente monolítica lengua inglesa.

La llegada del sonido sincronizado inauguró un desplazamiento en el cine al reorientar sus propiedades formales e industriales de múltiples maneras. De central importancia para nuestros propósitos aquí, la voz humana se tornó el principal código acústico. (De acuerdo con Rudolf Arnheim en su conocido ensayo sobre cine sonoro, “A New Laocoön”, la voz ahoga todos los otros sonidos, gestos y objetos). En este sentido, el sonido sincronizado era otro paso importante en el largo camino de privilegiar la voz humana mediada tecnológicamente, proceso que había comenzado con el fonógrafo. La sensación de disyunción que provocaba el cine sonoro fue particularmente preocupante para los artistas e intelectuales de América Latina porque acababan de empezar a articular un entendimiento del cine (mudo) como medio específico, medio del cual podrían potencialmente participar. Si el cine mudo parecía ofrecer un “esperanto”, el cine sonoro subrayaba las diferencias entre contextos nacionales y lingüísticos en todas sus desordenadas y desparejas especificidades.

La dominancia de la voz por sobre otros sonidos tuvo implicaciones no solo para las propiedades formales de los films sino también para la literatura. Al adoptar argumentos acerca de la especificidad del cine como medio –basándose en artistas tan diversos como Jean Epstein, Louis Delluc, Chaplin y Eisenstein, que aparecieron en los periódicos latinoamericanos desde mediados de la década de 1920 hasta comienzos de la de 1930– los escritores no solamente buscaban participar de una cultura cosmopolita de espectadores de cine. También proponían, según sugiero, una división del trabajo en la cual la literatura no cediese su autoridad cada vez más tenue a otro ámbito. Las repetidas afirmaciones acerca de la singularidad del cine se basaban en una definición negativa: el cine no era una novela, no era teatro. El verdadero cine no debía pedir prestado a otro medio. Este tipo de afirmaciones también eran implícitamente un intento desesperado por subrayar lo que sí era la literatura, en un corolario del cinéma pur. En otras palabras, así como los escritores insistían en la “carga” que el lenguaje verbal representaba para el cine, implícitamente lo declaraban parte de su propia jurisdicción. La literatura bajo el cine mudo podía representarse como un medio que acompañaba, inundando la mudez extradiegéticamente con sus voces metafóricas en la forma de intertítulos, comentarios o ficciones fantásticas sobre el aparato del cine. Allí encontraba su propósito. Inversamente, si el cine y la radio podían ahora registrar la rica especificidad de voces nacionales y locales –el lunfardo de Buenos Aires, las particulares cadencias de los acentos carioca (Río de Janeiro) o nordestino (Nordeste) en Brasil–, ¿qué podían ofrecer los autores con su propia tecnología de inscripción? Si el esperanto cosmopolita del cine mudo desaparecía, ¿dónde quedaba la literatura, portavoz de lo local desde el período romántico?

Sin los recursos materiales o el conocimiento técnico para responder esta cuestión a través del cine sonoro en sí, los autores emplearon un elemento poderoso de su repertorio, la metáfora. Dos aparecían con frecuencia a lo largo de las primeras crónicas: el sonido sincronizado como “juguete” tecnológico y la imagen más grotesca de la muñeca parlante. La primera se destacó especialmente durante los primeros años del debate sobre el sonido sincronizado. Artistas e intelectuales subrayaban la extrañeza incómoda de esta novedad por sobre sus proezas tecnológicas. Un “juguete infantil”, en “Espectros que hablan”, de Quiroga; “solo un curioso juguete, sin trascendencia”, en “El film hablado”, de José María Podestá. Si bien estas imágenes parecen resonar con la importancia de la niñez para vanguardias como el surrealismo (y para Walter Benjamin), es importante notar que aquí carecen de cualquier dimensión utópica. El juguete implica, por el contrario, regresión; una innovación tecnológica operando contra el progreso, o como simulacro burlesco de ese mismo progreso. El cine con sonido sincronizado era una amalgama híbrida, más que una nueva forma, y con frecuencia formaba parte de la bolsa de trucos reutilizables diseñada para seducir a la audiencia y los consumidores, un intruso en el territorio de la literatura. La última novedad, una moda pasajera, que no suma nada al proyecto global de desarrollo artístico. En este sentido, el cine sonoro inaugura el oxímoron de “novedade velha” [novedad vieja], una contradicción clave para las vanguardias tardías, cuando la máquina de los medios modernos renquea sin que el arco narrativo del progreso pueda guiarla. El cine sonoro es un primer ejemplo de la burocratización de la novedad tecnológica: la ensayada promesa que en realidad nunca puede realizarse porque genera un deseo crónico de más. La experiencia de una innovación en sí misma envejecida que identifiqué como constitutiva de las vanguardias tardías, su energía extrañamente melancólica, se da aquí en el cine sonoro.

Si la metáfora del juguete de niños procuraba enfrentar la amenaza del cine sonoro, la de las muñecas parlantes explicita esta ansiedad subyacente a través de un registro mucho más siniestro. La muñeca es también un juguete y se refiere también a un progreso forzado o una regresión infantil, pero sus efectos son mucho más siniestros, y hasta grotescos. La imagen, sobredeterminada, manifiesta ansiedades convergentes: la automatización de la cadena fordiana, la extrañeza del progreso tecnológico irrestricto encarnado en el desfase o desencuentro entre cuerpo y voz, lo humano reducido a partes y operaciones discretas, el fraccionamiento de la intimidad a través de medios que ostensiblemente intentan conectar a las personas. Al subrayar la propia fisura que busca suturar, el sonido sincronizado parece criar su propia familia “contra natura”, “esta monstruosidad antiartística que se avecina” (en palabras de Podestá inscriptas en “La evolución cinegráfica angloamericana”, de 1929). Inaugura “una automatizada figura que se mueve bajo las carcajadas de una orden idiota, actuando sin una mínima pisca de espontaneidad”. Rechina: “A voz humana, ampliada, perde completamente a naturalidade”; “Um canário silva como uma locomotiva”; “a primeira vez que ouvi mina própria voz no cinema n[ã]o podía acreditar que quelos grunhidos eran auténticamente meus!” (Guilherme, “Questão de gosto”). Para otro escritor, “el personaje no tiene voz” propia en el cine sonoro, sino una “familia de voces” que parecen salir de todos lados. Su extrañamiento inicial no produce asombro sino alienación. En este sentido, apenas se suma a los sonidos indistinguibles de la modernidad. “El sentimiento de inquietud” que Arnheim atribuyó al cine sonoro en “A New Lacoön” inspiró en escritores sudamericanos una repulsión corporal. Además, el doblaje como práctica novedosa generaba su propio bestiario. En una de las pocas excursiones de Borges hacia las dimensiones técnicas del cine, el doblaje se describe como “engendros mitológicos” o “efectos de ventriloquia” (en Borges va al cine, de Aguilar y Jelicié). Este ensamble –doblajes, versiones divergentes del español, reproducciones de sonidos extraños e incómodos– también puso en primer plano el estatuto de las voces locales, globales y/o incorpóreas.

Existe, por su puesto, una explicación material para esta “extrañeza”: los errores en la sincronización que producían suturas poco efectivas o palabras ilegibles, infortunios que los escritores tenían especial ansia para notar. Tal como en Estados Unidos y Europa, pero en una medida mucho mayor, la transición al sonido en América del Sur no fue espontánea – milagroso abracadabra de la innovación– sino discontinua y tartamuda. El sonido llegó a las sacudidas, dificultado por varias limitaciones materiales, especialmente por el costo de adaptación de las salas de cine a las nuevas tecnologías (incluyendo el desplazamiento de Vitaphone a los discos ópticos) y por la ansiedad respecto del trabajo discontinuo de artistas que performaban en vivo, especialmente músicos que trabajaban en el ámbito del cine mudo. En cuanto al nivel de producción, además, los cines de Argentina y Brasil lograron reagruparse relativamente rápido tras este período inicial, pero el cine nacional en otros países de América Latina fue bastante desvastado por la llegada del sonido. (La industria nacional de cine de Uruguay era mucho menor, en contraste, durante la década de 1930, y su primera película sonora se estrenó en 1936).

Si bien todas estas limitaciones son importantes para entender por qué el cine sonoro fue recibido con tanto rechazo, me gustaría sugerir que la insistencia de los escritores en los desencuentros entre cuerpo y voz no tenía en última instancia como objetivo la denuncia de condiciones materiales desiguales para el desarrollo del medio. Tales articulaciones, frecuentes a lo largo del archivo, procuraban más bien territorializar la voz en el ámbito de la prosa, donde luego sería refuncionalizada por la pluma o la máquina de escribir. En una crónica sobre cine sonoro, Quiroga observa que el frenesí de innovación tecnológica requiere “una mano de escritor que gire firmemente” (“Espectros que hablan”) para llevarla al lugar que le corresponde. En contraste con el entusiasmo de sus primeros textos con la novedad del cine, se abre ahora una brecha entre cine y escritura. La consolidación del primero exige que la segunda afirme su especificidad y responda a la invasión de su territorio.

 

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“Todos instrumentos”: Crónica de una orquesta

Por: Fernando Pérez Villalón

Imagen: El flautista, de Remedios Varo.

Fernando Pérez Villalón –escritor, músico, académico– reconstruye su experiencia de casi diez años en la “Orquesta de poetas”, un proyecto que comenzó en 2011 y que se propone explorar las posibilidades de combinación entre música y textos a partir de dos amplios parámetros. Por un lado, el proyecto busca indagar en los vínculos entre poesía y música evitando la especialización de funciones y oficios, para así tensionar los límites de lo que significa ser músico/a o escritor/a. Por otro, en esa búsqueda, evitar dos polos extremos: el formato de la canción –para el autor, quizás el modo más obvio de musicalizar un texto poético– y el formato “ruidístico” de la poesía y el arte sonoros. A su vez, Pérez Villalón se pregunta por la dimensión política de esta práctica, en un contexto latinoamericano cada vez más convulsionado: su politicidad radicaría en habilitar un modo de producción distinto al imperante, que pone en juego lo colaborativo y lo colectivo.


Llevo ya casi diez años embarcado en un proyecto que reúne música y poesía bajo el título algo altisonante de “Orquesta de Poetas” (https://www.orquestadepoetas.cl/). Con ya cuatro discos a su haber (tres de ellos también libros), muchísimos conciertos y presentaciones y un diálogo siempre abierto con otras propuestas de la escena local o internacional, este colectivo de bordes porosos e inestables –cuyos integrantes han ido variando en el tiempo– reúne a temperamentos estilos, escuelas y estéticas diversos que van entretejiéndose en una trama que no deja de sorprendernos a los que la vamos desplegando. Se trata de un proyecto sin un plan preestablecido, sin manifiestos ni proclamas, sin más brújula que la intuición y la apertura al juego colectivo, que explora las posibilidades de la poesía en un sentido amplio, entrecruzando los recursos del audiovisual y las posibilidades de las tecnologías electrónicas recientes con el regreso a raíces arcaicas de la poesía en su vinculación con el cuerpo, la voz, el ritual.

La Orquesta de Poetas comenzó en el 2011, impulsada por el escritor y músico Federico Eisner, como una reunión de poetas y músicos interesados en explorar las relaciones entre estos dos campos. Yo llegué a ella a través del poeta Felipe Cussen, quien nos presentó en una reunión del Foro de Escritores en el Bar Rapa Nui. Más adelante se nos sumó Pablo Fante y quedó completa la primera formación del grupo. Federico y Pablo tocan, entre otros instrumentos, el bajo eléctrico y el contrabajo, respectivamente. Felipe, además de su dedicación como flautista dulce a la música antigua, tenía ya por entonces mucho interés en explorar los recursos de la música electrónica, yo mismo toco algo de piano y guitarra, como aficionado (mis objeciones respecto a los límites de mis capacidades musicales fueron descartadas tajantemente en las reuniones iniciales, en las que recuerdo haber estado entusiasmado e intimidado por partes iguales). Todos habíamos publicado por entonces, y hemos seguido haciéndolo, libros de poesía y otros géneros como cuento y ensayo. Podía decirse, entonces, que éramos músicos y escritores (pero podría decirse también que nos estábamos embarcando en una idea que pondría en crisis la noción habitual de lo que significa ser músico o escritor).

El proyecto siempre se pensó como abierto a otros colaboradores que se irían sumando (en parte por eso la idea de “orquesta”). Luego de que Felipe se retirara del grupo para dedicarse a otros proyectos, Marcela Parra se integró por un tiempo en electrónica, voz y teclados, y José Burdiles como miembro permanente en batería, percusión y voces. Solemos hablar de la “Orquesta ampliada” para referirnos a estos colaboradores que ya no son parte del grupo pero que siguen participando en él ocasionalmente, y al amplio grupo de escritores, artistas, músicos y amigos que se suman para presentaciones o proyectos específicos y que han incluido, además de a Marcela y Felipe, a Carlos Cociña, Elvira Hernández, Cristóbal Riffo, Martín Gubbins, el Coro Fonético, Pedro Villagra, Luis Bravo, Juan Ángel Italiano, y recientemente Pedro Rocha, Amora Pêra, Cid Campos, entre muchos otros.

El planteamiento inicial del proyecto era amplio y genérico: explorar las relaciones entre poesía y música, integrándolas más estrechamente que las colaboraciones hechas a partir de una división tajante del trabajo; por ejemplo, en el caso de un poeta que lee sus textos acompañado por un músico que improvisa o compone algo más o menos relacionado que funciona como base sonora. Se trata, precisamente, de evitar la especialización de funciones y oficios, de ponerlos en tensión, de hacer las dos cosas a la vez, incluso si eso puede a veces implicar un resultado menos limpio y consistente, menos eficaz. Para mí, en particular, se trata también de salirse de los límites autoimpuestos por la propia estética, gusto o personalidad. No solo porque un trabajo colectivo implica estar dispuesto a aceptar los gustos de los otros, sino porque muchas veces los textos que escribo para la Orquesta están en un registro distinto de los que escribiría como “solista”. Una parte de esta aventura tiene que ver con la desestabilización de lo propio y una exploración del trabajo en común que te lleve a zonas a las que no habrías llegado por tu cuenta.

En la misma línea, este tipo de trabajo siempre te confronta a lugares incómodos, expuestos, en los que no hay soluciones técnicas correctas sino búsquedas que pueden no llegar a nada. A mí en particular, por mi condición de aficionado, me interesa la pregunta por cómo hacer música desde el “no virtuosismo”, desde la torpeza o insuficiencia de un oficio no consolidado, desde la tensión entre intentar hacerlo bien y explorar el potencial de los errores, las notas falsas, los traspiés o la simplicidad. Como un actor no profesional, a veces el músico amateur puede hacer aparecer aspectos de la música que quedan ocultos en los despliegues técnicos impecablemente competentes. Por otra parte, aunque me siento más cómodo con el oficio de escribir, la Orquesta también ha funcionado como invitación a encontrar otros modos de aproximarse a él, que no siempre pasan por escribir lo mejor posible, sino que pueden implicar exploraciones de lo fragmentario, lo imperfecto, lo deliberadamente cursi, lo ridículo y gracioso. La poesía escrita para ser presentada en vivo, en un contexto de trabajo colectivo, exige considerar otras variables que la poesía pensada para incluirse en un libro convencional de autoría única.

En nuestras conversaciones iniciales nos propusimos también, como regla, evitar dos polos extremos: el formato de la canción (probablemente el modo más obvio de musicalización de un texto poético, que lo convierte en una melodía) y el formato puramente “ruidístico”, propio del arte o de la poesía sonoros. Más que como tabúes, estos polos operan como límites flexibles de un campo que nos propusimos explorar, y en varias ocasiones hemos integrado elementos de ambos extremos (el ruido no organizado musicalmente, la palabra cantada). Esto muchas veces nos hace aparecer como insuficientemente musicales para los músicos, y demasiado musicales para los artistas o poetas sonoros, que justamente evitan referir a los códigos reconocibles de la música compuesta.

Se trataba entonces de explorar diversas posibilidades de combinación entre música y texto a partir de esos parámetros muy amplios. Comenzamos reuniéndonos en casa de Pablo, con algunos instrumentos, a ensayar diversos ejercicios improvisados o dirigidos por turnos. Trabajamos a partir de textos propios y ajenos, y a partir de las lecturas, influencias, repertorios, estilos y audiciones heterogéneos que traía cada uno. No había una estética común predefinida aparte de las reglas del juego iniciales, y creo que eso le ha dado un eclecticismo interesante a nuestro trabajo: desde el inicio nos acostumbramos a aceptar los ejercicios propuestos por cualquiera de nosotros, bajo la forma de instrucciones amplias para improvisar, maquetas de audio, partituras musicales o gráficas. En nuestro trabajo posterior coexisten ejemplos de minimalismo concretista con textos de un barroco surrealizante y desbordado formalmente, poesía métrica como la de David Rosenmann-Taub con poesía coloquial como la de Claudio Bertoni, décimas de Violeta Parra con un soneto de Rimbaud.

Trabajamos sobre todo en castellano, pero hemos integrado también textos en francés y portugués, y para algunas lecturas hemos traducido textos al italiano, portugués e inglés. Hemos recitado también en idiomas que desconocemos, como el húngaro y danés (en una performance en Brasil en que leímos en doce idiomas distintos el poema “No meio do caminho” de Durmmond de Andrade hasta llegar al texto original en portugués). Si bien el proyecto ha ido evolucionando de un formato más improvisado y abierto hacia composiciones más establecidas, persiste en él una dosis de azar no abolida por los ensayos y preparación de las presentaciones, una dosis de imprevisibilidad que tiene que ver con las relaciones con el espacio, el público, los errores y las soluciones encontradas de improviso en la ocasión. El sonido se expande y esponja, se espectaculariza en espacios más amplios y teatrales, se condensa y recoge en espacios más íntimos, se dispersa en tocatas al aire libre. Esto, que es cierto de todo proyecto sonoro, permite alternar en la Orquesta un registro más de concierto con un registro más interactivo.

El 2011 comenzamos poco a poco a presentarnos en vivo, inicialmente en formato cuarteto (dos teclados-controladores midi, contrabajo y bajo eléctrico) y luego con el apoyo del baterista Ricardo Luna. Las primeras presentaciones estuvieron plagadas de problemas técnicos (una loopera que no obedecía, computadores congelados, samples distorsionados) y musicales (desencuentros rítmicos, niveles mal regulados de volumen), como era normal en un proyecto que nos exigía hacer lo que no sabíamos, salir de nuestras zonas familiares y exponernos al ridículo, la incomprensión, el rechazo o la indiferencia. La poesía y la música son artes hermanas, gemelas podríamos decir, que comparten una larga historia de complicidades, encuentros y cruces, pero también entran en tensión: el ruido no deja entender las palabras, los textos no dejan entregarse a la música como flujo puramente sonoro y sensorial. Una dificultad básica es la de tocar y leer o recitar al mismo tiempo, muchas veces en ritmos que se desordenan o entran en tensión. El formato más simple sería el de una voz solista que presenta el texto apoyado por la banda, pero casi siempre hemos funcionado en un formato más difícil, en el que alternamos las voces y los instrumentos, los roles y protagonismos. Los textos se leen a una o varias voces, al unísono o descoordinados, resaltados por la música o cubiertos por ella. La relación entre el sonido y el sentido nunca es simple ni equilibrada, funciona como un balancín, como una puerta giratoria cuya rotación puede trabarse, acelerarse, una zona en que el límite entre afuera y adentro es impreciso.

Nuestro primer concierto fue una presentación vocal, en un evento titulado “En la puerta del horno, música y poesía”, en el que presentamos una pieza a cinco voces sin acompañamiento compuesta especialmente para la ocasión, titulada “Pan y vino” (en alusión al poema de Hölderlin, pero también al hecho de que ese taller de arte era una antigua panadería). Siguieron presentaciones en Piso 3 (un espacio para la música improvisada), el Centro de Arquitectura Contemporánea, el Centro Cultural Gabriela Mistral (para la celebración de los veinte años de Balmaceda Arte Joven), Pumalab (una tienda de zapatillas y ropa deportiva marca Puma que alojaba un ciclo de conciertos) y la Feria Internacional del Libro de Santiago, donde se lanzó nuestro primer disco-libro. Ya para entonces el proyecto se había ido afiatando y definiendo, encontrando su lugar de equilibrio.

Grabado el 2013 en vivo en el Centro de Extensión de Balmaceda Arte Joven en Quinta Normal, Declaración de principios fue publicado el 2015 como un libro físico que contenía un DVD con el registro audiovisual de la grabación (y algunos videoclips un poco más elaborados). Ya para entonces se había integrado José Burdiles en batería. El disco, ya agotado en formato físico pero disponible para descarga gratuita, como todos nuestros trabajos, se abre con la musicalización del poema que le da título, un texto de Jorge Velásquez que se lee cuatro veces sumando una voz en cada vuelta, para luego dar paso a un tema instrumental que se eleva sobre el fondo difuso de esas voces en loop, distorsionadas como sample, girando una y otra vez.

“Declaración de principios”

 

Este tema funciona como una suerte de manifiesto involuntario, en su frase inicial: “Debemos invadir / anclar nuestro reino en su archipiélago” que, de referirse a la violencia colonial, pasa a cargarse de sentido en relación con la interpenetración mutua de campos como la música y la poesía, en un ejercicio de desposesión, reterritorialización, no desprovisto de elementos agresivos (a nivel sonoro, el choque de los timbres de un teclado saturado y la melódica, que se combinan en una melodía disonante y rítmicamente compleja, pero también el choque de la música con la ola de ruido blanco en la que se convierten las voces). En cada una de las cuatro lecturas del poema aparece un cuerpo diverso, un tono diverso, un poema diverso. Cuatro granos de la voz, cuatro versiones de un mismo texto. En el resto del disco coexisten sonidos provenientes de tradiciones tan diversas como el jazz (“Tres cuartos”), el pop bailable (“Oh my God”, “Cholitas”), los ritmos afroamericanos uruguayos o peruanos (“Todo bien”, “Derrumbes”), la poesía fonética (“Relógio”, “Vocales”) y otras corrientes que se entremezclan, como la música y el habla, sin llegar a fusionarse, conservando sus identidades separadas pero expuestas a un afuera que las enrarece. Tal vez una característica de este primer trabajo vaya por ahí: una multitud de elementos reunidos sin llegar a una síntesis, preservando la distinción de estilos y voces individuales, la tensión entre exploraciones diversas, que tal vez en creaciones posteriores se haya ido aminorando.

Siguieron a ese disco numerosos viajes y giras, muchas veces apoyados por fondos estatales de cultura: hemos estado en Buenos Aires, Montevideo, Bogotá, Oaxaca, Madrid, Venecia, Ilhéus, São Paulo, Rio de Janeiro, en festivales de literatura y ferias del libro, tocando para públicos que oscilan entre el desconcierto y el entusiasmo. Los problemas técnicos han ido disminuyendo y, a fuerza de ensayos, también nuestra propia torpeza. Persiste, eso sí, yo diría, algo de incomodidad ante un formato híbrido, que nos niega algunas de las seducciones de la música (tal vez la principal: la melodía, la voz cantada, esa prolongación del habla hacia una zona más intensa, precisa y afectivamente cargada de la experiencia sensible) y saca a la poesía de la intimidad de la lectura silenciosa (o en voz alta pero contenida, limpia, atada al cuerpo presente del autor) para llevarla hacia zonas en las que puede volverse más intensa, pero también, inevitablemente, impura (adquiere voces, cuerpos, rostros, gestos específicos en vez de ser una forma encarnada en el blanco sobre negro de la página o en la voz del autor que la presenta intentando volverse invisible).

Siguiendo la intuición inicial del primer disco, en el que incluimos videos tocando en vivo como una manera de remitir a los aspectos performáticos del trabajo en vez de a su sonido como un hecho musical puro, hemos continuado trabajando una vertiente audiovisual que complementa muchas presentaciones en vivo y que en muchos casos completa la versión acústica. Hay varios registros de presentaciones, pero también exploraciones cercanas al trabajo con los textos a nivel gráfico y tipográfico propio de la tradición de la poesía concreta, así como un trabajo de proyección de video en vivo en colaboración con el artista Cristóbal Riffo, quien mezcla archivos visuales con intervenciones análogas en tinta sobre papel.

“Repetimos” (video de Pablo Fante)

“Cacería celeste austral” (registro documental de la lectura de la autora con registros del proceso de grabación e intervenciones visuales en vivo de Cristóbal Riffo)

El 2017, se le sumó a este primer disco-libro un eco curioso, un disco de remixes y versiones titulado Dclrcn_d_prncps, para el que invitamos a varios amigos, colaboradores y en el que nosotros mismos propusimos algunas variaciones sobre el primer trabajo. Este disco, descargable aquí, se hace cargo no solo de la dimensión colaborativa y abierta del proyecto, sino de la noción de que las versiones grabadas no son ni definitivas ni las únicas posibles. Algunos temas aparecen en este disco más desnudos, despojados de toda su parafernalia, como “Cholitas catfight” en una versión para voz y metalófono de Marcela Parra, o “Derrumbes” en el dúo vocal de Karla Schüller y Carla Gaete, del coro fonético, o la versión de “Oh My God” de Felipe Cussen (que elimina las voces e instrumentos de la grabación original para trabajar sólo con una base electrónica armada con samples vocales), mientras que otros se complican y complejizan, como “Todo bien” que en manos de Esteban Grille adquiere un riff de guitarra que lo acerca al campo de la canción, “Vocales” transformado por mí de una pieza de improvisación fonética a capela en una atmósfera enrarecida por la distorsión, sampleo y loopeo de las voces a través de un software de edición, mientras que las versiones de Richard Moon, Daniel Jeffs, Damas Chinas y Guillermo Eisner exploran una estética DJ que potencia la base rítmica de los temas originales y David bustos acerca “A veces cubierto por las aguas” a la onda del rock progresivo o psicodélico, con una atmósfera marcada por teclados saturados, ecos y delays vocales junto a efectos que enrarecen los sonidos de agua de la versión original.

El 2019 fue un año cargado, con la aparición de El roce de las voces, un disco casi por completo vocal grabado con los poetas uruguayos Luis Bravo y Juan Ángel Italiano, y Todos instrumentos, nuestro segundo disco de composiciones en las que se entremezcla lo vocal con lo instrumental. En este último se decantan algunas cosas y aparecen otras nuevas: continuamos con el juego de lectura de textos a varias voces y timbres que se alternan, superponen o conversan, también con la búsqueda de composiciones de estilos diversos que respondan de algún modo al tono, los ritmos, la estética o las imágenes del poema. Aparece por primera vez un asomo de canción (en el estribillo de “1987”, poema de Claudio Bertoni) y se consolida un sonido anclado en la tradición del rock, sin excluir otros estilos. Todos instrumentos es un disco de estudio, de muchas horas de grabación, edición y mezcla, en el que todos los temas tienen interpretación vocal y arreglos instrumentales. Por último, en este disco nueve de los once temas parten de textos de otros autores (incluyendo a Nicanor y Violeta Parra, Claudio Bertoni, Ludwig Zeller, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, David Rosenmann-Taub y Martín Gubbins). Esta dimensión “apropiativa” de nuestro trabajo habla tanto de una forma de leer la poesía de muchos de los poetas que nos fascinan, como de la curiosa coincidencia de varios encargos que nos han hecho en los últimos años para distintos escenarios, una tarea que asumimos con gran placer. Si en nuestro primer disco la principal voz invitada era la de Carlos Cociña, en una versión de su poema de orden aleatorio “A veces cubierto por las aguas” (http://www.poesiacero.cl/aveces.html), en este trabajo se destaca la voz de Elvira Hernández, que abre el disco participando en nuestra versión de su texto “Cacería celeste austral”. Aparece también una mayor variedad tímbrica, con la inclusión de metalófono, saxos, didgeridoo, flauta dulce, y violín. El título del disco alude a esta sobreabundancia de instrumentos, pero también a una anécdota: leyendo en voz alta su propio poema musicalizado por nosotros, Ludwig Zeller confundió una indicación musical (“Todos instrumentos”, indicando el regreso de los músicos después de una pausa) con un verso del texto, un error que dice mucho respecto a cómo se transforma la poesía en contacto con el campo del sonido. Podría haber también tal vez en este disco el peligro de una fórmula probada y decantada, de un formato de combinación de poesía y música que finalmente no cuestiona tanto ni las formas del poema convencional ni los estilos musicales reconocibles, pero sospecho que se trata solo de un momento de estabilidad pasajera en una exploración que no dejará de oscilar entre el desorden de la experimentación y equilibrios tentativos.

En ese sentido, El roce de las voces es un complemento interesante a este trabajo: se trata de un disco más juguetón, vertiginoso, inquieto. Fue grabado durante una visita a Montevideo, en noviembre del 2018, con ocasión de la invitación al Mundial Poético organizado por Martín Barea Mattos. Oscilando el acento rioplatense y el chileno, recorremos textos de Luis Bravo, Federico Eisner, Pablo Fante y míos, así como de Violeta Parra (“La muerte es un animal”), arreglados para ser leídos por entre tres y seis voces. Los registros exploran la improvisación vocal asémica, la recitación coordinada, el caos (des?)controlado y los ritmos del habla coloquial tensionados con la regularidad métrica o rítmica de algunas estructuras fijas. Al centro del disco, está una improvisación vocal colectiva titulada “sURSONATE/Ursberequetúm” propuesta por Juan Ángel Italiano a partir de textos de Kurt Schwitters, Vicente Huidobro y Juan Cunha, que puede leerse no sólo a partir de la tensión entre vanguardias europeas y latinoamericanas que este diálogo propone, sino también a partir de la tensión entre el pasado ya consagrado de ciertos experimentos canónicos (la Ursonate de Schwitters, Altazor de Huidobro) y sus relecturas actuales, que retoman su impulso renovador, ya de hace más de cien años, y lo interrogan con humor irreverente, goce y convicción profunda de que hay en él enigmas de una importancia que no hemos terminado aún de descifrar.

“La muerte es un animal”

“sURSONATE/Urseberequetúm”

La Orquesta de Poetas no puede comprenderse como un fenómeno único, aislado. Surge en un terreno ya abundantemente abonado por varios ejemplos previos de exploración de la relación entre poesía, música y performance: para dar solo tres ejemplos de entre otros posibles, el trabajo de Enrique Lihn en sus acciones poéticas de los años 80 como “Lihn & Pompier” o “Adiós a Tarzán”; Mauricio Redolés, pionero en explorar el tránsito entre poesía y música popular en discos como Bello barrio; y Cecilia Vicuña, con su trabajo de una poesía oral, vocal, visual y performática, en diálogo con las culturas indígenas y el arte contemporáneo. Es un proyecto además muy consciente de sus deudas con sus innumerables antecedentes en las variadas vanguardias y neovanguardias latinoamericanas y mundiales (particularmente el caso brasileño, del concretismo al tropicalismo y su continuidad en el presente), y con un diálogo fluido con diversas escenas experimentales de la actualidad. Lo que todas estas tentativas tienen en común es una interrogación abierta de los límites del lenguaje como medio, y de las relaciones posibles entre sus dimensiones gráficas, sonoras, performáticas y semánticas, que a menudo comienza como una exploración de lo literario y desemboca en cruces con lo que tradicionalmente se considera el exterior de la literatura.

A nivel local, me parece importante destacar la deuda del trabajo de la Orquesta con el Foro de Escritores, un taller de poesía experimental inspirado en el Writers Forum de Londres, que se reunió cada tres o cuatro semanas del 2003 al 2010, los sábados por la tarde en el Bar Rapa Nui. En sus sesiones se presentaba poesía textual en formato tradicional, pero también poesía visual, performance, poesía sonora, y todo tipo de artefactos inclasificables. A diferencia de otros protagonistas de la escena cultural, como la autodenominada generación “Novísima”, que irrumpió en ella con ínfulas desatadas de protagonismo, ruptura, irreverencia, el Foro de escritores cultivó una postura de puertas abiertas a quien se acercara, una postura que evitaba el juicio crítico (con todo lo exasperante que ello puede resultar frente a prácticas experimentales muchas veces fallidas o descaminadas), sin una clara adscripción generacional, ni demasiado interés en asesinar o consagrar a ningún padre o hermano mayor. Varios miembros del Foro de Escritores han seguido activos de manera individual en los campos de la poesía sonora y visual, como Felipe Cussen, Martín Gubbins, Gregorio Fontén, Martín Bakero, Ana María Briede, y nuestro trabajo ha dialogado intensamente con esas búsquedas paralelas.

Por otra parte, en los últimos años, quienes se interesan en la relación de poesía y música (pero también entre poesía y performance, danza, artes visuales, teatro, entre otras cosas) han encontrado una ocasión de reunión en los Festivales PM, realizados en el 2014, 2016 y 2018. El sitio web del festival (https://www.festivalpm.cl/) reúne un amplio registro de lo presentado en su contexto. Proyectos como el de González y los Asistentes, Radio Magallanes, Coro fonético, Poetas marcianos, Winter Planet, entre otros, han encontrado ahí un contexto amigable para compartir sus búsquedas ante un público abundante y entusiasta, que ha contribuido a que lo que eran búsquedas aisladas, muchas veces incomunicadas, vayan articulándose como un campo más consistente y complejo. En un dossier sobre poesía y música (https://letrasenlinea.uahurtado.cl/dossier-poesia-y-musica/) que edité yo mismo a propósito de la versión 2018 del Festival aparecieron algunas de sus paradojas: la pregunta por qué significan poesía y música en este contexto, la presencia o ausencia de prácticas tradicionales como el canto folclórico, la tensión entre propuestas más convencionales y más experimentales, la decisión de centrarse exclusivamente en la exploración de un diálogo dual (poesía + música) o abrirse hacia todo lo que este diálogo pone en juego (danza, performance, audiovisual).

El Festival ha sabido arreglárselas para funcionar como un foro abierto a diversos registros y voces, con un esfuerzo sostenido por consolidar la escena local, pero también por ampliarla, evitar consagraciones rígidas o colectivismos cerrados. Con todas las insuficiencias que se le podrían achacar, ha sido un escenario clave, un vórtice de energías en el sentido poundiano, una convergencia de fuerzas diversas que en vez de enfrentarse se combinan en un todo claramente superior a la suma de sus partes y voluntades individuales. Una crítica habitual desde el mundo literario es la de “esto ya no es poesía”, a lo que se puede contestar que no, que no lo es, y poco importa, pero lo cierto es que estas búsquedas surgen de una interrogación a fondo de qué ha sido y puede ser la poesía, de las dimensiones del lenguaje como medio en sus vertientes verbales, vocales, visuales, para retomar la eficaz fórmula del grupo Noigandres.

En un ensayo de mediados de los 80, el poeta brasileño Haroldo de Campos señaló que la poesía había entrado a una fase post-utópica, de negación del principio-esperanza de transformación del mundo que definía a las vanguardias históricas, y que seguía activo en la fase inicial del movimiento de la poesía concreta. Concuerdo en buena medida con el diagnóstico y creo que sigue siendo válido respecto al estado de diversas escenas de literatura y arte experimentales. En un contexto latinoamericano tensionado por el retorno de diversos autoritarismos, populismos, tecnocracias, por la opresión insidiosa de un capitalismo global a veces muy sutil en su gobierno de la vida cotidiana, cultural, intelectual, es preciso hacerse la pregunta por la dimensión política de estas prácticas. Si bien no se definen a partir de un horizonte de compromiso político colectivo explícito, no creo tampoco que se trate en ningún sentido de operaciones meramente estéticas. Su politicidad radica a veces en un modo de producción distinto al imperante, que pone en juego lo colaborativo y colectivo, en una economía del don y de la falta de cálculo, en un desarreglo de los sentidos que puede poner en suspenso por un momento los repartos de lo sensible anquilosados por el hábito, en un juego gratuito que invita a desautomatizar nuestras relaciones con la palabra, el cuerpo, el sonido, el espacio y el ritmo con que los recorremos.

Mientras termino de revisar estas líneas, estalla en Chile un movimiento social de cuestionamiento amplio del sistema neoliberal y de los equilibrios políticos con los que se ha gobernado Chile los últimos treinta años. Es un momento intenso de conflicto, en choque con una represión estatal dura, en el que se entrecruzan fuerzas y convicciones muy diversas. ¿Qué puede hacer, en casos como este, la poesía? Más allá de la opción (válida) por el compromiso, por la difusión o por el testimonio, me digo que debiera ser un espacio de escucha en el que resuene y se decante el concierto disonante de sonidos que se escuchan en las calles, unas antenas activas para captar y condensar las energías subterráneas que nos movilizan, una piel dispuesta al contacto con otros en que nos configuramos en común, una página de signos listos a ponerse en movimiento. Es lo que hemos intentado.

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Hélio Oiticica y el nuevo sublime: un evento radical en el arte contemporáneo

Por: Gonzalo Aguilar

Imágenes: Archivo

Gonzalo Aguilar traza el itinerario de una serie de transformaciones que se dieron en el ámbito del arte en el transcurso de la década del sesenta: una época en la que el concepto de energía se volvió preponderante y cuya preeminencia vinculó las prácticas artísticas con el entorno, con el afuera, con el acontecimiento histórico, con lo no artístico. En este marco, Aguilar aborda el uso particular e intensivo que el artista plástico brasileño Hélio Oiticica hace del color blanco en varias de sus obras realizadas en la ciudad de Nueva York. Para el autor, más que regional o propio de un campo específico, el uso del blanco es transversal y marca un evento radical: un nuevo sublime en la escena contemporánea.


La sustitución de la forma por la energía en el arte es uno de los acontecimientos más importantes de principios de la década del sesenta. De repente, es como si toda la literatura crítica y las prácticas artísticas que habían dominado la escena de los años cincuenta se desmoronaran. No se trata de un hecho catastrófico ni de un cambio repentino y absoluto, pero si se observan con detenimiento esos años se verá que el arte de mediados de los sesenta ya no se parece en nada al de la década anterior.

Es que si en los años cincuenta los discursos giraban alrededor de la forma, con el tiempo el concepto de energía fue ocupando toda la escena. La supremacía del criterio de energía se manifiesta tanto en el exceso de materialidad que disuelve o amenaza la forma como en la caída de ciertas restricciones que definían el campo del arte. El retorno de la figuración es tal vez uno de los ejemplos más poderosos no solo porque su exclusión había sido una de las consignas más fuertes del modernismo, sino también porque hasta los propios artistas que venían del concretismo, como Hélio Oiticica o Waldemar Cordeiro, comenzaron a trabajar con figuras humanas.

El poder de la energía trajo un cambio en el arte y, concomitantemente, en el papel del artista. El artista ya no se colocaba en una posición exterior a la obra guiado por los procesos de construcción sino que se involucraba y se convertía o en una extensión de la obra o en su soporte (como también sucede con el espectador). La energía, antes que con la forma, está vinculada con los organismos vivos, con las conexiones, las fuerzas del afuera y es conducida de un cuerpo a otro de manera tal que la acción del artista está involucrada (de ahí también que lo háptico desplace a lo óptico, lo táctil a lo visual). Mário Pedrosa lo sintetizó con una fórmula genial: el artista es “una máquina sensorial”.

En cuanto al arte, este ya deja de vincular sus prácticas con el pasado específico para operar con el entorno: al ser despojado de los criterios que lo sostenían como un dominio autónomo, no es casual que el arte se haya convertido en una máquina conceptual. Si los rasgos distintivos carecen de relevancia y ya no hay atributos esenciales, el arte deviene un concepto que artistas, instituciones y espectadores pueden manipular en un perpetuo estado de vacilación e indeterminación (y, obviamente, de disputa institucional). Marcel Duchamp es el referente fundamental en este giro conceptual (la materia gris), aunque también hay que considerarlo un nexo con el artista como máquina sensorial (la materia rosa, como la trabaja Georges Didi-Huberman en La Ressemblance par contact, París, Minuit, 2008).

La energía vincula a las prácticas artísticas con el entorno, con el afuera, con el acontecimiento histórico, con lo no artístico. En este desplazamiento, los años sesenta se caracterizan por el uso inventivo del espacio (la situación) como lugar en el que se testea la potencia del arte. Si bien al principio de la década el rasgo principal de este uso fue la incorporación de nuevos materiales (cosas encontradas en la calle o dispositivos no convencionales) y de nuevas experiencias sensoriales (en particular las aportadas por los medios masivos), pocos después la cuestión fundamental consistió en la relación conflictiva entre la práctica artística y el espacio de exhibición, tanto en su dimensión pública como política. El uso de la esplanada del Museo de Arte Moderna de Rio de Janeiro fue sintomático de este uso intensivo de las energías que venían de todos los ámbitos, sobre todo de la calle como lugar de manifestación. En ese espacio la energía era reconducida a la potencia de la historia que sostenía la promesa de un futuro emancipado. Sin embargo, la relación entre energía, arte y espacio público sufre un cortocircuito de grandes dimensiones con el AI-5. Este acontecimiento (“la noche negra” como la llamó Oiticica) hace que los artistas se pregunten sobre cómo usar o reconducir la energía. La respuesta de Hélio Oiticica es su experiencia londrina y, posteriormente, el exilio en Nueva York, donde inauguró la posibilidad de nuevas conexiones.

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El cambio que implicó su radicación en la ciudad norteamericana podía observarse en varias instancias: en los cuerpos elegidos para los parangolês, en el retiro de los espacios públicos de exhibición (deja de exhibir después de la experiencia de Information en el MoMA), en la incorporación de nuevos materiales (como la cocaína, el fílmico, las ambientaciones) y en un viraje en el uso de los colores. Los naranjas comienzan a ser desplazados por los azules oscuros (como en algunas cosmococas) o por los blancos. También en esos años Oiticica construye una red afectiva que incluye a amigos más jóvenes que lo visitan en Nueva York (como Wally Salomão, Ivan Cardoso), otros que conoce en la ciudad como Silviano Santiago y los poetas de Noigandres (Décio Pignatari, Haroldo y Augusto de Campos) que también lo visitan en la Big Apple. Con Haroldo entabla una relación particularmente intensa: poco antes de morir y cuando ya estaba internado, Haroldo escribe un guión fílmico para Ivan Cardoso sobre su amigo Hélio Oiticica.

Entre todos los cambios en la obra de Hélio que se relacionan con su traslado a Nueva York me interesa particularmente el uso intensivo del blanco en varias de sus obras, sobre todo las que se relacionan con los hermanos Campos. La presencia del blanco no es exclusiva de Oiticica y en los años sesenta la centralidad que adquiere la figura de Malévich impulsa una cantidad de reflexiones y de obras que tienen como punto de partida Blanco sobre blanco, obra que forma parte del patrimonio del MoMA (fue comprada por Alfred Barr en 1935). Pero no solo eso, la diseminación del blanco es mucho mayor y si en la poesía está afectada por la relectura de Mallarmé, en otras prácticas artísticas también se impone a partir de otras genealogías. A fines de los sesenta, una cantidad de fenómenos llevan a pensar que el recurso del blanco es índice de una situación mayor que excede las genealogías particulares y las especificidades de cada arte. Más que regional o propio de un campo específico, el uso del blanco es transversal y marca un evento radical: un nuevo sublime en la escena contemporánea.

En “El suprematismo”, Kazimir Malévich escribe: “El blanco, verdadera representación del infinito” (Escritos, edición de Andréi Nakov, Madrid, Síntesis, 2007, p.280). La frase no carece de ambigüedad porque ¿puede el blanco representar algo? El “abismo blanco y libre” del que habla Malévich resulta una solución muy original al problema del arte y el infinito en la medida en que el blanco puede representarlo justamente porque no representa nada. La interpretación del color es tan arbitraria como cualquier otra pero se basa en que, al menos en la cultura occidental, el blanco es visto como vacío, borramiento, pura luz, nada. En un cuadro de dimensiones muy pequeñas (79,4 cm x 79.4 cm), el suprematista ruso recupera lo sublime sin deshacerse de las prácticas fundacionales de la vanguardia: el abandono de la representación y el cuestionamiento radical del lenguaje estético. Es más, su obra exhibe cómo lo sublime diluye la representación: es tan poderoso que excede todo concepto y toda figuración sensible.

Según la conocida y clásica obra de Edmund Burke, lo sublime es aquello que, por demasiado grande y poderoso, provoca terror ya que pone en peligro o en duda el principio de autoconservación. Con un tipo de funcionamiento diferente a la armonía de lo bello, la mediación estética hace que este peligro o terror se transforme en “una pena que produce placer”. En las diferentes lecturas que sufre el término en su recorrido histórico, tal vez el desplazamiento más importante es el vínculo (ya presente en Burke) que se establece entre lo sublime y la imposibilidad de plasmar o representar lo inconmensurable. Este giro es conceptualizado por Kant en la Crítica del juicio (1790). En su estudio, Kant sostiene que lo sublime excede el alcance de lo fenoménico. Se produce así, en la relectura que Kant hace de Burke, una abstracción: un recorrido desde lo grande y lo sensible hacia lo que es inaccesible a los sentidos adquiriendo estatuto conceptual (de sus Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime de 1764 a la Crítica del juicio de 1790, de la etapa precrítica a la coronación de la crítica de las facultades). Para Kant, la discordancia entre razón e imaginación mueve la lógica de lo sublime.

Resulta imposible no evocar el concepto de lo sublime una vez que la energía en el arte aparece como su factor fundamental. En palabras de Jean-François Lyotard, “la inconmensurabilidad de la realidad en relación con el concepto, está implícita en la filosofía kantiana de lo sublime” (La posmodernidad (Explicada a los niños), Barcelona, Gedisa, 1995, p.20). Otros autores también reinstalaron el concepto de lo sublime en sentido kantiano para pensar el arte y la literatura contemporáneos. Fredric Jameson, por ejemplo, habla de un “sublime posmoderno” que se define por “plasmar” lo irrepresentable, que sería el capitalismo multinacional como totalidad (Ensayos sobre el posmodernismo, Buenos Aires, Imago Mundi, 1990, pp.63-64). Andreas Huyssen, en “El mapa de lo posmoderno”, señala que “históricamente el sentimiento de lo sublime contiene un deseo secreto de totalidad” y discute el sublime en Lyotard a partir de Habermas y la diferenciación de las esferas en la vida moderna (Después de la gran división (Modernismo, cultura de masas, posmodernismo), Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2002, p. 370). Gilles Deleuze, en La filosofía crítica de Kant, sostiene que “en efecto, como dice Kant, lo sublime es lo informe y lo disforme” (Madrid, Cátedra, 1997, p.88). Al disponer de una máquina sensorial que trata de conducir estas energías, surge un nuevo sublime, un sublime vivencial. Afirmación del goce o del crelazer (para usar un término de Oiticica), este sublime no se construye sobre una realidad trascendente sino sobre la inmanencia. No hay necesidad de un noumeno ni de un Blanco mayúsculo, como escribe Jacques Derrida, sino que hay un vacío y una superficie blanca cualquiera. También Jean-Luc Nancy en su estudio “La ofrenda sublime” vincula lo sublime al blanco: “La blancura suspendida de la hoja o del lienzo: la experiencia de lo sublime no requiere nada más” (Un pensamiento finito¸ Barcelona, Anthropos, 2002, p.139).

Sobre este nuevo sublime que se manifiesta en lo blanco escribió Haroldo de Campos en los textos que le dedicó a su amigo Oiticica. La epifanía o los “éxtasis discontinuos”, para decirlo con palabras de Oiticica, no procuran una instancia trascendente sino que celebran lo paradisíaco en el instante-vida. Edén, señala Haroldo, es “un hebraísmo que, no por casualidad, significa delicia” (Éden (Um tríptico bíblico), São Paulo, Perspectiva, 2006, p.210). Delicia o goce, lo sublime vivencial empuja al sujeto hacia los límites, hacia el lugar en el que se pierde pero que en esa pérdida conoce también su potencia.

Escritura: constelaciones nocturnas

Si Malévich era un umbral para las artes plásticas, en poesía la referencia fundamental fue Stephane Mallarmé quien, en Un coup de dés, había utilizado el blanco como espaciamiento del poema y como materialización del signo para instituir el horizonte de escritura constelar en el que se moverían diversas poéticas, desde “los signos en rotación” de Octavio Paz a la poesía concreta del grupo Noigandres.

En 1967, Octavio Paz publicó el poema Blanco, una experiencia espacial que funciona mediante combinaciones permutativas que producen más de veinte variantes. El poema fue traducido años después por Haroldo de Campos en su libro Transblanco, que incluye otras traducciones o transcreaciones de poemas del mexicano con un intercambio de cartas y otros textos críticos. El blanco surge como una preocupación común que se vincula con la espacialidad, visualidad y construcción del poema, además de expresar la posibilidad de una epifanía que en Octavio Paz tenía que ver con sus experiencias en India, donde fue embajador entre 1962 y 1968 y escribió obras como Blanco y El mono gramático. Pasaje de Blanco y su transcreación por Haroldo de Campos en Transblanco:

Apariciones y desapariciones

La realidad y sus resurrecciones

El silencio reposa en el habla

[…]

Irrealidad de lo mirado

La transparencia es todo lo que queda

[Aparições e desaparições

A realidade e suas resurreições

O silêncio repousa na fala

[…]

Irrealidade do visto

A transparência é o que resta ao fim de tudo]

 

La irradiación de lo blanco también llega a la teoría con la crítica postestructuralista y las relecturas de Mallarmé. En 1969, Jacques Derrida dicta una serie de conferencias sobre el poema en prosa “Mímica” de Mallarmé que publica un año después en la revista Tel Quel e incluye en su libro La diseminación. “La doble sesión”, tal el título del ensayo, es una reflexión sobre las nociones de blanco, pliegue, himen y espaciamiento en la obra de Mallarmé. Enfrentado con la concepción de Jean-Pierre Richard, Derrida sostiene que el blanco en Mallarmé no es un tema sino una operación de puesta en escena de la escritura, de espaciamiento y de plegado. “El blanco se pliega –escribe Derrida–, es(tá marcado por un) pliegue” (Madrid, Fundamentos, 1975, p.380). Esto es así porque no hay sentido total ni propio, lo que hay más bien es un “contenido sémico casi vacío” y nunca un “Blanco mayúsculo” (p.387). Aunque en un principio Derrida confluye con Malévich al sostener que el blanco convierte la finitud en infinito (p.379), agrega un giro que lo aleja de todo misticismo en la ligazón entre el blanco y la trascendencia. El infinito, según Derrida, no remitiría a una presencia sino a algo que se difiere, se retarda, se disemina. El blanco no es polisémico, no se caracteriza porque tiene muchos sentidos, sino porque el sentido difiere y es irrecuperable en su totalidad. Por eso el blanco que Derrida anuncia no tiene límites, no tiene –según una figura clave en Derrida– parergon, esto es, marco. Es el ergon que deviene parergon y viceversa, algo que está literalmente plasmado en el Blanco sobre blanco de Malévich, que es un cuadrado adentro de otro. Como si la pintura se contuviera a sí misma y a la vez exhibiera su rechazo al marco (es decir, a la pintura misma). En este juego de marcos podríamos afirmar que Malévich hace una no-representación de lo infinito. Malévich mismo se refiere a esto cuando en el manifiesto “El suprematismo” escribe, en un manifiesto de 1919, que “el azul del cielo ha sido perforado y ha penetrado en el blanco, verdadera representación del infinito, y por ello, liberado del fondo celeste en color” (Escritos, op.cit., p.280). Esa infinitud muestra el estatuto inestable de la obra que tan pronto se pone un límite como lo empuja más allá en un juego en el que la estética parece llegar a su propia disolución.

Lo expuesto, de todos modos, permite afirmar que la relectura de Mallarmé y Malévich recorre el arte de fines de la década. Ahora bien, ¿cómo leer todas estas apariciones y recurrencias que son de diferente orden y parecen responder en principio a fenómenos absolutamente heterogéneos entre sí? ¿Se produce en esos años una diseminación de lo blanco que excede la herencia mallarmeana y malevichiana y es índice de una experiencia mucho más amplia, más vinculada al presente que a la reactualización de poéticas históricas?

Diseminación de lo blanco

Curiosamente, la aparición del blanco también se da en artes más ligadas a lo masivo como el cine y la música. El film Persona, de Ingmar Bergman, estrenado en 1966, comienza con las imágenes de un proyector, un rollo de acetato, un pene erecto y viejos films de animación. En sus destellos, la pantalla se pone más de una vez en blanco, como si Bergman quisiera exhibir el soporte material (la pantalla) sobre el que se proyecta la historia o la fantasía (la luz). El blanco es el origen del cine pero también su destrucción: es el goce que provoca la construcción de la fantasía y su disolución (conflicto también central en Fanny y Alexander en la escena de la linterna mágica y de las marionetas).

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En el área de la música erudita de vanguardia, John Cage publica en 1969 Notations, un libro que contiene partituras musicales no convencionales. La página en blanco plantea una apertura que exige al compositor una notación que prescinda de la convención del pentagrama. El compositor dispone, entonces, de un campo de notación indeterminado y sin restricciones al que él mismo debe dar forma. Ya no están las líneas, las cinco líneas de la notación convencional, sino el espacio indeterminado que cada compositor reinventa. El libro será usado después por Hélio Oiticica en la Cosmococa que dedicó a los hermanos Campos.

Pero no solo en el terreno de la música erudita se produce una diseminación de lo blanco, también en el ámbito de la música masiva el blanco adquiere un gran protagonismo. Cada portada de Los Beatles era un acontecimiento. Desde su segundo disco With The Beatles, con la foto en blanco y negro de Robert Freeman, sus portadas fueron su vínculo con las artes plásticas que les eran contemporáneas. En 1966, Los Beatles hacen una sesión de fotos con Robert Whitaker conocidas como la butcher cover para el disco Yesterday and Today que sería distribuido en Estados Unidos. En la portada, Los Beatles jugaban (literalmente) con lo abyecto y se reían entre reses de vaca mutiladas y muñecas infantiles también despedazadas.  

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Con su simpatía habitual, los Beatles sugerían, en la sesión de Whitaker, que aún el mundo del espectáculo y del yeah-yeah-yeah debía aprender a convivir con la visión de vísceras, sangre y restos (poco después, la televisión comenzaba a mostrar los reportes visuales de la guerra de Vietnam). Finalmente, la compañía discográfica decidió cubrir la foto por otra que mostraba a los Beatles bien vestidos y metidos dentro de una valija (los fans y coleccionistas encontraron el método por el cual despegar esa foto y recuperar la butcher cover). Poco a poco, los músicos de Liverpool iban conociendo que tocaban un límite y que no solo se debían dedicar a revolucionar la pop music sino también a redefinir su imagen mediática. Un año después, la tapa de Sgt. Pepper Lonely Hearts Club Band, a cargo de Peter Blake, sería tan importante como las músicas que contenía.

Por entonces, John Lennon comienza a rendirle un verdadero culto al color blanco. Aparece a menudo vestido con un traje blanco y hasta habita una casa en Ascot toda pintada de blanco (donde se grabó el video de Imagine), incluido su piano de cola. El 1º de julio de 1968, Lennon y Yoko inauguran la muestra You are here en la galería de Robert Fraser (el marchand del swinging London que les recomendaba a los Beatles artistas para las tapas de sus discos). La obra central de la muestra era un cuadro blanco con la leyenda manuscrita “You are here”. En la ceremonia inaugural, John y Yoko liberaron 365 globos inflados con helio, “el gas más leve” como nos recuerda Jimi Hendrix (“I have this one little saying, when things get too heavy just call me helium, the lightest known gas to man.”; “call me helium” fue la divisa que después tomó Oiticica para autodefinirse). En cada globo había una tarjeta en la que se leía “You are here” de un lado y “Write to John Lennon, c/o The Robert Fraser Gallery, 69 Duke Street, London W1” en el otro.

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También la tapa de su primer disco con Yoko, Unfinished Music No.1: Two Virgins, editado en noviembre de 1968, muestra a la pareja desnuda con el borde difuminado en blanco.  Dos elementos que pueden asociarse con la blancura aparecen en la portada: la virginidad (el disco se titula Two Virgins) y la desnudez. Como si el blanco evocara inmediatamente en la mente del observador la idea de vaciamiento y la de despojo como punto de partida para la acción libre.

La pasión por el blanco no solo era propia de John y de sus devaneos con la vanguardista Yoko Ono sino que interesaba a la banda de rock más popular del planeta. En 1968, sale a la venta el disco doble con su tapa absolutamente blanca. El White Album (como se lo denominó) fue diseñado por Richard Hamilton, uno de los artistas más relevantes del pop británico (su obra Just what is it that makes our today’s homes so different, so appealing, considerada la primera obra de pop art, fue presentada en la muestra This is tomorrow en la Whitechapel Art Gallery de Londres en 1956). Pese a ser absolutamente blanca y con las letras del grupo en relieve también en blanco, la tapa tenía un detalle: llevaba un número de serie que creaba una cierta singularidad de un disco que, ya se sabía, iría a vender millones. El título no figura en ningún lado y Richard Hamilton sugirió que el título es The Beatles haciendo una referencia irónica a la banda del Sgt. Pepper, como si ahora la banda ficticia fueran los propios Beatles. Al poner las letras en relieve, es como si el blanco hiciera tanto una supresión de la visualidad como una apelación a lo táctil, a la necesidad de acariciar el objeto y palpar su materialidad.

La portada del White Album, como todo lo que hacían los Beatles, suscitó una serie de réplicas, parodias y diálogos entre las que se encuentra el disco de Caetano Veloso de 1969. El contraste con la anterior portada diseñada por Rogério Duarte es similar a la del grupo de Liverpool: sobre un fondo blanco, se lee la firma de Caetano. De todos modos, ese blanco, más que un diálogo artístico, es el testimonio de una ausencia forzada. Al terminar su disco, Caetano debió abandonar Brasil y exiliarse en Londres desterrado por el gobierno militar. El disco, grabado en condiciones muy duras, quedó en manos de la compañía, quien se ocupó de editar el disco y eligió esa tapa de urgencia ante la ausencia forzada del músico.

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La forma del blanco

En su libro Dreamworld and Catastrophe: The Passing of Mass Utopia in East and West, Susan Buck-Morss sostiene que en su viaje de la Unión Soviética a Estados Unidos, en las manos de Alfred Barr, el Blanco sobre blanco de Malévich se convirtió en un prototipo del arte “puro” y “verdadero” y, con el paso del tiempo, en una pieza clave en los debates estéticos de la Guerra Fría. El clímax que la obra de Malévich alcanzó en los sesenta se convirtió en un cliché y en una defensa de las posiciones autonomizadoras y formalistas: su éxito mercantil fue el índice de su domesticación. Eso se verificaría, siempre según Buck-Morss, en todos los monocromos que, subordinados a las posiciones críticas de Clement Greenberg, se hicieron en esos años. Según escribe Susan Buck-Morss en Dreamworld and Catastrophe: The Passing of Mass Utopia in East and West, “Formalist was perhaps the most damming thing one could say politically about an artist in the Soviet Union in the 1930. But formalism was precisely the valued criterion for political art in the West, according to the US Marxist art critic Clement Greenberg” (Cambridge, MIT Press, 2000, p.89). En su viaje de la URSS a EEUU, “the square became the prototype of “pure” and “true” art, which, as experimental and “advanced”, could only flourish in a political democracy” (op.cit., p.89). Buck-Morss a continuación, además de hablar de su éxito financiero, se refiere a los monocromos de Josef Albers, Brice Maden, Barnett Newman, Ad Reinhardt, Frank Stella y otros. El Blanco sobre blanco, en su viaje al capitalismo, perdió su poder místico y revolucionario.

El recorrido que traza Buck-Morss de todos modos no es el único que hace un cuadro en una época en que las reproducciones viajan más que las propias obras. En la historia de la recepción de Blanco sobre blanco el papel que desempeñó la revista francesa Art de aujourd’hui fue fundamental. Porque pese a que, como señaló Guibault, en el siglo XX el arte moderno se desplaza de París a New York, en los años 50 la crítica francesa todavía seguía siendo la más poderosa fuente de información de los artistas y escritores latinoamericanos. El cuadro podía estar en New York y ser parte de las políticas de la Guerra Fría, pero en la recepción latinoamericana el cuadro de Malévich estaba más vinculado a los debates que se desarrollaban en el seno de los Partidos Comunistas locales y a la crítica a un público que era conservador en cuestiones de arte. Seguramente podría hablarse de una mirada “formalista” pero la forma no es lo mismo en todos los lugares y en todas las épocas. El poeta brasileño Augusto de Campos recuerda su primer contacto con la obra del pintor ruso:

Meu primeiro contacto com os quadrados de Malévich se deu em 52, nas conversas com os pintores concretos (Cordeiro, especialmente, que era teórico tinha grande capacidade de formulação). Embora a vanguarda russa não estivesse presente nas primeiras bienais (as autoridades soviéticas as relegavam aos porões dos seus museus), comprei na ocasião dois números da revista francesa Art d’aujourd’hui, de junho de 1952 e julho de 1953 (que ainda tenho). No primeiro, ele comparece com alguns dos seus trabalhos […] no segundo, há um estudo mais longo e completo “Les idées de Malévich” por Julian Alvard, que me impressionou muito. Entre as ilustrações (todas em preto e branco), o quadrado preto de 1913, ocupando todo o quadro, e um dos “branco sobre branco” de 1916. Juntamente com Mondrian, e os concretos paulistas, é a base plástica do Poetamenos.

La plural genealogía de lo blanco hace que no pueda reducirse su sentido a una estrategia de dominación o a una única idea de forma. Más bien el blanco –como lo vio Derrida– tiende a suspender o hasta impugnar la forma, más bien el blanco es una apertura que adquiere sentidos diferentes si se trata de los bordes no pintados de una obra de Cézanne, de los cuadrados de Malévich o de un parangolé de Oiticica: no puede reducirse a una única tradición o limitarse a una apropiación museística. A fines de los sesenta, el blanco implica, por un lado, el conocimiento de los materiales que usa el arte y, por otro, la apertura al infinito, a lo absoluto pero no a un absoluto mayúsculo (para usar el término de Derrida) sino a un absoluto inmanente.

El conocimiento de los materiales enlaza a todas las artes a la vez que las separa: porque si el movimiento hacia la materia que las hace posible es el mismo, lo que encuentran es peculiar. En los años cincuenta, lo que encontraban (“la pintura es forma y color”) puede ser lo esencial pero, en otros momentos, puede constituir una revelación de otro orden, no necesariamente de lo esencial intrínseco. Hoja en blanco, silencio, soporte, pigmento blanco: los materiales parecen ser los mismos pero no lo son. El fragmento de Bergman evidencia algo que puede extenderse a otras producciones: al exhibir el blanco, el cine se encuentra con su propia materialidad, su soporte. El blanco acá es específico de cada medio porque si la pantalla blanca vale para el cine no lo es para la pintura, donde es lienzo blanco; ni para la poesía, donde es espaciamiento. En música, sólo metafóricamente el blanco puede equivalerse con el silencio, pero la existencia de obras que hacen del silencio su soporte hablan de una orientación del arte hacia la materia en el sentido de la physis como fundamento que el arte suele escamotear o desplazar a un segundo plano, y esa es una de las funciones que cumple el blanco. John Cage señaló, entre sus inspiraciones para la composición 4’33’’, las White Paintings de Robert Rauschenberg a las que denominó “espejos del aire”. Este blanco es básicamente sensorial y esa es la materia inicial o la masa a la que hay que modular (y ya no la forma). Una materia indeterminada en la que cada marco solo potencia su inconmensurabilidad y exceso. Como se infiere de la lectura de Derrida, el blanco no es una consolidación de la forma sino su amenaza, el juego indecidible entre el finito de la obra y su apertura hacia otra cosa, sea el infinito, lo absoluto o la materia que, con su fuerza o energía, cuestiona la forma. Al zambullirse en el blanco como soporte o materia del arte, las obras terminan afirmando algo que, a simple vista, parece escandaloso: lo absoluto de la inmanencia. Y la potencia del arte para crear, en ese plano, nuevas sensorialidades, experiencias y modos de la reflexión.

 

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Nancy Morejón y la musicalidad de la poesía afrocubana

Por: Jorge García Izquierdo

Imagen: «Independencia de Cuba», Revista La Flaca, 1873

En el marco del seminario “Transformaciones de lo literario: sus intersecciones con las imágenes, la música, el teatro y el cine” –dictado por Mario Cámara–, Jorge García Izquierdo nos propone pensar puntualmente los cruces entre literatura, música y danza en los poemarios Richard trajo su flauta y otros poemas (1967) y Elogio de la danza (1982), de la escritora cubana Nancy Morejón. En ellos, para el autor, el baile y el cuerpo son especiales protagonistas y la música se concibe como una potencia que funciona como «creadora primaria de culturas».


Si nos pusiéramos a bucear por los orígenes primarios de la literatura, especialmente del teatro y de la poesía, nos encontraríamos de lleno con la música como una hermana natural que en algún momento de la historia se independizó –o la independizaron– como disciplina independiente. Según el músico y humanista español Cristóbal Halffter, la ligadura se encuentra en “una realidad física que une poesía y música: el sonido” (Halffter, 2007: 18). Sin embargo, es nuestra herencia cultural la que nos produce esa barrera entre música y poesía: “El proceso de percepción de ese sonido es también diferente por nuestra mente, cuando es [sic] trata de poesía o cuando lo percibimos como música” (Halffter, 2007: 18).

No habría sido lo mismo del teatro de la Grecia clásica sin su coro de los textos bíblicos y religiosos sin su canto gregoriano y musical. Lo afirma el poeta Luis Antonio de Villena:

Y es lo cierto que mucha poesía, antaño, nació ligada a la música y al canto. Así la poesía de los trovadores provenzales y toda esa importantísima producción lírica española que, desde la Baja Edad Media, conocemos como “Poesía de cancionero” (Halffter, 2007: 7 y 8).

La división entre poesía culta y popular, por un lado, y música culta y popular, por otro, produjo una paulatina ruptura de las intersecciones entre música y poesía, así como la eliminación del coro en el teatro. La posibilidad de leer, de tener ejemplares para hacerlo y de disponer de herramientas para la escritura alejó durante siglos a la población analfabeta o de las capas populares; todos, sin embargo, tenían oídos con los que disfrutar de cualquier romance o balada popular. En consecuencia, esta unión nunca llegó a romperse gracias a las labores anónimas y orales de conservación que las clases más bajas, casi sin conciencia de ello, realizaron. Sobre ello vengo a escribir en este trabajo. Más concretamente, acerca de la relación entre musicalidad y oralidad y la poesía de Nancy Morejón, quien bebe de las creaciones populares de la cultura afrocubana. Para eso, me centraré en sus poemas “Richard trae su flauta” y “El tambor”.

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Desde el siglo XVI, la colonización en la América hispánica, portuguesa y, después, inglesa utilizó mano de obra esclava proveniente de África. Es aquí cuando nace el sujeto afroamericano, que especialmente se distribuye hoy en el Caribe y en Brasil. Esta población influyó en la creación de las identidades nacionales de cada uno de los territorios donde se asentó, con distintos elementos de la cultura afroamericana como, por ejemplo, “práticas religiosas, manifestações da cultura popular, culinária, idioma, práticas esportivas” (Aguiar Patriota, 2011: 12).

En la década de 1930, surgieron diversos teóricos en paralelo que analizaron la cuestión del problema de la población negra y su relación con la blanca. En 1934 apareció por primera vez el término “negritud” en una revista llamada L’estudiant noir (El estudiante negro) que lideraba Aimé Césaire (1913-2008)[1]. Otro martinicano más joven, Frantz Fanon (1925-1961), publicó en 1952 Piel negra, máscaras blancas[2]. En Cuba, la preocupación por la armonización de las “razas” en virtud de una única visión de la identidad nacional aparecía ya desde el mismo José Martí; la visión crítica de la negritud llegó a la isla de la mano de Fernando Ortiz, el más importante antropólogo cubano, así como de otros autores fundamentales como Lydia Cabrera y José Luciano Franco. No podemos olvidar, pese a no ser caribeño, a Gylberto Freyre (1900-1987), cuya reflexión acerca de la esclavitud y la negritud en Brasil es central, y en la que se destaca su obra Casa-Grande y Senzala[3] (1933).

En paralelo a este movimiento de la negritud, las vanguardias artísticas y literarias se desarrollaron poniendo un gran enfoque en lo sensitivo: los poemas comenzaron a tener su propia música y las fronteras entre los distintos géneros artísticos empezaron a confundirse. En Cuba, el gran poeta de la vanguardia es también el de la “negritud”: Nicolás Guillén. Ese autor introdujo en el espectro de la poesía culta la voz propia de la población afrocubana, que durante siglos tuvo que permanecer callada. El interés de algunas vanguardias por las expresiones populares se tradujo en Cuba en un sinfín de sonidos, bailes y oralidades que rompieron con el papel para llegar directamente a nuestros oídos.

Luis Palés Matos, Guillén o el propio Césaire inauguraron, así, una línea literaria directamente relacionada con su identidad racial: la literatura de la negritud. Estos poetas incluyeron en sus textos canciones propias del folclore afroantillano y tuvieron una gran fijación por la música[4], que está en estrecha relación con la cultura afroamericana. Nicolás Guillén logró ser considerado un maestro literario e intelectual, incluso más allá de Cuba. Décadas más tarde, Nancy Morejón (1944) –otra poeta– siguió su estela literaria y, también, con el aprendizaje del gran antropólogo Fernando Ortiz, a propósito de su esfuerzo por mostrar una Cuba mixturada, con la riqueza de no una, sino varias raíces.

Nancy Morejón es traductora, ensayista[5] y poeta. Ha publicado numerosos libros de poesía[6] desde 1962 hasta el año 2000 y ha sido reconocida nacional e internacionalmente. Entre muchos premios, se puede destacar el Premio Nacional de Literatura conseguido en 2001. La continuación de esta corriente literaria por parte de esta autora tuvo como consecuencia un proceso de “feminización” de esta temática, pues se comenzó a introducir mujeres en las obras y a darles papeles más protagónicos.

La oralidad y la música en la cultura afrocubana

La cultura afrocubana, a causa de su posición subalterna en la isla durante siglos, contribuyó con la creación de una tradición oral y musical ingente. Esa tradición, en líneas generales, se orienta en torno a la construcción de un sentimiento de comunidad que comparte y alimenta distintos mitos: por un lado, todos aquellos relacionados con la religión yoruba[7] y sus procesos rituales y, por otro, el de la construcción de una historia colectiva común, en relación con el hombre negro esclavo que fue llevado a la fuerza a las Antillas.  Los aportes musicales y literarios de la población afrocubana en Cuba son muy destacables; sin embargo, al contrario que en otras culturas occidentales, no conviene distinguir mucho ambas porque siempre vivieron en simbiosis y relación permanente.

Estas influencias literarias tienen tres formas principales: las fábulas, los proverbios y la poesía. Se trata, en cualquiera de los casos, de literatura oral que necesita de muchos elementos extra-lingüísticos para captar la atención del público (Abudu, 2002: 134). Una de sus características es la construcción dialógica de la poesía: un verso espera la respuesta de otro y, así, se construye un sujeto poético colectivo en lugar del tradicional sujeto poético individual de la poesía escrita occidental. Los proverbios[8] tienen una función especial, ya que pueden definirse como “compact expressions of a people’s wisdom and philosophy, of accepted and infalible truths of lessons gernered from long observations of nature and human behavior” (Abudu, 2002: 137). Proverbios, fábulas y poesía contribuyen a conocer la realidad social e histórica de la población negra en Cuba, pues sus historias nos permiten reconstruir tanto su historia como su cosmología comunitaria.

La tradición musical de la población afrocubana en la isla es tan importante que Fernando Ortiz llegó a dedicar numerosas páginas de sus estudios a la etnomusicología[9]. Ligadas a esas aportaciones literarias, las musicales son de una importancia innegable, pues no solo las llevaban a los terrenos religiosos, sino también “en todos los aspectos de su existencia cotidiana, dándole vida además a numerosas versiones criollas de sus antiguos instrumentos” (Castellanos y Castellanos, 1994: 330).

Nancy Morejón: un proyecto poético contra el elitismo cultural

         La poesía de Nancy Morejón huye continuamente de lo estático y de lo gris con una idea política de querer representar y reconstruir a la comunidad afrocubana, conocedora de la migración –forzosa o no– y de la inestabilidad de un espacio vital propio. Los ríos y los pájaros se constituyen en recurrente símbolo colectivo de la libertad y la conciencia histórica. Convertirse en pájaro supondrá seguir mudándose, pero esta vez de forma libre y por encima del ámbito terrenal, en el que se incluye ese color grisáceo monótono con el que se recuerda la época colonial. La música forma parte también de este movimiento de constante cambio, pero también de ese sentir alegre. Para Morejón, no es posible continuar la revolución sin bailarla.

Esto último se ve con mucha más claridad en los libros Richard trajo su flauta y otros poemas y, sobre todo, en Elogio de la danza, en los que el baile y el cuerpo son especiales protagonistas. Dedica varios de sus poemas a la danza: “Elogio de la danza”, “Alicia Alonso[10]”, “Redes”, “Danza del mirlo”, etc.; y otros tantos títulos referentes al ámbito musical: “El tambor”, “Flautas”, “Suite recobrada”, etc. Richard trajo su flauta y otros poemas tiene casi todos sus poemas dedicados a artistas populares: “Réquiem para la mano izquierda”[11] a Marta Valdés[12]; “Otro nocturno” a César Portillo de la Luz[13]; “Adiós felicidad” para Ela O’Farrill[14]. Las dedicatorias adquierena forma más intensa y directa en el poema principal de este libro: “Richard trajo su flauta”, referido al flautista cubano Eduardo Richard Egües Martínez[15] (1924-2006).

Esta última poesía, dividida en ocho partes, relata la noche en que un grupo de amigos celebraba el cumpleaños de una mujer llamada Gladys. El texto no solo dialoga con la música sino también con aspectos de la narrativa, sumado a la dificultad añadida de contar la música; a pesar de eso, logra que sintamos todos y cada uno de los instrumentos nombrados y que llenan de intensidad la sala y las páginas: sin batería no hay ritmo:          “Mientras revolvíamos los discos / «la batería es lo que lleva el suin» / truena y llueve” (Morejón, 2006: 61); el protagonista es el piano: “El piano está en la sala / la oportunidad del piano en la sala / bastaba para que distinguiéramos / todo lo demás / toda la sala no es grande sólo el lugar del piano” (Morejón, 2006: 62); el violín se siente algo molesto: “Las niñas con las manos cruzadas / los niños practicando solfeo / refunfuñando del violín pegajoso y alcohólico (Morejón, 2006: 63)”; el clarinete suena con una fuerza vibrante:    “Para mí era primera vez / primera vez / primera que reconocía un clarinete[16] tan feroz” (Morejón, 2006: 64); y, por último, el baile llegó con los instrumentos menos europeizados (el timbal y el güiro): “Mozart y Europa reían muy de lejos / pero también nosotros bailábamos desesperadamente / al escuchar un timbal un bajo una trompeta un güiro una flauta” (Morejón, 2006: 65). Los instrumentos se ideologizan con el timbal y el güiro como elementos constructores de la identidad afrocubana, pero también con la flauta, a la que relaciona con los dioses yoruba, quienes no se alejan de la música cuando esta suena: “Los orishas oscilaban tranquilos alrededor de los dedos/los dedos de la mano derecha disminuían el ritmo/ lentamente/ el esperado trae su flauta” (Morejón, 2006: 69).

El relato del concierto mantiene el mismo tono de nostalgia alegre que se puede observar en su obra poética: “Ya no queda ningún músico de mi generación/ en Placetas/ sobre todo la banda/ una retreta mala como cará” (Morejón, 2006: 61)”. Además, la poeta cubana consigue transmitirnos aquella emoción tan difícil de describir que se experimenta antes de escuchar una buena pieza en directo: “Regresamos vacíos deseosos de escuchar la música del siglo/ la felicidad consistía en todo aquel placer de escuchar/ sometidos a la hegemonía de una magia” (Morejón, 2006: 64).

Mientras que “Richard trajo la flauta” relata un concierto con todas las sensaciones que se producen alrededor, quince años después, en el libro Elogio de la danza, publica un poema cuya relación con la música se realiza desde una perspectiva distinta, pues en lugar de contarla, la reproduce. Se trata de “El tambor”. El texto es en sí mismo un tambor, tiene la música propia de quien, solo con palabras, convoca a la colectividad de la misma forma en que lo hace este instrumento de percusión. Además, el proceso creativo de la música llega a superar la antítesis lógica entre el fuego y el agua en una suerte de ritual: “Fuego sobre mis aguas/ Aguas irreversibles/ en los azules de la tierra” (Morejón, 2006: 118).

Diez de los diecinueve versos de este texto comienzan con las palabras “mi cuerpo”, simulando, así, el golpeo musical de la baqueta a la caja del timbal. El carácter de esta poesía es completamente grupal: está construida para ser recitado en comunidad (incluso, con una percusión), utiliza la primera persona como un yo colectivo y, además, se realiza en torno a un instrumento con el que la población afroamericana realizaba sus propias comunicaciones internas. Se puede encontrar, en torno al fuego y al humo, un hilo conductor entre “Richard trajo la flauta” y este poema. En el primer caso leemos, al final de la tercera parte: “Fuego/ era la primera vez la gran primera vez/ y todo el silencio se reducía a escuchar/ a escuchar” (Morejón, 2006: 65); en el comienzo de “El tambor” la poeta nos dice: “Mi cuerpo convoca la llama. / Mi cuerpo convoca los humos” (Morejón, 2006: 118).

Este poema no solo contribuye a la unión entre poesía y música sino que, además, propone una relación directa entre música y sociedad: el tambor suena en los lugares identitarios (las catedrales, el mar) y se mimetiza con el propio cuerpo del yo lírico. La poeta se convierte en un tambor y su percusión se transfigura en poesía. Según el Diccionario enciclopédico de la música, el tambor fue utilizado por la población proveniente de África en sus diferentes versiones:

Las marimbas del sur de México y Guatemala, así como los tambores de piso ejecutados por la población negra de las costas de Colombia y Ecuador, se consideran de origen africano. (Latham, 2008: 70)

Un tercer poema es también interesante en esta relación recíproca entre poesía y música: “Las flautas“. Comienza con una cita de un poema escrito originariamente en nahuatl[17]: “Al menos flores, al menos cantos” (Morejón, 2006: 117). Esta vez, se llega a la relación con la música a través de un tercer camino: no relata una escucha, ni la reproduce, sino que la utiliza como una forma de expresar una tesis concreta sobre la muerte: las luchas colectivas nunca desaparecerán gracias al folclore tradicional del cual, en el caso de la población afrocubana, la música forma un apartado indispensable. El aspecto más combativo y menos psicológico se ve en los últimos dos versos, en los que se parafrasea al poema nahuatl inicial: “Oh flores enjauladas/ ¡Al menos cantos, al menos flores!” (Morejón, 2006: 117). Las flores, al morir con el paso del tiempo, se convierten en una segunda vida en flautas; esto es, en su memoria sonora: “Oh flores redivivas/ Oh flautas” (Morejón, 2006: 117). Esta idea en torno a la inmortalidad de la música aparece también en varios pasajes de “Richard trajo la flauta”, aunque de una forma más concreta, en relación con lo que Nancy Morejón llama “relatos”.

Los poemas de estos dos libros recurren a la producción de efectos sonoros con las palabras y al manejo de efectos rítmicos para ralentizar o acelerar los versos en función de su contenido. Por ejemplo, en “El tambor“, el ritmo del poema no está supeditado a una forma estrófica previa sino a la musicalidad propia de los rituales afrocubanos a los que hace referencia. En cuanto a los efectos sonoros, se pueden observar en “La flauta“, cuyo juego semántico entre “flautas” y “flores” se apoya, también, en ese sonido /fl/ que hace sonar el texto.

Más allá de Richard trajo su flauta y otros poemas y de Elogio de la danza, el resto de la obra de Morejón es un tributo a la música como creadora primaria de culturas. Por ejemplo, su último poemario, La quinta de los Molinos, está lleno de alusiones a la música popular cubana, lo cual “denota que aquella flauta de Richard Egües no era un hecho coyuntural sino que había llegado para quedarse” (Mateo y Prieto, 2011: 394).

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Las intersecciones entre música y poesía no son un hecho nuevo sino que, como hemos visto, nacieron en un mismo tiempo y comparten características técnicas muy evidentes, como la importancia del ritmo y de la respuesta del público. Fue la elitización de parte de la literatura y de la poesía, esto es, la restricción de este público y el transporte a salones cerrados de cortes muy alejadas de lo popular, lo que hizo que estas dos artes se concibieran, hasta hoy, como disciplinas que han de darse la espalda. Sin embargo, en el siglo XX (y en la actualidad, también) fueron muchos los y las cantantes que se denominaron “cantautores” como una forma de expresar la relevancia poética de su obra musical. En todos ellos predominaba una característica: une crítico en la visión de la sociedad y una cercanía mayor a la realidad de las clases populares.

Nunca se logró esa separación total y siempre hubo poetas que quisieron recitar en las plazas como trovadores para evitar, así, alejarse del mundo del que escribían. Proyectos poéticos con una finalidad totalmente opuesta a la elitización literaria conservaron estas intersecciones. Nancy Morejón constituye una de estas salvaguardas, especialmente por su relación con la cultura afrocubana y con los sonidos que nadie logró silenciar.

Bibliografía

ABUDU, Gabriel A. “African oral arts in Excilia Saldaña’s Kele”. Afro-Hispanic Review. Vol 21. Nº 1-2, 2002, pp. 134-143.

AGUIAR PATRIOTA, Antonio de, “A Herença Africana no Brasil e no Caribe”, en Henrique Cardim, Carlos y Gama Dias Filho, Rubens (org.). A herença africana no Brasil e no Caribe. Brasilia, Fundação Alexandre de Gusmão y Ministério das Relações Exteriores, 2011.

AIXELÁ CABRÉ, Yolanda y MARTÍ PÉREZ, Josep (eds.). Estudios africanos. Historia, oralidad y cultura. Barcelona, CEIBA y Centros Culturales Españoles de Guinea Ecuatorial, 2008.

CASTELLANOS, Jorge y CASTELLANOS, Isabel. Cultura afrocubana. Letras, música, arte. Miami, Ediciones Universal, 1994.

GUILLÉN, Nicolás. Obra poética: 1920-1972. La Habana, Editorial de Arte y Literatura, 1974, vol. 1.

HALFFTER, Cristóbal. Música-Poesía: semejanzas y diferencias. Madrid, Visor Libros, 2007.

LATHAM, Alison. Diccionario enciclopédico de la música. México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2008.

MATEO, Margarita y PRIETO, Alfredo. “De orichas y güijes: la poesía de Nancy Morejón”. Revista Iberoamericana. Vol 77. Nº 235, Abril-junio 2011, pp. 381-406.

MOREJÓN, Nancy, Antología poética. Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamérica, 2006.

OKPEWHO, Isidore. African Oral Literature: Backgrouns, Character and Continuity. Bloomingtond Indianapolis: Indiana University Press, 1992.


[1] Césaire escribió años más tarde los textos base de la cultura crítica y académica de la negritud: “Discurso sobre la negritud” (1950) y “Discursos sobre el colonialismo” (1955).

[2] Este es el primero de sus cuatro ensayos. Reflexiona acerca de las relaciones entre la población negra y la blanca, centrando su relato en Martinica y en París.

[3] Con ‘Casa Grande’, Freyre hace referencia a los molinos de azúcar donde trabajaban de forma esclavizada buena parte de la población negra que llegó a Brasil. Este título fue también traducido al español como Los Maestros y Los Esclavos.

[4] Muestra de ello es, por ejemplo, el poema «Guitarra», de Nicolás Guillén, pero también otros textos incluidos en el libro Sóngoro cosongo y otros poemas (1931): «La canción del bongó», «Canto negro», «Rumba», etc.

[5] Precisamente dos de sus cuatro ensayos versan sobre Nicolás Guillén, muestra del hilo conductor entre este y la poesía de Morejón: Recopilación de textos sobre Nicolás Guillén (1974) y Nación y mestizaje en Nicolás Guillén (1980). También el propio Guillén habló muy bien de ella en un texto que incluyó en la edición de La rueda dentada de 1973.

[6] Ha publicado los siguientes títulos de poesía: Mutismos (1962); Amor, ciudad atribuida (1964); Richard trajo su flauta y otros argumentos (1967); Parajes de una época (1979); Elogio de la danza (1982); Octubre imprescindible (1983); Cuaderno de Granada (1984); Piedra pulida (1986); Baladas para un sueño (1991); Paisaje célebre (1993); La quinta de los molinos (2000).

[7] Se trata de una religión politeísta llevada a la isla gracias a los barcos negreros de esclavos que provenían de lo que hoy llamaríamos Nigeria. En sincretismo con el cristianismo imperante tras la conquista hispánica surgió la santería.

[8] Lo afirma en el marco de su análisis de Kele, libro de cuentos de Excilia Saldaña (1946-1999), donde cada uno de los relatos es introducido por un proverbio africano como forma de valorar la sabiduría ancestral y de ahondar con la reivindicación de los orígenes.

[9] Fernando Ortiz tuvo en la criminología (Los negros brujos, 1906) sus primeras inquietudes. De ahí se fue directamente a realizar estudios de los afrocubanos (Glosario de afronegrismos, 1924 o Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, 1940), en los que estudió muchos elementos históricos y económicos de la población negra en la isla y, como elemento indispensable para conocer bien a los afrocubanos, publicó diversos libros sobre etnomusicología: De la música afrocubana (1934), La africanía de la música folklórica de Cuba (1950) y Los instrumentos de la música afrocubana (1952-1955).

[10] Alicia Alonso (1921) fue la primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba y también se ha desempeñado como coreógrafa. Condecorada con numerosos premios, es una de las figuras del baile clásico más distinguidas de Iberoamérica.

[11] Existen dos poemas titulados con el nombre de este tipo de composición musical dedicada a las misas de difuntos: «Réquiem para la mano izquierda» en Richard trajo su flauta y otros poemas y «Réquiem» en Cuaderno de Granada. Más información sobre este tipo de composiciones musicales en Diccionario enciclopédico de la música (2008) de Alison Latham.

[12] Marta Valdés es una importante cantante y actriz cubana nacida en 1934.

[13] César Portillo de la Luz (1922-2013) fue un guitarrista y compositor cubano que también contribuyó al mapa cultural afrocubano.

[14] Ela O’Farrill (1930 – 2014) fue una compositora y cantante cubana cuya canción más importante se titula precisamente «Adiós felicidad».

[15] En el poema también se mencionan otros músicos cubanos como Romeu (1945): “Sin el menor ruido / con las venas del coñac y el danzón de Romeu” (Morejón, 2006: 61).

[16] Los dos instrumentos mejor valorados en el poema, la flauta y el clarinete, son los dos que tocaba Richard Egües.

[17] Se trata del poema “Cantos de Huexotzingo”, en el cual el yo lírico se lamenta de que toda la fama cosechada en la vida perecerá rápidamente y se consuela con que al menos los cantos permanezcan inmortales.

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Qaica ca machaqca. Rap y resistencia lingüística entre jóvenes qom del Gran Buenos Aires

Por: Victoria Beiras del Carril, Paola Cúneo y Cristina Messineo*

Imagen de portada: Facebook de Eskina Qom (Gráfica G. Bouquet)

 

Las autoras reflexionan sobre ciertas formas propias del habla qom que se introducen y refuncionalizan en las composiciones del grupo de rap Eskina Qom del Gran Buenos Aires. Esta banda de “rap originario” –como la definen los propios actores– construye y redefine una particular identidad juvenil y étnica. El uso performativo e indexical del lenguaje (en este caso a través de la lengua indígena) en su máxima potencia, es decir, señalando e invocando marcos prototípicos de modos y géneros de habla tales como los consejos (nqataxacpi) y las rogativas (natamnaxacpi), ponen en escena una experiencia que los vincula con formas propias y distintivas de ser qom.


Durante 2012, en Derqui, a 60 km. de la capital donde se ubica uno de los principales barrios qom/toba del Gran Buenos Aires, cinco hermanos, primos y amigos formaron Eskina Qom, la primera banda de “rap originario” local.  Comparten con otras bandas del género temáticas de denuncia a situaciones de marginación, discriminación, violencia y desigualdad y, en términos de performance, el freestyle y el battling.  En distintas regiones de Latinoamérica, jóvenes que se autoidentifican como indígenas están generando discursos y prácticas en torno y a través del rap, un modo de arte verbal que se constituye como canal emergente de prácticas comunicativas e identitarias en contextos multilingües e interculturales.

En sus derivas futuras, pasando por distintas formaciones hasta la actual integrada por dos hermanos, Eskina Qom articuló diversas experiencias vinculadas con la lengua vernácula y las volcó en la composición de sus rimas, en la difusión de su música en redes sociales y en sus presentaciones en distintos escenarios barriales y del rap local. A través de sus letras, estos jóvenes toba/qom se apropian de la lengua indígena de un modo distintivo y en este movimiento ponen en tensión ―y complejizan― el vínculo entre lengua e identidad. En este tipo de arte verbal se condensa el repertorio lingüístico en idioma qom de esta generación. Si bien ellos no son hablantes fluidos de la lengua, todas sus composiciones están atravesadas por elementos del léxico cotidiano, juegos de palabras, órdenes domésticas, canciones de cuna y bromas entre pares emitidas en qom l’aqtaqa. Estos usos particulares son parte de una experiencia que los vincula con formas propias y distintivas de ser qom.

Nos interesa reflexionar aquí sobre ciertas formas propias del habla qom que se introducen y refuncionalizan en las composiciones de Eskina Qom. Se trata específicamente de la frase qaica ca machaqca (literalmente, ‘no hay ninguna cosa, no haya nada más’) utilizada o bien para responder a un saludo o a un agradecimiento, o bien como fórmula de cierre en ciertos géneros del arte verbal qom, que son reactualizados en el rap. Dicha frase no tiene en sí misma un significado fijo o referencial, sino puramente comunicativo que cobra su particular sentido en cada contexto de emisión, y presupone siempre un interlocutor o una audiencia competente comunicativamente, que conozca las normas comunicativas e interaccionales qom. Consideramos que esta apropiación forma parte de una estrategia que construye un espacio singular de agenciamiento y de conexión con “las costumbres qom”, reivindicadas en estos términos por los jóvenes raperos.

Esta banda de “rap originario” –como la definen los propios actores– construye y redefine una particular identidad juvenil y étnica.

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Las y los jóvenes qom nacidos a partir de la década de 1980 en diversas zonas del Gran Buenos Aires se vinculan de distintas formas con la lengua indígena (qom l’aqtaqa) que viajó con sus padres y abuelos desde el Gran Chaco. La gran mayoría comprende ciertas emisiones y las produce en ámbitos comunicativos específicos, pero la lengua en la que fueron escolarizados y usan de manera cotidiana es el español. Los adultos con los cuales se criaron priorizaron el español en la comunicación con sus hijos. Aun así, les transmitieron algunos de sus patrones comunicativos mediante canciones de cuna, advertencias y órdenes domésticas. De esta manera, los jóvenes poseen una competencia receptiva de la lengua indígena que les permite devolver un saludo y aún entender un chiste, pero el manejo de la gramática y la mayor parte del vocabulario toba quedan fuera de su alcance. Tienen, no obstante, la habilidad de desplegar sus saberes bilingües, mediante el uso de palabras “torcidas” (según los adultos) que combinan de manera creativa con el español en juegos verbales y bromas entre pares.

 

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 Eskina Qom pone en práctica la “mezcla” de idiomas y variedades en la composición de sus letras y rimas, y así expresa oposiciones a las concepciones hegemónicas, tanto intra como intergrupales, que reclaman la competencia gramatical de la lengua “pura” como prueba de una identidad indígena auténtica. Pero no es en el mero uso de la lengua indígena donde estos jóvenes encuentran identificaciones, sino en los usos bilingües y mezclados que definen fronteras étnicas de una manera propia y distintiva. Porque son usos que están constituidos por su propia experiencia de indigeneidad,[i] que en este caso incluye formas particulares de apoderarse de la lengua y darle continuidad en un contexto urbano en el que sigue perdiendo lugar ante el español. De este modo, observamos cómo los jóvenes interpretan lo que les es transmitido y son agentes activos en la (re)generación de prácticas lingüísticas y en la emergencia de nuevas etnicidades.

 

Qaica ca machaqca: Recontextualización de voces

En la “mezcla” de lenguas y en la confluencia del rap en tanto género, que permite una construcción a partir de fragmentos y del sampleado como técnica musical de naturaleza híbrida, se habilita la emergencia de un espacio discursivo que posibilita la yuxtaposición de voces y de géneros. En la concepción clásica de Bajtín, los géneros discursivos constituyen marcos relativamente estables, transmitidos históricamente, que orientan la producción discursiva. Si bien están fuertemente convencionalizados y ligados a las prácticas sociales, al mismo tiempo, son flexibles y abiertos a la manipulación en cada ejecución (Bajtín 1979). Al hacer foco en esta manifestación artística contemporánea, observamos que el carácter estable es realmente relativo y que los géneros no son estáticos sino que se manifiestan de maneras creativas y únicas en cada ejecución (Finnegan 1991). Desde una perspectiva etnográfica, que se aleja de la idea de géneros fijos, “puros”, normativos e independientes del tiempo y la cultura (Bauman 1975), nos interesamos por las dinámicas de la ejecución y la práctica. En este marco pensamos el rap qom como género emergente y como recurso para la ejecución, disponible a los jóvenes indígenas para llevar a cabo ciertos fines sociales en un contexto determinado.

En estos contextos, los géneros poseen una “capacidad social”, es decir que dan forma/moldean y a la vez son formados/moldeados por la edad, el género, la clase social, la etnicidad, el tiempo, el espacio, etc. (Bauman y Briggs 1990). En tanto los géneros son fuertemente dialógicos, una emisión o fragmento puede yuxtaponer lenguaje extraído de contextos culturales, sociales y lingüísticos alternativos y, de esta manera, invocarlos.

Dentro de esta perspectiva, vemos que el rap pone en juego otros géneros de la comunicación qom, como ciertas fórmulas del habla cotidiana (el saludo y la repuesta a un agradecimiento) la rogativa y el consejo en un proceso de recontextualización y refuncionalización de géneros valorados. Los estudios sobre recontextualización de géneros (cf. Bauman 1975, Bauman y Briggs 1990, Briggs y Bauman 1992) demuestran justamente que un género no es un objeto lingüístico invariante sino un conjunto de prácticas discursivas que relacionan una ejecución particular con ejecuciones previas. Ahora bien, ¿qué es lo que el texto recontextualizado trae consigo de su/s contexto/s anterior/es y qué forma, función y significado emergente se le adjudica cuando se lo recontextualiza?

En el siguiente verso, observamos el uso de la frase fija qaica ca machaqca, en lengua qom, que aparece como introducción, estribillo, y título de la canción.

 

Qaica ca machaqca (En el disco Rap Originario)[ii]

 

Me incremento con la fuerza de mi gente que me hace más ligero, fueron más de cientos

Siento que los hijos sin aliento de un guerrero que guerrea y acarrea todo el día

Qaica qaica qaica qaica ca machaqca

qaica qaica qaica qaica ca machaqca

Sepan apreciar

qaica qaica qaica qaica ca machaqca

qaica qaica qaica qaica ca machaqca

Sepan apreciar

Con respeto me presento, uso tu dialecto pa’ que entiendas el contexto

Busco soluciones al respecto

 

Como señalamos arriba, la frase qaica ca machaqca funciona en la comunicación qom como una respuesta fija al saludo cotidiano. Su significado es ‘está todo bien’, ‘no pasa nada’, ‘no hay problema’.

A: ―La’ ỹaqaỹa

B: ―La’ ’ena’enaxa

A: ―No’on, qaica ca machaqca

Hola, hermano.

Hola, ¿cómo estás?

Bien, todo bien.

 

Además, otra de las rutinas comunicativas en las que se utiliza esta fórmula es en la respuesta al agradecimiento:

A: ―Ña’ achic

B: ―Qaica ca machaqca

Gracias.

De nada.

 

Imagen: Facebook Corco Bravo

Imagen: Facebook Corco Bravo

 

 

Aconsejar y pedir entre los qom. La fuerza performativa del lenguaje

Los consejos (nqataxacpi) y las rogativas (natamnaxacpi) son dos géneros orales reconocidos como modos de habla “propiamente qom”, y poseen un rol crucial en la construcción de relaciones y en la regulación del control social.

 

Nqataxac (el consejo) y la regulación del espacio social

El nqataxac ha sido ampliamente estudiado, no solo por la importancia social que posee si no por su capacidad de integrarse y refuncionalizarse en los escenarios sociopolíticos, religiosos y artísticos actuales.

Desde el punto de vista social, es una forma de habla que guía a los niños y jóvenes a conformar un conjunto de conductas y precauciones respecto del mundo circundante. De este modo, constituye una de las principales herramientas pedagógicas del proceso de socialización infantil, porque una parte del conocimiento transmitido por los adultos es adquirido por los niños y jóvenes a través de este tipo de discurso.

Si consideramos que la educación se caracteriza fundamentalmente por ser no autoritaria y que se evita el castigo físico hacia los niños, los consejos constituyen medios eficaces para transmitir ciertos contenidos culturales, reglas sociales y pautas morales de manera no coercitiva y juega un rol fundamental en la regulación del comportamiento en la vida cotidiana y en el control social. Especialmente orientado a reproducir y explicar las reglas sociales y los valores éticos del grupo, su función es prevenir ciertas conductas que podrían sobrepasar los límites social y culturalmente establecidos.

Los peligros que encierra la noche, la importancia de madrugar, el respeto por las entidades no humanas, la necesidad de dormir orientado hacia la salida del sol, el favorecimiento de la endogamia, la prevención del divorcio, la hospitalidad, la amistad y el respeto por los ancianos constituyen algunos de sus tópicos principales. Los temas del nqataxac se relacionan también con el aprovechamiento de los recursos del monte, las técnicas de caza y recolección y la demarcación de ciertos espacios cosmológicos. En la actualidad, es un género altamente productivo que no sólo se utiliza en la educación infantil, sino también como un medio de persuasión en la política y en la prédica religiosa. Así también, el consejo puede constituir un recurso comunicativo poderoso en la construcción de relaciones intersubjetivas e interétnicas. Muchas veces los consejos permiten crear nuevas relaciones o consolidar otras ya establecidas.

El siguiente es un consejo relacionado con las pautas y conductas respecto del matrimonio (Messineo 2014: 41-44):

Consejo: ’Am ’auadoneguet qome aca qa’añole yoqta ’analoxoua

(Casate con una jovencita que sea de tu misma edad)

Na nqataxaqpi

lqataxaqpi na qom

da ỹapaxaguen na llalec

da ña nsoqolec qata qa’añole

 

 

Ñi ỹa’axaiquiolec

da ỹapaxaguen

ñi llalec nsoq nache

enac da l’aqtaq

 

’Am ’auadoneguet qome aca qa’añole

ỹoqta

’analoxoua

qataq… saishet da

’adoua aca

saishet da ’adhuo’ lashe

qataq da mashe ’auadon

nache ’aỹotaoga catae’ ’adma

qata ’auadon da mashe ’auaỹaten da ’ane ’epe

qata ’auaỹaten da ’auo’onataxan

qata ’aualaxaguet ca qadta’a

qata ’aualaxaguet aca ’qadate’e

 

qaq da sano’on

aso ’adhua

nache ’anqo ’ona ca pi’oxonaq

’anqadenot

Qanataden ỹaqto no’oita

Qaica camachaqca

Estos (son) los consejos,

los consejos de los qom

que enseñan a sus hijos

cuando todavía son jovencitos y jovencitas.

 

El anciano

enseña

a su joven hijo, y

(le) dice estas palabras:

 

Casate con una jovencita

que realmente

sea de tu misma edad

y… no

te cases…

si (ella) no es tu pariente

y cuando ya estés casado

entonces apartate a tu chocita

y casate cuando ya sepas cazar

 

y sepas trabajar

y obedece a tu padre

y obedece a tu madre.

 

y si se enferma

tu esposa

entonces debés ir al médico

para que la cure.

Le darán medicina para curarla.

Y ya no habrá más problema.

 

En el ejemplo, qaica ca machaqca funciona como fórmula performativa de cierre o coda, que posee la única función de indicar el final del evento comunicativo, señala el cierre o el final de la ejecución, con el significado de ‘nada más’ (equivalente a ‘acá termina’).


Natamnaxac (la rogativa) o el arte de pedir

La rogativa es una invocación utilizada como pedido o súplica ante situaciones de caza, pesca o recolección, de necesidad o trabajo, de enfermedad, nacimiento o muerte. Antiguamente utilizadas por los mariscadores (cazadores, pescadores, recolectores y meleros) y por los piʔoGonaqpi (chamanes), las rogativas poseen vigencia en la actualidad y juegan un rol fundamental en las relaciones entre entidades humanas y no-humanas a la vez que constituyen un poderoso recurso para pedir protección y compasión en diversas situaciones de la vida cotidiana.

De uso extendido y general, el término natamnaGakpi (rogativas) deriva del verbo natamen ‘orar, rezar’, y constituye también el nombre que se utiliza en contextos religiosos tanto católicos como evangélicos para denominar al rezo y a la oración. Las rogativas persiguen propósitos definidos y buscan obtener resultados concretos, como por ejemplo curar los elementos de caza y pesca, pedir permiso para mariscar y obtener buenas presas en la marisca, implorar por la salud y el bienestar de una persona enferma o por alguien que se halla en situación de desgracia o conflicto. Veamos un ejemplo:

Ruego a no’ouet (el ser del monte)

’am no’ouet

aỹem ’achoxoden na na’aq

’anataden

na ỹasoshic

’anataden

na ỹaqaỹa

yaqto’ no’oitta

qaica ca machaqca

 

Vos, espíritu del monte,
compadecete de mí en este díacuráa mi sobrino
curáa mi hermano
para que esté sano.
Nada más.

Desde el punto de vista comunicativo, se trata de un discurso persuasivo que busca convencer al destinatario –la entidad invocada– de que algo se realice. De tono suplicante, la rogativa posiciona al enunciador en una actitud de imploración y humildad que, en términos de la lengua qom, aparece expresada mediante la forma verbal ʔachoGoden ‘compadecete de mí’ (Cúneo y Messineo 2017).

Al igual que en el consejo, las rogativas pueden concluir con la frase qaica ca machaqca, que señala el cierre o el final de la ejecución.

 

***

Nos preguntamos qué es lo que se está intentando transmitir al utilizar esta fórmula como parte de las composiciones del “rap orginario”. Las respuestas deben ser varias, pero desde la perspectiva del lenguaje no solo con función denotativa sino también performativa, estos jóvenes “hacen cosas con las palabras”. Traen a escena el lenguaje de uso cotidiano y la tradición de géneros discursivos mediante la sola mención de la frase en toba qaica ca machacqa. Y aquí vemos el uso performativo e indexical del lenguaje (en este caso a través de la lengua indígena) en su máxima potencia, es decir, señalando e invocando marcos prototípicos de modos y géneros de habla.  Es lo que Urban (1991) denomina la función metacultural del lenguaje, mediante la cual el ejecutante (narrador, cantante) conecta el discurso actual (el rap) con otros disponibles en su comunidad para infundir en la audiencia un sentimiento de pertenencia.

Según Bauman y Briggs (1990), el análisis de los procesos y prácticas de recontextualización constituye un medio para investigar e iluminar problemas sociales y culturales más amplios ―en nuestro caso, algunas formas de relaciones sociales y de autodefiniciones étnicas. En tanto decontextualizar y recontextualizar un texto son actos de control, de poder, observamos que mediante el control y la puesta en acto [enacting] de géneros discursivos se indexan también roles sociales (Foley 1997). Entonces, la ejecución de una forma textual ―en nuestro caso, del rap― puede llevar consigo marcos prototípicos de modelos genéricos invocados ―fórmulas del habla cotidiana, la rogativa y el consejo. Es así que las elecciones son estratégicas y reflejan objetivos ideológicos y políticos (Briggs y Bauman 1992).

 

Lenguas, identidades

La “mezcla” de lenguas que activan estos jóvenes a través del rap desafía la noción de lengua “pura” como diacrítico de la identidad, impuesta tanto por la sociedad hegemónica como por la generación de adultos qom. Es decir, se opone a las construcciones que reclaman que “sólo la presencia plena de la lengua vernácula sería una credencial irrefutable de la existencia de un sujeto aborigen auténtico, con identidad cultural propia” (Lazzari 2010).

Para estos jóvenes, entonces, la indigeneidad no residiría en el uso “adecuado” de la lengua indígena. Lo que los «hace» qom son otros elementos que, aunque incluyen sus propias formas de esencialismo estratégico (cf. Muehlmann 2008), son dinámicos, diversos, heterogéneos y distintos de los hegemónicos. Y es a través del juego verbal bilingüe que se presentan y se ponen en discusión las ideologías lingüísticas y los significados étnicos y sociales  (cf. Sherzer 2002: 96-106).

Observamos que en, el plano referencial, en sus letras reproducen ciertos discursos del sentido común asociados a formas “tradicionales” de ser indígena (como el anclaje al territorio, la lengua, la cosmovisión, formas de organización social, la vestimenta). No obstante, a nivel indexical, a través del uso de recursos lingüísticos y (meta)comunicativos, como la reactualización de rasgos genéricos, se observa innovación, insubordinación, resistencia y creatividad lingüística.

***

El recorrido que hicimos en este escrito también nos muestra que los conceptos de vitalidad lingüística o muerte de lenguas son relativos, que las situaciones de las lenguas no son estáticas ni definitivas y que el uso de las mismas implica procesos dinámicos que dependen, tanto del deseo y la voluntad de sus hablantes por mantenerlas o recuperarlas, como de las políticas lingüísticas del país en el que esas lenguas se hablan. Es fundamental tener en cuenta la complejidad que subyace a la relación lengua/identidad étnica y hacer hincapié en la correspondencia no directa o no unívoca de este vínculo.

La noción de bilingüismo que adoptamos incluye no sólo la habilidad productiva de las dos lenguas sino también el uso receptor de una ellas, así como los sentimientos de pertenencia e inclusión social dentro de un colectivo. Esta situación excede el campo exclusivamente lingüístico, porque “saber una lengua”, involucra, en este sentido, rasgos que trascienden el código lingüístico y se vincula con escenarios sociales e identitarios particulares (Messineo y Hecht 2015).

[i] Estamos de acuerdo con Marisol de la Cadena y Orin Starn en que “la indigenidad surge sólo en campos de diferencia y mismidad social más amplios; adquiere su significado ‘positivo’ no de algunas propiedades esenciales que le son propias, sino a través de su relación con lo que no es, con lo que le excede o le falta […]  Esto no quiere decir que la condición indígena sea de algún modo derivativa o carente de visiones y direcciones poderosas de sí misma. Lo que quiere decir es que las prácticas culturales, las instituciones y la política indígenas se hacen indígenas en articulación con lo que no se considera indígena en la formación social particular en la que existen” (2009: 196).

[ii] https://soundcloud.com/amambay100000/caixa-machaqca


*Becaria e investigadoras del Instituto de Lingüística, FFyL, UBA. CONICET.

Mundos Sonoros: cruces, circulaciones, experiencias

Por: Raúl Minsburg

Imagen: Detalle de la obra waveforms de Ana Paula Hall con diseño sonoro de Ricardo de Armas.

Raúl Minsburg, reconocido compositor, docente e investigador, hace un breve recuento de lo visto y, sobre todo, lo escuchado en el I Simposio Internacional de Arte Sonoro celebrado en la ciudad de Buenos Aires. Un evento que, como nos cuenta el autor, abre la puerta a nuevas formas de experimentar y reflexionar la historia, los afectos y los cuerpos a través de los sonidos.


En sintonía con el creciente interés que el arte sonoro viene teniendo en Latinoamérica en los últimos años –un interés que, más allá de lo académico, vincula nuevas prácticas, estudios y discursos–, en los días 13 y 14 de septiembre se realizó el I Simposio Internacional de Arte Sonoro “Mundos Sonoros: cruces, circulaciones, experiencias”. Organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, en donde además se anunció el lanzamiento de la Especialización en Arte Sonoro. El simposio abrió un espacio para el estudio integral del sonido, un objeto múltiple y complejo pensado como un elemento en sí mismo y, a la vez, en relación con sus formas de funcionamiento a partir de cruces multidisciplinares del arte con distintos campos. El evento reunió a 60 expositores –investigadores, docentes, artistas y estudiantes de Uruguay, Chile, Perú, Brasil, Colombia, México e Inglaterra– y a una cantidad sorprendente de público que asistió para escuchar las presentaciones.

Hace más de cuarenta años, Jacques Attali comenzaba su célebre ensayo Ruidos con una idea que marcó la reflexión sobre lo sonoro hasta el día de hoy: “El mundo no se mira, se oye. No se lee, se escucha”. ¿Qué quiere decir escuchar el mundo? ¿Cuáles son los múltiples e infinitos sonidos que produce el mundo? ¿Qué tipo de informaciones nos dan? ¿Qué sensaciones generan? ¿Qué afectos movilizan? ¿Cómo aprendemos a escuchar, reconocer, percibir e interpretar esos sonidos? Difícil de encasillar, el arte sonoro problematiza el vínculo de la sociedad y la cultura con el sonido, así como los modos de escucha. Desde perspectivas históricas, geolocalizadas, hasta aquellas que indagan más puntualmente en la relación con la tecnología. La convocatoria del evento giró en torno a una serie de ejes como “Paisaje, territorio y comunidad”, “Arte Sonoro en Latinoamérica”, “Representación, transcripción y sonificación”, “Luthería electrónica y Tiempo Real”, “Percepción y escucha”, “Imagen, gesto y sonido”, “Arte Sonoro y Educación”, “Patrimonio y Comunidad” y “Arte sonoro, género y sexualidades”.

En el cruce entre sonido y tecnología está, por ejemplo, el trabajo de Leandro Garber y Tomás Ciccola, quienes diseñaron AudioStellar, un instrumento musical virtual que utiliza técnicas de inteligencia artificial y que “agrupa sonidos de corta duración y reduce su dimensionalidad con el objetivo de visualizarlos y generar una plataforma de exploración y composición sonora orientada a productores, artistas sonoros y músicos tradicionales y experimentales”.

Mediante un trabajo de construcción colectiva de memoria sonora y de creación plástica, con sistemas de conducción mecánica de la vibración, Leonel Vazques convierte árboles en instrumentos fónicos, gargantas que además de sonar, agencian la voz. El resultado es Cantos silentes en cuerpos de madera, un proyecto artístico y social que aporta en la resignificación de los hechos de violencia a través de ejercicios de reconstrucción de la memoria con comunidades afectadas por el conflicto armado en Colombia.

“¿Cómo se relaciona el sonido con el acontecimiento? ¿Cómo damos cuenta de los datos de auralidad, de aquello que escuchamos y puede volverse signo, idea, conocimiento?”, se pregunta Francisco “Tito” Rivas en su exposición sobre ese fenómeno tan impactante en la memoria colectiva de los habitantes de la Ciudad de México como fue el sismo que el pasado 19 de septiembre de 2017 asoló la ciudad y conmovió a todo el continente. El acontecimiento quedó grabado en la memoria –y en los cuerpos– de los habitantes, en relación con lo sonoro y con la escucha en el momento del desastre y luego con el silencio, factor clave e indispensable para la búsqueda entre los escombros. “Ciertamente –señala el docente e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México– no a todos los acontecimientos nos podemos vincular auralmente, la historia nos ha acostumbrado a buscar el acontecimiento más bien en un texto escrito, o acaso en una imagen, una pintura, una fotografía, incluso un video. Pero una comprensión aural de la historia pareciera ofrecernos otra forma de acercarnos al pasado”.

Desde propuestas como estas, que abordan el sonido como un elemento central en la construcción de la memoria de un acontecimiento traumático, o aquellas sobre sonido y tecnología; hasta otras que exploran lo sonoro en articulación con sexualidades y posiciones de género, la amplitud y la apertura de la convocatoria del I Simposio Internacional de Arte Sonoro están a la altura de un arte que se constituye como un campo de experimentación y como un núcleo de conocimiento emergente y transdisciplinar, que parte del sonido para converger con otras prácticas artísticas y con disciplinas humanísticas y de las ciencias exactas. La danza, los videojuegos, la imagen, el teatro, la historia, la antropología, el espacio y el territorio, la sociología, la acústica, la física, la cognición son algunos de los ámbitos que se entrecruzan con el sonido en exposiciones que, además, reflexionan sobre la escucha. Este espectro amplio de enfoques pone en evidencia el campo fértil del núcleo de conocimientos que se está produciendo hoy alrededor de estos temas.

Sirenas del 13 de noviembre

 Por: Esteban Buch

Traducción a cargo de Juan Abadi, revisada por el autor.

Fuente: artículo publicado originalmente en Critique n°829-830 (junio-julio 2016), p. 485-501, bajo el título « Sirènes du 13 novembre ». Se reproduce la traducción al castellano con la autorización de la revista.

Imágen: Eagles of Death Metal en Bataclan, 13 de noviembre, 2015.

Esteban Buch, profesor de la École des Hautes Études de París especializado en las relaciones entre música y política, analiza el atentado terrorista que tuvo lugar el 13 de noviembre del año 2015, cuando la banda de rock Eagles of Death Metal tocaba en la Sala Bataclan. En el texto, Buch analiza la estética y el género musical de la banda buscando indagar en las conexiones entre el rock, el placer y la violencia.


O, look we are so! Chamber music. Could make a kind of pun on that. It is a kind of music I often thought when she. Acoustics that is. Tinkling. Empty vessels make most noise. Because the acoustics, the resonance changes as the weight of the water is equal to the law of falling water. Like those rhapsodies of Liszt’s, Hungarian, gipsyeyed. Pearls. Drops. Rain.

James Joyce, [“The Sirens”], Ulysses [1]

 

Esa noche, Juliette, de seis años, fue la primera en comprender que había en el aire algo anormal. Todos esos ruidos en la calle, protestaba ella con las manos sobre los oídos, mientras su padre, como todas las noches, le cantaba canciones de los Beatles para dormirla. No usó la palabra “sirena”, que reservaba a la mujer-pez cuya silueta había proyectado en el techo desde su cama, con su linterna mágica. Pero fue un coro de sirenas aullantes el que la acompañó al hundirse en sus sueños. Apenas tuvo los ojos cerrados, su padre dejó la guitarra y fue hacia la ventana que daba sobre el cruce de avenidas a pocas cuadras del Bataclan. Descubrió estupefacto la procesión de ambulancias, de camiones de bomberos, de autos de policía, llevando heridos a todo lo que da  hacia el hospital Saint-Louis, o yendo al rescate de la gente prisionera en la sala de conciertos del boulevard Voltaire. Segundos más tarde, respondiendo al llamado angustiado de su mujer, la televisión lo sumergió en el horror.

Las alertas continuaron largo rato aquella noche, invadiendo sus oídos y los de su hija dormida. Se mezclaban sin otro orden que el ritmo contingente de las urgencias, las sirenas “dos tonos” la-si de los bomberos, la-re de los autos de policía, la-mi de los primeros auxilios, quizás la sirena la-fa# de la gendarmería, quizás algunas sirenas “tres tonos” de las ambulancias, do-mi-do-silencio”. Juntos, los “vehículos de interés general prioritario” y los “vehículos de interés general con facilidades de paso”, según dice el Código de Circulación, parecían constituir como un coro de alertas del Estado[2]. Reemplazaban a las grandes sirenas antiaéreas de la época de la guerra, cuyo silencio ya mostraba por sí mismo la novedad de los atentados del 2015[3]. La transcripción en dos o tres notas no dice cómo la circulación alocada de los socorros por el barrio modulaba en efectos Doppler los espectros e intensidades de esas melodías simples de la inquietud, compuestas por el ritmo caótico del acontecimiento. Ese coro de sirenas significaba el miedo y el sufrimiento, siendo que paradojalmente era la huella sonora de la gente que corría a aliviar el sufrimiento y el miedo, todos esos socorristas y “fuerzas del orden” que, quizás, en ese momento, estaban ellos mismos luchando con el miedo. Provenía sobre todo de las avenidas bajo las ventanas del departamento, y más tarde, una vez la circulación cortada por un auto de policía, de la televisión, cuyos equipos se habían instalado frente al Bataclan y los otros sitios de atentado, todos situados a menos de un kilómetro de su casa. Pronto no les prestaron más atención, impactados por tantas informaciones aterradoras, las primeras descripciones de las ráfagas de ametralladora sobre la gente en las veredas de los bares, los primeros testimonios de la masacre durante el concierto de los Eagles of Death Metal.

Ver en la tele los testimonios de esas terribles violencias, cuyas explosiones no habían oído directamente, suscitaba en ellos una emoción alimentada de pesadillas y de recuerdos. Como los del restaurante Le Petit Cambodge, que evocaba esa cena feliz de cumpleaños en la vereda, el verano pasado. Podría haber sido yo, podríamos haber sido nosotros, murmuraban, incrédulos.

En la voz de los sobrevivientes, algunos de los cuales habían visto a sus seres queridos caer bajo las balas de los fusiles kalachnikov, volvía este extraño comentario: “Cuando empezó creíamos que eran efectos de pirotecnia”; los primeros disparos “nos hicieron pensar en petardos” (“Les témoignages glaçants des rescapés du Bataclan”, Le Monde.fr, 15 de noviembre 2015). Un periodista vecino del Bataclan estaba trabajando mientras la tele pasaba una película policial: “Escuché un ruido como de petardos, al principio estaba convencido de que eran de la película. […] Pero me acuerdo que sentí como un petardo que explotaba en mi brazo izquierdo, y vi que chorreaba sangre.” (J. Pascual, “Attaques à Paris: “J’ai senti comme un pétard qui explosait dans mon bras””, Le Monde.fr, 14 de noviembre 2015) Disparos en una película, petardos en un concierto, son las deflagraciones comunes en un mundo en paz, cuando la violencia sonora queda atrapada en la ficción, en la fiesta, en la música. Qué abismal zambullida en lo unheimlich cuando te das cuenta que esos sonidos tan comunes anuncian algo totalmente diferente, una voluntad real de matar, de matarte. “Somos un grupo de rock, es difícil tapar el ruido de los parlantes, dirá por su parte el baterista Julian Dorio. Pero los primeros disparos eran tan potentes que en seguida me di cuenta que era algo grave.” (“Eagles of Death Metal discuss Paris terror attacks”, Vice, 25 noviembre 2015). Sí, y eso que la diferencia es mínima entre los dos espectros sonoros, aquel que trae el entertainment a los cuerpos y aquel que les trae la muerte, así como es insondable la distancia que separa dos mundos paralelos, uno donde el animal humano escucha la promesa de una alegría, otro donde lo persigue un predador despiadado.

Un efecto escénico, un tiro letal. La sensación de aturdimiento volverá al día siguiente, al descubrir lo que estaba pasando ahí a la vuelta, poco antes de que la niña se durmiera en su sueño de sirenas: el video del concierto de los Eagles of Death Metal filmado en el Bataclan justo cuando estallan los primeros disparos asesinos, donde se ve a Dave Catching, el guitarrista de larga barba blanca, dejar de tocar, sacarse el instrumento del hombro y retroceder estupefacto. La canción que estaban tocando a las 21:50 del 13 de noviembre del 2015 en París se llama Kiss the Devil:

 

Who’ll love the devil?…

Who’ll sing his song?…

Who will love the devil and his song?…

I’ll love the devil!… I’ll sing his song!…

I will love the devil and his song!…

Who’ll love the devil?…

Who’ll kiss his tongue?…

Who will kiss the devil on his tongue?…

I’ll love the devil!… I’ll kiss his tongue!…

 

El tema de Jesse “The Devil” Hughes y Josh Homme, del disco Peace, Love, Death Metal (2004), alterna esas estrofas con ritmo tranquilo y voz chirriante, y partes instrumentales donde, sobre un riff de guitarra y sin cambiar de tempo, la pulsación pasa a ser el doble de rápida. Pero en el video del Bataclan, durante uno de esos solos de guitarra, la ráfaga de disparos de la kalachnikov casi parece confundirse con los golpes vertiginosos de la batería, antes de que al cabo de un compás el desfase rítmico se vuelva evidente, y la música se detenga.

Con ella se detiene también el video, filmado por un espectador que, por lo que se ve, debió estar cerca de la puerta del fondo por donde entraron los asesinos. Seguro que esa persona estaba parada, como todo el público de la platea del Bataclan, “el bataclan [así sin mayúscula en el comunicado de ISIS] donde se habían juntado decenas de idólatras en una fiesta de perversidad” (“Attentats à Paris: Daech revendique les attaques”, Le Figaro, 13 noviembre 2015). Parado y, por así decir, desnudo ante las balas, más expuesto a los tiros que si hubiese estado sentado en una butaca. Claro que eso mismo le permitió moverse para tratar de salvarse, llevando en su teléfono ese extraordinario documento. Gracias a él, el mundo entero pudo ver la irrupción de la violencia pura en el espacio de una música que justo en ese instante, en un juego paródico, desafiaba al diablo buscando tomarlo por la cola. I’ll love the devil… I’ll kiss his tongue!… “París, capital de la perversión y orgullosa de serlo”, se lee al pie de una Marianne sexy de estilo manga, emblema de la República francesa que pronto alguien dejará frente al Bataclan en el memorial improvisado por las víctimas del 13 de noviembre.

 

Orgía musical y placer ordinario

El vínculo entre música y erotismo representa el mal en muchas concepciones puritanas de inspiración religiosa, que para destruirlo cometen en nombre de Dios actos de censura y persecución. Así es con ciertos fundamentalistas cristianos, especialmente en los Estados Unidos, y con la doctrina salafista que, aun distinguiendo entre la música a proscribir (haram) y los cantos de propaganda de los terroristas islamistas, enseña que escuchar música ilícita es “escuchar al diablo” y a la “encarnación de la fornicación[4]”.

Pero el imaginario erótico de la música existe también en tradiciones muy diferentes, que no siempre traen consecuencias represivas. En la Odisea, el mito de las Sirenas invita a una eterna variación sobre el vínculo entre la música y el goce, ese que lleva al borde de la muerte: “Primero llegarás a las Sirenas, las que hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas. Quien acerca su nave sin saberlo y escucha la voz de las Sirenas ya nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos, llenos de alegría porque ha vuelto a casa; antes bien, lo hechizan estas con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca.[5]” La alegría de la escucha está ligada tanto a la promesa del placer de la carne como a la del conocimiento histórico, ya que las Sirenas pretenden saber “todo cuanto los argivos y troyanos trajinaron en la vasta Troya por voluntad de los dioses”, y en general “cuanto sucede sobre la tierra fecunda[6]”. Sin embargo, el triunfo de Ulises, atado al mástil de su nave por sus camaradas, implica renunciar a un goce erótico cuya intensidad descubre abriendo bien los oídos: “Oyente pasivo, el hombre atado escucha un concierto como lo harán más tarde los oyentes en la sala de conciertos, y su ardiente imploración se desvanece tan pronto como los aplausos”, dicen Adorno y Horkheimer en La dialéctica del iluminismo[7].

Albrecht Wellmer lee allí la alegoría del nacimiento de una nueva experiencia de la belleza, “un goce [delight] que supone que la fuente del goce esté separada del objeto de deseo, un goce que se ha vuelto reflexivo, en suma, un goce estético[8]”. Rebecca Comay, por su parte, lee como sadomasoquista el imposible goce de Ulises, quien sobrepasando las instrucciones de Circe le ha pedido a sus hombres que hagan nudos “dolorosos” – “until it hurts”, dice ella traduciendo libremente en desmô argaleô[9]. Según ella, estos juegos de bondage no sólo conciernen a Ulises, atado al mástil para dejar que un canto “dulce como la miel” penetre sus oídos, sino también a sus camaradas, cuyos propios oídos él mismo llena de miel para volverlos pasivos y sordos después de haberlos persuadido por el miedo.

A la vez, en La dialéctica del iluminismo las Sirenas son también la voz de la industria cultural, ese lugar del placer estético degradado: “La radio pasa a ser la voz universal del Führer; surge de los altoparlantes de las calles y se vuelve el grito de las Sirenas anunciadoras de pánico, que apenas si se distingue de la propaganda moderna.[10]A priori, estas Sirenas totalitarias no tienen nada que ver con las tentadoras de Ulises, ni con la frágil criatura del cuento de Andersen “La pequeña sirena”, aun hoy la favorita de los niños. Sin embargo, ya en 1819 Charles Caignard de la Tour había asociado la técnica y la mitología al inventar una “máquina hidráulica” que podía funcionar tanto en el aire como en el agua. Más tarde se la usará para señalar la posición de los barcos, antes de servir para otros tipos de alerta[11]. “Al acercarse al puerto escuchó venir desde alta mar una queja desgarradora y siniestra, parecida al mugido de un toro, pero más larga y más potente, escribe Maupassant en 1888. Era el grito de una sirena, el grito de los buques perdidos en la bruma[12]”. Para Rebecca Comay, todas esas sirenas seductoras y aterradoras de las que hablan Adorno y Horkheimer responden a una misma lógica, el hilo de Ariadna del sonido que “penetra todos los orificios, invade todos los espacios[13]”.

La dialéctica del erotismo y el pánico, con “el género en disputa” como telón de fondo, está presente en ciertas concepciones de la música que, en vez de reprimirla, la instalan en el centro de un imaginario del placer y del riesgo. Y hay un género musical cuya mitología hace de la alianza del arte y el sexo una experiencia tan intensa que reivindica una forma de vida: es el rock. Es lo que ilustra la fórmula sex, drugs & rock’n’roll, y los excesos que trajo consigo. Baste leer ciertos testimonios de fans de Led Zeppelin, mujeres en este caso, sobre el cantante Robert Plant: “Hoy como ayer, Robert hace aullar a todas las chicas con sus ruidos sexuales tan sexy. Les juro que ese tipo la tiene parada en cada concierto. Orgásmico.” O sobre los solos de guitarra de Jimmy Page: “Orgasmos eléctricos prolongados”, “Mejor que el sexo”. O también, sobre Led Zeppelin en concierto: “Euforia. Pura iluminación. Sobrenatural. Orgásmico[14].”

Jesse “The Devil” Hughes, en cambio, describe el vínculo entre música y sexo de una forma más bien cruda: “Mi padre solía decir que hay dos tipos de bandas de rock. Está la banda de rock que sale y se masturba para que todos la vean, y la banda de rock que sale y se coge a todos los de la sala”, dice en el documental The Redemption of the Devil (2015)[15]. The Eagles of Death Metal se parece bastante a una caricatura del cock rock, ese rock machista donde las mujeres se parecen al estereotipo sexista de la tapa de su último disco Zipper Down (2015), una mujer sin cabeza vestida de cuero con los pezones apenas cubiertos por las caras de los dos fundadores, Hughes y Josh Homme. Sin embargo, aún quienes los critican hablan de “sexismo irónico”, mientras que a otros los fascina su juego ambiguo con los clichés misóginos y homofóbicos[16]. El primer tema de Zipper Down se llama “Complexity”, y su videoclip pone en escena la amistad viril de Hughes y Homme.

El elogio de la orgía musical coexiste en Hughes con convicciones conservadoras que le inspiran diatribas como la siguiente: “Todo lo que los fanáticos de la Biblia decían de Elvis es cierto. Lo destruyó todo, la intimidad, el matrimonio – la sociedad en general. [La cultura pop] nos dio internet, la pornografía de masa, las obscenidades macabras de Quentin Tarentino. Todo esa mierda es oscuridad y mal, y solo busca un objetivo, amigo. Que no es nada bueno para nosotros”[17]. Eso, sumado a su apasionada defensa de las armas de fuego y a la ostentación de su fe cristiana, justifica el comentario del Washington Post, para quien “extrañamente, su lenguaje suena como el de los pistoleros que atacaron a Hughes y sus fans en París[18]”. Y si no hay que deducir una estética de unas pocas frases sensacionalistas, sean éstas de Hughes o de ISIS, no es menos cierto que ambos se basan en religiones del Libro reconfiguradas por la cultura de masas. Es el imaginario de una suerte de orgía musical moderna, o de una nueva fiesta del Becerro de Oro, que también podríamos asociar a una mitología paralela en donde Ulises y sus camaradas, ignorando los consejos de Circe, habrían terminado sus días entre los cadáveres de la pradera de las Sirenas.

Claro que lo que dice Jesse Hughes sobre “el fin de la sociedad” nunca lo dice en esos conciertos de rock concebidos para “cogerse a todos”. El “metal de la muerte” al que alude el nombre del grupo no es una forma de necrofilia, como la estética lúgubre y gótica de los verdaderos grupos de death metal, ni tampoco, por supuesto, un signo anunciador de la masacre de París. Lo mismo que el título Peace, Love, Death Metal, el nombre del grupo es una broma en forma de oxímoron musical, “¿Cómo sonarían los Eagles si hiciesen death metal[19]?” (los Eagles, ese grupo de country rock edulcorado de los años ’70, el de Hotel California…). En suma, sería tan injusto como erróneo forzar la comparación entre los kamikazes islamistas y los músicos californianos, así fuera porque los primeros eran asesinos de masas mientras que estos últimos nunca mataron a nadie.

Lo interesante de hablar de los dos juntos es confrontar todas estas orgías musicales con la experiencia real de la gente en el concierto del Bataclan, antes de que empezaran los tiros. Esa experiencia no parece haber tenido nada de extremo. “El ambiente era festivo, amistoso, con madres que acompañaban a sus hijos adolescentes. Era un buen concierto de rock”, cuenta por ejemplo una sobreviviente llamada Eva[20]. Otro sobreviviente, Grégory, dice por su parte:

Yo estaba ahí, ese viernes 13 fui al Bataclan a ver a uno de mis grupos preferidos. Ya los había visto en vivo como seis veces, pero no iba a perderme ese concierto. Uno siempre la pasa bien con los EODM. Y así fue… al principio. Jesse nos decía como siempre que éramos el mejor público y que nos “Fucking Love You”. Carajo, había tanto amor y buen rock en esa sala, estábamos felices, bailábamos, cantábamos… Una serie de petardos explotó de repente atrás nuestro, el olor a pólvora nos ataca las fosas nasales. La idea del mal chiste se borra en un segundo al comprender que tenemos que tirarnos al piso.

Citemos también a Christophe N.:

Llegamos a eso de las 20:15, tomamos unas cervezas, estaban los teloneros en el escenario. Nos instalamos en el costado derecho de la platea, y nos encontramos por casualidad con una amiga de D. Terminaron los teloneros, buscamos más cerveza, y después los EODM llegaron a eso de las 21. Me acuerdo que me decepcionó un poco la falta de garra de las guitarras, comparado con otros conciertos del grupo. Después de tres o cuatro canciones, voy al baño y a buscar cerveza, y vuelvo adonde están mis amigos. El sonido es mejor, los riffs más atractivos, pero hablo un poco con Vincent sobre el tono demasiado “pop” de una de las canciones nuevas; él asiente. Todavía no sé que son las últimas palabras que voy a cambiar con él, y la última vez que lo voy a ver. El concierto ya lleva media hora o tres cuartos de hora cuando escucho un ruido de disparos atrás a mi izquierda[21].

Más allá de los matices entre el ambiente relajado y el consumo de alcohol, entre la adhesión del fan y la distancia del crítico, todos estos testimonios describen un placer ordinario[22]. Por supuesto, ese carácter ordinario se debe en parte al contraste abismal con lo que seguiría, un horror frente al cual retrospectivamente cualquier experiencia estética habría parecido banal, o al menos parte de un universo familiar de intensidades. Sin embargo, más allá de las circunstancias, ese placer ordinario es el horizonte de expectativas normal de un concierto de rock en una ciudad como París a principios del siglo XXI, es decir en tiempos y lugares alejados de los momentos fundadores de la mitología del género. Y el hecho de que esta experiencia pueda ser compartida entre generaciones –“madres que acompañaban a sus hijos”–, que para el moralista es una prueba de su carácter abominable, es para Eva el mejor indicador del carácter soft, es decir poco erótico, del placer procurado por la música.

Citemos una sobreviviente más, Leslie Auguste:

Vivir en París es elegir el agotamiento, es ir y venir entre sus luces y su violencia económica. Algunos dicen que somos “intelectuales precarios” – falta saber qué puede encarnar un “intelectual” y cuál es su responsabilidad. Sí, nosotros pensamos el mundo en que vivimos, pero más que nada lo soportamos; a menudo porque no nos queda más remedio, pero sobre todo por una voluntad ferviente, la del placer. Placer de salir, de ir a fiestas con música muy fuerte, de bailar mucho, de ir a conciertos, o al teatro, de expresar nuestros deseos y, al fin y al cabo, de compartir cosas – de estar juntos. No caben dudas que es ese placer lo que quisieron destruir este viernes 13[23].

La voluntad de placer, que aquí se expresa en forma tan clara, es el núcleo de la reivindicación de una forma de vida asentada en el territorio de los Xe y XIe arrondissements de Paris, la cual habría sido el verdadero blanco de los atentados del 13 de noviembre. Es cierto que el placer de “ir a fiestas con música muy fuerte, de bailar mucho, de ir a conciertos” puede ser intenso, al punto de por momentos darle sentido a la existencia entera. Pero es muy diferente del placer de Ulises, aquel que la Odisea le atribuye en “lo real” del mito, la escucha del canto de las Sirenas atado al mástil de su nave, y también aquel que el poeta proyecta en el imaginario del mito, el goce mortal sobre la pradera de las Sirenas. Y también se distingue del de aquel Ulises moderno atado en la sala de conciertos, con su goce masoquista de la música clásica. Al revés del personaje sentado de Adorno y Horkheimer, la gente de la platea del Bataclan estaba parada y podía moverse libremente al ritmo de la música. Pero no sabemos si eso tuvo un impacto sobre el número de víctimas. Este concierto no era “una fiesta de perversidad”, y su público no estaba compuesto de “idólatras”, más allá de la eficacia catártica y retórica de la reivindicación lanzada el día después de los atentados: “Sí, soy perverso e idólatra[24].” En la medida en que el placer es una experiencia cotidiana, entre las luces y la violencia económica de la ciudad, no se deja capturar por las mitologías sexistas de la música, sean estas la de la Odisea, la de La Dialéctica del iluminismo, la de ISIS, o la de Jesse “The Devil” Hughes.

EaglesofDeathMetal

La música y su otro

El ataque del Bataclan, que dejó ochenta y dos muertos y numerosos heridos y traumatizados, fue probablemente el primer evento importante de la historia contemporánea que tuvo como teatro a un lugar de música. Es por eso que habrá, que ya hay un mito musical del 13 de noviembre, esbozado por el cantante de U2: “Así que esta es la primera vez que se golpea directamente a la música en la así llamada guerra contra el terror[25].” Pero aunque esa sala de conciertos y los otros lugares de los atentados del 13 de noviembre hayan sido elegidos por los terroristas por sus cualidades propias, incluso “elegidos minuciosamente con antelación”, como se vanagloriaba el comunicado de ISIS, no por ello hay que hacer de los asesinos el brazo armado de las Sirenas. Al contrario, hay que afirmar con fuerza la insignificancia estética de ese acto de violencia. En el barrio de los atentados invadido por las sirenas, y en el concierto del Bataclan, el sonido mostró su poder de afectación de los sujetos aun cuando estos se hallan físicamente alejados de la fuente de violencia. Basta el oído para ponerlos en contacto con el terror. Pero es justamente en la disyunción entre la violencia insignificante y el placer ordinario que la música se distingue de lo que tan solo es sonido.

La sirena de las ambulancias puede escribirse en notas musicales, la ráfaga de las kalachnikov puede imitar un instante una percusión, pero no por eso estos sonidos se vuelven arte. Para nada. Y es la violencia misma de la cual esos sonidos son signos lo que desde el punto de vista ético impide trasponer a ese contexto aterrador el gesto poético del Ulysses de Joyce que, en el epígrafe de este artículo, llama “música de cámara” al ambiente sonoro del restaurante dublinés donde las mozas-sirenas seducen al héroe Bloom y sus amigos[26]. La masacre del Bataclan no fue una obra de arte total del diablo, como habría podido soñarlo Karlheinz Stockhausen en uno de sus malos días, él que alucinaba los atentados del 11 de septiembre del 2001 como “la mayor obra de arte jamás realizada”, atribuyéndosela a Lucifer[27]. Esos senderos de bosque no llevan a ningún lado. Al contrario, tan solo al romperse devela todo su poder heurístico el hilo conductor de la mitología musical.

Algo parecido pasa con el nombre de la sala. En el momento de su inauguración, en 1865, el Bataclan aludía a una opereta de Ludovic Halévy y Jacques Offenbach, Ba-Ta-Clan. En ese alocado cuento chino, estrenado en 1855, se veía y se escuchaba a una banda de franceses disfrazados de chinos excitarse con una conspiración política extravagante, y entonar juntos un “canto del Bataclan” que un crítico de la época describió como una “Marsellesa de un nuevo género, donde lo chistoso alcanza proporciones colosales[28]”. En pleno siglo XIX, la pieza y la sala giraban en torno a una palabra, bataclan, que era sinónimo de bochinche, inaugurando en ese lugar del boulevard Voltaire una historia de oscilaciones sin fin entre la música y su revés, los disparos por ejemplo, entre el poder y su antídoto, la caricatura por ejemplo, entre París y su antípoda, la China por ejemplo. Claro que esa otra parte era en realidad cercana, y de ahí venía su gusto cómico, y también su fuerza de inquietud. “La Francia de Napoleón III, dónde todo estaba en su lugar bajo la vigilancia del poder, ¿está tan lejos de esta China de fantasía?”, escribe Jean-Claude Yon comentando la obra de Offenbach, y su pregunta retórica tiene hoy resonancias insospechadas.

En efecto, para Adorno y Horkheimer, el pánico que anunciaban las Sirenas no resultaba de una amenaza exterior, sino de la propia dialéctica del iluminismo. Eso resuena con los temores que engendra hoy el estado de urgencia y su procesión de sirenas aullantes de “vehículos de interés general prioritario”, sombra de un estado de excepción que incluso podría prescindir de todo vínculo real con una violencia exterior al Estado[29]. En plena Segunda Guerra mundial, su libro instalaba un espacio homogéneo, donde los contrastes entre las sociedades totalitarias y las democracias que las combatían estaban subsumidos en una lógica global, sin otra figura de alteridad cultural que la naturaleza y lo que la representaba para los racistas, esto es, el judío[30]. “Ahora bordes hay incluso en pleno centro”, dice Marielle Macé sobre la crisis actual de los migrantes[31]. Eso matiza la visión de una alteridad surgiendo desde los bordes de Europa en la persona de esos asesinos, tan próximos y tan lejanos a la vez, divididos entre Francia, el país donde nacieron, y Siria, el país donde se iniciaron al Jihad, para alimentar su resentimiento sucumbiendo a eso que algunos llaman, sin ironía, las sirenas de la radicalización islamista. Y que les explican a los musulmanes de Francia: “El relato de Homero nos dice que para evitar la trampa mortal basta con mostrarle a quienes la tienden que sus destinatarios son sordos, y que a la cabeza de la nave prevalece la unión con los principios que la hacen avanzar[32].” Extraño elogio de la sordera que obliga a esos destinatarios a cerrar los oídos, como condición para aceptarlos en una comunidad nacional a la que, en realidad, ya pertenecen por derecho propio.

La voz de lo cercano parece más fuerte, al fin de cuentas, en esta historia tendida sobre el espacio dramatúrgico del Mediterráneo. Así ocurría también en La dialéctica del iluminismo, más allá del abismo homérico del Atlántico. Las Sirenas de la Odisea no eran griegas, pero cantaban en la lengua de Homero, y esa lengua común de la ficción le permitió a la epopeya desplegarse en el espacio público de la historia occidental. La tragedia del 13 de noviembre se representó en lengua francesa, salvo por las palabras inglesas cantadas en el Bataclan en el momento del ataque –Kiss the devil. La insondable alteridad de los asesinos encuentra su revés dialéctico en el aire de familia que deja ver la elección misma de sus blancos, jóvenes de su misma edad cuyos placeres musicales dibujan un territorio abierto al mundo entero. Y fue una creencia común en los poderes de la música como lenguaje de los afectos, lo que unió con un mismo hilo sonoro los pliegues de ese momento terrible.

 

Notas

[1] “¡Ah, mira estamos tan! Música de cámara. Se podría hacer un juego de palabras con eso. Es una clase de música en que pienso a menudo cuando ella. La acústica, eso. Tintineo. Los vasos vacíos son los que hacen más ruido. Porque la acústica, la resonancia cambia según que el peso del agua es igual a la ley del agua que cae. Como esas rapsodias de Liszt, húngaras, de ojos gitanos. Perlas. Gotas. Lluvia.” (Traducción modificada de José María Valverde).

[2] Ver el artículo 333-1 del Code de la Route.

[3] Según una observación de Michael Bull a propósito de los atentados de enero 2015, en “The sound of sirens. From myth to materiality”, conferencia en la EHESS, 7 de diciembre de 2015. Ver también M. Bull, Sound Moves, Ipod Culture and Urban Experience, New York, Routledge, 2015, p.19.

[4] J. Pham-Lê, “Musique comparée “au diable”: l’imam assure “ne pas endoctriner les enfants””, L’Express, 24 de septiembre 2015, www. lexpress.fr/actualite/societe/aimer-la-musique-c-est-le-diable-la-fachos- phere-deterre-une-video-d-un-imam-salafiste_1719228.html (consultado el 28 de diciembre 2015); “Islam – La Musique – La voix de Shaytan (du diable) par Rachid Abou Houdeyfa”, https://www.youtube.com/ watch?v=VaMEdzdaw8M (consultado el 24 de noviembre 2015). Véase L. Velasco Pufleau, “Après les attaques terroristes de l’État islamique à Paris. Enquête sur les rapports entre musique, propagande y violence armée”, Transposition, n° 5 2015, http://transposition.revues.org/1327 (consultado el 27 de diciembre 2015) ; y A. Shiloah, “Music and religion in islam”, Acta Musicologica, vol. 69, n° 2, julio-diciembre 1997, p. 143-155.

[5] Homero, Odisea, Canto XII.

[6] Ibid.

[7] T. W. Adorno y M. Horkheimer, La Dialectique de la raison. Fragments philosophiques, trad. Eliane Kaufholz, Paris, Gallimard, coll. “Tel”, 1983, p. 65.

[8] A. Wellmer, “The death of the sirens and the origin of the work of art”, New German Critique, n° 81, Dialectic of Enlightenment, otoño 2000, p. 5-19, p. 12.

[9] R. Comay, “Adorno’s siren song”, New German Critique, n° 81, Dialectic of Enlightenment, otoño 2000, p. 21-48, p. 28.

[10] T. W. Adorno y M. Horkheimer, La Dialectique de la raison, op.cit., p. 235.

[11] L. Costaz, Rapport du jury central sur les produits de l’industrie française, présenté à S. E. M. le comte Decazes, [s.l.], [s.n.], 1819, p. 231, http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k85765b (consultado el 14 de diciembre 2015). Véase A. Rehding, “Of sirens old and new”, S. Gopinath y J. Stanyek (éd.), The Oxford Handbook of Mobile Music Studies, vol. 2, 2014, p. 4-5.

[12] G. de Maupassant, Pierre et Jean, Paris, Paul Ollendorf, 1888, p. 111.

[13] R. Comay, “Adorno’s siren song”, loc. cit., p. 36.

[14] S. Fast, “Rethinking issues of gender and sexuality in Led Zeppelin. A woman’s view of pleasure and power in hard rock”, American Music, vol. 17, n° 3, otoño 1999, p. 245-299, p. 267-268.

[15] The Redemption of the Devil, film documental de Alex Hoffmann, 13’04.

[16] Véase D. Coughlin, “Can Eagles of Death Metal’s cock rock survive in 2015?”, The Guardian, 11 de agosto 2015, www.theguardian. com/music/2015/aug/11/eagles-of-death-metal-can-cock-rock-survive- in-2015 (consultado el 26 de diciembre 2015); y J. Hugar, “Eagles Of Death Metal, steel panther, and the legend of comedy rock “, UPROXX, 10 de mayo 2015, uproxx.com/music/2015/10/eagles-of-death-metal-zipper-down- steel-panther-comedy-rock (consultado el 26 de diciembre 2015).

[17] M. Miller, “ Eagles of Death Metal singer: Fan escaped gunmen by hiding under my leather jacket”, The Washington Post, 23 de noviembre 2015, www.washingtonpost.com/news/morning-mix/wp/2015/11/23/eagles-of-death-metal-singer-fan-escaped-gunmen-by-hiding-under-my-leather- jacket (consultado el 26 de diciembre 2015).

[18] Ibid.

[19] “Eagles of Death Metal aux Eurockéennes”, canal Arte, 13 de julio 2015, http://concert.arte.tv/fr/eagles-death-metal-aux-eurockeennes (consultado el 25 de diciembre 2015).

[20] F. Glisczynski, “Attentats : l’émouvant témoignage d’Eva, rescapée du Bataclan”, 16 noviembre 2015, www.latribune.fr/econo- mie/france/attentats-l-emouvant-temoignage-d-eva-rescapee-du-bata- clan-522803.html.

[21] “J’étais ce soir-là au Bataclan”, Médiapart, 16 de noviembre 2015, https://blogs.mediapart.fr/edition/les-invites-de-mediapart/ article/161115/jetais-ce-soir-la-au-bataclan.

[22] Véase J.-F. Marie, “Plaisir imaginaire et imaginaire du plaisir”, Corps et culture, n° 2, 1997, http://corpsetculture.revues. org/329 (consultado el 21 de febrero  2016).

[23] L. Auguste, “Nous avons le même âge que nos assassins”, Le Monde, 26 de noviembre 2015, www.lemonde.fr/idees/article/2015/11/26/nous-avons-le-meme-age-que-nos-assassins_4818302_3232.html#FHvrUXS2hAHFaS2K.99.

[24] L. Behamou, “ “Oui, je suis pervers et idolâtre”: la liberté provocante, comme acte de “résistance” “, Le Point, 17 noviembre 2015, www.lepoint.fr/societe/oui-je-suis-pervers-et-idolatre-la-liberte-provocante-comme-acte-de-resistance-17-11-2015-1982471_23.php (consultado el 27 de diciembre 2015).

[25] D. Kearns, “Bono: The Paris attacks are the first “direct hit” on music by Islamic terrorists”, Independent.ie, 14 de noviembre 2015, www.independent.ie/world-news/europe/paris-terror-attacks/bono-the-paris-attacks-are-the-first-direct-hit-on-music-by-islamic-terrorists-34200707.html (consultado el 3 de enero 2016).

[26] J. Joyce, Ulysses, op.cit. Véase S. Allen, ““Thinking strictly prohibited” : music, language, and thought in “Sirens” “, Twentieth Century Literature, vol. 53, n° 4, invierno 2007, p. 442-459.

[27] K. Stockhausen, ““Huuuh!” Das Pressegespräch am 16. September 2001 im Senatszimmer des Hotel Atlantic in Hamburg”, MusikTexte, n° 91, 2002, p. 69-77. Véase F. Lentricchia y  J. McAuliffe, “Groundzeroland”, The South Atlantic Quarterly, vol. 101, n° 2, 2002, p. 349-359; y L. Dousson, L’Écran traversé. Politiques de l’écriture et de l’écoute musicales 1950-2001, tesis doctoral, Universidad Paris Ouest-Nanterre-La Défense, 2011.

[28] G. Héquet, “Chronique musicale”, L’illustration, n° 671, 5 de enero 1856, cit. en J.-C. Yon, Jacques Offenbach, Paris, Gallimard, 2000, p. 164.

[29] Véase G. Agamben, État d’exception. Homo sacer, Paris, Éd. du Seuil, 2003; G. Agamben, “De l’État de droit à l’État de sécurité”, Le Monde, 23 de diciembre 2015, www.lemonde.fr/idees/article/2015/12/23/ de-l-etat-de-droit-a-l-etat-de-securite_4836816_3232.html (consultado el 28 de diciembre 2015); y P. Engel, “Non Giorgio Agamben, on peut lutter contre le terrorisme sans perdre notre liberté”, Le Monde.fr, 4 de enero 2016, www.lemonde.fr/idees/article/2016/01/04/pascal-enge-non-giorgio-agamben-on-peut-lutter-contre-le-terrorisme-sans-perdre-notre- liberte_4841381_3232.html (consultado el 20 de enero 2016).

[30] Véase T. W. Adorno y M. Horkheimer, La Dialectique de la raison, op.cit., p. 249-251.

[31] M. Macé, Styles. Critique de nos formes de vie, Paris, Gallimard, 2016.

[32] J.-F. Bouthors, “Les musulmans doivent prendre publiquement leurs distances avec l’islamisme”, Le Monde, 16 de noviembre 2015, www.lemonde.fr/idees/article/2015/11/16/les-musulmans-doivent-prendre-publiquement-leurs-distances-avec-l-islamisme_4811113_3232. html (consultado el 1 de enero 2016).

“Creo que la tierra es redonda, entonces todo lugar es el centro”. Entrevista a Luis Sagasti

Por: Carolina Tamalet Iturrios

Imágenes: LA NACIÓN e ilustraciones inéditas de Ana S. Durán

El escritor argentino Luis Sagasti conversa con Carolina Tamalet Iturrios, en un diálogo en el que reflexiona acerca de su obra ya publicada y en el que presenta su último libro, El arte de la fuga, publicado este año por EDICIONES 36.


“Nota. Entre muchas cosas, en un pentagrama no solo debe consignarse la nota que se va a tocar, sino también cuánto ha de durar. Por eso se las dibuja con distintos signos, que se llaman figuras y son siete”. Así comienza El arte de la fuga, el último libro de Luis Sagasti. Nacido en 1963 en Bahía Blanca, es docente, escritor y crítico de arte. Publicó El canon de Leipzig (1999), Los mares de la luna (2006), Perdidos en el espacio (2011), Bellas artes (2011), Maelstrom (2015) y El arte de la fuga (2016). Incursionó en el cine participando como actor en Vino para robar (2013, dirigida por Ariel Winograd).

Durante una tarde gris en que una garúa finita comenzaba a apropiarse de la jornada bahiense, entre mate y mate, hablamos de música, de literatura y de lo que fue fluyendo a la par de las diminutas gotas.

 

¿Cómo se realiza el libro? ¿Cómo se logra el ensamble entre tu texto, las ilustraciones de Ana S. Durán* y la música de Hernán Jacinto, Christine Brebes y Patricio Villarejo, entre otros?

El arte de la fuga es una idea muy vieja. Yo hacía un programa de radio con Mario Ortiz y surgió como idea para un número. O sea, tenía la idea nada más: una corchea a la que ejecutan. Pero no era una idea posible de realizar en radio. Entonces terminamos haciéndolo con una X que no quería ser despejada y cerramos con chistes. Bien radial. Y siempre me quedó esa idea y luego charlando con la editorial apareció de nuevo y sumamos una ilustradora (Ana S. Durán*, España) y músicos.

Parece de ciencia ficción. Yo trabajaba en la editorial, rodeado de pantallas me comunicaba por Skype con Ana.  Ella mandaba dibujos y dibujos; iba y venía. La idea, en general, planteaba que los dibujos no fueran figurativos. Entonces Ana probó mucho hasta que encontramos estas cositas. Y después Rodrigo Fresán hizo una contratapa impresionante.

Ahora terminé un libro que es muy semejante a Bellas Artes. Se llamará, tal vez, Una ofrenda musical. Es otra obra de Bach. Es decir, las dos últimas obras de Bach son El arte de la fuga y Una ofrenda musical. Y la temática tiene claramente que ver con música, sonidos (se observa una gran biblioteca musical que sirvió de archivo para el libro). En todos está el tema de la música.

En el libro, cuenta Fresán en la contratapa, se plantea un recorrido musical con paradas en clásicos, modernos y eternos, como Bach, los Beatles, Cage…

Todos los temas que aparecen daban justo para la historia. El tema “Un día en la vida” de los Beatles desemboca en Cage. Se da de forma natural. Y a mí me pasa eso cuando escribo: cuando yo encuentro que la cosa fluye y que las ideas van, entonces eso que estoy escribiendo está bien. Luego hay que escribirlo con cierta pulcritud. Pero tenés una certeza: esto encaja, encaja, encaja todo. Cierra, cierra, cierra solo. Encontrás una unidad. Y produce mucha felicidad ese encuentro.

Bellas Artes comienza con una cita de Spinetta “Ahí va el Capitán Beto por el espacio…” y el primer cuento, “Luciérnagas”, termina cuando “el ruido de las esferas comienza a sonar”.  La música es lo recurrente en tu literatura, ¿verdad?

Sí, siempre. Mi primera novela es sobre Bach. Casi todos mis libros tienen títulos musicales. Seré medio músico frustrado. Pero además me interesa la musicalidad del texto, creo que es lo que más me interesa: que suene. Grabar para el último libro se le ocurrió a la editorial. No sé qué se les ocurrió primero, si la música sola o la música y mi voz (el libro viene con un CD con dos pistas 1. Cuento y música y 2. Versión instrumental).

También leo con música cosas de Bellas Artes y de Maelstrom. Leo la parte de las estrellas con música de Pedro Rossi. Con él hicimos una suerte de recitales + música. En un primer momento, Pedro iba a hacer la música de El Arte de la fuga, junto con Alejandro Usabiaga y Sebastian De Amicis. Pero por un tema de fechas no se pudo. En la presentación que hicimos acá, en Bahía, tocamos los arreglos de Alejandro. Impresionantes los arreglos, de mucha sutileza.  Mezclaba la “Ofrenda Musical” con la “Marcha Fúnebre” con la sinfonía 5º de Beethoven.

Sí, pero es una fuga musical al silencio absoluto.

Es una novela existencial. La ejecución es el destino. No hay salida posible. Entonces queda abierto, como el final. Están ahí, hay un telón que se abre… y la vida después de todo es eso. No hay una resignación. Estuve veinte años con esta idea en la cabeza.  Quizás imaginaba una obra de teatro.  Un escenario, con cuerdas formando un pentagrama y los artistas agarrándose de ellas.  Entonces me lo imaginaba, pero no funcionaba. ¿Sabés la fuerza que tendrían que tener para estar colgados durante toda la obra? (risas). Fresán cree que es tranquilamente una historia para Pixar.

Siempre se me ocurren ideas en las que todas las posibilidades están latiendo. O sea, que la idea no está clara. Es como una bola, por llamarla de alguna manera, que puede dispararse para cualquier parte. Lo puedo ejemplificar leyendo un fragmento de Una ofrenda musical: “el poema Sinfónico para cien metrónomos de Ligeti deberíamos verlo como una instalación […]. O si se quiere uno de esos juegos de niños que consiste en enumerar reglas y obstáculos pero que nunca llega a poner en práctica, jugar a los soldaditos por ejemplo, no era otra cosa que preparar escenografías, acomodar ejércitos con entusiasmo, planificar desplazamientos pero jamás de los jamases entrar en acción así como tampoco dilucidar algún método que indicara quién era el ganador de un juego cuyo destino era ser interrumpido por la merienda, el timbre, la calle, cualquier cosa. Es que a veces se presenta bruto y sin talla lo que puede desarrollarse de mil modos. hay algo anterior a una historia que solo parece tener sentido si se desplaza hacia todas sus posibilidades al mismo tiempo.” Entonces para mí pasa eso: al principio sucede una especie de big bang. Hay algo, pero que no se puede llevar a las palabras. Me pasó también con Bellas Artes. Tenía la idea de gente que se pierde en lo alto, que se cae. Esa gente ve cosas. No sé qué. Se desprenden los libros. Tuve esa idea, pero no sé si es lo que yo realmente quería. A veces pasa. La idea general se desmerece cuando se lleva a palabras. Todo está latiendo, pero no hay posibilidad.

¿Entonces tu trabajo de escritor está relacionado, de alguna manera, con hilvanar todo después de ese big bang?

Sí, claramente es así. Esa gran intuición puede dispararse para cualquier lado. Yo voy anotando en un cuadernito cosas para trabajar, cosas para hacer. Por ejemplo, me imagino a Heiddeger viejo en un bosque de la Selva Negra y a alguien que lo llama para decirle que han encontrado al Ser y… mientras te explico esto, lo pienso en imágenes. Después llevarlo a palabras es muy difícil. Yo tengo tendencia a ir relacionando cosas, toda la vida me fui por las ramas. Tengo facilidad para relacionar, encontrar resonantes entre las cosas.

¿Te ayudó seguir la carrera de Historia para eso?

No, de historia no sé. De hecho, Perdidos en el espacio no es un libro de historia sino una reflexión sobre la historia y cómo se cuenta. No sé historia como un profesor tradicional de “en 1800 sucedió… “. Eso está en internet.  Cuando era chico mi abuelo compraba una enciclopedia que se llamaba Lo sé todo. Era increíble. Era internet.  Presentaba artículos, pero así: los dinosaurios, la historia del vestido, Confucio, las cruzadas, indios de América, Marte. Todo con dibujos. No tenía orden.

Eran búsquedas aleatorias de Google.

¡Eran fabulosas! (risas). A través de internet empiezo por buscar algo y termino en cualquier lado. Voy y vuelvo. Soy muy curioso.

En Bellas Artes está claro ese rizoma, esos pequeños núcleos que se relacionan y arman grandes hilos de temas.

Sí, a mí me llama la atención cuando dicen que es un libro inclasificable porque a mí me resulta natural ver así y escribir así. No fue forzado. Es una novela.

¿Pensás en tus lectores al momento de escribir?

Jamás pienso en el lector. Nunca me pregunté para quién escribo. Tengo ganas, intuiciones, historias que creo que valen la pena. Pero no hay un destinatario. Tampoco le creo a los que dicen “yo escribo para…”. A menos que sea un comerciante.

¿Te considerás un escritor latinoamericano?

Yo me puedo considerar un escritor del castellano, independientemente de la calidad. Me interesa mucho el trabajo plástico del lenguaje que puedo hacer en este idioma. La temática que toco no es latinoamericana, salvo algunas cositas. Por ejemplo, en Una ofrenda musical hablo algo de la música en la dictadura y de las Islas Malvinas, muy poco. No podría decir qué es hoy un escritor latinoamericano. Pero desde un punto de vista político, cuando observo todo lo que se acaba de derrumbar con Dilma, con todos, sí puedo considerarme latinoamericano. Tengo algunas ideas para escribir sobre lo que ha pasado, sobre cómo los medios de comunicación te hacen ver realidades inexistentes. Me interesa abordarlo por ese lado. Una historia mínima, un poco paranoica de pensar. ¿Quién está construyendo? Entonces mi parte latinoamericana tiene que ver con la política concreta y la política educativa.

En la novela que va a salir sí nombro una vez a Borges, pero no es que reniegue. Me sale así. Yo soy medio universalista, me interesa todo. Obviamente vivo acá, en Bahía Blanca y quiero que a Bahía le vaya bien. Uno ama su terruño. Uno siempre piensa que los lugares chicos pueden salvar algunas cosas, pero no. ¿Por qué desarman las dos orquestas sinfónicas de las villas de bahía? No las desarman, las dejan morir, no les dan presupuesto, los músicos no pueden ir, no compran instrumentos. Eso de no poder conservar nada me rebela muchísimo.

Es como una aplanadora. Incluso es más difícil crear grupos de relación para hacer frente.

Sí. Yo marcho, firmo, cuelgo cosas en Facebook. Dimos un discurso en la plaza con Mario Ortiz. Pero la situación me tira muy abajo. Ahora estoy mejor. Tampoco es que cuando escribo me aíslo. Incluso en el último libro hay historias de músicas en campos de concentración nazis.

Me preocupo por poner algo local, incluso bahiense. Que podría ser de cualquier otra ciudad, pero ocurrió en Bahía. El año pasado hubo un debate entre los candidatos a intendente en Canal 7. Les hacían preguntas personales. En el único momento en que surgió alguna sonrisa, fue cuando les preguntaban qué música preferían. Y ahí se distendían. Entonces pongo ese dato: ahí aparece la distensión. Quería poner algo de Bahía; si bien voy a Buenos Aires muy a menudo, uno elige estar acá.

Y a Borges de alguna manera siempre lo nombrás.

Siempre me encantó Borges. Lo leía en quinto año, no entendía nada. Me encantaban los principios, después no entendía nada. Y en la universidad lo agarré ya. Es una literatura de un cristal tan perfecto que, al mismo tiempo, por no tener ninguna pasión, ninguna tensión, es un buen antidepresivo.  En momentos de melancolía, de duelo, en momentos en que la he pasado muy mal leí Borges y Oscar Wilde. Y Piglia me llamó para que participara del programa sobre Borges con Mario Ortiz, porque le había gustado El canon de Leipzig.

Leí que El canon de Leipzig fue corregido por Laiseca.

Sí. Yo tenía la novela lista y él venía seguido a Bahía. Visitaba el Museo de Arte Contemporáneo donde trabajé. Y un día me llama y me dice “leí tu novela”. Eso fue en el año 1998. Vino a casa y estuvo hablando por lo menos tres horas de la novela, punto por punto. Genio. Y me hacía unas lecturas increíbles. Él me señaló que terminaba de manera muy abrupta. Me aconsejó dilatarla, agregarle dos capítulos. Los agregué y salió. Fue mi primera novela. De reeditarla tocaría algunas cosas. La idea de esa novela es de febrero de 1990 y salió en 1999. Estuve como ocho, nueve años, tomando notas, investigando. No había internet, todos los datos son de amigos que iban a Alemania, me traían fotos, información. Hoy todo eso es más fácil. Yo tenía un plano de Múnich. Me han preguntado si estuve en Alemania por las descripciones de la novela. Y no, fueron amigos, me trajeron fotos. Tengo una carpeta con el archivo de esa novela. Ahora con internet pareciera que no hay más archivo. No hay más manuscrito. De Bellas Artes también tengo archivos. Me gusta documentarme.

Estuviste casi nueve años con esa novela, y la idea de El arte de la fuga tiene más de veinte…

Sí. De hecho, lo que estoy empezando a escribir ahora es de 1984. Es el año en que falleció mi hermano y ya hay una distancia como para tratar el tema de manera plástica. Es una reflexión no sé si sobre la muerte, o sobre el lenguaje. Y lo que se desvanece. Me gusta detenerme en gestos. Por ejemplo, volvés del entierro de tu hermano a las cuatro de la tarde. ¿Qué hacés a las seis de la tarde? Yo no me acuerdo de lo que hice, pero sí me acuerdo de otros. Me interesa ver cómo el cuerpo resuelve cosas para las que la cabeza tarda. Y sobre todo ver cómo una persona que muere se termina transformando en lenguaje. Esto empezó porque el año pasado mi mamá me dijo que ella le escribe una carta a mi hermano todos los cumpleaños. Entonces pienso: un día mi vieja se va a morir, voy a ir a limpiar la casa y van a estar todas esas cartas. ¿Qué se hace con esas cartas? Leerlas no, eso no se lee. Tirarlas tampoco. Entonces empecé a pensar en las cosas que viven en tanto no se tocan, no se hablan.

Un secreto que a la vez es su duelo.

Además yo pensaba en Borges y otros escritores que siempre hablan sobre aquel que ve la totalidad y muere. Ahora, cuando se te muere un hijo vos viste una totalidad. Vos lo viste nacer y lo viste morir. Siempre ves de tus padres la muerte, de tus hijos ves el nacimiento. Pero no vas a ser la misma persona después de ver el todo. Y ver el Todo está más allá del lenguaje. Es sobre todo esto que estoy comenzando a escribir.

Una persona muere cuando ya no se la nombra.

Me acuerdo de la abuela ciega de un amigo. De los que conocieron a la abuela, él, que tiene mi edad, es el único que todavía está vivo. Ni su mujer, ni sus hijos la vieron a la abuela. Cito: “si yo lo sobreviviera a mi amigo estoy completamente seguro de que seré la última persona de haberla visto con vida y recordarla. Y me la llevaré para siempre cuando muera. Alguien hará lo propio conmigo alguna vez. Así hablamos el mundo las dos veces que lo hacemos, de a pares, acaso con gente que apenas conocimos y que por lo tanto no ha significado mucho para nosotros, no sé si estas líneas salvan a la abuela de mi amigo o acaso al chico curioso que yo fui”. Tengo esa idea. Cuando uno muere, muere también otro tipo, pero uno es el único en recordarlo.

Volviendo a un tema anterior, ¿cómo es ser escritor en Bahía Blanca?

Yo creo que la tierra es redonda entonces todo lugar es el centro. En otra época tal vez era Buenos Aires o París o New York. Para escribir, para los actos creativos, no hace falta ninguna parte. Además, la experiencia de lo contemporáneo pasa por las redes, sin duda, y por supuesto también por una cuestión urbana. Supongo que el hecho de que yo viaje tanto a Buenos Aires, una vez al mes, me hace vibrar en consonancia con muchas cosas.  Por tomar el subte nada más. Lo contemporáneo parece que pasa por las grandes ciudades. Lo moderno urbano. Pero no hace falta un lugar físico donde producir y eso se ve en la cantidad de pibes que empiezan a aparecer ahora que no viven en Buenos Aires. No hay muchos, pero hay. Hasta hace veinte años no había nadie. Quien publicaba vivía en Buenos Aires. Todos pensaban que yo vivía en Buenos Aires. Eso me rompía las pelotas. Una vez fui invitado para un reportaje radial en radio Palermo, para una noche, por Los mares de la luna. Me llamó la secretaria y le dije: “Mirá, ¡estás hablando a Bahía Blanca!”. Acá está bueno vivir para escribir porque puedo trabajar y escribir. La escuela (Luis da clases en las Escuelas Medias de la Universidad Nacional del Sur) me queda a dos cuadras, la Universidad es cerca también. Esta cercanía me da tiempo para escribir. Además, nunca entendí eso de escribir en un café. A lo sumo yo tengo un cuadernito para cuando voy a la playa, ahí sí puedo tomar apuntes. Pero no escribo, tomo ideas. Por ejemplo: fuera de Suiza no hay nieve en las fotos de los Beatles, cuando están filmando la película Help. La única foto con nieve de los Beatles es en Suiza. Tampoco en sus canciones aparece la palabra nieve. Como si habitaran una eterna primavera de los años sesenta. Anoto esas cosas, después uso algunas y otras no.

Parecen datos sueltos, pero que después se logran hilvanar en Bellas Artes.

 Tal cual. Por ejemplo, la relación entre Vonnegut y Boys no estaba trabajada. Lo de Ungaretti con Wittgenstein tampoco lo encontré en la red. Y, en el último sobre la música, las variaciones Goldberg de Bach que fueron compuestas para que el Conde Keyserling durmiera. Entonces se me ocurrió compararla con Sherezade. La estructura de variaciones de Las mil y una noches es la misma. Es muy loco. La famosa noche en que Sherezade cuenta su propia historia, todo vuelve a empezar. Las variaciones Goldberg tienen en la mitad exacto. Una de las variaciones es una obertura, pero la última es la primera. La idea es “no te dormiste entonces empezamos de nuevo”. Empecé a ver todas las cosas circulares que hay en música y algunas nada más en literatura. Más en música porque en literatura está muy trabajado. Entonces por ejemplo empecé a ver Sgt. Pepper’s de los Beatles. También hay estructuras repetidas a lo largo del disco, incluso dentro de los temas, que van cerrando todo. Cuando va cerrando todo ves que funciona. En el último libro también encontré que 4:33 de Cage en segundos da 273 segundos, o sea, el cero absoluto, el único lugar donde hay silencio. Y Cage nunca habla de eso. En segundos es el cero absoluto, con lo cual no se puede alcanzar nunca. Y como el silencio es absoluto no llegás nunca. También encontré una versión de 4:33 hecha por el hijo de Harpo Marx, el mudo. Me parece maravilloso. Uno no puede dejar pasar eso. Hubo muchas cosas que deseché con el tema de los silencios porque algunas eran demasiado increíbles para ser ciertas. Sonaría a muestrario de curiosidades y la idea es el silencio como una imposibilidad. En otro capítulo encontré algo más que no está trabajado (¿por qué trabajarlo?): en 1942 los nazis sitian Leningrado. Durante tres años rodean Leningrado y Shostakóvich compone la 7º sinfonía. Arman una orquesta. Los músicos no tienen ni aire para los pulmones. Va todo Leningrado a escucharlo. Lo pasan por altoparlante, para que escuchen los alemanes. Fue cuestión de estado. De hecho, a Shostakóvich lo sacan, se lo llevan para que la componga y se estrena. Ahora bien, eso tiene un contrapunto en 1945, en Berlín. Los rusos están a tres kilómetros. La filarmónica que es la nave insignia de la cultura germana ejecuta el último concierto van a tocar. “La caída de los dioses” de Wagner. A la salida reparten pastillas de cianuro. Entonces los rusos con los alemanes acá, los alemanes con los rusos allá. Hay que coserlo nada más. Me entusiasmo cuando encuentro estas cosas. Estoy contento con estas cosas del último libro.

Estás contento con tu papel de escritor.

Yo, a mí mismo, no me puedo ver bajo ningún rótulo. Tal vez sí de docente, me gusta mucho dar clases. Yo soy yo la mayor parte de las veces, pero básicamente cuando doy clases, cuando escribo y cuando corro. Es como que me encuentro completo. Corro con música. Yo me dedico en serio a esto, es mi vida. Pero igual tengo algo medio adolescente cuando termino un libro, saber si me lo van a aceptar. Y me llama la atención. Será porque también vivo acá. Cuando estás allá, estás como en el ambiente. Soy amigo de muchos escritores. Sentís que hay una pertenencia. Pero al vivir acá, salgo a correr, miro básquet, soy más bahiense. Voy en el verano a Monte Hermoso (risas). Supongo que si fuera porteño y viviera en Buenos Aires, diría “soy escritor, tengo vida de escritor, salgo a tomar café”. Pero sí me siento escritor, por supuesto. Pienso en términos literarios.

Cuando tengo historias, se me vienen imágenes como escenas. Como fotografías. Pienso en escribir y vienen imágenes con mucha claridad de lo que estoy escribiendo. Pero no podría decir con exactitud cómo lo imagino. Por ejemplo, tengo imágenes físicas de los números y las cantidades, y me es imposible llevarlas a palabras. Ciertos nombres para mí son clarísimamente un color, sin la menor duda. Hugo es violeta, Fernando es marrón, Marcelo es azul, Luis es amarillo. Las ideas se me representan como imágenes. No son alucinaciones, es un pensamiento plástico. Un libro se cierra, entonces, cuando hay una cuestión plástica y una cuestión musical y hay imágenes que terminan redondeando todo y ahí ponés punto final y nunca más volvés sobre él.

*Ana S. Durán nació en Madrid en 1965 y siempre quiso ser artista o creativa. Su trayectoria es variopinta. Comenzó pintado murales en parque temáticos, en espacios culturales y en casas particulares, siempre en España. Ha colaborado como creadora especializada en diseño gráfico por ordenador en diversos proyectos experimentales de artesanía de vanguardia en España y Portugal. El arte digital trabajado desde la pintura tradicional es una de sus formas de expresión favoritas y le siguen muy de cerca la acuarela y el acrílico.

El arte de la fuga comenzó en 2012, cuando Luis contactó a Ana para proponerle ilustrar la loca idea de una fuga…. que aún no estaba escrita. Trabajaron en conjunto durante todo un año, y fue realmente divertido compartir ideas, formas y colores con Luis. Las ilustraciones fueron tomando forma poco a poco; en 2013 ya estaba todo casi definido: faltaba la editorial. Por fin, en 2015, de la mano de Editorial 36 y de Margarita Tambornino, las ilustraciones se ajustaron a otros criterios: los personajes, las notas, pasaron a ser bichitos divertidos y rítmicos. Todas las ilustraciones son técnica mixta, llevan acuarela, lápiz y pintura digital. Para ver más recomendamos visitar su portfolio y su página de facebook.

La Canción De Los Viejos Galpones De Concreto. Reseña de Zurita + Gonzalez y los Asistentes en el CCMATTA

Por: Ángela Martín Laiton y Juan Recchia Paez

Colaboración conjunta para Revista Transas y El Espectador (Colombia)

La noche del sábado 20 de Agosto el reconocido poeta chileno Raúl Zurita hizo un recorrido musical por su obra acompañado por la banda chilena González y los Asistentes. Ángela Martín Laiton y Juan Recchia Paez comentan el evento para Transas.


FELLATIO

¡Al que se mueva le aceito el culo a bayonetazos!
la puta que los parió…
La arenisca del suelo se me enterraba en la boca
y se escuchaban voces por los altoparlantes.
De pronto tocaron la canción nacional.
Esta es la canción nacional de Chile no de Cuba
mierdas, gritó, mientras me levantaba a patadas.
El viento me dio en la cara y vi a los otros.
La bandera se iba elevando al frente. Pensé: sólo
es un trapo, pero no era un buen momento para
discutirlo.
Canté la canción nacional y quise que no acabara
nunca.
Cuando terminó nos embolsaron sobre la cara
nuestras propias chaquetas y nos hicieron correr
entre dos filas de soldados.
Mientras caía se me desprendió la chaqueta y vi
el último culatazo.
La punta de la culata me rompió los dientes y
penetró en mi boca.
La vi mientras se venía y luego el resplandor
del golpe.
Mi amiga se la chupaba a un amigo y fue duro.
Amargas fellatio las del amanecer.

 

El pasado 20 de Agosto, por única vez en Argentina, a las 20hs en el CCMATTA que funciona en la Embajada de Chile en Buenos Aires, se presentó el gran poeta chileno Raúl Zurita junto a la banda González y Los Asistentes para entonar una canción nacional común, lejana y presente, la canción nacional de Chile, no de cuba, mierda.

El auditorio nuevo, acondicionado -según nos informó la encargada de la embajada- por la actual presidenta Michelle Bachelet, se colmó de gente, jóvenes en su mayoría, chicos y chicas como en un estadio de fútbol. Entra el anciano tranquilo pero con las manos temblorosas, y en el medio coloca sobre el atril, sus versos. La banda lo secunda y comienzan a tocar.

Un hombre de barba espesa, un cuerpo visiblemente trajinado, el párkinson no se aparta de las manos y la magia viene en la fuerza con la que en cada segundo parece premeditar el control de sus extremidades, tiene la mirada clavada en esas hojas desordenadas que parecieran salir a borbotones, brotan los versos de In Memoriam el trabajo que Raúl Zurita musicalizaría para expulsar con ira, memoria y fuerza los desastres de la dictadura pinochetista.

Está la voz sola, en medio de luces puestas en todas las direcciones, un fondo azul lleno de leds que parecen una noche estrellada, un auditorio a reventar, el sonido imponiéndose justo en la cara de quienes estábamos adelante, se calentó el lugar con tanta luz, con tanta gente, la euforia inspirada por esa mano temblorosa, por esa voz fuerte: “ Y riéndose nuestros captores nos decían: Cántennos ahora unas cancioncitas de Víctor Jara o del Quilapayún… Y hechos pedazos les respondíamos en los estadios chilenos: Jamás cantaremos cantos del Señor en las malditas cárceles de Babilón.”

Desde Fellatio hasta Desiertos de amor las sonoridades crecen y se expanden en el registro musical que proponen Zurita, González y los asistentes. Los versos del poeta en primer plano se desplazan sobre la trama musical que fusiona bases rítmicas rockeras con fuertes momentos de impacto.  De la boca del cristo con espinas, como blasfemias, una atrás de otra, con poco silencio intermedio y a modo de metralleta, los versos se cantan y se escupen, como toda la mierda.

“Vidrios rotos […] Me acordé esa mañana, ya lo dije, cuando dejé a mi mujer y los dos chicos. Me operé de ellos. Así de simple.” Una vida compleja acompañó al poeta durante muchos años, diversos oficios y una estirpe sólida, varios hijos, la pobreza y el esfuerzo vivido directamente del mundo obrero. Luego vinieron los captores, la dictadura, la mierda, para todas ellas poesía, porque la poesía estaba per se.

Zurita les habla a los captores, nuestros captores los que se llevaron a Víctor Jara y persiguieron a Quilapayún y hecho pedazos le responde con cada uno de los temas. Los milicos están ahí por todo Chile y los amigos andan en ese espacio hostil, inhóspito, ausente. Amargas felatios las del amanecer.Una simple melodía doblada entre la viola y el teclado, mientras el bajo y la percusión, una vez más, construyen ese fondo oscuro, de baquetas  y espacios que por momentos brillan y se opacan, brillan y se opacan. Grandes glaciares se acercan dice Zurita y se expande el desierto de la canción.

Guitarras chillonas, distorsionadas y cortes precisos de peso pesado abren Margaritas en el mar. Comienza el recitado y la música se flexibiliza, se arma el groove. Zurita sueña y llora, al amanecer o al atardecer, da lo mismo. E irrumpe la distorsión y el peso de la tónica abierta del bajo, una por compás, pesada, densa y firme. Zurita anda por la ciudad, pero no sabemos bien por dónde, y él se lo pregunta en cada paso y frente a cado uno de los que encuentra. Y por momentos todo se vuelve asfixiante, el aire del poeta no nos da descanso, su mano temblorosa marca el ritmo, la mirada fija sobre los músicos que acompañan y las imágenes surgen una tras otra, infinidad de Margaritas pudren ahora el mar.

“Los dejé a todos y no sé dónde ir, al fondo se ve la bahía, mi hijo de dos años se va hundiendo entre las olas, que vuelven a cerrarse como si fueran minúsculas flores blancas, infinidad de margaritas cubren ahora el mar, cubren ahora el mar, cubren ahora el mar.”  Ese 11 de septiembre quebró en dos la vida del poeta, un antes y un después, para sí mismo, para su familia y sus letras. El peso del sobreviviente que describió Primo Levi, “¿Por qué sobrevivieron los que sobrevivieron?” Esa especie de infierno dantesco en el que Zurita confiesa haberse inspirado.

Fragmentos de Vidrios rotos que en pedazos se desarman sobre tonos de baquetas, delays y reverberancias de guitarras y el sonido de un hammond que completa la melodía. Juntos forman el espacio de enunciación. Zurita habla sobre su madre y los llantos de la infancia. De pedazos están hechos los amigos en ese país tomado hasta el cuello, cubierto por una entera mierda que tapa cada esquina y hunde a Chile en toda una historia de ir a cagar. Quizás el rock ya estaba formando parte de los versos publicados en 1985 o quizás ahora vuelvan los sonidos de antes para ser cantados, para ser llorados nuevamente. El público escucha muy atento y aplaude eufórico entre tema y tema. A más de uno se le eriza la piel y Zurita repite los versos finales y les da el efecto del delay, más allá del sol y unos cuantos vidrios rotos.

Si bien es una la voz que se escucha, la de Zurita se transforma en cada verso en varias voces que intervienen, a veces una sobre otra, y nos hacen escuchar los llantos, los cantos y los gritos reverberando en los imposibles galpones de concreto. Zurita le hablaba a su generación el 27 de noviembre de 1985 cuando se publicó el poemario por primera vez en Chile, en la Editorial Universitaria. Y Zurita le habla hoy, en Buenos Aires, a una nueva generación sudaca que canta folk, baila rock pero ya no todos se están muriendo con la vista vendada en la barriga de los galpones.

Chile que le parió al mundo poetas extraordinarios hasta en las peores condiciones y Zurita que había iniciado una carrera de ingeniería cuando lo sorprendió la dictadura camino a la facultad se planta hoy como uno de los más grandes del siglo XX. Ya lo atestiguaban como el nuevo poeta chileno sin siquiera publicar un libro, esparció poemas en el cielo de New York, desgarró el desierto de Atacama cavándole gigantescamente “Ni pena, ni miedo”, ganó dos veces el Premio Nacional de Poesía y acaban de honrarle el premio Iberoamericano de poesía Pablo Neruda. Es un poeta vivo que nos recuerda a todos los muertos.

Zurita, González y los asistentes resignifican el poemario Canto a su amor desaparecido quizás no tanto para decirnos que todo aquello ya pasó, sino más bien para seguir cantando ese amor desaparecido. ¿Cómo escuchamos hoy los versos del poeta? Entre sonidos musicales y armonías bien trenzadas, de ninguna manera negamos que blancos glaciares, sí hermano, sobre los techos se acercan. Pero el contexto es otro y se felicitan a viva voz los versos del poeta.

Murió mi chica, murió mi chico, ¿desaparecieron todos? […] Desiertos de amor.

Desiertos de amor:

El disco completo aquí:

https://www.youtube.com/watch?v=qnr7VQuuX_8

https://vimeo.com/56108998