Desamparo e invención de lo real. Una literatura argentina más allá del AMBA

Por: Laura Aguirre

A partir de la conversación iniciada en el taller “Más allá del obelisco: narrativa reciente del litoral y el noroeste. De Orlando Van Bredam a Mariano Quirós, continuidades y rupturas”, coordinado por Nahuel Paz para la Revista Transas, Laura Aguirre reflexiona en este ensayo sobre la narrativa argentina producida a partir del 2001 en distintas regiones del país.


Agradezco a mis compañeros y compañeras del taller y a Nahuel Paz por el intercambio generoso.

A Revista Transas por la invitación.

Mi propósito es retomar una conversación iniciada en el taller “Más allá del obelisco: narrativa reciente del litoral y el noroeste. De Orlando Van Bredam a Mariano Quirós, continuidades y rupturas”, coordinado por Nahuel Paz de Revista Transas, y realizado durante los meses de agosto y septiembre de 2021. Teniendo como horizonte la discusión sobre los límites de la literatura argentina, el programa incluyó novelas y cuentos que se producen y circulan más allá de la frontera del AMBA: La música en que flotamos de Orlando Van Bredam (2009), Víspera negra de José Gabriel Ceballos, Algo en el aire de Jorge Paolantonio (2004), El montaje obsceno de Claudio Rojo Cesca (2018), La luz mala dentro de mí de Mariano Quirós (2014) y Tres truenos de Marina Closs (2019). Las obras no solo tienen en común la relación de pertenencia de sus escritores/as con distintas provincias del Litoral, Noroeste y Noreste de Argentina, sino también un gesto singular: el de narrar la experiencia del desamparo.

¿Por qué el desamparo? Podríamos ampliar largamente la lista de textos que inventan una literatura a partir de la experiencia del desamparo. Pero aquí además del guiño a Teoría del desamparo de Orlando Van Bredam– nos referimos concretamente a la experiencia de abandono, de orfandad, protagonizada por los argentinos y las argentinas que sobrevivimos a las crisis del fin del siglo XX desde nuestras provincias. En estos lejanos lugares, situados más allá del obelisco, la crisis económica, política y cultural arrasó con las condiciones básicas para una vida digna. Si las consecuencias fueron devastadoras en el centro económico del país, imaginemos cuánto más impactaron en las regiones históricamente relegadas por los distintos gobiernos nacionales. (Pero hasta aquí el lamento, que sirve menos para pensar que para continuar con el estigma de la marginalización y estirar la historia sin fin del centro/periferia.)

Literatura argentina, poscrisis y nuevos realismos

¿Cómo repercuten en la literatura argentina los cambios de los 90, el corte que impone la crisis de 2001 y la recuperación durante la poscrisis? ¿Qué hacen las y los artistas con tanto para decir?

Los tres últimos momentos de la historia argentina –los 90, el 2001 y la poscrisis– impactan fuertemente en la escena socio-cultural y transforman el espacio urbano: en la ciudad de Buenos Aires surgen nuevos barrios, nuevas villas, se crean múltiples shoppings, crecen las instituciones culturales (ver Poscrisis. Arte argentino después del 2001 de Andrea Giunta). Cambian los modos de relación del sujeto con el espacio, los consumos culturales, las posibilidades de pensar e imaginar lo real. Cambian las condiciones y los materiales para producir arte. Cambian las historias, los personajes, los paisajes.

En los inicios de esta transformación cultural emerge una nueva narrativa que juega con los límites de la representación. “Si hasta entonces –dice Silvia Saítta–, la narrativa adscribía a la representación realista, en los noventa se inauguran modos de representación alejados de los procedimientos realistas pero que aun así dan cuenta de la sociedad en la que se inscriben” (La narración de la pobreza en la literatura argentina del siglo veinte, 2006). Entre los y las artistas que participan de las convenciones del “nuevo realismo”, no hay pretensión de crear una ilusión de realidad, un reflejo, sino más bien la intención de responder al problema de cómo lograr con el lenguaje la irrupción de lo real.

Surge, así, una estética realista, con procedimientos renovados y una lógica de representación distinta. ¿Qué elementos de la realidad toma este nuevo realismo? La experiencia de habitar “la gran ciudad” se convierte en material de escritura para las/los artistas. En 2001, por dar un ejemplo, se publica La villa de César Aira, una novela que trata sobre el fenómeno villero, pero desde una óptica que vuelve extraño el espacio. Las obras trabajan con ciertos elementos de la realidad, pero no para representarla fielmente, sino para decir otra cosa.

La crítica literaria –contemporánea a esta nueva literatura– enfoca la mirada en el problema del realismo. La publicación de El imperio realista, dirigido por María Teresa Gramuglio (2002), promueve un intenso debate. Este volumen de la Historia crítica de la literatura argentina de Noé Jitrik da lugar a una polémica en torno a las relaciones entre el concepto de realismo y las posibilidades de escritura del presente. En la discusión participan María Teresa Gramuglio, Beatriz Sarlo, Graciela Speranza, Martín Kohan, Sandra Contreras, Miguel Dalmaroni, Analía Capdevila, entre otros/as. Las intervenciones críticas que derivan de la discusión renuevan el modo de leer la tradición literaria argentina, a la vez que crean y sistematizan un nuevo relato de la historia de la literatura argentina. En este relato –y aquí regresamos a nuestro tema– la crítica literaria dibuja un mapa que, si bien considera algunas figuras importantes de las regiones (como Héctor Tizón y Juan José Saer), es ocupado principalmente por obras y autores que pertenecen y circulan en el centro del país.

Nuevos ¿realismos? en las regiones

¿Qué pasa cuando al mapa de la literatura argentina le agregamos un conjunto de obras producidas más allá del AMBA? ¿Las obras de Marina Closs, Mariano Quirós, Orlando Van Bredam, José Gabriel Ceballos, Jorge Paolantonio, Claudio Rojo Cesca, dialogan con las nuevas claves de lectura del realismo?

Las obras de estos/as autores/as no solo están vinculadas a distintas regiones de Argentina por los lugares de procedencia de sus creadores/as. La música en que flotamos de Orlando Van Bredam (2009), Víspera negra de José Gabriel Ceballos, Algo en el aire de Jorge Paolantonio (2004), El montaje obsceno de Claudio Rojo Cesca (2018), La luz mala dentro de mí de Mariano Quirós (2014) y Tres truenos de Marina Closs (2019), son narraciones en las que se exploran y representan espacios particulares: la ciudad de provincia, el pueblo y el monte.

Las obras dialogan con una realidad tanto geográfica como cultural y simbólica. Aparecen en ellas representados distintos sitios de Misiones, Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, Catamarca, Formosa, Entre Ríos, y también ciertos elementos culturales relacionados con esos territorios. Otro dato importante es todas se escriben y publican post 2001, con lo cual la temporalidad es un criterio clave para la lectura. Así, desde un espacio propio y una temporalidad compartida, las obras entablan una conversación sobre una experiencia ligada al desamparo y a la pérdida del “centro”.

Esta literatura ofrece respuestas estéticas originales a la tensión centro/periferia. En ella encontramos un tono, un lenguaje y escenarios distintos, y una lógica de representación propia de los nuevos realismos. La experiencia del desamparo se expresa en la subjetividad de unos personajes a los que no les queda otra que convivir con la vastedad y el silencio del monte; con los tabúes, la violencia y la moral religiosa del pueblo; con la enfermedad, la discriminación y falta de recursos; con el desplazamiento de un espacio a otro en busca de mejores condiciones de vida; con la experiencia de desarraigo; con las promesas de un progreso que nunca llegó o que llegó a medias.

Víspera negra del correntino José Gabriel Ceballos, publicada en 2003, cuenta la historia previa a la inauguración de un leprosario ubicado en la Isla del Cerrito, Chaco, en marzo de 1939. Sus personajes son seres desplazados, estigmatizados por la enfermedad, desahuciados, segregados. La isla y el proyecto del leprosario son espacios de disputa política, en la que priman intereses individuales y mezquinos por sobre la gestión de una solución al problema colectivo. La obra, a través de la exploración y reinvención del hecho histórico, interroga los límites de la política local/nacional y el rol del Estado en la gestión de soluciones.

La luz mala dentro de mí (2014), del chaqueño Mariano Quirós, reúne nueve cuentos protagonizados por unos personajes que en su mayoría son niños, adultos (un tanto aniñados), seres sobrenaturales o criaturas del monte. El tono juega con la mirada infantil e inocente del mundo. Incluido en la antología, “Lobisón de mi alma” trata sobre una familia de lobisones que huye de la pobreza y se traslada del monte a la ciudad. La perspectiva de la narración es la de un niño lobisón, quien se relaciona con el espacio rural y urbano de modo singular. La nueva vida en la ciudad oscurece y trastorna su mirada tierna. Durante toda la narración, el personaje rememora su vida pasada en el monte y se identifica con él, pero a la vez la ciudad es el lugar que libera sus instintos y le permite redefinir su autoimagen: “Soy un lobisón y tengo veneno en el alma”.

“No sabemos nada de la chueca” es un cuento incluido en Montaje obsceno, publicado en 2018, y pertenece al santiagueño Claudio Rojo Cesca. Los personajes son dos varones criados en la soledad y hostilidad del campo. Hay frases que condensan la percepción del espacio: “Y hace cuanto no pasa la bicicleta del diarero por este hueco del mundo”. En este hueco del mundo, que castiga y contiene, está latente la posibilidad de que algo terrible pueda ocurrir. El más joven, Estevenzuela, cierto día camina hacia el “monte espeso” y se encuentra con el cadáver de una mujer, “la Chueca”. Su fantasma lo persigue y lo perturba hasta el final.

«Vivir en un pueblo era cosa no siempre envidiable. Pero vivir en ese pueblo que además se decía capital de provincia resultaba, para Cristina, casi un martirio”. Algo en el aire del catamarqueño Jorge Paolantonio (2004) narra la tragedia de vivir en el pueblo. La novela cuenta la historia de unos personajes que se salen de la norma y se enfrentan a lo políticamente correcto, a la “moral del buen vecino/a”. Un personaje singular es Osvaldo Soiffer, un fanático del nazismo que viene de Buenos Aires y que rompe la aparente armonía del lugar al tener relaciones sexuales con Cristina (llamada “la Cotona”), y al enamorarse de una adolescente. El pueblo es el pequeño lugar donde se tejen y aglomeran todos los escándalos.

Tres truenos de la misionera Marina Closs (2019) reúne tres cuentos. Cada historia es protagonizada y contada en primera persona por una mujer que “viene de otra parte”. Me detengo en “Cuñataí o de la virginidad”, protagonizado por Vera Pepa, una mujer mbyá guaraní que se traslada de la aldea al pueblo y pasa sus días mendigando. En el monte, sobrevive a la violencia machista entre los aldeanos. En el pueblo, sobrevive a la violencia y a la discriminación. Sin queja, su mirada tranquila se enlaza con el monte: “Tenía el monte como un ojo fijo, puesto enfrente de mi mirada”; “Se ve que mi ojo mira el monte y se acuerda de algo”.

La música en que flotamos (2009) es una novela de Orlando Van Bredam, escritor entrerriano-formoseño. “Recordó la frase: la muerte es la mayor de todas las emociones por eso se la reserva para el final”: así comienza la historia protagonizada por un profesor de literatura que regresa a su provincia natal luego de enterarse de que está muy enfermo. El personaje rememora momentos de una vida cargada de frustraciones. La pulsión de una muerte inminente remueve los recuerdos y los pensamientos del personaje que divagan en un intento por comprender qué hubiera sido diferente “si…”. ¿Qué le queda a un hombre viejo, solitario, enfermo, cansado, sino los recuerdos, sino la nostalgia? Cada mañana, este señor, impulsado por un intenso deseo y sin saber muy bien qué busca, asume el costo físico de despertar. Quiere despertar. Como si fuera una misión importante, cada mañana camina por el pueblo. Observa lugares, sabores, sensaciones, y recuerda. Como si fuera él mismo su propio objeto de investigación, explora el espacio y evoca los restos el pasado. Así opera la narración: del presente al pasado, de lo observado al recuerdo. Cuando el personaje camina por las calles de Villa Elisa, Entre Ríos, recuerda también las calles que guarda en su memoria. Mira al azar alguna casa y fantasea: “Si hubiera vivido aquí, (…) ¿todo hubiera sido distinto? ¿o no? ¿Era posible modificar su situación cambiando sólo de lugar?”.

En este ligero recorrido encontramos una serie de elementos recurrentes que invitan a seguir pensando. Las historias están protagonizadas por sujetos lisiados, quebrados, atravesados por la experiencia del desamparo. Las referencias a distintos sitios de las regiones configuran un espacio imaginario propio: el monte, el pueblo, la ciudad de provincia. Estos lugares castigan, violentan y expulsan, pero también reciben, contienen y ofrecen modos alternativos de habitar el mundo. Aparecen, en algunas historias, elementos mágicos o sobrenaturales (el fantasma de la mujer, el lobisón) que, en vez de definirse en oposición a un orden racional o normal, forman parte de la percepción de lo real que ofrece la obra.

El tono, con algunas variaciones, llama la atención. Contrariamente a lo que podríamos imaginar, no se remarca con resentimiento la tensión entre “el centro” y “las provincias”. No hay drama, no hay una excesiva evocación sentimental ni grito provinciano–un tono que encuentra Sandra Contreras (1997) en La piel de caballo del entrerriano Ricardo Zelarayán–. Lo que sí hay es un tono de nostalgia, tranquilo, que reafirma el vínculo del sujeto con el mundo desde la experiencia de habitar y transitar el pueblo, la ciudad y el monte.

Con todos estos elementos, ¿podemos decir que en las regiones se configuran otras variaciones del realismo? Pareciera que se replica la lógica del nuevo realismo porque las obras responden a la pregunta de cómo lograr con el lenguaje la irrupción de lo real, pero también hay una toma de distancia respecto del centro y un lenguaje (un tono, unos procedimientos, unos espacios) que es radicalmente otro. Quizá las claves del realismo, revisado por la crítica contemporánea y revisitado por la literatura argentina (central), no sean del todo suficientes. La narrativa reciente producida en las regiones nos interpela e indica que es necesario empezar a leer de otro modo. Ampliar el corpus de la literatura argentina, entonces, sería el camino necesario para permitir que los textos literarios nos develen sus propias formas de inscripción e irrupción de lo real.

Perdernos en el mapa

El panorama que trazamos no es, desde luego, el único modo de acercarnos a la literatura argentina de las regiones. Actualmente contamos con trabajos de diversas investigadoras/es de universidades nacionales que se ocupan del tema –ver el estado de la cuestión que ofrece el libro Regionalismo literario: historia y crítica de un concepto problemático, dirigido por Hebe Molina y Fabiana Varela–. Los modos de leer son variados y el conjunto de obras que se nos escapa es demasiado amplio y diverso (podemos constatar esto en el bello catálogo de Salvaje Federal, una librería virtual que colabora con la circulación de obras producidas desde las provincias). Hay una literatura argentina que desconocemos.

El recorrido que ofreció Nahuel Paz tuvo por objetivo acercarnos a esa literatura y poner en discusión nuestros modelos de interpretación: “Si no contemplamos las producciones de las literaturas locales o regionales estaríamos repitiendo un esquema en el que al parecer cuando se discute sobre literatura argentina en realidad se habla de Boedo y Florida, entonces: hay literatura argentina más allá de la frontera AMBA y esa literatura se expresa de tales maneras y es argentina” (programa del taller Más allá del obelisco). “Cuando sólo hablamos de lo macro –dice García Canclini– y desconocemos la heterogeneidad, la variedad de experiencias, gran parte de lo que afirmamos es falso o incorrecto” (Diálogo con Néstor García Canclini, 2007). No creo que nuestras lecturas sean falsas o incorrectas, pero sí que la apertura a la heterogeneidad cultural de las regiones nos ofrecería un modo de acercarnos a la literatura más auténtico, más honesto y más potente.

Cuando la literatura argentina comienza a ser pensada desde sus partes, desde sus fragmentos, complejizamos y enriquecemos nuestro capital cultural. Pensar en las parcialidades es un modo de abandonar nuestra acotada idea de la literatura argentina. Quizá sea momento de dejar de encontrarnos en los mismos círculos –las mismas librerías, los mismos cafés, los mismos eventos, los mismos consumos culturales– y empezar a perdernos en el mapa.


Laura Aguirre es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional del Nordeste. Becaria doctoral de UNNE-CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI-UNNE-CONICET). Profesora JTP en la cátedra de Literatura Argentina II de la Universidad Nacional de Formosa. Profesora JTP en la cátedra de Teoría Literaria de la Universidad Nacional del Nordeste.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja una respuesta